Robert Howard y el horror racial de la Gente Pequeña - Ego Sum Qui Sum

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miércoles, 13 de noviembre de 2024

Robert Howard y el horror racial de la Gente Pequeña

El mercado de los goblins, arte de Hilda Koe


LA SOMBRA DE MACHEN

 

Duendes, elfos, hadas, gnomos, goblins, gremlins, chaneques, aluxes… Muchas culturas alrededor del mundo tienen leyendas acerca de la “gente pequeña”, criaturas parecidas a humanos en algunos aspectos, pero horrorosamente distintas en otros. Pueden ser traviesas o terribles, o sólo incompresibles, pero las personas de bien prefieren evitar su encuentro. Habitan los bosques, las cavernas y los lugares salvajes, donde a veces se pierden chicos y doncellas. Sus historias se susurran en noches tenebrosas entre los niños y los adultos menos incrédulos. Pero, ¿de dónde vienen estas historias? ¿Por qué están tan difundidas en todo el globo? ¿Tienen acaso alguna base de verdad?

 

Como les platiqué hace algún tiempo, el escritor galés Arthur Machen (1863-1947) escribió varios cuentos de terror en el folclor céltico sobre la gente feérica. Los relatos de Machen se basan en la premisa de que, en tiempos prehistóricos, vivió en el Viejo Continente una raza humanoide. Sus miembros son feos, chaparros, de piel cetrina y ojos rasgados. Retrocediendo ante el avance de los arios, esta antigua gente tuvo que retirarse hacia los sitios más remotos, donde algunas poblaciones todavía sobreviven. Estos seres son perversos y hostiles a nuestra especie; si tienen la oportunidad de dañar o eliminar a algún ser humano, lo harán, y con lujo de crueldad. También pueden procrear con nosotros, produciendo híbridos.

 

Machen fue una gran influencia para el desarrollo de la literatura de terror del siglo XX. Tal como les prometí en aquella ocasión, hoy hablaremos de la obra de uno de sus sucesores espirituales, el texano Robert E. Howard (1906-1936). Sobre todo conocido y admirado como creador de Conan el Bárbaro, y realmente de todo el subgénero de espada y hechicería, Howard fue un prolífico autor de cuentos fantásticos y de aventuras. Fue amigo cercano de H.P. Lovecraft (1890-1937), con quien compartió páginas en la revista pulp Weird Tales, tan importante para el desarrollo de la ficción fantástica.

 

Howard mismo era todo un personaje en el que se conjugaban anhelos contradictorios. Niño enfermizo y ratón de biblioteca, en su corta vida adulto luchó por convertirse en un “hombre de verdad”, practicando el boxeo y el fisiculturismo, y pasando mucho tiempo al aire libre. Espíritu sensible con vocación de poeta, estaba también convencido de la superioridad del instinto salvaje sobre la vida civilizada. Como su amigo Lovecraft, era un espíritu atormentado; es claro que padecía una depresión crónica que él mismo no entendía, y que finalmente lo llevó a quitarse la vida a los treinta años de edad.

 

Entre sus muchas historias de bárbaros, piratas, vaqueros y demás arquetipos de rudeza masculina, Howard también nos dejó un rico legado de cuentos de terror. De éstos quiero hablar hoy, concretamente, de los que conciernen a la Gente Pequeña (así, como nombre propio, cual lo escribe el autor) a la que nos introdujo Machen. El siguiente ensayo inició como una serie de recomendaciones literarias, pero como de costumbre acabé clavándome con folclor europeo, teorías antropológicas descartadas y racismo científico. Atásquense que hay lodo…

 

LOS CUENTOS DE HOWARD


Mientras escribo esto tengo frente el volumen titulado The Horror Stories de Robert E. Howard, editado por Del Rey, que contiene más de 50 piezas escritas por el texano. El libro es un tesoro en sí mismo, ilustrado maravillosamente por Greg Staples. Pueden descargar el PDF por acá. En español, la editorial Valdemar tiene unas ediciones chulísimas que reúnen más o menos los mismos textos.

 

Elegí seis relatos de ese volumen, porque son los que tratan del tema que nos truje. Pueden leer casi todos en español, si hacen click en sus respectivos títulos:

 

Vamos con unas rápidas síntesis de cada uno, sin revelar demasiado por si se les antoja leerlos:

 

Arte de William Stout

La Gente Pequeña (The Little People) escrito alrededor de 1928, no fue publicado en vida de Howard, sino que apareció hasta 1970, en una revista llamada Coven 13. El manuscrito carecía de título, y el nombre con el que se le conoce ahora le fue dado por los editores de la revista. Además, una página completa se ha perdido para siempre. El relato trata de una pareja de jóvenes hermanos estadounidenses de viaje por las Islas Británicas. Tras leer el cuento de Machen, La pirámide resplandeciente, y discutir sobre su posible inspiración en hechos históricos, la hermana menor se aventura sola en la noche hacia un antiquísimo círculo de monolitos. Ahí es sorprendida por la horrible Gente Pequeña y es su hermano mayor quien tiene que rescatarla.

 

Los Hijos de la Noche (The Children of the Nigth): fue publicado por primera vez en el número de abril-mayo de 1931 de Weird Tales. Una noche, un grupo de educados caballeros discute de temas antropológicos; en concreto, de inusuales hallazgos de armas neolíticas en Gales, y de la teoría según la que leyendas sobre la Gente Pequeña provienen de recuerdos de una antigua raza que pobló las Islas Británicas. Uno de los invitados, Ketrick, prueba blandir un hacha de piedra, y sin querer golpea con ella a O’Donnell, nuestro narrador, quien pierde el conocimiento. O’Donnell se ve transportado a otra época, al cuerpo y la vida de Aryara, un guerrero britano de la Edad del Bronce, que combate contra los horrorosos Hijos de la Noche. Al recuperar el sentido y volver al presente, O’Donnell parece trastornado, y reconoce en su viejo amigo Ketrick un híbrido abominable, que le causa repugnancia y odio que no puede controlar.

 

La Piedra Negra (The Black Stone): apareció en Weird Tales en noviembre de 1931 y es considerado uno de los mejores cuentos lovecraftianos. Narra la historia de un hombre que viaja hasta el remoto pueblo de Stregoicavar, en Hungría, para conocer la Piedra Negra, de la cual ha leído en la Unaussprechlichen Kulten de Friedrich Wilhelm von Junzt y en la obra del poeta loco Justin Geoffrey. Estos autores ficticios y sus obras son de las aportaciones más importantes de Howard a los Mitos de Cthulhu, y tanto Lovecraft como otros autores las mencionarían con frecuencia. El relato sugiere que la titular Piedra Negra, un monolito en medio del bosque que presenta extrañas tallas, formaba parte de horrendos rituales llevados a cabo primero por la Gente Pequeña, y luego por los híbridos habitantes de Stregoicavar, hasta que éstos fueron exterminados por los otomanos en el siglo XVI. Nuestro protagonista comete la osadía de pasar la noche del solsticio de verano frente a la Piedra Negra y atestigua, medio en sueños, una especie de representación fantasmagórica de los rituales que allí se llevaban a cabo siglos antes, con todo y la presencia del dios batracio al que se le rendía culto.

 

Arte de Paul Lehr

El Pueblo de la Oscuridad (People of the Dark): vio la luz en junio de 1932 en Strange Tales, competidora de la casa habitual de Howard. Tiene una premisa muy similar a Los Hijos de la Noche y hasta el narrador usa ese mismo nombre para referirse a la gente pequeña. Un hombre llamado John O’Brien se introduce en la denominada Cueva de Dagón para emboscar a Richard Brent, su rival por el amor de Eleonor Bland. Tras tropezar en la penumbra, O’Brien se da un golpe en la cabeza y tiene una regresión a otra vida en la que fue Conan, un guerrero gaélico de los que solían saquear los poblados britanos. En vida pasada también existieron Brent como Vertorix, y Eleonor como Tamera, una pareja de amantes britanos. Huyendo de la ira y lujuria del gaélico, los novios se esconden en la Cueva de Dagón, pero Conan no tarda en entrar tras ellos. Allí, ante el horror de los Hijos de la Noche, los enemigos tribales tendrán que unir sus fuerzas si quieren sobrevivir. De vuelta en el presente, O’Brien se ve en la oportunidad de compensar por el mal que en una vida anterior le había hecho a la joven pareja, salvándolos de una abominación reptante, último vestigio del Pueblo de la Oscuridad.

 

Los Gusanos de la Tierra (Worms of the Earth) es celebrado como uno de los mejores relatos de Howard. Publicado en noviembre de 1932 en Weird Tales, está protagonizado por uno de los antecedentes de Conan, el rey picto Bran Mak Morn. Se ambienta en tiempos de la dominación romana de las Islas Británicas, cuando el pueblo picto era percibido por las legiones de Roma como una amenaza salvaje proveniente del gélido norte más allá del Muro de Adriano. En el cuento, Bran quiere vengarse de Titus Sulla, el gobernador militar de Eboracum (actual York), por afrentas cometidas contra el pueblo picto, pero sabe que no puede acercarse a él ni atacarlo de frente. Entonces roba una Piedra Negra de los Hijos de la Noche para obligarlos a raptar a Sulla y llevarlo ante su presencia. Los monstruosos subhumanos cumplen su parte del trato, siendo fácil para ellos moverse por ignotos túneles subterráneos. Bran se da cuenta muy tarde de que el precio por pactar con la Gente Pequeña es quedar para siempre mancillado por tal abominable acción.

 

El valle de los perdidos (Valley of the Lost) es otro relato póstumo, publicado en 1967 en la revista Startling Mystery Stories. Aquí Howard fusiona su mitología sobre la Gente Pequeña con otro de los subgéneros que trabajó con maestría: el weird western. Básicamente, Howard traslada a sus Hijos de la Noche a las tierras de Norteamérica, donde fueron vencidos y enviados al subsuelo por los nativos americanos. Huyendo de unos enemigos, un incauto vaquero llamado John Reynolds se esconde en una cueva, ubicada en un valle del que los indios susurran que está maldito. Fatídicamente, Reynolds cae en una trampa y penetra profundo bajo la tierra, donde encuentra una población de homúnculos reptiloides, que mediante magia y telepatía le comunican la historia de su horrible raza.

 

DE CTHULHU A CONAN

Arte de Michael Peters

Estos cuentos tienen muchos aspectos de interés para analizar. Podríamos, por ejemplo, explorar cómo se vinculan con los Mitos de Cthulhu. Seguro los fans del maestro de Providence notaron que se mencionó a Dagón, una de las entidades más famosas creadas por Lovecrat. El nombre de este dios antiguo también aparece en Los Gusanos de la Tierra, para referirse lugares como el Túmulo de Dagón, relacionado con la Gente Pequeña, y la Laguna de Dagón, donde vive un monstruo acuático desconocido. En ese mismo cuento se menciona la ciudad hundida de R’lyeh, donde Cthulhu yace eternamente. El infame Necronomicón es mencionado, junto con otros libros ficticios en Los Hijos de la Noche. Y así, y así…

 

También podríamos ver cómo en estos cuentos se va perfilando el arquetipo que llegaría a convertirse en la creación más famosa de Howard, Conan el Bárbaro, que encarna las fantasías del autor sobre poder y masculinidad. Una y otra vez nos encontramos con estos hombres de hierro, curtidos por la vida salvaje, superiores en todo sentido a la gente civilizada, incluso a los atletas y los militares, y que desprecian toda suavidad y sofisticación.

 

Sobra decir que estas fantasías de Howard no se basan en la realidad; sus gigantes hipermusculosos no podrían existir entre civilizaciones preindustriales, no digamos preagrícolas, cuando no eran accesibles las calorías ni proteínas suficientes. La vida nómada y las precariedades no crean titanes, sino que desgastan a las personas y las llevan a tener existencias breves. Si vemos a los actuales pueblos de cazadores-recolectores, no hallaremos quien se vea como un fisiculturista o un artista marcial moderno. Esto es lo que el historiador Bret Deveraux llama “el espejismo Fremen”, y no es más que ideas muy modernas y muy occidentales sobre cómo deben ser los “hombres de verdad”, proyectadas hacia el pasado y los pueblos “bárbaros” y exageradas hasta su máxima potencia. Es un tema muy interesante del que de deberemos tratar en otra ocasión.

 

De hecho, ése es uno de los aspectos que alejan estos relatos del terror puro y los colocan dentro de la fantasía oscura. Para que la fantasía de poder masculina de Howard esté completa, sus protagonistas no pueden sentir temor; son demasiado machos para ello. Pueden actuar con cautela y sentir repugnancia, pueden preocuparse por una mujer amada en peligro, pero nunca estar asustados. Contra los horrores del mundo oculto, sus guerreros luchan sin cuartel, y si caen, lo hacen con espada en mano. Resulta difícil para quien lee contagiarse del miedo si el protagonista no lo experimenta.

 

Por cierto, habrán notado que el nombre del guerrero gaélico en El Pueblo de la Oscuridad es Conan; además su descripción física coincide con la de nuestro querido cimerio. En efecto, el nombre Conan es de origen celta, y según el lore de Howard, los cimerios fueron los antepasados de los celtas en la prehistórica Edad Hyboria. En su análisis del relato, El Espejo Gótico, blog especializado en literatura de terror, apunta que Howard había empezado a trabajar en su bárbaro más famoso meses antes de la publicación de El Pueblo de la Oscuridad, y que es probable que el texano tomara prestados rasgos del personaje al que ya estaba dando forma para darle un protagonista a ese relato. Eso sí, nuestro Conan llegaría a ser un personaje mucho más interesante y tridimensional que estos otros bárbaros que le precedieron.

 

Arte de Peter Habjan

Con todo, lo que más me interesa aquí es la mitología que Howard desarrolla respecto a la Gente Pequeña. En ese sentido, podemos decir que Los Hijos de la Noche, El Pueblo de la Oscuridad y Los Gusanos de la Tierra están más estrechamente ligados entre sí que con los otros y que conforman una suerte de trilogía. Sus títulos se refieren a los diferentes apelativos con los que se llama a las criaturas, y coinciden en la forma de describirlas y explicar su origen. En cada relato el protagonista es miembro de uno de los tres pueblos que habitaron las Islas Británicas y que se enfrentaron de una forma u otra a la Gente Pequeña: un britano, un gaélico y un picto, respectivamente.

 

Sobre todo, entre las tres nos muestran a las criaturas en diferentes etapas de un largo proceso de regresión evolutiva. En tiempos de Aryaya, en Los Hijos de la Noche, todavía tienen rasgos humanos y aún construyen aldeas en la superficie, si bien sus edificios quedan semienterrados y se conectan entre sí con túneles subterráneos. En tiempos de Conan, en El Pueblo de la Oscuridad, han adoptado una vida por completo subterránea y se han vuelto más animalescos y salvajes. En tiempos de Bran Mak Morn, en Los Gusanos de la Tierra, han perdido gran parte de su humanidad y parecen cada vez más cercanos a reptiles. De regreso a los inicios del siglo XX, en El Pueblo de la Oscuridad, O’Brien encuentra al último superviviente de aquella raza, o por lo menos de los habitantes de la Cueva de Dagón, casi completamente convertido en una criatura viperina.

 

Los otros tres cuentos se cuecen un poco aparte. La Gente Pequeña es claramente un trabajo temprano, anterior a que Howard desarrollara por completo sus ideas, y por algo nunca lo publicó. La Piedra Negra traslada la acción a Europa oriental, y los Hijos de la Noche son menos importantes que sus descendientes híbridos semihumanos y los horrorosos rituales que practican. Eso sí, se conecta directamente con nuestra trilogía en cuanto a que en El Pueblo de la Oscuridad y Los Gusanos de la Tierra aparecen sendas Piedras Negras. Éstas son mucho más pequeñas que el monolito de Hungría, tanto como para ser llevadas en brazos por un hombre, pero igualmente forman parte de la abominable religión de los Hijos de la Noche.

 

El valle de los perdidos transcurre por completo en otro continente. Aunque los humanoides subterráneos que aquí aparecen son prácticamente el mismo tipo de criatura, hay diferencias importantes. Mientras que sus contrapartes europeas parecían haber avanzado sólo hasta el neolítico, la variante americana había llegado a construir grandes ciudades de piedra con torres que ascendían hasta el cielo. Mientras que unos usaban armas de pedernal y sigilo para atacar a sus enemigos, los otros usan con frecuencia magia oscura y poderes psíquicos. Sufren también un proceso de regresión evolutiva tras la invasión de los pueblos amerindios, y terminan por adoptar rasgos ofidios, aunque la descripción de su aspecto difiere un poco de la de sus parientes en el Viejo Mundo.

 

LA HIPÓTESIS ETNOGENÉTICA

Arte de Dariusz Kieliszek

En todos los relatos, salvo ese último, se expone la hipótesis sobre el origen de la Gente Pequeña antes de hacer aparecer a las criaturas. Es un artificio narrativo muy eficaz, pues antes de enfrentar al lector con los horrores del mundo, introduce la idea más o menos plausible de que podrían existir. En La Gente Pequeña el protagonista supone que esta raza estaba emparentada con los pictos y otros “pueblos mediterráneos”:

 

“La ‘gente pequeña’ de la que habla Machen se suponen descendientes de los pueblos prehistóricos que habitaban Europa antes de que los celtas descendieran desde el norte. Son conocidos de diversas formas como turanios, pictos, mediterráneos y comedores de ajo. Una raza de personas pequeñas y de piel oscura; hoy en día, se pueden encontrar rastros de su tipo en zonas primitivas de Europa y Asia, entre los vascos de España, los escoceses de Galloway y los lapones.

 

[Los celtas] destruyeron o esclavizaron a los pueblos mediterráneos y, a su vez, fueron expulsados por las tribus teutónicas. En toda Europa, y especialmente en Gran Bretaña, existe la leyenda de que estos pictos, a quienes los celtas veían como apenas humanos, huyeron a cavernas bajo la tierra y vivieron allí, saliendo solo de noche, cuando quemaban, asesinaban y se llevaban a los niños para sus sangrientos ritos de adoración. Sin duda, había mucho en esta teoría. Descendientes de personas de las cavernas, estos enanos en fuga sin duda se refugiaron en cuevas y probablemente lograron vivir sin ser descubiertos durante generaciones.”

 

Arte de MG Kellermeyer

En Los hijos de la noche, sin embargo, esta versión de la teoría es directamente contrastada por una que toma a la gente pequeña como menos que humana, claramente distinta a la raza de los pictos, y a la que caracteriza con el calificativo de “mongoloide”:

 

—Pictos —respondió Taverel—, indudablemente el pueblo conocido después como los pictos salvajes de Galloway era predominantemente celta... una mezcla de elementos gaélicos, címricos, aborígenes y posiblemente teutónicos. Si tomaron su nombre de la raza más antigua o le prestaron su propio nombre a esa raza, es una cuestión que resta por decidir. Pero cuando Von Junzt habla de pictos, se refiere específicamente a los pueblos pequeños y morenos de sangre mediterránea, comedores de ajo, que trajeron la cultura neolítica a Inglaterra. Los primeros pobladores de ese país, de hecho, que hicieron surgir los cuentos de duendes y espíritus de la tierra.

—No puedo estar de acuerdo con esa última aseveración —dijo Conrad—. Esas leyendas confieren a sus personajes la deformidad y la inhumanidad de su apariencia. No había nada en los pictos para suscitar tal horror y repulsión en los pueblos arios. Creo que los mediterráneos fueron precedidos por un tipo mongoloide, muy bajo en la escala de la evolución, de donde tales historias...

—Muy cierto —interrumpió Kirowan—, pero me cuesta pensar que precedieron a los pictos, como les llamas, en Inglaterra. Encontramos leyendas de trolls y enanos en todo el continente, y me inclino a pensar que tanto el pueblo ario como el mediterráneo trajeron esas historias con ellos del continente. Esos primeros mongoloides debían ser de un aspecto extremadamente inhumano.

 

Arte de Hans Wessolowski

En El Pueblo de la Oscuridad el narrador reflexiona:

 

“La Gente Pequeña, por supuesto, tuvo su parte en la tradición. La leyenda decía que esta caverna era uno de sus últimos bastiones contra los celtas conquistadores, e insinuaba túneles perdidos, caídos o bloqueados que conectaban la cueva con una red de corredores subterráneos que surcaban las colinas […]

 

Pensé en la Gente Pequeña: me preguntaba si esos antropólogos tenían razón en su teoría de una raza aborigen mongoloide rechoncha, tan baja en la escala de evolución que apenas era humana, pero que poseía una cultura propia, distinta, aunque repulsiva. Habían desaparecido ante las razas invasoras, según la teoría, formando la base de todas las leyendas arias de trolls, elfos, enanos y brujas. Viviendo en cuevas desde el principio, estos aborígenes se habían retirado más y más hacia las cavernas de las colinas, desapareciendo por completo, aunque el folclore imagina a sus descendientes todavía viviendo en los abismos perdidos muy por debajo de las colinas, repugnantes sobrevivientes de una edad pasada.”

 

En Los gusanos de la tierra Bran le dice a la bruja mestiza Atla:

 

—Bien que lo sabes —replicó él—. ¡Cierto, bien que lo sabes! Mi raza es muy vieja... Reinó en Britania antes de que las naciones de los celtas y los helenos nacieran del útero de los pueblos. Pero mi gente no fue la primera en Britania. Por las manchas de tu piel, por tus ojos oblicuos, por la sangre de tus venas, hablo sabiendo lo que digo y queriéndolo decir.

 

Un poco más adelante, Atla advierte a Bran:

 

—¡Cuidado, rey de los pictos! Recuerda que fue tu gente la que, hace tanto tiempo, cortó la hebra que les unía a la vida humana. Entonces eran casi humanos... Cubrían la tierra y conocían la luz del sol. Ahora se han apartado. No conocen la luz del sol y rehúyen la de la luna. Odian incluso a las estrellas. Muy, muy lejos se han apartado quienes en otros tiempos pudieron ser hombres, de no ser por las lanzas de tus antepasados.

 

Arte de Mark Schultz

Esos cuatro relatos están ambientados en las Islas Británicas, mientras que La Piedra Negra traslada la acción a Hungría, reafirmando la suposición de que la perversa raza de los Hijos de la Noche alguna vez se extendió por toda Europa:

 

“Entonces supe que los habitantes de Stregoicavar no son descendientes de los que vivieron allí antes de la invasión turca de 1526. Los victoriosos musulmanes no dejaron con vida a ningún ser humano —ni en el pueblo ni en sus contornos— cuando atravesaron el territorio. Los hombres, las mujeres y los niños fueron exterminados en un rojo holocausto, dejando una vasta extensión del país silenciosa y desierta. Los actuales habitantes de Stregoicavar descienden de los duros colonizadores que llegaron de las tierras bajas y reconstruyeron el pueblo en ruinas, una vez que los turcos fueron expulsados. Mi anfitrión no habló con ningún resentimiento de la matanza de los primitivos habitantes.

Me enteré de que sus antecesores de las tierras bajas miraban a los montañeses incluso con más odio y aversión que a los propios turcos. Habló con vaguedad respecto a las causas de esta enemistad, pero dijo que los anteriores vecinos de Stregoicavar tenían la costumbre de hacer furtivas excursiones a las tierras bajas, robando muchachas y niños. Además, contó que no eran exactamente de la misma sangre que su pueblo; el vigoroso y original tronco eslavo-magiar se había mezclado, cruzándose con una degradada raza aborigen hasta que ambos linajes se mezclaron, dando lugar a una infame amalgama. Él no tenía la más ligera idea de quiénes fueron esos aborígenes; únicamente sostenía que eran ‘paganos’, y que habitaban en las montañas desde tiempo inmemorial, antes de la llegada de los pueblos conquistadores.

Di poca importancia a esta historia. En ella no veía más que una leyenda semejante a las que dieron origen la fusión de las tribus celtas y los aborígenes mediterráneos de las montañas de Escocia, y las razas mestizas resultantes que, como los pictos, tanta importancia tienen en las leyendas escocesas. El tiempo produce un curioso efecto de perspectiva en el folklore. Los relatos de los pictos se entremezclaron con ciertas leyendas sobre una raza mongólica anterior, hasta el punto de que, con el tiempo, se llegó a atribuir a los pictos los repulsivos caracteres de los achaparrados primitivos, cuya individualidad fue absorbida por las leyendas pictas, perdiéndose en ellas.”

 

LA DESCRIPCIÓN ETNOGRÁFICA

Arte de Frank Frazetta

Veamos ahora cómo cada cuento retrata a las horribles criaturas. El narrador de La Gente Pequeña las describe así:

 

"Veía claramente los cuerpos achaparrados, los miembros nudosos, los ojos de serpiente, brillantes y fijos que miraban sin parpadear, los grotescos rostros cuadrados con sus rasgos inhumanos, el destello de dagas de sílex en sus manos torcidas."

 

En Los Hijos de la Noche la descripción que da el britano Aryaya es ésta:

 

“En cierto modo eran humanos, aunque no los consideré tales. Eran bajos y fornidos, con anchas cabezas demasiado grandes para sus flacos cuerpos. Su cabellera era enmarañada y lacia, sus rostros anchos y cuadrados, con narices chatas, ojos horriblemente sesgados, una delgada apertura por boca y orejas puntiagudas. Llevaban pieles de animal, como yo, pero esas pieles estaban trabajadas toscamente. Portaban arcos pequeños y flechas con punta de pedernal, cuchillos de pedernal y garrotes. Y conversaban en un lenguaje tan horrible como ellos, un lenguaje siseante y reptilesco que me llenó de horror y repugnancia.”

 

Para tiempos de El Pueblo de la Oscuridad han pasado siglos desde Aryaya. Conan el gaélico describe a sus enemigos así:

 

“Aunque nunca había visto a uno de esos macabros aborígenes, supe lo que era y me estremecí. Era una especie de hombre, pero tan bajo en la etapa evolutiva que su humanidad distorsionada era más horrible que su bestialidad.

Erguido, no podía tener cinco pies de altura. Su cuerpo era escuálido y deforme, su cabeza desproporcionadamente grande. El cabello lacio y serpentino caía sobre un rostro cuadrado e inhumano con labios fofos y retorcidos que mostraban colmillos amarillos, fosas nasales planas y grandes ojos rasgados. Sabía que la criatura debía ser capaz de ver en la oscuridad tan bien como un gato. Siglos de merodear en las oscuras cavernas le habían dado a la raza atributos terribles e inhumanos. Pero lo más repelente era su piel: escamosa, amarilla y moteada, como la piel de una serpiente. Un taparrabos hecho de piel de serpiente ceñía sus delgados miembros, y sus manos con garras empuñaban una lanza corta con punta de piedra y un mazo de pedernal pulido de aspecto siniestro.”

 

Arte de Nicolas Guenet

Más de un milenio después, Bran el picto apenas logra ver a estas bestezuelas, pero un solo vistazo es suficiente para tener una idea, como nos dice en Los Gusanos de la Tierra:

 

“Un frenético parloteo de lenguas espantosas se alzó y las sombras se agitaron como un torbellino. Por un instante se desprendió un segmento de la masa, y Bran gritó de repugnancia salvaje, aunque sólo obtuvo un breve atisbo de la cosa, la breve impresión de una cabeza ancha y curiosamente aplastada, labios colgantes y convulsos que dejaban al descubierto colmillos puntiagudos, y el horrendo cuerpo contrahecho de un enano que parecía... veteado..., todo ello coronado por aquellos ojos de reptil que no parpadeaban. ¡Dioses!... Los mitos le habían preparado para el horror en aspecto humano, el horror inducido por un rostro bestial y una achaparrada deformidad..., pero aquél era el horror de la pesadilla y de la noche.”

 

Arte de Virgil Finlay

De vuelta a El Pueblo de la Oscuridad, en el siglo XX, más de mil quinientos años después, el único sobreviviente de los habitantes de la Cueva de Dagón se había convertido en otra cosa:

 

“Y de la hendidura salió un horror retorciéndose, una cosa repugnante que destrozaba el cerebro y parpadeaba a la luz del sol. Sí, lo conocía desde antes: vestigio de una era olvidada, salió retorciéndose con su horrible forma de la oscuridad de la Tierra y del pasado perdido para reclamar lo suyo.

Vi lo que tres mil años pueden hacerle a una raza horrible y me estremecí. Instintivamente supe que era el único de su especie. Sólo Dios sabe cuántos siglos había vivido revolcándose en el lodo de sus húmedas guaridas subterráneas. Antes de que los Hijos de la Noche desaparecieran, la raza debió haber perdido toda apariencia humana, viviendo la vida del reptil.

Esta cosa se parecía más a una serpiente gigante que a cualquier otra cosa, pero tenía piernas vestigiales y brazos con garras ganchudas. Se arrastró sobre su vientre, retorciendo los labios moteados hasta los colmillos desnudos como agujas, que sentí que debían gotear con veneno. Siseó mientras levantaba su espantosa cabeza sobre un cuello horriblemente largo, mientras sus ojos amarillos y oblicuos brillaban con todo el horror que se genera en las negras guaridas bajo la tierra.”

 

EL ORIGEN DEL MITO

Duendecitos, arte de Francisco de Goya

Bueno, pero ¿de dónde salió esta idea de que las leyendas de duendes, hadas y demás podrían provenir del recuerdo de una especie humanoide? Investigando me topé con dos textos académicos que me han ayudado a esclarecer la cuestión. Uno es Conan and the Little People de Robert Derie, y el otro es Evolutionary Otherness de Jeffrey Shanks; ambos autores son expertos en ficción especulativa y pulp, y sus textos me han sido en extremo valiosos.

 

Primero, debemos conocer el concepto de evemerismo, una interpretación de la mitología y el folclor según la cual todos los mitos y leyendas tienen alguna base histórica real, exagerada y deformada por el paso de los siglos. El término proviene de Evémero de Mesene, un filósofo griego del siglo IV a.C. que sostenía que los dioses debieron haber sido personajes históricos reales, hombres extraordinarios a los que se comenzó a venerar como ejemplos, y cuyas historias se fueron magnificando con el tiempo y la imaginación fantasiosa del vulgo.

 

Las teorías evemeristas sobre las hadas y los duendes se remontan por lo menos a la década de 1830, con los estudios de Sir Walter Scott, pero quien les dio cabal forma y popularizó fue el folclorista escocés David MacRitchie (1851-1925). En sus obras The Testimony of Tradition (1890) y Fians, Fairies and Picts (1893) propuso que en el Neolítico las Islas Británicas estuvieron habitadas por aborígenes pigmeos pre-célticos que pertenecían a una raza turania o mongoloide, emparentada con los pictos, los vascos y los lapones modernos. Según Ritchie, estos pigmeos habrían tenido un estilo de vida parcialmente subterráneo y habrían sido desplazados por los conquistadores celtas en la Edad del Bronces.

 

La teoría causó sensación y pronto surgieron propuestas alternativas, en especial porque muchos no estuvieron de acuerdo con la propuesta de que los pictos fueran pigmeos. El clérigo y anticuario inglés Sabine Baring-Gould (1834-1924), por ejemplo, sostenía que dicha raza prehistórica no debía ser de origen mongólico, sino mediterráneo.

 

El aquelarre, arte de Francisco de Goya

Otra autora que contribuyó a la discusión fue la antropóloga Margaret Alice Murray (1863-1963), autora del famoso libro The Witch Cult in Western Europe, (1921) en el que proponía que los aquelarres de brujas eran en realidad cultos paganos clandestinos que sobrevivieron a lo largo de la Edad Media gracias a sociedades secretas de mujeres, y que sus creencias religiosas les habían sido heredadas por las de los primitivos habitantes de Europa:

 

“La raza enana que habitó Europa en un tiempo ha dejado pocos vestigios concretos, pero ha sobrevivido en innumerables historias de hadas y elfos. Sin embargo, no se sabe nada de las creencias religiosas y los cultos de estos pueblos primitivos, excepto el hecho de que cada siete años hacían un sacrificio humano a su dios (‘Y cada siete años pagan el diezmo al infierno’) y que, como los Khonds [un pueblo de cazadores-recolectores de la India], robaban niños de las razas vecinas y los criaban para que fueran sus víctimas. Todos los estudiosos del folclor feérico saben que existe una fuerte conexión entre las brujas y las hadas. Sugiero que el culto a las hadas o raza primitiva sobrevivió hasta hace menos de trescientos años, y que las personas que lo practicaban eran conocidas como brujas. Ya he señalado que muchas de las creencias y prácticas de las brujas coinciden con las de una raza enana existente, a saber, los lapones.”

 

Estas ideas calaron bastante en la cultura popular de la Era Victoriana, tan ávida de misticismo. La teoría del “culto de las brujas” dio un fuerte impulso al nacimiento de los cultos neopaganos, como la Wicca. Vaya, estas ideas todavía están vivas entre los círculos esotéricos. En un libro bastante reciente que encontré por casualidad, The Lost History of the Little People (2013), la autora Susan Martinez resucita el mito, pero como esto es New Age, le da un cariz positivo a la Gente Pequeña. La sinopsis del libro lo describe así:

 

"Vinculando las altas civilizaciones del Pleistoceno con la Edad Dorada de la Gran Gente Pequeña, Susan Martinez revela cómo esta raza perdida fue expulsada de su hogar original en el continente de Pan (conocido en el mito como Mu o Lemuria) durante el Gran Diluvio de las leyendas globales. Siguiendo el idioma madre de Pan, Martinez descubre la unidad original de la humanidad en las raíces comunes de palabras clave y símbolos sagrados, incluyendo la birreta escarlata de los cardenales católicos, y muestra cómo los Pequeños Trabajadores Sagrados influenciaron a las tribus primitivas que encontraron en la diáspora posterior al diluvio, lo cual condujo al surgimiento de la civilización. Examinando los sitios de la cultura de los montículos en América del Norte, incluyendo los restos de adultos diminutos encontrados allí, ella explica que estos imponentes montículos no eran sitios funerarios, sino los santuarios y hogares de la Gente Pequeña.

 

Basándose en la intrigante evidencia mundial de túneles de pigmeos, aldeas de enanos, flechas de elfos y pequeños ataúdes, Martínez revela a la Gente Pequeña como el verdadero eslabón perdido de la prehistoria, que más tarde fueron santificados y recordados como dioses en lugar de los mortales que realmente eran."

 

El cáliz de Aegerup, arte de Richard Doyle

Volviendo a los años entre los siglos XIX y XX, quien más prolíficamente bebió de estas aguas fue Arthur Machen, como les platiqué en aquel otro ensayo. El galés tuvo una gran influencia tanto en Lovecraft como Howard. El primero también tomó mucho de Murray, y así trabajó con la premisa de que existen cultos antiquísimos, de orígenes muchas veces prehumanos, que sobreviven escondidos al día de hoy. Howard, por su parte, siguió casi al pie de la letra la caracterización de la Gente Pequeña hecha por Machen, y parece que no conoció la obra de Murray hasta que Lovecraft le habló de ella.

 

Gracias al mencionado ensayo de Derie supe de la existencia de otro cuento de Howard, La raza perdida (The Lost Race, 1927), no incluido en la antología de Del Rey. Trata de Cororuc, un guerrero britano que, huyendo de sus enemigos, cae en las manos de los pictos. Como la Gente Pequeña en otros relatos, aquí los pictos son caracterizados como una raza pigmea, que habita bajo tierra y posee tecnología neolítica. Habían sido empujados bajo las colinas por los conquistadores celtas y ahora siempre que podían se desquitaban con ellos. Pero en este cuento los pictos son completamente humanos, aunque de baja estatura; son inteligentes y articulados, para nada las criaturas horrendas que veríamos después. Son un pueblo orgulloso, fiero, hábil y trabajador. También son honorables; Cororuc es liberado cuando los pictos descubren que poco antes había salvado la vida a uno de los suyos.

 

En ese mismo relato, Howard distingue entre las tribus celtas de Caledonia (actual Escocia) que más tarde adoptaron el nombre de pictos y los pigmeos originales, que son los que originaron las historias de elfos, enanos y hadas. También de paso atribuye el origen de las leyendas sobre ogros al recuerdo de los neandertales. Esto de que los pictos eran pigmeos está tal cual en la obra de MacRitchie, quien a su vez se basa en crónicas medievales.

 

Picto en un grabado británico del siglo XIX

Aquél no es realmente un relato de horror, y apenas si se puede clasificar como de fantasía oscura. Claramente se cuece aparte de los demás, excepto por eso de eso de relacionar a los pictos con los duendes. El primero en el que aparecen nuestros monstruos enanos es La Gente Pequeña (1928), en el que Howard también plantea que los pictos, junto con los vascos y los lapones, pertenecían a la misma raza chaparra que dio origen a las aterradoras criaturas enanas.

 

Sin embargo, en el siguiente cuento sobre el mismo tópico, Los Hijos de la Noche (1931), Howard pone en boca de un personaje la aclaración de que los mediterráneos no pueden ser el origen de la leyenda, sino que debió haber otra raza, menos que humana, y más antigua. ¿Qué pasó entre un cuento y el otro? Bueno, precisamente que Howard inició correspondencia con Lovecraft, y que fue éste quien le explicó, en una carta que le dirigió en julio de 1930:

 

“Como estos bellos celtas nórdicos encontraron una raza más pequeña y oscura en Gran Bretaña e Irlanda, hay quienes tienden a confundirse y a suponer que las leyendas sobre la ‘gente pequeña’ aluden a un contacto con esos aborígenes oscuros. Sin embargo, esto puede refutarse claramente mediante el análisis de los mitos, pues estos comparten invariablemente con los mitos del continente paralelo las características específicas (o rastros de estas características) de que la ‘gente pequeña’ es esencialmente repulsiva y monstruosa, subterránea en sus hábitos de vida y dada a una extraña clase de discurso silbante. Ahora bien, este tipo de cosas no se aplica a los mediterráneos, que no son anormales ni repulsivos desde el punto de vista nórdico (ya que son muy similares en sus características), que no vivían bajo tierra y cuyo lenguaje (posiblemente de una rama perdida, pero posiblemente proto-camítico, camítico o incluso semítico) difícilmente podría haber sugerido el silbido. La probabilidad inevitable es que todos los nórdicos se encontraron con este antiguo linaje mongoloide en una fecha muy temprana, cuando compartía el continente con los mediterráneos que se extendían hacia el norte y con los restos de otras razas paleolíticas y neolíticas ahora perdidas para la historia; y que después de la conquista subsiguiente, los mongoloides derrotados se refugiaron en bosques profundos y cuevas, y sobrevivieron durante mucho tiempo como enemigos malignamente vengativos de sus enormes y rubios conquistadores, llevando a cabo una guerrilla de hostigamiento y hundiéndose tan bajo en la escala antropológica que se convirtieron en sinónimo de terror y repulsión.”

 

Puck y las hadas, de Joseph Noel Patton

Howard tomó nota y en sus cuentos posteriores hizo la corrección. De hecho, en Los Hijos de la Noche el personaje de Aryaya, que es britano, y por lo tanto celta, contrasta a los pictos con los horrorosos pigmeos:

 

“Los pictos eran distintos de nosotros en aspecto general, siendo más pequeños de talla y oscuros de cabellera, ojos y piel, en tanto que nosotros éramos altos y fuertes, con cabello rubio y ojos claros. Pero, pese a todo eso, eran de nuestra misma especie. Estos Hijos de la Noche no nos parecían humanos, con sus cuerpos deformes y enanos, piel amarillenta y rostros horrendos. Sí... eran reptiles... escoria.”

 

El resto es historia. Para este relato, Howard ya había dado forma definitiva a sus criaturas, y probablemente ya había concebido el proceso de regresión evolutiva que retrataría a lo largo de su trilogía. Que, por cierto, éste es el añadido más importante del texano al mito de la Gente Pequeña: no sólo es horrible, sino que se va degenerando paulatinamente hasta convertirse en una especie de reptiles monstruosos (a Howard le repugnaban las serpientes como a Lovecraft los mariscos).

 

Este concepto es otra constante en la obra del texano, y en general en la literatura popular después de Darwin. El naturalista inglés había demostrado que no existen diferencias esenciales entre lo animal y lo humano, sino que hay un continuo gradual. Implícito estaba que también entre lo humano y lo animal hay sólo un paso, y que el retorno a la bestialidad era una posibilidad en los caminos de la evolución.

 

A estas alturas quizá me quieran decir: “Muy interesante, profe, pero ¿hay algo de cierto en todo esto?”. Y la respuesta es: NO. El enfoque evemerista de la mitología se considera superado por simplista e ingenuo. No hay evidencias de ninguna población pigmea en Europa y ciertamente los pictos no lo eran. Tampoco hay, por cierto, evidencias de cultos paganos clandestinos preservados por sociedades secretas. Son puras patrañas. Pero patrañas divertidas. ¿Y no es eso la verdad? La verdad, no…

 

EL VERDADERO MONSTRUO

Litografía alemana de 1911

Si todo esto de turanios, mediterráneos, celtas, pictos y demás les confunde, no se preocupen que ahorita lo explico. Miren, según la antropología del siglo XIX, la humanidad podía dividirse en razas. En aquella época se concebía que los miembros de una raza compartían no sólo características físicas visibles, sino un mismo temperamento y mente. Además, a cada raza corresponde una cultura, lengua e historia esencialmente vinculadas a su biología. Esta mentalidad concibe una continuidad ininterrumpida entre las poblaciones de hace miles de años y sus descendientes; incluso si hay migraciones, las razas se van moviendo como si fueran un solo organismo.

 

La teoría clásica dividía a la humanidad en tres grandes razas: caucásica, negroide y mongoloide. La caucásica se dividiría a su vez en la aria, la semítica y la camítica. La aria se divide luego en la nórdica, la alpina y la mediterránea. La nórdica se puede dividir entre céltica y teutónica. Y así y así. Para la gente que inventó todo esto, obviamente la raza aria, nórdica y teutónica era la superior a todas. Como esto no tiene base científica alguna, excepto el afán de justiciar la conquista y dominio de unos pueblos sobre otros, cada autor podía inventar las clasificaciones que se le diera la gana. Así se propuso la existencia de una “raza turánida”, entre la caucásica y la mongoloide, que abarcaría a pueblos de Europa oriental y Asia central como los turcos, magiares, tártaros, etcétera.

 

Hoy el concepto de “raza” no tiene validez en la biología; no es el nombre de ninguna categoría en la taxonomía de los seres vivos, y sólo se usa en veterinaria para hablar de las variedades de animales domésticos creadas por la selección artificial (perros, caballos, ganado, etc.). La American Association of Biological Anthropologists emitió en 2019 un comunicado en el que aclara:

 

"La creencia en las razas como un aspecto natural de la biología humana y las inequidades institucionales y estructurales (racismo) que han surgido junto a estas creencias en contextos coloniales europeos son de los elementos más dañinos en las sociedades humanas."

 

Ilustración del siglo XIX

En ciencias sociales se habla de “grupos étnicos”, que es un constructo social en el que intervienen no sólo la herencia genética, sino la lengua, la cultura y la historia compartidas; sobre todo, cuenta mucho cómo un grupo étnico se define a sí mismo y cómo sus vecinos lo distinguen de los demás.

 

Claro, como las personas suelen arrejuntarse y hacer bebés con quienes tienen cerca y hablan su mismo idioma, los grupos étnicos tienden a compartir cierta ascendencia genética. Pero como los seres humanos desde siempre han migrado, comerciado, viajado o conquistado de un lugar a otro, no existe grupo que no tenga una mescolanza de genes. El canal Pero eso es otra historia tiene un estupendo video al respecto.

 

En fin, cuando los europeos descubrieron la familia lingüística indoeuropea, que abarca lenguas tan distantes entre sí como el latín, el griego, el alemán, el ruso, el persa y el sánscrito, junto con todas sus derivadas, pensaron que era prueba de que todos los pueblos que hablaban dichas lenguas provenían de una misma “raza”. Y como algunas lenguas habladas en Europa (vasco, finés, sami…) no formaban parte de esa misma familia, asumieron que sus hablantes eran de otra raza.

 

De la misma forma, se quiso incluir en aquella hipotética raza a los misteriosos pictos, un pueblo cuya historia fascinó a Howard por muchos años. Hoy sabemos que éstos en realidad eran celtas (y, por lo tanto, indoeuropeos), y que en cualquier caso lo más probable es que no constituyeran un solo pueblo homogéneo, sino que era un nombre genérico que los romanos dieron a las tribus no conquistadas de Caledonia. Pero Howard podía aprovechar ese vacío en el conocimiento para inventarles a los pictos un lore fantástico que se extendía desde tiempos de Atlántida, pasando por la Edad Hyboria, y hasta la histórica Edad de Hierro con Bran Mak Morn.

 

Como les decía, todo este mumbo-jumbo pseudocientífico tenía el propósito de servir como justificación para la conquista, el colonialismo, la esclavitud, la desigualdad, la segregación y demás cosas chulas que hace la gente blanca si la dejas sola cinco minutos. Bien, pues si la teoría evemerista de MacRitchie tuvo éxito es porque casaba perfectamente con el ambiente cultural en el que se daba por verdadero el racismo científico.

 

La teoría de MacRitchie sobre una raza desplazada coincidía con una concepción de la historia como una inacabable serie de conquistas y exterminios por parte de razas superiores contra las inferiores. Lo que es más, racializaba a las hadas y los duendes. Las convertía de seres mágicos y etéreos en un elemento étnico extraño.

 

Arte de Gary Gianni

Robert E. Howard era un racista. No lo digo a la ligera. Estamos hablando de alguien que celebraba los linchamientos contra los negros, y que proponía hacer lo mismo para mantener bajo control a otras poblaciones dominadas por los blancos alrededor del mundo. Era altisonantemente racista, incluso para su época. No es nada más que aceptara, como la mayor parte de la gente blanca de su época, las ideas pseudocientíficas sobre la raza. Eran sumamente importantes para él, formaban una base fundamental de su visión del mundo e informaban su obra de ficción. Su ascendencia celta (irlandesa y escocesa) lo llenaba de orgullo y es imposible entender su obra sin tener esto en cuenta. Él creía que cada raza tiene sus características esenciales inherentes y perennes, que había unas superiores a otras y que lo natural era que las primeras dominaran, desplazaran o de plano exterminaran a las segundas.

 

¿Recuerdan aquella carta de Lovecraft que cité más arriba? Bueno, Howard respondió a ella así en agosto de 1930:

 

“Veo fácilmente la verdad de tus observaciones, de que una raza mongoloide debe haber sido responsable de los mitos de la Gente Pequeña, y te agradezco sinceramente la información. Así como el mongol actual es más o menos repulsivo en apariencia para el ario actual, ¡cuánto más debe haber repelido el tipo primitivo o retrógrado de mongoloide al ario original, que probablemente era superior en belleza física al moderno!”

 

O sea, Howard sentía repugnancia por los asiáticos (“mongoloides”) y asumía que esa emoción no era resultado de su mentalidad racista, sino una reacción natural, un sentimiento que su propia raza siempre había tenido hacia aquella otra.

 

Arte de Sam Inabinet

Sobre todo, a Howard le repugnaba el mestizaje. Consideraba que éste debilita la pureza de las razas (otra cosa en la que coincidía con Lovecraft). En Los Gusanos de la Tierra dedica estas líneas a la pureza racial de Bran Mak Morn, cuyo derecho real descansaba precisamente en esa pureza:

 

“No era que la gente común de Caledonia fuera totalmente de sangre pura; sus cuerpos rechonchos y miembros macizos provenían de una primitiva raza teutónica que se había abierto paso hasta la punta norte de la isla incluso antes de que la conquista celta de Inglaterra fuera completada, y había sido absorbida por los pictos. Pero los jefes del pueblo de Bran habían guardado su sangre de impurezas extranjeras desde los albores del tiempo, y él en persona era un picto de puro linaje de la Vieja Raza. Pero estos hombres de los pantanos, arrollados repetidamente por los conquistadores britanos, gaélicos y romanos, habían asimilado sangre de cada uno de ellos, y en el proceso casi habían olvidado su lengua y linaje originales. Pues Bran provenía de una raza muy vieja, que se había extendido sobre la Europa occidental en un vasto Imperio Oscuro, antes de la llegada de los arios, cuando los antepasados de los celtas, los helenos y los germanos eran un solo pueblo original, antes de los días en que las tribus se dividieron y emigraron hacia el oeste. Sólo en Caledonia, rumiaba Bran, había resistido su pueblo la inundación de la conquista aria.”

 

Pero si la mezcla entre razas caucasoides le parecía indeseable, la mezcla entre éstas y las mongoloides o negroides le parecía abominable. En sus cuentos la existencia de personajes o poblaciones mestizas es siempre motivo de horror, como la bruja Atla en Los Gusanos de la Tierra. Y en La Piedra Negra se expresa así:

 

“Pero otra mirada me hizo comprender que aquellas gentes no eran de Stregoicavar. Eran más bajos de estatura, más rechonchos, tenían la frente más deprimida, la cara más ancha y abotargada. Algunos poseían rasgos eslavos y magiares, pero dichos rasgos se veían degradados por la mezcla con alguna raza extranjera más baja que no me era posible clasificar. Muchos de ellos vestían con pieles de bestias feroces, y todo su aspecto, tanto el de los hombres como el de las mujeres, era de una brutal sensualidad.”

 

Arte de Greg Staples

De forma consciente o inconsciente, hay paralelismos entre esta narrativa sobre la Gente Pequeña y la forma en la que los europeos veían a los pueblos colonizados. Los Hijos de la Noche habían sido conquistados y desplazados por los arios, tal como había sucedido en Asia, África, América y Oceanía con muchos otros pueblos. Y eso significa que el pueblo conquistador se encontraba ahora entre esos seres inferiores y perversos (“mitad niños, mitad diablos” como expresara Rudyard Kipling en su infame poema La carga del hombre blanco), y corría el riesgo de contaminarse cultural y racialmente por ellos. El miedo a que “los salvajes” rapten y violen a las mujeres blancas es una constante en el pensamiento colonial. Pero la Gente Pequeña es todavía más aterradora porque no está allá lejos en los exóticos territorios conquistados, sino en el mismo hogar de los conquistadores. Por todas partes en estos relatos, el miedo que expresa Howard es puro horror racial.

 

Hey, no estoy diciendo que “cancelemos” a Howard. Cthulhu sabe que yo no dejaré de leerlo, como tampoco he dejado de leer a su compañero de racismo Lovecraft. Pero por un lado entiendo que haya personas que prefieran no tener nada que ver con él. Y por otro lado creo que para hacerlo hay que estar muy conscientes de que muchas de sus ideas son perniciosas o de plano malignas, y que ni siquiera están de fondo, sino que forman parte central de sus argumentos.

 

Miren, el cuento Los Hijos de la Noche termina con O’Donnel echando el siguiente despotrique contra su antiguo amigo Ketrick tras descubrir que llevaba la sangre de la Gente Pequeña:

 

“Pues vengo de una raza real, y un ser tal es un continuo insulto y una amenaza, como una serpiente debajo del pie. La mía es una raza regia, aunque ahora se haya degradado y caiga en la decadencia por la mezcla continua con razas conquistadas. Las oleadas de sangre ajena han teñido de negro mi pelo y han oscurecido mi piel, pero aún tengo la estatura señorial y los ojos azules de un rey ario. Y como mis antepasados... como yo, Aryara, destruí a la escoria que se retorcía bajo nuestros talones, así yo, John O'Donnel, exterminaré a esa criatura reptilesca, el monstruo surgido de la mancha viperina que tanto tiempo durmió sin ser detectado en limpias venas sajonas, el vestigio que las cosas-serpiente dejaron para macular a los Hijos de Aryan. Dicen que el golpe recibido afectó mi mente; sé que no hizo sino abrirme los ojos. Mi antiguo enemigo camina a menudo en solitario por los páramos, atraído, aunque quizá lo ignore, por impulsos ancestrales. Y en uno de esos paseos solitarios le encontraré, y cuando le encuentre romperé su sucio cuello con mis manos al igual que yo, Aryara, rompí los cuellos de las sucias criaturas nocturnas hace mucho, mucho tiempo.”

 

Arte de David Ireland

Este párrafo me parece lo más aterrador de cuanto leí de Howard para escribir este ensayo. Vean la forma deshumanizante en la que se expresa de su congénere, cuya única falta es tener ancestros de entre la Gente Pequeña. Ése sólo hecho, del cual Ketrick no tiene culpa alguna, lo que lo vuelve aborrecible a los ojos de O’Donnel. El narrador no duda por un segundo que toda la perversidad de la Gente Pequeña reside en Ketrick. Después de todo, las características morales son inherentes a las razas, y una sola gota de sangre basta para contaminar un linaje. Ésta es la misma retórica con la que los supremacistas siempre se han expresado sobre los grupos “indeseables”; todavía hoy se expresan así. Éste es el lenguaje del genocidio.

 

La pregunta es: ¿qué debemos entender aquí? ¿Cuál era la intención de Howard? ¿Nos presenta este momento para que consideremos demente a O’Donnel? ¿El horror está en cuánto ha descendido por completo a la locura y esté acariciando la idea del homicidio? ¿O pretende acaso dar la razón a O’Donnel? ¿Quiere que su público lector, tan blanco como él, comparta el horror por la impureza racial, por esos invasores de sangre que se encuentran escondidos entre su tribu?

 

Quisiera pensar que es lo primero, pero conociendo al autor, me inclino por lo segundo. No olvidemos que en La Piedra Negra también se presenta como algo positivo el exterminio de los mestizos habitantes de Stregoicavar En todo caso, resulta lo más aterrador de todo, ¿no? Ultimadamente, no existen enanos que salgan de las cavernas para robar mujeres y niños. Pero sí hay gente difundiendo bulos sobre migrantes y minorías raciales que supuestamente hacen eso. Howard expresaba sus rancios miedos raciales. A mí me da miedo que todavía haya gente que piensa como él.

 

CONCLUSIONES

Goblins en El Hobbit (2012)


Uff, eso escaló bastante rápido. Yo nomás quería recomendarles unos cuentos de miedo para esta Temporada de Sustos, pero una cosa me llevó a la otra y acabé escribiendo este mamotreto. No me arrepiento, pues hemos aprendido mucho, ¿no? Por eso me gusta descender por agujeros de conejo y descubrir hasta dónde llevan; puedes empezar por algo muy sencillo y acabar en cuestiones muy profundas.

 

Arthur Machen envuelve a su Gente Pequeña en misterio y las vincula más estrechamente con lo sobrenatural; son verdaderos monstruos de cuentos de miedo. Las criaturas de Howard se sienten más físicas, más biológicas, y son enemigos a los que nuestros heroicos guerreros bárbaros pueden vencer. Así, quedan a medio camino entre los monstruos de Machen y los goblins que se volverían recurrentes en la literatura fantástica posterior. Hoy en día los autores de fantasía juegan a deconstruir el arquetipo del goblin como un ser necesariamente perverso, y en cambio lo retratan como una raza con su propia cultura y valores, diferentes a los humanos, pero no por ello maligno. Se trata, pues, de humanizar al “otro”, algo que resultaría inconcebible para alguien con la cosmovisión de Howard. ¿Y qué pensaría él de todo ese porno de goblins?

 

Estos cuentos de Howard me impactaron porque resulta que los duendes siempre me han dado mucho miedo. Más que ninguna otra criatura sobrenatural, la “gente pequeña” protagonizó mis pesadillas infantiles. Consecuencias de crecer en Tabasco, supongo. A lo mejor a ustedes les parezca medio ridículo el asunto. A lo mejor no. Si les gusta la fantasía oscura y el lenguaje tan racista del texano no es un dealbreaker, sí les recomiendo leerlos, en especial de noche y en el campo, en algún lugar rodeado de vegetación, donde pueden esconderse cosas de las que quizá no tenemos idea…

 

Creepypasta: Supuesto duende real captado por una cámara

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