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El mercado de los goblins, arte de Hilda Koe |
LA SOMBRA DE MACHEN
Duendes, elfos, hadas, gnomos, goblins, gremlins, chaneques,
aluxes… Muchas culturas alrededor del mundo tienen leyendas acerca de la “gente
pequeña”, criaturas parecidas a humanos en algunos aspectos, pero
horrorosamente distintas en otros. Pueden ser traviesas o terribles, o sólo
incompresibles, pero las personas de bien prefieren evitar su encuentro.
Habitan los bosques, las cavernas y los lugares salvajes, donde a veces se
pierden chicos y doncellas. Sus historias se susurran en noches tenebrosas
entre los niños y los adultos menos incrédulos. Pero, ¿de dónde vienen estas
historias? ¿Por qué están tan difundidas en todo el globo? ¿Tienen acaso alguna
base de verdad?
Como les platiqué hace
algún tiempo, el escritor galés Arthur Machen (1863-1947) escribió varios
cuentos de terror en el folclor céltico sobre la gente feérica. Los relatos de
Machen se basan en la premisa de que, en tiempos prehistóricos, vivió en el
Viejo Continente una raza humanoide. Sus miembros son feos, chaparros,
de piel cetrina y ojos rasgados. Retrocediendo ante el avance de los arios,
esta antigua gente tuvo que retirarse hacia los sitios más remotos, donde
algunas poblaciones todavía sobreviven. Estos seres son perversos y hostiles a
nuestra especie; si tienen la oportunidad de dañar o eliminar a algún ser
humano, lo harán, y con lujo de crueldad. También pueden procrear con nosotros,
produciendo híbridos.
Machen fue una gran influencia para el desarrollo de la
literatura de terror del siglo XX. Tal como les prometí en aquella ocasión, hoy
hablaremos de la obra de uno de sus sucesores espirituales, el texano Robert
E. Howard (1906-1936). Sobre todo conocido y admirado como creador de Conan
el Bárbaro, y realmente de todo el subgénero de espada y hechicería,
Howard fue un prolífico autor de cuentos fantásticos y de aventuras. Fue amigo
cercano de H.P. Lovecraft (1890-1937), con quien compartió páginas en la
revista pulp Weird Tales, tan importante para el desarrollo de la
ficción fantástica.
Howard mismo era todo un personaje en el que se conjugaban
anhelos contradictorios. Niño enfermizo y ratón de biblioteca, en su corta vida
adulto luchó por convertirse en un “hombre de verdad”, practicando el boxeo y
el fisiculturismo, y pasando mucho tiempo al aire libre. Espíritu sensible con
vocación de poeta, estaba también convencido de la superioridad del instinto
salvaje sobre la vida civilizada. Como su amigo Lovecraft, era un espíritu
atormentado; es claro que padecía una depresión crónica que él mismo no
entendía, y que finalmente lo llevó a quitarse la vida a los treinta años de
edad.
Entre sus muchas historias de bárbaros, piratas, vaqueros y
demás arquetipos de rudeza masculina, Howard también nos dejó un rico legado
de cuentos de terror. De éstos quiero hablar hoy, concretamente, de los que
conciernen a la Gente Pequeña (así, como nombre propio, cual lo escribe el
autor) a la que nos introdujo Machen. El siguiente ensayo inició como una serie
de recomendaciones literarias, pero como de costumbre acabé clavándome con folclor
europeo, teorías antropológicas descartadas y racismo científico.
Atásquense que hay lodo…
LOS CUENTOS DE HOWARD
Mientras escribo esto tengo frente el volumen titulado The
Horror Stories de Robert E. Howard, editado por Del Rey, que contiene
más de 50 piezas escritas por el texano. El libro es un tesoro en sí mismo,
ilustrado maravillosamente por Greg Staples. Pueden descargar el PDF por
acá. En español, la editorial Valdemar tiene unas ediciones
chulísimas que reúnen más o menos los mismos textos.
Elegí seis relatos de ese volumen, porque son los que tratan del tema que nos truje. Pueden leer casi todos en español, si hacen click en sus respectivos títulos:
- La Gente Pequeña (1928)
- Los Hijos de la Noche (1931)
- La Piedra Negra (1931)
- El pueblo de la oscuridad (1932)
- Los Gusanos de la Tierra (1932)
- El valle de los perdidos (1967)
Vamos con unas rápidas síntesis de cada uno, sin revelar
demasiado por si se les antoja leerlos:
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Arte de William Stout |
La Gente Pequeña (The Little People) escrito
alrededor de 1928, no fue publicado en vida de Howard, sino que apareció hasta
1970, en una revista llamada Coven 13. El manuscrito carecía de título,
y el nombre con el que se le conoce ahora le fue dado por los editores de la
revista. Además, una página completa se ha perdido para siempre. El relato
trata de una pareja de jóvenes hermanos estadounidenses de viaje por las Islas Británicas.
Tras leer el cuento de Machen, La pirámide resplandeciente, y discutir
sobre su posible inspiración en hechos históricos, la hermana menor se aventura
sola en la noche hacia un antiquísimo círculo de monolitos. Ahí es sorprendida
por la horrible Gente Pequeña y es su hermano mayor quien tiene que rescatarla.
Los Hijos de la Noche (The Children of the
Nigth): fue publicado por primera vez en el número de abril-mayo de 1931
de Weird Tales. Una noche, un grupo de educados caballeros discute de
temas antropológicos; en concreto, de inusuales hallazgos de armas neolíticas
en Gales, y de la teoría según la que leyendas sobre la Gente Pequeña provienen
de recuerdos de una antigua raza que pobló las Islas Británicas. Uno de los
invitados, Ketrick, prueba blandir un hacha de piedra, y sin querer golpea con
ella a O’Donnell, nuestro narrador, quien pierde el conocimiento. O’Donnell se
ve transportado a otra época, al cuerpo y la vida de Aryara, un guerrero britano
de la Edad del Bronce, que combate contra los horrorosos Hijos de la Noche. Al
recuperar el sentido y volver al presente, O’Donnell parece trastornado, y reconoce
en su viejo amigo Ketrick un híbrido abominable, que le causa repugnancia y
odio que no puede controlar.
La Piedra Negra (The Black Stone): apareció
en Weird Tales en noviembre de 1931 y es considerado uno de los mejores
cuentos lovecraftianos. Narra la historia de un hombre que viaja hasta el
remoto pueblo de Stregoicavar, en Hungría, para conocer la Piedra Negra, de la
cual ha leído en la Unaussprechlichen Kulten de Friedrich Wilhelm von Junzt
y en la obra del poeta loco Justin Geoffrey. Estos autores ficticios y sus
obras son de las aportaciones más importantes de Howard a los Mitos de Cthulhu,
y tanto Lovecraft como otros autores las mencionarían con frecuencia. El relato
sugiere que la titular Piedra Negra, un monolito en medio del bosque que
presenta extrañas tallas, formaba parte de horrendos rituales llevados a cabo
primero por la Gente Pequeña, y luego por los híbridos habitantes de
Stregoicavar, hasta que éstos fueron exterminados por los otomanos en el siglo
XVI. Nuestro protagonista comete la osadía de pasar la noche del solsticio de
verano frente a la Piedra Negra y atestigua, medio en sueños, una especie de
representación fantasmagórica de los rituales que allí se llevaban a cabo siglos
antes, con todo y la presencia del dios batracio al que se le rendía culto.
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Arte de Paul Lehr |
El Pueblo de la Oscuridad (People of the Dark):
vio la luz en junio de 1932 en Strange Tales, competidora de la casa
habitual de Howard. Tiene una premisa muy similar a Los Hijos de la Noche
y hasta el narrador usa ese mismo nombre para referirse a la gente pequeña. Un
hombre llamado John O’Brien se introduce en la denominada Cueva de Dagón para
emboscar a Richard Brent, su rival por el amor de Eleonor Bland. Tras tropezar
en la penumbra, O’Brien se da un golpe en la cabeza y tiene una regresión a
otra vida en la que fue Conan, un guerrero gaélico de los que solían saquear
los poblados britanos. En vida pasada también existieron Brent como Vertorix, y
Eleonor como Tamera, una pareja de amantes britanos. Huyendo de la ira y
lujuria del gaélico, los novios se esconden en la Cueva de Dagón, pero Conan no
tarda en entrar tras ellos. Allí, ante el horror de los Hijos de la Noche, los
enemigos tribales tendrán que unir sus fuerzas si quieren sobrevivir. De vuelta
en el presente, O’Brien se ve en la oportunidad de compensar por el mal que en una
vida anterior le había hecho a la joven pareja, salvándolos de una abominación
reptante, último vestigio del Pueblo de la Oscuridad.
Los Gusanos de la Tierra (Worms of the Earth)
es celebrado como uno de los mejores relatos de Howard. Publicado en noviembre
de 1932 en Weird Tales, está protagonizado por uno de los antecedentes
de Conan, el rey picto Bran Mak Morn. Se ambienta en tiempos de la dominación
romana de las Islas Británicas, cuando el pueblo picto era percibido por las
legiones de Roma como una amenaza salvaje proveniente del gélido norte más allá
del Muro de Adriano. En el cuento, Bran quiere vengarse de Titus Sulla, el
gobernador militar de Eboracum (actual York), por afrentas cometidas contra el
pueblo picto, pero sabe que no puede acercarse a él ni atacarlo de frente.
Entonces roba una Piedra Negra de los Hijos de la Noche para obligarlos a
raptar a Sulla y llevarlo ante su presencia. Los monstruosos subhumanos cumplen
su parte del trato, siendo fácil para ellos moverse por ignotos túneles
subterráneos. Bran se da cuenta muy tarde de que el precio por pactar con la Gente
Pequeña es quedar para siempre mancillado por tal abominable acción.
El valle de los perdidos (Valley of the Lost)
es otro relato póstumo, publicado en 1967 en la revista Startling Mystery
Stories. Aquí Howard fusiona su mitología sobre la Gente Pequeña con otro
de los subgéneros que trabajó con maestría: el weird western.
Básicamente, Howard traslada a sus Hijos de la Noche a las tierras de
Norteamérica, donde fueron vencidos y enviados al subsuelo por los nativos
americanos. Huyendo de unos enemigos, un incauto vaquero llamado John Reynolds
se esconde en una cueva, ubicada en un valle del que los indios susurran que
está maldito. Fatídicamente, Reynolds cae en una trampa y penetra profundo bajo
la tierra, donde encuentra una población de homúnculos reptiloides, que
mediante magia y telepatía le comunican la historia de su horrible raza.
DE CTHULHU A CONAN
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Arte de Michael Peters |
Estos cuentos tienen muchos aspectos de interés para
analizar. Podríamos, por ejemplo, explorar cómo se vinculan con los Mitos de
Cthulhu. Seguro los fans del maestro de Providence notaron que se mencionó
a Dagón, una de las entidades más famosas creadas por Lovecrat. El nombre de
este dios antiguo también aparece en Los Gusanos de la Tierra, para
referirse lugares como el Túmulo de Dagón, relacionado con la Gente Pequeña, y
la Laguna de Dagón, donde vive un monstruo acuático desconocido. En ese mismo
cuento se menciona la ciudad hundida de R’lyeh, donde Cthulhu yace
eternamente. El infame Necronomicón es mencionado, junto con otros
libros ficticios en Los Hijos de la Noche. Y así, y así…
También podríamos ver cómo en estos cuentos se va perfilando
el arquetipo que llegaría a convertirse en la creación más famosa de Howard, Conan
el Bárbaro, que encarna las fantasías del autor sobre poder y masculinidad.
Una y otra vez nos encontramos con estos hombres de hierro, curtidos por la
vida salvaje, superiores en todo sentido a la gente civilizada, incluso a los
atletas y los militares, y que desprecian toda suavidad y sofisticación.
Sobra decir que estas fantasías de Howard no se basan
en la realidad; sus gigantes hipermusculosos no podrían existir entre
civilizaciones preindustriales, no digamos preagrícolas, cuando no eran
accesibles las calorías ni proteínas suficientes. La vida nómada y las
precariedades no crean titanes, sino que desgastan a las personas y las llevan
a tener existencias breves. Si vemos a los actuales pueblos de
cazadores-recolectores, no hallaremos quien se vea como un fisiculturista o un
artista marcial moderno. Esto es lo que el historiador Bret Deveraux llama “el
espejismo Fremen”, y no es más que ideas muy modernas y muy occidentales
sobre cómo deben ser los “hombres de verdad”, proyectadas hacia el pasado y los
pueblos “bárbaros” y exageradas hasta su máxima potencia. Es un tema muy
interesante del que de deberemos tratar en otra ocasión.
De hecho, ése es uno de los aspectos que alejan estos
relatos del terror puro y los colocan dentro de la fantasía oscura. Para que la
fantasía de poder masculina de Howard esté completa, sus protagonistas no
pueden sentir temor; son demasiado machos para ello. Pueden actuar con
cautela y sentir repugnancia, pueden preocuparse por una mujer amada en
peligro, pero nunca estar asustados. Contra los horrores del mundo oculto, sus
guerreros luchan sin cuartel, y si caen, lo hacen con espada en mano. Resulta
difícil para quien lee contagiarse del miedo si el protagonista no lo
experimenta.
Por cierto, habrán notado que el nombre del guerrero gaélico
en El Pueblo de la Oscuridad es Conan; además su descripción física
coincide con la de nuestro querido cimerio. En efecto, el nombre Conan es de
origen celta, y según el lore de Howard, los cimerios fueron los
antepasados de los celtas en la prehistórica Edad Hyboria. En su análisis del
relato, El
Espejo Gótico, blog especializado en literatura de terror, apunta que Howard
había empezado a trabajar en su bárbaro más famoso meses antes de la
publicación de El Pueblo de la Oscuridad, y que es probable que el
texano tomara prestados rasgos del personaje al que ya estaba dando forma para
darle un protagonista a ese relato. Eso sí, nuestro Conan llegaría a ser un
personaje mucho más interesante y tridimensional que estos otros bárbaros que
le precedieron.
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Arte de Peter Habjan |
Con todo, lo que más me interesa aquí es la mitología que
Howard desarrolla respecto a la Gente Pequeña. En ese sentido, podemos decir
que Los Hijos de la Noche, El Pueblo de la Oscuridad y Los Gusanos
de la Tierra están más estrechamente ligados entre sí que con los otros
y que conforman una suerte de trilogía. Sus títulos se refieren a los
diferentes apelativos con los que se llama a las criaturas, y coinciden en la
forma de describirlas y explicar su origen. En cada relato el protagonista es
miembro de uno de los tres pueblos que habitaron las Islas Británicas y que se
enfrentaron de una forma u otra a la Gente Pequeña: un britano, un gaélico y un
picto, respectivamente.
Sobre todo, entre las tres nos muestran a las criaturas en
diferentes etapas de un largo proceso de regresión evolutiva. En tiempos
de Aryaya, en Los Hijos de la Noche, todavía tienen rasgos humanos y aún
construyen aldeas en la superficie, si bien sus edificios quedan semienterrados
y se conectan entre sí con túneles subterráneos. En tiempos de Conan, en El
Pueblo de la Oscuridad, han adoptado una vida por completo subterránea y se
han vuelto más animalescos y salvajes. En tiempos de Bran Mak Morn, en Los
Gusanos de la Tierra, han perdido gran parte de su humanidad y parecen cada
vez más cercanos a reptiles. De regreso a los inicios del siglo XX, en El
Pueblo de la Oscuridad, O’Brien encuentra al último superviviente de
aquella raza, o por lo menos de los habitantes de la Cueva de Dagón, casi completamente
convertido en una criatura viperina.
Los otros tres cuentos se cuecen un poco aparte. La
Gente Pequeña es claramente un trabajo temprano, anterior a que Howard
desarrollara por completo sus ideas, y por algo nunca lo publicó. La Piedra
Negra traslada la acción a Europa oriental, y los Hijos de la Noche
son menos importantes que sus descendientes híbridos semihumanos y los
horrorosos rituales que practican. Eso sí, se conecta directamente con nuestra
trilogía en cuanto a que en El Pueblo de la Oscuridad y Los Gusanos
de la Tierra aparecen sendas Piedras Negras. Éstas son mucho más pequeñas
que el monolito de Hungría, tanto como para ser llevadas en brazos por un
hombre, pero igualmente forman parte de la abominable religión de los Hijos de
la Noche.
El valle de los perdidos transcurre por completo en
otro continente. Aunque los humanoides subterráneos que aquí aparecen son prácticamente
el mismo tipo de criatura, hay diferencias importantes. Mientras que sus
contrapartes europeas parecían haber avanzado sólo hasta el neolítico, la
variante americana había llegado a construir grandes ciudades de piedra con
torres que ascendían hasta el cielo. Mientras que unos usaban armas de pedernal
y sigilo para atacar a sus enemigos, los otros usan con frecuencia magia oscura
y poderes psíquicos. Sufren también un proceso de regresión evolutiva tras la
invasión de los pueblos amerindios, y terminan por adoptar rasgos ofidios,
aunque la descripción de su aspecto difiere un poco de la de sus parientes en
el Viejo Mundo.
LA HIPÓTESIS ETNOGENÉTICA
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Arte de Dariusz Kieliszek |
En todos los relatos, salvo ese último, se expone la
hipótesis sobre el origen de la Gente Pequeña antes de hacer aparecer a las
criaturas. Es un artificio narrativo muy eficaz, pues antes de enfrentar al
lector con los horrores del mundo, introduce la idea más o menos plausible de
que podrían existir. En La Gente Pequeña el protagonista supone
que esta raza estaba emparentada con los pictos y otros “pueblos
mediterráneos”:
“La
‘gente pequeña’ de la que habla Machen se suponen descendientes de los pueblos
prehistóricos que habitaban Europa antes de que los celtas descendieran desde
el norte. Son conocidos de diversas formas como turanios, pictos, mediterráneos
y comedores de ajo. Una raza de personas pequeñas y de piel oscura; hoy en día,
se pueden encontrar rastros de su tipo en zonas primitivas de Europa y Asia,
entre los vascos de España, los escoceses de Galloway y los lapones.
[Los
celtas] destruyeron o esclavizaron a los pueblos mediterráneos y, a su vez,
fueron expulsados por las tribus teutónicas. En toda Europa, y especialmente en
Gran Bretaña, existe la leyenda de que estos pictos, a quienes los celtas veían
como apenas humanos, huyeron a cavernas bajo la tierra y vivieron allí,
saliendo solo de noche, cuando quemaban, asesinaban y se llevaban a los niños
para sus sangrientos ritos de adoración. Sin duda, había mucho en esta teoría.
Descendientes de personas de las cavernas, estos enanos en fuga sin duda se
refugiaron en cuevas y probablemente lograron vivir sin ser descubiertos
durante generaciones.”
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Arte de MG Kellermeyer |
En Los hijos de la noche, sin embargo, esta
versión de la teoría es directamente contrastada por una que toma a la gente
pequeña como menos que humana, claramente distinta a la raza de los pictos, y a
la que caracteriza con el calificativo de “mongoloide”:
—Pictos
—respondió Taverel—, indudablemente el pueblo conocido después como los pictos
salvajes de Galloway era predominantemente celta... una mezcla de elementos
gaélicos, címricos, aborígenes y posiblemente teutónicos. Si tomaron su nombre
de la raza más antigua o le prestaron su propio nombre a esa raza, es una
cuestión que resta por decidir. Pero cuando Von Junzt habla de pictos, se
refiere específicamente a los pueblos pequeños y morenos de sangre
mediterránea, comedores de ajo, que trajeron la cultura neolítica a Inglaterra.
Los primeros pobladores de ese país, de hecho, que hicieron surgir los cuentos
de duendes y espíritus de la tierra.
—No puedo estar de acuerdo con esa última aseveración —dijo Conrad—. Esas
leyendas confieren a sus personajes la deformidad y la inhumanidad de su
apariencia. No había nada en los pictos para suscitar tal horror y repulsión en
los pueblos arios. Creo que los mediterráneos fueron precedidos por un tipo
mongoloide, muy bajo en la escala de la evolución, de donde tales historias...
—Muy cierto —interrumpió Kirowan—, pero me cuesta pensar que precedieron a los
pictos, como les llamas, en Inglaterra. Encontramos leyendas de trolls y enanos
en todo el continente, y me inclino a pensar que tanto el pueblo ario como el
mediterráneo trajeron esas historias con ellos del continente. Esos primeros
mongoloides debían ser de un aspecto extremadamente inhumano.
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Arte de Hans Wessolowski |
En El Pueblo de la Oscuridad el narrador
reflexiona:
“La
Gente Pequeña, por supuesto, tuvo su parte en la tradición. La leyenda decía
que esta caverna era uno de sus últimos bastiones contra los celtas
conquistadores, e insinuaba túneles perdidos, caídos o bloqueados que
conectaban la cueva con una red de corredores subterráneos que surcaban las
colinas […]
Pensé
en la Gente Pequeña: me preguntaba si esos antropólogos tenían razón en su
teoría de una raza aborigen mongoloide rechoncha, tan baja en la escala de
evolución que apenas era humana, pero que poseía una cultura propia, distinta,
aunque repulsiva. Habían desaparecido ante las razas invasoras, según la
teoría, formando la base de todas las leyendas arias de trolls, elfos,
enanos y brujas. Viviendo en cuevas desde el principio, estos aborígenes se
habían retirado más y más hacia las cavernas de las colinas, desapareciendo por
completo, aunque el folclore imagina a sus descendientes todavía viviendo en
los abismos perdidos muy por debajo de las colinas, repugnantes sobrevivientes
de una edad pasada.”
En Los gusanos de la tierra Bran le dice a la
bruja mestiza Atla:
—Bien
que lo sabes —replicó él—. ¡Cierto, bien que lo sabes! Mi raza es muy vieja...
Reinó en Britania antes de que las naciones de los celtas y los helenos
nacieran del útero de los pueblos. Pero mi gente no fue la primera en Britania.
Por las manchas de tu piel, por tus ojos oblicuos, por la sangre de tus venas,
hablo sabiendo lo que digo y queriéndolo decir.
Un poco más adelante, Atla advierte a Bran:
—¡Cuidado,
rey de los pictos! Recuerda que fue tu gente la que, hace tanto tiempo, cortó
la hebra que les unía a la vida humana. Entonces eran casi humanos... Cubrían
la tierra y conocían la luz del sol. Ahora se han apartado. No conocen la luz
del sol y rehúyen la de la luna. Odian incluso a las estrellas. Muy, muy lejos
se han apartado quienes en otros tiempos pudieron ser hombres, de no ser por
las lanzas de tus antepasados.
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Arte de Mark Schultz |
Esos cuatro relatos están ambientados en las Islas
Británicas, mientras que La Piedra Negra traslada la
acción a Hungría, reafirmando la suposición de que la perversa raza de los
Hijos de la Noche alguna vez se extendió por toda Europa:
“Entonces
supe que los habitantes de Stregoicavar no son descendientes de los que
vivieron allí antes de la invasión turca de 1526. Los victoriosos musulmanes no
dejaron con vida a ningún ser humano —ni en el pueblo ni en sus contornos—
cuando atravesaron el territorio. Los hombres, las mujeres y los niños fueron
exterminados en un rojo holocausto, dejando una vasta extensión del país
silenciosa y desierta. Los actuales habitantes de Stregoicavar descienden de
los duros colonizadores que llegaron de las tierras bajas y reconstruyeron el
pueblo en ruinas, una vez que los turcos fueron expulsados. Mi anfitrión no
habló con ningún resentimiento de la matanza de los primitivos habitantes.
Me enteré de que sus antecesores de las tierras bajas miraban a los montañeses
incluso con más odio y aversión que a los propios turcos. Habló con vaguedad
respecto a las causas de esta enemistad, pero dijo que los anteriores vecinos
de Stregoicavar tenían la costumbre de hacer furtivas excursiones a las tierras
bajas, robando muchachas y niños. Además, contó que no eran exactamente de la
misma sangre que su pueblo; el vigoroso y original tronco eslavo-magiar se
había mezclado, cruzándose con una degradada raza aborigen hasta que ambos
linajes se mezclaron, dando lugar a una infame amalgama. Él no tenía la más
ligera idea de quiénes fueron esos aborígenes; únicamente sostenía que eran
‘paganos’, y que habitaban en las montañas desde tiempo inmemorial, antes de la
llegada de los pueblos conquistadores.
Di poca importancia a esta historia. En ella no veía más que una leyenda
semejante a las que dieron origen la fusión de las tribus celtas y los
aborígenes mediterráneos de las montañas de Escocia, y las razas mestizas
resultantes que, como los pictos, tanta importancia tienen en las leyendas
escocesas. El tiempo produce un curioso efecto de perspectiva en el folklore.
Los relatos de los pictos se entremezclaron con ciertas leyendas sobre una raza
mongólica anterior, hasta el punto de que, con el tiempo, se llegó a atribuir a
los pictos los repulsivos caracteres de los achaparrados primitivos, cuya
individualidad fue absorbida por las leyendas pictas, perdiéndose en ellas.”
LA DESCRIPCIÓN ETNOGRÁFICA
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Arte de Frank Frazetta |
Veamos ahora cómo cada cuento retrata a las horribles
criaturas. El narrador de La Gente Pequeña las describe así:
"Veía
claramente los cuerpos achaparrados, los miembros nudosos, los ojos de
serpiente, brillantes y fijos que miraban sin parpadear, los grotescos rostros
cuadrados con sus rasgos inhumanos, el destello de dagas de sílex en sus manos
torcidas."
En Los Hijos de la Noche la descripción que da
el britano Aryaya es ésta:
“En
cierto modo eran humanos, aunque no los consideré tales. Eran bajos y fornidos,
con anchas cabezas demasiado grandes para sus flacos cuerpos. Su cabellera era
enmarañada y lacia, sus rostros anchos y cuadrados, con narices chatas, ojos
horriblemente sesgados, una delgada apertura por boca y orejas puntiagudas.
Llevaban pieles de animal, como yo, pero esas pieles estaban trabajadas
toscamente. Portaban arcos pequeños y flechas con punta de pedernal, cuchillos
de pedernal y garrotes. Y conversaban en un lenguaje tan horrible como ellos,
un lenguaje siseante y reptilesco que me llenó de horror y repugnancia.”
Para tiempos de El Pueblo de la Oscuridad han
pasado siglos desde Aryaya. Conan el gaélico describe a sus enemigos así:
“Aunque
nunca había visto a uno de esos macabros aborígenes, supe lo que era y me
estremecí. Era una especie de hombre, pero tan bajo en la etapa evolutiva que
su humanidad distorsionada era más horrible que su bestialidad.
Erguido, no podía tener cinco pies de altura. Su cuerpo era escuálido y
deforme, su cabeza desproporcionadamente grande. El cabello lacio y serpentino
caía sobre un rostro cuadrado e inhumano con labios fofos y retorcidos que
mostraban colmillos amarillos, fosas nasales planas y grandes ojos rasgados.
Sabía que la criatura debía ser capaz de ver en la oscuridad tan bien como un
gato. Siglos de merodear en las oscuras cavernas le habían dado a la raza
atributos terribles e inhumanos. Pero lo más repelente era su piel: escamosa,
amarilla y moteada, como la piel de una serpiente. Un taparrabos hecho de piel
de serpiente ceñía sus delgados miembros, y sus manos con garras empuñaban una
lanza corta con punta de piedra y un mazo de pedernal pulido de aspecto
siniestro.”
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Arte de Nicolas Guenet |
Más de un milenio después, Bran el picto apenas logra ver a
estas bestezuelas, pero un solo vistazo es suficiente para tener una idea, como
nos dice en Los Gusanos de la Tierra:
“Un
frenético parloteo de lenguas espantosas se alzó y las sombras se agitaron como
un torbellino. Por un instante se desprendió un segmento de la masa, y Bran
gritó de repugnancia salvaje, aunque sólo obtuvo un breve atisbo de la cosa, la
breve impresión de una cabeza ancha y curiosamente aplastada, labios colgantes
y convulsos que dejaban al descubierto colmillos puntiagudos, y el horrendo
cuerpo contrahecho de un enano que parecía... veteado..., todo ello coronado
por aquellos ojos de reptil que no parpadeaban. ¡Dioses!... Los mitos le habían
preparado para el horror en aspecto humano, el horror inducido por un rostro
bestial y una achaparrada deformidad..., pero aquél era el horror de la
pesadilla y de la noche.”
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Arte de Virgil Finlay |
De vuelta a El Pueblo de la Oscuridad, en el
siglo XX, más de mil quinientos años después, el único sobreviviente de los
habitantes de la Cueva de Dagón se había convertido en otra cosa:
“Y
de la hendidura salió un horror retorciéndose, una cosa repugnante que
destrozaba el cerebro y parpadeaba a la luz del sol. Sí, lo conocía desde
antes: vestigio de una era olvidada, salió retorciéndose con su horrible forma
de la oscuridad de la Tierra y del pasado perdido para reclamar lo suyo.
Vi lo que tres mil años pueden hacerle a una raza horrible y me estremecí.
Instintivamente supe que era el único de su especie. Sólo Dios sabe cuántos
siglos había vivido revolcándose en el lodo de sus húmedas guaridas
subterráneas. Antes de que los Hijos de la Noche desaparecieran, la raza debió
haber perdido toda apariencia humana, viviendo la vida del reptil.
Esta cosa se parecía más a una serpiente gigante que a cualquier otra cosa,
pero tenía piernas vestigiales y brazos con garras ganchudas. Se arrastró sobre
su vientre, retorciendo los labios moteados hasta los colmillos desnudos como
agujas, que sentí que debían gotear con veneno. Siseó mientras levantaba su
espantosa cabeza sobre un cuello horriblemente largo, mientras sus ojos
amarillos y oblicuos brillaban con todo el horror que se genera en las negras
guaridas bajo la tierra.”
EL ORIGEN DEL MITO
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Duendecitos, arte de Francisco de Goya |
Bueno, pero ¿de dónde salió esta idea de que las leyendas de
duendes, hadas y demás podrían provenir del recuerdo de una especie humanoide?
Investigando me topé con dos textos académicos que me han ayudado a esclarecer
la cuestión. Uno es Conan
and the Little People de Robert Derie, y el otro es Evolutionary
Otherness de Jeffrey Shanks; ambos autores son expertos en ficción
especulativa y pulp, y sus textos me han sido en extremo valiosos.
Primero, debemos conocer el concepto de evemerismo,
una interpretación de la mitología y el folclor según la cual todos los mitos y
leyendas tienen alguna base histórica real, exagerada y deformada por el paso
de los siglos. El término proviene de Evémero de Mesene, un filósofo
griego del siglo IV a.C. que sostenía que los dioses debieron haber sido personajes
históricos reales, hombres extraordinarios a los que se comenzó a venerar como
ejemplos, y cuyas historias se fueron magnificando con el tiempo y la imaginación
fantasiosa del vulgo.
Las teorías
evemeristas sobre las hadas y los duendes se remontan por lo menos a la
década de 1830, con los estudios de Sir Walter Scott, pero quien les dio cabal
forma y popularizó fue el folclorista escocés David MacRitchie
(1851-1925). En sus obras The Testimony of Tradition (1890) y Fians,
Fairies and Picts (1893) propuso que en el Neolítico las Islas Británicas
estuvieron habitadas por aborígenes pigmeos pre-célticos que pertenecían a una raza
turania o mongoloide, emparentada con los pictos, los vascos y los lapones
modernos. Según Ritchie, estos pigmeos habrían tenido un estilo de vida
parcialmente subterráneo y habrían sido desplazados por los conquistadores
celtas en la Edad del Bronces.
La teoría causó sensación y pronto surgieron propuestas
alternativas, en especial porque muchos no estuvieron de acuerdo con la
propuesta de que los pictos fueran pigmeos. El clérigo y anticuario inglés Sabine
Baring-Gould (1834-1924), por ejemplo, sostenía que dicha raza prehistórica
no debía ser de origen mongólico, sino mediterráneo.
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El aquelarre, arte de Francisco de Goya |
Otra autora que contribuyó a la discusión fue la antropóloga
Margaret Alice Murray (1863-1963), autora del famoso libro The
Witch Cult in Western Europe, (1921) en el que proponía que los
aquelarres de brujas eran en realidad cultos paganos clandestinos que
sobrevivieron a lo largo de la Edad Media gracias a sociedades secretas de
mujeres, y que sus creencias religiosas les habían sido heredadas por las de
los primitivos habitantes de Europa:
“La
raza enana que habitó Europa en un tiempo ha dejado pocos vestigios concretos,
pero ha sobrevivido en innumerables historias de hadas y elfos. Sin embargo, no
se sabe nada de las creencias religiosas y los cultos de estos pueblos
primitivos, excepto el hecho de que cada siete años hacían un sacrificio humano
a su dios (‘Y cada siete años pagan el diezmo al infierno’) y que, como los
Khonds [un pueblo de cazadores-recolectores de la India], robaban niños de las
razas vecinas y los criaban para que fueran sus víctimas. Todos los estudiosos
del folclor feérico saben que existe una fuerte conexión entre las brujas y las
hadas. Sugiero que el culto a las hadas o raza primitiva sobrevivió hasta hace
menos de trescientos años, y que las personas que lo practicaban eran conocidas
como brujas. Ya he señalado que muchas de las creencias y prácticas de las
brujas coinciden con las de una raza enana existente, a saber, los lapones.”
Estas ideas calaron bastante en la cultura popular de la
Era Victoriana, tan ávida de misticismo. La teoría del “culto de las
brujas” dio un fuerte impulso al nacimiento de los cultos neopaganos, como la
Wicca. Vaya, estas ideas todavía están vivas entre los círculos esotéricos. En
un libro bastante reciente que encontré por casualidad, The
Lost History of the Little People (2013), la autora Susan Martinez resucita el
mito, pero como esto es New Age, le da un cariz positivo a la Gente Pequeña. La
sinopsis del libro lo describe así:
"Vinculando
las altas civilizaciones del Pleistoceno con la Edad Dorada de la Gran Gente
Pequeña, Susan Martinez revela cómo esta raza perdida fue expulsada de su hogar
original en el continente de Pan (conocido en el mito como Mu o Lemuria)
durante el Gran Diluvio de las leyendas globales. Siguiendo el idioma madre de
Pan, Martinez descubre la unidad original de la humanidad en las raíces comunes
de palabras clave y símbolos sagrados, incluyendo la birreta escarlata de los
cardenales católicos, y muestra cómo los Pequeños Trabajadores Sagrados
influenciaron a las tribus primitivas que encontraron en la diáspora posterior
al diluvio, lo cual condujo al surgimiento de la civilización. Examinando los
sitios de la cultura de los montículos en América del Norte, incluyendo los
restos de adultos diminutos encontrados allí, ella explica que estos imponentes
montículos no eran sitios funerarios, sino los santuarios y hogares de la Gente
Pequeña.
Basándose
en la intrigante evidencia mundial de túneles de pigmeos, aldeas de enanos,
flechas de elfos y pequeños ataúdes, Martínez revela a la Gente Pequeña como el
verdadero eslabón perdido de la prehistoria, que más tarde fueron santificados
y recordados como dioses en lugar de los mortales que realmente eran."
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El cáliz de Aegerup, arte de Richard Doyle |
Volviendo a los años entre los siglos XIX y XX, quien más
prolíficamente bebió de estas aguas fue Arthur Machen, como
les platiqué en aquel otro ensayo. El galés tuvo una gran influencia tanto
en Lovecraft como Howard. El primero también tomó mucho de Murray, y así trabajó
con la premisa de que existen cultos antiquísimos, de orígenes muchas veces
prehumanos, que sobreviven escondidos al día de hoy. Howard, por su parte,
siguió casi al pie de la letra la caracterización de la Gente Pequeña hecha por
Machen, y parece que no conoció la obra de Murray hasta que Lovecraft le habló
de ella.
Gracias al mencionado ensayo de Derie supe de la existencia
de otro cuento de Howard, La raza perdida (The Lost Race,
1927), no incluido en la antología de Del Rey. Trata de Cororuc, un
guerrero britano que, huyendo de sus enemigos, cae en las manos de los pictos.
Como la Gente Pequeña en otros relatos, aquí los pictos son caracterizados
como una raza pigmea, que habita bajo tierra y posee tecnología neolítica.
Habían sido empujados bajo las colinas por los conquistadores celtas y ahora
siempre que podían se desquitaban con ellos. Pero en este cuento los pictos son
completamente humanos, aunque de baja estatura; son inteligentes y articulados,
para nada las criaturas horrendas que veríamos después. Son un pueblo
orgulloso, fiero, hábil y trabajador. También son honorables; Cororuc es
liberado cuando los pictos descubren que poco antes había salvado la vida a uno
de los suyos.
En ese mismo relato, Howard distingue entre las tribus
celtas de Caledonia (actual Escocia) que más tarde adoptaron el nombre de
pictos y los pigmeos originales, que son los que originaron las historias de
elfos, enanos y hadas. También de paso atribuye el origen de las leyendas
sobre ogros al recuerdo de los neandertales. Esto de que los pictos eran
pigmeos está tal cual en la obra de MacRitchie, quien a su vez se basa en
crónicas medievales.
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Picto en un grabado británico del siglo XIX |
Aquél no es realmente un relato de horror, y apenas si se
puede clasificar como de fantasía oscura. Claramente se cuece aparte de los
demás, excepto por eso de eso de relacionar a los pictos con los duendes. El
primero en el que aparecen nuestros monstruos enanos es La Gente Pequeña (1928),
en el que Howard también plantea que los pictos, junto con los vascos y los
lapones, pertenecían a la misma raza chaparra que dio origen a las aterradoras
criaturas enanas.
Sin embargo, en el siguiente cuento sobre el mismo tópico, Los
Hijos de la Noche (1931), Howard pone en boca de un personaje la
aclaración de que los mediterráneos no pueden ser el origen de la leyenda, sino
que debió haber otra raza, menos que humana, y más antigua. ¿Qué pasó entre un
cuento y el otro? Bueno, precisamente que Howard inició correspondencia con
Lovecraft, y que fue éste quien le explicó, en una carta que le dirigió en
julio de 1930:
“Como
estos bellos celtas nórdicos encontraron una raza más pequeña y oscura en Gran
Bretaña e Irlanda, hay quienes tienden a confundirse y a suponer que las
leyendas sobre la ‘gente pequeña’ aluden a un contacto con esos aborígenes
oscuros. Sin embargo, esto puede refutarse claramente mediante el análisis de
los mitos, pues estos comparten invariablemente con los mitos del continente
paralelo las características específicas (o rastros de estas características)
de que la ‘gente pequeña’ es esencialmente repulsiva y monstruosa, subterránea
en sus hábitos de vida y dada a una extraña clase de discurso silbante. Ahora
bien, este tipo de cosas no se aplica a los mediterráneos, que no son anormales
ni repulsivos desde el punto de vista nórdico (ya que son muy similares en sus
características), que no vivían bajo tierra y cuyo lenguaje (posiblemente de
una rama perdida, pero posiblemente proto-camítico, camítico o incluso
semítico) difícilmente podría haber sugerido el silbido. La probabilidad
inevitable es que todos los nórdicos se encontraron con este antiguo linaje
mongoloide en una fecha muy temprana, cuando compartía el continente con los
mediterráneos que se extendían hacia el norte y con los restos de otras razas
paleolíticas y neolíticas ahora perdidas para la historia; y que después de la
conquista subsiguiente, los mongoloides derrotados se refugiaron en bosques
profundos y cuevas, y sobrevivieron durante mucho tiempo como enemigos
malignamente vengativos de sus enormes y rubios conquistadores, llevando a cabo
una guerrilla de hostigamiento y hundiéndose tan bajo en la escala
antropológica que se convirtieron en sinónimo de terror y repulsión.”
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Puck y las hadas, de Joseph Noel Patton |
Howard tomó nota y en sus cuentos posteriores hizo la
corrección. De hecho, en Los Hijos de la Noche el personaje de
Aryaya, que es britano, y por lo tanto celta, contrasta a los pictos con los
horrorosos pigmeos:
“Los
pictos eran distintos de nosotros en aspecto general, siendo más pequeños de
talla y oscuros de cabellera, ojos y piel, en tanto que nosotros éramos altos y
fuertes, con cabello rubio y ojos claros. Pero, pese a todo eso, eran de
nuestra misma especie. Estos Hijos de la Noche no nos parecían humanos, con sus
cuerpos deformes y enanos, piel amarillenta y rostros horrendos. Sí... eran
reptiles... escoria.”
El resto es historia. Para este relato, Howard ya había dado
forma definitiva a sus criaturas, y probablemente ya había concebido el
proceso de regresión evolutiva que retrataría a lo largo de su trilogía.
Que, por cierto, éste es el añadido más importante del texano al mito de la
Gente Pequeña: no sólo es horrible, sino que se va degenerando paulatinamente
hasta convertirse en una especie de reptiles monstruosos (a Howard le repugnaban
las serpientes como a Lovecraft los mariscos).
Este concepto es otra constante en la obra del texano, y en
general en la literatura popular después de Darwin. El naturalista inglés había
demostrado que no existen diferencias esenciales entre lo animal y lo humano,
sino que hay un continuo gradual. Implícito estaba que también entre lo humano
y lo animal hay sólo un paso, y que el retorno a la bestialidad era una
posibilidad en los caminos de la evolución.
A estas alturas quizá me quieran decir: “Muy interesante,
profe, pero ¿hay algo de cierto en todo esto?”. Y la respuesta es: NO. El
enfoque evemerista de la mitología se considera superado por simplista e ingenuo.
No hay evidencias de ninguna población pigmea en Europa y ciertamente los
pictos no lo eran. Tampoco hay, por cierto, evidencias de cultos paganos
clandestinos preservados por sociedades secretas. Son puras patrañas. Pero
patrañas divertidas. ¿Y no es eso la verdad? La verdad, no…
EL VERDADERO MONSTRUO
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Litografía alemana de 1911 |
Si todo esto de turanios, mediterráneos, celtas, pictos y
demás les confunde, no se preocupen que ahorita lo explico. Miren, según la
antropología del siglo XIX, la humanidad podía dividirse en razas. En
aquella época se concebía que los miembros de una raza compartían no sólo
características físicas visibles, sino un mismo temperamento y mente. Además, a
cada raza corresponde una cultura, lengua e historia esencialmente vinculadas a
su biología. Esta mentalidad concibe una continuidad ininterrumpida entre las
poblaciones de hace miles de años y sus descendientes; incluso si hay
migraciones, las razas se van moviendo como si fueran un solo organismo.
La teoría clásica dividía a la humanidad en tres grandes razas:
caucásica, negroide y mongoloide. La caucásica se dividiría a su vez en
la aria, la semítica y la camítica. La aria se divide luego en la nórdica, la
alpina y la mediterránea. La nórdica se puede dividir entre céltica y
teutónica. Y así y así. Para la gente que inventó todo esto, obviamente la raza
aria, nórdica y teutónica era la superior a todas. Como esto no tiene base
científica alguna, excepto el afán de justiciar la conquista y dominio
de unos pueblos sobre otros, cada autor podía inventar las clasificaciones que
se le diera la gana. Así se propuso la existencia de una “raza turánida”, entre la
caucásica y la mongoloide, que abarcaría a pueblos de Europa oriental y Asia
central como los turcos, magiares, tártaros, etcétera.
Hoy el concepto de “raza” no tiene validez en la biología;
no es el nombre de ninguna categoría en la taxonomía de los seres vivos, y sólo
se usa en veterinaria para hablar de las variedades de animales domésticos
creadas por la selección artificial (perros, caballos, ganado, etc.). La
American Association of Biological Anthropologists emitió en 2019 un comunicado
en el que aclara:
"La
creencia en las razas como un aspecto natural de la biología humana y las
inequidades institucionales y estructurales (racismo) que han surgido junto a
estas creencias en contextos coloniales europeos son de los elementos más
dañinos en las sociedades humanas."
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Ilustración del siglo XIX |
En ciencias sociales se habla de “grupos étnicos”, que es un
constructo social en el que intervienen no sólo la herencia genética, sino la
lengua, la cultura y la historia compartidas; sobre todo, cuenta mucho cómo un
grupo étnico se define a sí mismo y cómo sus vecinos lo distinguen de los
demás.
Claro, como las personas suelen arrejuntarse y hacer bebés
con quienes tienen cerca y hablan su mismo idioma, los grupos étnicos
tienden a compartir cierta ascendencia genética. Pero como los seres
humanos desde siempre han migrado, comerciado, viajado o conquistado de un
lugar a otro, no existe grupo que no tenga una mescolanza de genes. El canal Pero
eso es otra historia tiene un estupendo video al
respecto.
En fin, cuando los europeos descubrieron la familia
lingüística indoeuropea, que abarca lenguas tan distantes entre sí como el
latín, el griego, el alemán, el ruso, el persa y el sánscrito, junto con todas
sus derivadas, pensaron que era prueba de que todos los pueblos que hablaban
dichas lenguas provenían de una misma “raza”. Y como algunas lenguas habladas
en Europa (vasco, finés, sami…) no formaban parte de esa misma familia,
asumieron que sus hablantes eran de otra raza.
De la misma forma, se quiso incluir en aquella hipotética
raza a los misteriosos pictos, un pueblo cuya historia fascinó a Howard
por muchos años. Hoy sabemos que éstos en realidad eran celtas (y, por lo
tanto, indoeuropeos), y que en cualquier caso lo más probable es que no
constituyeran un solo pueblo homogéneo, sino que era un nombre genérico que
los romanos dieron a las tribus no conquistadas de Caledonia. Pero Howard podía
aprovechar ese vacío en el conocimiento para inventarles a los pictos un lore
fantástico que se extendía desde tiempos de Atlántida, pasando por la Edad
Hyboria, y hasta la histórica Edad de Hierro con Bran Mak Morn.
Como les decía, todo este mumbo-jumbo pseudocientífico
tenía el propósito de servir como justificación para la conquista, el
colonialismo, la esclavitud, la desigualdad, la segregación y demás cosas
chulas que hace la gente blanca si la dejas sola cinco minutos. Bien, pues si
la teoría evemerista de MacRitchie tuvo éxito es porque casaba perfectamente
con el ambiente cultural en el que se daba por verdadero el racismo científico.
La teoría de MacRitchie sobre una raza desplazada coincidía
con una concepción de la historia como una inacabable serie de conquistas y
exterminios por parte de razas superiores contra las inferiores. Lo que es más,
racializaba a las hadas y los duendes. Las convertía de seres
mágicos y etéreos en un elemento étnico extraño.
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Arte de Gary Gianni |
Robert E. Howard era
un racista. No lo digo a la ligera. Estamos hablando de alguien que
celebraba los linchamientos contra los negros, y que proponía hacer lo mismo
para mantener bajo control a otras poblaciones dominadas por los blancos
alrededor del mundo. Era altisonantemente racista, incluso para su
época. No es nada más que aceptara, como la mayor parte de la gente blanca de
su época, las ideas pseudocientíficas sobre la raza. Eran sumamente importantes
para él, formaban una base fundamental de su visión del mundo e informaban su obra
de ficción. Su ascendencia celta (irlandesa y escocesa) lo llenaba de orgullo y
es imposible entender su obra sin tener esto en cuenta. Él creía que cada
raza tiene sus características esenciales inherentes y perennes, que había unas
superiores a otras y que lo natural era que las primeras dominaran, desplazaran
o de plano exterminaran a las segundas.
¿Recuerdan aquella carta de Lovecraft que cité más arriba?
Bueno, Howard respondió a ella así en agosto de 1930:
“Veo
fácilmente la verdad de tus observaciones, de que una raza mongoloide debe
haber sido responsable de los mitos de la Gente Pequeña, y te agradezco
sinceramente la información. Así como el mongol actual es más o menos repulsivo
en apariencia para el ario actual, ¡cuánto más debe haber repelido el tipo
primitivo o retrógrado de mongoloide al ario original, que probablemente era
superior en belleza física al moderno!”
O sea, Howard sentía repugnancia por los asiáticos
(“mongoloides”) y asumía que esa emoción no era resultado de su mentalidad
racista, sino una reacción natural, un sentimiento que su propia raza siempre
había tenido hacia aquella otra.
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Arte de Sam Inabinet |
Sobre todo, a Howard le repugnaba el mestizaje.
Consideraba que éste debilita la pureza de las razas (otra cosa en la que coincidía con Lovecraft). En Los Gusanos de la
Tierra dedica estas líneas a la pureza racial de Bran Mak Morn, cuyo
derecho real descansaba precisamente en esa pureza:
“No
era que la gente común de Caledonia fuera totalmente de sangre pura; sus
cuerpos rechonchos y miembros macizos provenían de una primitiva raza teutónica
que se había abierto paso hasta la punta norte de la isla incluso antes de que
la conquista celta de Inglaterra fuera completada, y había sido absorbida por
los pictos. Pero los jefes del pueblo de Bran habían guardado su sangre de
impurezas extranjeras desde los albores del tiempo, y él en persona era un
picto de puro linaje de la Vieja Raza. Pero estos hombres de los pantanos,
arrollados repetidamente por los conquistadores britanos, gaélicos y romanos,
habían asimilado sangre de cada uno de ellos, y en el proceso casi habían
olvidado su lengua y linaje originales. Pues Bran provenía de una raza muy vieja,
que se había extendido sobre la Europa occidental en un vasto Imperio Oscuro,
antes de la llegada de los arios, cuando los antepasados de los celtas, los
helenos y los germanos eran un solo pueblo original, antes de los días en que
las tribus se dividieron y emigraron hacia el oeste. Sólo en Caledonia, rumiaba
Bran, había resistido su pueblo la inundación de la conquista aria.”
Pero si la mezcla entre razas caucasoides le parecía
indeseable, la mezcla entre éstas y las mongoloides o negroides le parecía
abominable. En sus cuentos la existencia de personajes o poblaciones
mestizas es siempre motivo de horror, como la bruja Atla en Los Gusanos
de la Tierra. Y en La Piedra Negra se expresa así:
“Pero
otra mirada me hizo comprender que aquellas gentes no eran de Stregoicavar.
Eran más bajos de estatura, más rechonchos, tenían la frente más deprimida, la
cara más ancha y abotargada. Algunos poseían rasgos eslavos y magiares, pero
dichos rasgos se veían degradados por la mezcla con alguna raza extranjera más
baja que no me era posible clasificar. Muchos de ellos vestían con pieles de
bestias feroces, y todo su aspecto, tanto el de los hombres como el de las
mujeres, era de una brutal sensualidad.”
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Arte de Greg Staples |
De forma consciente o inconsciente, hay paralelismos entre esta
narrativa sobre la Gente Pequeña y la forma en la que los europeos veían a
los pueblos colonizados. Los Hijos de la Noche habían sido conquistados y
desplazados por los arios, tal como había sucedido en Asia, África, América y
Oceanía con muchos otros pueblos. Y eso significa que el pueblo conquistador se
encontraba ahora entre esos seres inferiores y perversos (“mitad niños, mitad
diablos” como expresara Rudyard Kipling en su infame poema La carga del
hombre blanco), y corría el riesgo de contaminarse cultural y racialmente
por ellos. El miedo a que “los salvajes” rapten y violen a las mujeres blancas
es una constante en el pensamiento colonial. Pero la Gente Pequeña es todavía
más aterradora porque no está allá lejos en los exóticos territorios
conquistados, sino en el mismo hogar de los conquistadores. Por todas
partes en estos relatos, el miedo que expresa Howard es puro horror racial.
Hey, no estoy diciendo que “cancelemos” a Howard. Cthulhu
sabe que yo no dejaré de leerlo, como tampoco he dejado de leer a su compañero
de racismo Lovecraft. Pero por un lado entiendo que haya personas que prefieran
no tener nada que ver con él. Y por otro lado creo que para hacerlo hay que
estar muy conscientes de que muchas de sus ideas son perniciosas o de plano
malignas, y que ni siquiera están de fondo, sino que forman parte central
de sus argumentos.
Miren, el cuento Los Hijos de la Noche termina con O’Donnel
echando el siguiente despotrique contra su antiguo amigo Ketrick tras descubrir
que llevaba la sangre de la Gente Pequeña:
“Pues
vengo de una raza real, y un ser tal es un continuo insulto y una amenaza, como
una serpiente debajo del pie. La mía es una raza regia, aunque ahora se haya
degradado y caiga en la decadencia por la mezcla continua con razas
conquistadas. Las oleadas de sangre ajena han teñido de negro mi pelo y han
oscurecido mi piel, pero aún tengo la estatura señorial y los ojos azules de un
rey ario. Y como mis antepasados... como yo, Aryara, destruí a la escoria que
se retorcía bajo nuestros talones, así yo, John O'Donnel, exterminaré a esa
criatura reptilesca, el monstruo surgido de la mancha viperina que tanto tiempo
durmió sin ser detectado en limpias venas sajonas, el vestigio que las
cosas-serpiente dejaron para macular a los Hijos de Aryan. Dicen que el golpe
recibido afectó mi mente; sé que no hizo sino abrirme los ojos. Mi antiguo
enemigo camina a menudo en solitario por los páramos, atraído, aunque quizá lo
ignore, por impulsos ancestrales. Y en uno de esos paseos solitarios le
encontraré, y cuando le encuentre romperé su sucio cuello con mis manos al
igual que yo, Aryara, rompí los cuellos de las sucias criaturas nocturnas hace
mucho, mucho tiempo.”
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Arte de David Ireland |
Este párrafo me parece lo más aterrador de cuanto leí de Howard para escribir este ensayo. Vean la forma deshumanizante en la que se expresa de su congénere, cuya única falta es tener ancestros de entre la Gente Pequeña. Ése sólo hecho, del cual Ketrick no tiene culpa alguna, lo que lo vuelve aborrecible a los ojos de O’Donnel. El narrador no duda por un segundo que toda la perversidad de la Gente Pequeña reside en Ketrick. Después de todo, las características morales son inherentes a las razas, y una sola gota de sangre basta para contaminar un linaje. Ésta es la misma retórica con la que los supremacistas siempre se han expresado sobre los grupos “indeseables”; todavía hoy se expresan así. Éste es el lenguaje del genocidio.
La pregunta es: ¿qué debemos entender aquí? ¿Cuál era la
intención de Howard? ¿Nos presenta este momento para que consideremos demente a
O’Donnel? ¿El horror está en cuánto ha descendido por completo a la locura y
esté acariciando la idea del homicidio? ¿O pretende acaso dar la razón a O’Donnel?
¿Quiere que su público lector, tan blanco como él, comparta el horror por la
impureza racial, por esos invasores de sangre que se encuentran escondidos
entre su tribu?
Quisiera pensar que es lo primero, pero conociendo al autor, me inclino por lo segundo. No olvidemos que en La Piedra Negra también se presenta como algo positivo el exterminio de los mestizos habitantes de Stregoicavar En todo caso, resulta lo más aterrador de todo, ¿no? Ultimadamente, no existen enanos que salgan de las cavernas para robar mujeres y niños. Pero sí hay gente difundiendo bulos sobre migrantes y minorías raciales que supuestamente hacen eso. Howard expresaba sus rancios miedos raciales. A mí me da miedo que todavía haya gente que piensa como él.
CONCLUSIONES
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Goblins en El Hobbit (2012) |
Uff, eso escaló bastante rápido. Yo nomás quería
recomendarles unos cuentos de miedo para esta Temporada de Sustos, pero una
cosa me llevó a la otra y acabé escribiendo este mamotreto. No me arrepiento,
pues hemos aprendido mucho, ¿no? Por eso me gusta descender por agujeros de
conejo y descubrir hasta dónde llevan; puedes empezar por algo muy sencillo y
acabar en cuestiones muy profundas.
Arthur Machen envuelve a su Gente Pequeña en misterio y las
vincula más estrechamente con lo sobrenatural; son verdaderos monstruos de
cuentos de miedo. Las criaturas de Howard se sienten más físicas, más
biológicas, y son enemigos a los que nuestros heroicos guerreros bárbaros
pueden vencer. Así, quedan a medio camino entre los monstruos de Machen y los
goblins que se volverían recurrentes en la literatura fantástica posterior. Hoy
en día los autores de fantasía juegan a deconstruir el arquetipo del goblin
como un ser necesariamente perverso, y en cambio lo retratan como una raza con
su propia cultura y valores, diferentes a los humanos, pero no por ello
maligno. Se trata, pues, de humanizar al “otro”, algo que resultaría
inconcebible para alguien con la cosmovisión de Howard. ¿Y qué pensaría él de
todo ese porno de goblins?
Estos cuentos de Howard me impactaron porque resulta que los
duendes siempre me han dado mucho miedo. Más que ninguna otra criatura
sobrenatural, la “gente pequeña” protagonizó mis pesadillas infantiles.
Consecuencias de crecer en Tabasco, supongo. A lo mejor a ustedes les parezca
medio ridículo el asunto. A lo mejor no. Si les gusta la fantasía oscura y el
lenguaje tan racista del texano no es un dealbreaker, sí les recomiendo
leerlos, en especial de noche y en el campo, en algún lugar rodeado de
vegetación, donde pueden esconderse cosas de las que quizá no tenemos idea…
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Creepypasta: Supuesto duende real captado por una cámara |
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