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viernes, 4 de noviembre de 2022

Arthur Machen y el horror de la gente feérica


“La brujería y la santidad son las únicas realidades. Ambas son un éxtasis, una renuncia a la vida corriente.”

 

El pueblo blanco


¡Saludos desde la cripta! Si son mecenas de Patreon, están leyendo esto el mero día de Halloween. Si no, lo estarán cachando algún tiempo después. O quizá nos visitan desde un futuro distante, en que la humanidad se ha extinto y sólo quedan archivos digitales flotando como fantasmas en una atmósfera cargada de estática.

 

En cualquier caso, les doy la bienvenida a este su blog cultoso, rojillo y medio gótico, donde Halloween es nuestra celebración favorita, y por ello cada año les traigo textos nuevos para echar a volar la imaginación en la Noche de Brujas. En esta ocasión vamos a hablar de la obra de uno de los escritores que anunciaron la llegada del horror cósmico: ¡Arthur Machen!

 

Arthur Llewellyn Jones (1863-1947), mejor conocido por su nom de plume Arthur Machen, fue un escritor, periodista galés y, como muchos hombres de letras de su época, un fascinado por lo esotérico y el misticismo. Su trabajo ha sido elogiado por creadores como Jorge Luis Borges, Stephen King y Guillermo del Toro, pero se le recuerda sobre todo por la gran influencia que tuvo en el padre del horror moderno, H.P. Lovecraft.

 


Esta temporada decidí releerme dos volúmenes de cuentos suyos que publicara la prestigiosa editorial Valdemar: El gran dios Pan y El pueblo blanco; ambos con el subtítulo “y otros relatos de terror”. Dicho subtítulo es engañoso, pues no todos los relatos incluidos en el segundo volumen son de terror. Pertenecen más bien a la tradición del fantástico, phantastique, cuentos en el que algún elemento maravilloso (una suerte de milagro) se introduce en la normalidad de los habitantes de este mundo. Son muy buenos, en verdad, a la altura de los mejores, y pueden ser inquietantes, pero no son de terror y creo que valía hacer la advertencia. Así pues, no hablaremos de los siguientes cuentos de la pequeña colección:

  • Los arqueros
  • El gran retorno
  • Los niños felices
  • La habitación acogedora
  • N.
  • Los niños de la charca

 

En cambio, vamos a centrar nuestra atención en los siguientes relatos. ¿Por qué en estos en particular? Ah, porque no sólo sí que son de terror, y verdaderamente escalofriantes, sino porque en ellos Machen construye una suerte de mitología macabra, que es en donde se hallan las semillas del horror cósmico que después Lovecraft cultivaría con tanto éxito.

  • El gran dios Pan (1894)
  • La novela del Sello Negro (1895)
  • La novela del polvo blanco (1895)
  • La pirámide resplandeciente (1895)
  • El pueblo blanco (1904)
  • De las profundidades de la tierra (1923)

 


Tengo noticia de otros muchos más relatos que no están incluidos en estos dos volúmenes, pero me falta leerlos. Además, otros dos cuentos de la colección, La luz interior y Un chico listo, son macabros, pero apenas se relacionan con la mitología (o, como dice la chaviza, el lore) que Machen creó. ¿En qué consiste dicha mitología? Bien, para construir sus relatos macabros, Machen se alejó de los fantasmas, vampiros y necromantes que pululaban en la narrativa decimonónica para centrarse en algo muy propio de su cultura céltica: la gente feérica.

 

Nos referimos, por supuesto, a los legendarios habitantes de los bosques y montes, a quienes se conoce como hadas, elfos, duendes, gnomos y demás, y que tienen equivalentes en muchas culturas alrededor del mundo. En Tabasco, donde crecí, se contaban historias sobre los chaneques; en mi Yucatán, se habla de aluxes. El concepto es más o menos el mismo, pero con color local.

 

Los mejores y más espeluznantes cuentos de Machen se basan en la siguiente premisa: antes de la llegada de los indoeuropeos, vivía en el Viejo Continente una raza prehumana, cuyo recuerdo a través del tiempo sobrevive en forma de mitos y leyendas sobre la “gente pequeña” o la “buena gente”: hadas, ninfas, faunos y otros habitantes de los sitios salvajes.

 


Dicha raza era en realidad horrible y fundamentalmente perversa, hostil a la humanidad. Nuestros ancestros la motejaron “buena gente” o “hermosa gente” para no despertar su ira, pues creían que con sólo mencionarla, o siquiera pensar en ella, se puede invocarla. Chaparros, de piel cetrina y ojos rasgados, su aspecto es más parecido al de los demonios de nuestras pesadillas que a los de los alegres bailarines del bosque que aparecen en los cuentos de hadas. Ni siquiera está claro si se trata de seres orgánicos como nosotros, pues su naturaleza parece ser muy distinta a la nuestra y la de otros animales. Aunque, eso sí, a veces raptan mujeres para violarlas y preñarlas, y con ello producir vástagos híbridos que caminan entre nosotros.

 

Este pueblo alguna vez fue poderoso, pero se encuentra al borde de la extinción y tuvo que retroceder a las entrañas de la tierra conforme la población humana aumentaba e iba colonizando más y más espacios. Sin embargo, en algunos sitios remotos, aún despoblados, donde hay bosques espesos o cavernas profundas, todavía es posible encontrarse con ellos. Es por eso que a veces la gente desaparece en el monte.

 

Pueden encontrarse aún artefactos hechos por esta gente, como hachas y puntas de lanza, así como rocas talladas con espantosas imágenes. También han dejado inscripciones en piedras y tabletas, en un sistema de escritura desconocido por la humanidad moderna, pero del que las culturas más antiguas tuvieron algún conocimiento. Su tecnología siempre fue primitiva, prácticamente se quedaron en el neolítico. Esto lo compensan con una ciencia oscura que les permite realizar atroces prodigios; retazos de estos conocimientos arcanos han perdurado a través del tiempo en forma de la magia negra que algunas sectas humanas han practicado.

 


También en estos cultos necrománticos se hallan los ecos de la religión de esta “gente pequeña”, con sus abominables ritos y sacrificios humanos. Pues miren, si crees que estos seres son aterradores, no querrás pensar demasiado en las entidades a las que ellos adoran… y mucho menos, que éstas vuelvan su mirada hacia ti.

 

Aquí les confieso algo: si este ciclo de relatos de Machen es tan efectivo para causarme escalofríos y no querer salir de mi cuarto en la madrugada, es porque le tengo pavor a la gente feérica. Me las doy de muy escéptico racionalista, pero cuando se trata de duendes y enanos la razón me abandona y sólo quedan en mí los viejos miedos infantiles. Consecuencias de crecer en Tabasco. Mi obsesión con los duendes y criaturas similares me llevó a comenzar una malhadada tesis de licenciatura que acabó en el fracaso. Un día de estos deberé compartirles los exiguos resultados.

 

Llegué a Machen a través de Lovecraft, quien lo cita directamente en varios de sus textos. Ambos tienen en común la noción de que existe una realidad horrible, vedada a los ojos de los mortales ordinarios, que si la conociéramos enloqueceríamos o moriríamos de horror. Horribles razas prehumanas, artefactos de antigüedad pasmosa, sustancias capaces de hacer que los humanos accedan a realidades más allá de sus sentidos, métodos para revertir a la humanidad a estadios evolutivos anteriores, o incluso de desbaratar el cuerpo humano hacia la babaza primigenia, deidades terribles de las que los dioses mitológicos son deformaciones piadosas para que nuestra mente pueda tolerarlas… Todo esto lo retomó Lovecraft de Machen.

 


Incluso vemos algunos puntos específicos que el maestro de Providence reinterpreta: El horror de Dunwich trata de un híbrido, hijo de humana y de una deidad primigenia, lo mismo que El gran dios Pan, y también aparece el antiquísimo idioma Aklo, que fue introducido originalmente en El pueblo blanco. En El que susurra en la oscuridad, de Lovecraft, los extraterrestres Mi-Go pueden trasplantar cerebros y consciencias a recipientes artificiales, como en La luz interior, y en aquel relato aparece el artefacto titular de La novela del Sello Negro. Y no sólo es lo macabro: los maravillosos paisajes de ensueño descritos en La búsqueda onírica de la desconocida Kadath recuerdan a los que se vislumbra a través de los velos de la realidad en el relato titulado N.

 

Incluso muchos de sus cuentos tienden a tener una estructura similar. Normalmente siguen el punto de vista de un caballero que no tiene nada mejor que hacer que investigar algún suceso misterioso. Poco a poco se van dejando conocer detalles de lo acontecido hasta que al final se revela alguna realidad extraordinaria o aterradora. No es un mal esquema, pero sí resulta repetitivo, sobre todo cuando estás leyendo todos estos cuentos de corrido.

 

Por supuesto, hay también grandes diferencias, y Lovecraft no se limita a ser un imitador de Machen. Los horrores de Machen están enraizados en el paganismo precristiano y el folclor céltico, mientras que los de Lovecraft están empapados de la ciencia ficción y la cosmología moderna. La mitología de Lovecraft está construida con mucho mayor detalle, mientras que Machen deja todo muy ambiguo.

 


Esa ambigüedad, de hecho, es una ventaja para Machen. Es ya un lugar común bromear acerca de cómo Lovecrat dice que una criatura es ‘indescriptible’ en un párrafo, para después proceder a describirla en el siguiente. Machen dice apenas lo suficiente para sugestionar y deja la mayoría a la imaginación, lo que resulta más aterrador. También es en general un prosista más sobrio que el abigarrado autor de Providence, quien acompaña cada sustantivo con dos adjetivos. En pocas palabras, aunque prácticamente fueron contemporáneos (de hecho, Lovecraft, siendo más joven, murió 10 años antes), el galés todavía es un autor victoriano, mientras que el estadounidense es totalmente moderno. Cuál estilo es mejor, depende de los gustos de cada quien.

 

Otro autor que se inspiró en Machen fue el texano Robert E. Howard, mejor conocido por haber creado a Conan el Bárbaro. En varios de sus cuentos de terror y fantasía oscura aparece la “gente pequeña”, tal cual la describiera el autor galés. Algún día deberé platicarles de estos cuentos, que son buenísimos.

 

No puedo dejar de externar un par de quejas sobre el estilo de Machen. Todos sus personajes tienen la misma personalidad de caballeros victorianos desquehacerados. En El gran dios Pan se sigue el punto de vista de diferentes personajes, pero en cuanto a su carácter son virtualmente indistinguibles (por lo menos los de Lovecraft tienen el encanto de ser unos neuróticos). Sus prejuicios victorianos se asoman por todas partes, en especial en dos aspectos. El primero, la creencia de que se puede conocer el carácter y virtud de una persona por su fisionomía. Sabemos que un individuo es maligno porque se le ve en la cara. El segundo, en su trato de los personajes femeninos. De éstos hay sólo dos tipos: señoritas bondadosas y pasivas a las que todo les sucede sin que ellas tengan agencia, y súcubos malignos de perversa belleza que arruinan las vidas de los hombres.

 

Fuera de estos defectillos, las narraciones de Machen suelen ser excelentes. En su manejo del ritmo y la paulatina destilación del terror es casi siempre muy efectivo. Me parece acertada la forma en la que decide revelar tan poco, dejando la mayoría a la imaginación, lo cual puede ser todavía más espeluznante que las descripciones explícitas.

 

Creo que mi cuento favorito es El pueblo blanco; está escrito en forma del diario de una niña muy ingenua, hija de una familia adinerada, que crece en el campo bajo el cuidado de una criada. El recurso narrativo resulta especialmente efectivo: la jovencita narra acontecimientos que van de lo inquietante a lo aterrador, pero con una candidez que indica que no se da cuenta de lo que implica aquello que relata. Se da a entender que la nana conoce secretos de las brujas que tenían contacto con “el pueblo blanco”, y se insinúa que la niña bien podría ser híbrida de aquél con los humanos, y que está siendo preparada para reunirse con ellos. No estoy revelando muchos detalles y aún así me da escalofríos escribir esto.

 

El gran dios Pan es muchas veces considerado el mejor de los cuentos de Machen. Inicia con un experimento de neurocirugía que permitiría a una joven percibir la realidad que le es vedada a los seres humanos con sus sentidos normales, lo que los paganos llamaban “ver al gran dios Pan”. Tras unos instantes de contemplar “lo que hay más allá”, la mente de la joven queda destruida… Y ella queda embarazada. El grueso del relato narra las pesquisas de algunos caballeros victorianos desquehacerados siguiendo la pista de una extraña y malévola mujer. En general me gusta mucho la premisa de este cuento, pero no tanto la estructura narrativa; me parece mucho más efectiva la de El pueblo blanco.

 


En ambos relatos quedan claras dos premisas filosóficas que dominan toda la ficción terrorífica de Machen y que, como les dije, prefiguran los rasgos esenciales del horror cósmico. La primera es que la verdadera maldad no consiste en el egoísmo y la violencia de los actos humanos, tan insignificantes al cabo, sino en la violación al orden natural del mundo, la suspensión de las leyes que rigen la realidad, o lo que con tanto trabajo hemos llegado a comprender como tal.

 

La segunda es que la realidad cotidiana que percibimos en el día a día es solamente una piadosa ilusión, resultado de las limitaciones de nuestra mente y nuestros sentidos. Si tuviéramos noción de la realidad que hay más allá, no podríamos vivir con el espanto. Y si pudiéramos atisbarla, aunque fuera por un instante, nos destruiría.

 

Les dejo con estas reflexiones para meditar en la oscuridad. Felices pesadillas.


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