Bacanal, de Paul Rubens |
I
HOMBRES Y MUJERES DE
MIMBRE
Seguro conocen este
escenario. Uno o varios citadinos hacen un viaje a un lugar remoto de la
campiña, un sitio que pocos forasteros visitan. Al principio todo parece normal
y hasta acogedor, excepto que los lugareños tienen costumbres algo excéntricas.
Poco a poco se van revelando
más secretos y nuestros héroes se dan cuenta de que están en peligro. Los
lugareños practican una extraña religión, adoran a algún dios de épocas
prehistóricas o que ni siquiera es conocido para la antropología. Esta religión
incluye prácticas atroces, como mutilación, sacrificio ritual o canibalismo.
Que los aldeanos tengan
dichas creencias y prácticas es de por sí aterrador. Pero puede ser que incluso
al final se revele que, después de todo, la deidad a la que adoran es muy real
y está aquí, una abominación cósmica que desafía nuestra concepción del mundo.
Ésta, amix, es la premisa
básica de cualquier historia de folk horror, nombre a veces traducido al
castellano como horror folclórico. Se trata un subgénero de la ficción
de terror u horror que despegó en la década de los 70 con películas The
Wicker Man (1972) de Robin Hardy, y que ha conocido un renacimiento en
nuestros tiempos gracias a Midsommar (2019) de Ari Aster.
The Wicker Man, Robin Hardy (1972) |
En The Wicker Man, un
agente de policía (Edward Woodward) viaja a una remota isla británica en
busca de una niña reportada como desaparecida. A su llegada se encuentra con
amigables pero extravagantes locales que han regresado a cultos célticos
previos al arribo del cristianismo. Esto choca con la devoción cristiana
del detective, que no deja de juzgar a los nativos como locos y salvajes. Poco
sospecha nuestro héroe que toda su experiencia en la isla es la preparación
para su sacrificio.
Casi medio siglo más tarde,
tenemos Midsommar, en la que un grupo de turistas estadounidenses viaja
a remotas tierras nórdicas para experimentar un festival de medio verano,
en una tierra en la que no se pone el sol por varios meses. La protagonista
(Florence Pugh) está acompañada por un montón de botarates, incluyendo a su
novio, que poco a poco van cayendo bajo las manos de un culto pagano nórdico.
No es difícil intuir las
raíces del horror folclórico; es claro que explota miedos propios de
culturas urbanas clasemedieras en el mundo moderno. Representa el terror a
lo desconocido, a lo que está en los lindes de la civilización. Tiene algo de clasismo
citadino: miedo a esos supersticiosos campesinos, su fanatismo y sus
costumbres primitivas.
También se basa en un
prejuicio cristiano contra lo pagano. En el folk horror las
religiones paganas siempre son barbáricas e implican la comisión de actos
atroces. Si aparecen, los dioses paganos son monstruos, demonios o
abominaciones cósmicas. En occidente, incluso quienes no somos creyentes, hemos
sido criados en una cultura cristiana, y tenemos una idea de cómo se ve una
religión “aceptable” y cómo un culto aterrador. Esto va tanto para los
protagonistas de estas historias como para los espectadores.
Midsommar, Ari Aster (2019) |
Sin embargo, no todas las
historias de horror folclórico se limitan a retratar los cultos paganos como
meras monstruosidades. Siempre tienen algo de atractivo. Nos muestran comunidades
armónicas y unidas que contrastan con nuestro individualismo moderno;
oponen una aceptación de la mortalidad con nuestro terror patológico a la
muerte.
Muchas veces se presentan liberadas
de nuestras rígidas constricciones sociales. En sus festejos son comunes la
embriaguez o intoxicación con alucinógenos, así como prácticas que rompen
con nuestros tabúes sexuales: travestismo, sexo en público, orgías,
homoerotismo, etcétera.
Más aún, las víctimas de
estos cultos no siempre son completamente inocentes; muchas veces se les escoge
para el sacrificio porque rompieron algún tabú, faltaron el respeto a la
religión o simplemente fueron unos cretinos. En ocasiones la víctima es
invitada a formar parte del culto y gozar de sus atractivos, pero en su
negación se condena al sacrificio. Si aceptare, en cambio, tendría mucho que
ganar, como la protagonista de Midsommar.
Vaya dualidad, ¿eh? Por un
lado, estos relatos dan la razón a los prejuicios citadinos y clasemedieros del
occidente cristiano. Pero por otro no dejan de sugerir que también hay algo que
nos llama en el primitivo paganismo rural. ¿Cómo explicar esta contradicción?
Bueno, podemos decir que el horror siempre ha tenido un componente atractivo,
la seducción de la oscuridad, de lo prohibido. Pero ésa sería una respuesta
demasiado genérica, y en este ensayo quiero que vayamos más profundo…
RAÍCES PAGANAS
Druidismo, un culto pagano moderno |
¿Cuál fue la primera historia
de horror folclórico? Se atribuye al actor y guionista Mark Gatiss el
haber popularizado el término folk horror en su excelente documental de
2010, A History of Horror (que deberías de ver). Él se refería a una tríada
de filmes británicos que aparecieron a finales de los 60 y principios de
los 70: Witchfinder General, The Blood in Satan’s Claw y, por
supuesto, The Wicker Man. El término se remonta por lo menos tanto como
esa tríada, pues lo usó la revista Kine Weekly para referirse a The
Blood in Satan’s Claw en abril de 1970.
¿Por qué justo en aquella
época? Bueno, quizá porque las contraculturas juveniles estaban
rompiendo los tabúes de una sociedad rígida y conservadora. Las comunas
hippies, con su amor libre y su desdén por las convenciones sociales
espantaban a más de una persona bienpensante. Además, los mismos hippies fueron
los iniciadores de un renacimiento de pseudopaganismos eclécticos y muy
posmodernos que poco tenían que ver con las culturas originales a las que pretendían remedar, y sí mucho con narrativas fantasiosas que sobre ellas se habían construido a lo largo de los siglos.
Los psicotrópicos, como la
marihuana y el LSD también se pusieron de moda, y la gente externa a estos
círculos tenía terror a estas sustancias alucinógenas. Una leyenda urbana
aseguraba que una pareja de hippies, en su viaje ácido, había metido en un
horno y cocinado al bebé que cuidaba. Y no olvidemos la muy verdadera historia
de Charles Manson y su culto de hippies asesinos que usaban LSD en sus
rituales.
Hippies danzando |
Bueno, esto ayuda a entender
la explosión de horror folclórico en aquella época, pero eso no significa que
esa triada de películas sean las primeras obras. En retrospectiva, algunos
autores han catalogado como horror folclórico diversas obras del canon
anglosajón. En The Lottery (1948), novela de Shirley Jackson, una
comunidad rural estadounidense practica un ritual de fertilidad que implica
lapidar a una víctima elegida al azar. Anterior es la novela Witch Wood (1927),
en la que un joven ministro de la Escocia del siglo XVII llega a un pequeño
pueblo, donde descubre un culto pagano que se realiza por las noches en el
tenebroso bosque local.
Un poco antes, en 1921, la
antropóloga Margaret Murray presentó su teoría (ahora desacreditada,
pero aún popular entre el público lego) de que las brujas perseguidas por las
instituciones eclesiásticas eran en realidad practicantes de cultos paganos que
habían sobrevivido de forma clandestina a lo largo de la Edad Media por
sociedades secretas de mujeres.
Y si vamos más atrás, tenemos
la obra de Arthur Machen, quien publicó entre finales del siglo XIX y
principios del XX. En sus cuentos él sugiere que las leyendas de hadas y
sátiros simplemente disfrazan un auténtico horror: el de una raza prehumana que
aún sobrevive en los rincones más remotos de las Islas Británicas, y que
realiza atroces rituales, y que aún son temidos y respetados por los toscos
campesinos.
El Aquelarre según Francisco de Goya |
Tiene mucho sentido buscar los
orígenes del horror folclórico en el siglo XIX; en esos años emergieron
muchos de los intereses que luego las contraculturas sesenteras revivirían, en
especial todo lo relacionado con lo esotérico, el ocultismo y las religiones
neopaganas. Los victorianos estaban obsesionados con estos temas, y antes de
ellos los románticos tuvieron un gran interés en las creencias, costumbres y
prácticas tradicionales de las comunidades rurales. Vamos, fue en 1846 en que se
inventó la palabra folklore (“el conocimiento, la sabiduría del
pueblo”), para referirse a las creencias y narrativas populares transmitidas de
forma oral.
Hemos estado hablando de la
tradición anglosajona, y esto no sólo es porque los ingleses han sido los
grandes pioneros de los géneros macabros, sino también sus principales
estudiosos. Casi todos los textos que he topado sobre el folk horror
están en inglés (para que tengan una idea, Wikipedia no tiene una entrada al
respecto en castellano). Además, los anglosajones tienen la nariz metida en el
ombligo y rara vez hablan de algo que no hayan hecho ellos mismos.
Pero ya que estamos hablando
del siglo XIX, tendremos que hablar de su último gran filósofo, que nos
arrojará, sin que él lo hubiera imaginado, algunas luces sobre el origen y el
significado del horror folclórico. El übermensch en persona, y campeón al
premio del bigote más épico en la historia de la filosofía, Friedrich
Nietzsche.
APOLO Y DIONISIO
Antes de convertirse en el
filósofo favorito de morritos edgy de Internet; antes incluso de enloquecer de
sífilis por andar de putañero, Nietzsche era un absoluto erudito de la cultura
griega. En su primera obra maestra, El nacimiento de la tragedia
(1872), Nietzsche populariza los conceptos opuestos del espíritu apolíneo y
el espíritu dionisiaco.
Apolo, recordarán, era el dios del sol, pero también de la
profecía, las artes y la medicina. Su espíritu representa la claridad, la
razón, la ciencia y la conciencia individual. Dionisio es el dios del vino,
el teatro y de las orgías locas. Su espíritu representa el caos, el instinto, la
emoción pura, el éxtasis y la unidad con los otros.
Según Nietzsche, la vida
humana es una lucha sin final entre estos dos espíritus. La tragedia griega fue
una de las más grandes formas de arte que ha producido la humanidad, pues ella
encapsula la totalidad de la experiencia humana al mezclar lo apolíneo y lo
dionisiaco en un todo.
Para entender mejor esto debemos
regresar a la antigua Grecia y aprender un poco sobre Dionisio (o Baco) y
el culto a su alrededor. Si su imagen del dios es la de un simpático gordito
medio enfiestado como aparece en los dibujos de Disney, (y ni siquiera me hagan
empezar con Percy Jakcson) tienen una muy mala idea.
Escultura romana, siglo II d.C. |
El mito “oficial” nos dice
que Dionisio era hijo de Zeus y la mortal Sémele. Hera, la celosa y
vengativa esposa de Zeus, engañó a Sémele para que éste exigiera a Zeus
mostrarse en su verdadera forma. Esta forma divina es el rayo, insoportable
para cualquier mortal, por lo que, al contemplar a su amante divino, Sémele fue
fulminada al instante. Zeus con presteza tomó al hijo que ella esperaba y lo
insertó en su propio muslo, para que pudiera terminar de gestarse. Ya nacido,
Dionisio no pudo escapar de la furia de Hera, quien mandó a que los titanes lo
despedazaran. Fue su abuela, Rea, quien lo revivió.
Como les dije, ésta es la
historia oficial, la de un dios nacido tanto de su madre como de su padre, sacrificado
y asesinado, pero vuelto a la vida. Es la fábula que encontrarán en el
manual de mitología promedio. Sin embargo, los mitos y leyendas sobre el origen
y genealogía de Dionisio son muchos y antiquísimos.
Dionisio era un dios
temido. Su culto era abierto sólo a
iniciados. De hecho, durante siglos no fue incluido formalmente como parte del
panteón olímpico y eso que la mención más antigua a su nombre data de 1300 años
antes de Cristo. Ya que se le representa a menudo acompañado de panteras y
leopardos, y sus mitos hablan de su llegada desde el oriente, es posible que su
origen sea asiático y definitivamente debe ser antiquísimo, prehelénico
incluso.
Dionisio no era simplemente
el dios del vino. Era el dios del aspecto salvaje, instintivo y comunal de
la naturaleza humana. Era un dios ctónico, de la tierra, que no pasaba sus
días en el Olimpo con los demás inmortales, sino que andaba por los bosques y
prados del mundo, nunca demasiado lejos de los mortales. Su séquito incluía
faunos, sátiros y ninfas, es decir, seres del bosque, de la naturaleza.
Mosaico romano, siglo II a.C. |
Sus fiestas, los bacanales,
eran salvajes, realizadas en el bosque, lejos de templos y altares. Beber el
vino significa introducir en el cuerpo el espíritu del dios. La palabra
“entusiasmo”, que etimológicamente significa “tener al dios adentro” se
refiere a la intoxicación provocada por el vino, que se mezclaba con drogas
alucinógenos. A esto súmese una danza, al ritmo de flautas y tambores para
lograr un trance extático. En dicho estado de conciencia, el individuo se
libera de todas las restricciones impuestas por la sociedad, e incluso se
libera de sí mismo; el ego desaparece y cada quien se vuelve uno con los demás.
Las bacanales eran
liberadores. No había distinciones de género ni clase social. No había
distinción entre esclavo o amo, ciudadano o extranjero. Las mujeres eran especialmente
importantes, tanto en el mito como en los rituales. Las ménades, las ninfas
que acompañaban a Dionisio, eran imitadas por las bacantes, las mortales que participaban
en estos ritos. Se dice que el número de seguidoras del culto superaba por mucho
al de seguidores varones.
El sereno culto olímpico,
llevado a cabo en los templos de mármol de las ciudades, contrastaba con el
frenesí y el éxtasis de los misterios dionisiacos. La devoción de Dionisio amenazaba
el orden social existente, en el que se sustentaba la civilización. Los
respetables historiadores y filósofos predicaron en su contra. Autoridades
tanto griegas, como después romanas, hicieron lo posible para moderarlo,
domesticarlo, y tuvieron algo de éxito. Apolo tenía miedo de Dionisio.
Las ménades, en un relieve griego del siglo V a.C. |
Nietzsche lamentaba que el
mundo moderno se ha decantado demasiado por el espíritu apolíneo. Para él, para
vivir la vida por completo debemos encarar tanto sus mayores éxtasis como
sus más profundos horrores y decir: “sí, lo acepto”. Querer construir un
mundo en el que todo esté seguro y ordenado quizá nos proteja del horror, pero
también nos privará del éxtasis.
Y ya que Nietzsche nos ha
servido de puente entre el siglo XIX y la antigua Grecia, transportémonos a esa
civilización para encontrar la que, vengo yo a proponer, es la primera
historia de horror folclórico que se ha conservado por escrito…
LAS BACANTES
La sacerdotisa de Baco, de John Collier |
Irónicamente, Eurípides
(aprox. 480-406 a.C.), el autor del texto del que hablaremos ahora no era muy
estimado por Nietzsche. El bigotón consideraba que la tragedia había empezado a
decaer por culpa de la obra de Eurípides, quien introdujo mucha moralidad y
racionalidad socrática al teatro griego. Aun así, es en una de sus más célebres
obras en las que podemos encontrar ya los elementos del horror folclórico
y la lucha sin fin entre lo apolíneo y lo dionisiaco.
Las Bacantes transcurre en los alrededores de Tebas, entonces una
ciudad joven. Cadmo, su fundador y primer rey, es un anciano en la obra,
y ya había cedido el trono a su nieto, Penteo. Junto con el sabio
adivino ciego, Tiresias, Cadmo se prepara para el arribo de Dionisio,
también nieto suyo, pues el viejo rey es el padre de Sémele.
Las Bacantes, de Jean Metzinger |
En la tragedia, el coro de
las Bacantes nos da una descripción que nos permitirá tener una idea del rito y
por qué podía ser tan atractivo para las mujeres:
“Pon en tu cuerpo las ropas flamantes de y
adórnate de encina y de abeto, que es el rito de Dionisio. Atavíate con pieles
de cierva manchada y pon en ella adornos de lana. Piedad y alegría de la vida,
con las agitadas férulas pregona. Bromio va a ser celebrado.
Y subirán a la montaña para reunir a las
enloquecidas por el vino y el amor. No piensan más en hilar ni tejer. […]
La tierra está manando leche; la tierra está
manando miel, la tierra está manando vino. El aire está impregnado de sirios
perfumes.
Y allá va Dionisio, con su rostro alumbrado por la
luz de la antorcha. Va en rápida carrera que las mujeres alcanzar no pueden, y
lleva suelto al aire el glorioso efluvio de su dorada cabellera. Clama y lo
siguen; clama y lo corean. Oíd su tremenda voz:
‘¡Mujeres dominadas por el furor de Baco, gloria y
prez del Tmolo que el oro glorifica, elevad el canto Dionisio, celebrad al dios
que tañe el pandero y da voces de victoria por doquier!’
¡Allá va la flauta que atruena la cumbre y al
dulce son alienta las danzas por los vericuetos de las montañas!
¿Viste al potrillo que pace cercano a la madre y
retoza alegre en el prado? ¡Así van las hijas de Baco en sus bailes de excelso
furor!”
La juventud de Baco, de William-Adolphe Bouguereau |
Pero Penteo no ve con buenos
ojos el arribo de este primo suyo. No cree siquiera que sea un dios, y sospecha
que la historia de su divina paternidad fue un invento de Cadmo para ocultar el
deshonroso desliz de Sémele con algún mortal. Además, como otros gobernantes griegos
históricos, reprueba el culto dionisiaco, pues lo considera degenerado y
escandaloso. Se avergüenza de que su propia madre, Agave, forme parte
del corro de Baco. Él dice:
“Poco tiempo de esta ciudad estuve ausente y han
llegado rumores de graves males. ¡Que las mujeres dejaron sus hogares y van
enloquecidas por la montaña en ritos extraños, bailando en honor de Dionisio, o
acaso de un falso dios! Toman en la mano copas rebosantes y sin recato se dejan
abrazar por los hombres. Dicen que son ménades de Baco y que andan celebrando
sacras fiestas. Pero no es Baco: es a Afrodita a quien en su frenesí honran.
Ya en la cárcel tengo bien guardadas por mis
centinelas a las que pude aprisionar. Allí están con las manos atadas. Vendrán
a unirse a ellas las otras cuando las cautiven en los montes. Ésas con Ino y
Agave, la que me dio la vida fecundada por Equión. Y también Autonea, la madre
de Acteón. Con duras cadenas van a quedar cautivas y de esa locura separadas.
Pero me dicen que llegó de Lidia un embaucador. De
rizos rubios, que exhalan perfumen; de negros ojos que a todos nos fascinan y
él va en pos de ellas y ellas lo siguen, para celebrar las fiestas del dios.
¡Que no caiga en mis manos! Ya quedarán las suyas quietas sin agitar el tirso y
su cabeza irá a caer lejos de su cuerpo.
Dice que él es Dionisio, el que un tiempo
encerrado en el muslo de Zeus. Un rayo mató a su madre y así lo dio a luz. Y
con eso hace alarde de que el padre es Zeus. ¿No crees, Tiresias, que hay que
matar a este farsante? ¡Sea el que fuere!”
Dionisio entronizado, de Antonio María Morera |
Tiresias amonesta a Penteo
por su incredulidad e impiedad:
“¡Dos dioses son supremos, oh joven, y debieras
saberlo! Uno, la tierra es, con el nombre que se le llame. Ella da el
nutrimento que forma sustancia. Y el otro dios, el hijo de Sémele, el que
inventó el licor de la uva. Él viene a difundirlo entre los hombres: es un
divino néctar que libera del dolor y de la amarga pena. Bebido, entrega al
sueño y hace olvidar los infortunios de cada día. Nada hay igual para que
olvidemos las congojas de la vida. Y ese vino se liba ante los dioses, para
alcanzar de ellos la clemencia y el favor. […]
Dios de adivinación. Domina al hombre en frenética
locura, pero hace que presagie el porvenir. Fuera ya de razón el hombre, bajo
el influjo suyo, nos deja ver el futuro.
Émulo de Ares que espanta a los ejércitos ya en
plan de combate, los hace huir por su furor dionisíaco. Y un día estará ceñido
de diadema en las mismas rocas de Delfos, con su antorcha y su ramo, en báquico
furor.
Grande en Grecia va a ser el dios que hoy llega.
Rey Penteo, ten presente lo que digo: No es el mando
el que hace grandes a los hombres. Ni es sabio quien en vanas fantasías se
funda. Recibe al dios que llega, dale sus libaciones, hónralo con sus fiestas,
corona su cabeza con guirnaldas.”
El triunfo de Baco, de Diego Velázquez |
A pesar de las advertencias
del adivino, Penteo manda a arrestar a Dionisio y a encerrar a las mujeres
enloquecidas que lo siguen. Pero no puede detener la fuerza del ímpetu
divino. Dionisio hace temblar la tierra y libera a las Bacantes su prisión,
quienes corren al cercano monte Citerón para celebrar sus rituales.
Esto es teatro griego; no hay
cambio de escenario a lo largo de la obra. Eso significa que lo que los hechos del
Citerón, que bien podrían ser lo más interesante de la obra, ocurre fuera de
escena, y nos tiene que ser narrado por algún personaje. En este caso, un
mensajero comunica a Penteo lo que vio en el monte consagrado a Dionisio.
“Iba saliendo el sol. Lentamente yo llevaba a la
montaña las manadas de bueyes. Y vi en la altura tres coros: Uno lo guiaba
Autonoe, el otro, Agave, tu misma madre, y el tercero, Ino. Dormidas estaban
todas.
Habían formado lechos de hojas, unas de abetos,
otras de encinas, y por cabezal tenían la blanda tierra cubierta de grama. No
eran ebrias, como tú, rey, has dicho, ni enardecidas por la música de las
flautas para los deleites de Afrodita, al amparo de las solitarias selvas.
Oyó tu madre el mugido de los cornúpetos bueyes y
despertó, ella que estaba tendida en medio de aquellas mujeres. Dio una voz y todas
a su palabra se irguieron. Llenas de modestia y pudor, lo mismo las casadas que
las doncellas, o las ancianas. Soltaron sus cabelleras y las dejaron flotar al
viento. Tomaron sus pieles de ciervo y las ataron a sus espaldas, tras dejar
sus ropas caídas. Corrieron hechas a manera de serpientes ceñían su cabeza y
azotaban sus mejillas.
Bacanal ante la estatua de Pan, de Nicolas Poussin |
Llevaban otras en sus brazos cabritos, y aun
lobeznos, y los iban amamantando ellas mismas. Ellas que acaso en el hogar
dejaron a sus hijos recién nacidos, como revelaba la turgencia de sus pechos.
Todas llevaban coronas de hiedra o de encina en
las cienes y, en la mano, el tirso floreciente. Una lanzó una piedra y de ella
manó cristalino caudal. Otra azotó su férula a la tierra y el dios hizo brotar
una fuente de vino. Y muchas al herir la tierra hicieron nacer torrentes de
leche y venas de miel. Hermoso era aquello y tú mismo, al verlo, habrías
deseado la dulce suavidad de estas delicias. Y habrías acogido al dios que
desdeñas ahora.
Hicimos una junta pastores y boyeros. ¿Qué tenía
que hacerse a la vista de tales portentos? Y uno más diestro en la palabra,
porque más la ciudad frecuenta, nos dijo así: ‘¿No sería justo que
aprehendiéramos a Agave, la madre del rey, que va en esta bandada, por estas
cumbres, ella que menosprecia los mandatos de su hijo?’
Justo se creyó eso. Y todos en espera nos pusimos
para lograrlo, ocultos entre las ramas de los árboles.
Llegó la hora. Se dispusieron agitando sus tirsos
a celebrar las danzas de Baco. Dionisio, Bromo, Yaco… Lo aclamaban como hijo de
Zeus. Y el monte todo en saltos de convulsa danza se puso a bailar con ellas y
las fieras y los árboles también en el baile entraban.
Llegó a mi lado Agave, donde oculto estaba yo.
Salté para atraparla. Ella gritó entonces: ‘¡Mastines míos, ésos quieren
capturarnos; a ellos, contra ellos, en honor del gran dios y señor! ¡En alto
los tirsos!’
Al oír huimos todos. Y sólo así escapamos de la
muerte que esas mujeres de Baco intentaban darnos.
Las Ménades, de John Collier |
Enfurecidas ellas se lanzaron contra los toros.
¡Horror, espanto! Habrías temblado, oh rey, si vieras, a unas que tenían en sus
manos a una vaca de enorme ubre, desgarrada tremendamente. Aún se oían sus
mugidos. Otras así a las demás reses fueron despedazando. Por campos y llanos
caían costillas y pezuñas, y de los árboles quedaban aún andrajos de carne
ondulando y goteando sangre.
Aquellos feroces toros, antes tan temidos, que con
sus cuernos amedrentaban a todos, allí tendidos quedaron juntos con sus duras
pieles desgarradas por doncellas en un instante.
Volaron de ahí furiosas esas mujeres que honrar a
Dionisio. Como vuelan las aves en bandadas al viento fueron por la extensa
llanura del Asopo que fecunda los campos de Tebas con cosechas de rica
abundancia. Se lanzaron como un ejército enemigo contra Hisias y Eritria a la
falda del Citerón. Todo era ruina y maldición. Fueron arrebatando a los niños
de sus hogares. Y llevaron a sus espaldas cuanto han querido tomar y, aún sin
cuerdas que ataran el fardo nada a tierra venía. El hierro y el bronce para
ellas eran ligeros. Iban sus cabelleras lanzando llamas y nunca se consumen.
Pastores y boyeros, al verse atacados, quisieron
defenderse. Se arrojaron contra ellas. ¡Horrible visión: el dardo que ellos
arrojaron no hizo en esas mujeres mella alguna! Y ellas, lanzando los tirsos, hicieron
huir a los hombres. Admirable espectáculo: ¡Los hombres huyendo ante el ataque
de las mujeres! ¡Un dios ciertamente las iba ayudando!
Regresaron a aquellas fuentes que el dios había
hecho brotar y se lavaron la sangre de sus heridas. Las serpientes de sus
cabezas, ellas mismas vivificadas, comenzaron a lamer la sangre de sus
mejillas.”
La Bacante - Élisabeth Vigée Le Brun |
Mujeres enloquecidas que
actúan como fieras, amamantan bestezuelas y llevan pieles de animales en los
hombros y serpientes en la cabeza. El espíritu dionisiaco significa aceptar
nuestro lado animal, que somos parte de la naturaleza y no algo por encima
de ella. La actuación de las mujeres muestra la dualidad del culto báquico:
feliz y extático si se le honra, terrible y sanguinario si se le ofende. La
masacre del ganado presagia el destino de Penteo.
Consumido por la obsesión de
poner fin a este espectáculo, pero también movido por un deseo morboso de
verlo, Penteo acepta la propuesta de Dionisio de disfrazarse como Bacante y
subir al Citerón, sin sospechar que él es la víctima elegida para el
sacrificio. Entonces tenemos el momento más horroroso de la obra,
narrado a Cadmo por un mensajero:
“Se oye una voz en la altura. Es acaso la voz del
dios. Dijo así:
‘¡Ése traigo, ése es el que se mofa de nuestras
santas celebraciones! ¡Ríe de mí y ríe de vosotras y habrá que darle castigo!’
[…]
Corre a él Agave, su madre, y como sacerdotisa de
Bromio, da principio a la inmolación. Él se despoja de su diadema para que lo
reconozca ella y le dice con la mano acariciando la mejilla:
‘Madre, madre, Penteo soy, tu hijo que diste a luz
en el palacio de Quión. No me mates, no me inmoles. ¿Osarás matar a tu hijo?
Las Bacantes - Lovis Corinth |
Ella está poseída por el espíritu de Bromio. Revuelve
los ojos en frenética mirada y por su boca sale la espuma del delirio. No
siente compasión alguna. Toma en sus manos rígidas el brazo izquierdo de Penteo
y, haciendo apoyo con su pie el cuerpo del desdichado, desgaja el brazo. No es
sola fuerza suya: la está ayudando un dios.
El otro brazo Ino arranca con carne sangrante. Y
Autonoe y todas las mujeres dedicadas al culto de Baco cumplen su parte en la
obra.
Lúgubre sinfonía aquella. Él lanza gemidos al aire
mientras vive; dan ellas alaridos en su furiosa locura. Brazos, pues, entrañas,
todo le van arrancando y, con manos goteantes de sangre, siguen desgarrando sus
miembros.
Allá quedó su cuerpo. Trozos por todas partes.
Unos bajo los peñascos; otros, entre los árboles. ¿Habrá quien juntarlos pueda?
Toma Agave su cabeza y la clava en un tirso. Semeja la cabeza de un león. Y va
con ella en alto danzando por el monte Citerón, mientras sus compañeras bailan
en torno suyo.”
El sacrificio de Penteo, detalle de una vasija griega del siglo V a.C. |
¡Qué escena tan sangrienta y
horrífica! ¡Ser asesinado por tu propia madre, sumida en un trance por el culto
al que intentabas combatir! Claramente, el sacrificio de Penteo recrea la
muerte de Dionisio a manos de los titanes. Pero para el mortal no habrá
resurrección.
Aquí están todos los
elementos básicos de una historia de horror folclórico. El culto pagano con
sus manifestaciones salvajes y extáticas, incluyendo a las celebrantes actuando
como animales y vistiendo pieles. La descripción del trance báquico con las
mujeres enloquecidas, dotadas de poderes sobrenaturales y hasta robando niños…
¿No recuerda a la clásica representación del aquelarre de las brujas?
Por último, tenemos al
civilizado protagonista que teme y rechaza a este culto, que en su
insensatez comete sacrilegio y es castigado por ello; su sacrificio ritual
final resulta espantoso; si se llevara al cine la escena sería completamente
gore.
En esta historia es el culto
salvaje el que llega hasta las puertas de la civilización, pero esto también
ocurre en otras obras de folk horror. Además, en aquella época “el mundo
salvaje” estaba mucho más cerca de la civilización, casi apenas saliendo de las
murallas de la ciudad. Y Penteo sí se traslada a los montes agrestes y
despoblados para presenciar el rito.
¡VENGAN OTRAS MÉNADES!
El sacrificio de Penteo en un fresco romano de Pompeya, siglo I d.C. |
El espíritu dionisiaco está
presente en todas las épocas de la historia humana, ya sea en los ritos
báquicos de la Antigüedad, en el furor vital que anhelaba la generación del
Romanticismo, en los neopaganos victorianos queriendo recrear los aquelarres de
brujas (que nunca sucedieron), o en las fiestas psicodélicas de los hippies a
mediados del siglo XX. Incluso en el seno del cristianismo tiene algunas
manifestaciones, como la tradición del carnaval.
Siempre el espíritu de
Apolo tratará de imponerse, de domar al elemento báquico en nuestra
sociedad y nuestra alma. Pero nunca conseguirá amansarlo del todo. Siempre
volverá a resurgir y llevará a sus ménades a la danza frenética y al éxtasis.
Como un subgénero narrativo
de este mundo moderno, el horror folklórico es una manifestación de esa
irreconciliable oposición entre Apolo y Dionisio. Lo sepan o no, los autores
de ficciones de horror folclórico están recreando una lucha que, según
Nietzsche, ha existido en el corazón humano desde el inicio de los tiempos. El
espíritu dionisiaco está encarnado en los rituales paganos que tanto asustan a
nuestros protagonistas. Y sí, son horrorosos… Pero también atractivos.
A pesar de todo, la
protagonista de Midsommar conoce una forma de liberación que el
mundo moderno, secular e individualista nunca le habría podido dar. El
protagonista de The Wicker Man recibió la misma oferta, pero él
rechazó y así se condenó. De forma quizás intuitiva, el horror folclórico
advierte que, aunque parezca terrible, aunque nuestra razón apolínea lo rechace
y le tema, el culto a Dionisio debe ser respetado.
FIN
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