¿Es éste el primer relato de horror folclórico de la historia? - Ego Sum Qui Sum

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jueves, 12 de octubre de 2023

¿Es éste el primer relato de horror folclórico de la historia?

Bacanal, de Paul Rubens


I
HOMBRES Y MUJERES DE MIMBRE

 

Seguro conocen este escenario. Uno o varios citadinos hacen un viaje a un lugar remoto de la campiña, un sitio que pocos forasteros visitan. Al principio todo parece normal y hasta acogedor, excepto que los lugareños tienen costumbres algo excéntricas.

 

Poco a poco se van revelando más secretos y nuestros héroes se dan cuenta de que están en peligro. Los lugareños practican una extraña religión, adoran a algún dios de épocas prehistóricas o que ni siquiera es conocido para la antropología. Esta religión incluye prácticas atroces, como mutilación, sacrificio ritual o canibalismo.

 

Que los aldeanos tengan dichas creencias y prácticas es de por sí aterrador. Pero puede ser que incluso al final se revele que, después de todo, la deidad a la que adoran es muy real y está aquí, una abominación cósmica que desafía nuestra concepción del mundo.

 

Ésta, amix, es la premisa básica de cualquier historia de folk horror, nombre a veces traducido al castellano como horror folclórico. Se trata un subgénero de la ficción de terror u horror que despegó en la década de los 70 con películas The Wicker Man (1972) de Robin Hardy, y que ha conocido un renacimiento en nuestros tiempos gracias a Midsommar (2019) de Ari Aster.

 

The Wicker Man, Robin Hardy (1972)

En The Wicker Man, un agente de policía (Edward Woodward) viaja a una remota isla británica en busca de una niña reportada como desaparecida. A su llegada se encuentra con amigables pero extravagantes locales que han regresado a cultos célticos previos al arribo del cristianismo. Esto choca con la devoción cristiana del detective, que no deja de juzgar a los nativos como locos y salvajes. Poco sospecha nuestro héroe que toda su experiencia en la isla es la preparación para su sacrificio.

 

Casi medio siglo más tarde, tenemos Midsommar, en la que un grupo de turistas estadounidenses viaja a remotas tierras nórdicas para experimentar un festival de medio verano, en una tierra en la que no se pone el sol por varios meses. La protagonista (Florence Pugh) está acompañada por un montón de botarates, incluyendo a su novio, que poco a poco van cayendo bajo las manos de un culto pagano nórdico.

 

No es difícil intuir las raíces del horror folclórico; es claro que explota miedos propios de culturas urbanas clasemedieras en el mundo moderno. Representa el terror a lo desconocido, a lo que está en los lindes de la civilización. Tiene algo de clasismo citadino: miedo a esos supersticiosos campesinos, su fanatismo y sus costumbres primitivas.

 

También se basa en un prejuicio cristiano contra lo pagano. En el folk horror las religiones paganas siempre son barbáricas e implican la comisión de actos atroces. Si aparecen, los dioses paganos son monstruos, demonios o abominaciones cósmicas. En occidente, incluso quienes no somos creyentes, hemos sido criados en una cultura cristiana, y tenemos una idea de cómo se ve una religión “aceptable” y cómo un culto aterrador. Esto va tanto para los protagonistas de estas historias como para los espectadores.

 

Midsommar, Ari Aster (2019)

Sin embargo, no todas las historias de horror folclórico se limitan a retratar los cultos paganos como meras monstruosidades. Siempre tienen algo de atractivo. Nos muestran comunidades armónicas y unidas que contrastan con nuestro individualismo moderno; oponen una aceptación de la mortalidad con nuestro terror patológico a la muerte.

 

Muchas veces se presentan liberadas de nuestras rígidas constricciones sociales. En sus festejos son comunes la embriaguez o intoxicación con alucinógenos, así como prácticas que rompen con nuestros tabúes sexuales: travestismo, sexo en público, orgías, homoerotismo, etcétera.

 

Más aún, las víctimas de estos cultos no siempre son completamente inocentes; muchas veces se les escoge para el sacrificio porque rompieron algún tabú, faltaron el respeto a la religión o simplemente fueron unos cretinos. En ocasiones la víctima es invitada a formar parte del culto y gozar de sus atractivos, pero en su negación se condena al sacrificio. Si aceptare, en cambio, tendría mucho que ganar, como la protagonista de Midsommar.

 

Vaya dualidad, ¿eh? Por un lado, estos relatos dan la razón a los prejuicios citadinos y clasemedieros del occidente cristiano. Pero por otro no dejan de sugerir que también hay algo que nos llama en el primitivo paganismo rural. ¿Cómo explicar esta contradicción? Bueno, podemos decir que el horror siempre ha tenido un componente atractivo, la seducción de la oscuridad, de lo prohibido. Pero ésa sería una respuesta demasiado genérica, y en este ensayo quiero que vayamos más profundo…

 

RAÍCES PAGANAS

Druidismo, un culto pagano moderno

¿Cuál fue la primera historia de horror folclórico? Se atribuye al actor y guionista Mark Gatiss el haber popularizado el término folk horror en su excelente documental de 2010, A History of Horror (que deberías de ver). Él se refería a una tríada de filmes británicos que aparecieron a finales de los 60 y principios de los 70: Witchfinder General, The Blood in Satan’s Claw y, por supuesto, The Wicker Man. El término se remonta por lo menos tanto como esa tríada, pues lo usó la revista Kine Weekly para referirse a The Blood in Satan’s Claw en abril de 1970.

 

¿Por qué justo en aquella época? Bueno, quizá porque las contraculturas juveniles estaban rompiendo los tabúes de una sociedad rígida y conservadora. Las comunas hippies, con su amor libre y su desdén por las convenciones sociales espantaban a más de una persona bienpensante. Además, los mismos hippies fueron los iniciadores de un renacimiento de pseudopaganismos eclécticos y muy posmodernos que poco tenían que ver con las culturas originales a las que pretendían remedar, y sí mucho con narrativas fantasiosas que sobre ellas se habían construido a lo largo de los siglos.

 

Los psicotrópicos, como la marihuana y el LSD también se pusieron de moda, y la gente externa a estos círculos tenía terror a estas sustancias alucinógenas. Una leyenda urbana aseguraba que una pareja de hippies, en su viaje ácido, había metido en un horno y cocinado al bebé que cuidaba. Y no olvidemos la muy verdadera historia de Charles Manson y su culto de hippies asesinos que usaban LSD en sus rituales.

 

Hippies danzando

Bueno, esto ayuda a entender la explosión de horror folclórico en aquella época, pero eso no significa que esa triada de películas sean las primeras obras. En retrospectiva, algunos autores han catalogado como horror folclórico diversas obras del canon anglosajón. En The Lottery (1948), novela de Shirley Jackson, una comunidad rural estadounidense practica un ritual de fertilidad que implica lapidar a una víctima elegida al azar. Anterior es la novela Witch Wood (1927), en la que un joven ministro de la Escocia del siglo XVII llega a un pequeño pueblo, donde descubre un culto pagano que se realiza por las noches en el tenebroso bosque local.

 

Un poco antes, en 1921, la antropóloga Margaret Murray presentó su teoría (ahora desacreditada, pero aún popular entre el público lego) de que las brujas perseguidas por las instituciones eclesiásticas eran en realidad practicantes de cultos paganos que habían sobrevivido de forma clandestina a lo largo de la Edad Media por sociedades secretas de mujeres.

 

Y si vamos más atrás, tenemos la obra de Arthur Machen, quien publicó entre finales del siglo XIX y principios del XX. En sus cuentos él sugiere que las leyendas de hadas y sátiros simplemente disfrazan un auténtico horror: el de una raza prehumana que aún sobrevive en los rincones más remotos de las Islas Británicas, y que realiza atroces rituales, y que aún son temidos y respetados por los toscos campesinos.

 

El Aquelarre según Francisco de Goya

Tiene mucho sentido buscar los orígenes del horror folclórico en el siglo XIX; en esos años emergieron muchos de los intereses que luego las contraculturas sesenteras revivirían, en especial todo lo relacionado con lo esotérico, el ocultismo y las religiones neopaganas. Los victorianos estaban obsesionados con estos temas, y antes de ellos los románticos tuvieron un gran interés en las creencias, costumbres y prácticas tradicionales de las comunidades rurales. Vamos, fue en 1846 en que se inventó la palabra folklore (“el conocimiento, la sabiduría del pueblo”), para referirse a las creencias y narrativas populares transmitidas de forma oral.

 

Hemos estado hablando de la tradición anglosajona, y esto no sólo es porque los ingleses han sido los grandes pioneros de los géneros macabros, sino también sus principales estudiosos. Casi todos los textos que he topado sobre el folk horror están en inglés (para que tengan una idea, Wikipedia no tiene una entrada al respecto en castellano). Además, los anglosajones tienen la nariz metida en el ombligo y rara vez hablan de algo que no hayan hecho ellos mismos.

 

Pero ya que estamos hablando del siglo XIX, tendremos que hablar de su último gran filósofo, que nos arrojará, sin que él lo hubiera imaginado, algunas luces sobre el origen y el significado del horror folclórico. El übermensch en persona, y campeón al premio del bigote más épico en la historia de la filosofía, Friedrich Nietzsche.

 

APOLO Y DIONISIO


Antes de convertirse en el filósofo favorito de morritos edgy de Internet; antes incluso de enloquecer de sífilis por andar de putañero, Nietzsche era un absoluto erudito de la cultura griega. En su primera obra maestra, El nacimiento de la tragedia (1872), Nietzsche populariza los conceptos opuestos del espíritu apolíneo y el espíritu dionisiaco.

 

Apolo, recordarán, era el dios del sol, pero también de la profecía, las artes y la medicina. Su espíritu representa la claridad, la razón, la ciencia y la conciencia individual. Dionisio es el dios del vino, el teatro y de las orgías locas. Su espíritu representa el caos, el instinto, la emoción pura, el éxtasis y la unidad con los otros.

 

Según Nietzsche, la vida humana es una lucha sin final entre estos dos espíritus. La tragedia griega fue una de las más grandes formas de arte que ha producido la humanidad, pues ella encapsula la totalidad de la experiencia humana al mezclar lo apolíneo y lo dionisiaco en un todo.

 

Para entender mejor esto debemos regresar a la antigua Grecia y aprender un poco sobre Dionisio (o Baco) y el culto a su alrededor. Si su imagen del dios es la de un simpático gordito medio enfiestado como aparece en los dibujos de Disney, (y ni siquiera me hagan empezar con Percy Jakcson) tienen una muy mala idea.

 

Escultura romana, siglo II d.C.

El mito “oficial” nos dice que Dionisio era hijo de Zeus y la mortal Sémele. Hera, la celosa y vengativa esposa de Zeus, engañó a Sémele para que éste exigiera a Zeus mostrarse en su verdadera forma. Esta forma divina es el rayo, insoportable para cualquier mortal, por lo que, al contemplar a su amante divino, Sémele fue fulminada al instante. Zeus con presteza tomó al hijo que ella esperaba y lo insertó en su propio muslo, para que pudiera terminar de gestarse. Ya nacido, Dionisio no pudo escapar de la furia de Hera, quien mandó a que los titanes lo despedazaran. Fue su abuela, Rea, quien lo revivió.

 

Como les dije, ésta es la historia oficial, la de un dios nacido tanto de su madre como de su padre, sacrificado y asesinado, pero vuelto a la vida. Es la fábula que encontrarán en el manual de mitología promedio. Sin embargo, los mitos y leyendas sobre el origen y genealogía de Dionisio son muchos y antiquísimos.

 

Dionisio era un dios temido. Su culto era abierto sólo a iniciados. De hecho, durante siglos no fue incluido formalmente como parte del panteón olímpico y eso que la mención más antigua a su nombre data de 1300 años antes de Cristo. Ya que se le representa a menudo acompañado de panteras y leopardos, y sus mitos hablan de su llegada desde el oriente, es posible que su origen sea asiático y definitivamente debe ser antiquísimo, prehelénico incluso.


Dionisio no era simplemente el dios del vino. Era el dios del aspecto salvaje, instintivo y comunal de la naturaleza humana. Era un dios ctónico, de la tierra, que no pasaba sus días en el Olimpo con los demás inmortales, sino que andaba por los bosques y prados del mundo, nunca demasiado lejos de los mortales. Su séquito incluía faunos, sátiros y ninfas, es decir, seres del bosque, de la naturaleza.

 

Mosaico romano, siglo II a.C.

Sus fiestas, los bacanales, eran salvajes, realizadas en el bosque, lejos de templos y altares. Beber el vino significa introducir en el cuerpo el espíritu del dios. La palabra “entusiasmo”, que etimológicamente significa “tener al dios adentro” se refiere a la intoxicación provocada por el vino, que se mezclaba con drogas alucinógenos. A esto súmese una danza, al ritmo de flautas y tambores para lograr un trance extático. En dicho estado de conciencia, el individuo se libera de todas las restricciones impuestas por la sociedad, e incluso se libera de sí mismo; el ego desaparece y cada quien se vuelve uno con los demás.

 

Las bacanales eran liberadores. No había distinciones de género ni clase social. No había distinción entre esclavo o amo, ciudadano o extranjero. Las mujeres eran especialmente importantes, tanto en el mito como en los rituales. Las ménades, las ninfas que acompañaban a Dionisio, eran imitadas por las bacantes, las mortales que participaban en estos ritos. Se dice que el número de seguidoras del culto superaba por mucho al de seguidores varones.

 

El sereno culto olímpico, llevado a cabo en los templos de mármol de las ciudades, contrastaba con el frenesí y el éxtasis de los misterios dionisiacos. La devoción de Dionisio amenazaba el orden social existente, en el que se sustentaba la civilización. Los respetables historiadores y filósofos predicaron en su contra. Autoridades tanto griegas, como después romanas, hicieron lo posible para moderarlo, domesticarlo, y tuvieron algo de éxito. Apolo tenía miedo de Dionisio.

 

Las ménades, en un relieve griego del siglo V a.C.

Nietzsche lamentaba que el mundo moderno se ha decantado demasiado por el espíritu apolíneo. Para él, para vivir la vida por completo debemos encarar tanto sus mayores éxtasis como sus más profundos horrores y decir: “sí, lo acepto”. Querer construir un mundo en el que todo esté seguro y ordenado quizá nos proteja del horror, pero también nos privará del éxtasis.

 

Y ya que Nietzsche nos ha servido de puente entre el siglo XIX y la antigua Grecia, transportémonos a esa civilización para encontrar la que, vengo yo a proponer, es la primera historia de horror folclórico que se ha conservado por escrito…

 

LAS BACANTES

La sacerdotisa de Baco, de John Collier 

Irónicamente, Eurípides (aprox. 480-406 a.C.), el autor del texto del que hablaremos ahora no era muy estimado por Nietzsche. El bigotón consideraba que la tragedia había empezado a decaer por culpa de la obra de Eurípides, quien introdujo mucha moralidad y racionalidad socrática al teatro griego. Aun así, es en una de sus más célebres obras en las que podemos encontrar ya los elementos del horror folclórico y la lucha sin fin entre lo apolíneo y lo dionisiaco.

 

Las Bacantes transcurre en los alrededores de Tebas, entonces una ciudad joven. Cadmo, su fundador y primer rey, es un anciano en la obra, y ya había cedido el trono a su nieto, Penteo. Junto con el sabio adivino ciego, Tiresias, Cadmo se prepara para el arribo de Dionisio, también nieto suyo, pues el viejo rey es el padre de Sémele.

 

Las Bacantes, de Jean Metzinger

En la tragedia, el coro de las Bacantes nos da una descripción que nos permitirá tener una idea del rito y por qué podía ser tan atractivo para las mujeres:

 

“Pon en tu cuerpo las ropas flamantes de y adórnate de encina y de abeto, que es el rito de Dionisio. Atavíate con pieles de cierva manchada y pon en ella adornos de lana. Piedad y alegría de la vida, con las agitadas férulas pregona. Bromio va a ser celebrado.

 

Y subirán a la montaña para reunir a las enloquecidas por el vino y el amor. No piensan más en hilar ni tejer. […]

 

La tierra está manando leche; la tierra está manando miel, la tierra está manando vino. El aire está impregnado de sirios perfumes.

 

Y allá va Dionisio, con su rostro alumbrado por la luz de la antorcha. Va en rápida carrera que las mujeres alcanzar no pueden, y lleva suelto al aire el glorioso efluvio de su dorada cabellera. Clama y lo siguen; clama y lo corean. Oíd su tremenda voz:

 

‘¡Mujeres dominadas por el furor de Baco, gloria y prez del Tmolo que el oro glorifica, elevad el canto Dionisio, celebrad al dios que tañe el pandero y da voces de victoria por doquier!’

 

¡Allá va la flauta que atruena la cumbre y al dulce son alienta las danzas por los vericuetos de las montañas!

 

¿Viste al potrillo que pace cercano a la madre y retoza alegre en el prado? ¡Así van las hijas de Baco en sus bailes de excelso furor!”

La juventud de Baco, de William-Adolphe Bouguereau

Pero Penteo no ve con buenos ojos el arribo de este primo suyo. No cree siquiera que sea un dios, y sospecha que la historia de su divina paternidad fue un invento de Cadmo para ocultar el deshonroso desliz de Sémele con algún mortal. Además, como otros gobernantes griegos históricos, reprueba el culto dionisiaco, pues lo considera degenerado y escandaloso. Se avergüenza de que su propia madre, Agave, forme parte del corro de Baco. Él dice:

 

“Poco tiempo de esta ciudad estuve ausente y han llegado rumores de graves males. ¡Que las mujeres dejaron sus hogares y van enloquecidas por la montaña en ritos extraños, bailando en honor de Dionisio, o acaso de un falso dios! Toman en la mano copas rebosantes y sin recato se dejan abrazar por los hombres. Dicen que son ménades de Baco y que andan celebrando sacras fiestas. Pero no es Baco: es a Afrodita a quien en su frenesí honran.

 

Ya en la cárcel tengo bien guardadas por mis centinelas a las que pude aprisionar. Allí están con las manos atadas. Vendrán a unirse a ellas las otras cuando las cautiven en los montes. Ésas con Ino y Agave, la que me dio la vida fecundada por Equión. Y también Autonea, la madre de Acteón. Con duras cadenas van a quedar cautivas y de esa locura separadas.

 

Pero me dicen que llegó de Lidia un embaucador. De rizos rubios, que exhalan perfumen; de negros ojos que a todos nos fascinan y él va en pos de ellas y ellas lo siguen, para celebrar las fiestas del dios. ¡Que no caiga en mis manos! Ya quedarán las suyas quietas sin agitar el tirso y su cabeza irá a caer lejos de su cuerpo.

 

Dice que él es Dionisio, el que un tiempo encerrado en el muslo de Zeus. Un rayo mató a su madre y así lo dio a luz. Y con eso hace alarde de que el padre es Zeus. ¿No crees, Tiresias, que hay que matar a este farsante? ¡Sea el que fuere!”

 

Dionisio entronizado, de Antonio María Morera

Tiresias amonesta a Penteo por su incredulidad e impiedad:

 

“¡Dos dioses son supremos, oh joven, y debieras saberlo! Uno, la tierra es, con el nombre que se le llame. Ella da el nutrimento que forma sustancia. Y el otro dios, el hijo de Sémele, el que inventó el licor de la uva. Él viene a difundirlo entre los hombres: es un divino néctar que libera del dolor y de la amarga pena. Bebido, entrega al sueño y hace olvidar los infortunios de cada día. Nada hay igual para que olvidemos las congojas de la vida. Y ese vino se liba ante los dioses, para alcanzar de ellos la clemencia y el favor. […]

 

Dios de adivinación. Domina al hombre en frenética locura, pero hace que presagie el porvenir. Fuera ya de razón el hombre, bajo el influjo suyo, nos deja ver el futuro.

 

Émulo de Ares que espanta a los ejércitos ya en plan de combate, los hace huir por su furor dionisíaco. Y un día estará ceñido de diadema en las mismas rocas de Delfos, con su antorcha y su ramo, en báquico furor.

 

Grande en Grecia va a ser el dios que hoy llega.

 

Rey Penteo, ten presente lo que digo: No es el mando el que hace grandes a los hombres. Ni es sabio quien en vanas fantasías se funda. Recibe al dios que llega, dale sus libaciones, hónralo con sus fiestas, corona su cabeza con guirnaldas.”

 

El triunfo de Baco, de Diego Velázquez

A pesar de las advertencias del adivino, Penteo manda a arrestar a Dionisio y a encerrar a las mujeres enloquecidas que lo siguen. Pero no puede detener la fuerza del ímpetu divino. Dionisio hace temblar la tierra y libera a las Bacantes su prisión, quienes corren al cercano monte Citerón para celebrar sus rituales.

 

Esto es teatro griego; no hay cambio de escenario a lo largo de la obra. Eso significa que lo que los hechos del Citerón, que bien podrían ser lo más interesante de la obra, ocurre fuera de escena, y nos tiene que ser narrado por algún personaje. En este caso, un mensajero comunica a Penteo lo que vio en el monte consagrado a Dionisio.

 

“Iba saliendo el sol. Lentamente yo llevaba a la montaña las manadas de bueyes. Y vi en la altura tres coros: Uno lo guiaba Autonoe, el otro, Agave, tu misma madre, y el tercero, Ino. Dormidas estaban todas.

 

Habían formado lechos de hojas, unas de abetos, otras de encinas, y por cabezal tenían la blanda tierra cubierta de grama. No eran ebrias, como tú, rey, has dicho, ni enardecidas por la música de las flautas para los deleites de Afrodita, al amparo de las solitarias selvas.

 

Oyó tu madre el mugido de los cornúpetos bueyes y despertó, ella que estaba tendida en medio de aquellas mujeres. Dio una voz y todas a su palabra se irguieron. Llenas de modestia y pudor, lo mismo las casadas que las doncellas, o las ancianas. Soltaron sus cabelleras y las dejaron flotar al viento. Tomaron sus pieles de ciervo y las ataron a sus espaldas, tras dejar sus ropas caídas. Corrieron hechas a manera de serpientes ceñían su cabeza y azotaban sus mejillas.


Bacanal ante la estatua de Pan, de Nicolas Poussin

Llevaban otras en sus brazos cabritos, y aun lobeznos, y los iban amamantando ellas mismas. Ellas que acaso en el hogar dejaron a sus hijos recién nacidos, como revelaba la turgencia de sus pechos.

 

Todas llevaban coronas de hiedra o de encina en las cienes y, en la mano, el tirso floreciente. Una lanzó una piedra y de ella manó cristalino caudal. Otra azotó su férula a la tierra y el dios hizo brotar una fuente de vino. Y muchas al herir la tierra hicieron nacer torrentes de leche y venas de miel. Hermoso era aquello y tú mismo, al verlo, habrías deseado la dulce suavidad de estas delicias. Y habrías acogido al dios que desdeñas ahora.

 

Hicimos una junta pastores y boyeros. ¿Qué tenía que hacerse a la vista de tales portentos? Y uno más diestro en la palabra, porque más la ciudad frecuenta, nos dijo así: ‘¿No sería justo que aprehendiéramos a Agave, la madre del rey, que va en esta bandada, por estas cumbres, ella que menosprecia los mandatos de su hijo?’

 

Justo se creyó eso. Y todos en espera nos pusimos para lograrlo, ocultos entre las ramas de los árboles.

 

Llegó la hora. Se dispusieron agitando sus tirsos a celebrar las danzas de Baco. Dionisio, Bromo, Yaco… Lo aclamaban como hijo de Zeus. Y el monte todo en saltos de convulsa danza se puso a bailar con ellas y las fieras y los árboles también en el baile entraban.

 

Llegó a mi lado Agave, donde oculto estaba yo. Salté para atraparla. Ella gritó entonces: ‘¡Mastines míos, ésos quieren capturarnos; a ellos, contra ellos, en honor del gran dios y señor! ¡En alto los tirsos!’

 

Al oír huimos todos. Y sólo así escapamos de la muerte que esas mujeres de Baco intentaban darnos.


Las Ménades, de John Collier

Enfurecidas ellas se lanzaron contra los toros. ¡Horror, espanto! Habrías temblado, oh rey, si vieras, a unas que tenían en sus manos a una vaca de enorme ubre, desgarrada tremendamente. Aún se oían sus mugidos. Otras así a las demás reses fueron despedazando. Por campos y llanos caían costillas y pezuñas, y de los árboles quedaban aún andrajos de carne ondulando y goteando sangre.

 

Aquellos feroces toros, antes tan temidos, que con sus cuernos amedrentaban a todos, allí tendidos quedaron juntos con sus duras pieles desgarradas por doncellas en un instante.

 

Volaron de ahí furiosas esas mujeres que honrar a Dionisio. Como vuelan las aves en bandadas al viento fueron por la extensa llanura del Asopo que fecunda los campos de Tebas con cosechas de rica abundancia. Se lanzaron como un ejército enemigo contra Hisias y Eritria a la falda del Citerón. Todo era ruina y maldición. Fueron arrebatando a los niños de sus hogares. Y llevaron a sus espaldas cuanto han querido tomar y, aún sin cuerdas que ataran el fardo nada a tierra venía. El hierro y el bronce para ellas eran ligeros. Iban sus cabelleras lanzando llamas y nunca se consumen.

 

Pastores y boyeros, al verse atacados, quisieron defenderse. Se arrojaron contra ellas. ¡Horrible visión: el dardo que ellos arrojaron no hizo en esas mujeres mella alguna! Y ellas, lanzando los tirsos, hicieron huir a los hombres. Admirable espectáculo: ¡Los hombres huyendo ante el ataque de las mujeres! ¡Un dios ciertamente las iba ayudando!

 

Regresaron a aquellas fuentes que el dios había hecho brotar y se lavaron la sangre de sus heridas. Las serpientes de sus cabezas, ellas mismas vivificadas, comenzaron a lamer la sangre de sus mejillas.”

 

La Bacante - Élisabeth Vigée Le Brun

Mujeres enloquecidas que actúan como fieras, amamantan bestezuelas y llevan pieles de animales en los hombros y serpientes en la cabeza. El espíritu dionisiaco significa aceptar nuestro lado animal, que somos parte de la naturaleza y no algo por encima de ella. La actuación de las mujeres muestra la dualidad del culto báquico: feliz y extático si se le honra, terrible y sanguinario si se le ofende. La masacre del ganado presagia el destino de Penteo.

 

Consumido por la obsesión de poner fin a este espectáculo, pero también movido por un deseo morboso de verlo, Penteo acepta la propuesta de Dionisio de disfrazarse como Bacante y subir al Citerón, sin sospechar que él es la víctima elegida para el sacrificio. Entonces tenemos el momento más horroroso de la obra, narrado a Cadmo por un mensajero:

 

“Se oye una voz en la altura. Es acaso la voz del dios. Dijo así:

 

‘¡Ése traigo, ése es el que se mofa de nuestras santas celebraciones! ¡Ríe de mí y ríe de vosotras y habrá que darle castigo!’ […]

 

Corre a él Agave, su madre, y como sacerdotisa de Bromio, da principio a la inmolación. Él se despoja de su diadema para que lo reconozca ella y le dice con la mano acariciando la mejilla:

 

‘Madre, madre, Penteo soy, tu hijo que diste a luz en el palacio de Quión. No me mates, no me inmoles. ¿Osarás matar a tu hijo?


Las Bacantes - Lovis Corinth

Ella está poseída por el espíritu de Bromio. Revuelve los ojos en frenética mirada y por su boca sale la espuma del delirio. No siente compasión alguna. Toma en sus manos rígidas el brazo izquierdo de Penteo y, haciendo apoyo con su pie el cuerpo del desdichado, desgaja el brazo. No es sola fuerza suya: la está ayudando un dios.

 

El otro brazo Ino arranca con carne sangrante. Y Autonoe y todas las mujeres dedicadas al culto de Baco cumplen su parte en la obra.

 

Lúgubre sinfonía aquella. Él lanza gemidos al aire mientras vive; dan ellas alaridos en su furiosa locura. Brazos, pues, entrañas, todo le van arrancando y, con manos goteantes de sangre, siguen desgarrando sus miembros.

 

Allá quedó su cuerpo. Trozos por todas partes. Unos bajo los peñascos; otros, entre los árboles. ¿Habrá quien juntarlos pueda? Toma Agave su cabeza y la clava en un tirso. Semeja la cabeza de un león. Y va con ella en alto danzando por el monte Citerón, mientras sus compañeras bailan en torno suyo.”

 

El sacrificio de Penteo, detalle de una vasija griega del siglo V a.C.

¡Qué escena tan sangrienta y horrífica! ¡Ser asesinado por tu propia madre, sumida en un trance por el culto al que intentabas combatir! Claramente, el sacrificio de Penteo recrea la muerte de Dionisio a manos de los titanes. Pero para el mortal no habrá resurrección.

 

Aquí están todos los elementos básicos de una historia de horror folclórico. El culto pagano con sus manifestaciones salvajes y extáticas, incluyendo a las celebrantes actuando como animales y vistiendo pieles. La descripción del trance báquico con las mujeres enloquecidas, dotadas de poderes sobrenaturales y hasta robando niños… ¿No recuerda a la clásica representación del aquelarre de las brujas?

 

Por último, tenemos al civilizado protagonista que teme y rechaza a este culto, que en su insensatez comete sacrilegio y es castigado por ello; su sacrificio ritual final resulta espantoso; si se llevara al cine la escena sería completamente gore.

 

En esta historia es el culto salvaje el que llega hasta las puertas de la civilización, pero esto también ocurre en otras obras de folk horror. Además, en aquella época “el mundo salvaje” estaba mucho más cerca de la civilización, casi apenas saliendo de las murallas de la ciudad. Y Penteo sí se traslada a los montes agrestes y despoblados para presenciar el rito.

 

¡VENGAN OTRAS MÉNADES!

El sacrificio de Penteo en un fresco romano de Pompeya, siglo I d.C.

El espíritu dionisiaco está presente en todas las épocas de la historia humana, ya sea en los ritos báquicos de la Antigüedad, en el furor vital que anhelaba la generación del Romanticismo, en los neopaganos victorianos queriendo recrear los aquelarres de brujas (que nunca sucedieron), o en las fiestas psicodélicas de los hippies a mediados del siglo XX. Incluso en el seno del cristianismo tiene algunas manifestaciones, como la tradición del carnaval.

 

Siempre el espíritu de Apolo tratará de imponerse, de domar al elemento báquico en nuestra sociedad y nuestra alma. Pero nunca conseguirá amansarlo del todo. Siempre volverá a resurgir y llevará a sus ménades a la danza frenética y al éxtasis.

 

Como un subgénero narrativo de este mundo moderno, el horror folklórico es una manifestación de esa irreconciliable oposición entre Apolo y Dionisio. Lo sepan o no, los autores de ficciones de horror folclórico están recreando una lucha que, según Nietzsche, ha existido en el corazón humano desde el inicio de los tiempos. El espíritu dionisiaco está encarnado en los rituales paganos que tanto asustan a nuestros protagonistas. Y sí, son horrorosos… Pero también atractivos.

 

A pesar de todo, la protagonista de Midsommar conoce una forma de liberación que el mundo moderno, secular e individualista nunca le habría podido dar. El protagonista de The Wicker Man recibió la misma oferta, pero él rechazó y así se condenó. De forma quizás intuitiva, el horror folclórico advierte que, aunque parezca terrible, aunque nuestra razón apolínea lo rechace y le tema, el culto a Dionisio debe ser respetado.

 

FIN



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