“¡A ver, define fascismo!”, es una respuesta
fastidiosamente común que su seguro servidor se encuentra en redes,
especialmente cuando me declaro antifascista.
Los movimientos reaccionarios de extrema derecha se
han vuelto hegemónicos en muchos lugares del mundo, y desde hace varios años se
debate, de buena o mala fe, con o sin conocimiento de causa, si la etiqueta de fascistas
resulta adecuada para casos como el de Donald Trump (Estados Unidos), Viktor
Orbán (Hungría), Javier Milei (Argentina), Marine Le Pen (Francia), Santiago
Abascal (España), Matteo Salvini y Giorgia Meloni (Italia), y muchos otros.
Pero el propósito de la exigencia “¡define fascismo!” suele
ser enredarnos en discusiones bizantinas sobre semántica y taxonomía
para desviar la atención de los atropellos, abusos y crímenes que la derecha
contemporánea ha cometido o proyecta cometer. Es decir, la persona que llega y
repite de buenas a primeras esa frase no está honestamente esperando que le dé
una definición de fascismo para satisfacer una duda. Se trata de alguien
que simpatiza con esos movimientos reaccionarios (o que por lo menos no los
considera tan peligrosos como otras corrientes políticas). Además, son
individuos que ven el debate no como una oportunidad para intercambiar ideas y
alcanzar el conocimiento, sino como un juego de suma cero en el que hay que
ganar o perder. “¡Define fascismo!” es la primera movida de un juego que ya
tienen preparado y cuyo desenlace (esperan), será la derrota y humillación del
antifascista en cuestión (o sea, yo mero).
“¡Define fascismo!” no es algo que se pueda responder en un
comentario de Facebook. Por lo general, requiere una explicación detallada. Y
es que, en realidad, existen diferentes definiciones de fascismo
que han planteado distintos autores a lo largo de la historia. Hoy vamos a
conocer algunas. Así, la próxima vez que algún impertinente quiera ponerme en
jaque con “¡define fascismo!” puedo nomás ponerle un enlace a esta entrada e
irme a jugar Nintendo.
El politólogo británico Roger Griffin, en La
naturaleza del fascismo (1991), define fascismo como ultranacionalismo
palingenésico. Son sólo dos palabras, pero muy complejas pues a su vez comprenden
una multitud de conceptos. La parte de ultranacionalismo se refiere a
una devoción extrema, al punto de la violencia, por la propia nación. Incluye
una concepción homogénea y excluyente de la misma, normalmente sobre líneas
étnicas, religiosas o culturales que dejan fuera a muchos grupos humanos, sin
importar cuánto tiempo lleven viviendo en el territorio nacional, y que deben
ser expurgados para mantener la pureza de la patria. Este ultranacionalismo
implica la xenofobia y la animosidad hacia los otros pueblos de la Tierra,
sobre los que debe primar el interés de la propia nación.
La palabra palingenésico es quizá menos familiar.
Viene de las raíces griegas palin “de nuevo” y génesis “nacimiento”.
Se refiere al mito de un renacimiento, de un resurgir, de un regreso a una
mítica “edad de oro”. Por supuesto, para creer que la nación necesita renovarse
hay que creer primero que se encuentra en una etapa de decadencia de la que
necesita ser rescatada. Esta narrativa atrae a grandes masas decepcionadas por
la política tradicional y las seduce con la promesa de hacer a la patria
“grande otra vez”.
Básicamente, para Griffin la característica esencial del
fascismo, que lo distingue de otras ideologías autoritarias, es el mito de una
revolución para lograr un renacimiento nacional tras una etapa
indeterminada de decadencia.
“Los
horizontes míticos de la mentalidad fascista no se extienden más allá de esta
primera etapa. Promete reemplazar la gerontocracia,
la mediocridad y la flaqueza nacional por la juventud, el heroísmo y
la grandeza nacional, expulsar la anarquía y la decadencia y traer orden y
salud, inaugurar un nuevo mundo ilusionante en el lugar del ya agotado que
existía antes, para poner el gobierno en manos de personalidades
extraordinarias en lugar de insignificancias.”
En el
caso de Trump, Griffin ve en él muchos rasgos del fascismo, pero considera
que no tiene suficiente congruencia ideológica para ser considerado propiamente
fascista. Eso, apunta, no le quita lo peligroso.
Por otro lado, tenemos al historiador estadounidense Robert
Paxton, autor de Anatomía del fascismo (2004), quien considera
que una definición completa del fascismo debe incluir los diferentes aspectos
que lo componen, no sólo su ideología, sino también su forma de organización,
las diferentes etapas de su desarrollo y sus relaciones con otras fuerzas
políticas (las negritas son mías):
“El fascismo puede ser definido como una
forma de actuar político marcado por una excesiva preocupación por la
decadencia, humillación o victimización de la comunidad, y por cultos
compensatorios de unidad, energía y pureza, en el que una un partido de masas
de militantes nacionalistas comprometidos, trabajando en colaboración
tensa pero efectiva con las élites tradicionales, abandona las
libertades democráticas y persigue, con violencia redentiva y sin límites
éticos o legales, objetivos de limpieza interior y expansión exterior.”
La definición de Paxton incluye al nazismo y al fascismo
italiano, pero deja fuera algunos regímenes considerados coloquialmente
como fascistas, tales como el de Salazar en Portugal o el de Pinochet en Chile.
El falangismo en España habría sido fascista en un principio, pero el régimen
de Franco tras la Segunda Guerra Mundial se normalizó hasta convertirse en una
dictadura conservadora autoritaria tradicional. Por su parte, el Ku Klux Klan
tras la Guerra Civil estadounidense, o el movimiento antidreyfusard en Francia
a finales del siglo XIX, son considerados proto-fascistas.
Ahora bien, lo interesante de Paxton es que en 2004 predijo
lo siguiente sobre futuros movimientos fascistas en Estados Unidos y Europa
(las negritas son mías):
“Mientras que un nuevo fascismo necesariamente
satanizaría a algún enemigo, tanto interno como externo, ese enemigo no
necesariamente tendría que ser los judíos. Un auténtico fascismo popular
estadounidense sería devoto, anti-negro, y después del 9/11, anti-Islam;
en Europa occidental sería secular y, estos días, más probablemente islamófobo
que antisemita; en Rusia y Europa de este, religioso, antisemita, eslavófilo y
anti-occidental. Los nuevos fascismos probablemente preferirán la vestimenta
del patriotismo ordinario de su propia época y lugar, en vez de las esvásticas
y las fasces.”
Todo lo cual casa a la perfección con los movimientos de extrema
derecha modernos. Cabe añadir que Paxton mismo dijo a finales de los 2010
que el movimiento encabezado por Donald Trump no era fascista, pero que cambió
de opinión cuando presenció el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021.
Si nos atenemos a lo dicho por Paxton, en el trumpismo están la devoción
religiosa, la islamofobia y el racismo antinegro, la preocupación por la
decadencia y la promesa de “hacer a América grande otra vez”, las milicias
nacionalistas (Proud Boys, Boogaloo Bois, etc.), la colaboración incómoda con
las élites tradicionales (el apoyo de multimillonarios y la aquiescencia de la
cúpula republicana), la limpieza interior (deportaciones masivas de inmigrantes,
legales o ilegales, con antecedentes penales o no) y la expansión exterior
(amenazas a Canadá, Groenlandia, México y Panamá).
Más popular e influyente en años recientes (por la misma
popularidad de su autor) se ha vuelto la definición del filósofo italiano Umberto
Eco, en su famoso ensayo Contra el fascismo (1995),
basado en una conferencia que dictó en Estados Unidos en la Universidad de
Columbia tras los atentados de Oklahoma, perpetrados por fanáticos de extrema
derecha en abril de 1995. El ataque causó la muerte de 168 personas, y para
muchos estadounidenses significó la chocante revelación de que existían movimientos
así en su propio país.
Eco plantea el concepto de un fascismo eterno o
ur-fascismo, que tiene la posibilidad de manifestarse en cualquier momento.
Nos presenta con una forma muy interesante para pensar sobre el fascismo:
imagina que tienes una entidad con las características ABC, otra con las
características BCD, otra con las características CDE y una más con las
características DEF. Hay parecidos entre cada entidad y la siguiente, pero
entre la primera y la última no hay ningún elemento en común. Sin embargo,
podemos notar el “parecido familiar”, pues hay una secuencia progresiva entre la
una y la otra. Dice Eco:
“El
término fascismo se adapta a todo porque es posible eliminar de un
régimen fascista uno o más aspectos y siempre podremos reconocerlo como
fascista. Quítenle al fascismo el imperialismo y obtendrán a Franco o a
Salazar; quítenle el colonialismo y obtendrán el fascismo balcánico.
Añádanle
al fascismo italiano un anticapitalismo radical (que nunca fascinó a Mussolini)
y obtendrán a Ezra Pound. Añádanle el culto a la mitología celta y el
misticismo del Grial (completamente ajeno al fascismo oficial) y obtendrán a
uno de los gurús fascistas más respetados: Julius Evola.
A
pesar de esta confusión, considero que es posible elaborar una lista de
características típicas de lo que me gustaría denominar ur-fascismo, o fascismo
eterno.”
Así, más que ofrecer una sola definición coherente
de fascismo, lo que hace Eco es enlistar una serie de características.
Un movimiento o régimen no necesita presentar todas ellas para considerarse
fascista, y a pesar de las diferencias, el “parecido familiar” entre los
diferentes fascismos puede distinguirse:
1)
Culto a la tradición
2)
Rechazo a la modernidad
3)
Culto a la acción sobre el pensamiento
4)
El desacuerdo como traición
5)
Miedo a la diferencia
6)
Gusto por la clase media frustrada
7)
Obsesión por un complot
8)
Caracterización de un enemigo despreciable pero peligroso
9)
Culto a la guerra permanente
10)
Desprecio por los débiles
11)
Culto al heroísmo y a la muerte heroica
12)
Machismo, misoginia, desprecio por la sexualidad atípica
13)
Populismo selectivo
14)
Manipulación del lenguaje contra el pensamiento crítico
Esta caracterización del fascismo es más amplia que la de
Paxton, y permite la inclusión de figuras, movimientos y regímenes que el
estadounidense explícitamente deja fuera. Eco murió en 2016, el mismo año en el
que Trump ganó las elecciones presidenciales por primera vez, y no sé si alguna
vez opinó directamente sobre él. Sin embargo, salta a la vista que al
trumpismo, así como a otros movimientos reaccionarios modernos, se aplican la
mayoría, si no es que todos, los catorce puntos. No son pocos los
artículos de opinión que se han basado en la caracterización de Eco para denunciar
a Trump y similares como fascistas.
Luego tenemos una definición todavía más estricta que la de
Paxton, y es la del historiador italiano Emilio Gentile, uno de los más
importantes expertos en el fascismo original, el que surgió en su propia tierra
en la década de 1920. Para Gentile no existe un “fascismo genérico”, es decir,
no hay un género fascismo del cual el italiano, el alemán o el español sean
especies particulares. Existe un solo fascismo, el histórico, el italiano. El
nazismo y el fascismo serían fenómenos distintos, con muchas características en
común e influencias mutuas, pero no son dos variantes de la misma cosa. En Fascismo:
Historia e interpretación (2003), Gentile da la siguiente detalladísima
definición, que contempla las tres dimensiones constituyentes del fascismo (las
negritas son mías):
a)
Dimensión organizativa
1.
Un movimiento de masas, con agregación interclasista pero en el que prevalecen,
en los cuadros dirigentes y en la masa de militantes, jóvenes pertenecientes
principalmente a las clases medias, en gran parte ajenos en la actividad
política, organizados en la forma original e inédita del «partido milicia», que
funda su identidad no en la jerarquía social y la proveniencia de clase, sino
en el sentido de la camaradería: se concibe investido de una misión de
regeneración nacional, se considera en estado de guerra contra los
adversarios políticos y desea conseguir el monopolio del poder político, usando
el terror, la táctica parlamentaria y el compromiso con los grupos
dirigentes, para crear un nuevo régimen, destruyendo la democracia
parlamentaria.
b)
Dimensión cultural
2.
Una cultura fundada en el pensamiento mítico y en el sentido trágico y
activista de la vida, concebida como manifestación de la voluntad de potencia,
en el mito de la juventud como artífice de la Historia, en la militarización de
la política como modelo de vida y de organización colectiva.
3.
Una ideología de carácter antiideológico y pragmático, que se proclama
antimaterialista, antiindividualista, antiliberal, antidemocrática,
antimarxista, tendencialmente populista y anticapitalista, expresada
estéticamente más que teóricamente, a través de un nuevo estilo político y
a través de los mitos, los ritos y los símbolos de una religión laica,
instituida en función del proceso de aculturación, de socialización y de
integración religiosa de las masas para la creación de un «hombre nuevo».
4.
Una concepción totalitaria de la primacía de la política, como experiencia
integral y revolución continua, para realizar, a través del Estado
totalitario, la fusión del individuo y de las masas en la unidad orgánica y
mística de la nación, como comunidad étnica y moral, adaptando medidas
de discriminación y de persecución contra aquellos considerados excluidos de
esta comunidad, por ser enemigos del régimen o por pertenecer a razas
consideradas inferiores o de todas maneras peligrosas para la integridad de la
nación.
5.
Una ética civil fundada en la subordinación absoluta del ciudadano al Estado,
en la devoción total del individuo a la comunidad nacional, en la
disciplina, en la virilidad, la camaradería, el espíritu guerrero.
c)
Dimensión institucional
6.
Un aparato de policía que previene, controla y reprime, incluso con el
recurso al terror organizado, la disensión y la oposición.
7.
Un partido único, que tiene la función de asegurar, a través una propia
milicia, la defensa armada del régimen, entendido como el conjunto de las
nuevas instituciones públicas creadas por el movimiento revolucionario; de
proveer a la selección de los nuevos cuadros dirigentes y a la formación de
la «aristocracia del mando»; de organizar las masas en el Estado
totalitario, comprometidas en un proceso pedagógico de movilización permanente,
emocional y religiosa; de actuar dentro del régimen como órgano de la
«revolución continua» para la permanente ejecución del mito del Estado
totalitario en las instituciones, en la sociedad, en la mentalidad y en la
costumbre.
8.
Un sistema político fundado en la simbiosis entre partido y Estado, ordenado
según una jerarquía de funciones, nombrada desde arriba y dirigida por la
figura del «jefe» investido de sacralidad carismática, que gobierna, dirige
y coordina las actividades del partido, del régimen y del Estado y obra como
árbitro supremo e indiscutible en los conflictos entre los potentados del
régimen.
9.
Una organización corporativa de la economía, que suprime la libertad
sindical, amplía la esfera de intervención del Estado e intenta realizar,
según principios tecnocráticos y solidaristas, la colaboración de las clases
productoras bajo el control del régimen para la consecución de sus fines de
potencia, pero preservando la propiedad privada y la división de las clases.
10.
Una política exterior inspirada en la búsqueda de la potencia y de la
grandeza nacional, con objetivos de expansión imperialista en vistas a la
creación de una nueva civilización.
Una de las cosas que más preocupan a Gentile es el uso
indiscriminado que se ha hecho de la palabra fascismo, pues se ha empleado
de una forma tan laxa que ha acabado por perder todo significado; su propósito
es recuperarlo. En esta
entrevista para Nueva Sociedad, Gentile rechaza el concepto de
“fascismo eterno” de Eco, pues lo considera ahistórico. Gentile niega que
exista un fascismo platónico que pueda manifestarse en cualquier momento y
lugar; para él, el fascismo fue un fenómeno histórico bien delimitado en el
tiempo y el espacio.
También rechaza categóricamente que los modernos populismos
de derechas puedan ser llamados fascistas. Ojo, Gentile no niega que estos
movimientos sean reaccionarios y peligrosos para las democracias, sólo
cree que aplicarles la etiqueta ayuda poco a entenderlos y a entender el
fascismo histórico. Esto debe aclararse porque no falta quien saca a Gentile de
contexto y lo usa para atacar a quien califique a los modernos reaccionarios
como fascistas. “¿Ya ven? El mayor experto en fascismo en el mundo dice que
esto no es fascismo”. Vale, ok, pero igual cree que es abominable, ¿ya?
A mayor comprehensión, menor extensión, nos dice la
lógica aristotélica. Es decir, mientras más características incluya nuestra
definición, menos entidades cabrán dentro de ella, y viceversa. Si tomamos las
definiciones que hemos visto, podemos ver una progresión que va de la más
amplia (Eco) a la más estricta (Gentile). Eco enlista muchas características
posibles, pero como no todas tienen que estar presentes, y no explicita cuántas
o cuáles son necesarias para calificar, deja espacio para que muchas entidades
puedan ser categorizadas como fascistas.
Para aclarar las cosas, podemos observar este diagrama de
Venn, en el que cada círculo contiene a los concéntricos. En rojo están los
nombres que caben en la definición de Gentile, en morado la de Paxton, y en
azul la de Eco:
¿Y cuál definición resulta más válida? Bueno, pues todas. O
más bien, depende de cuál sea nuestro propósito. Tomemos dos propuestas: la más
amplia y la más estricta. Emilio Gentile es un historiador profesional y
experto en el tema. Él está preocupado por la precisión historiográfica;
quiere tomar un término muy manoseado y devolverle su significado preciso.
Quiere también comprender con la mayor claridad en qué consistió un fenómeno
histórico concreto: qué fue y qué no el fascismo italiano.
Nadie podría decir que Umberto Eco fuese ignorante en
historia, pero no era historiador profesional. Era todo un polímata, pero su
especialidad era la semiótica. Estaba preocupado sobre todo por la
construcción de los significados. Por eso, para él lo más importante es
entender cómo el fascismo construye su poder a través del lenguaje, los
símbolos, los mitos… Analiza al fascismo no como un régimen histórico o una
ideología política, sino como un constructo semiótico.
Más importante, Eco no pretendía simplemente definir un
asunto del pasado, sino lanzar una advertencia para el presente y el futuro.
El propósito de su listado es que aprendamos a reconocer los síntomas del
fascismo cuando los tengamos de frente. Si nos topamos con personajes,
movimientos o gobiernos que cumplen con varios de estos puntos, lo de menos es
si la etiqueta de fascista es históricamente exacta; lo que importa es
que son lo suficientemente parecidos al fascismo como para saber que
debemos resistirlos, denunciarlos y combatirlos.
Y ése es el meollo y lo más importante de todo este debraye:
que el punto no es si queremos ponerle a Trump, Orbán, Milei, Netanyahu, Le Pen
o Abascal una u otra etiqueta. Si los quieren llamar fascistas, post-fascistas,
conservadores
radicales, neorreaccionarios,
o cualquier otra cosa, importa menos que las vidas humanas que están
destruyendo, los derechos que están aplastando, las catástrofes que están
propiciando, el futuro que están poniendo en riesgo… Ésa es la razón por la
cual debemos organizarnos para combatirlos en todos los frentes que podamos,
hoy y siempre, y no cederle ni un poco de terreno.
APÉNDICE: QUÉ NO ES EL FASCISMO
No podemos irnos sin algunas aclaraciones sobre qué NO es el fascismo, algo en lo que todos los autores que hemos mencionado estarían de acuerdo:
- No es (solamente) un tipo de régimen o forma de gobierno.
Antes de conquistar el poder, es un movimiento y una ideología; no es necesario
que un movimiento controle un país o instaure una dictadura para ser llamado
fascista.
- Inversamente, tampoco cualquier dictadura o régimen autoritario puede ser llamado fascista.
- No es cualquier forma conservadurismo ni cualquier ideología
de derechas puede ser llamada fascista.
- Aunque el fascismo histórico fue populista, colectivista y estatista, no
se reduce a estas características; algo no es fascista sólo por ser populista,
colectivista o estatista.
- No es una ideología de izquierdas ni una forma de socialismo;
aunque el fascismo italiano y el nazismo emplearon algo de retórica anticapitalista
en sus inicios, pactaron con la clase empresarial, protegieron la propiedad
privada, persiguieron el sindicalismo y trataron de erradicar a todas las
izquierdas.
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