“Con la elecciĂłn
de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, el auge de una nueva
derecha nacionalista, populista, racista y xenĂłfoba se ha convertido en un
fenĂłmeno global. El mundo no habĂa experimentado un crecimiento similar de la
derecha radical de los años 30, un desarrollo que inevitablemente despierta los
recuerdos del fascismo.”
Uno de los mejores libros que leĂ el finado 2020 fue The New Faces of Fascism (2017) del
historiador italiano Enzo Traverso, uno de los mayores expertos en el fascismo
histórico. Aunque tomé varios de sus útiles conceptos y análisis para varias de
los textos que publiqué en la segunda mitad del año, faltaba que les
compartiera una sĂntesis y recomendaciĂłn del libro. Bueno, pues aquĂ está.
Es una colecciĂłn de ensayos que tienen
como tema en comĂşn el auge de la nueva ultraderecha. Abarca distintos aspectos
del fenĂłmeno, incluyendo la caracterizaciĂłn de los nuevos movimientos
ultraderechistas, sus causas en el agotamiento del modelo neoliberal, los
errores y deshonestidades en el debate pĂşblico sobre el fenĂłmeno, las
perspectivas histĂłricas y transhistĂłricas sobre los conceptos de fascismo,
populismo, totalitarismo, etcétera. Esto implica que el libro abarque mucho y
sea difĂcil de sintetizar. Por lo que, en cambio, les comparto algunos pasajes
que encuentro particularmente iluminadores. Ojo, que en algunos párrafos omitĂ
una que otra frase para abreviar, pero procurando no cambiar el sentido del
texto.
“En dĂ©cadas
recientes, muchos historiadores, buscando proveer interpretaciones de la Italia
de Berlusconi, reconocieron su intimidad, si no su filiaciĂłn, con el fascismo
clásico. Por supuesto, hay enormes diferencias entre este régimen y el fascismo
histĂłrico: el culto del mercado en vez del estado, publicidad televisiva en vez
de desfiles faraónicos, etcétera. Pero Berlusconi y su concepción plebiscitaria
de la democracia y de un liderazgo carismático evocaban con fuerza el arquetipo
fascista.”
A principios del siglo XXI, el gobierno
de Berlusconi en Italia marcĂł la pauta de lo que serĂa el estilo de muchos
gobernantes demagĂłgicos que estamos viendo hoy en dĂa, como Donald Trump, Boris
Johnson o Jair Bolsonaro. Todos son personalidades mediáticas con vidas personales
llenas de escándalos y excesos; infringen constantemente la etiqueta del ecosistema
polĂtico y se presentan como contrarios a las Ă©lites del sistema, cuando en
realidad forman parte de la misma Ă©lite y han sido beneficiados por el mismo
sistema. Pero, ¿son fascistas?
Para determinarlo, Traverso señala la
necesidad de caracterizar lo que entendemos por nuestras clasificaciones. Quizá
la aportación más importante de Traverso sea la distinción entre postfascismo
y neofascismo, como dos conjuntos de movimientos distintos entre sĂ
y del fascismo clásico.
“En breve, el
concepto de fascismo parece a la vez inapropiado e indispensable para entender
esta nueva realidad. Por lo tanto, llamaré al presente momento un periodo de postfascismo.
Este concepto enfatiza tanto su distinciĂłn cronolĂłgica y lo coloca en una
secuencia histĂłrica que implica tanto continuidad como transformaciĂłn.”
El neofascismo reivindica las narrativas,
sĂmbolos y figuras señeras del fascismo clásico, sus miembros son abiertamente
racistas y xenĂłfobos, abrazan la misoginia y la homofobia sin pudor, y presumen
su admiraciĂłn por Hitler o Mussolini. Son las agrupaciones neonazis, los
miembros del Ku Klux Klan, los que saludan como romanos y se tatĂşan sĂmbolos
vikingos o cruces germánicas.
El postfascismo es un fenĂłmeno nuevo. Los
postfascistas también son misóginos, racistas, homófobos y xenófobos, pero
ocultan sus prejuicios con eufemismos. Disfrazan su intolerancia como
preocupaciones sobre el terrorismo, la criminalidad, la economĂa o la “pĂ©rdida
de la identidad nacional”.
“El postfacismo
debe distinguirse del neofascismo, es decir, el intento de perpetuar y
regenerar el viejo fascismo. Esto es particularmente verdadero en los varios
partidos y movimientos que han emergido en Europa central en las Ăşltimas dos
dĂ©cadas (Jobbik en HungrĂa, por ejemplo) que abiertamente afirman su
continuidad histĂłrica con el fascismo.
El postfascismo es
otra cosa: en la mayorĂa de los casos, de hecho, tiene un pasado fascista, pero
ahora ha cambiado sus formas. Muchos movimientos que pertenecen a esta
constelaciĂłn ya no reclaman esos orĂgenes y claramente se distinguen a sĂ
mismos del neofascismo. En todo caso, no exhiben una continuidad ideolĂłgica con
el fascismo clásico. Al trata de definirlos, no podemos olvidar la matriz
fascista de la que emergieron, en cuanto a que son Ă©stas sus raĂces histĂłricas,
pero tambiĂ©n deberĂamos considerar sus metamorfosis. Se han transformado a sĂ
mismos, y se mueven en una direcciĂłn cuyo resultado final es impredecible.”
Los postfascistas truecan el amor al
estado por una devociĂłn al libre mercado. Reemplazan el ataque a una democracia
decadente, por una exaltaciĂłn a una “democracia verdadera”, en la que el pueblo
autĂ©ntico, la mayorĂa silenciosa que comparte su misoginia, racismo, xenofobia
y homofobia, es quien aclama a los lĂderes. Reniegan del fascismo clásico, y
señalan sus diferencias con éste para deslindarse. Al mismo tiempo, obvian sus
muchas similitudes y en cambio tratan de atribuir a la izquierda el rol de “los verdaderos fascistas”. Dicho de otra forma, han encontrado la manera de hacer
el fascismo digerible.
“El postfascismo
parte del antifeminismo, el racismo anti-negro, el antisemitismo y la
homofobia; la derecha radical sigue conjugando estos impulsos. Las capas más
oscurantistas votan por el Frente Nacional, pero éste adopta temas y prácticas
sociales por completo nuevos, que no forman parte de su cĂłdigo genĂ©tico.”
Los partidos de la nueva ultraderecha se
ven obligados a hacerlo para no verse marginalizados en un mundo que se ha
transformado socialmente; si los postfascistas se adhirieran por completo a los
viejos clichĂ©s ideolĂłgicos, alienarĂan amplias capas de la poblaciĂłn porque las
sociedades actuales ya no son como las de los años 30. Entonces los
postfascistas tienen que adaptarse al cambio social.
Una parte de los votantes de Trump podrá
sostener abiertamente el supremacismo blanco, pero Ă©l mismo no puede hacerlo
más que con guiños e insinuaciones. No puede perder a su base más radical, pero
tampoco puede alienar a los conservadores a quienes no les gusta pensar en sĂ
mismos como racistas ni reconocer los vĂnculos entre conservadurismo y
fascismo. Incluso tiene que apelar a miembros de minorĂas que naturalmente se espantarĂan de actitudes intolerantes, pero a quienes atraen otros aspectos del programa reaccionario. Por eso Trump y sus sĂmiles deben manejar un doble discurso, que sea
racista (y misĂłgino, xenĂłfobo y homofĂłbico), pero lo suficientemente ambiguo y
abstracto como para negar plausiblemente que lo sea.
“El rasgo
principal del postfascismo actual es precisamente la coexistencia
contradictoria de lo heredado del fascismo clásico con nuevos elementos que no
pertenecen a esta tradiciĂłn. Desarrollos más amplios alientan este cambio.”
Pero, ¿cĂłmo hemos llegado a un punto en
el que unos fantoches impresentables, que otrora hubieran sido el hazmerreĂr
del pĂşblico, se convierten en lĂderes de naciones populosas y desarrolladas? Como otros observadores, Traverso encuentra una de las causas principales en
los desastres ocasionados por décadas de neoliberalismo. Al descontento social
causado por las crisis econĂłmicas y las desigualdades, se suma una crisis de
legitimidad de la clase polĂtica, por la que las mayorĂas no se sienten
representadas.
Los organismos supranacionales, como la
UniĂłn Europea, el Fondo Monetario Internacional o la ONU son ponderados con
recelo como entes antidemocráticos que no representan los intereses de la gente
comĂşn. Sus funcionarios son expertos tecnĂłcratas que se jactan de estar por
encima de la ideologĂa y guiados por el pragmatismo, a quienes la masa
ignorante deberĂa dejar trabajar en paz. En oposiciĂłn, son vistos por la gente
como actores que, sin haber sido electos por el pueblo, tienen un enorme
control sobre sus vidas.
Resulta que, en realidad, ese supuesto
pragmatismo es bastante ideológico y favorece más a una clase social que a las
otras. Los partidos polĂticos de siempre (atrapados entre la centroderecha y
centroizquierda) y los gobiernos nacionales no ofrecen alternativas ni hacen
nada para salirse de ese mismo derrotero, como si fuera ya el Ăşnico camino
posible, lo que deja a buena parte del electorado con una sensaciĂłn de
impotencia sobre su propio destino.
“En otras
palabras, el gobierno ha sido reemplazado por la administraciĂłn, el resultado
de la financierizaciĂłn de la polĂtica, que ha transformado al estado en una
herramienta de incorporaciĂłn y diseminaciĂłn de la razĂłn neoliberal. ¿QuiĂ©n
personifica mejor este estado de excepciĂłn financiero que polĂticos como
Jean-Claude Juncker? Por veinte años lideró el Gran Ducado de Luxemburgo, al
cual transformĂł en la patria del capitalismo de evasiĂłn fiscal. La definiciĂłn
del estado acuñada por Marx en el siglo XIX, un comité administrativo de los
asuntos comunes de toda la burguesĂa, ha encontrado su encarnaciĂłn casi
perfecta en la UniĂłn Europea.
Si la UE es
incapaz de cambiar de rumbo después de experimentar el trauma del Brexit, uno
podrĂa preguntarse cĂłmo podrá sobrevivir, o si merece sobrevivir en lo
absoluto. Actualmente, la UE no sirve como barrera contra la ultraderecha, sino
que la alimenta.”
Desde un inicio, los defensores del statu
quo neoliberal centrista han acusado de populismo a los crĂticos del
sistema. Conforme empezaban a emerger los nuevos lĂderes ultraderechistas, que
amenazaban al sistema con polĂticas proteccionistas y desacato a las
instituciones supranacionales, la intelectualidad del statu quo ha hecho
lo posible por clasificarlos junto a los crĂticos de izquierda con el
condenatorio nombre de ‘populistas’.
El propĂłsito de jugar con las
definiciones es impulsar la idea de que la oposiciĂłn al statu quo, venga
de la derecha o de la izquierda, es toda “lo mismo”, sin tener en cuenta la
absoluta oposiciĂłn entre los programas, objetivos y motivaciones de uno y otro
bando. Colocar a todos los opositores del orden neoliberal en la misma
categorĂa de “locos peligrosos” es una forma de inmunizarse contra la crĂtica y
presentar al statu quo como el Ăşnico orden sensato y posible.
“Pero el populismo
es más bien un estilo de polĂtica que una ideologĂa. Es un
procedimiento retĂłrico que consiste en exaltar las virtudes ‘naturales’ del
pueblo y oponerlas a la Ă©lite (y enfrentar a la sociedad misma contra el
establishment polĂtico) para movilizar a las masas contra ‘el sistema’. Pero
podemos encontrar tal retĂłrica en una gran variedad de lĂderes polĂticos y
movimientos. Dadas las enormes diferencias entre esas figuras, la palabra
‘populismo’ se ha convertido en un cascarĂłn vacĂo, que puede ser llenado con
los contenidos polĂticos más dispares.
El etiquetar a los
adversarios polĂticos como ‘populistas’, más que cualquier otra cosa, revela el
desdén de esos que blanden el término tienen hacia la gente. Cuando el orden
neoliberal, con sus polĂticas de austeridad y sus desigualdades sociales, se
establece como la normal, toda oposición automáticamente se convierte en
‘populista’.
Tanto populismo
como totalitarismo son categorĂas que suponen una visiĂłn del liberalismo
clásico como una norma histĂłrica, filosĂłfica y polĂtica. TambiĂ©n suponen una
mirada externa, aristocrática, de observadores distantes que adoptan una
actitud de superioridad y condescendencia con respecto al vulgo inmaduro y
peligroso.”
Como
tambiĂ©n se habĂa dicho antes, el descontento social puede ser canalizado
hacia proyectos de renovaciĂłn social que redunden en beneficio de todos los
grupos, en especial los ignorados y dejados atrás por el sistema dominante.
Pero también puede alimentar movimientos reaccionarios y excluyentes que
encuentren chivos expiatorios en los grupos oprimidos de siempre: minorĂas
Ă©tnicas o religiosas, migrantes y refugiados, clases trabajadoras destituidas.
Al mismo tiempo, se desvĂa el encono anti-Ă©lite y anti-establishment hacia los
que se consideran enemigos del pueblo verdadero: progresistas, feministas,
defensores de los derechos humanos, ambientalistas e intelectuales.
“Trump fue capaz
de encarnar la exasperaciĂłn popular contra las Ă©lites en Wall Street y
Washington, de las cuales la familia Clinton se ha convertido en un sĂmbolo.
Mas Ă©l mismo es un representante de la Ă©lite econĂłmica del paĂs. La lucha
personal de Trump contra el establishment es tanto más paradójica en cuanto a
que fue el candidato del Partido Republicano, que funciona como uno de los
pilares de ese mismo establishment.”
Y es aquĂ donde
está el meollo del asunto. Porque Trump, Bolsonaro y Boris Johnson, se
presentan como campeones contra una Ă©lite cuando sus polĂticas en realidad
tienen el objeto de proteger los intereses de las clases privilegiadas. El
anti-elitismo se desvĂa contra los más perjudicados por el sistema, y contra
quienes querrĂan reformarlo, para asegurar la permanencia en el poder de las clases
empoderadas.
Como vimos en
la entrada sobre The Reactionary Mind, Ă©se es precisamente el
objetivo de toda ideologĂa conservadora: preservar, fortalecer y restaurar las
jerarquĂas de poder en una sociedad. No sĂłlo de los más ricos sobre quienes no
tienen dinero, sino de los hombres sobre las mujeres, los blancos sobre los
negros, los sexualmente normados sobre los diversos. Esto emparenta a Trump y
similares con el fascismo clásico, pero no los hace del todo fascistas, porque
las medidas que llevan a cabo para lograr sus objetivos son otras.
“PolĂticamente,
representa un giro autoritario, pero en lo socioeconĂłmico despliega cierto
eclecticismo. Es a la vez proteccionista y neoliberal: por un lado, quiere
poner fin al tratado de libre comercio con MĂ©xico y establecer aranceles con
China y Europa; mientras, por otra parte, quiere reducir radicalmente los
impuestos y privatizar por completo los servicios sociales.
El fascismo
clásico no era neoliberal; era estatista e imperialista, promoviendo polĂticas
de expansión militar. Trump es anti-estatista y más bien aislacionista; le
gustarĂa poner fin a las guerras de Estados Unidos y (sin importar las
mĂşltiples contradicciones) busca una reconciliaciĂłn con la Rusia de Putin. El
fascismo siempre impulsĂł la idea de comunidad nacional o racial mientras Trump
predica el individualismo. Él encarna la versión xenófoba y reaccionaria del
americanismo: el darwinismo social del hombre que se hace a sĂ mismo, el
vigilante que enfatiza su derecho a portar armas, el resentimiento de los
blancos que se van convirtiendo en minorĂa en una tierra de inmigrantes.
AsĂ, podrĂamos
definir a Trump como un lĂder postfascista sin fascismo, añadiendo (en la lĂnea
del historiador Robert O. Paxton) que el comportamiento fascista del presidente
es inconsciente e involuntario, porque probablemente nunca ha leĂdo un libro
sobre Hitler o Mussolini.”
Desde un inicio, Trump, Bolsonaro y
Johnson se presentaron como “anti-polĂticos”, como la alternativa externa y
novedosa a la polĂtica de siempre. Sus modales chocan tanto con la etiqueta
cortesana precisamente para acentuar esta supuesta oposiciĂłn.
“Lo que es
usualmente llamado ‘anti-polĂtica’ es la reacciĂłn contra la polĂtica
contemporánea, que ha sido desprovista de sus poderes soberanos, que subsisten
sobre todo como instituciones vacĂas, y reducida a su ‘constituciĂłn material’,
lo ‘impolĂtico’, que es una mezcla de poderes econĂłmicos, maquinarias
burocráticas y un ejĂ©rcito de intermediarios polĂticos.
Visto como la
encarnaciĂłn de la ‘anti-polĂtica’, el populismo tiene innumerables crĂticos.
Pero estos crĂticos permanecen en silencio sobre sus causas reales. La
anti-polĂtica es el resultado del vaciamiento de la polĂtica. Las Ăşltimas tres
décadas de alternancia de poder de la centroderecha y la centroizquierda no ha
significado un cambio especial en polĂticas de gobierno.
El postfascismo no
posee ya más los valores ‘fuertes’ de sus ancestros en los años 30, pero se
propone a llenar el vacĂo que ha dejado una polĂtica reducida a lo impolĂtico.
Sus recetas son polĂticamente reaccionarias y socialmente regresivas: implican
la restauraciĂłn de la soberanĂa nacional, la adopciĂłn de formas de
proteccionismo econĂłmico, y la defensa de ‘identidades nacionales’ en peligro.
Como la polĂtica ha caĂdo en el descrĂ©dito, los postfascistas defienden un
modelo plebiscitario de la democracia, que destruye todo proceso de
deliberaciĂłn colectiva en favor de una relaciĂłn emergente entre el pueblo y el
lĂder, entre la naciĂłn y su jefe.”
Trump, pues, igual que un fascista
clásico, no requiere de instituciones que medien entre él y sus seguidores. Las
instituciones son corruptas, sospechosas, no se puede confiar en ellas. Lo vimos en enero de este 2021: la narrativa de que el aparato polĂtico habĂa hecho
fraude, de que las Ă©lites gobernantes habĂan conspirado para robarle la
presidencia y, con ello, habĂa traicionado a la voluntad del pueblo (este
último entendido como sus fanáticos), por lo que él lo convocaba directamente a
tomar las sedes institucionales del poder. Trump tiene la mentalidad de un
fascista, aunque le falte la teorĂa.
Como buen marxista que es, Traverso hace
Ă©nfasis en las causas socioeconĂłmicas del auge de la nueva ultraderecha. Corey
Robin, autor de The Reactionary Mind, enfatiza los factores
socioculturales y el desarrollo de las ideologĂas reaccionarias. Estos enfoques
no son contrarios, sino complementarios.
La hipĂłtesis del descontento social por
causa del neoliberalismo no alcanza a explicar por qué entre los seguidores más
fanáticos de Trump hay muchĂsima gente acomodada e incluso adinerada,
individuos a quienes no fue necesario manipular para que culparan de sus
problemas a las minorĂas raciales, porque de todos modos ya eran racistas. Pero
la evoluciĂłn de las doctrinas reaccionarias tampoco explica cĂłmo fue posible
convencer a millones de votantes de que sus objetivos coincidĂan con los intereses
de las clases más acaudaladas. Por eso es bueno leer diferentes perspectivas,
para ir armando un panorama más completo.
El libro de Traverso aborda muchos más
temas, incluyendo el fascismo histórico, la validez del término totalitarismo,
el extremismo islámico entendido como una forma de fascismo, las tensiones
entre el estado laico y la tolerancia religiosa en una Europa marcada por la
islamofobia, y un largo etcétera. Basten por ahora estos fragmentos que,
espero, nos ayuden a comprender mejor los tiempos que estamos viviendo, y despierten
su interés por leer The New Faces of Fascism.
Por ahora, espero poder descansar de
Trump y el trumpismo un rato para dedicar mi atenciĂłn a otros temas y otras
latitudes. Lo que está pasando en nuestra América Latina, por ejemplo, es súper
interesante y habrĂa que explorarlo. Les dejo por ahora deseándoles un buen año
y mucha salud. ¡Hasta pronto!
5 comentarios:
Tsss... y sigue la propaganda progre/postmo.
¿Te das cuenta de cĂłmo cambiĂł para mal el nĂşmero de comentarios y de visitas desde que cambiaste de ser alguien de mente objetiva y de centro que además hablaba de otros temas, a ser alguien que... bueno, ya sabes lo que haces y en lo que crees y defiendes ahora?
Claro que tendrás mil cosas que responder a esto: no vives del blog, te importa poco porque bla bla. Pero bueno, citando una referencia de cultura pop (de la cual dejaste de hablar para ponerte a defender insensateces y protestas huecas originadas en estudiantes ociosos de universidades gringas): "Antes eras chévere".
P.S. Ya vi que otros comentarios mĂos si los contestaste a la mera hora. Luego me doy mi tiempo de responderlos; no hay que ser maleducado.
Otro comentario fascista-conservador ultra-liberal que justifica a los del Alt-right que no son más que neofascistas que buscan sostener este nefasto sistema capitalista. Tanta verdad duele a estos neofascistas y neoconservadores de extrema derecha.
Ahà tienes, Miguel. Esa personita que dejó ese comentario poniéndome mil etiquetas sin conocerme es el ejemplo perfecto de ese radicalismo y ese odio desmedido a todo y todos que caracteriza a los postmodernos de estos tiempos.
Tú y yo criticábamos por igual a la derecha y los ultraconservadores hace muchos años. A la fecha tanto tú como yo aún les criticamos y nos oponemos a lo que ellos hacen que sea en contra de la libertad, los derechos ajenos, y la razón misma. La diferencia es que tú crees que para poder estar contra aquellos, tienes que estar afiliado o más inclinado a estos otros. Pero estos otros, los postmodernos y progres radicales, ya demostraron ser igual de malos o hasta peores que la ultraderecha. Mismos métodos de manipulación, de mentiras o verdades a medias, de tergiversar la información, de querer hablar a nombre de otros, etcétera. Ojalá también le dedicaras una tanda de posts, uno tras otro, a exponer todos los errores y malos actos de feministas iracundas, de los PC y SJW, y demás.
Piénsalo tantito. Total, reflexionar o hacer insight no hace daño.
Buena entrada, he ido siguiendo el hilo que va marcando, aunque sin ir a las de más atrás y me ha gustado mucho. He descargado el libro, me parece que va a gustarme.
Saludos.
Yey, Parin, gracias. Espero que disfrutesel libro y te aproveche.
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