Publicada originalmente en Memorias de Nómada
Ésta es una historia real. Le
sucedió al amigo de un amigo. O tal vez no. O sí. Vaya usté a saber.
Corría el año 2008. O sea, a
cuatro décadas de aquel mítico, funesto, romantizado y satanizado 1968,
año medular de la era hippie, la contracultura, los movimientos estudiantiles
revolucionarios y el estreno de tres de mis películas favoritas (2001: Odisea del espacio, El planeta de los simios y La noche de los muertos vivientes, por
si tenían la curiosidad).
Como soy medio extravagante, me
da por llenar las fechas con significados simbólicos y por honrar las
efemérides, porque dice la Ley que “Santificarás las fiestas”. O sea, en ese
cuadragésimo aniversario de 1968 quería ponerme bien hippie. Además, tenía un
año desde que acabé la universidad, y al igual que todo joven que pasa por esas
instituciones, acabé bien chairo.
Cris (llamémosla así, aunque no
es su verdadero nombre, o tal vez sí) llegó a mi depa a la mitad de una nuevo
capítulo de Lost (la serie ya andaba
chafeando cada vez peor) con la noticia de que me había conseguido el LSD con
el que tanto la había estado chingue y chingue. Había leído algunos textos
sobre la psicodelia sesentera y la historia (y la ciencia) del LSD, así que
tenía muchas ganas de probarlo, además de que quería que un personaje de uno de
mis textos se diera un viaje de LSD y debía tener la experiencia para poderla
describir adecuadamente. Todo sea por el arte.
Cris me dio algunas
recomendaciones: que me mantuviera tranquilo, que buscara estímulos visuales y
que recordara que, pase lo que pase, el efecto del LSD se va tarde o temprano.
Que no iba a ver dinosaurios ni cosas raras. En fin, era justo lo que yo había
leído. Me dio el papelito en una bolsita ziplock
y se fue.
Primero me comí una esquinita,
menos de un cuarto. No sentí nada. Me puse a trabajar en la compu. En el Messenger
(no el de Facebook, sino el de MSN, figúrense) me topé con Cris y le dije que
el ácido no me había hecho efecto. Me dijo que esperara y así lo hice, pero
nada. Me exhortó a comerme una mitad y así lo hice. Nada. Me dijo que me lo
comiera entero. Nada. Me dijo que fumara mota para conectarme. ¿No se me
cruzaría? Nel, así funciona mejor. Va, lo hice. Todo tranquilo. Sentí el relax
de la mois y apagué mi lap. Me di una ducha relajante, puse música y me eché en
mi hamaca con intenciones de dormir rico. Estaba decepcionado de que el ácido
no me hubiera hecho efecto.
De pronto me di cuenta de que
llevaba ya varios minutos en la hamaca sin poder dormir, y que los pensamientos
me daban vueltas frenéticos en la cabeza. El sueño se me había pasado. Abrí los
ojos y en la oscuridad vi una serie de ondas de luces de colores tan hermosas
que me dibujaron una sonrisa en el rostro. Ya estaba ácido.
Me levanté y seguí el consejo de Cris,
buscar estímulos. Escuché mi colección de música
psicodélica. Esta música está diseñada para estimular la imaginación y los
sentidos, pero nunca la había disfrutado tanto como en mi viaje de ácido. Si
cerraba los ojos veía ondas, líneas y puntos que se movían al compás de las
rolas, o comenzaba a imaginar escenas surrealistas que podían o no tener que
ver con la letra. El LSD no te hace ver cosas, pero sí potencia tu imaginación
de tal manera que lo que dibujas en tu mente se siente my real.
Por momentos estaba eufórico.
Quería saltar, gritar, aullar. Por momentos me relajaba y sólo quería escuchar
música y comer bolis (debí haber comido como diez esa noche). Si trataba de
dormir, comenzaba a temblar y no podía mantener cerrados los ojos: mi cuerpo me
pedía que me levantara y me pusiera a hacer cosas. Extrañé mucho a la novia en
esos momentos, quería compartir esa experiencia con ella. Me arrepentí de que
nuestra primera vez no fuera juntos, aunque luego fe conveniente que, semanas
después, cuando ella se me unió, tenía cierta ventaja y la pude guiar. También
sentí deseos de estar con todos mis amigos. ¡Sentía que quería a todo el mundo!
Ahora me explico por qué los hippies creían que lograrían cambiar el mundo si
ponían ácidos a todos.
Como no podía dormir, me dediqué
a repasar mi colección de imágenes en la compu. Parecían salirse de la pantalla
y cambiar de forma frente a mis ojos. Como si se volvieran líquidas y se
deslizaran más allá de los marcos que las contenían.
Me puse a jugar Mario 64 y ése sí que fue un viaje. Sentí
como si estuviera dentro el juego: sentía cuando Mario saltaba, corría o
nadaba. Sentía el vértigo cuando se caía. Los colores y sonidos del juego
penetraban en mí mucho más profundo de lo que antes les habían permitido mis
órganos sensoriales.
Apagué el Nintendo para escuchar
más música. Era todo lo que quería, lo que necesitaba: música, música, música.
Desistí de mi intento de dormir. Entendí, por primera vez, toda la letra de Lucy in the Sky with Diamonds. Miré
alrededor de mi casa: las cosas parecían respirar u ondular por momentos. Me
clavé viendo el agua del bacín que parecía subir y bajar.
Llegó la mañana y me tuve que ir
al trabajo. Hacia el final de un viaje, después de esos momentos en los que
realmente te pierdes, el LSD te da una gran lucidez. A las 7:00 AM llegué a trabajar
todavía con algo de ácido en mi sistema.
"Te ves raro." me
dijeron algunos. Yo sólo estaba muy contento, parloteando sobre poesía. Tuve
una hora libre y me lancé a buscar más música. NECESITABA la música. Fui a un
centro comercial cercano y tuve la inmensa fortuna de toparme con Surrealistic Pillow, el primer álbum de
Jefferson Airplanes y uno de los iniciadores del rock psicodélico. Di varias
vueltas en mi coche, sólo para poder sentir el aire acondicionado y escuchar la
música a todo volumen. No podía evitar reír y por momentos me puse a aullar
literalmente.
Volví al trabajo. A esas alturas
podía adoptar una conducta perfectamente normal si lo necesitaba, que de
cualquier forma los efectos estaban desapareciendo rápidamente a cada momento. Hice
todo lo que tenía que hacer y cumplí mi horario sin problemas y con muy buen
humor.
Cuando terminó el día laboral
salí a caminar por la calle, a escuchar a los pajaritos y sentir el viento (aun
no empezaba lo peor del verano). ¿Y les digo algo? nunca había visto el cielo
tan cerca. De verdad, el cielo se veía tan bajo que sentía que casi podía tocar
su piel color azul eléctrico. Todo era hermoso.
Dicen que el LSD lleva a la
persona a enfrentarse con lo que lleva dentro, y que es por eso que personas
depresivas, paranoides y esquizofrénicas no deben tomarlo. También si tienes
muchos pedos te puedes dar un mal viaje. Pero si estás bien contigo mismo,
puedes hasta tener una epifanía. Yo no tuve ninguna, sólo me sentí bien.
Supongo que eso significa que mis demonios andaban tranquilos ese día.
Más artículos relacionados:
2 comentarios:
Wow...hiciste que se me antojara, aunque no sé. Eso de los demonios internos podría ser un problema, aunque también podría coincidir con un día en que estén relajados. Qué chingón viaje, y aún mejor, qué genial que lo disfrutaste.
No fui yo, fue el amigo de un amigo.
Publicar un comentario