¡Ciencia! (Parte 3) - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

viernes, 29 de febrero de 2008

¡Ciencia! (Parte 3)

(Ver la entrega anterior)


El método científico

Los conocimientos científicos son adquiridos de manera metódica, siguiendo una serie de pasos. Simplificando, son: planteamiento del problema, observación, hipótesis, experimentación, comprobación o refutamiento de la hipotésis, y generalización de los hallazgos elevándolos a la categoría de ley. En realidad, no hay un sólo método científico, ni la receta es única, inamovible, ni se debe seguir a pie juntillas, sino que cada ciencia y cada investigador diseña sus métodos y sus instrumentos teniendo en cuenta los que les podrán dar mejores resultados. Pero para propósitos de esta introducción hemos de simplificar. 

El método científico ha sido diseñado poco a poco, a lo largo de generaciones, teniendo en mente evitar errores. No es infalible, principalmente porque los seres humanos somos falibles, nada de lo que podamos crear es perfecto y somos susceptibles a cometer errores en cualquiera de los pasos. Pero es mucho más acertado que el conocimiento obtenido mediante la tradición, la intuición o la revelación divina. 

La ciencia no pretende ser infalible. De hecho, uno de los principios básicos de la ciencia es que puede corregirse a sí misma. Supongamos que se desarrolla un antídoto contra el veneno de serpiente. Supongamos que dicho antídoto se prueba en un laboratorio varias veces con resultados exitosos. Supongamos luego que se aplica a la víctima de una mordedura, y falla. ¿Qué sucedió? ¿Por qué falló el antídoto cuando fue probado fuera de situaciones controladas? Las variables pueden ser miles. Los quimícos, biólogos y farmacólogos que desarrollaron el antídoto deberán volver a laboratorio y encontrar qué fue lo que falló, para la próxima vez obtener mejores resultados.

Si, por otro lado, se hubiese llevado a la víctima de una mordedura de serpiente con un curandero, y éste le hubiese hecho un ritual, pero aún así la víctima pereciera, el curandero diría que la persona no tenía suficiente fe, o que un rival interfirió con el encantamiento, o que la víctima fue llevada demasiado tarde. No pondrá en duda la efectividad de su rito, sino que culpará a diferentes causas de su fracaso.


En las ciencias, las cosas deben ser comprobadas una y otra vez para dejar fuera todas las dudas. Una sola falla o irregularidad pueden hacer que todo sea revisado. La superstición puede fallar una y otra vez, sin perder su prestigio (por lo menos ante sus fieles), porque tiene algunas anécdotas en la que su método acertó.

Ahora, podría decirse que algunos curanderos tienen verdaderos conocimientos que nunca fallan. Y es cierto, los médicos indígenas prehipánicos conocían mucho de métodos con hierbas curativas que daban resultados mientras en Europa los médicos (haciendo mal uso del nombre de la ciencia) ponían ventosas y sanguijuelas a sus pacientes. Los conocimientos de esos médicos sobreviven en muchos curanderos hoy en día. ¿En dónde radica su efectividad? En que han obtenido esos conocimientos mediante el raciocinio, mediante pruebas, ensayo y error. Es decir, de forma más cercana a la ciencia que a la magia.

El chamán o curandero se plantea un problema: ¿cómo curar tal o cual enfermedad? Luego observa que el consumo de ciertas plantas puede ayudar a disminuir el malestar. Después supone que la cura se encuentra en la planta y empieza a experimentar con diferentes dosis de la planta y diferentes maneras de prepararla y combinarla. Al final, comprueba o desmiente sus suposiciones y desarrolla un nuevo medicamento de origen natural [ver Ciencia maya].

Como ven, el curandero ha recurrido a su capacidad de raciocinio para dar con una cura efectiva. Y en ella no hay nada de mágico: las plantas tienen sustancias que afectan, para bien o para mal, al organismo que las ingiere. Claro, el curandero podrá completar esto con un ritual mágico, pero éste tendría una función en nada relacionada con la curación: dotar sus conocimientos de un aire de misticismo que los vuelve incomprensibles e inalcansables para los profanos y así legitimar su autoridad como médico-sacedote. Recordemos que entre los pueblos prehispánicos los límites entre el mundo natural y el sobrenatural no estaban muy claros.

También se nos dice que los conocimientos científicos son verificados en su confrontación con la realidad. Es decir, se comprueban al compararlos con la realidad. Algún romántico dirá que no porque algunas cosas no se puedan comprobar no quiere decir que no existan. Y tendría cierto grado de razón. Algún imbécil nos dirá la mentada "no puedes ver el aire, pero sabes que existe". Sí, sé que existe porque puedo sentirlo y olerlo, pero también porque puede ser medido de muchas diferentes maneras. Aparte de que lo respiramos.

Alguien dirá que como no se puede comprobar que algo no existe, entonces debe existir. Este razonamiento fallido es conocido como "falacia ad ignorantiam". Me remito al ejemplo de Carl Sagan sobre el dragón en la cochera...

Tengo un dragón en mi cochera. Es invisible, intangible, flota sobre el suelo, no genera ruido ni calor y el aire no se mueve a su alrededor. No hay forma de detectar que está ahí. Tampoco hay forma de detectar que no esté ahí. Luego, ¿existe? Algunos necios dirán ¿y cómo sabes que no? ¿Cómo sabes que los loquitos que ven duendes no son capaces de ver más allá de nuestro plano existencial? A ellos les respondo: pues igual y sí, pero para efectos prácticos es como si no. ¿Por qué habría yo de creer en eso?


Sonará extremadamente pragmático de mi parte, pero es verdad. La ciencia funciona, la superstición, no. Los conocimientos científicos nos permiten mejorar nuestra vida, por lo menos en el aspecto material. Podemos mejorar nuestra vida como individuos y como sociedad gracias a los conocimientos de la medicina, la física, la química, las matemáticas, la ecología (hoy en día tan importante) y las ciencias sociales. Pero no podemos planificar nuestra existencia partiendo del supuesto de que hay un dragón en la cochera. La superstición será, en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo, y en el peor, un peligro para nuestra existencia.

Alguien dirá que la ciencia es la responsable de la bomba atómica y del calentamiento global. En cuanto a lo primero, déjenme decirles que la ciencia en sí no tiene la culpa de que sus conocimientos hayan sido usados para matar a miles de japoneses. La ciencia puede y ha sido utilizada para el mal, y he ahí la razón por la que el avance científico por sí solo no traerá la solución a todos nuestros problemas, y por qué se requiere de las humanidades, la filosofía y las disciplinas sociales. Los científicos, como seres humanos, tienen sus preferencias ideológicas, sus ambiciones económicas, y sus manías, y pueden poner sus conocimientos al servicio de quien sea y por la causa que fuere. Pero eso no nos debe llevar a rechazar la validez del conocimiento científico. 

De cualquier forma, aquí se demuestra de nuevo que la ciencia da resultado: la bomba atómica funciona y no se habría podido ganar la Segunda Guerra Mundial con vudú. La ciencia es una herramienta. Puedes emplear un martillo para construir un albergue para niños pobres, o usarlo para matar focas bebés, pero eso no quita que un martillo bien fabricado sea una mejor herramienta que, digamos, una piedra.

En lo referente al calentamiento global, es verdad que el mal uso de la tecnología (que es la aplicación práctica de los conocimientos científicos) es el causante de este problema. Pero también es verdad que la respuesta la tiene la misma ciencia y que la ignorancia (muchas veces voluntaria) por parte de políticos, corporaciones y ciudadanos es el peor de los peligros en cuanto a este asunto. En efecto, son los científicos los que detectaron este problema, no los líderes religiosos, ni los astrólogos, ni los jipitecas que van a peregrinar en busca de peyote. Y son los científicos quienes están alertando sobre la urgencia del problema, proponiendo soluciones, creando nuevas tecnologías y formas de aprovechar la energía, de manera que no se siga haciendo daño al medio ambiente. Y las soluciones no podrán ser sólo científicas y tecnológicas, sino que necesitamos transformaciones políticas y sociales. Pero incluso éstas tendrán que basarse en los mejores conocimientos científicos que tengamos disponibles. 


Por lo demás, al decir que los conocimientos científicos se sistematizan orgánicamente y son susceptibles de ser transmitidos, creo que estoy siendo bastante claro y que no se necesitan muchas explicaciones. Todo conocimiento científico forma a su vez de un campo más amplio; nada está aislado. Una bióloga hace su tesis sobre las relaciones entre unas orugas, unas florecillas y unas avispas que parasitan a esas orugas; el conocimiento generado por su investigación no se queda en la anécdota o la curiosidad, sino que forma parte del campo más amplio de los estudios de relaciones entre los seres vivos y su medio ambiente, que a su vez se inserta en el estudio de la vida. Y los conocimientos necesitan poder ser transmitidos; experiencias subjetivas como "ésas que no podemos explicar con palabras", aunque pueden ser muy valiosas para cada uno de nosotros, no cuentan como conocimientos científicos.

Espero que lo anterior sea suficiente para defender la gran ventaja de los conocimientos científicos sobre la superstición, y para comprobar la importancia de estos conocimientos en una democracia que se precie de serlo. Ahora más que nunca es importante valorar estos conocimientos, para poder hacernos responsables de las decisiones que tomamos como miembros de una sociedad global.


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