Imaginación y praxis. Parte IV: El progresismo social y sus enemigos - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

lunes, 9 de junio de 2025

Imaginación y praxis. Parte IV: El progresismo social y sus enemigos



La manzana de la discordia, el ojo del huracán. Ésta va a ser la entrada más larga, porque no sólo voy a hablar de un conjunto de imaginarios políticos, sino de sus relaciones con los otros conjuntos. Estamos hablando de los distintos movimientos por la justicia social que se han masificado en las últimas dos o tres décadas: el feminismo, el antirracismo, el activismo lgbtq+, la lucha contra el capacitismo, la gordofobia, el especismo, etcétera. 

 

Éstos son los progres, los wokes, los social justice warriors, los posmos, los interseccionales y demás nombres inexactos o despectivos que han puesto a quienes tienen el principio cardinal de que la liberación de los grupos oprimidos es un imperativo moral, que nadie será libre hasta que lo seamos todos.

 

El progresismo social ha tenido grandes éxitos en las últimas tres décadas. La desigualdad está cada vez peor, una generación completa ha pasado de la clase media a la precariedad, la lucha contra el cambio climático avanza demasiado lento, la vigilancia masiva está tan normalizada que ya ni pensamos en ella, la policía se militariza cada vez más. Pero no se puede negar que, a nivel cultural y social, muchas cosas han cambiado para grupos oprimidos desde la década de los 90. Desde programas de inclusión y diversidad, hasta mejores representaciones en los medios de comunicación y en las instituciones, grupos que antes eran invisibles o ridiculizados, ahora están siendo vistos y escuchados; actitudes despectivas o abusivas que antes se consideraba normales pasaron a ser denunciadas.

 

El problema es que todo ello se ha logrado sólo dentro de la lógica del capitalismo. Éste es un sistema necesariamente jerárquico, por lo que cualquier gane en el terreno de la desigualdad es muy frágil. Esto queda demostrado en los ataques que los regímenes post-fascistas han hecho contra estos grupos. Desde los Estados Unidos de Trump, donde se echa para atrás el derecho al aborto y se promulgan leyes que criminalizan a las personas trans, hasta la Hungría de Viktor Orbán que ha ido retirando uno a uno los derechos de la comunidad lgbtq+. Y es que el progresismo social es enemigo del post-fascismo, que es en gran parte una reacción contra el primero, pues cuestiona y amenaza las jerarquías sociales tradicionales que los fachos quieren fortalecer.

 

En teoría, un buen enfoque interseccional de la realidad no puede dejar de lado un análisis de clase, siendo la económica una de las más importantes (para algunos, la más importante) formas de opresión que pueden sufrir grupos o individuos. Así que el progresismo social es compatible con el anticapitalismo de izquierdas, ya sea anarquista o marxista. Sin embargo, en la práctica se ha demostrado que el análisis de clase se puede ignorar fácilmente, con lo que se atenúa o deja de lado el anticapitalismo, y permite al progresismo ser presentado en versiones descafeinadas por el establishment liberal. Eso último ha llevado al discurso, que curiosamente comparten tanto la extrema derecha como cierta izquierda anti-progre, que afirma que el progresismo es una creación de las grandes corporaciones capitalistas, o que está impulsado principalmente por éstas.

 

Y claro, los logros del progresismo nunca fueron universales; muchas personas no cambiaron sus actitudes retrógradas, y algunas simplemente aprendieron a callarlas por miedo a ser reprobadas socialmente. Tales avances no iban a ocurrir sin una reacción cada vez más virulenta. Debimos haberlo esperado: dialéctica, niños.

 

a) Dialéctica del woke

 


Internet fue una gran herramienta para la difusión del progresismo social (también lo ha sido para la radicalización de sus opuestos). Millones de usuarios en línea difundiendo los valores progres complementaron la labor de activistas en las calles, las instituciones y la academia. Pero ese campo de batalla tiene sus límites y no tardó mucho en que las redes sociales se convirtieran en un agujero negro devorador de tiempo y energías.

 

En teoría, todo izquierdista debería tener una visión sistémica más que individualista. En la práctica, los progres de redes sociales, incapaces de vencer al heteropatriarcado o al supremacismo blanco a nivel de sistema, se han visto reducidos a “vigilar y castigar” expresiones individuales de estos sistemas. Ante la impotencia para solucionar las grandes injusticias, la energía se invierte en identificar cada vez más sutiles agresiones, microagresiones y nanoagresiones, con una siempre creciente lista de pecados y tabúes. Pues, ¿qué más puede hacer alguien detrás de un teclado? La atención se enfocó de forma desproporcionada sobre lo simbólico: el lenguaje, lo mediático, el humor, las artes... Y no es que lo simbólico no sea importante, cuando pero cuando estás dale y dale sólo con lo simbólico, confiesas que no puedes hacer nada al respecto de nada más. He ahí su praxis de la impotencia.

 

Todo se hacía con la esperanza de que el efecto acumulativo de estas acciones terminase, algún día, por exiliar las actitudes discriminatorias de la cultura. Y, como vimos, hubo cierto éxito, pero llega un punto en la estrategia de buscar faltas cada vez más sutiles, de peccata cada vez más minuta, de obsesionarse con descubrir y exponer quién secretamente tiene opiniones problemáticas, sólo sirve para ir creando burbujas más “puras”, pero más reducidas.

 

Cuando se han enfrentado a fuerzas bien organizadas y con respaldo político y económico, sus logros son fácilmente echados para atrás; las corporaciones que fingían interesarse en las causas progresistas para colocar sus productos, abandonan toda pretensión; quienes callaban sus posturas reaccionarias por miedo al ostracismo, ahora las gritan a todo pulmón. Ni todo el wokescolding ni todas las funas en Twitter impidieron que llegara un fascista a la Casa Blanca.


Ahora bien, ¿se puede achacar el crecimiento la extrema derecha exclusivamente a los “excesos” del progresismo”? No lo creo. Pero vayamos por partes.

 


Dijimos que el post-fascismo es en gran parte una reacción contra el progresismo. Pero sólo de la misma forma en que el fascismo original fue una reacción contra la Revolución Rusa, o que el Ku Klux Klan surgió como reacción a la abolición de la esclavitud. No es lo mismo una relación de causa y efecto que una de culpa o responsabilidad.

 

Sí creo que el dogmatismo y la cerrazón de algunos (seamos sinceros: muchos) progres ha alienado a posibles aliados que, de haber tenido una primera aproximación más empática, habrían podido por lo menos comprender mejor de qué se trata la cosa. También pienso que muchos progres pensaron que les era suficiente con tener la posición moralmente correcta, que era la responsabilidad de cualquier otra persona de darse cuenta de que ésa era la posición moralmente correcta y que por tanto no eran necesarias la pedagogía ni la persuasión.

 

Si se me permite un poco de evidencia anecdótica, alguna vez pregunté en Twitter sobre la falta de influencers de izquierda que pudieran llegar a hombres jóvenes de forma persuasiva y elocuente, como lo hacían otros tantos en la derecha. Como era de esperarse, tonto de mí, se me fueron encima. Un comentario me llamó la atención porque me parece ejemplar: “Pues yo no necesité que nadie me convenciera, sólo me basta hablar con una señora pobre para darme cuenta de que la izquierda tiene la razón”. He visto esa misma idea formulada de muchas formas distintas: hay gente que, por ser buena, solita llega a la izquierda, y quienes caen en la derecha es porque ya eran malvados. Los unos no necesitan ser persuadidos y para los otros la persuasión no sirve de nada.

 

Es actitud es esencialista y antitética a una visión sistémica de los problemas sociales. Pero es, curiosamente, muy compatible con una lógica cristiana (sobre todo protestante) de la ética. Lo que me lleva al siguiente gran fallo de muchos progres: parecería que vaciaron el molde cristiano de su contenido y vertieron en él nuevos mandamientos y nuevos pecados, pero dejaron las mismas formas de razonar sobre la moral, con una lógica de culpas, confesiones, penitencias, pureza y santificación de la víctima. El objetivo se vuelve ya no desmantelar sistemas injustos, sino buscar la redención individual: ser la persona más pura y santa posible, desterrar los pecados de la propia alma y denunciarlos en los demás. Que no es casualidad que lo “políticamente correcto” viniera en primer lugar de una sociedad tan puritana como la gringa.

 

En muchos casos el razonamiento ético del wokismo se ha reducido a buscar la parte más oprimida en una situación tal, y con base en ello establecer dónde están el bien y el mal. Más aun, este esquema se extiende para establecer qué es lo factualmente verdadero y qué lo falso. Y sí, sé que corro el riesgo de hacer una caricatura, pero cualquiera que haya pasado el tiempo suficiente en redes sociales tendrá que admitir que en efecto hay mucha gente así.

 

Esto llevó a las infames “olimpiadas de la opresión”. Si el punto de tener un enfoque interseccional es ver no sólo las propias opresiones, sino las de los demás, y así construir una solidaridad entre grupos oprimidos, en la práctica se volvió una excusa para competir por quién está más oprimido. Nadie quiere ser una víctima; pero todos quieren que sus propios problemas les otorguen el status de víctima, con las deferencias que eso conlleva.

 

Se volvió extremadamente fácil tomar el lenguaje de la propia opresión para justificar la continua opresión del otro. El mejor ejemplo de esto es el feminismo transfóbico, que sólo tuvo que designar a las mujeres trans como otra manifestación de la opresión patriarcal. También se puede usar la defensa de las personas lgbtq+ como excusa para la islamofobia. Con esto no quiero decir que dejemos de señalar las diferentes formas de opresión donde las haya. ¡Por supuesto que eso siempre será necesario! Sólo quiero decir que hay que tener cuidado de no caer en simplificaciones, que se necesita no sólo convicción moral, sino pensamiento crítico.

 

b) Los anti-progres

 


Pero, ¿de todo lo anterior se infiere que el wokismo tiene la culpa del auge de la extrema derecha? Veamos las narrativas que se vienen manejando al respecto. Por un lado, los post-fascistas afirman que lo suyo no es más que una reacción sensata ante lo que consideran nada menos que una amenaza existencial para Occidente. Por el otro, el centrismo liberal y cierta izquierda anti-progre, son los excesos del wokismo los que orillaron a muchas personas a irse al extremo opuesto, aunque esa reacción post-fascista sea igualmente odiosa.

 

En realidad, todos esos fallos en el progresismo dañan principalmente al progresismo. Veamos lo más señalado: la “cultura de la cancelación”. En realidad, la etiqueta se aplica por igual a diferentes acciones, ninguna de las cuales es exclusiva del wokismo: la denuncia pública, el ostracismo, el ciberacoso y muchas veces la simple crítica. Esta última puede ser justa o no, inteligente o no, pero no es en sí un acto de censura. La denuncia pública hace poco daño a los ricos y poderosos; puede derivar en el ostracismo, pero esto es algo que sólo afecta a quien pertenece a la comunidad de la que se le expulsa. No se puede “cancelar” a Elon Musk, porque no le afecta lo que los progres piensen de él, y porque su comunidad de tecnofachos lo sigue respaldando.

 

Si en algo tiene responsabilidad el progresismo con respecto la extrema derecha, es en no haberse organizado a tiempo, en no haber desarrollado estrategias para enfrentarla con eficacia, sobre todo cuando el grito de alarma lleva sonando tantos años. De hecho, las mejores críticas al progresismo han venido desde dentro, de voces que se han hartado de la toxicidad de algunos de sus ambientes y sus prácticas, mas no su ideario [aquí, aquí, aquí, aquí]. El problema no es el celo de acabar con el sexismo, el racismo o la homofobia, sino las dinámicas sociales tóxicas que las redes sociales favorecen, y que causan división, pleitos internos y pérdida de tiempo en dramas dignos de chavitos de prepa.

 

El progresismo no una amenaza para la cultura occidental; es una amenaza para las jerarquías sociales que los post-fascistas quieren reforzar. No es una amenaza para la libertad de expresión y la pluralidad, es una amenaza para la ilusión de que el orden liberal ya había desterrado de su seno toda opresión, y que no quedaban más que problemas menores que podían resolverse paso a paso. Estudiantes pidiendo que no se deje hablar a quienes difunden discursos de odio en las universidades no son una amenaza a la libertad de expresión. Los monopolios tecnológicos que poseen la mayor parte de Internet y con sus algoritmos controlan qué expresiones se difunden y cuáles no, sí lo son.

 

El progresismo tenía que deshacer prejuicios que la sociedad consideraba sentido común. El post-fascismo sólo tiene que reforzar esos prejuicios. Siempre fue una lucha cuesta arriba. He criticado la falta de una estrategia pedagógica y persuasiva en el progresismo. Pero también es injusto esperar que cada persona progre haga el esfuerzo desgastante de educar a los demás, sobre todo cuando no hay forma de saber si del otro lado hay simple falta de conocimiento o se trata de un facho preguntando en mala fe para enredarnos en discusiones bizantinas.

 

Por otra parte, la mayoría de las personas que se han contagiado del pánico anti-woke no tienen ni idea de lo que los progresistas realmente piensan y pretenden. Su principal fuente son las campañas de desinformación y satanización que hace la extrema derecha, impulsada por algunas de las personas más ricas del mundo. No es que una mala experiencia con los progres les haya arrojado a los brazos fachos, es que han sido bombardeadas por años de propaganda favorecida por los algoritmos. Sería como pensar que el pánico satánico de tu tía católica tiene algo que ver con haber sobrevivido a una misa negra.

 

El discurso derechista empezó denunciando como “corrección política”, “generación de cristal”, “woke” y demás aquello que parecía más extremo, más fácil de condenar para el “sentido común”: progres de Twitter que se quejaron de alguna película por un detalle insulso; una persona que recibió demasiado cascajo por decir alguna fruslería inapropiada… cosas así. Luego han ido expandiendo el significado para incluir cualquier cosa que se oponga el proyecto post-fascista. ¿Una mujer protagonista en una película? Woke. ¿El Papa dijo algo acerca de que maltratar migrantes está mal? Woke. ¿Decir que las personas trans merecen respeto a sus derechos? Woke.

 

Ahora el pánico moral antiprogre se ha convertido una cacería de brujas mucho peor que cualquier exceso en el que hubiera caído el progresismo. A tal punto que la gente elige a líderes fascistas que van a joder sus vidas de forma espectacular, nomás porque les prometen salvarlos de los wokes.

 

Y en esa campaña de satanización han participado tanto la derecha como el centro. Algunos liberales centristas aceptaron acríticamente narrativas reaccionarias del tipo de “el wokismo es una amenaza para la libertad de expresión”. Según ellos, que son tan racionales y objetivos, no pueden menos que reconocer que la verdad es la verdad, aunque la digan Trump o Hitler. El punto es que no es verdad [aquí, aquí, aquí y aquí]. Aunque existen casos de personas que han recibido castigos desproporcionados por deslices insignificantes (y eso está mal, y hay que reconocerlo), la narrativa que presenta esto como una epidemia que amenaza nuestras libertades se basa en falsedades o exageraciones. Dicho de otra forma, cuando los centristas salen con “los excesos progres han provocado el auge de la extrema derecha” están simplemente repitiendo propaganda facha.

 

Ni qué decir que ha sido el statu quo liberal centrista el que ha tenido todo este tiempo el poder político para combatir a la extrema derecha; por ejemplo, proscribiendo a sus organizaciones, limitando sus plataformas o, caray, paliando los problemas socioeconómicos que han provocado su ascenso. Pero no lo han hecho para no alienar a los votantes conservadores ni ofender a los amos corporativos. La extrema derecha no habría podido llegar tan lejos sin la complacencia del centro.

 

Pero los centristas necesitan pensar que la culpa la tiene el wokismo, no sólo porque eso les da un chivo expiatorio de por sí satanizado, sino porque, de fondo, los posibles excesos percibidos en la lucha contra el racismo, la misoginia o la homofobia les asustan tanto o más que el racismo, la misoginia y la homofobia.

 


La actitud del neostalinismo hacia el progresismo puede variar. Algunos tanquis afirman que los objetivos de eliminar el patriarcado, el racismo, etcétera, se pueden alcanzar a través del marxismo-leninismo; de hecho, que ésa es la única manera. Se vuelve un tanto incómodo que muchos de los regímenes a los que defienden tienen un récord bastante malo en lo que se refiere al trato a grupos oprimidos.

 

Otros tanquis rechazan por completo el progresismo, y declaran que el activismo lgbtq+ es una degeneración burguesa, que el feminismo y el antirracismo no hacen más que dividir a la clase obrera. Este desdén les permite desestimar cualquier crítica hacia a los regímenes que los tanquis defienden, especialmente cuando ignoran o van en contra de los derechos de grupos oprimidos: “¿cómo se atreven a criticar a un gobierno revolucionario por defender esas nimiedades burguesas?”.

 

En esta cosmovisión, no hay diferencias entre el establishment neoliberal, la extrema derecha o el progresismo social: todo es, al cabo, controlado por los capitalistas. Lo cual resulta extremadamente irónico, porque para la derecha el wokismo es la avanzada de una estrategia para implantar el comunismo.

 

El sujeto revolucionario ideal de este tipo de tanquismo es el obrero viril con una masculinidad tradicional, onda póster de propaganda soviético. Creo que esto lo llevan hasta sus últimas consecuencias los tanquis hispanistas, muy comunistas ellos, pero que defienden la “labor civilizatoria” Imperio Español y odian a los migrantes musulmanes, además de a las feministas y la comunidad lgbtq+.

 

Por supuesto, cuando eres un hombre heterosexual barbudo, te puede dar igual un post-fascista o un liberal, pues ambos mantendrán el sistema capitalista. Después de todo, si aumenta el sufrimiento de las mujeres, las personas racializadas o las personas lgbtq+, tú te puedes quedar haciendo tu podcast de propaganda neostalinista mientras esperas a que venga China a salvarte del capitalismo. O sea, esto un ejemplo típico de sesgo basado en privilegio, la clase trampas que un enfoque interseccional ayuda a evitar.

 

Todas las jerarquías están relacionadas y se sostienen las unas a las otras. El capitalismo requiere que haya clases oprimidas, cuya explotación puede justificarse en el racismo, la xenofobia o la misoginia. Pero la historia nos ha demostrado que es posible debilitar algunas de esas jerarquías sin tocar otras. El patriarcado antecede al capitalismo por milenios; puede y ha existido en otros modelos. El feminismo no divide a la clase obrera; el machismo sí. El antirracismo, el activismo lgbtq+, no dividen a la clase obrera; el racismo y la homofobia sí. Nadie será libre hasta que todos lo seamos.

 

En suma, el progresismo social se fundamenta en el rechazo a las jerarquías sociales tradicionales, pero en su praxis le ha sido difícil deshacerse de perspectivas individualistas, de prácticas rancias heredadas del pasado y de las dinámicas tóxicas fomentadas por las redes sociales. El rechazo al progresismo social se puede racionalizar de muchas formas, pero ultimadamente se fundamenta en un apego a por lo menos algunas de esas jerarquías, o en el miedo a cambiarlas demasiado rápido, y a fin de cuentas favorece sólo al post-fascismo que quiere restablecerlas.


Continuará en la parte V

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