Marie
Kondo, con su reality show sobre
ayudar a personas a que ordenen sus cuchitriles, se ha convertido en una
sensación en el primer mes del 2019. Pero mi novia la conocía antes de que
estuviera de moda… Como una semana antes. Literal. Porque yo le regalé de
Navidad el nuevo libro de G.R.R. Martin, pero ella me pidió que le consiguiera
el de Marie Kondo y lo hice, porque soy un buen novio y me gusta regalar
libros.
Así
que, antes de tener un reality show,
Marie Kondo tenía un librito. Y antes de tener un librito, tenía una agencia de
consultoría para ayudar a las empresas y personas a ordenar sus espacios. Y antes
de eso, era una jovencita obsesionada con el orden. De modo que, después de
haber visto el programa y de haber escuchado a mi novia contarme del libro,
vengo a traerles las siguientes impresiones…
Por
lo que me dice ella, el libro tiene mucha magufería, incluyendo esa onda de
saludar a una casa antes de limpiarla, y aquello de despedirse de las cosas si
ya cumplieron su función, y todo sobre la energía positiva que emanan los
objetos y qué sé yo. Peeero que, fuera de eso, los consejos que ofrece son en
realidad muy prácticos. Mi novia sospecha que le incluyen la magufería porque la
gente de por sí es pendeja y si le dices “ordena las cosas de esta manera,
porque es práctico y conveniente” no te van a hacer caso, en cambio si les
dices “ordena las cosas de esta manera porque ¡magia!” van a decir “¡oh, sí a
huevo, soy un puto ser de luz!”
Lo
mismo podríamos decir de su programa. Tiene, como todo reality, un chingo de cursilería, de gente llorando “espontáneamente”
y parejas peleándose por sus trebejos (parejas bien diversas, por cierto, las
hay gais, lesbis, interraciales… Netflix está bien comprometido con hacer
rabiar a los derechairos y eso me da mucho gusto). Pero los consejos que da la
señorita Kondo son prácticos y útiles, especialmente para quien ya está harto
de la acumulación consumista. Porque estamos hundidos en una cultura de las chingaderas.
Llamo
cultura de las chingaderas a esa costumbre nuestra de tener un montón de
pendejaditas que realmente no nos sirven, no las usamos, nos ocupan espacio y
se acumulan de forma desordenada. Esto se nota especialmente cuando uno tiene
hijos. Por ejemplo, en las fiestas infantiles te dan un chingo de dulces (los
de la piñata y los de las bolsitas que te dan al final), y recuerditos que
formaron parte de la decoración… Y si tú hiciste la fiesta, te quedas con los
dulces que sobraron y con la decoración por siempre, porque al cabo quedó
rebonita y salió cara. Mis hijos casi ni comen dulces (somos más de galletas),
y cuando hay cumpleaños, jalogüin o navidá, nos llenamos de bolsitas de
caramelos, paletas y Totis (¡putos Totis!) que se quedan asentados en la barra
de la cocina hasta que se llenan de hormigas, se me acaba la paciencia y los
termino tirando todos alv.
¿Y
por qué nos pasa esto? Por lo menos en las fiestas, porque mamás y papás (pero,
sospecho, sobre todo mamás), quieren verse muy espléndidos y magníficos con los
salones súper decorados con manualidades de Paw
Patrol y mostrar que tienen la solvencia para subirse a un dirigible y
lanzar dulces desde el cielo a las masas impresionables. O sea, el punto de las
chingaderas no es su uso, ni su valor, sino que sirven únicamente para que las
personas que las dan se vean bien por el
acto de darlas. Y la presión social está cabrona: nadie quiere ser la
familia que no repartió centros de mesa de Peppa la Cerdita en foami.
Y eso
es sólo un ejemplo de los que más me emputan. En la vida nos llenamos con
recuerditos de bodas, viajes y xv años; juguetitos promocionales de comida
chatarra; manualidades de jardín de niños que no hicieron tus hijos; adornos que vas a poner un día “cuando
saques espacio”; ropa que te vas a poner otra vez “cuando te vuelva a quedar”;
juegos de fotocopias de la carrera de la que te graduaste hace una década que “podrían
serte útiles algún día”; notas y recibos que ya ni sirven, pólizas de garantías
expiradas y manuales de productos que ya ni tienes; discos y películas que ya
se deterioraron tanto que ya no hacen nada; cerámicas que hizo tu tía jubilada en
su taller de tías jubiladas; chingaderas, chingadera, chingaderas…
Entonces
llega Marie Kondo con un mensaje sencillísimo, obvio, pero que necesitábamos
que nos recordaran: si no te está dando alegría, tíralo. Si es algo que ya no
usas, que no has usado en mil años, que está generando desorden, acumulando
polvo y te impide mirar tu espacio personal con orgullo, ¿pa’ qué lo tienes?
Quédate con las cosas que realmente te gusten, que realmente te sirvan. Porque
si no, los objetos se van comiendo tu espacio; nuestras casas se convierten ya
no en lugares para vivir sino para guardar objetos. Y, personalmente, le
agradezco por ello, pues aunque no soy el peor acumulador en casa, me he dado
cuenta de que sí tengo cachivaches que no cumplen con eso de irradiar felicidad
y que sería más feliz sin ellos. Órale, a ordenar.
Pero,
si son tan buenrolleros estos consejos ¿por qué Marie ha generado tanto
descontento? La han acusado de ser una tipita aburrida y sin chiste, alguien
que se cree mejor que los demás, una antiintelectual que quiere quitarme mis
libros, y hasta una persona comparable a los nazis (ley de Godwin, búsquenlo).
Y cuando empecé a ver estas reacciones me sorprendí. “Ah, chinga. ¿vimos el
mismo programa?”
Kondo-chan
nunca dice que ser ordenado te haga mejor persona, se cuida mucho de no juzgar
a los demás y advierte sobre todas las cosas que su método es para quienes se
sientan listos para ordenar su casa. No quiere imponerle nada a nadie. Lo de tener
pocos libros, por ejemplo (algo que sí me triguereó en un principio): dice que
las personas que por su profesión necesitan tener muchos libros a la mano (como
su seguro servidor), pues no tienen que seguir su consejo. La cosa es para
personas que compran un libro, lo leen una vez y luego lo dejan ahí amontonado
en vez de permitir que llegue a otras manos que los disfruten.
Puedo
entender que alguien diga “pfff, esto no es para mí, me gusta mi desorden, no
toques mi basura”, pero ¿por qué tanta animadversión? ¿Por qué esa paranoia de
que les quieren “imponer” cosas? ¿Por qué compararla con los nazis en una época
en la que hay nazis literales marchando las calles? Pues se me hace algo
parecido a lo que sucede con el
odio a los veganos. Lo que causa escozor es la sospecha de que esa otra
persona cree que su estilo de vida es mejor que el nuestro… Y que, si acaso
tiene razón, entonces nuestro estilo de vida no es bueno, y eso amenaza nuestra
identidad, pues nos hace pensar que esto que nos parece normal y adecuado a lo mejor está mal. Ojo: no la odiamos
por decirnos que estamos mal, pues ella nunca lo hace (a diferencia de los
veganos jodones, o los sochal yustis guarrios), sino porque hizo concebible la
idea de que tal vez lo estamos. Entonces viene la reacción violenta: “¿Acaso te
crees mejor que yo?”
Dice
mi novia que a eso se suma cierta misoginia, porque la Kondo es una mujercita
de buenos modales que no se ve como súper modelo ni actúa como señor gritón y
agresivo, que son las únicas dos cosas que los onvres aceptan en su
entretenimiento. Y está eso de hacer de la suciedad y el desorden parte de la
identidad masculina, como vimos con el mame de los
hombres que no se limpian la cola. Y ya ni voy a hablar del comercial
de Gillette, porque sólo puedo con un mame a la semana.
Guarever,
nomás hay que decir que le bajen al pedo. Vive y deja vivir. Que los quieran
arreglar sus casas a la manera de Marie Kondo, lo hagan, que a ti nadie te
obliga. Ojalá no sea nomás pura moda y la gente que hoy está tirando sus
chucherías y sobresaturando a las caridades en realidad vaya más allá y cambie
sus hábitos de consumo. Ojalá esto nos ayude a eliminar la cultura de las
chingaderas, porque el capitalismo ecocida se alimenta de ellas.
Miren
qué chairo acabó este texto. Que tengan buen fin de semana, y compartan mucho
este enlace en Facebook, porque Zuckerberg me anda bloqueando, el muy culero.
Debe ser que mi blog no le irradia alegría. Abur.
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3 comentarios:
Igual que tú me pasó conocerla poco antes de que sacara su serie, y el tren del mame obviamente fue por ser enero. Pero incluso antes de ellas también han existido programas como "Acumuladores compulsivos" y la onda es que son cositas de nada que hay que deshacerse antes de que nos rodeen. Me encantó como la pones de un modo más campechano pero igualmente siguiendo las mismas indicaciones que ella da. Está chida.
Gracias :)
No sabia que hubiera juntado tanto disgusto, hasta que leí este artículo del Huffington Post.
Por mi parte, había escuchado algo de ella hace unos meses, de una amiga (de ascendencia asiática, si es que eso es importante) que es un poco "neat freak". Me sonó interesante, aunque no he leído el libro ni visto la serie, pero quizás lo haga pronto (aunque mi problema es mas bien de flojera por limpiar, y que no me gusta tirar cosas que me pueden parecer útiles en algun momento). Recuerdo que mi amiga me dijo "por ejemplo, si tienes una postal, le puedes tomar una foto y tirarla" y pensé "ah, claro, porque no se me había ocurrido antes". Pero tanto el ángulo del artículo como el tuyo me parecieron interesantes. No sé si sea por "sesgos inconscientes porque es asiatica" o "porque es mujer" o "porque se cree mejor que yo" (o "todas las anteriores"), pero creo que parte de la cantidad de crítica es simplemente porque es famosa y hay muchos hipsters que odian lo "mainstream" en este mundo :-p.
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