Sentido común significa el buen sentido; razón tosca, razón sin pulir, primera noción de las cosas ordinarias, estado intermedio entre la estupidez y el ingenio. Decir que un hombre no tiene sentido común, es decir una injuria muy grosera; pero decir que tiene sentido común, también es una injuria, porque es significar que no es completamente estúpido, pero que carece de inteligencia.
Los seres humanos traemos
integrados en nuestros cerebros las características cognitivas que nos permiten
hacer ciencia. Somos por naturaleza curiosos, nos gusta explorar y experimentar
(¿qué pasa si hago esto o si pongo eso con aquello?), observamos y reconocemos
patrones, nos agrada contar, medir y clasificar las cosas que nos rodean y
somos bastante buenos para inferir información nueva a partir de datos
conocidos. Pero sobre todo, tenemos una mente flexible con una gran capacidad
de responder a situaciones muy diferentes, lo cual nos ha permitido crear estrategias
diversas, herramientas culturales transmisibles a través de las generaciones,
para responder a nuestras condiciones medioambientales y sociales.
El Homo sapiens ha existido por 200,000 años aproximadamente, y de
éstos sólo hemos practicado la agricultura por los últimos 12,000. Eso
significa que pasamos casi 190,000 años como cazadores y recolectores que
vivían en comunidades pequeñas. Es decir, un 95% de la historia humana fue,
irónicamente, prehistoria. Nuestras habilidades cognitivas básicas, es decir
nuestro sentido común, nos permitieron sobrevivir y prosperar durante esos
milenios, y tuvieron además el afortunado (o desafortunado, según cada quien)
efecto secundario de que, dadas las condiciones adecuadas, pudimos desarrollar
sociedades complejas, una vasta diversidad cultural y, claro está, ciencia.
No es de extrañar que desde los
albores de la humanidad hayamos tenido ciencia, o por lo menos, rudimentos de
ciencia. Aún antes de desarrollar agricultura, escritura y ciudades, ya
teníamos astronomía y matemáticas; los monumentos megalíticos prehistóricos se
erigen como testimonio de ello. Todas las grandes civilizaciones de la
Antigüedad hicieron increíbles avances en ciencias: los egipcios sabían química
y medicina; los caldeos dividieron el círculo en 360 grados, y crearon los
minutos y los segundos; los mayas y los indios, cada uno por su cuenta,
inventaron el cero. En todas las épocas, donde ha habido seres humanos ha
habido semillas de ciencia.
Pero aún con nuestra
predisposición natural y con todo el conocimiento y técnica que habíamos
acumulado a lo largo de milenios, aún hacía falta afinar muchos detalles. La herbolaria nos decía que ciertas plantas
ayudaban a aliviar ciertos males, pero ¿cómo? ¿Qué había en las plantas y cómo
actuaba eso con el cuerpo? ¿Quizá un espíritu bondadoso habitaba la planta?
¿Quizá había simpatías y antipatías entre ciertas substancias? La astronomía
permitía calcular que si la luna pasa por cierta constelación, entonces es que
se acercaba la época de lluvias. Pero, ¿cuál era la relación entre las
estrellas, la luna y la lluvia? ¿Es que acaso la constelación era un dios que
enviaba la lluvia cuando la luna lo visitaba? ¿Y por qué la luna giraba en el
cielo y nunca se caía? ¿Y qué eran las estrellas?
Faltaba establecer el método
experimental preciso y un modelo riguroso de razonamiento inductivo; establecer
que las matemáticas son la base de toda ciencia y que el razonamiento
discursivo no es suficiente para llegar a conclusiones fiables. Faltaba
prescindir de las explicaciones sobrenaturales para los fenómenos observados y
saber que sería necesario retar a la tradición y a las autoridades. Faltaba
desarrollar mecanismos para comprobar y refutar, para reducir los errores
individuales y arribar a consensos significativos. Y aunque para llegar a todo
eso confluyó la sabiduría acumulada de muchas eras y muchas culturas, la
coincidencia de factores históricos permitió que el gran momento se diera en la
Europa de los siglos XVI y XVII con la Revolución Científica.
Como dice Neil DeGrass Tyson en
el primer capítulo de la nueva Cosmos,
es tal el poder del método científico, que en cuatro siglos desde que Galileo
miró por vez primera a través de su telescopio, ya hemos puesto hombres en la
luna. Y, añado, encontrado la cura a múltiples enfermedades y aumentado nuestra
expectativa y calidad de vida (el que hasta ahora no todos se hayan beneficiado
de estos avances es un problema de desigualdad económica y justicia social).
El problema es que así como en
nuestra mente están las capacidades que nos han permitido desarrollar las
ciencias, también hay
toda una serie de predisposiciones al error: tendemos a ver patrones donde
no los hay, a atribuirle agencia e intencionalidad a los eventos fortuitos, a
hacer generalizaciones precipitadas y a creer que nuestras propias experiencias
personales son muestras de toda la realidad; nos inclinamos a aceptar lo que
nos dicen quienes percibimos como figuras de autoridad o lo que cree nuestra
propia tribu; nos aferrarnos a nuestras propias creencias porque son nuestras y
descartamos la información que las contradice mientras enfatizamos la que nos
las reafirma.
Sucede que nuestra mente no
evolucionó para comprenderlo todo, sino para permitirnos sobrevivir, y en
realidad nos ha sido bastante útil. Llamamos sentido común a esa capacidad
básica de razonar que todos tenemos (a menudo sin estar conscientes de cuáles
son nuestros procesos de razonamiento). Para los asuntos más prácticos de la
vida cotidiana, el sentido común nos es suficiente, como nos lo ha sido a lo
largo de la mayor parte de nuestra historia.
La ciencia, como actividad social
y colectiva que se autocorrige constantemente, nos permite neutralizar las
tendencias al error de cada uno como individuo y nos da las herramientas que
nos han facultado conocer y comprender el mundo de formas que serían
inaccesibles para nuestro set original de capacidades cognitivas (y los
instrumentos que nos empoderan más allá de nuestros sentidos).
Pero conforme la ciencia avanza y
se sofistica, el cuerpo de conocimientos que acumula se va haciendo tan
complejo que se aleja más y más de lo que podríamos comprender simplemente con nuestro
sentido común. Aquella frase de Thomas Huxley, “la ciencia es el sentido común
en su mejor forma”, deja de ser precisa conforme nos adentramos en terrenos más
complicados. Como dijera Carl Sagan:
La realidad puede ser desconcertante. Puede costar trabajo lidiar con ella. Puede ser contra-intuitiva. Puede contradecir prejuicios profundamente arraigados. Puede no ser consistente con lo que desesperadamente deseamos que sea verdad. Pero nuestras preferencias no determinan lo que lo es.
Los objetos sólidos que te rodean
están compuestos de innumerables partículas que se mueven sin cesar. Esta es una
realidad que escapa a lo que pueden informarnos nuestra percepción sensorial y
nuestro sentido común. Pero no es una conjetura, una opinión o un dogma de fe,
sino un hecho demostrable y demostrado empíricamente, y que seguiría siendo
real aunque toda la humanidad lo ignorara.
Pero como esto es difícil de
asimilar de buenas a primeras, nuestra propensión a confiar excesivamente en el
sentido común nos lleva a ser víctimas de demagogos antiintelectuales. Como
todos los demagogos, manipulan a la gente de a pie y la predisponen contra una
élite a la que se quiere ver como corrupta y malvada. En este caso, la élite
son los científicos, y en general los expertos, de quienes se dice que no saben nada, porque el sentido común de la gente puede
entenderlo todo.
La manipulación se da mediante el
halago: usted, señor padre de familia, usted señora ama de casa, puede entender
lo que es bueno y verdadero mejor que
esos expertos con sus estudios y sus laboratorios, que al fin y al cabo dicen
puras tonterías ¿Cómo va a ser que inyectarte una enfermedad te haga bien?
¿Cómo pueden decir eso de que el hombre nació del mono? ¿Cómo vienen a decirnos
que el mundo se está calentando cuando podemos ver que hace frío? ¿Cómo no va a
ser una aberración que le pongan los genes de un animal a una planta? ¿Cómo va a ser que mi
aerosol, que me pongo dentro de mi cuarto cerrado, dañe a la capa de ozono?
Para entender a cabalidad todo lo
anterior, hace falta un mínimo de conocimientos científicos y de pensamiento
crítico y racional, porque el sentido común no basta. Hay una razón por la cual
los negacionistas de la ciencia no llevan sus debates a instituciones
científicas, sino a lugares donde mandan los legos: están tratando de convencer
a la gente común, vulnerable a tales manipulaciones, y de usar sus números para
neutralizar la influencia de los expertos. Y la tendencia antiintelectual va
más allá de las ciencias naturales o exactas, sino que llega hasta cuestiones
políticas, económicas y sociales.
La situación es peligrosa porque
nos lleva a renunciar a los mejores conocimientos que tenemos disponibles, para
en cambio abrazar las respuestas simplonas y equivocadas. Y esos conocimientos
pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte, no sólo de cada uno de
nosotros como individuos, sino de toda nuestra especie.
¿Cómo podemos evitar la manipulación? Como
legos, es decir como personas ajenas al conocimiento de los expertos, debemos
tener en cuenta que nuestro sentido común no es suficiente para comprender una
realidad tremendamente compleja, y que para ello se requiere mucho trabajo y
estudio. Podemos tomarnos un tiempo para entrenarnos en
el pensamiento lógico y aprender aunque sea un poco de aquello de lo que
queremos opinar, el mínimo para reconocer cuándo nos están engañando y cuándo
podemos confiar en lo que se nos dice. A nosotros nos corresponde la
responsabilidad de aprender y educarnos para defendernos de las manipulaciones
demagógicas de quienes apelan a nuestro sentido común para negar a la ciencia.
Pero sobre todo, los expertos no
pueden seguir adoptando una actitud de desdén hacia la gente común, ni menos
ponerse en plan de “nosotros lo sabemos mejor que ustedes, hágannos caso,
idiotas y cállense”. Carl
Sagan, recordando la Biblioteca de Alejandría destruida por la plebe,
señalaba que es muy fácil juzgar a ese montón de ignaros, pero ¿qué hacía la
Biblioteca por todos ellos? ¿Cómo podrían tener idea del valor de lo que en
ella se guardaba? En la Biblioteca sólo trabajaba y estudiaba una élite
intelectual; la mayor parte del pueblo veía a esos eruditos (hombres y
mujeres), entrar y salir de la Biblioteca, pero no tenían ni idea de qué era lo
que hacían allí. El conocimiento guardado en ese magno templo sólo estaba al
alcance de algunos elegidos, y en general no hacía ningún bien al pueblo
hambriento y harapiento. "Los sabios de Alejandría" dice Carl Sagan
de forma ominosa "nunca cuestionaron el orden social y político de su
época". ¿Cómo esperar que el populacho sintiera algún respeto o reverencia
por ese lugar?
Stephen Hawking, poco antes de morir, publicó en The Guardian un
conmovedor texto en el que empieza por reconocer la posición privilegiada
en la que ha vivido a lo largo de su vida. Pero el orden social y político de
nuestra época ha creado una terrible desigualdad y eso llena a las personas de
inseguridades, temores y resentimientos contra la élite que vive en sus
burbujas. Hawking -probablemente el científico vivo más conocido a nivel
mundial- junto a otros expertos advirtió que el Brexit dañaría la investigación
científica en el Reino Unido y que la elección de Donald Trump en Estados
Unidos haría peligrar el combate al cambio climático. Aún así, la gente no
escuchó y votó por los demagogos que prometían soluciones fáciles a problemas
complejos.
Hawking advierte que aunque sus
elecciones sean terriblemente equivocadas, no se puede desestimar sus muy
legítimas preocupaciones. Las élites del mundo, intelectuales, económicas y
políticas “de Londres a Harvard, de Cambridge a Hollywood”, tienen que aprender
una lección de humildad y reconocer que le han fallado a la mayor parte de la
humanidad.
Ahora necesitan volver la atención a los
problemas de la gente común. Si la élite de expertos quiere ser escuchada,
necesita algo más que tener la autoridad que da el conocimiento, sino también
la autoridad moral que viene de ser percibido como alguien que se preocupa y trabaja
para el bien de los demás. El futuro de nuestro planeta se nos va en ello.
Más para pensar y reflexionar:
2 comentarios:
Y puedes estar seguro, Ego, que con tus textos contribuyes a mejorar ese futuro que nos espera
Ego, ¿quiere sexo oral?
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