Neostalgia: Videojuegos - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

jueves, 6 de abril de 2017

Neostalgia: Videojuegos



Hola, rucos. Toca una de esas entradas de nostalgia para relajarnos un rato y en esta ocasión quiero platicarles de un tema que me han pedido muchas veces: videojuegos. Alguna vez pensé en hacer una entrada así toda seriesota sobre la historia de los videojuegos y su impacto cultural, pero la verdad es que para eso está Wikipedia, además de que hay un excelente documental al respecto, Videogames: The Movie.

De modo que me decidí mejor por compartirles algunas de mis experiencias como chavito de los 80 y 90 que creció jugando Nintendo, para después hablarles de mis títulos favoritos de la vida. Así, los chavorrucos podrán rememorar épocas que en realidad eran horribles, pero que parecen mejores a la luz de la nostalgia y porque la vida adulta es jodidamente dolorosa. Mientras, los jovenazos podrán conocer un poco de cómo era la existencia en tiempos prehistóricos.


Desde que tengo memoria ha habido alguna consola de videojuegos en casa de mis padres. Cuando adquirí consciencia ya estaban ahí el Atari 2600 y el hoy poco recordado Intellivision. Teníamos un montonal de juegos de Atari, incluyendo Mrs. Pac-Man, Bomberman y Pigs in Space (para suplir nuestra falta de Space Invaders), junto con otros olvidados y olvidables. Del Intellivision me acuerdo de Jungle Hunt y de un juego de He-Man. Por desgracia, ninguna de estas dos consolas sobrevivió al paso del tiempo, pues en aquellos años a mis padres no se les ocurrió que estos aparatos pudieran llegar a ser valiosos.

Por cierto, que no puedo dejar de mencionar que el arte en las etiquetas de los cartuchos de Atari era una chulada. Descendiente de la estética del pulp, anunciaba mundos fantásticos y aventuras increíbles que nuestra imaginación reconstruía ante los gráficos de 8 bits... Porque creo que así funcionaba: te mostraban la imagen en el cartucho y la caja, y cuando te ponías a jugar debías entender que esos gráficos eran sólo una ayudadita visual para recrear mentalmente los mundos como se supone que debían ser. Por lo menos así chambeaba conmigo.




Por otro lado, sí conservo mi NES original. Oh, sí, el Nintendo, como lo llamábamos. Durante años Nintendo era sinónimo de videojuegos, puesto que prácticamente no existieron otras consolas caseras, con excepción de las de SEGA, que casi nadie que yo conociera llegó a tener. Mario se convirtió en el personaje de videojuegos por antonomasia, y la mayoría de las plataformas se basaban en la dinámica de las aventuras de nuestro plomero favorito. Dato curioso: en México se tendría a creer que Bros era el apellido de Mario (el apellido Bros existe). Sí, muchos llamábamos al personaje Mario Bros.

Es realmente con el NES que se inician mis años de gamer. Mi tipo de juegos favorito siempre han sido las plataformas, tanto en NES como en el Super NES, y modestia aparte, diré que soy bastante habilidoso para ellas. Por supuesto, Mario se convirtió en un héroe de mi infancia, y la estructura de sus juegos se convirtió en la base de muchos otros títulos (incluyendo aquellos que fantaseaba con diseñar algún día). Prácticamente en todos había que ir avanzando de izquierda a derecha en un mundo lleno de peligros, premios y sorpresas. Recuerdo con particular cariño juegos como los de Chip 'N Dale, DuckTales, Darkwing Duck, The Flintstones y Adventura Island.


Y tengo que decir el cliché: los niños de ahora la tiene muy fácil. Bueno, no. Lo que pasa es que en mis tiempos si querías jugar cualquiera de los tres primeros títulos de Mario o alguna de esas plataformas, debías hacerlo en serio. No podías guardar tu progreso cada vez que pasabas un nivel, no había continues ilimitados, y tenías las vidas contadas. A partir del Super Mario World se pudo guardar la partida, pero antes de eso uno se sentaba a jugar desde el principio hasta matar a Bowser o que te hartaras de morir a cada rato.

Mario y otros personajes no tardaron en pasar a otros medios. En los 80 y 90 hubo series animadas sobre él, sobre Donkey Kong, Pac-Man, Sonic y Link. Por supuesto, no podría dejar de mencionar Capitán N, sobre un adolescente que es chupado por su Nintendo hacia el mundo de los videojuegos, donde departe con Simon Velmont, Megaman, Kid Icarus y otros personajes... ¡Incluso tuvo un crossover con Link y Zelda! Y claro, no tardaron mucho en dar el salto a la pantalla grande, con las infames adaptaciones cinematográficas que Hollywood hizo a principios de los noventa, como Street Fighter, Mortal Kombat y Super Mario Bros. Esta última fue tan mala, pero a la vez tan extraña, tan poco apegada a los juegos, con un reparto de lujo (Bob Hoskins como Mario, John Leguizamo como Luigi y Dennis Hopper como Koopa), que hoy en día se presenta como un tesoro de la infracultura.


La fiebre por los videojuegos pegó duro en México. Hasta hubo un programa de concursos, Intercontrol, en el cual los participantes debían superar retos en escenarios inspirados directamente de los videojuegos, en especial los de Mario. Tuvimos también la revista Club Nintendo y el show Nintendomanía, ambos proyectos encabezados por el gran Gus Rodríguez, el eterno gurú de los videojuegos en nuestro país.

Fue con el NES y el Super NES que nacieron y se desarrollaron ciertas costumbres de viejos gamers que a los jóvenes de ahora les parecerán extrañas. En aquellas décadas, en que los juegos venían en cartuchos, adquirimos conocimientos empíricos que se transmitían de jugador a jugador. Los cartuchos no siempre funcionaban bien y había que hacer ciertos trucos para correr el juego, como soplarles, darles palmadas o ponerles un poco de loción. No sabíamos si funcionaban, probablemente no (bueno, lo de la loción lo sigo haciendo), pero las aplicábamos de cualquier forma. Podrán decir lo que quieran, pero los CD's se pudren en poco tiempo, mientras que los cartuchos siguen funcionando tan bien como hace más de 30 años.


Ir a pasar el día a casa de un amigo significaba dedicar unas buenas horas al Nintendo. Había ciertos códigos de honor que no podían quebrantarse a no ser que quisieras ser visto como una pérfida rata de dos patas. Al grito de "¡shot primis!" uno se aseguraba de tener el control del primer jugador. En las dos primeras consolas de Nintendo sólo se podía jugar "de dos", como decíamos en aquella época (el término multiplayer habría carecido de sentido), y si había reunión de amigos no quedaba más remedio que irnos turnando de dos en dos. Si eran juegos de competencia, como de peleas o carreras, aplicaba armar las "retas", en las cuales el mismo jugador mantenía su poder sobre un control siempre que ganara, mientras los que perdían debían ir cediendo el control. Ahora que si el juego era "de uno", entonces correspondía aplicar el principio de "pasamundo-pierdevida", es decir, que cada vez que un jugador pasara un nivel o muriera en el intento, debía ceder el control al siguiente.

Cuando un jugador se encontraba en un nivel particularmente difícil, en el que tuviera que moverse con gran destreza o dar saltos complicados, exigía a todos los presentes guardar absoluto silencio. Si la cosa estaba realmente peliaguda, entonces le quitaría el sonido hasta al videojuego mismo. No sé por qué creíamos que en silencio lograríamos concentrarnos y jugar mejor, pero era algo así como una ley no escrita.


Tener videojuegos y tener hermanos era una bendición y una maldición. Mi hermano y yo nos peleábamos los turnos para jugar, nos molestábamos el uno con el otro y nos acusábamos de hacer trampa si perdíamos. Pero también queríamos jugar siempre, y sabíamos que "de dos" era mejor que "de uno", y como en toda relación fraternal existía cierta complicidad inquebrantable. Curioso, a veces mi madre me castigaba sin jugar Nintendo, pero no me estaba prohibido asesorar a mi hermano cuando él lo hacía; mamá incluso me permitía jugar un nivel por él si estaba demasiado difícil. Por otro lado, si yo estaba jugando y nos llamaban a comer, cenar o lo que fuere, mi hermano bajaba para "cubrirme" y que yo pudiera terminar el nivel. Y bueno, el ciclo de la vida: mi hermana mayor nos enseñó a jugar de todo hasta el Nintendo; luego yo fui el campeón, y para tiempos del 64, mi hermano menor dominaba el arte, como lo sigue haciendo hasta la fecha.

Ah, el Nintendo 64... Fue la primera consola que nos compramos mi hermano y yo con nuestro "propio" dinero, ahorrado de mesadas y regalos navideños. Recuerdo que sus gráficos en 3D, que vi por primera vez en la feria estatal de Xmatkuil, parecían una cosa mágica, el futuro. Por esos días empezaban a aparecer las películas y series animadas por computadora (incluyendo aquel especial de Los Simpson) y todo parecía anunciar un mañana que a la vez me fascinaba y me producía suspicacia. De hecho, durante muchos años me negué a jugar Mario 64 y otras plataformas, porque la dinámica en 3D se me hacía muy complicada (Yoshi Story fue de mis favoritos de aquellos años).


Además, la posibilidad de jugar hasta 4 a la vez permitía que pudiéramos tener verdaderas fiestas.  De hecho, no sé cómo fue que nuestros padres y tíos empezaron a permitir que hermanos y primos, a media fiesta de Navidad o lo que fuere, sacáramos el 64 para echar unas retas mientras los adultos continuaban sus pláticas insulsas. Fue en las casas de parientes y conocidos donde jugábamos 64 antes poder comprarlo, pero también era posible rentar unos minutos o media hora en unos lugares que proliferaron en los principales centros comerciales de Mérida. World Games, creo que se llamaban, y no sólo rentaban Nintendo 64, sino el primer Playstation, que por unos pesos más incluía los visores de "realidad virtual", que no eran sino unas pantallitas en los ojos que daban dolor de cabeza.

Eso me recuerda al Virtual Boy, la fallida consola de Nintendo que pretendía ser el futuro. No conozco a nadie que la haya comprado y sólo la jugamos en las tiendas departamentales. El único juego que probé fue Mario Tennis, con sus horribles gráficos de líneas rojas sobre fondo negro que causaban mareos y jaqueca. Ahora los recuerdo y me da risa.


Hablando de eso, en las tiendas departamentales también existían ciertos códigos de honor. Los chicos hacían cola para jugar o simplemente veían el juego de los otros. Cuando acabara el turno había que cederlo y eran muy mal vistos los bravucones que no lo hacían. Era casi como las maquinitas...

Ah, las maquinitas, la perezosa arcadia... Sitios de vicio y desenfreno para la juventud prepúber de mis tiempos. Y no hubo lugar más emblemático para la chaviza que Diversiones Moy, lugares increíbles a los que uno iba a jugar retas de los muy variados juegos de peleas o a ganar tickets que se pudieran cambiar por regalos feos y estúpidos, pero que de todos modos el obtenerlos se sentía como un triunfo, sobre todo después de haber pasado unos buenos minutos golpeando a esos odiosos cocodrilos en el morro.

No sólo en estos lugares se podía jugar maquinitas, desde luego. El lugar predilecto para que un diezañero fuera a deperdiciar unas monedas y unos minutos en una tarde de flojera era la tiendita de la esquina, esas instituciones de cohesión social que ahora han sido casi por completo exterminadas por los fríos e impersonales Oxxos. En toda tiendita que se preciara de serlo había una o dos maquinitas, especialmente con juegos de pelea como Street Fighter o Marvel vs Capcom, o quizá uno de beat'em up como los de las Tortugas Ninja o los Simpson.


Es ley universal, creo, que se respeta el turno del que pone su moneda en fila, y que si se arman las retas el campeón no tiene que soltar los controles hasta que alguien lo desbanca. Y pos claro, el pasadía en casa de los cuates no estaba completo si no hacíamos una visita a la tiendita de la esquina a comprar chucherías y jugar un rato de maquinitas, aunque antes o después de eso volviéramos a jugar la consola casera. Éramos unos viciosos, supongo.

Nunca perdonaré que de cierto viaje que hicieron mis viejos a Gringolandia a mi hermano le trajeron un Gameboy y a mí un juego para hacer dinosaurios de cerámica. Los juegos de Gameboy que tuvimos fueron Yoshi's Cookie y uno de Jurassic Park. Luego nos robaron la consola durante una mudanza (en México aceptas como inevitabilidad de la vida que cada vez que viajes o te mudes los empleados de mudanza y aeropuertos te van a robar algo); sin embargo, conservamos los cartuchos. Tuvimos que esperar mucho tiempo para poder comprarnos un Gameboy Advance y volver a jugar esos viejos títulos.

Antes de tener un Gameboy las opciones de consolas portátiles eran muy limitadas. Había unas baratérrimas que vendían en los mercados de falluca en las que podías jugar chorrocientos niveles de Tetris y otros juegos simplones. Tuve también dos de las de Game andWatch, incluyendo Donkey Kong, pero eran de ésas que sólo traían un mismo juego que sólo se iba haciendo más y más difícil. Eran casi tan divertidas esas cajitas transparentes llenas de agua en la que apretabas unas botones y salían burbujas para soplar unos aritos hacia unos objetivos.


De los juegos para PC he hablado en otra entrada neostálgica. No tuvimos computadora en casa sino hasta que yo cumplí los 12 años, pero desde entonces se convirtieron en toda una nueva fuente de diversiones. No sé si Solitario y Buscaminas cuentan como videojuegos, pero seguramente Chip's Challenge sí. Otros clásicos como Duke Nukem, Doom y Heretic llevaron mi insensibilidad hacia la violencia a otro nivel. Age of Empires y sus secuelas e imitaciones me hicieron perder días enteros de juventud. World Empire era mucho mejor que las versiones electrónicas de Risk en aquellos tiempos. Más tarde, los emuladores me permitieron volver a juegos de consolas viejitas que nunca tuve o que había perdido en algún momento. Y cómo olvidar mi primer juego erótico, Vida, que vino de pura casualidad en un CD de piratería que compré en una tienda de computación local.

Hubo un tiempo, por ahí de finales de los 90, en que los juegos para consolas parecían haberse estancado, mientras que los mejores y más sofisticados títulos salían para PC. En cambio, 10 años más tarde pregunté si tenían juegos de PC en una tienda especializada y se rieron de mí. Cómo cambian las cosas.


De cualquier forma, nunca he sido un gamer muy sofisticado. Supongo que soy el equivalente en videojuegos al tontito que sólo ve películas de superhéroes y lee libros de Dan Brown. Conforme los juegos se hacían más complicados y yo me llenaba de más y más responsabilidades, me fui apartando de ellos. Simplemente ya no tenía el tiempo ni las energías para jugar nada que requiriera demasiado compromiso. Las últimas consolas que me compré, allá en 2011, fueron el Wii y el X-Box 360, que ahora casi sólo uso para ver Netflix, y los últimos juegos que terminé fueron Mario Galaxy y Batman: Arkham Assylum. Aún juego ocasionalmente Mario Kart o Smash Bros. o hasta Pokémon Stadium con mis hijos o mi hermano. Claro, trato de mantenerme enterado de las tramas y los personajes de juegos relevantes, como Assassin's Creed, God of War o Halo, porque así como hay libros o películas que se deben conocer aunque sea de referencia, lo mismo hay videojuegos culturalmente importantes. Pero tengo que admitirlo: mi etapa de gamer murió con el siglo XX.

Pero eso sí: nunca he abandonado mis viejos juegos. Conservo mi NES, Super NES y N64 en buen estado, con los juegos que sobrevivieron a los hurtos y el afán de mi madre por escondernos las cosas y luego olvidar dónde estaban. Les he enseñado a mis hijos apreciar las diversiones de antaño, y esta Navidad conseguí un Atari y fuimos muy felices.


Los videojuegos son parte ya de nuestra vida y de nuestra cultura. Nos han dado sus propios mitos, junto con sus referencias y conceptos, han creado nuevas formas de interactuar y hacer amistad. Los hemos visto evolucionar desde los 8 bits hasta las maravillas de calidad cinematográfica que tenemos ahora y no me sorprendería que en algunos años lleguen a ser considerados arte sin que se desate tanta polémica por ello. Pero sobre todo, dejaron muchísimos y entrañables recuerdos en toda una generación.

Porque, como dice el poema:

Poeta,
eres único,

estás solo y sólo en tu generación,
aislado, inconexo,
joven y viejo,
nostálgico y neostálgico
de lo que nunca pasó.
Viviste una vida que nunca viviste,
y la que viviste ya se perdió.
Aquí no hay Reset, ni Continue,
no hay Save Game, ni Choose Character.
Aquí cuando pierdes es por Game Over,
de nada te sirven aquí los Cheatcodes
y se acaban el tiempo y los días andariegos,
Poeta que jugó videojuegos.


Y ahora, les dejo con la Orquesta Sinfónica de Suecia tocando temas de The Legend of Zelda:



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