Hola, rucos. Toca una de esas entradas de nostalgia para relajarnos un rato y en esta ocasión quiero platicarles de un tema que me han pedido muchas veces: videojuegos. Alguna vez pensé en hacer una entrada asà toda seriesota sobre la historia de los videojuegos y su impacto cultural, pero la verdad es que para eso está Wikipedia, además de que hay un excelente documental al respecto, Videogames: The Movie.
De modo que me decidĂ mejor por compartirles algunas de mis experiencias como chavito de los 80 y 90 que creciĂł jugando Nintendo, para despuĂ©s hablarles de mis tĂtulos favoritos de la vida. AsĂ, los chavorrucos podrán rememorar Ă©pocas que en realidad eran horribles, pero que parecen mejores a la luz de la nostalgia y porque la vida adulta es jodidamente dolorosa. Mientras, los jovenazos podrán conocer un poco de cĂłmo era la existencia en tiempos prehistĂłricos.
Desde que tengo memoria ha habido alguna consola de videojuegos en casa de mis padres. Cuando adquirĂ consciencia ya estaban ahĂ el Atari 2600 y el hoy poco recordado Intellivision. TenĂamos un montonal de juegos de Atari, incluyendo Mrs. Pac-Man, Bomberman y Pigs in Space (para suplir nuestra falta de Space Invaders), junto con otros olvidados y olvidables. Del Intellivision me acuerdo de Jungle Hunt y de un juego de He-Man. Por desgracia, ninguna de estas dos consolas sobreviviĂł al paso del tiempo, pues en aquellos años a mis padres no se les ocurriĂł que estos aparatos pudieran llegar a ser valiosos.
Por cierto, que no puedo dejar de mencionar que el arte en las etiquetas de los cartuchos de Atari era una chulada. Descendiente de la estĂ©tica del pulp, anunciaba mundos fantásticos y aventuras increĂbles que nuestra imaginaciĂłn reconstruĂa ante los gráficos de 8 bits... Porque creo que asĂ funcionaba: te mostraban la imagen en el cartucho y la caja, y cuando te ponĂas a jugar debĂas entender que esos gráficos eran sĂłlo una ayudadita visual para recrear mentalmente los mundos como se supone que debĂan ser. Por lo menos asĂ chambeaba conmigo.
Por cierto, que no puedo dejar de mencionar que el arte en las etiquetas de los cartuchos de Atari era una chulada. Descendiente de la estĂ©tica del pulp, anunciaba mundos fantásticos y aventuras increĂbles que nuestra imaginaciĂłn reconstruĂa ante los gráficos de 8 bits... Porque creo que asĂ funcionaba: te mostraban la imagen en el cartucho y la caja, y cuando te ponĂas a jugar debĂas entender que esos gráficos eran sĂłlo una ayudadita visual para recrear mentalmente los mundos como se supone que debĂan ser. Por lo menos asĂ chambeaba conmigo.
Por otro lado, sĂ conservo mi NES original. Oh, sĂ, el Nintendo, como lo llamábamos. Durante años Nintendo era sinĂłnimo de videojuegos, puesto que prácticamente no existieron otras consolas caseras, con excepciĂłn de las de SEGA, que casi nadie que yo conociera llegĂł a tener. Mario se convirtiĂł en el personaje de videojuegos por antonomasia, y la mayorĂa de las plataformas se basaban en la dinámica de las aventuras de nuestro plomero favorito. Dato curioso: en MĂ©xico se tendrĂa a creer que Bros era el apellido de Mario (el apellido Bros existe). SĂ, muchos llamábamos al personaje Mario Bros.
Es realmente con el NES que se inician mis años de gamer. Mi tipo de juegos favorito siempre han sido las plataformas, tanto en NES como en el Super NES, y modestia aparte, dirĂ© que soy bastante habilidoso para ellas. Por supuesto, Mario se convirtiĂł en un hĂ©roe de mi infancia, y la estructura de sus juegos se convirtiĂł en la base de muchos otros tĂtulos (incluyendo aquellos que fantaseaba con diseñar algĂşn dĂa). Prácticamente en todos habĂa que ir avanzando de izquierda a derecha en un mundo lleno de peligros, premios y sorpresas. Recuerdo con particular cariño juegos como los de Chip 'N Dale, DuckTales, Darkwing Duck, The Flintstones y Adventura Island.
Y tengo que decir el clichĂ©: los niños de ahora la tiene muy fácil. Bueno, no. Lo que pasa es que en mis tiempos si querĂas jugar cualquiera de los tres primeros tĂtulos de Mario o alguna de esas plataformas, debĂas hacerlo en serio. No podĂas guardar tu progreso cada vez que pasabas un nivel, no habĂa continues ilimitados, y tenĂas las vidas contadas. A partir del Super Mario World se pudo guardar la partida, pero antes de eso uno se sentaba a jugar desde el principio hasta matar a Bowser o que te hartaras de morir a cada rato.
Mario y otros personajes no tardaron en pasar a otros medios. En los 80 y 90 hubo series animadas sobre Ă©l, sobre Donkey Kong, Pac-Man, Sonic y Link. Por supuesto, no podrĂa dejar de mencionar Capitán N, sobre un adolescente que es chupado por su Nintendo hacia el mundo de los videojuegos, donde departe con Simon Velmont, Megaman, Kid Icarus y otros personajes... ¡Incluso tuvo un crossover con Link y Zelda! Y claro, no tardaron mucho en dar el salto a la pantalla grande, con las infames adaptaciones cinematográficas que Hollywood hizo a principios de los noventa, como Street Fighter, Mortal Kombat y Super Mario Bros. Esta Ăşltima fue tan mala, pero a la vez tan extraña, tan poco apegada a los juegos, con un reparto de lujo (Bob Hoskins como Mario, John Leguizamo como Luigi y Dennis Hopper como Koopa), que hoy en dĂa se presenta como un tesoro de la infracultura.
La fiebre por los videojuegos pegĂł duro en MĂ©xico. Hasta hubo un programa de concursos, Intercontrol, en el cual los participantes debĂan superar retos en escenarios inspirados directamente de los videojuegos, en especial los de Mario. Tuvimos tambiĂ©n la revista Club Nintendo y el show NintendomanĂa, ambos proyectos encabezados por el gran Gus RodrĂguez, el eterno gurĂş de los videojuegos en nuestro paĂs.
Fue con el NES y el Super NES que nacieron y se desarrollaron ciertas costumbres de viejos gamers que a los jĂłvenes de ahora les parecerán extrañas. En aquellas dĂ©cadas, en que los juegos venĂan en cartuchos, adquirimos conocimientos empĂricos que se transmitĂan de jugador a jugador. Los cartuchos no siempre funcionaban bien y habĂa que hacer ciertos trucos para correr el juego, como soplarles, darles palmadas o ponerles un poco de lociĂłn. No sabĂamos si funcionaban, probablemente no (bueno, lo de la lociĂłn lo sigo haciendo), pero las aplicábamos de cualquier forma. Podrán decir lo que quieran, pero los CD's se pudren en poco tiempo, mientras que los cartuchos siguen funcionando tan bien como hace más de 30 años.
Ir a pasar el dĂa a casa de un amigo significaba dedicar unas buenas horas al Nintendo. HabĂa ciertos cĂłdigos de honor que no podĂan quebrantarse a no ser que quisieras ser visto como una pĂ©rfida rata de dos patas. Al grito de "¡shot primis!" uno se aseguraba de tener el control del primer jugador. En las dos primeras consolas de Nintendo sĂłlo se podĂa jugar "de dos", como decĂamos en aquella Ă©poca (el tĂ©rmino multiplayer habrĂa carecido de sentido), y si habĂa reuniĂłn de amigos no quedaba más remedio que irnos turnando de dos en dos. Si eran juegos de competencia, como de peleas o carreras, aplicaba armar las "retas", en las cuales el mismo jugador mantenĂa su poder sobre un control siempre que ganara, mientras los que perdĂan debĂan ir cediendo el control. Ahora que si el juego era "de uno", entonces correspondĂa aplicar el principio de "pasamundo-pierdevida", es decir, que cada vez que un jugador pasara un nivel o muriera en el intento, debĂa ceder el control al siguiente.
Cuando un jugador se encontraba en un nivel particularmente difĂcil, en el que tuviera que moverse con gran destreza o dar saltos complicados, exigĂa a todos los presentes guardar absoluto silencio. Si la cosa estaba realmente peliaguda, entonces le quitarĂa el sonido hasta al videojuego mismo. No sĂ© por quĂ© creĂamos que en silencio lograrĂamos concentrarnos y jugar mejor, pero era algo asĂ como una ley no escrita.
Tener videojuegos y tener hermanos era una bendiciĂłn y una maldiciĂłn. Mi hermano y yo nos peleábamos los turnos para jugar, nos molestábamos el uno con el otro y nos acusábamos de hacer trampa si perdĂamos. Pero tambiĂ©n querĂamos jugar siempre, y sabĂamos que "de dos" era mejor que "de uno", y como en toda relaciĂłn fraternal existĂa cierta complicidad inquebrantable. Curioso, a veces mi madre me castigaba sin jugar Nintendo, pero no me estaba prohibido asesorar a mi hermano cuando Ă©l lo hacĂa; mamá incluso me permitĂa jugar un nivel por Ă©l si estaba demasiado difĂcil. Por otro lado, si yo estaba jugando y nos llamaban a comer, cenar o lo que fuere, mi hermano bajaba para "cubrirme" y que yo pudiera terminar el nivel. Y bueno, el ciclo de la vida: mi hermana mayor nos enseñó a jugar de todo hasta el Nintendo; luego yo fui el campeĂłn, y para tiempos del 64, mi hermano menor dominaba el arte, como lo sigue haciendo hasta la fecha.
Ah, el Nintendo 64... Fue la primera consola que nos compramos mi hermano y yo con nuestro "propio" dinero, ahorrado de mesadas y regalos navideños. Recuerdo que sus gráficos en 3D, que vi por primera vez en la feria estatal de Xmatkuil, parecĂan una cosa mágica, el futuro. Por esos dĂas empezaban a aparecer las pelĂculas y series animadas por computadora (incluyendo aquel especial de Los Simpson) y todo parecĂa anunciar un mañana que a la vez me fascinaba y me producĂa suspicacia. De hecho, durante muchos años me neguĂ© a jugar Mario 64 y otras plataformas, porque la dinámica en 3D se me hacĂa muy complicada (Yoshi Story fue de mis favoritos de aquellos años).
Además, la posibilidad de jugar hasta 4 a la vez permitĂa que pudiĂ©ramos tener verdaderas fiestas. De hecho, no sĂ© cĂłmo fue que nuestros padres y tĂos empezaron a permitir que hermanos y primos, a media fiesta de Navidad o lo que fuere, sacáramos el 64 para echar unas retas mientras los adultos continuaban sus pláticas insulsas. Fue en las casas de parientes y conocidos donde jugábamos 64 antes poder comprarlo, pero tambiĂ©n era posible rentar unos minutos o media hora en unos lugares que proliferaron en los principales centros comerciales de MĂ©rida. World Games, creo que se llamaban, y no sĂłlo rentaban Nintendo 64, sino el primer Playstation, que por unos pesos más incluĂa los visores de "realidad virtual", que no eran sino unas pantallitas en los ojos que daban dolor de cabeza.
Eso me recuerda al Virtual Boy, la fallida consola de Nintendo que pretendĂa ser el futuro. No conozco a nadie que la haya comprado y sĂłlo la jugamos en las tiendas departamentales. El Ăşnico juego que probĂ© fue Mario Tennis, con sus horribles gráficos de lĂneas rojas sobre fondo negro que causaban mareos y jaqueca. Ahora los recuerdo y me da risa.
Además, la posibilidad de jugar hasta 4 a la vez permitĂa que pudiĂ©ramos tener verdaderas fiestas. De hecho, no sĂ© cĂłmo fue que nuestros padres y tĂos empezaron a permitir que hermanos y primos, a media fiesta de Navidad o lo que fuere, sacáramos el 64 para echar unas retas mientras los adultos continuaban sus pláticas insulsas. Fue en las casas de parientes y conocidos donde jugábamos 64 antes poder comprarlo, pero tambiĂ©n era posible rentar unos minutos o media hora en unos lugares que proliferaron en los principales centros comerciales de MĂ©rida. World Games, creo que se llamaban, y no sĂłlo rentaban Nintendo 64, sino el primer Playstation, que por unos pesos más incluĂa los visores de "realidad virtual", que no eran sino unas pantallitas en los ojos que daban dolor de cabeza.
Eso me recuerda al Virtual Boy, la fallida consola de Nintendo que pretendĂa ser el futuro. No conozco a nadie que la haya comprado y sĂłlo la jugamos en las tiendas departamentales. El Ăşnico juego que probĂ© fue Mario Tennis, con sus horribles gráficos de lĂneas rojas sobre fondo negro que causaban mareos y jaqueca. Ahora los recuerdo y me da risa.
Hablando de eso, en las tiendas departamentales tambiĂ©n existĂan ciertos cĂłdigos de honor. Los chicos hacĂan cola para jugar o simplemente veĂan el juego de los otros. Cuando acabara el turno habĂa que cederlo y eran muy mal vistos los bravucones que no lo hacĂan. Era casi como las maquinitas...
Ah, las maquinitas, la perezosa arcadia... Sitios de vicio y desenfreno para la juventud prepĂşber de mis tiempos. Y no hubo lugar más emblemático para la chaviza que Diversiones Moy, lugares increĂbles a los que uno iba a jugar retas de los muy variados juegos de peleas o a ganar tickets que se pudieran cambiar por regalos feos y estĂşpidos, pero que de todos modos el obtenerlos se sentĂa como un triunfo, sobre todo despuĂ©s de haber pasado unos buenos minutos golpeando a esos odiosos cocodrilos en el morro.
No sĂłlo en estos lugares se podĂa jugar maquinitas, desde luego. El lugar predilecto para que un diezañero fuera a deperdiciar unas monedas y unos minutos en una tarde de flojera era la tiendita de la esquina, esas instituciones de cohesiĂłn social que ahora han sido casi por completo exterminadas por los frĂos e impersonales Oxxos. En toda tiendita que se preciara de serlo habĂa una o dos maquinitas, especialmente con juegos de pelea como Street Fighter o Marvel vs Capcom, o quizá uno de beat'em up como los de las Tortugas Ninja o los Simpson.
Es ley universal, creo, que se respeta el turno del que pone su moneda en fila, y que si se arman las retas el campeĂłn no tiene que soltar los controles hasta que alguien lo desbanca. Y pos claro, el pasadĂa en casa de los cuates no estaba completo si no hacĂamos una visita a la tiendita de la esquina a comprar chucherĂas y jugar un rato de maquinitas, aunque antes o despuĂ©s de eso volviĂ©ramos a jugar la consola casera. Éramos unos viciosos, supongo.
Nunca perdonarĂ© que de cierto viaje que hicieron mis viejos a Gringolandia a mi hermano le trajeron un Gameboy y a mĂ un juego para hacer dinosaurios de cerámica. Los juegos de Gameboy que tuvimos fueron Yoshi's Cookie y uno de Jurassic Park. Luego nos robaron la consola durante una mudanza (en MĂ©xico aceptas como inevitabilidad de la vida que cada vez que viajes o te mudes los empleados de mudanza y aeropuertos te van a robar algo); sin embargo, conservamos los cartuchos. Tuvimos que esperar mucho tiempo para poder comprarnos un Gameboy Advance y volver a jugar esos viejos tĂtulos.
Antes de tener un Gameboy las opciones de consolas portátiles eran muy limitadas. HabĂa unas baratĂ©rrimas que vendĂan en los mercados de falluca en las que podĂas jugar chorrocientos niveles de Tetris y otros juegos simplones. Tuve tambiĂ©n dos de las de Game andWatch, incluyendo Donkey Kong, pero eran de Ă©sas que sĂłlo traĂan un mismo juego que sĂłlo se iba haciendo más y más difĂcil. Eran casi tan divertidas esas cajitas transparentes llenas de agua en la que apretabas unas botones y salĂan burbujas para soplar unos aritos hacia unos objetivos.
No sĂłlo en estos lugares se podĂa jugar maquinitas, desde luego. El lugar predilecto para que un diezañero fuera a deperdiciar unas monedas y unos minutos en una tarde de flojera era la tiendita de la esquina, esas instituciones de cohesiĂłn social que ahora han sido casi por completo exterminadas por los frĂos e impersonales Oxxos. En toda tiendita que se preciara de serlo habĂa una o dos maquinitas, especialmente con juegos de pelea como Street Fighter o Marvel vs Capcom, o quizá uno de beat'em up como los de las Tortugas Ninja o los Simpson.
Es ley universal, creo, que se respeta el turno del que pone su moneda en fila, y que si se arman las retas el campeĂłn no tiene que soltar los controles hasta que alguien lo desbanca. Y pos claro, el pasadĂa en casa de los cuates no estaba completo si no hacĂamos una visita a la tiendita de la esquina a comprar chucherĂas y jugar un rato de maquinitas, aunque antes o despuĂ©s de eso volviĂ©ramos a jugar la consola casera. Éramos unos viciosos, supongo.
Nunca perdonarĂ© que de cierto viaje que hicieron mis viejos a Gringolandia a mi hermano le trajeron un Gameboy y a mĂ un juego para hacer dinosaurios de cerámica. Los juegos de Gameboy que tuvimos fueron Yoshi's Cookie y uno de Jurassic Park. Luego nos robaron la consola durante una mudanza (en MĂ©xico aceptas como inevitabilidad de la vida que cada vez que viajes o te mudes los empleados de mudanza y aeropuertos te van a robar algo); sin embargo, conservamos los cartuchos. Tuvimos que esperar mucho tiempo para poder comprarnos un Gameboy Advance y volver a jugar esos viejos tĂtulos.
Antes de tener un Gameboy las opciones de consolas portátiles eran muy limitadas. HabĂa unas baratĂ©rrimas que vendĂan en los mercados de falluca en las que podĂas jugar chorrocientos niveles de Tetris y otros juegos simplones. Tuve tambiĂ©n dos de las de Game andWatch, incluyendo Donkey Kong, pero eran de Ă©sas que sĂłlo traĂan un mismo juego que sĂłlo se iba haciendo más y más difĂcil. Eran casi tan divertidas esas cajitas transparentes llenas de agua en la que apretabas unas botones y salĂan burbujas para soplar unos aritos hacia unos objetivos.
De los juegos para PC he hablado en otra entrada neostálgica. No tuvimos computadora en casa sino hasta que yo cumplĂ los 12 años, pero desde entonces se convirtieron en toda una nueva fuente de diversiones. No sĂ© si Solitario y Buscaminas cuentan como videojuegos, pero seguramente Chip's Challenge sĂ. Otros clásicos como Duke Nukem, Doom y Heretic llevaron mi insensibilidad hacia la violencia a otro nivel. Age of Empires y sus secuelas e imitaciones me hicieron perder dĂas enteros de juventud. World Empire era mucho mejor que las versiones electrĂłnicas de Risk en aquellos tiempos. Más tarde, los emuladores me permitieron volver a juegos de consolas viejitas que nunca tuve o que habĂa perdido en algĂşn momento. Y cĂłmo olvidar mi primer juego erĂłtico, Vida, que vino de pura casualidad en un CD de piraterĂa que comprĂ© en una tienda de computaciĂłn local.
Hubo un tiempo, por ahĂ de finales de los 90, en que los juegos para consolas parecĂan haberse estancado, mientras que los mejores y más sofisticados tĂtulos salĂan para PC. En cambio, 10 años más tarde preguntĂ© si tenĂan juegos de PC en una tienda especializada y se rieron de mĂ. CĂłmo cambian las cosas.
De cualquier forma, nunca he sido un gamer muy sofisticado. Supongo que soy el equivalente en videojuegos al tontito que sĂłlo ve pelĂculas de superhĂ©roes y lee libros de Dan Brown. Conforme los juegos se hacĂan más complicados y yo me llenaba de más y más responsabilidades, me fui apartando de ellos. Simplemente ya no tenĂa el tiempo ni las energĂas para jugar nada que requiriera demasiado compromiso. Las Ăşltimas consolas que me comprĂ©, allá en 2011, fueron el Wii y el X-Box 360, que ahora casi sĂłlo uso para ver Netflix, y los Ăşltimos juegos que terminĂ© fueron Mario Galaxy y Batman: Arkham Assylum. AĂşn juego ocasionalmente Mario Kart o Smash Bros. o hasta PokĂ©mon Stadium con mis hijos o mi hermano. Claro, trato de mantenerme enterado de las tramas y los personajes de juegos relevantes, como Assassin's Creed, God of War o Halo, porque asĂ como hay libros o pelĂculas que se deben conocer aunque sea de referencia, lo mismo hay videojuegos culturalmente importantes. Pero tengo que admitirlo: mi etapa de gamer muriĂł con el siglo XX.
Pero eso sĂ: nunca he abandonado mis viejos juegos. Conservo mi NES, Super NES y N64 en buen estado, con los juegos que sobrevivieron a los hurtos y el afán de mi madre por escondernos las cosas y luego olvidar dĂłnde estaban. Les he enseñado a mis hijos apreciar las diversiones de antaño, y esta Navidad conseguĂ un Atari y fuimos muy felices.
Los videojuegos son parte ya de nuestra vida y de nuestra cultura. Nos han dado sus propios mitos, junto con sus referencias y conceptos, han creado nuevas formas de interactuar y hacer amistad. Los hemos visto evolucionar desde los 8 bits hasta las maravillas de calidad cinematográfica que tenemos ahora y no me sorprenderĂa que en algunos años lleguen a ser considerados arte sin que se desate tanta polĂ©mica por ello. Pero sobre todo, dejaron muchĂsimos y entrañables recuerdos en toda una generaciĂłn.
Hubo un tiempo, por ahĂ de finales de los 90, en que los juegos para consolas parecĂan haberse estancado, mientras que los mejores y más sofisticados tĂtulos salĂan para PC. En cambio, 10 años más tarde preguntĂ© si tenĂan juegos de PC en una tienda especializada y se rieron de mĂ. CĂłmo cambian las cosas.
Pero eso sĂ: nunca he abandonado mis viejos juegos. Conservo mi NES, Super NES y N64 en buen estado, con los juegos que sobrevivieron a los hurtos y el afán de mi madre por escondernos las cosas y luego olvidar dĂłnde estaban. Les he enseñado a mis hijos apreciar las diversiones de antaño, y esta Navidad conseguĂ un Atari y fuimos muy felices.
Los videojuegos son parte ya de nuestra vida y de nuestra cultura. Nos han dado sus propios mitos, junto con sus referencias y conceptos, han creado nuevas formas de interactuar y hacer amistad. Los hemos visto evolucionar desde los 8 bits hasta las maravillas de calidad cinematográfica que tenemos ahora y no me sorprenderĂa que en algunos años lleguen a ser considerados arte sin que se desate tanta polĂ©mica por ello. Pero sobre todo, dejaron muchĂsimos y entrañables recuerdos en toda una generaciĂłn.
Porque, como dice el poema:
Poeta,
eres Ăşnico,
estás solo y sólo en tu generación,
aislado, inconexo,
joven y viejo,
nostálgico y neostálgico
de lo que nunca pasĂł.
Viviste una vida que nunca viviste,
y la que viviste ya se perdiĂł.
AquĂ no hay Reset, ni Continue,
no hay Save Game, ni Choose Character.
AquĂ cuando pierdes es por Game Over,
de nada te sirven aquĂ los Cheatcodes
y se acaban el tiempo y los dĂas andariegos,
Poeta que jugĂł videojuegos.
Y ahora, les dejo con la Orquesta SinfĂłnica de Suecia tocando temas de The Legend of Zelda:
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