Un hombre está en un bosque de Escandinavia. Está
cazando, o quizá pescando, o quizá talando leña. De pronto ve la sinuosa
silueta de una hermosa mujer en la penumbra. La luz del sol, quebrada por
el follaje, deja verla conforme se acerca. Es muy bella, sí. Pero también tiene
una frondosa cola equina, y su piel está cubierta de un suave vello
aterciopelado. Eso no importa; el hombre se deja envolver en su abrazo.
A lo mejor no me lo creerán, pero la descripción de esta
clase de encuentros es más común de lo que imaginan. Eso es lo que nos dejan
adivinar los registros de procesos judiciales a los que fueron sometidos
algunos hombres que confesaron haber tenido sexo con estos seres. ¿Qué
eran exactamente estas bellas mujeres con atributos equinos? ¿Alguna clase de
waifus furras medievales? ¿Se veían acaso como las chicas de Equestria? ¿Eso convierte
a nuestros incautos suecos en los primeros bronies de la historia?
Bueno, pues más o menos. En realidad, a lo largo de los milenios
y a lo ancho de la geografía, la mitología y el folclor de muchos pueblos nos
ha dado toda clase de seres fantásticos, ya sea animales con rasgos
antropomorfos o humanoides con características animalescas. Como dice el ya
trillado chiste: ha habido furros desde tiempos de los egipcios.
A que nunca habías visto así a Anubis |
De todos modos, el caso de estas ninfas de los bosques
suecos es en particular interesante, porque nos muestra la curiosa evolución cultural
de ciertas creencias folclóricas de origen pagano. Esto nos lo cuenta el
mitólogo Jonas Lilequist, quien estuvo estudiando los registros de los
juicios. Los resultados de su investigación aparecen en su ensayo “Sexual
Encounters With Spirits and Demons in Early Modern Sweden”, publicado en
2006 en el segundo volumen de la trilogía Demons, Spirits, Witches,
un fantástico compendio de estudios académicos sobre estos temas.
En la Edad Media las creencias cristianas y las de origen
pagano convivían lado a lado, en especial entre la gente común. Las prácticas
mágicas no eran mal vistas si se hacían con objetivos benévolos, como la medicina
o la adivinación. Y es que no todo era Dios o Satán; había todo un mundo de
espíritus, ninfas, hadas, elfos, trolls y otras criaturas que no estaban
alineadas con uno u otro bando. El mundo natural pertenecía a estos seres, que
podían ser terribles si se les ofendía, pero también podían ser beneficiosos si
se les honraba correctamente. El contacto sexual entre mortales y estos seres
no era desconocido ni condenado. Según la leyenda, el rey Philmer Myckle de
Götaland había engendrado un hijo con una ninfa de agua.
Pero en la temprana Modernidad las cosas habían cambiado, en
especial después de la Reforma; el mundo se había vuelto más intolerante,
el celo religioso, menos incluyente. Las criaturas del folclor pagano fueron
reinterpretadas bajo la lente de la demonología cristiana. Y esta
reacción no vino del vulgo ignorante, en cuya fe seguían coexistiendo hadas y
elfos con ángeles y santos, sino de la élite educada, que estaba dispuesta a
extirpar todas las creencias y prácticas consideradas idólatras,
teniendo como guía un cada vez más sofisticado corpus teológico y demonológico.
El resultado fue la satanización de las creencias populares y la
persecución de personas inocentes.
Quema de brujas en Suecia, siglo XVIII |
En 1640 un hombre llamado Peder Jönsson fue acusado y
condenado a muerte por tener “pactos con el diablo”. Su historia es
absurdamente trágica. Peder tenía reputación de ser una suerte de detective que
siempre podía encontrar objetos perdidos o robados, lo que llamó la atención de
la corte local de Söderköping, que decidió interrogarlo. Peder explicó
que su método adivinatorio consistía en golpear la superficie de los arroyos
con una barra, al tiempo que invocaba al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Lilequist opina que, temiendo ser acusado de magia negra, Peder
describió un rito adivinatorio común entre los aldeanos, que mezclaba
elementos paganos con invocaciones cristianas, algo que en otros tiempos habría
sido considerado completamente inocente. Y si alguna vez han topado brujos,
santeros y adivinos en la actualidad, se darán cuenta de que siguen operando
más o menos igual, echando todo en el mismo molcajete y sin disonancia
cognitiva.
Pero las autoridades eclesiásticas y civiles no lo
consideraban así. No creyeron que Peder estuviera invocado a la Santísima
Trinidad; debía haber algo demoniaco involucrado, pues ahora las prácticas
adivinatorias no podían ser inocuas, y la magia nunca podía ser blanca. Y
bueno, como ustedes saben, los métodos de indagación de las autoridades no eran
muy refinados que digamos. Los testigos y acusados recibían acoso,
presiones, amenazas y promesas durante los interrogatorios (y eso si no se
les torturaba físicamente); los jueces insistían una y otra vez hasta que
obtenían las respuestas preconcebidas que deseaban. Los interrogados cambiaban
sus testimonios para ajustarse a los deseos de sus perseguidores, con la
esperanza de que al dar “la respuesta correcta” los dejarían en paz. Es así
como se conseguían tantas declaraciones incriminatorias que llevaban a la
condenación de brujas, nigromantes y licántropos.
Interrogatorio a una bruja |
Así, Peder acabó confesando que sus poderes le habían sido
concedidos por una ninfa del agua, descrita como una hermosa mujer
con cola de caballo, con la que sostuvo relaciones sexuales durante un
tiempo. Desde el punto de vista de Peder, no había hecho nada malo; las ninfas
eran criaturas del bosque y ya, y la magia concedida por su velluda amante no fue
para dañar a su prójimo, sino para ayudar.
Pero según la demonología cristiana, establecida en el siglo
XII y revivida por el luteranismo temprano, no había ninfas; sólo Lucifer y
sus ángeles caídos. Un tratado sobre brujería escrito por el obispo Erichus
Johannes Prytz en 1632 afirmaba que los demonios vagaban por el mundo: “los
de las montañas son llamados trolls, y los de los bosques son llamados ninfas,
elfos o fantasmas”. Bajo esta óptica, el
tonto de Peder Jönsson había hecho un pacto con el demonio, lo cual era
punible con la pena capital. Vaya, que pasar de ser vikingos a ejecutar vatos por coger con furras es un bajón de calidad muy intenso, Suecia.
Liliequist narra otros tres casos similares de
hombres que confesaron haberse encontrado con estas ninfas equinas en el
bosque. Uno de ellos, que negó haber hecho el delicioso con la furra, fue
condenado a “sólo” dos años de prisión. Otro, que confesó haberle dado vuelo a
la hilacha, también fue condenado a muerte, pero parece que la sentencia
no se ejecutó al final. El tercero aseguró que sus encuentros se habían dado sólo
en sueños, y su caso fue juzgado como una alucinación, inducida por el diablo,
pero sin culpa para el hombre. Se le dejó libre al final, para recibir
instrucción religiosa de los sacerdotes.
Pero las cosas cambiaron para el siglo XVIII. Después de todo, éste es el Siglo de las
Luces. Hasta el clero tendía a pensar que las historias de hombres que se
enredaban con las chicas pony eran delirios causados por la “melancolía”,
un término amplio para referirse a la depresión y otros trastornos emocionales.
La racionalización del mundo espiritual había comenzado.
En 1708 el soldado Sven Jönsson (sin relación con
Peder) fue sometido a juicio en Skara. Dijo que sostenía una relación con una
ninfa del bosque (otra vez la descripción de la hermosa mujer velluda con cola
de caballo), como excusa por haberse salido del regimiento sin permiso. El coronel
Anders Sparfeldt se tomó muy en serio esta confesión, pero no creía que Sven
hubiera encontrado a un demonio o ser espiritual. Sparfeldt negó la posibilidad
de que los demonios pudieran tener un cuerpo material y copular con los
mortales. “Sólo la carne engendra carne” (Juan 3:6) y “Un espíritu no tiene
carne ni hueso” (Lucas 24:39), recordó el coronel.
Aun así, Sparfeldt creía que Sven sí se había follado a
alguien o algo. Al final llegó a la conclusión de que la doncella del
bosque era el resultado de la zoofilia, un monstruo engendrado por algún
pastorcillo que habría fornicado con una yegua. Cosas que pasan.
La zoofilia era un delito muy grave en la Suecia de
los siglos XVII y XVIII. Quienes eran encontrados culpables, casi siempre
hombres jóvenes, eran condenados a la hoguera, y los animales implicados en el
acto eran ejecutados públicamente y sus cuerpos incinerados.
Ahora bien, ustedes y yo sabemos que un ser humano no puede
tener descendencia con un animal, por aquello de la compatibilidad genética.
Pero en aquel tiempo se creía una posibilidad científica para explicar
supuestas apariciones de monstruos mitad humano y mitad bestia, que no
eran tan poco comunes como se podía esperar. El mismo Carl Lineo, el
padre de la taxonomía moderna, creía en estas cosas. La carta del coronel Sparfeldt,
junto con un dibujo que mandó a hacer de la mujer-yegua, fueron copiadas por un
naturalista y enviada a la Real Academia Sueca de Ciencias.
Ah, el dibujo. Okey, a lo largo de todo este choro he hecho lo
posible para que cuando hablemos de las ninfas con cola de caballo se
imaginen la clase de furras sensuales que pululan por los internetz. Pero estoy
apunto de arruinarles la fantasía, porque el dibujo encargado por el coronel
nos da una imagen muy diferente de la criatura. Pero bueno, a lo mejor esto le
parecería sexi a un soldado sueco del siglo XVIII.
No le hace, nosotros nos podemos seguir imaginando a estas
ninfas como ciertos fanarts de Twilight Sparkle.
En cuanto al bueno de Sven Jönsson, los clérigos lo
convencieron de retirar su confesión y decir que todo había sido delirios (¡cuánto
habían cambiado las cosas!), y en cualquier caso el coronel Sparfeldt no sabía
cómo condenar el acto sexual entre un hombre y un monstruo. La zoofilia era un
delito, pero ¿qué hacemos con los monsterfuckers? Al final Sven fue
absuelto.
Bueno, ¿y a qué viene todo esto? Pues podemos ver cómo la
idea de estas bellas criaturas fue evolucionando a lo largo de los siglos,
siguiendo las opiniones prevalentes entre la élite educada. En la Edad Media
eran entes que podían resultar benéficos o dañinos; en tiempos de la Reforma fueron
reinterpretadas como demonios y el contacto con ellas podía llevar a una
condena a muerte; en los albores de la Ilustración, se les consideró seres naturales,
entre la bestia y el hombre. Hoy son la fantasía de algunos raritos en
Internet. Todo cambia, todo evoluciona, la vida se abre camino. O no sé, saquen
la moraleja que más les guste. UwU
Fuente: “Sexual Encounters With Spirits and Demons in Early
Modern Sweden” de Jonas Lilequist, publicado en Demons, Spirits, Witches,
Vol. II (2006)
Hey, ¿cuántos blogs te hablan una semana sobre Scooby-Doo y a la siguiente sobre demonología furry? Si te gustan estas ñoñadas cultosas, puedes ayudarme a seguir creando c
2 comentarios:
Como dice el ya trillado chiste: ha habido furros desde tiempos de los egipcios.
Añado que Osamu Tezuka, "El Dios del Manga" y pionero de la industria del animé, fue furry de closet (su hija encontró hace poco ilustraciones de ratonas antropomórficas voluptuosas hechas por él) que nos dio cosas como Los 3 espaciales o Bagi; y que en EEUU tanto el fandom moderno del animé como el de los furries surgieron de la misma gente y el fallecido Fred Patten es pionero de ambos*; así que los otakus en realidad son furries pero enfocados en seres humanos.
*No le hagas caso a nadie que te diga que el pionero de los furries fue Mark Merlino. El que diga eso es o fanboy de Mark Merlino, o white knight de Mark Merlino, o Mark Merlino mismo.
Ja, debí saber lo de Tezuka con esa película sobre el vato que se enamora de una gata furra.
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