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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

jueves, 26 de octubre de 2023

De cuando te podían ejecutar por furro UwU

 

Un hombre está en un bosque de Escandinavia. Está cazando, o quizá pescando, o quizá talando leña. De pronto ve la sinuosa silueta de una hermosa mujer en la penumbra. La luz del sol, quebrada por el follaje, deja verla conforme se acerca. Es muy bella, sí. Pero también tiene una frondosa cola equina, y su piel está cubierta de un suave vello aterciopelado. Eso no importa; el hombre se deja envolver en su abrazo.

 

A lo mejor no me lo creerán, pero la descripción de esta clase de encuentros es más común de lo que imaginan. Eso es lo que nos dejan adivinar los registros de procesos judiciales a los que fueron sometidos algunos hombres que confesaron haber tenido sexo con estos seres. ¿Qué eran exactamente estas bellas mujeres con atributos equinos? ¿Alguna clase de waifus furras medievales? ¿Se veían acaso como las chicas de Equestria? ¿Eso convierte a nuestros incautos suecos en los primeros bronies de la historia?

 

Bueno, pues más o menos. En realidad, a lo largo de los milenios y a lo ancho de la geografía, la mitología y el folclor de muchos pueblos nos ha dado toda clase de seres fantásticos, ya sea animales con rasgos antropomorfos o humanoides con características animalescas. Como dice el ya trillado chiste: ha habido furros desde tiempos de los egipcios.

 

A que nunca habías visto así a Anubis

De todos modos, el caso de estas ninfas de los bosques suecos es en particular interesante, porque nos muestra la curiosa evolución cultural de ciertas creencias folclóricas de origen pagano. Esto nos lo cuenta el mitólogo Jonas Lilequist, quien estuvo estudiando los registros de los juicios. Los resultados de su investigación aparecen en su ensayo “Sexual Encounters With Spirits and Demons in Early Modern Sweden”, publicado en 2006 en el segundo volumen de la trilogía Demons, Spirits, Witches, un fantástico compendio de estudios académicos sobre estos temas.

 

En la Edad Media las creencias cristianas y las de origen pagano convivían lado a lado, en especial entre la gente común. Las prácticas mágicas no eran mal vistas si se hacían con objetivos benévolos, como la medicina o la adivinación. Y es que no todo era Dios o Satán; había todo un mundo de espíritus, ninfas, hadas, elfos, trolls y otras criaturas que no estaban alineadas con uno u otro bando. El mundo natural pertenecía a estos seres, que podían ser terribles si se les ofendía, pero también podían ser beneficiosos si se les honraba correctamente. El contacto sexual entre mortales y estos seres no era desconocido ni condenado. Según la leyenda, el rey Philmer Myckle de Götaland había engendrado un hijo con una ninfa de agua.

 

Pero en la temprana Modernidad las cosas habían cambiado, en especial después de la Reforma; el mundo se había vuelto más intolerante, el celo religioso, menos incluyente. Las criaturas del folclor pagano fueron reinterpretadas bajo la lente de la demonología cristiana. Y esta reacción no vino del vulgo ignorante, en cuya fe seguían coexistiendo hadas y elfos con ángeles y santos, sino de la élite educada, que estaba dispuesta a extirpar todas las creencias y prácticas consideradas idólatras, teniendo como guía un cada vez más sofisticado corpus teológico y demonológico. El resultado fue la satanización de las creencias populares y la persecución de personas inocentes.

 

Quema de brujas en Suecia, siglo XVIII

En 1640 un hombre llamado Peder Jönsson fue acusado y condenado a muerte por tener “pactos con el diablo”. Su historia es absurdamente trágica. Peder tenía reputación de ser una suerte de detective que siempre podía encontrar objetos perdidos o robados, lo que llamó la atención de la corte local de Söderköping, que decidió interrogarlo. Peder explicó que su método adivinatorio consistía en golpear la superficie de los arroyos con una barra, al tiempo que invocaba al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

 

Lilequist opina que, temiendo ser acusado de magia negra, Peder describió un rito adivinatorio común entre los aldeanos, que mezclaba elementos paganos con invocaciones cristianas, algo que en otros tiempos habría sido considerado completamente inocente. Y si alguna vez han topado brujos, santeros y adivinos en la actualidad, se darán cuenta de que siguen operando más o menos igual, echando todo en el mismo molcajete y sin disonancia cognitiva.

 

Pero las autoridades eclesiásticas y civiles no lo consideraban así. No creyeron que Peder estuviera invocado a la Santísima Trinidad; debía haber algo demoniaco involucrado, pues ahora las prácticas adivinatorias no podían ser inocuas, y la magia nunca podía ser blanca. Y bueno, como ustedes saben, los métodos de indagación de las autoridades no eran muy refinados que digamos. Los testigos y acusados recibían acoso, presiones, amenazas y promesas durante los interrogatorios (y eso si no se les torturaba físicamente); los jueces insistían una y otra vez hasta que obtenían las respuestas preconcebidas que deseaban. Los interrogados cambiaban sus testimonios para ajustarse a los deseos de sus perseguidores, con la esperanza de que al dar “la respuesta correcta” los dejarían en paz. Es así como se conseguían tantas declaraciones incriminatorias que llevaban a la condenación de brujas, nigromantes y licántropos.

 

Interrogatorio a una bruja

Así, Peder acabó confesando que sus poderes le habían sido concedidos por una ninfa del agua, descrita como una hermosa mujer con cola de caballo, con la que sostuvo relaciones sexuales durante un tiempo. Desde el punto de vista de Peder, no había hecho nada malo; las ninfas eran criaturas del bosque y ya, y la magia concedida por su velluda amante no fue para dañar a su prójimo, sino para ayudar.

 

Pero según la demonología cristiana, establecida en el siglo XII y revivida por el luteranismo temprano, no había ninfas; sólo Lucifer y sus ángeles caídos. Un tratado sobre brujería escrito por el obispo Erichus Johannes Prytz en 1632 afirmaba que los demonios vagaban por el mundo: “los de las montañas son llamados trolls, y los de los bosques son llamados ninfas, elfos o fantasmas”.  Bajo esta óptica, el tonto de Peder Jönsson había hecho un pacto con el demonio, lo cual era punible con la pena capital. Vaya, que pasar de ser vikingos a ejecutar vatos por coger con furras es un bajón de calidad muy intenso, Suecia.

 

Liliequist narra otros tres casos similares de hombres que confesaron haberse encontrado con estas ninfas equinas en el bosque. Uno de ellos, que negó haber hecho el delicioso con la furra, fue condenado a “sólo” dos años de prisión. Otro, que confesó haberle dado vuelo a la hilacha, también fue condenado a muerte, pero parece que la sentencia no se ejecutó al final. El tercero aseguró que sus encuentros se habían dado sólo en sueños, y su caso fue juzgado como una alucinación, inducida por el diablo, pero sin culpa para el hombre. Se le dejó libre al final, para recibir instrucción religiosa de los sacerdotes.

 


Pero las cosas cambiaron para el siglo XVIII.  Después de todo, éste es el Siglo de las Luces. Hasta el clero tendía a pensar que las historias de hombres que se enredaban con las chicas pony eran delirios causados por la “melancolía”, un término amplio para referirse a la depresión y otros trastornos emocionales. La racionalización del mundo espiritual había comenzado.

 

En 1708 el soldado Sven Jönsson (sin relación con Peder) fue sometido a juicio en Skara. Dijo que sostenía una relación con una ninfa del bosque (otra vez la descripción de la hermosa mujer velluda con cola de caballo), como excusa por haberse salido del regimiento sin permiso. El coronel Anders Sparfeldt se tomó muy en serio esta confesión, pero no creía que Sven hubiera encontrado a un demonio o ser espiritual. Sparfeldt negó la posibilidad de que los demonios pudieran tener un cuerpo material y copular con los mortales. “Sólo la carne engendra carne” (Juan 3:6) y “Un espíritu no tiene carne ni hueso” (Lucas 24:39), recordó el coronel.

 

Aun así, Sparfeldt creía que Sven sí se había follado a alguien o algo. Al final llegó a la conclusión de que la doncella del bosque era el resultado de la zoofilia, un monstruo engendrado por algún pastorcillo que habría fornicado con una yegua. Cosas que pasan.

 


La zoofilia era un delito muy grave en la Suecia de los siglos XVII y XVIII. Quienes eran encontrados culpables, casi siempre hombres jóvenes, eran condenados a la hoguera, y los animales implicados en el acto eran ejecutados públicamente y sus cuerpos incinerados.

 

Ahora bien, ustedes y yo sabemos que un ser humano no puede tener descendencia con un animal, por aquello de la compatibilidad genética. Pero en aquel tiempo se creía una posibilidad científica para explicar supuestas apariciones de monstruos mitad humano y mitad bestia, que no eran tan poco comunes como se podía esperar. El mismo Carl Lineo, el padre de la taxonomía moderna, creía en estas cosas. La carta del coronel Sparfeldt, junto con un dibujo que mandó a hacer de la mujer-yegua, fueron copiadas por un naturalista y enviada a la Real Academia Sueca de Ciencias.

 

Ah, el dibujo. Okey, a lo largo de todo este choro he hecho lo posible para que cuando hablemos de las ninfas con cola de caballo se imaginen la clase de furras sensuales que pululan por los internetz. Pero estoy apunto de arruinarles la fantasía, porque el dibujo encargado por el coronel nos da una imagen muy diferente de la criatura. Pero bueno, a lo mejor esto le parecería sexi a un soldado sueco del siglo XVIII.

 


No le hace, nosotros nos podemos seguir imaginando a estas ninfas como ciertos fanarts de Twilight Sparkle.

 

En cuanto al bueno de Sven Jönsson, los clérigos lo convencieron de retirar su confesión y decir que todo había sido delirios (¡cuánto habían cambiado las cosas!), y en cualquier caso el coronel Sparfeldt no sabía cómo condenar el acto sexual entre un hombre y un monstruo. La zoofilia era un delito, pero ¿qué hacemos con los monsterfuckers? Al final Sven fue absuelto.

 

Bueno, ¿y a qué viene todo esto? Pues podemos ver cómo la idea de estas bellas criaturas fue evolucionando a lo largo de los siglos, siguiendo las opiniones prevalentes entre la élite educada. En la Edad Media eran entes que podían resultar benéficos o dañinos; en tiempos de la Reforma fueron reinterpretadas como demonios y el contacto con ellas podía llevar a una condena a muerte; en los albores de la Ilustración, se les consideró seres naturales, entre la bestia y el hombre. Hoy son la fantasía de algunos raritos en Internet. Todo cambia, todo evoluciona, la vida se abre camino. O no sé, saquen la moraleja que más les guste. UwU

 

Fuente: “Sexual Encounters With Spirits and Demons in Early Modern Sweden” de Jonas Lilequist, publicado en Demons, Spirits, Witches, Vol. II (2006)


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2 comentarios:

Ognimod dijo...

Como dice el ya trillado chiste: ha habido furros desde tiempos de los egipcios.

Añado que Osamu Tezuka, "El Dios del Manga" y pionero de la industria del animé, fue furry de closet (su hija encontró hace poco ilustraciones de ratonas antropomórficas voluptuosas hechas por él) que nos dio cosas como Los 3 espaciales o Bagi; y que en EEUU tanto el fandom moderno del animé como el de los furries surgieron de la misma gente y el fallecido Fred Patten es pionero de ambos*; así que los otakus en realidad son furries pero enfocados en seres humanos.

*No le hagas caso a nadie que te diga que el pionero de los furries fue Mark Merlino. El que diga eso es o fanboy de Mark Merlino, o white knight de Mark Merlino, o Mark Merlino mismo.

Maik Civeira dijo...

Ja, debí saber lo de Tezuka con esa película sobre el vato que se enamora de una gata furra.

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