Saludos, amantes de la belleza. Hoy vamos a hablar
de arte con un poco de historia para aclarar malentendidos y desfacer
entuertos. Empecemos echando un oclayo a la siguiente imagen:
Seguramente han visto publicaciones en este tenor,
comparando arte y arquitectura de tiempos pasados con los modernos, y en las
que lo clásico sale muy bien parado. La conclusión explícita o insinuada es que
la evidente inferioridad del arte moderno es el reflejo de una sociedad
decadente que ha olvidado los valores que llevaron a los antiguos a conseguir
tal grandeza. Estas publicaciones suelen ser creadas y compartidas por
cuentas tradicionalistas o conservadoras, aunque de vez en cuando se salen de
esos ambientes y circulan entre un público más general. Aunque son más comunes
en inglés, como con muchas otras tendencias también se puede hallar ejemplos de esto en nuestro
idioma.
Bien, pues vamos a analizar, de la forma más caritativa y
honesta que sea posible, este discurso, para descubrir en qué acierta y dónde
yerra. Sobre todo, tengamos bien clara la teoría del arte que plantea: El arte
es reflejo de los valores de una sociedad, y si en tiempos antiguos había un
mejor arte es porque entonces la sociedad tenía los valores correctos; la
sociedad moderna ha desviado el camino, pero si adoptáramos los valores
tradicionales de antaño, el gran arte volvería a surgir prácticamente por sí
mismo. La realidad, como se podrán imaginar, es mucho más complicada que eso.
I
Al diablo con Duchamp
Normalmente, cuando este discurso habla de “el arte clásico”
se refiere a lo que vino antes de las vanguardias de inicios del siglo XX;
básicamente todo entre la Grecia del periodo clásico y el Academicismo
decimonónico. Se trata de alrededor de 2,300 años de historia del arte,
a lo largo de los cuales surgieron y cayeron muchas corrientes y estilos, en
contextos socioculturales diversos, con características propias y filosofías distintas.
Con todo, creo que podemos adivinar qué características
generales en común que notan y aprecian los fans del “gran arte de antaño”,
y que lo distinguen del moderno: es figurativo en oposición a abstracto,
representativo en oposición a conceptual, y relativamente naturalista en oposición a lo estilizado. En cuanto a lo que representa, al menos entre el arte que más le
gusta a estas personas, por lo general tendremos escenas y personajes de la
historia, la mitología y la literatura occidentales, motivos religiosos,
figuras heroicas, y mujeres canónicamente bellas y encueradas.
Con esto en cuenta, abordemos un par de puntos en los que la
narrativa tradicionalista tiene algo de razón. Uno: las ciudades modernas
son a menudo feas, por lo menos ciertas partes de ellas, y en especial cuando
se les compara con los barrios históricos de las ciudades más antiguas. Dos: mucho
del arte contemporáneo es incomprensible para la gente común.
Voy a empezar por el segundo. Sí, cosas como un mingitorio,
un plátano pegado a una pared o un cuadro completamente azul hacen a muchas
personas levantar una ceja y preguntarse: “¿Se supone que esto es arte?”. No
las culpo; mucho del arte contemporáneo es sumamente elitista… Y esto lo
digo de la forma menos calificativa y más descriptiva posible. O sea, para
entenderlo, tienes que conocer de teoría, historia y movimientos.
Por ejemplo, este cuadro del francés Yves
Klein, que parece solamente un lienzo azul monocromático. A
primera vista uno piensa: ¿Qué talento requiere esto? ¿Qué mérito tiene? Pero
luego te enteras de que el pintor logró un tono de azul que nadie más había
conseguido, y cuya composición química fue un secreto profesional, y que además
demostró tal maestría al pintar que el lienzo se ve prácticamente homogéneo y
sólido, sin rastros de las pinceladas. Entonces empiezas a decir: “Oh, ya veo”.
La ventaja del arte clásico consiste en que no es
menester tomar un curso de teorías estéticas para apreciarlo, incluso desde
una primera impresión. No necesitas saber mucho para maravillarte con la
monumentalidad de una catedral gótica, ni para intuir que algo como la Piedad de Miguel Ángel requiere de un talento extraordinario. El arte sacro, en
particular, estaba pensado para comunicar con facilidad los mensajes deseados a
una población en su mayor parte analfabeta.
Claro, la experiencia de contemplar estas obras mejora
conforme aprendemos más de su contexto histórico, simbología, técnica, etcétera. Hay varios niveles de profundidad a los que podemos ir accediendo,
pero también existe un primer nivel al que cualquiera es capaz de acceder para
apreciar la obra.
En contraste, mucho del arte contemporáneo, en particular el
de los circuitos de galerías rimbombantes, es inaccesible para quien no
tenga cierta formación. Por eso digo que es elitista: deja excluidas a
muchas personas para las que tales obras no significan nada ni les hace sentir
nada, y menos pueden explicarse por qué se exhiben en galerías donde ricos
pomposos las contemplan adustamente y luego las compran por pequeñas fortunas.
No digo que eso esté del todo mal. A mí me parece perfectamente
válido que exista arte sólo accesible para eruditos y mamadores. Sólo digo que tendrán que entender cuando las mayorías se
sientan repelidas. Una de las razones por las cuales en México la crítica Avelina
Lesper tuvo tanto éxito con el público lego fue que decía en voz alta lo
que muchos pensaban: que una buena parte del arte contemporáneo es una
especie de fraude. Y es también una de las razones por las que este discurso
de la decadencia puede resultar convincente.
Pero lo cierto es que también vivimos en un mundo mucho más
diverso que antaño. Hace mucho que dejamos atrás la época en que un solo
estilo artístico dominaba en todas las disciplinas durante décadas o siglos
antes ser suplantado gradualmente por otro. Hay para todos los gustos, ya sea
populachero o de élites, clasicista o vanguardista.
Si realmente quisieran, estos hinchas podrían dedicarse por
completo a promover la apreciación del arte clásico a través de proyectos
educativos y culturales. Podrían seguir y apoyar a artistas que trabajen
con los estilos que tanto les gustan y nunca toparse con el arte decadente que
les desagrada. Por poner sólo un ejemplo, si tu onda es algo tipo la Victoria
de Samotracia, apreciarías la obra de la escultura Luo
Li Rong.
Por cierto, que aquí hay una historia chistosa, porque un
señor estaba promoviendo esa escultura como ejemplo de la grandeza del
hombre blanco occidental. Imagino que no le habrá sentado bien descubrir
que en realidad es obra de una mujer de la China comunista…
El caso es que, por alguna razón (que exploraremos más
adelante) nomás se quedan con el discurso de “arte moderno = degeneración”. Y
para “probarlo” sólo pueden citar el mismo puñado de ejemplos, uno
de los cuales es un shitpost trolero que presentó Marcel Duchamp hace más de
100 años, precisamente para hacer rabiar a gente como ellos. Esto nos dice que en realidad no conocen mucho del asunto, y entonces
quizá nadie debería tomar sus opiniones muy en serio…
II
Ciudades prefabricadas
De entre las bellas artes, la arquitectura es probablemente
la que tiene una utilidad práctica más evidente e inmediata. A lo mejor
podemos pasar meses o años sin ver una pintura, leer un libro o ir a un
concierto sinfónico, pero vivimos, trabajamos y nos movemos día tras día en
edificios de uno u otro tipo. Los espacios que habitamos de manera cotidiana
influyen mucho en nuestra salud mental individual y colectiva. Es natural anhelar
belleza, luz, aire, comodidad, bienestar, contacto humano y un sentido de
pertenencia, y esperarlos de nuestros lugares.
Entonces sí, cuando vemos, por ejemplo, el centro histórico
de mi natal Mérida y lo comparamos con, digamos, un fraccionamiento
residencial de casas cuadradas idénticas y sin áreas verdes, sintamos que
algo se ha perdido. Y eso que la mía es una capital de provincia en la
periferia imperial; no la podemos comparar con, digamos, Florencia. Pero, ¿eso
significa que los chauvinistas del Occidente tradicional tienen razón? No del
todo…
Primero, vean lo deshonestas que siempre son estas
comparaciones. ¡Equiparar edificios o barrios comerciales, corporativos o
residenciales con pinshis catedrales! Cualquiera que lo piense dos segundos
podrá darse cuenta de que no hay punto de comparación. Una catedral es un
templo, un lugar sagrado y comunitario, destinado a la congregación, los
rituales y la oración. Los otros están destinados a la vivienda, el trabajo o
el consumo para personas comunes, construido buscando un balance entre los
costos y el uso práctico, a veces para albergar a cientos de individuos al
mismo tiempo, aprovechando al máximo posible los espacios, tiempos y materiales
disponibles.
Que, por cierto, una razón de que estas construcciones sean
tan anodinas y homogéneas es precisamente que están hechas con materiales y
técnicas que permitan que sean construidas rápido y a gran escala. Los
gobiernos y las corporaciones tienen todos los incentivos para reducir tiempos
y abaratar costos, y nadie va a querer invertir 200 años en ir apilando bloques
de piedra uno a uno hasta levantar un templo mamalón.
Las viviendas de la gente común, de las personas que no
pertenecen a los estratos más privilegiados, nunca han sido particularmente
hermosas, y eso sin meternos a hablar de arrabales y barrios pobres, que han
existido en todas las épocas, pero obviamente no se conservan. Los templos,
los palacios, las fortalezas, las mansiones, los vecindarios lujosos, los
grandes edificios de gobierno… Eso es lo que suele ser magnífico, pero no hemos
de creer que todas las partes de una ciudad eran así. Amén de que muchas de
estas construcciones no se conservan en la actualidad tal cual fueron
construidos originalmente, sino que han sido intervenidas de diferentes maneras
a lo largo de los siglos.
Eso no es todo. Los espacios públicos en las ciudades
medievales y renacentistas estaban pensados para la vida comunitaria y para
el tránsito a pie. Las ciudades modernas están diseñadas dando privilegios
al automóvil, mientras que los espacios para convivir sin necesidad de consumo
(plazas, parques, centros culturales) no tienen prioridad y, para acabarla de
amolar, con tal de sacar provecho hasta al último decímetro cuadrado, se
minimizan las áreas verdes.
Los aristócratas, prelados y burgueses italianos que
impulsaron el Renacimiento patrocinaron artistas en parte porque con
ello se compraban el prestigio social. Claro que eso no excluye que apreciaran
las artes, y de hecho el haber recibido una educación para ello era una
marca de estatus. Pero, además, en esa época se desarrolló una filosofía según
la cual los espacios en los que habitamos forjan el espíritu de las
comunidades, y por eso las ciudades debían ser hermosas, la belleza debía
ser pública. No eran sólo iglesias y palacios, sino plazas, rotondas,
fuentes y toda clase de monumentos.
Sobre todo, esta gente se permitió hacerlo porque tenía
mucho dinero, que es lo que se necesita para trabajos monumentales. Tratándose
de la aristocracia y de la Iglesia, ese dinero venía del pueblo, de la clase trabajadora
que estaba obligada a dar una parte del producto de su trabajo a sus señores y
a la Iglesia, en forma de impuestos y diezmos. Es que no hay otra forma
de juntar el capital que se requiere para construir una catedral o un castillo.
Imagínense que hoy los gobiernos quisieran usar el erario para
construir grandes obras arquitectónicas públicas. Los primeros en hacer una
rabieta serían los conservadores, quienes piensan que esa clase de cosas es
socialismo. Además, ¿qué construirían? ¿Iglesias? No sería adecuado en una
sociedad moderna en la que hay diversidad de cultos y estados laicos. ¿Edificios
de gobierno? Se vería muy mal que una administración gastara recursos en algo
lujoso para que fuera residencia o lugar de trabajo de los funcionarios. Quizá
espacios para el beneficio de la comunidad, como escuelas, hospitales, centros
culturales, pero de nuevo los conservadores entrarían en pánico rojo.
Una vez vi el dato de que los Medici financiaron el
Renacimiento por lo que hoy sería el costo de uno de esos famosos y
controvertidos mega yates. Ignoro si será preciso, pero el caso es que los
modernos multimillonarios, cuyas fortunas hace palidecer a las de los nobles
renacentistas, tienen otra mentalidad. Sus riquezas son para ellos mismos, y
para nadie más. Su incentivo es maximizar sus ingresos en todo momento,
y no van a invertir en hacer más hermoso el espacio público si los beneficios
no son económicos e inmediatos. Si los Walmarts son feos es porque están
construidos con criterios utilitarios y funcionales, de costos y beneficios.
De nuevo, los fans del “gran arte occidental” podrían
dedicarse a hacer campañas para que Elon Musk y los de su calaña patrocinen la
construcción de hermosos edificios monumentales. Pero “por alguna razón” sus
esfuerzos no se encaminan hacia allá… ¿Qué quieren entonces?
III
De tu arte a mi arte...
Como dije, estas publicaciones suelen venir de cuentas
conservadoras o de plano reaccionarias, y su tesis principal es que “los
valores tradicionales” son la tierra fértil de la que brotó el gran arte de
antaño. ¿Cuáles son esos valores tradicionales? Te lo dicen ellos mismos en
otras de sus publicaciones: religiosidad cristiana, roles de género fijos,
jerarquías sociales bien definidas, cisheteronormatividad, pureza cultural, blanquitud…
Lo usual, se sabe. ¿Y tienen alguna base para sostener esta tesis? No realmente…
Ok, sí vivimos en una sociedad mucho más secular que antaño,
pero el
porcentaje de creyentes sigue siendo mayoritario. En números absolutos, hay
más católicos en Francia ahorita que cuando se construyó Notre Dame. Y
podríamos mencionar que son los países más prósperos y con mejor calidad de
vida donde hay más ateos, pero no quiero dar pie a que se confunda correlación
con causalidad.
Uno se pregunta que, si lo que impulsa el gran arte son la
religiosidad y los valores tradicionales, ¿por qué no está surgiendo un
Renacimiento desde los mismos círculos cristianos fundamentalistas y
ultraconservadores que no quitan el dedo del renglón con esto? ¿Dónde están
los grandes artistas de la derecha actual? Digo, porque de ahí sólo vienen
versiones chafas y kitsch de otros movimientos artísticos, como el rock y el metal cristianos (¡o hasta el reguetón cristiano!), y las películas que produce el Daily Wire de
Ben Shapiro. O mierdas como ésta:
Vamos, a algunas instituciones religiosas no les faltan
recursos ni devotos fieles, pero no están construyendo catedrales góticas,
sino mega iglesias que más parecen estadios o salones de concierto. Hoy en día,
los únicos que intentan hacer cosas monumentales son los cultos chiflados de
orates megalómanos como la Luz del Mundo… Y tampoco es que sean muy bonitas; más bien parecen sacadas de películas de ciencia ficción barata.
Eso sin mencionar que mucho del “gran arte” que
supuestamente admiran los conservadores fue producido por la clase personas
a las que ellos mismos despreciarían como “degenerados”. ¿O vamos a ignorar
que Da Vinci y Buonarroti tuvieron relaciones sexoafectivas con otros hombres? Me
dirán: “Bueno, pero no es ésa la fuente de su genio artístico”. Y no, por
supuesto, pero tampoco fue un impedimento.
Además, la mayoría de esos mismos modelos estéticos
clasicistas, en especial los renacentistas y los neoclásicos, se inspiran
directamente en el arte grecorromano (y más greco que romano), es decir, surgido
de una civilización pagana, no cristiana. Y, añado, ese arte no fue
desarrollado por los supersoldados gigachads de la aristocrática Esparta, a la
que tanto maman e idealizan, sino por los bon vivants de la cosmopolita
Atenas. Pero, “por alguna razón”, eso no suele mencionarse, ni los
conservadores proponen regresar a una sociedad con democracia directa,
paganismo y mucha putería que pueda producir a un Fidias o a un Praxíteles
(aunque sospecho que la parte de excluir a las mujeres y tener esclavos sí les
gustaría).
Hemos mencionado algunas medidas que estos nostálgicos
podrían impulsar para fomentar la clase de arte que les gusta, pero que “por
alguna razón” ni siquiera consideran. Llegó el momento de ver cuál es esa
razón. Y es que, a pesar de todo su cacareo, a esta gente no le importa un
bledo el arte. Incluso si de verdad aprecian y se conmueven con
las obras clásicas, su objetivo principal no es promover las artes, sino una
visión retrógrada del mundo.
Quieren convencerte de que toda esa belleza regresará solita
cuando sus valores reaccionarios triunfen de nuevo. Que lo que tienes
que hacer para volver a un pasado hermoso y feliz es: restaurar los roles de
género, expulsar o someter a la población que no sea blanca, volver a colocar a
la religión (cristiana) en el centro de todo, reprimir a las disidencias sexogenéricas…
Y si les das cuerda, algunos acabarán admitiendo que quieren restablecer las
monarquías.
![]() |
La misma página que comparte la queja sobre el arte moderno publica estas lindas cositas |
Para que florezcan las artes se necesitan no solamente
artistas, sino un público educado y sensibilizado, y para ello
necesitamos asignaturas escolares y carreras universitarias relacionadas. ¿No
creen que debería impartirse historia y apreciación del arte en las escuelas?
¿Qué debería haber más talleres, cursos, becas, licenciaturas y posgrados? Pero
esta misma gente desprecia a las humanidades, porque no son “útiles” o porque
las instituciones educativas son “fábricas de zurdos”.
También pueden estar en contra del materialismo (tanto en el
sentido de Marx como en el de Madonna) cuando choca con una moral
tradicionalista. Por ejemplo, cuando lleva a valorar más el consumo y placer
que la fe o el patriotismo. Pero no abogarán por regular la industria de la
construcción o el mercado inmobiliario, ni pondrán en entredicho el sagrado
derecho de los millonarios a buscar el lucro porque, al fin y al cabo, una de
las jerarquías que defienden es la de los ricos sobre los pobres, de los
patrones sobre los empleados, de las empresas sobre los clientes. Entonces
quieren convencerte de que los supermercados y centros comerciales son feos porque
“se han perdido los valores”, no porque es lo que el capitalismo fomenta; que
es culpa de la gente común, no de los que manejan el dinero (a menos que el
millonario en cuestión sea un judío progresista, como George Soros; entonces
ahí todo será su culpa).
Por todo lo anterior, conservadores y reaccionarios
necesitan construir una imagen idealizada, una ficción sobre “los buenos viejos
tiempos”, que al mismo tiempo mezcla absurdamente diferentes épocas y
selecciona cosas buenas, pero de las que sólo se beneficiaba para una minoría
privilegiada e ignora complejidades y matices. Por eso esas mismas páginas te
ponen un día una imagen de la Roma imperial y al otro a una familia
clasemediera de los 50. Por fin: ¿quieres vivir en un palazzo renacentista en
el centro de una metrópolis, o en una linda casa suburbana unifamiliar con
vallas blancas, o en una granjita rodeada de verdes campos? Da igual, porque
lo que importa ni siquiera es restaurar el pasado, sino seducir a los
incautos con la idea del pasado para que empiecen a apoyar posturas
jerárquicas, discriminatorias y opresivas. El punto es decirte: “Hey, ¿te
gustaría tener eso de vuelta? ¡Pues sólo tenemos que volver a ser machistas,
racistas, homofóbicos y teocéntricos!”
IV
¿Sabes quién también…?
Y ésta es la parte que había dejado para el final, porque si empiezo diciendo “esto es propaganda nazi” sé que voy a perder a quienes
ya están adoctrinados para taparse ojos y oídos cuando se topan con cualquier
cosa que suene un poco antifa. Pero, joder, esto es propaganda nazi.
¿Saben quién también odiaba el “arte degenerado”,
a tal punto de hacer de su erradicación parte importante de su plataforma? Adolf
Hitler. ¿Saben quién valoraba sólo el arte clásico y creía que su misión debía
ser exaltar el orgullo por la propia patria, historia y cultura? Adolf Hitler.
¿Saben quién más creía que el arte debe poder ser entendido por cualquiera sin necesidad
de explicaciones teóricas? Adolf Hitler. ¿Saben quién también estaba
obsesionado con la “decadencia de Occidente”, al grado que uno de sus libros
favoritos era, pues, La decadencia de
Occidente? Adolf Hitler. ¿Saben quién también veía en todo el arte que
no le gustaba la mano de una conspiración izquierdista para contaminar la
cultura blanca europea? Adolf Hitler. ¿Saben quién también se pasaba
parloteando sobre las artes, pero era un pintor peor que mediocre? Adolf fokin
Hitler.
Todo este discurso reaccionario, fanático, ignorante y
oscurantista acerca del arte es una copia, una burda copia, de la misma
sarta de idioteces que decían los nazis. Bien puede ser que quienes lo promueven
no lo sepan, o que se hagan pendejos, y ciertamente no estoy diciendo que el pensar
así vuelva a alguien nazi, pero sí que lo hace receptivo a las ideas nazis.
La discusión alrededor de las artes se ha convertido en otro campo de batalla
de las guerras culturales en las que los nuevos fascistas tratan de difundir y
normalizar sus posturas ante un montón de gente que ni se las huele. Caray, si nos
fijamos en quiénes tienen imágenes de estatuas griegas como foto de perfil en
redes sociales, y echamos un vistazo a sus publicaciones, nos daremos cuenta de
que sólo no escogieron una efigie de Mussolini porque no les dejan.
En conclusión: ¿te gusta el arte clásico? Maravilloso. A mí
también. Aprécialo, cultívalo, presérvalo, atesóralo e invita a otros a
hacerlo. Pero si lo vas a agarrar nomás de excusa para promover el regreso de
la Inquisición, o pedir que se vuelva a encadenar a las mujeres a la cocina, o esa
clase de barbaridades, entonces aparta tus asquerosas manos de mis catedrales
góticas.
FIN
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