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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

jueves, 17 de octubre de 2024

Rechaza la modernidad, abraza una estatua griega


Saludos, amantes de la belleza. Hoy vamos a hablar de arte con un poco de historia para aclarar malentendidos y desfacer entuertos. Empecemos echando un oclayo a la siguiente imagen:

 


Seguramente han visto publicaciones en este tenor, comparando arte y arquitectura de tiempos pasados con los modernos, y en las que lo clásico sale muy bien parado. La conclusión explícita o insinuada es que la evidente inferioridad del arte moderno es el reflejo de una sociedad decadente que ha olvidado los valores que llevaron a los antiguos a conseguir tal grandeza. Estas publicaciones suelen ser creadas y compartidas por cuentas tradicionalistas o conservadoras, aunque de vez en cuando se salen de esos ambientes y circulan entre un público más general. Aunque son más comunes en inglés, como con muchas otras tendencias también se puede hallar ejemplos de esto en nuestro idioma.

 

Bien, pues vamos a analizar, de la forma más caritativa y honesta que sea posible, este discurso, para descubrir en qué acierta y dónde yerra. Sobre todo, tengamos bien clara la teoría del arte que plantea: El arte es reflejo de los valores de una sociedad, y si en tiempos antiguos había un mejor arte es porque entonces la sociedad tenía los valores correctos; la sociedad moderna ha desviado el camino, pero si adoptáramos los valores tradicionales de antaño, el gran arte volvería a surgir prácticamente por sí mismo. La realidad, como se podrán imaginar, es mucho más complicada que eso.

 

I
Al diablo con Duchamp


Normalmente, cuando este discurso habla de “el arte clásico” se refiere a lo que vino antes de las vanguardias de inicios del siglo XX; básicamente todo entre la Grecia del periodo clásico y el Academicismo decimonónico. Se trata de alrededor de 2,300 años de historia del arte, a lo largo de los cuales surgieron y cayeron muchas corrientes y estilos, en contextos socioculturales diversos, con características propias y filosofías distintas.

 

Con todo, creo que podemos adivinar qué características generales en común que notan y aprecian los fans del “gran arte de antaño”, y que lo distinguen del moderno: es figurativo en oposición a abstracto, representativo en oposición a conceptual, y relativamente naturalista en oposición a lo estilizado. En cuanto a lo que representa, al menos entre el arte que más le gusta a estas personas, por lo general tendremos escenas y personajes de la historia, la mitología y la literatura occidentales, motivos religiosos, figuras heroicas, y mujeres canónicamente bellas y encueradas.

 

Con esto en cuenta, abordemos un par de puntos en los que la narrativa tradicionalista tiene algo de razón. Uno: las ciudades modernas son a menudo feas, por lo menos ciertas partes de ellas, y en especial cuando se les compara con los barrios históricos de las ciudades más antiguas. Dos: mucho del arte contemporáneo es incomprensible para la gente común.

 


Voy a empezar por el segundo. Sí, cosas como un mingitorio, un plátano pegado a una pared o un cuadro completamente azul hacen a muchas personas levantar una ceja y preguntarse: “¿Se supone que esto es arte?”. No las culpo; mucho del arte contemporáneo es sumamente elitista… Y esto lo digo de la forma menos calificativa y más descriptiva posible. O sea, para entenderlo, tienes que conocer de teoría, historia y movimientos.

 

Por ejemplo, este cuadro del francés Yves Klein, que parece solamente un lienzo azul monocromático. A primera vista uno piensa: ¿Qué talento requiere esto? ¿Qué mérito tiene? Pero luego te enteras de que el pintor logró un tono de azul que nadie más había conseguido, y cuya composición química fue un secreto profesional, y que además demostró tal maestría al pintar que el lienzo se ve prácticamente homogéneo y sólido, sin rastros de las pinceladas. Entonces empiezas a decir: “Oh, ya veo”.

 


La ventaja del arte clásico consiste en que no es menester tomar un curso de teorías estéticas para apreciarlo, incluso desde una primera impresión. No necesitas saber mucho para maravillarte con la monumentalidad de una catedral gótica, ni para intuir que algo como la Piedad de Miguel Ángel requiere de un talento extraordinario. El arte sacro, en particular, estaba pensado para comunicar con facilidad los mensajes deseados a una población en su mayor parte analfabeta.

 

Claro, la experiencia de contemplar estas obras mejora conforme aprendemos más de su contexto histórico, simbología, técnica, etcétera. Hay varios niveles de profundidad a los que podemos ir accediendo, pero también existe un primer nivel al que cualquiera es capaz de acceder para apreciar la obra.

 


En contraste, mucho del arte contemporáneo, en particular el de los circuitos de galerías rimbombantes, es inaccesible para quien no tenga cierta formación. Por eso digo que es elitista: deja excluidas a muchas personas para las que tales obras no significan nada ni les hace sentir nada, y menos pueden explicarse por qué se exhiben en galerías donde ricos pomposos las contemplan adustamente y luego las compran por pequeñas fortunas.

 

No digo que eso esté del todo mal. A mí me parece perfectamente válido que exista arte sólo accesible para eruditos y mamadores. Sólo digo que tendrán que entender cuando las mayorías se sientan repelidas. Una de las razones por las cuales en México la crítica Avelina Lesper tuvo tanto éxito con el público lego fue que decía en voz alta lo que muchos pensaban: que una buena parte del arte contemporáneo es una especie de fraude. Y es también una de las razones por las que este discurso de la decadencia puede resultar convincente.

 

Pero lo cierto es que también vivimos en un mundo mucho más diverso que antaño. Hace mucho que dejamos atrás la época en que un solo estilo artístico dominaba en todas las disciplinas durante décadas o siglos antes ser suplantado gradualmente por otro. Hay para todos los gustos, ya sea populachero o de élites, clasicista o vanguardista.

 

Si realmente quisieran, estos hinchas podrían dedicarse por completo a promover la apreciación del arte clásico a través de proyectos educativos y culturales. Podrían seguir y apoyar a artistas que trabajen con los estilos que tanto les gustan y nunca toparse con el arte decadente que les desagrada. Por poner sólo un ejemplo, si tu onda es algo tipo la Victoria de Samotracia, apreciarías la obra de la escultura Luo Li Rong.

 


Por cierto, que aquí hay una historia chistosa, porque un señor estaba promoviendo esa escultura como ejemplo de la grandeza del hombre blanco occidental. Imagino que no le habrá sentado bien descubrir que en realidad es obra de una mujer de la China comunista…

 

El caso es que, por alguna razón (que exploraremos más adelante) nomás se quedan con el discurso de “arte moderno = degeneración”. Y para “probarlo” sólo pueden citar el mismo puñado de ejemplos, uno de los cuales es un shitpost trolero que presentó Marcel Duchamp hace más de 100 años, precisamente para hacer rabiar a gente como ellos. Esto nos dice que en realidad no conocen mucho del asunto, y entonces quizá nadie debería tomar sus opiniones muy en serio…

 

II
Ciudades prefabricadas


De entre las bellas artes, la arquitectura es probablemente la que tiene una utilidad práctica más evidente e inmediata. A lo mejor podemos pasar meses o años sin ver una pintura, leer un libro o ir a un concierto sinfónico, pero vivimos, trabajamos y nos movemos día tras día en edificios de uno u otro tipo. Los espacios que habitamos de manera cotidiana influyen mucho en nuestra salud mental individual y colectiva. Es natural anhelar belleza, luz, aire, comodidad, bienestar, contacto humano y un sentido de pertenencia, y esperarlos de nuestros lugares.

 

Entonces sí, cuando vemos, por ejemplo, el centro histórico de mi natal Mérida y lo comparamos con, digamos, un fraccionamiento residencial de casas cuadradas idénticas y sin áreas verdes, sintamos que algo se ha perdido. Y eso que la mía es una capital de provincia en la periferia imperial; no la podemos comparar con, digamos, Florencia. Pero, ¿eso significa que los chauvinistas del Occidente tradicional tienen razón? No del todo…

 


Primero, vean lo deshonestas que siempre son estas comparaciones. ¡Equiparar edificios o barrios comerciales, corporativos o residenciales con pinshis catedrales! Cualquiera que lo piense dos segundos podrá darse cuenta de que no hay punto de comparación. Una catedral es un templo, un lugar sagrado y comunitario, destinado a la congregación, los rituales y la oración. Los otros están destinados a la vivienda, el trabajo o el consumo para personas comunes, construido buscando un balance entre los costos y el uso práctico, a veces para albergar a cientos de individuos al mismo tiempo, aprovechando al máximo posible los espacios, tiempos y materiales disponibles.

 

Que, por cierto, una razón de que estas construcciones sean tan anodinas y homogéneas es precisamente que están hechas con materiales y técnicas que permitan que sean construidas rápido y a gran escala. Los gobiernos y las corporaciones tienen todos los incentivos para reducir tiempos y abaratar costos, y nadie va a querer invertir 200 años en ir apilando bloques de piedra uno a uno hasta levantar un templo mamalón.

 

Las viviendas de la gente común, de las personas que no pertenecen a los estratos más privilegiados, nunca han sido particularmente hermosas, y eso sin meternos a hablar de arrabales y barrios pobres, que han existido en todas las épocas, pero obviamente no se conservan. Los templos, los palacios, las fortalezas, las mansiones, los vecindarios lujosos, los grandes edificios de gobierno… Eso es lo que suele ser magnífico, pero no hemos de creer que todas las partes de una ciudad eran así. Amén de que muchas de estas construcciones no se conservan en la actualidad tal cual fueron construidos originalmente, sino que han sido intervenidas de diferentes maneras a lo largo de los siglos.

 


Eso no es todo. Los espacios públicos en las ciudades medievales y renacentistas estaban pensados para la vida comunitaria y para el tránsito a pie. Las ciudades modernas están diseñadas dando privilegios al automóvil, mientras que los espacios para convivir sin necesidad de consumo (plazas, parques, centros culturales) no tienen prioridad y, para acabarla de amolar, con tal de sacar provecho hasta al último decímetro cuadrado, se minimizan las áreas verdes.

 


Los aristócratas, prelados y burgueses italianos que impulsaron el Renacimiento patrocinaron artistas en parte porque con ello se compraban el prestigio social. Claro que eso no excluye que apreciaran las artes, y de hecho el haber recibido una educación para ello era una marca de estatus. Pero, además, en esa época se desarrolló una filosofía según la cual los espacios en los que habitamos forjan el espíritu de las comunidades, y por eso las ciudades debían ser hermosas, la belleza debía ser pública. No eran sólo iglesias y palacios, sino plazas, rotondas, fuentes y toda clase de monumentos.

 

Sobre todo, esta gente se permitió hacerlo porque tenía mucho dinero, que es lo que se necesita para trabajos monumentales. Tratándose de la aristocracia y de la Iglesia, ese dinero venía del pueblo, de la clase trabajadora que estaba obligada a dar una parte del producto de su trabajo a sus señores y a la Iglesia, en forma de impuestos y diezmos. Es que no hay otra forma de juntar el capital que se requiere para construir una catedral o un castillo.

 


Imagínense que hoy los gobiernos quisieran usar el erario para construir grandes obras arquitectónicas públicas. Los primeros en hacer una rabieta serían los conservadores, quienes piensan que esa clase de cosas es socialismo. Además, ¿qué construirían? ¿Iglesias? No sería adecuado en una sociedad moderna en la que hay diversidad de cultos y estados laicos. ¿Edificios de gobierno? Se vería muy mal que una administración gastara recursos en algo lujoso para que fuera residencia o lugar de trabajo de los funcionarios. Quizá espacios para el beneficio de la comunidad, como escuelas, hospitales, centros culturales, pero de nuevo los conservadores entrarían en pánico rojo.

 

Una vez vi el dato de que los Medici financiaron el Renacimiento por lo que hoy sería el costo de uno de esos famosos y controvertidos mega yates. Ignoro si será preciso, pero el caso es que los modernos multimillonarios, cuyas fortunas hace palidecer a las de los nobles renacentistas, tienen otra mentalidad. Sus riquezas son para ellos mismos, y para nadie más. Su incentivo es maximizar sus ingresos en todo momento, y no van a invertir en hacer más hermoso el espacio público si los beneficios no son económicos e inmediatos. Si los Walmarts son feos es porque están construidos con criterios utilitarios y funcionales, de costos y beneficios.

 

De nuevo, los fans del “gran arte occidental” podrían dedicarse a hacer campañas para que Elon Musk y los de su calaña patrocinen la construcción de hermosos edificios monumentales. Pero “por alguna razón” sus esfuerzos no se encaminan hacia allá… ¿Qué quieren entonces?

 

III
De tu arte a mi arte...


Como dije, estas publicaciones suelen venir de cuentas conservadoras o de plano reaccionarias, y su tesis principal es que “los valores tradicionales” son la tierra fértil de la que brotó el gran arte de antaño. ¿Cuáles son esos valores tradicionales? Te lo dicen ellos mismos en otras de sus publicaciones: religiosidad cristiana, roles de género fijos, jerarquías sociales bien definidas, cisheteronormatividad, pureza cultural, blanquitud… Lo usual, se sabe. ¿Y tienen alguna base para sostener esta tesis? No realmente…

 

Ok, sí vivimos en una sociedad mucho más secular que antaño, pero el porcentaje de creyentes sigue siendo mayoritario. En números absolutos, hay más católicos en Francia ahorita que cuando se construyó Notre Dame. Y podríamos mencionar que son los países más prósperos y con mejor calidad de vida donde hay más ateos, pero no quiero dar pie a que se confunda correlación con causalidad.

 

Uno se pregunta que, si lo que impulsa el gran arte son la religiosidad y los valores tradicionales, ¿por qué no está surgiendo un Renacimiento desde los mismos círculos cristianos fundamentalistas y ultraconservadores que no quitan el dedo del renglón con esto? ¿Dónde están los grandes artistas de la derecha actual? Digo, porque de ahí sólo vienen versiones chafas y kitsch de otros movimientos artísticos, como el rock y el metal cristianos (¡o hasta el reguetón cristiano!), y las películas que produce el Daily Wire de Ben Shapiro. O mierdas como ésta:

 


Vamos, a algunas instituciones religiosas no les faltan recursos ni devotos fieles, pero no están construyendo catedrales góticas, sino mega iglesias que más parecen estadios o salones de concierto. Hoy en día, los únicos que intentan hacer cosas monumentales son los cultos chiflados de orates megalómanos como la Luz del Mundo… Y tampoco es que sean muy bonitas; más bien parecen sacadas de películas de ciencia ficción barata.

 


Eso sin mencionar que mucho del “gran arte” que supuestamente admiran los conservadores fue producido por la clase personas a las que ellos mismos despreciarían como “degenerados”. ¿O vamos a ignorar que Da Vinci y Buonarroti tuvieron relaciones sexoafectivas con otros hombres? Me dirán: “Bueno, pero no es ésa la fuente de su genio artístico”. Y no, por supuesto, pero tampoco fue un impedimento.

 

Además, la mayoría de esos mismos modelos estéticos clasicistas, en especial los renacentistas y los neoclásicos, se inspiran directamente en el arte grecorromano (y más greco que romano), es decir, surgido de una civilización pagana, no cristiana. Y, añado, ese arte no fue desarrollado por los supersoldados gigachads de la aristocrática Esparta, a la que tanto maman e idealizan, sino por los bon vivants de la cosmopolita Atenas. Pero, “por alguna razón”, eso no suele mencionarse, ni los conservadores proponen regresar a una sociedad con democracia directa, paganismo y mucha putería que pueda producir a un Fidias o a un Praxíteles (aunque sospecho que la parte de excluir a las mujeres y tener esclavos sí les gustaría).

 


Hemos mencionado algunas medidas que estos nostálgicos podrían impulsar para fomentar la clase de arte que les gusta, pero que “por alguna razón” ni siquiera consideran. Llegó el momento de ver cuál es esa razón. Y es que, a pesar de todo su cacareo, a esta gente no le importa un bledo el arte. Incluso si de verdad aprecian y se conmueven con las obras clásicas, su objetivo principal no es promover las artes, sino una visión retrógrada del mundo.

 

Quieren convencerte de que toda esa belleza regresará solita cuando sus valores reaccionarios triunfen de nuevo. Que lo que tienes que hacer para volver a un pasado hermoso y feliz es: restaurar los roles de género, expulsar o someter a la población que no sea blanca, volver a colocar a la religión (cristiana) en el centro de todo, reprimir a las disidencias sexogenéricas… Y si les das cuerda, algunos acabarán admitiendo que quieren restablecer las monarquías.

 

La misma página que comparte la queja sobre el arte moderno publica estas lindas cositas

Para que florezcan las artes se necesitan no solamente artistas, sino un público educado y sensibilizado, y para ello necesitamos asignaturas escolares y carreras universitarias relacionadas. ¿No creen que debería impartirse historia y apreciación del arte en las escuelas? ¿Qué debería haber más talleres, cursos, becas, licenciaturas y posgrados? Pero esta misma gente desprecia a las humanidades, porque no son “útiles” o porque las instituciones educativas son “fábricas de zurdos”.

 

También pueden estar en contra del materialismo (tanto en el sentido de Marx como en el de Madonna) cuando choca con una moral tradicionalista. Por ejemplo, cuando lleva a valorar más el consumo y placer que la fe o el patriotismo. Pero no abogarán por regular la industria de la construcción o el mercado inmobiliario, ni pondrán en entredicho el sagrado derecho de los millonarios a buscar el lucro porque, al fin y al cabo, una de las jerarquías que defienden es la de los ricos sobre los pobres, de los patrones sobre los empleados, de las empresas sobre los clientes. Entonces quieren convencerte de que los supermercados y centros comerciales son feos porque “se han perdido los valores”, no porque es lo que el capitalismo fomenta; que es culpa de la gente común, no de los que manejan el dinero (a menos que el millonario en cuestión sea un judío progresista, como George Soros; entonces ahí todo será su culpa).

 

Por todo lo anterior, conservadores y reaccionarios necesitan construir una imagen idealizada, una ficción sobre “los buenos viejos tiempos”, que al mismo tiempo mezcla absurdamente diferentes épocas y selecciona cosas buenas, pero de las que sólo se beneficiaba para una minoría privilegiada e ignora complejidades y matices. Por eso esas mismas páginas te ponen un día una imagen de la Roma imperial y al otro a una familia clasemediera de los 50. Por fin: ¿quieres vivir en un palazzo renacentista en el centro de una metrópolis, o en una linda casa suburbana unifamiliar con vallas blancas, o en una granjita rodeada de verdes campos? Da igual, porque lo que importa ni siquiera es restaurar el pasado, sino seducir a los incautos con la idea del pasado para que empiecen a apoyar posturas jerárquicas, discriminatorias y opresivas. El punto es decirte: “Hey, ¿te gustaría tener eso de vuelta? ¡Pues sólo tenemos que volver a ser machistas, racistas, homofóbicos y teocéntricos!”

 

IV
¿Sabes quién también…?


Y ésta es la parte que había dejado para el final, porque si empiezo diciendo “esto es propaganda nazi” sé que voy a perder a quienes ya están adoctrinados para taparse ojos y oídos cuando se topan con cualquier cosa que suene un poco antifa. Pero, joder, esto es propaganda nazi.

 

¿Saben quién también odiaba el “arte degenerado”, a tal punto de hacer de su erradicación parte importante de su plataforma? Adolf Hitler. ¿Saben quién valoraba sólo el arte clásico y creía que su misión debía ser exaltar el orgullo por la propia patria, historia y cultura? Adolf Hitler. ¿Saben quién más creía que el arte debe poder ser entendido por cualquiera sin necesidad de explicaciones teóricas? Adolf Hitler. ¿Saben quién también estaba obsesionado con la “decadencia de Occidente”, al grado que uno de sus libros favoritos era, pues, La decadencia de Occidente? Adolf Hitler. ¿Saben quién también veía en todo el arte que no le gustaba la mano de una conspiración izquierdista para contaminar la cultura blanca europea? Adolf Hitler. ¿Saben quién también se pasaba parloteando sobre las artes, pero era un pintor peor que mediocre? Adolf fokin Hitler.

 

Todo este discurso reaccionario, fanático, ignorante y oscurantista acerca del arte es una copia, una burda copia, de la misma sarta de idioteces que decían los nazis. Bien puede ser que quienes lo promueven no lo sepan, o que se hagan pendejos, y ciertamente no estoy diciendo que el pensar así vuelva a alguien nazi, pero sí que lo hace receptivo a las ideas nazis. La discusión alrededor de las artes se ha convertido en otro campo de batalla de las guerras culturales en las que los nuevos fascistas tratan de difundir y normalizar sus posturas ante un montón de gente que ni se las huele. Caray, si nos fijamos en quiénes tienen imágenes de estatuas griegas como foto de perfil en redes sociales, y echamos un vistazo a sus publicaciones, nos daremos cuenta de que sólo no escogieron una efigie de Mussolini porque no les dejan.

 

En conclusión: ¿te gusta el arte clásico? Maravilloso. A mí también. Aprécialo, cultívalo, presérvalo, atesóralo e invita a otros a hacerlo. Pero si lo vas a agarrar nomás de excusa para promover el regreso de la Inquisición, o pedir que se vuelva a encadenar a las mujeres a la cocina, o esa clase de barbaridades, entonces aparta tus asquerosas manos de mis catedrales góticas.

FIN


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