Hola, hola, personitas. De nueva cuenta nos toca analizar el
pensamiento reaccionario, para tratar de entender en qué consiste y qué se
puede hacer al respecto. En esta ocasión quiero hablarles de algo que he visto
mucho en publicaciones de cuentas que se hacen llamar tradicionalistas:
el regreso a los matrimonios de hombres proveedores y mujeres amas de casa.
Como bien sabemos, la defensa de los roles tradicionales
de género es uno de los pilares del pensamiento reaccionario, conservador o
de derechas en general. Entre sí, se distinguen en qué tanto quieren retroceder
el calendario en materia de igualdad, y en los últimos años hemos estado viendo
un resurgimiento de las ideas más arcaicas, que a lo mejor en nuestra
ingenuidad progresista creíamos superadas. Así, en este siglo XXI nos vemos discutiendo
si es correcto que las mujeres trabajen fuera del hogar, o en cambio
serían más felices como “amas de casa tradicionales”. O, como se formula a
veces la queja: “las mujeres pasaron de estar subordinadas al marido a estar
subordinadas al patrón”.
¿Parodia, cuenta títere o real? Difícil saber en estos tiempos |
Para entender de dónde emana todo este miasma, debemos
recordar un aspecto fundamental del pensamiento de derechas: que es jerárquico.
O sea, cree que la sociedad debe organizarse de forma vertical, en la que
ciertos grupos tengan autoridad, prerrogativas y potestad sobre otros. Ahora
bien, hay que tener en cuenta que, para esta mentalidad, tales jerarquías
son naturales y, sobre todo, justas, que son lo mejor y más conveniente
para todos, incluso para las partes subordinadas, y que cada quien está en su
lugar por las virtudes y cualidades que posee de forma natural.
Por ejemplo, el jefe puede tener más poder y privilegios que
el empleado, pero también tiene más responsabilidades y corre mayores riegos, además
de que provee a sus empleados de trabajo y salario. El hombre puede ser el jefe
del hogar, pero también es el que trabaja más duro, enfrenta las adversidades
del mundo exterior, y provee a su esposa de recursos, cariño y protección. La
jerarquía, sostienen, no es opresiva; el estar subordinado no equivale a
estar oprimido. Al contrario, la parte subordinada también se
beneficia de ese liderazgo.
Así, desde su punto de vista, al hacer que las mujeres
trabajen fuera del hogar, se está subvirtiendo el orden jerárquico natural,
según el cual está bien que el trabajador se subordine al patrón y que la mujer
se subordine al hombre, pero no que la mujer esté directamente bajo la
autoridad del patrón.
Obviamente los reaccionarios piensan que trastocar ese orden natural resulta injusto para el varón, que pierde por lo menos parte de su estatus superior frente a la mujer. Pero como en su retórica no pueden admitirlo tan abiertamente, tienen que hacer de cuenta que lo que les preocupa es el bienestar de la mujer, y arguyen que también sería injusto para ella (como en este artículo del medio gringo conservador The Federalist, que hasta lograron fueran escrito por una mujer).
Ojo, que no quieren decir que la relación entre patrón y
trabajadores sea opresiva per se (por algo nunca se acuerdan de los hombres explotados). Es sólo que las mujeres no están
hechas para ello. De nuevo, para la mentalidad retrógrada todo el rollo de la
opresión y la explotación es un invento de los izquierdistas, wokes y
progres, para causar jaleo allí donde debería haber un orden armonioso. Estar
subordinadas al marido está bien, porque ésa es una relación (en su ideal) de
protección, amor y sabiduría. La relación jefe-empleado es impersonal, con
menos consideraciones, y requiere de cierta dureza de carácter que sólo el
hombre posee. Desde el pensamiento reaccionario esto es como mandar a las
mujeres a cazar mamuts; la cacería es una actividad noble y necesaria para
la que los hombres están capacitados, pero sería cruel mandar a delicadas
mujercitas a hacer ese trabajo.
Ahora hay una
moda de influencers tradwives, “esposas tradicionales”, que presumen
de cómo se dedican al cuidado del hogar al mismo tiempo que se ven todas
glamurosas. Afirman ser más felices al haber renunciado a la vida moderna
para subordinarse a sus maridos y hasta tienen mejores relaciones. ¿Qué atrae a
otras mujeres, sobre todo jóvenes, hacia estas influencers? Parece ser que es
la decepción y desesperación con el panorama económico actual, junto con la
imposibilidad de cumplir con las expectativas de éxito en una sociedad en
exceso competitiva que demanda que nos prestemos a la explotación en todo
momento.
Para ciertos hombres, me parece claro lo que le ven de
atractivo: les de la fantasía de tener una esposa guapetona que les atienda
en todo lo que necesitan. Fantasía, en efecto, como varias críticas han
señalado, pues para empezar estas “esposas tradicionales” tienen maridos
adinerados que les permiten dedicarse a su negocio de influencers, y por otro
lado tan tradicionales no son, pues tienen de hecho un trabajo como creadoras
de contenido (cualquiera que se dedique a esto sabe que es mucho más que sólo
grabarte en tu día a día), que les proporciona su propio dinero.
Mujeres menos privilegiadas han descubierto que el volver al
estilo de ama de casa cincuentera no
es tan idílico. Laura Southern, otrora influencer de extrema derecha,
que se volvió famosa hace varios años por un video viral llamado “Por qué no
necesito feminismo” y que estuvo años promoviendo la
teoría conspiranoica neonazi de “el gran reemplazo”, reveló
hace poco que tuvo una experiencia terrible en una relación abusiva.
Decidida a llevar una vida de esposa tradicional, quedó bajo las garras de un
patán que la maltrataba física y emocionalmente. Para entonces ya no tenía sus
propios ingresos y le fue muy difícil separarse de ese cabrón.
Y bueno, para conocer lo poco de ensueño que era la vida de
las mujeres a mediados del siglo pasado (la “edad de oro” a la que los
reaccionarios quisieran regresar), basta con echar un vistazo a los testimonios
recogidos en 1963 por Betty
Friedan en La mística de la feminidad, un texto clásico. Es que ultimadamente,
cuando las cosas no están parejas, quienes están arriba en la jerarquía tienen
más campo para elegir, incluyendo los términos de la relación con sus
subordinados, que tienen pocas o ninguna opción.
Lo cierto es que las mujeres siempre han trabajado más
allá del hogar: en la granja, en el taller artesanal o en la fábrica (y
claro, en las casas de otros, como servicio doméstico). En realidad, esto de
“la mujer no trabaja fuera de casa” es un ideal creado por la burguesía en
el siglo XIX, y luego extendido hacia la clase media aspiracional en el XX.
El orgullo era que el hombre tuviera tan buenas ganancias que no necesitara que
su esposa trabajara (y sus hijos tampoco).
La verdadera razón por la que las mujeres (de clase media)
querían romper con las barreras sociales, legales y culturales que les impedían
tener sus propias carreras laborales era por los beneficios que da el empleo,
especialmente su propio dinero y patrimonio, lo que les permitiría ser
independientes (sin contar la satisfacción de otras ambiciones personales). ¿Y
para qué quieren eso, si pueden tener un hombre que les dé todo? Bueno, a esto
se responde: ¿qué pasa cuando el hombre es un patán abusivo, o queda
incapacitado para trabajar, o fallece?
(O, para el caso, ¿qué pasa si una mujer simplemente no
quiere relacionarse con ningún hombre? Aunque claro, para el pensamiento
reaccionario las personas queer ni deberían existir.)
Para el conservadurismo el problema nunca está en la
estructura jerárquica; si acaso, las cosas salen mal cuando alguien que no
es digno ocupa una posición que no debería. La monarquía está bien, sólo se
necesita que el rey sea bueno. Los roles de género están bien, sólo se necesita
que el esposo sea bueno. El trabajo asalariado está bien, sólo se necesita que
el jefe sea bueno.
Este tipo fue arrestado por tráfico sexual |
Desde el punto de vista de quienes cuestionan las
jerarquías, el problema es: ¿qué pasa si quien está en una posición de
poder no es bueno? ¿Qué defensa tenemos ante un monarca absoluto que nos
tiraniza cuando existe ningún mecanismo ni institución para oponérsele? ¿Qué me
queda cuando trabajo para una empresa explotadora y abusiva, si no hay mejores
empleos disponibles, si no hay leyes laborales que me protejan, si no hay un
sindicato que me apoye? ¿Cómo me salgo de un matrimonio con un esposo violento
si no tengo la opción de mantenerme por mí misma?
Aquí hay diferentes respuestas que se han dado a lo largo de
la historia y a través del espectro político; desde el liberalismo que propone
contrapesos institucionales para balancear las desigualdades, hasta el
anarquismo que dice que mejor ya demolemos toda la maldita cosa. Los reaccionarios
nomás se encogen de hombros, porque para ellos el desbalance de poder es
natural y deseable, así que volviendo a la tradición todo se resolverá solo de
alguna manera. Y si no, pues el sufrimiento es parte inevitable de la vida y
tratar de resolverlo todo es un sueño guajiro y peligroso que sólo termina
empeorando las cosas.
Hace algunos años circulaba una cadena en la que una mujer (o
alguien que decía serlo), se quejaba de que ahora por culpa del feminismo
tenía que trabajar, mientras que antes, en tiempos de sus abuelas, podían
dedicarse a tejer chambritas en el pórtico mientras chismeaban con las vecinas.
Como si el trabajo del hogar alguna vez hubiera sido relajante, caray. Miren,
yo soy un vato que trata de compartir las responsabilidades de la casa y los
niños con parejura, y les puedo decir sin tapujos que eso es mayor chinga que
ir al laburo.
Claro que se podría gozar de no tener que trabajar si aparte
de que tu marido te mantiene te paga servicio doméstico para que nada más
tengas que ir con tus amigas al desayuno de señoras desquehaceradas. Pero en
ese caso lo que estás deseando no es la abolición del feminismo; lo que
quieres es tener mucho dinero (o que alguien con mucho dinero lo use para
tu beneficio, que es lo segundo mejor). Y pues sí, así quién no. Pero ésa no es
una aspiración disponible para la mayor parte de las mujeres en el mundo real. Aunque
ello no es problema para el pensamiento reaccionario, para el cual no todos
pueden, ni merecen, tener una buena vida.
Otro argumento reaccionario a favor de las “amas de casa
tradicionales” es que, para que una mujer pueda darse el lujo de salir a
trabajar, tiene que encargar sus deberes domésticos a otra persona, por
lo general a mujeres provenientes de estratos económicos más bajos. Esas pobres
empleadas domésticas preferirían estar cuidando a sus propios hijos y hogares,
pero por culpa de las egoístas y elitistas mujeres clasemedieras tienen que ir
a encargarse de los asuntos de otros.
De nuevo, esto no es más que la misma defensa de los
privilegios masculinos disfrazada de preocupación por el bienestar de las
mujeres. Ignoran que: a) la mayoría de las mujeres que trabajan no pueden
permitirse pagar servicio doméstico, b) que las mujeres ricas sí suelen
tenerlo, tengan o no ellas mismas carrera, y c) que las mujeres que entran a
trabajar como empleadas domésticas lo hacen porque necesitan ese sueldo, y eso
no cambia si las señoras más ricas deciden lavar sus inodoros ellas mismas.
En efecto, uno de los problemas más graves derivados del
ingreso masivo de las mujeres al mercado laboral fue la aparición de la
doble jornada: mientras el hombre sólo tenía que trabajar su turno, la
mujer además tenía que volver a casa y encargarse de todo el trabajo doméstico
y las necesidades de los hijos.
Una solución a esto sería la división equitativa de los
deberes del hogar entre hombres y mujeres, además de asegurar derechos
laborales como permisos de maternidad y paternidad, guarderías comunitarias
y acceso a salud pública universal, y de jornadas laborales más breves y
salarios más altos, para que ambos padres ganen lo suficiente y además
dispongan el tiempo de encargarse del trabajo de casa, sin necesidad de
explotar a mujeres menos privilegiadas para hacerlo. ¿Qué harían esas mujeres pobres
sin la opción de trabajar como servicio doméstico? Bueno, habría que garantizar
que nadie fuera tan pobre que se viera obligada a hacer eso.
Todo esto se
podría lograr ahora mismo, en que como civilización hemos alcanzado niveles
de producción tan altos que serían suficientes para que todos tuviéramos buenas
vidas trabajando menos, y sólo no sucede por el pequeño porcentaje de
ricachones que acaparan la mayor parte de la riqueza. Pero los derechistas no
están listos para esta conversación, pues ello implicaría debilitar la
jerarquía más importante: la de los que tienen más sobre los que tienen
menos.
El pensamiento reaccionario tiene como una de sus
principales estrategias desviar la atención de los problemas derivados del
excesivo poder de los estamentos privilegiados, y dirigir las culpas hacia
el mismo discurso de siempre: “el problema es que las jerarquías tradicionales
se han debilitado y todo se resolverá cuando se restauren”.
Digamos que un güey realmente anhela a tener una esposa ama
de casa tradicional, y encima bien guapota. ¿Cómo lo va a lograr? Y ojo, que yo
creo que si dos adultos conscientes deciden tener ese tipo de vida y vivir esa
clase de relación, deben tener la libertad de hacerlo (sería una mala
idea, y medio ridícula, pero tienen derecho). La cosa es que uno pensaría que,
si quieren conseguirlo, primero tendrían que abogar por mejores salarios
para los hombres trabajadores.
La realidad es que estos tipos no quieren simplemente
encontrar a alguien que por su libre voluntad decida vivir con ellos ese sueño;
quieren que la sociedad se reorganice de tal modo que las mujeres no tengan más
remedio que adaptarse a su fantasía. Y, como les han lavado el cerebro, en su
desconexión con la realidad piensan que lo que hay que hacer es expulsar masivamente
a las mujeres del mercado laboral, y así los ingresos de los hombres volverían
a alcanzar para convertirlos en reyes de su propio castillo. En cualquier caso,
tal cosa nunca va a suceder: el capitalismo actual no podría funcionar sin
todas las mujeres que trabajan (ni sin el trabajo no remunerado que
realizan).
Así, no es probable que la campaña para regresar a las
mujeres a la cocina tenga éxito, pero ese discurso puede hacer mucho daño.
Ya está radicalizando hacia la derecha a muchos hombres jóvenes que se sienten
frustrados por la precariedad laboral y la dificultad de encontrar pareja, y algunos
recurren a la violencia directa para canalizar su odio. Ya está
engañando a mujeres jóvenes haciéndolas pensar que encontrarán una vida feliz
en la tradición de antaño, cuando en realidad se topan con violencia y miseria. Y está empoderando a políticos que prometen el regreso al pasado,
y que terminan aplastando los derechos de las mujeres de otras formas (por
ejemplo, eliminando institutos que combaten la violencia doméstica, o agravando
la penalización del aborto), junto con los de otros grupos desfavorecidos
(personas lgbtq+, minorías étnicas o religiosas, migrantes, etc.), y beneficiando más a los que ya son ricos y poderosos (con reducciones fiscales y otras medidas).
Y así será mientras sigan ignorando que en realidad mucho
de su sufrimiento proviene de la precarización, la desigualdad económica y la
alienación resultado de la pérdida de la cohesión comunitaria. O sea, para el
vato que sueña con una esposa tradicional y para la morra que cree que podría
escapar del burn-out laboral volviéndose esposa tradicional, la
respuesta es la misma: tu problema no es el feminismo, es el capitalismo.
PD: Nótese que al describir el pensamiento de los
reaccionarios no quiero decir que ellos estén conscientes de todo esto, o sea
que se den cuenta de que lo único que hacen es defender jerarquías y
estructuras de poder todas rancias. La mayoría de ellos seguramente creen, sin
reflexionarlo mucho, de forma visceral, que sus ideas son las buenas porque son
las naturales, las de sentido común y que no puede ser de otra manera.
4 comentarios:
"Nótese que al describir el pensamiento de los reaccionarios no quiero decir que ellos estén conscientes de todo esto, o sea que se den cuenta de que lo único que hacen es defender jerarquías y estructuras de poder todas rancias. La mayoría de ellos seguramente creen, sin reflexionarlo mucho, de forma visceral, que sus ideas son las buenas porque son las naturales, las de sentido común y que no puede ser de otra manera."
Como decían en Sospechosos habituales, la más grande trampa que hizo el diablo fue convencer al mundo de que no existía.
En efecto, mi estimado. Y creo que la segunda mejor trampa fue hacer creer a quienes luchaban a su favor que luchaban por él.
Pues ya no es cuestión de gustos o deseos manifestados en hondas reflexiones: el tradicionalismo y lo conservador van a volver a tener auge y predominar. Sí o Sí. Feministas y LGBT y todo lobby liberal-izquierda tuvieron su oportunidad y demostraron estar más viciados y corrompidos que sus rivales. Enseñaron el cobre, y por eso su era de predominancia se va a acabar.
Eso es puro wishful thinking y del feo, amix
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