“Desde la infancia he sido fiel a los monstruos. He sido salvado y absuelto por ellos, porque los monstruos, creo, son los santos patronos de nuestra bendita imperfección, pues ellos permiten y encarnan la posibilidad del fracaso”.
Guillermo del Toro
Saludos, criaturitas. Desde su estreno en noviembre de 2025, la versión de Frankenstein del mexicano Guillermo del Toro ha estado dando mucho de qué hablar entre círculos cinéfilos, literarios, góticos y monsterfuckers. Si ustedes acaban de toparse con este blog, sepan que yo también soy muy fan de las cabezas planas y los tornillos en el cuello. De hecho, para el bicentenario de publicación de la novela de Mary Shelley escribí una luenga serie de ensayos sobre la misma, su autora y las adaptaciones cinematográficas. El presente texto viene a ser una continuación espiritual de aquella saga.
Yendo al grano: esta película me gustó mucho la primera vez, y me gustó todavía más la segunda. Me puso a pensar, y la he tenido en mi cabeza ya por semanas. Me motivó a leer una vez más la novela, que es uno de mis libros favoritos. También me puse a leer y ver un montón de material relacionado, incluyendo entrevistas con el director y documentales detrás de cámaras, así como análisis y reseñas de colegas. Esto es lo que hago cuando una obra me obsesiona.
He prestado atención también a las opiniones que no han sido favorables, especialmente entre quienes hubieran querido una adaptación que siguiera más fielmente los sucesos del libro. Es comprensible, y no pretendo cambiar sus gustos, pero a lo mejor puedo invitar a verla desde una perspectiva distinta, que al cabo ése es el punto de conversar sobre arte, ¿no?.
I. GOLEM
Los rumores son ciertos: don Memo cambia muchas cosas del material original: la época pasa de finales del siglo XVIII a mediados del XIX; Víctor Frankenstein tiene más de 40 años en vez de ser un veinteañero; Elizabeth es la prometida de su hermano menor, en vez de la suya; casi nada del último tercio del libro ocurre igual; muchos personajes se omiten y otros nuevos son introducidos, etcétera, etcétera. Es comprensible el desconcierto si eres fan de la novela; yo también me saqué de onda la primera vez que la vi.
Pero el meollo es que esta peli no puede entenderse sólo como una adaptación de la novela de Mary Shelley. Del Toro ha creado una obra muy personal, una “biografía de su alma”, que necesita ser leída a la luz no sólo del clásico literario, sino de la filmografía del cineasta y de la historia cultural de Frankenstein desde 1818 hasta nuestros días. Obviamente, no puede ser igual una historia concebida por una joven inglesa de 19 años en 1818, que reinterpretada por un hombre mexicano de 60 años en 2025. Éste es un filme que no se limita a adaptar un texto; dialoga con el libro, así como con la larga vida que ha tenido a través del cine y otros medios. No por nada la película está dedicada a Mary Shelley, James Whale, Boris Karloff y Bernie Wrightson.
Los primeros nombres son bien conocidos: la autora del libro y los artistas que le dieron vida a la versión cinematográfica más icónica. Si no les suena el último, sepan que Wrightson fue un gran artista de cómics que, entre otras cosas, ilustró una edición del clásico que nos ocupa y cuya obra fue la principal inspiración del aspecto de la Creatura en el filme de Del Toro, así como para algunos aspectos del diseño de producción y la composición de ciertas tomas. Aquí hay una explicación detallada.
Hablando de lo visual, la representación de los escenarios naturales es por completo fiel al espíritu romántico de la novela. En la cinta de Del Toro la naturaleza es siempre grandilocuente e indómita, de una belleza sobrecogedora ante la cual se evidencia lo pequeño y efímero del ser humano: tormentas eléctricas, auroras boreales, océanos de hielo, yermas llanuras que rematan en acantilados, campos de batalla congelados… Es lo sublime, lo que va más allá de lo bello, uno de los pilares filosóficos y estéticos del Romanticismo. Los escenarios gélidos predominan tanto en la narración de Mary Shelley como en el filme. Algunas de las tomas en el Ártico hacen referencia a la pintura El mar polar del romántico Caspar David Friedrich que, incidentalmente, es usada como portada de la edición crítica de Frankenstein de Norton.
No soy la persona más adecuada para explicar los aspectos visuales, técnicos y estéticos de la película, pero les puedo decir que tenemos ante nosotros una obra de arte meticulosamente planeada y hecha con atención al detalle que revela la dedicación y el profesionalismo de los artífices, así como el inmenso amor que han dejado en ella. Desde la escenografía hasta la utilería y los vestuarios, todo está ahí de forma deliberada, todo significa algo.
Con esa misma pasión y cuidado, Víctor Frankenstein ensambla a su Creatura, en un montaje acompañado de música inspiradora. Es una representación del arrebato creativo que posee a los verdaderos artistas. Se trata de una secuencia grotescamente bella, cual sólo don Memo es capaz, y es única entre todas las versiones de Frankenstein.
Por su parte, la icónica secuencia en la que Frankenstein usa el poder del rayo para darle vida a su Creatura es uno de los aportes más influyentes de la película de 1931, dirigida por James Whale y protagonizada por Boris Karloff (Mary Shelley nunca describe nada similar). La inclusión de ese momento era prácticamente obligatoria en esta nueva cinta, nomás que Del Toro la hace mucho más bombástica y pirotécnica.
Hay otro momento que don Memo retoma directamente del libro (y que nadie había puesto en celuloide), mucho más sosegado e íntimo, pero no menos poderoso. Exhausto tras el proceso de creación y repelido por el resultado, Víctor se arrastra hacia la cama y cae inconsciente; momentos después despierta sobresaltado para ver a su Creatura, que lo mira fijamente de vuelta. Es un momento de sueño lúcido, como ver al demonio de parálisis del sueño de pie frente a tu cama; al mismo tiempo, es un retorno a la vigilia para enfrentar el hecho de que las consecuencias de tus actos siguen ahí.
Entonces, para la creación del Monstruo tenemos: una secuencia completamente original, otra que homenajea la película de 1931 y un momento tomado directamente de la novela de Mary Shelley. Como la misma Creatura, esta cinta está ensamblada con muchas partes heterogéneas, pero a diferencia de Víctor, Guillermo logró hacerlas funcionar en armonía. Una y otra vez, el director mexicano reconcilia las versiones más famosas del mito y además imprime su huella personal. Y es que para apreciar esta obra no basta con señalar lo que pasa en pantalla y denunciar “¡esto no es así en el libro!”, sino que hay que detenerse a pensar “bueno, ¿por qué el autor decidió hacerlo de esta manera?”. Exploremos algunos otros de los principales aspectos que componen el filme…
II. MEFISTÓFELES
Tomemos a un personaje creado ex profeso para la peli, Henrich Harlander, interpretado por Christoph Waltz. Durante unos meses se rumoró que el actor alemán interpretaría una versión del Dr. Pretorius, uno de los antagonistas de La Novia de Frankenstein (1935). Encarnado por Ernest Thesiger, es uno de mis personajes favoritos creados fuera de la novela, así que me decepcionó un poco que el de Waltz fuera otro. Supongo que Universal es dueño de Pretorius y no se iba a poder de todos modos.
Con todo, algo de Pretorius queda en Harlander, pues ambos son médicos y algo así como mentores que impulsan a Víctor a proseguir con sus experimentos. El paralelismo no es exacto, pues en la versión de Whale, Frankenstein está reacio a trabajar con Pretorius y éste tiene que recurrir a la extorsión y las amenazas para forzar su mano. Mientras, en la versión de Del Toro, Víctor está más que dispuesto a recibir la ayuda de Harlander. De cualquier forma, ambos cumplen la función de tentador mefistofélico, practicante de artes obscuras, que persuade a Frankenstein para seguir profanando las leyes de la vida.
Y es que hay un subtexto de seducción homoerótica por acá… Tanto Whale como Thesiger eran homosexuales. El director instruyó al actor para que interpretara a su personaje lo más amanerado que se pudiera, como una caricatura de un viejo y cáustico gay. Ultimadamente, La Novia va de un hombre que seduce a otro para que deje de lado a su esposa y se vaya a un lugar clandestino a crear vida de forma innatural.
Uno pensaría que todo esto es ajeno a la novela, pero no es así. Los tonos homoeróticos de Frankenstein han sido señalados por más de un analista (véase el ensayo The Female in Frankenstein de Anne K. Mellor). Víctor Frankenstein tiene una devoción por su mejor amigo, Henry Clerval (ausente en casi todas las adaptaciones, excepto la de Branagh), que por el supuesto objeto de su amor, Elizabeth, a quien abandona constantemente para proseguir con sus ambiciones científicas.
Harlander es menos estereotipado que Pretorius, pero es un personaje rodeado de un aura de sexualidad ilícita. Es un hombre mayor que no está casado, se entretiene realizando fotografías eróticas y se da a entender que se relaciona con sus modelos (que son más jóvenes). La empuñadura de su bastón es una mujer desnuda tallada en marfil (que se contrapone a la otra mujer de marfil de la cinta: una madre embarazada que Víctor usa para practicar anatomía). Hacia el final de su historia, se revela que Harlander se está muriendo de sífilis, probablemente contraída por frecuentar prostitutas: “una noche con Venus, una vida con Mercurio”. Harlander, como Pretorius, invita a Frankenstein a un sitio remoto para crear vida juntos, y es el único que está con el joven científico al momento de la creación del Monstruo.
¿Qué significa todo esto? No es una condenación de la relaciones homosexuales, claro. No sólo Whale y Thesinger eran gays; Mary Shelley era bisexual (o más bien, tuvo relaciones sexoafectivas con por lo menos otra mujer), y Del Toro ha representado de forma empática a personajes queer. Más bien se refiere a algo que podemos ver a diario: vatos muy machos se sienten atraídos sexualmente por el cuerpo femenino, pero reservan su admiración, lealtad y complicidad a los otros machos, y nunca se dan cuenta de las implicaciones homorrománticas de ello; suelen ser mujeres y personas queer quienes notan la ironía.
Lo que Mary Shelley denunciaba era el abandono de las responsabilidades domésticas y familiares por parte de los hombres, que dejaban de lado a las mujeres de sus vidas, ya fueran sus hijas, hermanas o prometidas, en una búsqueda obsesiva por la grandeza y gloria que no llevan a ningún otro lado que la autodestrucción. Así pues, Pretorius y Harlander, aunque ajenos a la novela, funcionan muy bien para explorar los temas que ésta plantea.
Esto no es todo. Harlander financia los experimentos de Víctor porque secretamente quiere que transplante su cerebro (y con ello, su memoria y su personalidad) al nuevo cuerpo perfecto que está por crear. Bueno, todo esto del transplante de cerebro es completamente ajeno a la novela, donde jamás siquiera se insinúa la posibilidad (la idea de que el yo está en el cerebro no era el lugar común que es ahora).
Por otra parte, sí es una constante en la serie de películas producidas por Hammer Films, las dirigidas por Terence Fisher y protagonizadas por Peter Cushing (que han sido casi tan populares e influyentes como las de Universal). En ellas muchas veces algún personaje ayuda al científico porque espera que le ponga su cerebro a un mejor cuerpo. Tal es la premisa central de, por ejemplo, La venganza de Frankenstein (1958), en que el asistente jorobado Karl ayuda al doctor Frankenstein a crear un cuerpo nuevo, a cambio de poner en él su cerebro.. A propósito, en la primera de la serie, La maldición de Frankenstein (1957), Víctor asesina a un viejo maestro suyo arrojándolo de una gran altura porque quería robar su cerebro, algo similar a lo que ocurre en el filme de Del Toro.
Por último, tenemos el tropo del industrial millonario (un traficante de armas en este caso), que invierte en ciencia demente porque quiere vencer a la muerte. Esto resulta muy actual: los mismos que están financiando movimientos de ultraderecha por todo el mundo están muy interesados en encontrar la clave de la inmortalidad, ya sea a través de la regeneración celular, la clonación, la inteligencia artificial o la transfusión de sangre más joven. Es la clase de soberbia frankensteiniana contra la que nos advertía Mary Shelley. El mismo director lo ha dicho en entrevista con la NPR:
“Quería que la arrogancia de Victor fuera similar de alguna forma a la de los tecno-bros. Él está como cegado, creando algo sin considerar las consecuencias. Y creo que tenemos que hacer una pausa y pensar hacia dónde vamos.”
¿Será ésta la razón por la cual Víctor Frankenstein es un hombre de mediana edad en vez de un joven entusiasta e ingenuo? Mariana Colín, en uno de sus videoensayos, señala que los Frankensteins del mundo moderno, como Elon Musk y Peter Thiel, son hombres bien pasados de la mediana edad, que en lo emocional nunca maduraron más allá de la adolescencia. Quizás, pero yo encuentro a Víctor mucho más carismático que cualquiera de esos gules. Debe ser por lo bien que me cae Óscar Isaac…
Por cierto, hay otra película reciente en la que un ambicioso ricachón financia el proyecto del científico esperando obtener beneficios para sí mismo: Victor Frankenstein (2015), dirigida por Paul McGuigan. No he sabido que Del Toro reconozca influencias de esta peli en particular, pero más adelante verán que, si no es así, es mucha la coincidencia…
Vean cómo enfocándonos en un solo personaje hemos podido trazar relaciones temáticas entre la película de don Memo, la novela, las otras películas y la sociedad actual. Bueno, pues apenas estamos empezando.
III. BABEL
El motivo de la “torre fulminada” es fundamental en la filmografía de Frankenstein. Se trata de una representación simbólica de la Torre de Babel, de la arrogancia humana castigada por transgredir los límites de lo divino. Las dos películas de James Whale terminan con sendas variantes de esa imagen: un molino que se incendia y una torre de piedra que se autodestruye con una explosión. La segunda es todavía más significativa, porque dicha torre alberga el impío laboratorio de Frankenstein y Pretorius.
Son momentos de clímax inmejorables, sin duda, pero ausentes de la novela. En ésta, el Ártico es el escenario tanto de la apertura como de la conclusión del relato, un sitio remoto e inhóspito para cerrar una historia sobre “ir demasiado lejos”. Tal como Víctor y su Creatura que, en su afán de venganza, se sumergen en un ciclo de destrucción mutua y propia, que culmina con soledad, remordimiento y la imposibilidad del perdón o la reconciliación. Así, la expedición hacia el Polo sirve de marco narrativo para la historia de Frankenstein y es parte fundamental de la construcción de sus significados.
El capitán Walton funciona como contraparte y reflejo de Víctor Frankenstein: un hombre romántico obsesionado por alcanzar la grandeza a través del dominio de la naturaleza, en pos de lo cual se arriesga a destruirse a sí mismo y a quienes le rodean. Claro, en esta película su caracterización es distinta para ser un mejor reflejo de este Víctor: no es un joven idealista, sino un hombre mayor, una figura paterna severa y autoritaria (y es renombrado Anderson, supongo que para que lo interpretara Lars Mikkelsen).
Una vez más, del Toro se las arregla para incorporar ambas versiones y además las hace más intensas que nunca. El encuentro del Monstruo con la expedición es mucho más violento y literalmente explosivo. La torre es la más colosal que hemos visto, y la secuencia de su destrucción la más dramática.
Ese momento no es la conclusión de toda la historia (ocurre hacia la mitad del metraje), pero sí es la culminación de una parte del arco de Víctor como personaje. Tras estos sucesos acaba mutilado, arruinado e invadido por el arrepentimiento. Pasa de estar en la cima del mundo a depender de la generosidad de sus seres cercanos; ha perdido a su mecenas, su hermano lo resiente y la mujer a la que desea lo repudia.
El final en el Ártico, por su parte, se mantiene para cerrar la relación entre el creador y su Monstruo, aunque con Del Toro adquiere un nuevo matiz, pues se da una reconciliación entre ellos, que era por completo imposible en el libro… Pero que está presente, de alguna forma, en La Novia.
Es más, esta escena de expiación y perdón es una inversión de lo que ocurre en la cinta de James Whale. En ella, el Monstruo de Karloff le dice a su creador: “Sí, vete. Tú vive..” y luego se vuelve hacia Pretorius “Tú te quedas. Nosotros pertenecemos a la muerte”. Acto seguido, el Monstruo baja una palanca y la torre es fulminada. Por años, Frankenstein no había podido vivir, consumido por su obsesión con crear vida y luego acosado por las funestas consecuencias de su éxito. Ahora su Creatura le daba, con su sacrificio, un punto final a toda esa serie de horrores, y la oportunidad de vivir…
En la versión deltoriana, Víctor le dice a su Creatura: “Si la muerte no puede ser, entonces considera esto, hijo mío: mientras estás vivo, ¿qué opción tienes más que vivir?”. El Monstruo no había podido vivir realmente, atormentado por la soledad y la crueldad del mundo; obsesionado con retribuir al arquitecto de sus desgracias, creía que sólo podría encontrar paz en la muerte. Ahora su creador, al aceptar la muerte y reconocer sus culpas como padre, lo libera del ciclo de venganza y lo exhorta a construir una vida propia, que realmente inicia con ese amanecer tan lleno de posibilidades.
Son los momentos culminantes de sus respectivas cintas, reflejos especulares el uno del otro. Del Toro ha logrado conciliar el Ártico con la torre fulminada. Eso es una maldita genialidad.
IV. TIRESIAS
Pero, ¿por qué es posible esta reconciliación y esta aceptación del destino en la película y no lo es en la novela? Bueno, hay dos conjuntos de respuestas para ello; unas son extradiegéticas, y tienen que ver con las intenciones de los respectivos autores; las otras son intradiegéticas, y tienen que ver con la secuencia de acontecimientos que ocurren en la narración, y sus relaciones de causa y efecto.
Empecemos con esto último y pasemos a analizar uno de los pasajes más importantes: el del viejo ermitaño ciego. En la novela, el Monstruo se oculta tras la choza de la familia De Lacey. Aprende a hablar, a pensar y hasta a leer por espiar a sus incautos anfitriones, pero nunca logra establecer una relación con ellos. Se presenta ante el viejo patriarca e inicia una cordial conversación, pero pronto arriban los hijos y la nuera que, aterrados por su aspecto, lo echan a palos de la casa.
En La Novia de Frankenstein ocurre algo parecido pero fundamentalmente distinto. El Monstruo encuentra al viejo ciego viviendo solo, y éste lo adopta de inmediato, le enseña a hablar y a disfrutar de los pequeños placeres de la vida (comida, alcohol, tabaco y música). Juntos viven felices como amigos por un tiempo indeterminado, hasta que, por un evento fortuito, unos extraños llegan a la casa del viejo y enseguida agreden a la Creatura. En el enfrentamiento, la casa se incendia y los extraños se llevan al viejo, el único amigo que nuestro desdichado antihéroe ha tenido.
¿Y qué hace Del Toro? En su película, la Creatura pasa un tiempo observando en secreto a la familia. Cuando ésta se va y deja al viejo ciego solo en la cabaña, el Monstruo se presenta ante él y entonces entablan una conmovedora amistad. Durante un tiempo se acompañan el uno al otro, y el anciano le enseña sobre la vida y los libros, lo conmina a averiguar quién es y le asegura que, sin importar su origen, es un buen hombre. Por eso este Monstruo es mucho más gentil. A pesar de todo lo que sufrió, a pesar del rechazo que recibió de su creador, sí tuvo a alguien que lo apreció y que vio bondad en él.
Tanto en la obra de Mary Shelley como en la de James Whale, la Creatura se humaniza a través del contacto (directo o indirecto) con buenas personas, pero mientras que en la novela todo afecto recíproco le es negado, en la película logra alcanza a vivir una verdadera amistad por algún tiempo, hasta que le es arrebatada por circunstancias externas. Ésta es una diferencia fundamental: el Monstruo de la novela nunca es tratado con gentileza, mientras que el de la película sí.
Una de las tesis más importantes de Shelley es que cada persona es producto de sus experiencias y su educación, y que al negar afecto y socialización a ciertos individuos esta cruel sociedad produce monstruos. Del Toro es fiel a esta premisa, sólo que sí concede a su Creatura un poco de satisfacción de esas necesidades y por eso su carácter resulta diferente.
Hay otro personaje del que el Monstruo recibe empatía, lo que contribuye a moldear su carácter hacia la gentileza. Estamos hablando, por supuesto, de Elizabeth. Pero este ensayo ya me está quedando demasiado largo, así que tendremos que poner pausa por el momento…
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