Parte I: De cómo al universo le importas un comino
Los buenos ganan. Los malos
pierden. Tarde o temprano, pero al final cada quien cosecha lo que siembra,
cada quien obtiene lo que merece. Diferentes doctrinas sostienen esta idea. Por
ejemplo, el Karma nos dice que recibimos lo que merecemos según nuestra
conducta hacia los demás, mientras que la Ley de la Atracción asegura que
modificamos la realidad con nuestro pensamiento, para bien o para mal. Paulo
Coelho, por su parte, asegura que cuando deseas algo de verdad el universo
entero conspira para que lo obtengas. O, como dicen las abuelitas, Dios castiga
sin piedras ni palos. Muchas religiones prometen recompensas y castigos, pero
en la otra vida. Como sea, el punto es éste: lo bueno y lo malo que te pase
depende totalmente de ti.
O por lo menos así quisiéramos que fuera el
mundo. Pero ¿lo es? Noup, no lo es. Sucede que estamos afectados por un sesgo
cognitivo, una falla psicológica común a todos los seres humanos, que se
denomina falacia del mundo justo (aquí,
aquí y aquí). Nos gusta
pensar que la vida es esencialmente justa y que lo que sucede a las demás
personas es precisamente lo que merecen. ¿Por qué? Porque es un pensamiento muy
reconfortante.
Cuando vemos que a alguien le va
mal, dictaminar que seguro lo merecía porque “algo hizo”, “lo provocó” o “lo
andaba buscando”, nos da una sensación de seguridad: si nosotros hacemos lo
correcto, no nos va a pasar aquello. Además, nos permite contemplar nuestra
propia buena fortuna y pensar que nos la hemos ganado: si estamos bien, es
porque somos más buenos, más esforzados o más listos que los demás. Finalmente,
en un mundo en el que hay tanta violencia y prevaricación, tanto abuso y malevolencia,
nos da la esperanza de que algún día, en esta vida o en la otra, el mal será
castigado y el bien será recompensado.
Tomemos el caso del Karma, por
ejemplo. A lo largo de una vida los seres humanos haremos cosas buenas y malas
y nos sucederán cosas buenas y malas. Una buena parte de lo que nos sucede será
consecuencia directa o indirecta de nuestras acciones, pero otra buena parte
será resultado del azar. Si somos de los que creen en el Karma, además de la
falacia del mundo justo, otros sesgos inherentes a nuestras psiques nos harán
reafirmar esta creencia. Nuestra propensión a ver patrones en todas partes,
incluso donde no los hay, nos hará pensar que lo bueno que pasa es consecuencia
de lo bueno que hacemos, aunque no haya una conexión directa entre dos sucesos
o estén muy separados por el tiempo. Por ejemplo, ayudar a una persona
necesitada y semanas más tarde encontrar un billete de 500 pesotes en la calle
no están relacionados de manera alguna. Nuestro sesgo de confirmación y nuestro
afán por generalizar nuestra propia experiencia y creer que es ley universal
nos llevarán a hacer énfasis en las veces que la vida pareció hacer justicia, e
ignorar las muchísimas veces en las que simplemente no pasa nada.
Esto no niega que existan causas
y consecuencias, o que tomar buenas decisiones por lo general tenga buenos
resultados. Si pongo la mano en el fuego, me quemo. Si tenemos buenos hábitos
es más probable que tengamos una buena salud y una vida larga. Pero aún así es
posible que intervenga el azar. Puede suceder que algo ajeno a nuestra voluntad
arruine nuestros planes: quizá heredamos malos genes o seremos víctimas de un
accidente. Y a final de cuentas, el mismo azar puede hacer que una persona que
no se cuidó tanto termine viviendo más y mejor que nosotros. Lo que quiero
decir que mucho en la vida es completamente aleatorio y no depende de nuestros
méritos o nuestras culpas.
Además tendemos a confundir la prudencia con la ética. Las acciones imprudentes (manejar después de haber bebido
alcohol, fastidiar a un perro, comer comida chatarra, andar por barrios
peligrosos) pueden tener consecuencias negativas, y las acciones prudentes
tienden a evitarlas. Pero eso no quiere decir que una persona merezca, en un sentido ético, que algo
malo le pase por haber cometido un error o tomado una decisión equivocada. Por
ejemplo, una persona puede olvidar poner seguro a su auto, y más tarde encontrar
que le han robado todo lo que llevaba dentro. Sí, una cosa es consecuencia de
la otra, ¿pero podríamos decir que merecía
perder sus bienes?
La justicia es un concepto ético
y la ética es una creación enteramente humana. Existe de forma exclusiva en la
mente humana y en las relaciones entre seres humanos. No existe por sí misma en
la naturaleza, la vida o el universo, sino que depende por completo de lo que
nosotros consideramos justo, según nuestras inclinaciones naturales, moldeadas
por las culturas en las que fuimos criados.[1]
Las causas y consecuencias a las
que hemos aludido se dan en las esferas de lo físico (como el socorrido ejemplo
de la pelota que rebota en la pared) o de lo biológico (como la relación entre
hábitos y salud). Pueden darse también la esfera de lo social y psicológico,
que es donde existe la ética. Si tratamos mal a una persona, ésta o sus seres
queridos, o incluso alguien externo, podría querer castigarnos por ello. Si
somos percibidos como personas deshonestas, podríamos recibir rechazo social
por parte de nuestra comunidad. Pero también puede ser que la víctima de una
injusticia no tenga la fuerza para defenderse ni tenga quien la socorra, y que
su victimario quede impune de por vida. Y puede ser que el patán deshonesto
cuente con la admiración y respaldo de la comunidad, que lo encumbre en vez de
segregarlo. La justicia depende completamente de que los seres humanos tengan
el conocimiento, la voluntad y la facultad para ejercerla.
Por ello resulta absurdo esperar
que algo que algo ajeno a la voluntad humana imparta recompensas y castigos;
que alguna fuerza cósmica se encargue de provocarle una enfermedad a una
persona malvada, o de hacer funcionar el automóvil de una buena persona.
Es difícil refutar las creencias
en la justicia intrínseca del mundo. Podemos señalar a los miles que sufren o
han sufrido horrores inexplicables (como las víctimas de un desastre natural o
de una dictadura genocida). Podemos señalar a los tiranos y criminales que
murieron encumbrados en el poder, tranquilos en sus camas, sin pagar ni un poquito
por sus actos malvados. Podemos enfatizar una y otra vez que, contrario a lo
que dicen los esotéricos, la
física cuántica no dice que la realidad pueda cambiarse con el pensamiento;
que las ideas no son energía que como microondas se extienden hacia afuera del
cráneo y alteran el entorno material; en fin, que no existe ningún mecanismo
detectable por el cual los pensamientos o los deseos puedan tener efecto en el
mundo físico.
Sobra aclarar que Einstein nunca dijo esto. |
Pero sus defensores siempre salen
con explicaciones ad hoc,
justificaciones convenientes que por su misma naturaleza no pueden ponerse a
prueba: quizá es que una persona no
deseó con suficiente fuerza sus objetivos o se concentró más en su miedo a no
lograrlos y por eso le fue mal; a lo
mejor el tirano pagará sus crímenes en la otra vida; no sabemos si las víctimas del Holocausto habían sido personas
malvadas en la vida anterior… Y así y así.
El problema con la creencia en
que el mundo es justo no es sólo que es falsa e insostenible, sino que es muy
peligrosa. Primero, porque al dejar la tarea de hacer justicia al Karma, al
universo o a los dioses del inframundo, renunciamos a corregir las injusticias
de este mundo. De hecho, muchas de estas creencias surgieron precisamente para
justificar regímenes injustos. El Karma, que muchos occidentales despistados
consideran el colmo de lo espiritual, nació en la India como justificación de
un atroz sistema de castas: naciste en una casta inferior porque fuiste malo en
tu vida anterior, pero si eres bueno ahora, en la siguiente podrás tener una
mejor vida. En las monarquías absolutistas se decía que era voluntad de Dios que
el rey tuviera todo el poder y que el siervo fuera pobre, y que si el rey era
impío Dios lo juzgaría después de la muerte, pero que el siervo no tenía
derecho a rebelarse contra él.
Segundo, porque adormece una de
las cualidades más humanas que tenemos: la capacidad de sentir empatía. Si al ver
a una persona en desgracia pensamos “algo habrá hecho para merecerlo”, renunciamos
a sentir empatía por ella. Ésta es la idea detrás de “la violaron porque
provocó” o “los mataron porque andaban de revoltosos”. Incluso se extiende
hacia los problemas de salud, con esa gente que dice cosas como que el cáncer
le da quienes no expresan bien sus emociones: hasta los pacientes de las más
terribles enfermedades son los únicos responsables de lo que les pasa. El
mecanismo psicológico nos protege de la ansiedad al hacernos pensar que no nos
pasará lo mismo porque nosotros sí hacemos lo que es se debe y evitamos lo que
no. Pero esta reconfortante idea nos hace evadirnos de nuestra responsabilidad
moral hacia quienes necesitan ayuda y terminamos culpándolos de sus propias
desgracias.
El universo no es justo. Tampoco
es injusto. El universo es vasto, frío e indiferente. Pero los seres humanos
podemos ser justos, podemos trabajar por la justicia, podemos combatir la
injusticia. El hecho de que gran parte de lo que sucede depende del azar y
fuerzas ajenas a nuestra voluntad tampoco es razón para dejar de intentarlo.
Cuando renunciamos a ello, somos nosotros quienes se vuelven fríos e
indiferentes.
No todas las formas en las que se
manifiesta la falacia del mundo justo son tan obviamente supersticiosas. Existe
una forma muy insidiosa que sostiene que las recompensas se reparten no según la
acción de fuerzas sobrenaturales, sino de ciertas leyes inherentes a la naturaleza.
Pero ése es el tema de la siguiente entrada.
[1] Hemos
visto, por ejemplo, que otros monos se indignan cuando a sus congéneres se les
da una mayor recompensa por un mismo trabajo. Así que parece ser que
naturalmente tenemos una inclinación a considerar la equidad como algo justo.
Las concepciones de lo bueno y lo malo varían vastamente de una cultura a otra,
pero en todas se observa el principio de que las buenas acciones merecen
recompensa y las malas merecen un castigo, y que el no hacerlo constituye en sí
una injusticia (aquí
y aquí).
1 comentario:
Tenía un amigo que decía que el Karma es verdad, porque si eres un culero con la gente, la gente será una culera contigo y si eres chido con la gente la gente será chida contigo.
Pero ya he visto muchos casos que no son así, donde un tipo,tipa es bien culero con otra persona, y esa otra persona sigue ahí siendo chido.
¡Saludos!
Joako
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