En abril de este año se
cumplieron 80 años de la publicación del histórico Action Comics #1, la revista de historietas en la que debutó
Superman. Es motivo para celebrar. Superman fue el primer superhéroe de cómic
propiamente dicho y un ícono cultural reconocible en todo el mundo. Pero,
¿quién es Superman y cómo llegó a ser?
Superman ha sido muchas cosas a
lo largo del tiempo. Un vigilante en pos de la justicia social, una encarnación
del statu quo estadounidense, un
símbolo de tiempos ensoñadores más simples, o una metáfora de la cultura
popular en su conjunto. Partamos desde un inicio.
En aquel ya octogenario número de
Action Comics, los creadores Jerry
Siegel y Joe Shuster nos presentan a Superman, textualmente, como un “campeón
de los oprimidos”. ¿De qué hablan? En sus primeras apariciones, Superman no
combatía robots gigantes, monstruos extraterrestres ni científicos locos. Él
defendía a los débiles contra los poderosos: un hombre condenado injustamente a
la silla eléctrica o una mujer apaleada por su marido. Castiga a los corruptos
e intocables: una pandilla de gángsters y un cabildero que manipula a los
políticos para favorecer a los fabricantes de armas.
Así, vemos que Superman nace de
un anhelo por parte de quienes carecen de poder y son oprimidos por los que sí
lo tienen; nace como una oportunidad para que aquéllos sublimen sus
sentimientos de impotencia y su deseo de justicia, imaginando que un
superhombre puede venir a deshacer estos males.
Superman nació en una época
difícil. En 1938 la Gran Depresión no tenía ni una década de haber ocurrido, y
los años 30 fueron la era dorada de la mafia. Tanto Siegel como Shuster eran hijos
de inmigrantes judíos y les tocó vivir una era en la que el antisemitismo era
común, incluso en el país que años más tarde se alzaría como vencedor de la
Alemania nazi. Pero también era una sociedad en la que el progresismo de
Franklin D. Roosevelt, y su abierta oposición al nazismo inspiraba confianza.
Desde la década de los 40 un
Movimiento por la Tolerancia había surgido en los Estados Unidos como una
defensa contra la ideología nazi, también en auge por aquellos días. Incluso
después de la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, muchas personas y
organizaciones consideraban importante mantenerse en lucha contra las ideas
racistas y xenófobas, para impedir que recuperaran terreno.
Así, en 1949 el ya espectacularmente
popular Superman protagonizaba un póster en el que decía a un grupo de niños: “Y
recuerden, chicos y chicas, su escuela –como nuestro país- está conformada por
americanos de muchas diferentes razas, religiones y orígenes nacionales. Así
que si ustedes escuchan a alguien hablar mal de algún compañero, o de
cualquiera, por su religión, raza u origen, no lo duden: díganle que esa forma
de hablar es anti-americana”.
No todo el mundo pensó así, sin
embargo. El estilo de patriotismo tolerante de Superman y su visión de unos
Estados Unidos diversos y multiculturales, fueron vistos con sospecha. Las
organizaciones que impulsaban el Movimiento por la Tolerancia cayeron bajo la
mirada de legisladores suspicaces, que veían toda expresión de progresismo como
peligrosa propaganda comunista. El macartismo estaba a punto de empezar.
En 1954 el psiquiatra Fredric
Wertham publicó su infame La corrupción
del inocente, en la que usaba argumentos falaces para culpar a los cómics
de todos los males de la sociedad. Una gran campaña contra las historietas fue
lanzada en nombre de preservar los valores conservadores de una sociedad que
vivía bajo el temor de la Guerra Fría. Para sobrevivir, los cómics se volvieron
más infantiles, con historias repetitivas y francamente bobas. De ahí viene la
mala fama de Superman y de los personajes de DC en general, como personajes
infalibles y acartonados.
Con todo, la censura y
autocensura obligó a los creativos a usar su imaginación. Aquella época podría
ser muy campy, pero en retrospectiva
se aprecia como algo completamente alocado que raya en lo surrealista. Superman
enfrentaba a villanos de caricatura,
sufría por kryptonita de todos los colores del arcoíris y tenía que
mantener a raya a una Lois Lane que nomás andaba todo el tiempo intentando
casarse con él.
En la segunda mitad de los 60, la
llegada de Marvel Comics y las creaciones de Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko
cambiaron el escenario y DC también tuvo que reformarse. La década de los 70
fue una de mucha experimentación, en la que Superman se topó con situaciones
diversas y dilemas morales. En una entrada anterior, hablé de cómo unas
historietas de Superman en los 70 lo muestran enfrentando problemas del mundo
real, como el racismo y el maltrato a los migrantes.
Esa fue la misma década en la que
apareció la película dirigida por Richard Donner y protagonizada por el
inmortal Christopher Reeve, quien nos dio una de las versiones más emblemáticas
de Superman (1978). El reparto, que incluía a actores consagrados de la talla
de Marlon Brando y Gene Hackman, junto a nuevos talentos como Margot Kidder y
Terence Stamp, y el tono épico, casi bíblico, de la cinta, marcó un estándar de
lo que se podría esperar del cine de superhéroes y sin el que sería imposible
imaginar el actual boom que se vive
en nuestros días. Además, el Superman era al mismo tiempo más humano y más
adulto que su contraparte de las historietas.
En conjunto, los cómics de
aquella década y la película sentaron las bases de la renovación que vendría en
los 80, que trajeron un rediseño total del Universo DC y de Superman. Sus
poderes se hicieron más limitados y sus historias se volvieron más realistas y
adultas. Esto fue gracias al trabajo de John Byrne en The Man of Steel (1986), la miniserie que dio inicio a esta nueva
era. Durante las décadas siguientes, y hasta la fecha, escritores y artistas se
han debatido entre las aproximaciones que serían adecuadas. ¿Con bases
realistas o absolutamente fantástico? ¿Retro y nostálgico o innovador y
revolucionario? ¿Más humano o más divino?
Pero desde su creación hay una
constante. Los fans y autores estadounidenses a menudo insisten en que el Big
Blue Boy Scout es la representación de lo que debería ser el sueño americano,
un ideal que demasiado a menudo ha quedado en el olvido o utilizado como
fachada cínica de intereses mezquinos. Pero como niño mexicano que ama
Superman, yo siempre lo sentí como la encarnación de un ideal universal y cosmopolita.
Se ha vuelto lugar común menospreciar
a Superman. Que si es demasiado poderoso, que si es aburrido o si es demasiado
bonachón. Tales acusaciones por lo general están hechas por quienes no han leído
a Superman en muchos años y no han entendido de qué va el personaje. Su bondad
intrínseca no es un defecto, sino lo que marca su esencia, lo que lo hace tan
indispensable en un mundo cínico y desesperanzado.
Los ochenta, en particular tras
la obra de Alan Moore y Frank Miller, nos dejaron un gusto por superhéroes
oscuros y atormentados. Eso está muy bien e incluso algunas de historias de
Superman han llegado a ser bastante oscuras. Pero lo importante es que, si bien
el escenario al que se enfrente nuestro héroe puede ser sombrío en extremo, él
tiene que ser esa luz en la oscuridad.
La comparación de Superman con
Batman, a menudo en detrimento del primero, es también ya un lugar común. Es
cierto, Batman tiene algunas de las mejores historias que se han escrito para
el noveno arte; incluso algunas de las que han influido directamente en el
desarrollo y evolución del medio. Pero Superman no es Batman y no se puede
esperar que lo sea. Si Batman es un agente de la justicia punitiva, el demonio
que castiga y aterroriza a los pecadores, Superman es un símbolo de la esperanza,
una deidad solar que protege e inspira.
Lo cierto es que Superman no
cuenta con una bibliografía de clásicos tan impresionante como la de Batman. Es
un personaje difícil de trabajar y pocos escritores lo han entendido bien a lo
largo del tiempo. Las mejores historias de Superman no tratan de sus poderes,
sino de su personalidad; son profundas, moralmente complejas y conmovedoras.
Así lo han demostrado John Byrne en la ya mencionada El Hombre de Acero, así como Alan Moore en ¿Qué le pasó al Hombre del Mañana? (1986), Paul Dini en Superman: Paz en la Tierra (1998), Grant
Morrison en All-Star Superman (2008)
y Mark Landis en Superman: American Alien
(2015), por mencionar sólo algunos títulos.
Además, a pesar de lo que diga el
viejo cliché, Superman no es infalible. Se equivoca, duda, se tarda en actuar,
siente dolor y miedo. Es cierto que es muy poderoso pero no es ello lo que lo
define. Superman se ha enfrentado a seres mucho más poderosos que él, y ha
seguido siendo heroico incluso cuando sus poderes se han visto reducidos o
eliminados. La gran fortaleza de Superman es menos física que moral. Es decir,
lo más importante de este personaje no son sus poderes, su traje, su origen
extraterrestre o los villanos a los que enfrenta. Lo que lo hace ser Superman
es que, ante todo, es un buen hombre.
A nivel personal, Superman me ha
enseñado que hay que dar lo mejor de uno mismo; que cuando se tiene una
habilidad especial no debe usarse para ponerse por encima de los otros, sino
para beneficio de todos; que a veces te vas a estar muriendo de miedo, o de ira
o de tristeza, pero no puede perder la entereza: tienes que levantarte y seguir
peleando contra Doomsday.
Eso es lo importante: que
Superman nos regala la esperanza de que el bien existe y puede triunfar. A
pesar de las dificultades, a pesar de la oscuridad, a pesar de la asimetría de
poder. Superman es un reflejo de lo mejor que hay en todos nosotros, la mejor
versión de lo que podamos llegar a ser como humanidad.
Por eso, ahora que cumple 80 años de edad, le digo:
Felicidades, Superman,
y muchas gracias.
y muchas gracias.
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