Diarios de la pandemia es una bitácora de la crisis de Covid-19, una crónica de la realidad a través de la ficción. Esta entrada es del 8 de abril de 2020
Saludos, sobrevivientes. Espero que no sean menos
los que me leen desde la semana pasada. Jajaja. Perdón ☹
Siguiendo el afán de platicar acerca de obras que nos debían haber preparado para esto, aunque fuera cultural y psicológicamente,
les traigo La peste escarlata. Porque no hay mejor forma de pasar la
cuarentena que volviéndonos por completo paranoicos imaginando las mil formas en
las que todos nos podemos ir al demonio.
Jack London (1876-1916), es mejor conocido como el
autor de clásicos de aventuras como Colmillo blanco y El llamado de
lo salvaje, y por haber sido él mismo un aventurero y hombre acción. Pero
resulta que este escritor norteamericano también nos dejó una triada de obras seminales
de ciencia ficción. El talón de hierro es un ejemplo temprano de distopía,
que aún no he leído, pero espero hacerlo pronto, pues tengo entendido que ahí
deja el autor mucho de su ideario
socialista. Una que sí he leído y me pareció excelente fue Antes de Adán,
obra especulativa en la que recrea, según los conocimientos científicos de la
época, el día a día en la vida de un homínido prehistórico.
Por último, y la que nos concierne, La peste
escarlata, novelita post-apocalíptica publicada en 1912, en la que una
pandemia borra a la mayor parte de la humanidad y la sume de regreso en la
barbarie. Se trata de un texto muy breve (menos de 100 páginas en esta edición
que tengo) y de ágil lectura, cuyo interés principal reside en que desnuda lo frágil
de la civilización que hemos construido.
Nuestra historia inicia en un territorio salvaje, con
un anciano y un adolescente, casi todavía un niño, que caminan por una senda
entre la vegetación exuberante, rodeados de inquieta vida animal. El frágil
anciano contrasta con el niño de agudos sentidos acostumbrados a sondear la
naturaleza traicioneramente apacible, y de fuertes músculos acostumbrados a trabajar
y luchar por el sustento. Pronto nos enteramos de que este lugar no es sino
California, y que donde alguna vez hubo grandes ciudades, ferrovías y carreteras,
ahora Madre Natura ha “reclamado lo que es suyo”, como esas
noticias falsas sobre Venecia que has estado compartiendo en redes
sociales.
Resulta que el abuelo es de los pocos
sobrevivientes de la época anterior a la peste escarlata. Sus nietos nacieron y
han crecido en un entorno por completo salvaje, y todos ellos, menos uno, tildan
de loco al viejo cuando habla del mundo que existía antes, y que añora con
nostalgia las maravillas de la civilización desaparecida. La mayor parte de la
novelita es un relato dentro de otro relato, la narración del viejo sobre la
caída de la humanidad ante la peste escarlata, cuando él tenía apenas 27 años.
Me gusta el personaje del abuelo. Creo que en él
London pudo dejar a la perfección sus propias ideas, tanto críticas como
laudatorias, de la civilización que el ser humano había construido hasta ese
momento, una de grandes maravillas y grandes iniquidades. En efecto, el abuelo
encarna las virtudes y defectos de tal sociedad, y mientras elogia las unas,
está ciego los otros. Era profesor universitario, de literatura para acabarla
de amolar, lo que no se antoja muy útil cuando colapsa del mundo moderno (hola,
soy Maik).
Pero es él quien entiende el valor y la importancia
de preservar el conocimiento, adquirido por nuestra especie durante generaciones,
para poder volver a emerger de la barbarie más pronto que tarde, y por ello
salvaguarda todos los libros que puede en una gruta. Habla a sus nietos de la
civilización que hubo antes, con la esperanza de hacerlos entender que el
estado de barbarie en el que se encuentran no es lo único ni lo mejor a lo que
pueden aspirar. Es sólo el viejo quien tiene consciencia de que existe algo
llamado historia, que el estado de cosas actual no ha existido ni
existirá por siempre, y que podemos moldear nuestro destino. Es, por último,
quien recuerda el poder de la ciencia y se aferra a él mientras la superstición
va ganando terreno. Este párrafo contiene una lección que más nos vale recordar
estos días.
“Y ahora, hijos míos, dejad que os
prevenga contra esos charlatanes llamados curanderos. Ellos se titulan ‘doctores’,
parodiando lo que en otros tiempos fue una noble profesión, pero en realidad
son unos diablos de curanderos que fomentan la superstición y el oscurantismo.
Son unos embusteros todos; pero estamos tan envilecidos, que creemos sus
mentiras. También se irán multiplicando según aumentemos nosotros y esforzarán
por dominarnos, a pesar de ser unos farsantes. Fijaos en el joven Cross-Eyes,
que se presenta como doctor, vendiendo talismanes contra toda enfermedad,
garantizando buenas cacerías y excelente tiempo a cambio de carne y pieles…”
Por otro lado, al recordar el pasado, celebra el haber
pertenecido a una clase privilegiada que podía permitirse cultivar el intelecto
porque la explotación de los miles que trabajan usando los brazos se lo
permite.
“Nuestros proveedores de alimentos se
llamaban ‘hombres libres’, nombre que más bien parecería una burla. Nosotros,
las clases directoras, éramos dueños de las tierras, de las máquinas, de todo.
Estos proveedores eran nuestros esclavos. Les tomábamos casi todas las
subsistencias que producían y les dejábamos lo preciso para que comieran,
trabajaran y pudieran producir más…”
Unas páginas más tarde, cuando narra la
descomposición social que desencadena la violencia, falla en hacer la relación:
la desigualdad del mundo, que le permitía su posición social y su
erudición, es la misma condición que hizo a la sociedad tan vulnerable una vez que atacó
la peste.
Que es justo lo que hoy sucede. Nuestra sociedad
habría estado mejor preparada para la pandemia si la distribución de la riqueza
no fuera tan desigual, si pudiéramos permitir que la mayoría de los
trabajadores se quedaran en casa… y que toda la gente tuviera una vivienda, con
agua corriente y electricidad, para empezar; si tuviéramos un sistema de salud
pública eficiente, capaz de atender a más personas, que nadie tuviera que
endeudarse o quedar en la ruina por culpa de una enfermedad; si no hubiéramos
abandonado a tantas personas en la miseria y la ignorancia, de forma que no nos
sorprendería hoy su necia desconfianza en el conocimiento científico.
Nuestra civilización se sostiene por la labor de
millones de trabajadores, desde los productores de alimentos hasta los repartidores,
desde el personal de salud, hasta los plomeros y electricistas. Hoy por hoy,
las profesiones y oficios más vitales para el funcionamiento de nuestra
sociedad, están precarizados, lo que los hace más vulnerables a la enfermedad y
a sus consecuencias económicas. Y así, nuestra estructura social misma se debilita
a sí misma.
Más aún, cuando la desigualdad genera crimen y resentimiento
social; cuando los cientos de miles que tienen poco o nada que perder si los
palacios, rascacielos y tiendas departamentales arden en llamas; cuando hemos
dejado a clases enteras sin más que la rabia, ¿qué podemos esperar? Entonces, vemos revelarse como quimeras las ficciones sociales (riqueza, estatus, poder), que
mantenían a una élite por encima del resto, pues nada impide que la furia de los
desposeídos se desate sobre los que alguna vez fueron sus amos.
“En medio de nuestra civilización, en
los barrios de gente maleante, habíamos incubado una raza de bárbaros y
salvajes; y ahora, aprovechando nuestra desgracia, se volvían contra nosotros,
como fieras que eran, y nos despedazaban. Y de igual manera se despedazaban entre
ellos. Se excitaban con bebidas fuertes y cometían mil atrocidades, riñendo y
matándose en medio de aquella locura general.”
El otro gran defecto de nuestro viejo profesor es
su cobardía. Después de años de creerse el último hombre sobre la tierra, se
topa con una pareja de supervivientes. Se tratan de la hija de un magnate y del
que había sido su chofer. La unión no es voluntaria, y el hombre, un bruto
total, la tiene como su prisionera y esclava. Nuestro protagonista se indigna
por el trato y las condiciones en que el chofer tiene a la joven, pero no hace
nada el respecto. Incluso ella intenta convencerlo de que asesinen juntos a ese
troglodita, pero él es demasiado cobarde siquiera para considerar un plan. Esta
clase de hombre civilizado puede tener principios éticos muy altos, pero no las
agallas para defenderlos. Esta clase de hombre civilizado no sería suficiente para
salvaguardar la civilización.
Una cosa que se me había olvidado mencionar, es que,
según la novela, la caída de la humanidad ocurre en la década de 2010. Escalofriante.
La fragilidad de la civilización es, como dije, el tema central de la obra. Para
recordarnos que su colapso no es una especulación estéril, ni siquiera en el
cenit de nuestra arrogancia y falso sentimiento de invulnerabilidad, les dejo
con estos últimos fragmentos:
“Mucho antes, cuando había aún pocos
hombres en el mundo, había también pocas enfermedades. Pero según aumentaban aquéllos
y vivían aglomerados en grandes ciudades y civilizaciones, surgían nuevas enfermedades
y penetraban en sus cuerpos nuevas clases de gérmenes. Así morían infinidad de
millones de seres humanos, y cuanto más aglomerados vivían, más terribles eran
las nuevas enfermedades. En la Edad Media, mucho antes de venir yo al mundo,
diezmó a Europa la Peste Negra muchas veces. En los grandes núcleos de
población se extendía después la tuberculosis. Cien años antes de nacer yo
existía la peste bubónica y en África la enfermedad del sueño.
Los bacteriólogos luchaban con todas
estas epidemias y las destruían lo mismo que vosotros lucháis con los lobos
para defender vuestras cabras, o aplastáis a los mosquitos que se posan sobre
vosotros. Los bacteriólogos luchaban con los gérmenes y los destruían… a veces.
Había la lepra, una enfermedad horrible.
Mucho antes de nacer yo, los bacteriólogos descubrieron su germen; no ignoraban
nada de él y lo mostraban en las películas, pero nunca encontraban la manera de
matarlo. En 1894 hubo la peste exterminadora, una enfermedad que empezó en un
país llamado Brasil y que mató a millones de seres humanos. Los bacteriólogos
encontraron su germen, así como la manera de destruirlo, y la peste
exterminadora ya no progresó.
A despecho de todas estas enfermedades y
de las que iban apareciendo, los hombres aumentaban más y más. Esto, como es he
dicho, era debido a la abundancia de alimentos. Cuantas más facilidades para
procurarse el sustento, mayor era el número de hombres; cuantos más hombres
había, más aglomerados vivían y mayor era número de gérmenes que se convertían
en enfermedades. No faltaron amenazas entonces. En 1929, Soldervetzsky dijo a
los bacteriólogos que no tendrían defensa contra algunas enfermedades nuevas,
mil veces más mortíferas que las conocidas, que surgirían matando a cientos de
millones y quizá a miles de millones.”
Espero que no les quite el sueño más de lo necesario.
Como posdata, añadiré que la edición de Bruguera que leí (un volumen muy viejo,
de 1970), incluye otros relatos de London, muy diferentes a éste. Son narraciones
sobre la vida en el helado Norte que el autor conocía muy bien. Resultan
interesantes por el retrato que hace de la vida de los diferentes hombres que
arriesgaban la vida buscando fortuna en esos parajes subárticos, una especie de
salvaje oeste hiperbóreo. Los títulos son:
- Una destilería hiperbórea
- La fe de los hombres
- Demasiado oro
- La historia de Jees Uck
Lo malo es que en ellos se deja ver el racismo impúdico
del autor, firme creyente en “la misión del hombre blanco” y demás chorradas colonialistas.
Su actitud despectiva hacia indios, esquimales y negros es tan desagradable que
espantaría hasta los que que se vieran atraídos por el ideario socialista del
autor, o por sus muchas dotes como narrador. Aún así, rescataría todos los
cuentos menos el titulado Una destilería hiperbórea, cuya calidad e
interés no son suficientes para compensar el supremacismo blanco que exuda por
todas partes.
Por ahora me despido, y les recuerdo que estaré
publicando en mis diferentes redes sociales estos días. Para no perderse textos nuevos, visiten mi nueva fanpage oficial y síganme en Twitter. ¡Abur!
Más ficción pandémica para reflexionar sobre la realidad en la serie Diarios de la pandemia, en donde encontrarán análisis como:
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