A
principios de este semestre me tocó suplir a un colega profesor en sus clases
de Ética, una materia que hacía algún tiempo no me tocaba impartir. Para
una clase nos tocó abordar la teoría del desarrollo moral propuesta por Lawrence
Kohlberg (1927-1987). Según este
psicólogo estadounidense, en nuestro desarrollo personal, los seres humanos
vamos pasando por etapas en las que se va refinando nuestro razonamiento
moral, es decir, los criterios que usamos para juzgar por qué las acciones
son buenas o malas. Según Kholberg, vamos avanzando desde etapas tempranas en
las que juzgamos las acciones según nuestro interés propio (si me conviene,
está bien), pasamos por acatar normas sociales porque son las normas y llegamos
(idealmente) a una etapa en la que nos basamos en valores éticos que creemos
deberían ser universales.
Esta
teoría ha recibido muchas críticas a lo largo de las décadas, y sí saltan a la vista sus
defectos en cuando a su concepción lineal del progreso y su pretensión de
universalidad. Pero sigue siendo un interesante punto de partida para reflexionar
acerca de nuestros propios criterios y razonamiento moral. Además, esto no
es el meollo del asunto, sino un dilema que Kohlberg formuló como parte de sus
investigaciones.
“La señora Heinz padece un
tipo especial de cáncer y va a morir pronto. Hay un medicamento que los médicos
piensan que puede salvarla; es una forma de radio que un farmacéutico de la
misma ciudad acaba de descubrir. La droga es cara, pero el farmacéutico está
cobrando diez veces lo que le ha costado producirla. Él compra el radio por
$1000, y está cobrando $5.000 por una pequeña dosis del medicamento. El marido
de la enferma, el señor Heinz, recurre a todo el mundo que conoce para pedir
prestado el dinero, pero solo puede reunir $2500 (la mitad de lo cuesta). Le
dice al farmacéutico que su esposa se está muriendo, y le pide que le venda el
medicamento más barato o le deje pagar más tarde. El farmacéutico dice:
"No, yo lo descubrí y tengo que ganar dinero con él". Heinz está
desesperado y planea atracar el establecimiento y robar la medicina para su
mujer. ¿Es correcto para Heinz robar la medicina o no? ¿Por qué?”
El propósito de este experimento mental no es hallar
LA respuesta correcta, sino detonar la reflexión sobre qué es lo que creemos
correcto y por qué. Kohlberg usaba este dilema para testear las
diferentes respuestas que sus sujetos
de estudio le daban. Encontró que las personas podían responder que robar el
medicamento es correcto o incorrecto, pero lo más interesante eran las diversas
razones que daban para justificar tales respuestas, pues éstas dependían de
la fase de desarrollo moral en la que se encontraban.
De inmediato podemos pensar en un montón de respuestas posibles a este dilema:
- Robar siempre es malo y además es contra la ley.
Punto.
- La acción de Heinz está justificada porque el derecho
a la vida es más importante que el derecho al lucro.
- La situación de Heinz es comprensible, pero si viola
la ley deberá aceptar la sanción que le corresponde.
- Es el farmacéutico quien actuó de forma inmoral
primero al no compadecerse de Heinz y no aceptar un trato más flexible.
Entonces no está mal robarle.
- Que una persona haya actuado inmoralmente no justifica
que se actué de la misma forma contra ella. Nuestra conducta hacia ella deberá
ceñirse a los valores morales y reglas vigentes.
- De hecho, no se puede decir que el farmacéutico haya
obrado mal. Tiene todo el derecho del mundo a hacer lo que quiera con su
propiedad y ninguna obligación moral de ceder parte de ella para beneficio de
otras personas.
- Si todas las personas actuaran como Heinz, si robaran lo que necesitaran, la sociedad sería un caos, por lo que no se puede condonar la acción de Heinz, por más simpatía que nos cause su situación.
Y así por el estilo...
Después de haber impartido la clase sobre este tema, me
quedé reflexionando en cómo el planteamiento del mismo y las respuestas que se
le suelen dar se centran en la moralidad de los individuos, ya sea Heinz
o el farmacéutico. Es decir, es normal, ya que el dilema nos pregunta
directamente si estaría bien o mal que Heinz robara el medicamento, y no nos
invita a pensar más allá. Bueno, lo que yo quiero es precisamente eso.
Ampliemos la escala de nuestro enfoque, cuestionemos aquello que el planteamiento del dilema
da por sentado y observemos la situación desde una perspectiva social.
Entonces, quizá lo que deberíamos preguntarnos es por qué una sociedad permite
que la personas mueran de una enfermedad si la cura existe. Eso es lo
moralmente incorrecto en este escenario, incluso por encima de las acciones individuales
de Heinz y del farmacéutico. Lo moralmente correcto entonces sería organizar
la sociedad de tal forma que nadie se vea en esa situación.
Una preocupación sería, “pues si dan a todo el mundo
la cura, entonces el farmacéutico que la descubrió habría trabajado de a
gratis”. No, el farmacéutico merece una recompensa por su gran
aportación. El punto es que esta recompensa no tiene por qué ser el derecho
exclusivo de lucrar sin límites con esta creación, especialmente si el costo
social es que un número de personas siempre quedará sin acceso a ella.
Entonces, esa sociedad debería encontrar la manera de,
al mismo tiempo, recompensar a la persona que descubrió y a quienes manufacturan
el remedio, y de proporcionarlo a todas las personas que lo necesiten, o
por lo menos al mayor número posible, teniendo en cuenta todos los factores
relacionados con la producción y distribución. Colectivamente, los miembros de la
sociedad aportarán lo que puedan para que hasta quienes no puedan pagar esos
precios tengan acceso a la cura.
(Créditos de estos adorables dibujitos) |
¿A alguien le parece injusta esta solución? ¿Por qué?
¿Porque viola el derecho del farmacéutico a lucrar como quiera? ¿Porque obliga
a que personas que no necesitan la cura o que podrían costearla si quisieran,
paguen por el beneficio de desconocidos a los que no deben nada? Bueno,
entiendo por qué estos prospectos causan inquietud, pero cambiemos de
perspectiva, más allá de lo individual, más allá de la sacralización del
derecho de que cada persona haga lo que quiera con lo que es suyo y miremos
el costo a nivel social de mantener este principio como algo inviolable de
forma absoluta y en todos los casos.
Ésta es la parte en la que hablamos de la pandemia
de Covid-19 que hemos estado viviendo desde la primavera de 2020. Después
de más de año y medio de cuarentena, para finales de 2021 ya estábamos listos
para volver a las actividades normales, por lo menos en mi país, México. El
índice de contagios estaba descendiendo hasta llegar a los niveles más bajos
desde el inicio de la crisis. Soy profesor y tengo tres hijos; todos estábamos
ansiosos por volver a la escuela con nuestros horarios normales (el modelo
híbrido, mitad en línea, mitad presencial, es una aberración).
Entonces, de pronto, cayó la variante Ómicron,
los contagios se dispararon otra vez, superando por mucho los niveles más altos
de los dos años anteriores; volvieron las medidas de sana distancia, de nuevo
dejé de poder visitar a mis padres y suegros; mis hijos menores regresaron a
clases en línea, y yo me quedé con el horroroso modelo híbrido. La pesadilla,
que en diciembre parecía llegar a su fin, se prolongó otros cuatro meses.
Y todavía se niega a terminar, pues en marzo de este 2022, después de dos años
de mantenernos a salvo, el virus entró a mi casa y contagió a toda mi
familia. Me recuperé, y dos semanas más tarde, me reinfecté y eso nos ha
hecho perder las vacaciones de primavera. A muchas personas les fue mucho peor,
pues perdieron la vida o las de sus seres queridos.
¿Qué tiene que ver todo esto con el dilema de Heinz?
Bueno, es que Ómicron, detectada por primera vez en Sudáfrica, pudo haberse
evitado. Los científicos llevaban tiempo advirtiendo que mientras más
personas se contagiaran, más posibilidades había de que el virus mutara en
alguna variedad peligrosa. Pues eso fue justo lo que pasó. Ya en otros
textos he expuesto cómo los
intereses de corporaciones y políticos evitaron que se aplicaran medidas
para disminuir los contagios y evitar tantas muertes. Pero hoy quiero hablar de
un problema en específico: el acaparamiento de vacunas.
Maria Cheng y Lori Hinnant lo explican para Associated
Press:
“La aparición de la nueva
variante Ómicron y los intentos desesperados y probablemente inútiles del mundo
por mantenerla a raya son recordatorios de lo que los científicos han advertido
durante meses: el coronavirus prosperará mientras vastas partes del planeta
carezcan de vacunas.
El acaparamiento de las
limitadas vacunas contra la COVID-19 por parte de los países ricos —creando
desiertos virtuales de vacunas en muchos países pobres— significa un riesgo no
sólo para las regiones que experimentan escasez, sino para el mundo entero.
Esto se debe a que cuanto
más se propaga la enfermedad entre las poblaciones no vacunadas, más
posibilidades tiene de mutar y de volverse más peligrosa, prolongando la
pandemia para todos.”
Los gobiernos de los países ricos prefirieron pasar a aplicar
terceras dosis de las vacunas a sus ciudadanos, mientras todavía había
regiones enteras en las que menos del 10% de la población tenía siquiera la primera
dosis. Podríamos pensar que la responsabilidad de cada gobierno es con su
propia ciudadanía y que no tiene por qué preocuparse por las demás, pero eso es
volver a pensar en pequeño, porque la pandemia es global y el virus no
respeta fronteras. Al dejar que países de África siguieran sin acceso a las
vacunas, los países ricos favorecen que se prolongue la pandemia y surjan nuevas
variantes.
Jorge
Zepeda Patterson lo expresó muy bien en su momento:
“Los países más ricos han
actuado de manera unilateral, haciendo lo necesario para salvarse a sí mismos
sin darse por enterados de que vivimos en una burbuja planetaria. Delta
requirió unas pocas semanas para convertirse en la variante predominante en
Occidente a partir de su primera detección en el sudeste asiático. Con Ómicron
está sucediendo aún más rápido.
Las potencias tendrían que
haber entendido que la salud de un alemán, un sueco o un neoyorquino es tan
frágil como la indefensión en la que vive un nigeriano o un paquistaní. La
solución final contra el Covid es planetaria o no es.
El acaparamiento de las
vacunas en las sociedades occidentales y sus remilgos para participar en una
ayuda humanitaria que ponga a disposición de los países pobres una solución,
más allá de lo testimonial o simbólico, se está volviendo en contra de los
habitantes de las propias potencias.
La crisis de salud tomó al
mundo por sorpresa a principios de 2020; los gobiernos reaccionaron con las
inercias que estaban vigentes en un orden pre pandémico. Pero ahora tal
estrategia está condenada a fracasar frente a los datos que comienzan a surgir
y la amenaza de un nuevo ciclo de contagios. Tendríamos que asumir la lección y
entender que nos encontramos ante una nueva oportunidad para hacer las cosas
mejor.”
Pero son más contundentes aun las palabras de Ayoade
Olatunbosun-Alakija, vocera de la Alianza Africana para la Entrega de
Vacunas:
“Hasta que todo el mundo
no esté vacunado, nadie está seguro frente a esta pandemia, entonces, ¿cuál va
a ser la respuesta global a este nuevo desafío? ¿Va a ser una respuesta
política de proteger a las personas de cada país evitando que lleguen esos 'africanos
no vacunados'?”
Los países ricos no necesariamente habrían tenido que
donar vacunas al sur global; podrían haber puesto a su disposición el
conocimiento para que estos países pudieran elaborarlas por sí mismos; es
decir, liberar las patentes. Pero las primeras vacunas fueron desarrolladas
por científicos trabajando para grandes corporaciones farmacéuticas, las
cuales se reservaron el derecho de lucrar exclusivamente con ellas. Solamente
los gobiernos que pudieran comprar las vacunas tendrían acceso a ellas. Lo que debió
haber sucedido, en medio de la peor pandemia global en cien años, era que
cada institución que desarrollara una vacuna, la pusiera libre de patentes a
disposición de todo el mundo.
Una objeción frecuente que suele hacerse a reclamos
así es que, si no fuera por la posibilidad de lucrar fabulosamente con un
producto, nadie querría tomarse la molestia de hacer todo el trabajo que
requiere desarrollarlo en primer lugar. Pero esta visión tan pesimista del ser
humano ha sido desmentida una y otra vez a lo largo de la historia. Siempre ha
habido y habrá personas ofreciéndose voluntarias para hacer trabajo que
consideran valioso e importante, sin esperanza de recibir grandes
recompensas a cambio. Vaya, la Wikipedia, la mayor enciclopedia de la historia humana,
es hecha y mantenida por voluntarios, nomás por el puro afán de poner el
conocimiento al alcance de todas las personas posibles.
Además, siempre se me ha hecho medio absurdo el
argumento de “el ser humano es codicioso por naturaleza, hay que seguir
recompensando esa codicia”, en vez de pensar “hay que encontrar las maneras de
templar esos impulsos egoístas y cultivar en él sus otras inclinaciones y
facultades”.
Volviendo a nuestro tema, tenemos la heroica historia de Jonas Salk (1914-1995), el médico estadounidense que desarrolló
la vacuna contra la poliomielitis, una enfermedad que era el azote de
millones de personas en el mundo, causa muerte y discapacidades. Él pudo
haberse hecho millonario de haber patentado la vacuna, pero decidió no hacerlo;
la puso al servicio de la comunidad. Esto permitió que pronto quedara
accesible a muchas más personas y con ello contribuyó a que la polio dejara de
ser un problema de salud de gran magnitud. Como dijo él mismo:
“Es mucho más importante
cooperar y colaborar. Somos coautores, junto a la naturaleza, de nuestro
destino.”
¿Cómo habría seguido evolucionando la actual pandemia si
las vacunas desarrolladas por los grandes laboratorios hubieran quedado al
alcance de todos? Hoy en día ya tenemos una vacuna contra la Covid-19 libre
de patentes, desarrollada por el equipo de María Elena Bottazi, científica de origen hondureño que trabaja en el
Hospital Infantil de Texas. El problema es que ésta no pudo estar disponible
sino hasta inicios de 2022, cuando Ómicron ya era un problema. Bottazi está
consciente de que para cuidar la salud mundial no sólo se necesitan avances
científicos, sino cambiar la lógica de la producción y distribución actuales,
que está basada en el ánimo de lucro.
“Los
manufacturadores tienen que tener algo de altruismo. La desgracia fue que no se
dio ese altruismo en esa situación de emergencia y no logramos ofrecer al mundo
lo que necesitaba, y por eso estamos todavía en esta situación tan grave. Acceso global no es solo mandar la vacuna a otra
parte del mundo, acceso global es que haya acceso equitativo, que cualquier
manufacturador pueda replicar la fórmula, que cualquier persona tenga
acceso a la vacuna”
“Pues qué bueno que haya voluntarios”, me dirán, “pero
la palabra clave es ‘voluntad’. Quien quiera darla gratis que lo haga, pero
quien quiera lucrar exclusivamente con su creación también debe ser libre de
hacerlo”. Pero ésa es precisamente la actitud obtusa que nos metió en
Ómicron, así como en otros tantos problemas, por no decir crisis urgentes.
Este afán de considerar sagrado el derecho
individual, no a la justa recompensa por el trabajo, no a la cobertura de las
necesidades ni al bienestar, sino a riquezas más allá de toda proporción…
Sacralizar, repito, sin importar el daño social que cause, una prerrogativa que
en los hechos sólo un puñado de personas puede ejercer, me parece
absolutamente inmoral. Y lo anterior se puede aplicar a todos los temas que
requieren de soluciones colectivas, no sólo la salud, sino la educación, la
seguridad o la protección del medio ambiente.
Si estos ejemplos no son suficientes para inspirar un
espíritu altruista, si alguien sigue pensando que el único deber moral del
individuo es hacia sí mismo, entonces le diré lo siguiente: Güey, no te
conviene vivir en un mundo azotado por una pandemia tras otra; no te
conviene vivir en un mundo en el que no haya suficientes personas educadas; no
te conviene vivir en un mundo acercándose a una catástrofe ecológica.
¡Saludos! Éste es el ensayo número 1000 que publico en este blog. Este blog ya es mucho más que si hubiera escrito varios libros. Agradezco a mis mecenas en Patreon por su apoyo. Si te gusta mi contenido, tú también puedes ayudarme con un donativo de $1 al mes, para que pueda seguir creando y también para futuros proyectos. Este ensayo forma parte de la serie Diarios de la Pandemia. Otros textos relacionados incluyen:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario