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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

martes, 14 de abril de 2020

28 días después...

Diarios de la pandemia es una bitácora de la crisis de Covid-19, una crónica de la realidad a través de la ficción. Esta entrada es del 14 de abril de 2020


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Podemos dividir la historia del cine de zombis en tres grandes etapas. Y por ello quiero decir que se me ocurre hacerlo y que amablemente les pido que me sigan el juego. Éstas etapas serían:

Proto-Zombis: Entre 1932 y 1968. Inicia con la primera aparición de los muertos vivientes en White Zombie. En un principio son introducidos como criaturas íntimamente relacionadas con la mitología del vudú, siempre controlados por algún nigromante, como en aquélla o en I Walked with a Zombie (1943). Poco a poco irían alejándose de ese origen afroantillano y las características del zombi clásico aparecerían. Por ejemplo, en Plague of the Zombies (1966), vemos las familiares hordas de muertos vivos con piel putrefacta. A sólo un paso del zombi clásico está The Last Man on Earth (1964), adaptación de la novela Soy Leyenda de Rirchard Matheson. En ella no hay zombis, sino vampiros, pero éstos se comportan más como los torpes muertos descerebrados que como seductores chupasangre, además de que son producto de una epidemia, y la causa de un apocalipsis global.


Zombis Clásicos: Entre 1968 y 2002. Inicia con la obra fundacional de este género, Night of the Living Dead, de George Romero. Aquí se establece al zombi arquetípico, un putrefacto cadáver ambulante que come carne humana, que contagia su condición con una mordida, y al cual sólo se le puede detener destruyendo su cerebro. Estas criaturas son capaces de derrumbar la civilización, por lo que las pelis de zombis serían, casi siempre, apocalípticas. Otras cintas notables de esta etapa son las secuelas Dawn of the Dead (1978), Day of the Dead (1985), y el refrito de Night of the Living Dead (1990). Lo curioso es que en las cintas de Romero jamás llaman “zombis” a los muertos vivientes…

Claro que había sus variaciones, como la fuerza o velocidad de los zombis, su motivación, su inteligencia y perspicacia, la manera de contagio y la forma de neutralizarlos, etc. Así tenemos la saga The Return of the Living Dead, iniciada en 1985, y Braindead (1992), y muchas imitaciones que todas ellas inspiraron. Algunas películas incluso anunciaron tempranamente algunas de las características que luego definirían a los zombis modernos, como The Crazies (1973), también de Romero, y Rabid (1977) de David Cronenberg. Pero todos estos zombis partían de una forma u otra del modelo básico introducido por la clásica de 1968.


Zombis Modernos: De 2002 hasta la fecha. Inicia con 28 Days Later, en la que los zombis no son muertos ambulantes, sino seres humanos vivos, infectados con un raro virus que los vuelve implacablemente violentos y los despoja de casi toda su humanidad. La otra gran novedad que introdujo esta peli fue la idea de los “zombis rápidos”, no ya cadáveres que apenas se pueden sostener en pie, sino depredadores que pueden moverse con velocidad y fuerza incluso mayores a las de seres humanos normales. Son auténticos monstruos que rugen más que gemir y cuyos sentidos pueden llegar a ser muy agudos. Con esta peli los zombis quedaron inextricablemente relacionados con las epidemias; a menudo su existencia se debía a la propagación de un virus.

Este nuevo tipo de zombi se volvió más o menos la norma (con sus variaciones, como siempre), y así, en el refrito de Dawn of the Dead (2004), los muertos vivientes se parecían más a los infectados que a los zombis clásicos de la versión original. También eran similares los poseídos de la española Rec, los mutantes de la nueva versión de I Am Legend (ambas de 2007), los infectados de Zombieland (2009) y de World War Z (2013), los parasitados de The Girl with All the Gifts (2016) y los auténticos redivivos de Tren a Busan (2016).


Cierto es que los zombis clásicos siguieron apareciendo en el siglo XXI, como en las dos primeras películas de Resident Evil (2002 y 2004), así como, por supuesto, las últimas entregas de la serie de Romero: Land of the Dead (2005), Diary of the Dead (2008) y Survival of the Dead (2009). La novela original de World War Z (2006), el cómic The Walking Dead (2003-2019) y la serie de TV basada en éste (2010-2020), retomaban el concepto de zombi directamente de la obra de Romero, mientras que las comedias Shawn of the Dead (2004) y Juan de los muertos (2010), lo parodiaban.

Sin embargo, todas esas obras existieron porque 28 Days Later detonó un boom en el cine de zombis que dominó la primera década del siglo, y que todavía tuvo ejemplos muy admirables en la segunda. Y esto es precisamente a lo que quería llegar, a la importancia de esta película de Danny Boyle, que no sólo creó un nuevo tipo de zombi, sino que dio inicio a toda una etapa en la historia de la cultura pop: casi sólo he mencionado películas, pero el furor alcanzó los cómics, videojuegos, literatura y series de televisión. Por cierto, es interesante ver cómo ha evolucionado el cine de zombis en esta tercera etapa, desde el horror sin más, pasando por la parodia hasta derivar en auténticos dramas; todo ello estaba ya presente en este clásico británico, a mi gusto, una de las mejores películas de terror de la historia.

XXVIII


¿A qué viene todo esto? Según mi conteo, que inicia con el primer día en el que ya no volví a trabajar ni mis hijos volvieron a la escuela, el pasado viernes 10 de abril fue mi día 28 de cuarentena. Como estoy de ocioso y soy un friki, me pareció que la mejor forma de conmemorar este hito era revisitando el clásico de Danny Boyle, y además para que mi mayorcito lo viera (y se aterrorizara) por primera vez. Esto forma parte de la nueva sección que he creado para el blog, Diarios de la pandemia, y sé que es trillado y que todo el mundo está haciendo recomendaciones de cosas por el estilo, pero igual y yo puedo decirles algo que nadie más les diga, o por lo menos hacerlo con más gracia. De modo que no quiero conformarme con reseñar esta peli, sino que pretendo extraer de ella alguna enseñanza o reflexión útil, o por lo menos relevante, para estos días…

Pues, ¿por dónde empezamos? Quisiera llamar su atención hacia esta película. Mírenla bien, más allá de los sucesos que construyen la trama; desde un primer momento podrán notar cuán diferente es a otras del género. Tómense un momento para fijarse en la dirección de cámara, en la fotografía, en el montaje… Miren cómo Boyle usa tomas amplias para y estáticas cuando quiere transmitir desolación, como en la siempre referenciada secuencia en la que Jim, nuestro protagonista interpretado por Cillian Murphy, camina solitario por las calles desiertas de Londres. No hay un solo zombi a la vista y, sin embargo, Boyle logra construir una penetrante sensación de intranquilidad.


Cuando nuestros héroes atraviesan la carretera y el campo, hay tomas casi surrealistas: los campos de flores, las turbinas eólicas, las ruinas medievales, los caballos al galope. Todos son huellas de la anterior presencia humana, y de su actual ausencia. Son tomas hermosas, pictóricas, que nos muestran que nuestros héroes están seguros y al mismo tiempo que su mundo ha perecido. Los campos y granjas modernos tendrán el mismo destino que las ruinas medievales. Dominan los tonos de azul y verde.  

Fíjense cómo, en cambio, cuando hay un ataque zombi, cambia todo. El montaje es frenético, tan desencajado como los movimientos espasmódicos de los infectados; cada cuadro, muy cerrado y angular, dura un instante y se suceden imágenes apenas comprensibles, transmitiendo una sensación de claustrofobia, vértigo y peligro inminente, como si ya tuvieras al monstruo encima. Dominan el rojo y el negro.


Son sólo unas observaciones muy básicas y fáciles de captar, que nos permiten darnos cuenta de inmediato que no estamos aquí ante una película de serie B. Éste es el trabajo de un artista, del que nos había dado Trainspotting y The Beach, y que en unos años más tarde nos regalaría Slumdog Millionaire. El guion, no puedo dejar de mencionarlo, es de Alex Garland, quien años más tarde nos daría joyitas de la ciencia ficción como Ex Machina y Anihilation. Y tuvimos la inmensa fortuna de que dos artistas con ese talento y esa voz nos hicieran una peli de zombis.

Pero basta de alabanzas. 28 Days Later puede ser una magistralmente eficaz película de horror y suspenso, una de las más estresantes que he visto, y como plus, hermosamente realizada, pues en el arte, hasta lo grotesco y aterrador puede ser hermoso. Pero ¿tiene algo que decirnos a nosotros, pasando por una pandemia muy real y muy diferente? Depende, joven.

28


Si la tomamos literalmente, la enfermedad de esta película es absurda. Aunque pudiéramos imaginar un virus que volviera a la gente incontrolablemente agresiva (como la rabia, por ejemplo), ninguno podría infectar a nadie tan rápido. Las mordidas de zombi clásico tomaban unas horas en convertir a una persona; las de infectados con el virus de la ira, toman segundos, y basta que una gota se sangre o saliva infectada entre en el organismo para invadirlo por completo. Ningún virus puede reproducirse tan rápido. Además, ¿por qué un infectado con ira atacaría sólo a los no infectados? Si lo que tienen es una rabia incontrolable, ¿cómo no se destruyen entre sí? Más aún, entiendo que la ira les impide sentir dolor ni cansancio, ni hambre ni sed, pero ningún cuerpo humano puede vivir de pura adrenalina durante semanas. Vaya, con tres días sin beber te mueres, sin importar lo emputado que estés, y más si andas vomitando sangre a diestra y siniestra como estos zombis.

Una epidemia como ésa no podría propagarse hasta infectar a toda la Gran Bretaña. Si los síntomas se desarrollan tan rápido, los infectados acabarían con un espacio densamente poblado, incluso con toda Londres. Estoy dispuesto a creerme eso, y por lo mismo que sería más factible sobrevivir a grupos pequeños que a grandes números, aunque estuvieran armados. Pero, ¿cómo se propagaría la infección a otras poblaciones? Cualquier transporte con tan siquiera un infectado se estrellaría en segundos. La única motivación de los infectados es atacar a las personas sanas, y cuando no hay víctimas a su alrededor se quedan ahí tirados. ¿Qué los llevaría a atravesar carreteras y campos para contagiar otras ciudades y pueblos?

Por supuesto, esta enfermedad ficticia está diseñada ad hoc para que dé como resultado la serie de acontecimientos que los realizadores nos quieren contar. Por eso no hay que buscarle tres pies al gato, aunque este video sobre la ciencia del virus de la ira no está nada mal. La cosa no es tomar esta epidemia de forma literal, sino como una metáfora. ¿De qué? De nosotros mismos, de la humanidad, de nuestras violencias.


La película inicia con imágenes de violencia de masas en la vida pública, expuestas a unos pobres chimpancés, que fungen como conejillos de indias en unos experimentos realizados con muy poca ética. En una escena, el Mayor, interpretado por el Noveno Doctor, dice que, de fondo, con la epidemia o sin ella el mundo es el mismo: gente matando gente. Cuando Jim (Cillian Murphy) se enfrenta a los militares, actúa con tanta rabia que Selena (Naomi Harris) por un instante lo cree infectado. Para subrayar este tema, la secuela 28 Weeks Later nos muestra a un infectado (Robert Carlyle), matar a su esposa de la misma manera en la que Jim había ejecutado a su enemigo: hundiendo sus pulgares en los ojos de la víctima. De alguna forma, nosotros, los seres humanos ya estamos infectados con ese virus de la ira, la agresión incontrolable; en la cinta sólo lo vemos elevado a su máxima expresión, de forma que anula todos los otros impulsos, emociones, pensamientos y deseos.

Se ha dicho que las películas de zombis reflejan nuestro miedo a las masas que actúan sin razón. Piensen en un motín o en una turba linchadora: no hay una mente con la cual se pueda dialogar, una conciencia a la cual apelar, sólo la implacable sed de sangre. Por eso las películas de zombis siempre tratan de hordas; como quiera, uno puede defenderse de otro ser humano, por más no-muerto que esté, pero contra incontables legiones no podemos hacer nada.

Miremos ahora a nuestra pandemia actual. Pensemos en las diferentes formas de furia colectiva irracional que se han manifestado sin necesidad de que un virus afecte nuestro sistema nervioso (no directamente, pues). Están los ataques racistas en Estados Unidos, contra personas de origen asiático, basándose en la absurda creencia de que éstas cargan con el virus. En el Reino Unido, unos pobladores destruyeron unas antenas de la red 5G, que según una teoría conspirativa es la responsable de la Covid-19. En la esfera privada, durante esta cuarentena ha aumentado la violencia doméstica. Y en nuestro México ha habido múltiples ataques al personal de salud, incluidas dos amenazas de quemar hospitales. El único sinsentido más grande que atacar a un inocente es atacar a quien te cuida de aquello a lo que temes.


Pero ahí es precisamente donde la metáfora de 28 Days Later empieza a mostrar sus límites. El miedo es una emoción aún más primordial que la ira; ésta bien puede ser una reacción al miedo, trocando nuestro terror a lo que nos hace sentir amenazados por el deseo de destruirlo con nuestras propias manos. Es el miedo -al contagio, a la enfermedad, a la muerte- lo que en primer lugar mueve a que esas personas se comporten como simios infectados.

Además, no toda la agresividad ni la violencia se expresan en forma de furia incontrolable. La violencia puede ser ejercida con frialdad y cálculo. El felino no mata a su presa porque esté enojado con ella. La violencia puede estar motivada por la codicia o el deseo de poder. Los líderes políticos no suelen declarar guerras en arrebatos de rabia, sino tras hacer cálculos de costos y beneficios. Las peores violencias de este mundo no son físicas, sino sistémicas: los grupos poderosos que oprimen y explotan a las personas que poco pueden hacer para defenderse.

En la tradición de los zombis clásicos, empezando con Romero, el mayor peligro siempre lo representan los otros humanos. No es la excepción en 28 Days Later, donde un grupo de soldados se revelan como los verdaderos villanos de la película. Las fuerzas armadas, que se supone deberían protegernos, se convierten en un depredador peor que los infectados. Sólo uno de estos militares, el sargento Farrell, interpretado por Stuart McQuarrie, tiene aún consciencia moral y se opone al abuso que sus compañeros planeaban cometer. Es también este personaje quien enuncia la cita más memorable de la película:

“Si miras toda la vida en el planeta, nosotros, ya saben, los humanos, sólo hemos estado por aquí lo que dura un parpadeo. Así que, si la infección nos elimina a todos… ése es un regreso a la normalidad.”


Entonces, ¿somos nosotros el virus? Estos días se han compartido muchas noticas falsas sobre animales que regresan a sus viejos territorios ante la falta de los humanos. Pero algunas notas sí son verdaderas, en especial en lo que concierne a la disminución de contaminantes en el ambiente, ahora que todos estamos en casa peleándonos con nuestras familias en vez de saliendo a consumir. Prueba de que nosotros somos el problema, ¿no?

Bueno, sí y no. O sea, sí, porque es la acción humana la causante de tanta destrucción a nuestro planeta y a nosotros mismos. Pero no necesariamente tiene que ser así. Podríamos pensar como el Mayor, y que los zombis despedazando a la gente es la normalidad de siempre. Pero no es así: somos más que bestias guiadas por deseos egoístas que se sirven de impulsos agresivos. La historia de nuestro cuarteto de sobrevivientes lo demuestra: hay más. Hay amor, amistad, familia, cuidado mutuo, cooperación y esperanza.


Incluso cuando Jim deja surgir su lado más bestial, no lo hace descontroladamente, sino con una estrategia y un propósito, proteger a los que ama. Él no era por naturaleza violento, ni tenía por qué serlo de no haberse encontrado en esa situación. La violencia es una respuesta estratégica al entorno, una posibilidad de varias que tenemos los seres humanos en nuestro repertorio para la lucha por la supervivencia. No es una maldición a la que estemos condenados; quitemos los motivos y las facilidades para ejercerla, y veremos cómo disminuye.

De la misma manera, no estamos condenados a ser una plaga para nuestro planeta, ni unos para los otros. Para empezar, porque es sólo una minoría privilegiada la que consume la mayoría de los recursos y emite la mayor parte de los contaminantes, mientras deja a millones sin lo necesario para tener una vida digna. Para continuar, porque este sistema socioeconómico que requiere de consumo constante, que elimina los lazos de solidaridad entre iguales y condena a la mayoría a la frustración y el resentimiento, no es el único que somos capaces de concebir ni de crear. Como especie, hemos demostrado que bien podemos ser la horda de zombis sin mente, guiados sólo por nuestra hambre y nuestra furia. O podemos ser más que eso. Pero ningún virus lo va determinar por nosotros. La elección es nuestra.


Más ficción pandémica para reflexionar sobre la realidad en la serie Diarios de la pandemia, incluyendo obras como...

4 comentarios:

AM dijo...

Esta peli tuve la fortuna de verla en el cine cuando llego.
Que ganas de volver a un cine tengo. A ver una buena pelicula.
Aunque creo que la m{as acertada por estos dias es Tiburon.

Maik Civeira dijo...

Tiburón por el alcalde que se niega a cerrar las playas aunque hay gente muriendo, ¿no?

AM dijo...

Uno de los íconos admirados por Boris Johnson.

Maik Civeira dijo...

Claramente :/

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