I. Mamá tenía razón
Buenos días, gente bonita. Perdón por el título
clickbeitero, pero de mi editora aprendí que si no pones cosas así nadie te
pela. El título honesto habría sido algo así como “Por qué deberías poseer una
copia de cada libro, película y álbum musical que disfrutas, de forma legal o
no”. Que es de lo que realmente se trata el siguiente despotrique nostálgico
y moderadamente anticapitalista. Y lo de “moderado” es para no espantar a
los normis.
Así que sí, voy a argumentar por qué no debiste (debí, debimos) deshacerte de tus viejos casetes de VHS. Digo, si eres, como yo,
un Millennial geriátrico que vivió los tiempos en que tales cosas existían. Si
eres de una generación más joven, bueno, los mismos argumentos van a valer para
los Blu-rays que pudieran tener tus papás. Los motivos para conservarlos son
estéticos y nostálgicos, por supuesto, pero también porque hay que resistir
contra la monopolización de la cultura en este capitalismo tardío.
Veamos, hace algunos meses estuvo circulando un video del
tikititok en el que una adolescente se burlaba de la colección de CDs de su
madre: “¿Para qué quieres todas estas cosas, si puedo poner en el celular
cualquier canción que quieras?”. La señora, basadísima, le respondía que a
veces no se acuerda de todos los discos tiene o de qué canciones vienen en cada
uno, y que por eso le gusta revisar entre su colección y redescubrir su
música.
respect this mother pic.twitter.com/iOpTCe0ICu
— BRAD ESPOSITO (@bradesposito) October 25, 2022
Esto es muy, muy cierto. Mi coche sólo tiene entrada de USB;
ahí conecto una memoria flash (un R2-D2 que me regaló un amigo) lleno de
álbumes en mp3, pirateados como Dios manda. Cada dos o tres semanas cambio
la selección de álbumes; algunos son recién descargados, en mi afán de siempre
explorar música nueva (nueva para mí, que bien podría haber salido hace 50
años), otros son favoritos de siempre a los que regreso de vez en cuando.
Sucede que a veces escucho algún álbum que descargué muchos años antes, y me
encuentro con canciones de las que no me acordaba, y que no me acordaba de que
me gustaban.
Ahora, mi situación y la de esa guapa mamá son similares, excepto
que yo no tengo una gran colección de CDs, porque soy maestro de prepa y por lo
tanto pobre, además de que tengo tantos hijos que haría llorar a los guionistas de Soylent Green. Pero el asunto de fondo es el mismo: es importante poseer
copias de la música que te gusta, porque la experiencia de consumir vía streaming
es muy diferente y no te permite hacer lo mismo.
Más adelante argumentaré el por qué conservar los artefactos
que contienen las obras es mejor que tener copias digitales. Pero también
entiendo que la tecnología moderna puede ser más conveniente y cómoda, lo
hace todo más fácil de almacenar y de tener a la mano. Digo, si no tienes mucho
espacio en tu casa (que con la actual crisis de vivienda es lo más probable), o
si no tienes el aparato que se requiere, conservar CDs o DVDs o libros puede
ser muy engorroso. En cambio, tener decenas de álbumes, películas y discos en
un disco duro externo de un terabyte (una de las mejores inversiones que he
hecho en la vida) es sencillo y conveniente.
Pero, ¿es ético? Mi respuesta rápida es SÍ.
II. Cuando uno se muere con una sirena…
No podemos dejar la cultura en manos de las corporaciones. El
acceso a la cultura es más importante que el derecho al lucro de gente que
ya de por sí es rica. Es más ético piratear que pagarle a Spotify o a Disney, o
a cualquiera de estas corporaciones monopólicas que explotan a empleados y
artistas. Mi sueño utópico es que cada uno de nosotros aporte lo que pueda, y
que de ese fondo se recompense a artistas y creativos por su trabajo, el cual
debe estar disponible para todo el mundo.
De hecho, ésa es más o menos mi praxis con la
piratería. Ya pago mis servicios de streaming, y antes de esta
maldita inflación también pagaba mis boletos de cine una o dos veces al mes.
Compro libros en físico siempre que puedo, y en esporádicas ocasiones me regalo
una película en Blu-Ray o un álbum en vinilo. Con eso aporto lo que puedo a
la industria cultural para que siga produciendo contenidos, pero como a
veces quiero ver o escuchar algo que no está en estos servicios, me lo descargo
sin culpas. Y es recíproco: yo ya pago Netflix, así que si tú no puedes y
quieres descargarte alguna serie de esa plataforma, adelante.
Tal es mi filosofía: paga lo que puedas, piratea lo demás;
paga para que alguien más pueda piratearlo; piratea sin culpas, que alguien más ya
pagó. O dicho de otra forma: “cada quien según sus posibilidades, y a cada
quien según sus necesidades”.
Pero, ¿no afecta esto a los creadores? Nada o muy poco.
Porque las personas, como su seguro servidor, no piratean algo que podrían
estar pagando, sino lo que no podemos pagar, ya sea porque no nos alcanza o
porque no está disponible. Si no lo pirateáramos, tampoco lo pagaríamos, así
que da igual.
Además, los artistas y trabajadores que crearon las obras ya
recibieron un sueldo, justo o injusto, y el grueso de las ganancias que se
obtienen del público van a parar a los ejecutivos de empresas monopólicas
que llevan a cabo prácticas muy cuestionables, desde la explotación de los
creadores hasta competencia desleal para hundir a pequeños negocios. Avengers:
Endgame fue la película más taquillera de todos los tiempos en 2019, pero a
los artistas de efectos especiales de Marvel de todos modos les pagan una
mierda y los sobrecargan de trabajo, y la piratería no va a cambiar eso. Y así
seguirá hasta que aprendamos a distribuir con justicia las millonarias
ganancias de los productos de la cultura popular moderna entre quienes la hacen
posible, desde los intérpretes más populares hasta la persona que limpia los
baños del estudio de grabación.
¿Y la piratería no es ilegal? Sí, pero no me importa.
Anarquismo, nena. A menos que la piratería se practique con ánimo de lucro,
no se puede comparar con el hurto y desde mi perspectiva no representa un acto
inmoral. Pero hay razones que legitiman la piratería más allá del acceso
personal a la cultura, y se trata de la preservación de la cultura.
III. Copistas de la modernidad
Hace siglos, mucho antes de que el capistalístisimo concepto
de copyright fuera inventado, antes siquiera de que la imprenta fuera
inventada, en plena Edad Media, la única forma de copiar un libro era
hacerlo a mano, palabra por palabra, letra por letra. En los monasterios
medievales, monjes especialistas se dedicaban a copiar, traducir e ilustrar
manuscritos, con lo que contribuyeron a la preservación del conocimiento
durante siglos.
Hoy Internet está lleno de gente que voluntariamente, y sin
esperar nada a cambio, pone a disposición del público obras de arte y
entretenimiento. Son los (y las, y les) copistas de hoy en día,
preservando el conocimiento y poniéndolo al alcance de los demás. Especial
mención merecen quienes preparan subtítulos para las películas pirateadas.
Diosito me los bendiga.
Les cuento algo: en el verano del 2022 estaba viendo con mi
hija mayor Infinity Train, una de las mejores y más imaginativas
series animadas de los últimos años. Estábamos terminando la primera temporada
y listos para ver la segunda cuando HBO Max la retiró de su plataforma.
Hasta el momento de escribir estas líneas, no hay otra opción para ver esta
serie que la piratería.
Eso nos puede pasar con todo. De hecho, HBO acaba de retirar,
sin un “¡agua va!” la estupenda serie Westworld. Todos los servicios
de streaming se reservan el derecho de hacer lo mismo. Spotify, además
de monopolizar el mercado y explotar artistas emergentes, puede
retirar cualquier contenido de su catálogo, y te quedas sin oportunidad de
acceder a él. Mantener contenidos en una plataforma sale caro, y en épocas de
vacas flacas no dudarán echar por la borda lo que sea menos popular, lo cual es
un martirio si no eres un básico con los gustos más mainstream del mundo.
Vamos, ni siquiera tus libros en Kindle están seguros: legalmente no los has
comprado, sino que has pagado su usufructo; en el momento que quiera, Amazon
los puede borrar de tu dispositivo y lo único que puedes hacer al respecto
para evitarlo es tenerlo sin conexión por el resto de la vida.
O sea, incluso si tienes la disposición de pagar por los
contenidos con todas las de la ley, tu acceso a ellos está sujeto al
capricho de un puñado de corporaciones. Esto es muy obvio en el caso de los
videojuegos: cientos o miles de títulos antiguos quedan fuera de circulación,
las corporaciones ya no los distribuyen de forma digital, y mucho menos de
forma física, y no queda más remedio que preservarlos en forma de roms y
emuladores. Nadie está vendiendo estas obras de todos modos, y es mucho más
inmoral enterrar un producto cultural, vedando su acceso a todo el mundo,
de lo que puede ser descargar un archivo pirata en la red.
Aunque no retiren las obras, puede ser que las tengan en versiones
modificadas, editadas o censuradas. Cuando Los Simpson llegaron a
Disney+, la imagen estaba cortada para adaptarse a las pantallas full screen
(ratio de 16:9), y no a las full screen (4:3) como las conocimos, lo que
de hecho eliminaba parte del arte original. Por suerte yo tengo las primeras 10
temporadas (o sea, las que importan) en mi disco duro.
¿Y dónde puedes ver las ediciones originales de Star Wars
sin las modificaciones hechas por Lucas en el 97, si no es en espacios
preservados por los fans? Vamos, ya ni siquiera podemos verlas con las clásicas
fanfarrias de la Fox al inicio, como las conocimos durante décadas. Hace poco
me enteré de que Disney censuró un chascarrillo medio homofóbico en la peli
original de Spider-Man del 2002, y no es que yo personalmente le tenga
mucho cariño a ese chiste ni que quiera que se normalice de nuevo ese sentido
del humor tan mal añejado; es que me molesta que tomen esa decisión por mí.
Otra razón para descargar las obras es que tampoco
podemos confiar que los sitios de piratería estarán ahí por siempre. Un
veterano de los internetz como yo les puede decir que ha visto emerger y caer decenas
de páginas, programas y formas de compartir contenidos. Press F for Napster.
Entonces, si no queremos que las corporaciones controlen el
acceso a la cultura o reescriban su historia, nosotros tenemos que hacer el
trabajo de preservación. Debemos volvernos copistas. Y vale, no todos
podemos hacerlo, en especial si sólo tenemos una laptop medio baratona con poco
espacio de memoria. Pero me gustaría invitar a que quienes pudieran lo hicieran,
pues además no se trata nomás de amasar acervo cultural de forma individual,
sino también de armar proyectos colaborativos, en plan bibliotecas digitales
a manera de espacios de resistencia.
Parece ser que las nuevas generaciones no saben piratear y
que lo hacen todo dentro de la ley, lo que me parece chocante, pero es a mí se
me hace inconcebible pagar por un servicio como Spotify y pienso que quienes lo
hacen son esquiroles. Vamos a tener que enseñarles cómo se hace y por qué es
justo y necesario.
IV. Villa VHS, antes Paraíso Beta
¿Saben qué es mejor que preservar productos culturales
digitalmente gracias a la piratería? Pues preservarlo en sus artefactos
originales. En la película La peor persona del mundo, cerca del
final, hay un diálogo muy bonito entre dos personajes, y uno de ellos dice:
“Crecí
en una época en la que cultura se transmitía a través de los objetos. Eran
interesantes porque… Podríamos vivir entre ellos. Podíamos recogerlos,
sostenerlos en las manos, compararlos…”
Dejando de lado la ironía de que vi esta película descargada
bucaneramente en mi laptop, tengo que decir que esas palabras me conmovieron
mucho y creo que son muy ciertas. Al igual que muchos en este mundo moderno, yo
solía pensar que importaba poco el artefacto en que contenía a la obra de
arte, ya que era ese contenido lo esencial. Así, al aparecer un medio de mejor
calidad, el anterior podía desecharse. Es lo que me llevó a deshacerme de la
pequeña colección de cintas en VHS que tenía, y ahora me despierto por las
noches llorando y llamando a gritos a mi trilogía de Volver al
Futuro.
A estas alturas pienso que los artefactos son valiosos en sí
mismos. Música en vinilo, audiocasetes o CDs; películas en Beta o VHS, DVDs
o Blu-rays, cartuchos de videojuegos y, por supuesto, libros en físico.
Algunos de éstos son objetos en verdad hermosos, testimonios de otras épocas,
vestigios de tendencias estéticas y tecnologías del pasado. Fueron diseñados
por alguien, tanto el arte de las carátulas como el objeto mismo, teniendo en
cuenta aspectos de estética y funcionalidad.
Incluso si ya no funcionan y ya no se puede reproducir su
contenido, son objetos que merecen ser preservados. Después de pasar varios
años construyendo una nada despreciable colección de películas en DVD
(más algunos Blu-rays), me enteré de que estos productos tienen fecha de
caducidad. Con el tiempo tienden a deteriorarse, y no hay mucho que se pueda
hacer al respecto. Encontrando cada vez más de mis películas echadas a perder,
con el corazón roto decidí dejar de comprar DVDs para siempre, e incluso
ponderé vender el grueso de mi colección para quedarme sólo con algunos
favoritos. Por fortuna recapacité y aún los conservo; que me duren lo que
tengan que durar.
Les diré algo. Nunca me compré el DVD de Jurassic Park,
una de mis películas favoritas. La razón: no me gustaba el diseño de la
carátula. Así que me quedé esperando. La película salió en Blu-ray y tampoco me
gustó el diseño. En cambio, miren el diseño de la cuja del VHS: completamente
negra con el clásico logo, justo como había sido el póster original. Era una absoluta chulada, y de pendejo me deshice de ella.
La tecnología del pasado proporciona experiencias
inigualables. La textura de muchas películas antiguas no fue pensada para
televisores en 4K, y en la transición algo de lo original se pierde. Un buen
ejemplo de esto lo ofrecen los videojuegos viejitos. Fueron diseñados
para verse bien en viejas pantallas de tecnología CRT en proporciones de 4:3.
Por eso, aunque puedes descargar los juegos en tu consola de última generación
y jugarlos en tu televisor HD, no se van a ver igual. Además, la experiencia de
juego no es la misma sin los controles originales en la consola original.
Estos artefactos nos hablan también de formas de
interacción social que ya no existen. Un VHS te habla de videoclubes, un CD
de tiendas de discos; te habla de recorrer los pasillos de alguno de estos
establecimientos en busca de algo nuevo, quizá un apasionante descubrimiento, y
de las otras personas que compartían esos espacios contigo. En la carátula, una
persona especial te pudo haber puesto una dedicatoria, y al verla siempre
recordarás esa relación.
El año pasado andaba
queriendo ver 12 monos y no estaba en ninguno de los servicios de streaming
que mis hijos me obligan a pagar. Así que puse el DVD. Vi la película y, ya
encarrerado, puse el documental que trae como contenido adicional. Qué cosa tan
bonita. Eso no lo obtienes ni en Netflix ni en la piratería. Luego están
detalles como los cuadernillos que algunos DVDs y Blu-Rays traían. Todo esto es
contenido valioso.
El debate libro físico vs libro digital es una
pérdida de tiempo; que cada quien lea lo que más le acomode. Yo prefiero el
físico, pero leo en mi Tablet si no hay de otra. Eso sí, a diferencia de la
música, las películas y los videojuegos, los libros en físico no necesitan de
otro artefacto para disfrutarse (excepto, quizá, una fuente de luz y unos
anteojos). Si mi Tablet se cae al suelo y se jode, me chingo, porque además no
son baratas y sé que tardaré años en poder comprarme otra. A esto suele
responderse que igual si se quema tu biblioteca te chingas. Vale, es cierto,
pero seamos sinceros y contemos cuántas veces se ha quemado nuestra vivienda y
cuantos aparatejos hemos perdido por algún descuido o mala suerte.
Como dije al principio, entiendo que guardar los antiguos
artefactos en los que nos transmitíamos la cultura puede ser un inconveniente
para muchas personas. Por eso no te digo que te quedes con tanto cachivache,
que eso
no lo aprobaría Marie Kondo; pero si te vas a deshacer de ello, procura
dárselo a alguien que sepa apreciarlo y pueda conservarlo. Sí, hay personas que le saben a la restauración y mantenimiento de viejos artefactos.
Ésta no es una simple cuestión de nostalgia. No estoy
pidiendo que regresemos a las tablillas de arcilla con caracteres cuneiformes,
pedazo de mamador. Lo que estoy diciendo es que no destruyamos las tablillas de
arcilla con caracteres cuneiformes, porque son parte de nuestra historia y
nuestra cultura. Ya hay un mercado de coleccionismo, pero ese tipo de acumulación privada y la especulación que viene con ella son otras trampas capitalistas. Deberíamos empezar a
construir bibliotecas y museos de forma comunitaria, de manera que no sean simples colecciones privadas,
sino espacios de resistencia no sólo a la monopolización de la cultura, sino a
la obsolescencia deliberada que nos obliga a dejar atrás tecnología
perfectamente funcional.
Y… pues esto es todo. Son mis razones para preservar la
cultura y los artefactos en los que se transmite. ¿Qué piensan ustedes?
2 comentarios:
¡arriba el espíritu bucanero! buena entrada. supongo que ya sabes, pero ya hay bandas y músicos que ni siquiera están editando CDs, ya no digamos carísimos LPs. y no sé si lo soñé, pero lo mismo hay películas que ya no están llegando a formatos físicos. sí es para ponerse ansiosito sobre el futuro de los productos culturales de los últimos años.
te recomiendo el canal technology connections de youtube. es un gordo que hace de historiador y explicador de varios electrodomésticos. sus videos sobre la historia del LaserDisc, del CD, y otros formatos y medios de distribución y preservación de música, películas y series son especialmente relevantes para el tema. y ya encarrerados, el gaming historian es un ñoño que, como su nombre lo indica, hace historia -bien referenciada, bien investigada- de varias consolas y juegos.
vale, chida lectura. y ahora voy a leerme otro cómic en leercomicenlínea...¡YARR!
Hola, gracias por leer, y gracias por lss recomendaciones. Ya me puse a ver los canales y uff, qué chulada. Me gustaría aprender electrónica para dar mantenimiento a mis aparatos viejos :)
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