Neofeudalismo: Ya nada será tuyo - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

viernes, 10 de febrero de 2023

Neofeudalismo: Ya nada será tuyo

 

Hey. ¿Recuerdas cómo era comprar software por ahí de los 90? Digamos, el paquete de Microsoft Office, que era con lo que hacíamos todas nuestras tareas. Para adquirirlo ibas a una tienda y comprabas una cajota que incluía uno o más CDs y un montón de libritos en papel que olía rico. Instalabas el software en tu computadora, ingresabas la clave del producto ¡y listo! Era tuyo por toda la eternidad. Y el mismo CD te servía para instalar en tantas computadoras como quisieras, así que podías prestarlo a tus amistades. Y eso era si decidías hacerlo según la ley, que la piratería era una buena opción si conocías a un buen técnico que lo supiera instalar por una fracción del precio legal.

 

Hace poco me enteré de que mis alumnos ya ni siquiera usan el Office, sino otros programas gratuitos, pero si quisieran tenerlo, como todavía lo usamos mucha gente mayor, tendrían que pagar una subscripción anual. Ya no lo compras y es tuyo para usar a discreción; ahora lo tienes que rentar.

 

En una entrada anterior les hablé de cómo el modelo de acceso a las películas, música y libros electrónicos implica que ya no puedas poseer nada de eso, sólo rentarlo. Cualquier película, serie o canción puede desaparecer de los servicios de streaming a capricho de las corporaciones, y hasta tus libros pueden ser retirados de tu dispositivo de lectura si Amazon así lo desea.

 

Bueno, todo esto es una joda, pero tampoco es una crisis terrible. En primera, no se nos está negando nada vital, y la piratería es una opción para resistir a este modelo de negocios. Pero, ¿qué pasa cuando ese mismo esquema se aplica, no a contenidos que pueden ser copiados, sino a todas nuestras posesiones?

 

Estamos entrando a un mundo en el que ya nada puede ser nuestro, en el que todo lo que usemos será propiedad de alguien más; en el que deberemos rentarlo todo, siempre pagando a corporaciones, y en el que deberemos poner a disposición del mercado hasta nuestros espacios personales y nuestro tiempo libre para tener ingresos apenas suficientes. ¿Recuerda cómo siempre nos asustaban de que en el socialismo no podríamos tener nuestras propias cosas? Bueno, el capitalismo tardío ha hecho realidad ese temor.

 

NO HAY LUGAR COMO EL HOGAR

 


¡Coliving! ¡La nueva tendencia ente los millennials!, anunciaban los titulares de los periódicos en línea. ¡Los jóvenes se resisten a comprar una casa!, decían. Como si fuera nuestra elección. Hoy en día estamos viviendo una crisis de vivienda a nivel global. Si ustedes han estado buscando vivienda para rentar o comprar, se darán cuenta de lo absurdamente altos que están los precios, en oposición a lo pequeñas y precarizadas que son. Mi colega Carla Escoffié lleva años hablando del asunto.

 

Hace ya casi dos décadas, cuando me mudé de la casa materna para vivir con mi entonces novia y nuestro bebé, rentamos un pequeño pero cómodo departamento por $2,000 mensuales. El depa tenía dos cuartos bastante espaciosos, un baño, una cocina y una sala-comedor. No era mucho, pero sí era suficiente para una pequeña familia que iniciaba su vida independiente. Ahí vivimos unos tres años, antes de mudarnos a nuestra propia casa, que compré gracias a un préstamo de mis padres. Hoy, encontrar algo así es nada más una ilusión.

 

Esto ha pasado porque el mercado inmobiliario está fuera de control y sujeto a la especulación más depredatoria. A menudo se piensa que los caseros (landlords) son personas que, con mucho trabajo, lograron comprar una vivienda adicional y ahora la rentan para sacar un ingreso extra. Que a lo mejor se trata de una señora viuda a quien su marido le dejó un depa, cuya renta constituye su único ingreso en la senectud. Y ciertamente muchas veces ése es el caso. Pero hoy en día la tendencia creciente es que sean corporaciones millonarias las que posean casas y departamentos en renta por cientos.

 


Por eso la crisis de vivienda no es un problema que se pueda resolver simplemente construyendo más casas, pues el punto es que éstas son inaccesibles para las familias de ingreso medio o menos. De hecho, en Estados Unidos hay hasta un exceso de casas deshabitadas… Mientras tienen millones de personas viviendo en la calle… ¡Ah, la tierra de la libertad! Sucede que a esas corporaciones les sale mejor rentar carísimo a unos pocos clientes que puedan costearlo, aunque una buena parte del tiempo las viviendas queden deshabitadas.

 

Hace años, en lo que parece una prehistoria, Airbnb se antojaba como una forma fácil y rápida de sacarle un dinerillo extra a la habitación desocupada que tienes en tu vivienda. Pero, con el tiempo, la plataforma se ha convertido en un monstruo colosal que fomenta la gentrificación de los barrios, el desplazamiento forzoso de los habitantes locales y el acaparamiento de las viviendas disponibles; en una palabra, Airbnb arruina barrios y comunidades. Una corporación puede comprar todos los edificios de una cuadra y rentar los departamentos vía Airbnb a turistas adinerados; les sale más redituable que alquilarlos como viviendas a familias de ingresos modestos. Todo ello contribuye a agravar la crisis.

 

Incluso si puedes comprar tu casa o tu auto, en realidad estarás pagando al banco o a la financiera por años, durante los cuales la propiedad no será realmente tuya. En el caso de los carros, es probable que para cuando termines de pagar el tuyo ya sea un modelo viejo que esté empezando a fallar y que lo mejor te resulte sea venderlo. O sea, pasa menos tiempo como algo realmente tuyo que como algo sobre lo que estás pagando una deuda.

 

VENDER TODA TU EXISTENCIA

 


De la misma forma, al principio apps como Uber, Didi o Rappi parecían la oportunidad de ganar un poquito más haciendo diligencias. En aquel entonces te vendían más o menos así la idea: “Si de todos modos vas a ir por allá, aprovecha esa vuelta y gana unos centavitos llevando a un pasajero o un mandado”.

 

Pero desde entonces la precarización sólo ha puesto peor; los precios subieron, los sueldos por los empleos formales ya no alcanzan para cubrir los gastos normales. Muchas personas tuvieron que convertirse en conductores de Uber o repartidores de Diddi a manera de segundo empleo o incluso como principal fuente de ingresos. Como tales, los empleados de estas plataformas no tienen ni la seguridad ni las prestaciones que debería dar un trabajo formal: ¡ni siquiera tienen un ingreso fijo asegurado! Todo a pesar de que terminan trabajando mucho más de las 48 horas semanales reglamentarias. Y las corporaciones han invertido un montón en cabildeo para impedir que sus “asociados” tengan derechos plenos como trabajadores.

 

Una persona debería poder costear todos los gastos necesarios para tener una vida digna sólo trabajando la jornada reglamentaria de un empleo fijo y seguro. No debería tener que salir de su lugar de trabajo para poner su tiempo libre o sus espacios privados a disposición del mercado. No debería necesitar “monetizar sus hobbies”, como cada vez más personas se ven obligadas a hacer. Yo debería poder satisfacer mis necesidades con mi sueldo como profesor, y hacer este blog por puro gusto, sin tener que pedirles que se suscriban a mi Patreon (¡por favor!) ¡Ya de por sí trabajamos más de lo que sería necesario para producir la riqueza que la humanidad necesita y que el planeta puede proveer!

 


Se sabe que la generación millennial no ha tenido las mismas oportunidades que sus padres para cosas como adquirir una casa propia o tener un empleo seguro con prestaciones. Tan es así que se ha creado un nombre para definir a una nueva subclase social: el precariado. Se refiere a personas de mi generación (lo de “jóvenes” ya sólo aplica a la mitad de nosotros) que a pesar de tener una alta escolaridad y de haber crecido en familias de clase media, hoy viven económicamente peor que sus padres.

 

Esto no es porque los millennials hayan malgastado el dinero de su juventud en cafés caros y subscripciones a Netflix, sino porque la situación económica ha empeorado. Entre la generación boomer, la distribución de la riqueza era menos desigual y las condiciones laborales más justas, por lo menos para una clase media que ahora se encuentra en retroceso. Pero los millennials llegaron a la adultez en un mundo creado por el neoliberalismo, que quitó regulaciones al capitalismo salvaje, provocó la crisis financiera de 2008 y dejó como resultado un mundo más desigual.

 


Aunque la producción ha aumentado sin parar desde la década de los 70, los salarios se han estancado, lo que quiere decir que toda esa riqueza generada no vuelve a los trabajadores que la producen, sino que se acumula en las clases más adineradas. Y mientras mayor es la diferencia de riqueza, mayor es la diferencia de poder; los que tienen más pueden decidir las condiciones en las que viven, trabajan y consumen todos los demás.

 

Mi padre tiene pensión de retiro; yo tengo la fortuna de contar con un fondo de ahorros (Afore), pero la mayoría de mi generación no tiene ni eso. A menos que las cosas cambien drásticamente en las próximas dos o tres décadas, nos espera una vejez muy precarizada. Para añadir insulto a la herida, muchos medios de comunicación han abordado este problema como si se tratara de una cuestión de elección: ¡ah, esos perezosos e inmaduros millennials, que prefieren rentar a comprar! Qué hijueputez, perdonen mi flamenco.

 

PAGAR RENTA POR SIEMPRE

 


¿Por qué obtener dinero una sola vez de la venta de un producto si puedes ponerlo en alquiler y obtener dinero continuamente de tus clientes cautivos? Desde cafeteras que sólo te permiten usar su propia marca de café, pasando por tractores que no permiten que los granjeros los reparen o hagan mejoras a menos que sea con la propia compañía que los fabrica, hasta autos cuyas funciones sólo pueden ser desbloqueadas si pagas un servicio de subscripción… A las corporaciones no les conviene que tú poseas objetos que funcionen de forma cómoda y eficiente por largo tiempo, incluso cuando podrían ser producidos. Les conviene, en cambio, que sigas pagando por siempre.

 

Es la misma lógica tras la obsolescencia programada. Un aparato, que podría fabricarse para durar una buena cantidad de años sin inflar mucho el precio, se elabora de forma que tenga que desecharse en un par de años y tú te veas en la necesidad de comprar el siguiente modelo. Esto también implica prácticas por parte de las corporaciones como forzar actualizaciones que hacen inoperantes los equipos digitales pasados unos años, o la imposibilidad de reparar los aparatos por la falta de refacciones o porque el diseño de los mismos lo hace imposible.

 


En el capitalismo sin frenos, las corporaciones más grandes terminan eliminando o absorbiendo a las pequeñas, y se crean escenarios en los que una sola empresa (o a lo mucho dos o tres) es la única en ofrecer un servicio determinado. Sólo hay un Spotify, sólo hay un Amazon, sólo hay un Airbnb. Y cuando controlan todo un mercado, las empresas pueden hacer y deshacer a su antojo. Las grandes corporaciones no modificarán estas prácticas a menos que sean obligadas por ley a hacerlo; “votar con la cartera” no sirve de nada.

 

El punto no es si resulta conveniente rentar algunas cosas en vez de poseerlas. El punto es que la creciente desigualdad ha liquidado de tal forma nuestro poder adquisitivo que ni siquiera tenemos opción. No sólo la mayor parte de la riqueza generada por el esfuerzo de los trabajadores asalariados se va a acumular en los bolsillos de los dueños, altos ejecutivos y accionistas de las corporaciones. Además, ahora un porcentaje cada mayor de los céntimos que sí caen en nuestros manos tienen que irse para pagar la renta de cosas que no poseemos. Eso sin contar los caudales de información que también extraen de nosotros.

 

ECONOMÍA DEL COMPARTIR

 


Bueno, ¿y qué hacer al respecto? Existen ya movimientos que presionan a los gobiernos para:

 

  • Regular los precios de las rentas y el mercado inmobiliario en general.
  • Regular las actividades de las grandes plataformas capitalistas y evitar la creación de monopolios.
  • Obligar a esas plataformas a tratar a sus empleados como tales, con todos los derechos de la ley.

 

También hay movimientos para revitalizar el sindicalismo; organizaciones barriales para resistir contra la gentrificación; colectivos que pregonan el “derecho a reparar”, y se enseñan unos a otros habilidades de hackeo para ello… En fin, la organización es la clave en la lucha por objetivos que pueden conseguirse a corto plazo.

 

Una de las ideas más intrigantes con las que me he topado en los últimos años es la de la economía de bibliotecas. Quizá no sea necesario poseer todos los objetos que usamos, después de todo. Una biblioteca pública existe para que cualquier miembro de una comunidad pueda tener acceso a los libros sin necesidad de comprarlos. Bueno, imagina bibliotecas públicas, pero de herramientas, utensilios de cocina, electrodomésticos, u otros bienes que sólo usarías de vez en cuando.

 


¿Se acuerdan cuando en un principio a apps como Airbnb o Uber las llamaban “economía del compartir”? Ese nombre es una farsa. Lo que hay es un intercambio mercantil que beneficia principalmente a una gran corporación que sirve de intermediario, y sobre la que el usuario común tiene poco o ningún poder. La de bibliotecas sería una verdadera economía del compartir, y la diferencia es tendríamos una organización horizontal y cooperativa sin fines de lucro, sin más tarifas que las necesarias para mantener la institución funcionando. Además, si todavía prefieres poseer tus cosas, deberías tener esa opción. No digo que ésta sea la panacea; es sólo una opción de resistencia ante una situación insostenible.

 

Solían decirnos que en el socialismo un médico ganaría lo mismo que un barrendero y que estaríamos obligados a vivir hacinados en barracas. Bueno, en nuestro capitalismo tenemos médicos precarizados trabajando para el Dr. Simi, mientras toda una generación se ha visto limitada en su derecho a la vivienda. En efecto, y tal como lo defienden los tontos útiles en redes sociales, el capitalismo garantiza el derecho a la propiedad… Sólo que para beneficio de los que más propiedades tienen.

 

De hecho, filosofías políticas de izquierda como el socialismo y el anarquismo no están en contra de la propiedad personal, de que tú poseas tu propia ropa, computadora, auto, casa, etcétera. Están en contra de la propiedad privada de los medios de producción, o sea, de que un puñado de personas sea dueña de una corporación, que es lo mismo que decir que se adueñen de la riqueza producida por el trabajo de sus empleados. El capitalismo actual favorece a quienes tienen ya la propiedad privada, hasta el punto en que serán los únicos que puedan gozar del derecho a la propiedad personal. Y esto sólo se acentúa cada vez más.

 

Existió alguna vez un modelo similar. Uno en el que solamente un señor privilegiado era dueño de todo. Los plebeyos simplemente vivían en la propiedad del señor y estaban obligados a pagar renta por todo lo que usaban: la tierra en la que cultivaban, los molinos donde molían los granos, los puentes por los que cruzaban, los bosques donde recogían leña… Ese sistema se llamaba feudalismo y hubo que cortar algunas cabezas coronadas para terminar con él.

 


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2 comentarios:

Caedanto dijo...

Lo acaba de hacer Cinépolis. Me llegó un mensaje: "Cinépolis klic cierra y tienes un par de meses para ver las veces que quieras las películas que compraste, después ya no estarán disponibles. Gracias por tu preferencia."

Anónimo dijo...

Me hierve la sangre 🤬

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