Hey. ¿Recuerdas cómo era comprar software por ahí de los
90? Digamos, el paquete de Microsoft Office, que era con lo que hacíamos
todas nuestras tareas. Para adquirirlo ibas a una tienda y comprabas una cajota
que incluía uno o más CDs y un montón de libritos en papel que olía rico.
Instalabas el software en tu computadora, ingresabas la clave del producto ¡y
listo! Era tuyo por toda la eternidad. Y el mismo CD te servía para instalar en
tantas computadoras como quisieras, así que podías prestarlo a tus amistades. Y
eso era si decidías hacerlo según la ley, que la piratería era una buena opción
si conocías a un buen técnico que lo supiera instalar por una fracción del
precio legal.
Hace poco me enteré de que mis alumnos ya ni siquiera
usan el Office, sino otros programas gratuitos, pero si quisieran tenerlo,
como todavía lo usamos mucha gente mayor, tendrían que pagar una subscripción
anual. Ya no lo compras y es tuyo para usar a discreción; ahora lo tienes que
rentar.
En una
entrada anterior les hablé de cómo el modelo de acceso a las películas,
música y libros electrónicos implica que ya no puedas poseer nada de
eso, sólo rentarlo. Cualquier película, serie o canción puede desaparecer
de los servicios de streaming a capricho de las corporaciones, y hasta
tus libros pueden ser retirados de tu dispositivo de lectura si Amazon así lo
desea.
Bueno, todo esto es una joda, pero tampoco es una crisis
terrible. En primera, no se nos está negando nada vital, y la piratería es una opción
para resistir a este modelo de negocios. Pero, ¿qué pasa cuando ese mismo
esquema se aplica, no a contenidos que pueden ser copiados, sino a todas
nuestras posesiones?
Estamos entrando a un mundo en el que ya nada puede ser
nuestro, en el que todo lo que usemos será propiedad de alguien más; en el que
deberemos rentarlo todo, siempre pagando a corporaciones, y en el que deberemos
poner a disposición del mercado hasta nuestros espacios personales y nuestro
tiempo libre para tener ingresos apenas suficientes. ¿Recuerda cómo siempre
nos asustaban de que en el socialismo no podríamos tener nuestras propias
cosas? Bueno, el capitalismo tardío ha hecho realidad ese temor.
NO HAY LUGAR COMO EL HOGAR
¡Coliving! ¡La nueva tendencia ente los millennials!,
anunciaban los titulares de los periódicos en línea. ¡Los jóvenes se
resisten a comprar una casa!, decían. Como si fuera nuestra
elección. Hoy en día estamos viviendo una crisis de
vivienda a nivel global. Si ustedes han estado buscando vivienda para
rentar o comprar, se darán cuenta de lo absurdamente altos que están los
precios, en oposición a lo pequeñas y precarizadas que son. Mi colega Carla
Escoffié lleva años hablando del asunto.
Hace ya casi dos décadas, cuando me mudé de la casa materna
para vivir con mi entonces novia y nuestro bebé, rentamos un pequeño pero
cómodo departamento por $2,000 mensuales. El depa tenía dos cuartos
bastante espaciosos, un baño, una cocina y una sala-comedor. No era mucho, pero
sí era suficiente para una pequeña familia que iniciaba su vida independiente.
Ahí vivimos unos tres años, antes de mudarnos a nuestra propia casa, que compré
gracias a un préstamo de mis padres. Hoy, encontrar algo así es nada más una
ilusión.
Esto ha pasado porque el mercado inmobiliario está fuera de
control y sujeto a la especulación más depredatoria. A menudo se piensa que los
caseros (landlords) son personas que, con mucho trabajo, lograron
comprar una vivienda adicional y ahora la rentan para sacar un ingreso extra.
Que a lo mejor se trata de una señora viuda a quien su marido le dejó un depa,
cuya renta constituye su único ingreso en la senectud. Y ciertamente muchas
veces ése es el caso. Pero hoy en día la tendencia creciente es que sean corporaciones
millonarias las que posean casas y departamentos en renta por cientos.
Por eso la crisis de vivienda no es un problema que se pueda
resolver simplemente construyendo más casas, pues el punto es que éstas son
inaccesibles para las familias de ingreso medio o menos. De hecho, en Estados Unidos hay
hasta un exceso de casas deshabitadas… Mientras tienen millones de personas
viviendo en la calle… ¡Ah, la tierra de la libertad! Sucede que a esas
corporaciones les sale mejor rentar carísimo a unos pocos clientes que puedan
costearlo, aunque una buena parte del tiempo las viviendas queden deshabitadas.
Hace años, en lo que parece una prehistoria, Airbnb se
antojaba como una forma fácil y rápida de sacarle un dinerillo extra a la
habitación desocupada que tienes en tu vivienda. Pero, con el tiempo, la
plataforma se ha convertido en un monstruo colosal que fomenta la
gentrificación de los barrios, el desplazamiento forzoso de los habitantes
locales y el acaparamiento de las viviendas disponibles; en una palabra, Airbnb
arruina barrios y comunidades. Una corporación puede comprar todos los
edificios de una cuadra y rentar los departamentos vía Airbnb a turistas
adinerados; les sale más redituable que alquilarlos como viviendas a
familias de ingresos modestos. Todo ello contribuye a agravar la crisis.
Incluso si puedes comprar tu casa o tu auto, en realidad estarás
pagando al banco o a la financiera por años, durante los cuales la
propiedad no será realmente tuya. En el caso de los carros, es probable que
para cuando termines de pagar el tuyo ya sea un modelo viejo que esté empezando
a fallar y que lo mejor te resulte sea venderlo. O sea, pasa menos tiempo como
algo realmente tuyo que como algo sobre lo que estás pagando una deuda.
VENDER TODA TU EXISTENCIA
De la misma forma, al principio apps como Uber, Didi o Rappi
parecían la oportunidad de ganar un poquito más haciendo diligencias. En
aquel entonces te vendían más o menos así la idea: “Si de todos modos vas a ir
por allá, aprovecha esa vuelta y gana unos centavitos llevando a un pasajero o
un mandado”.
Pero desde entonces la precarización sólo ha puesto peor;
los precios subieron, los sueldos por los empleos formales ya no alcanzan para
cubrir los gastos normales. Muchas personas tuvieron que convertirse en
conductores de Uber o repartidores de Diddi a manera de segundo empleo o
incluso como principal fuente de ingresos. Como tales, los empleados de estas
plataformas no tienen ni la seguridad ni las prestaciones que debería dar un
trabajo formal: ¡ni siquiera tienen un ingreso fijo asegurado! Todo a pesar de
que terminan trabajando mucho más de las 48 horas semanales reglamentarias. Y
las corporaciones han invertido un montón en cabildeo para impedir que sus “asociados”
tengan derechos plenos como trabajadores.
Una persona debería poder costear todos los gastos
necesarios para tener una vida digna sólo trabajando la jornada
reglamentaria de un empleo fijo y seguro. No debería tener que salir de su
lugar de trabajo para poner su tiempo libre o sus espacios privados a
disposición del mercado. No debería necesitar “monetizar sus hobbies”, como
cada vez más personas se ven obligadas a hacer. Yo debería poder satisfacer mis
necesidades con mi sueldo como profesor, y hacer este blog por puro gusto, sin tener que pedirles que se suscriban a mi Patreon (¡por
favor!) ¡Ya de por sí trabajamos
más de lo que sería necesario para producir la riqueza que la humanidad
necesita y que el planeta
puede proveer!
Se sabe que la generación millennial no ha tenido las mismas
oportunidades que sus padres para cosas como adquirir una casa propia o
tener un empleo seguro con prestaciones. Tan es así que se ha creado un nombre
para definir a una nueva subclase social: el
precariado. Se refiere a personas de mi generación (lo de “jóvenes” ya
sólo aplica a la mitad de nosotros) que a pesar de tener una alta escolaridad y
de haber crecido en familias de clase media, hoy viven económicamente peor que
sus padres.
Esto no es porque los millennials hayan malgastado el dinero
de su juventud en cafés caros y subscripciones a Netflix, sino porque la
situación económica ha empeorado. Entre la generación boomer, la
distribución de la riqueza era menos desigual y las condiciones
laborales más justas, por lo menos para una clase media que ahora se
encuentra en retroceso. Pero los millennials llegaron a la adultez en un mundo
creado por el neoliberalismo, que quitó regulaciones al capitalismo salvaje,
provocó la crisis financiera de 2008 y dejó
como resultado un mundo más desigual.
Aunque la producción ha aumentado sin parar desde la
década de los 70, los salarios
se han estancado, lo que quiere decir que toda esa riqueza generada no
vuelve a los trabajadores que la producen, sino que se acumula en las clases
más adineradas. Y mientras mayor
es la diferencia de riqueza, mayor es la diferencia de poder; los que
tienen más pueden decidir las condiciones en las que viven, trabajan y consumen
todos los demás.
Mi padre tiene pensión de retiro; yo tengo la fortuna
de contar con un fondo de ahorros (Afore), pero la mayoría de mi
generación no tiene ni eso. A menos que las cosas cambien drásticamente en las
próximas dos o tres décadas, nos espera una vejez muy precarizada. Para añadir
insulto a la herida, muchos medios de comunicación han abordado este problema
como si se tratara de una cuestión de elección: ¡ah, esos perezosos e
inmaduros millennials, que prefieren rentar a comprar! Qué hijueputez,
perdonen mi flamenco.
PAGAR RENTA POR SIEMPRE
¿Por qué obtener dinero una sola vez de la venta de un
producto si puedes ponerlo en alquiler y obtener dinero continuamente de
tus clientes cautivos? Desde cafeteras
que sólo te permiten usar su propia marca de café, pasando por tractores que no permiten que los granjeros
los reparen o hagan mejoras a menos que sea con la propia compañía que los
fabrica, hasta autos cuyas funciones sólo pueden ser desbloqueadas si
pagas un servicio de subscripción… A las corporaciones no les conviene
que tú poseas objetos que funcionen de forma cómoda y eficiente por largo
tiempo, incluso cuando podrían ser producidos. Les conviene, en cambio, que
sigas pagando por siempre.
Es la misma lógica tras la obsolescencia programada. Un
aparato, que podría fabricarse para durar una buena cantidad de años sin inflar
mucho el precio, se elabora de forma que tenga que desecharse en un par de
años y tú te veas en la necesidad de comprar el siguiente modelo. Esto
también implica prácticas por parte de las corporaciones como forzar
actualizaciones que hacen inoperantes los equipos digitales pasados unos años,
o la imposibilidad de reparar los aparatos por la falta de refacciones o
porque el diseño de los mismos lo hace imposible.
En el capitalismo sin frenos, las corporaciones más
grandes terminan eliminando o absorbiendo a las pequeñas, y se crean
escenarios en los que una sola empresa (o a lo mucho dos o tres) es la única en
ofrecer un servicio determinado. Sólo hay un Spotify, sólo hay un Amazon, sólo
hay un Airbnb. Y cuando controlan todo un mercado, las empresas pueden hacer
y deshacer a su antojo. Las grandes corporaciones no modificarán estas
prácticas a menos que sean obligadas por ley a hacerlo; “votar con la
cartera” no sirve de nada.
El punto no es si resulta conveniente rentar algunas
cosas en vez de poseerlas. El punto es que la creciente desigualdad ha
liquidado de tal forma nuestro poder adquisitivo que ni siquiera tenemos
opción. No sólo la mayor parte de la riqueza generada por el esfuerzo de los
trabajadores asalariados se va a acumular en los bolsillos de los dueños,
altos ejecutivos y accionistas de las corporaciones. Además, ahora un
porcentaje cada mayor de los céntimos que sí caen en nuestros manos tienen que
irse para pagar la renta de cosas que no poseemos. Eso sin contar los
caudales de información que también extraen de nosotros.
ECONOMÍA DEL COMPARTIR
Bueno, ¿y qué hacer al respecto? Existen ya movimientos que presionan
a los gobiernos para:
- Regular los precios de las rentas y el mercado inmobiliario en general.
- Regular las actividades de las grandes plataformas capitalistas y evitar la creación de monopolios.
- Obligar a esas plataformas a tratar a sus empleados como tales, con todos los derechos de la ley.
También hay movimientos para revitalizar el sindicalismo;
organizaciones barriales para resistir contra la gentrificación;
colectivos que pregonan el “derecho
a reparar”, y se enseñan unos a otros habilidades de hackeo para ello…
En fin, la organización es la clave en la lucha por objetivos que pueden
conseguirse a corto plazo.
Una de las ideas más intrigantes con las que me he topado en
los últimos años es la de la “economía de bibliotecas”.
Quizá no sea necesario poseer todos los objetos que usamos, después de
todo. Una biblioteca pública existe para que cualquier miembro de una
comunidad pueda tener acceso a los libros sin necesidad de comprarlos.
Bueno, imagina bibliotecas públicas, pero de herramientas, utensilios de
cocina, electrodomésticos, u otros bienes que sólo usarías de vez en cuando.
¿Se acuerdan cuando en un principio a apps como Airbnb o
Uber las llamaban “economía del compartir”? Ese nombre es una farsa. Lo que hay
es un intercambio mercantil que beneficia principalmente a una gran corporación
que sirve de intermediario, y sobre la que el usuario común tiene poco o ningún
poder. La de bibliotecas sería una verdadera economía del compartir, y la
diferencia es tendríamos una organización horizontal y cooperativa sin fines
de lucro, sin más tarifas que las necesarias para mantener la institución
funcionando. Además, si todavía prefieres poseer tus cosas, deberías
tener esa opción. No digo que ésta sea la panacea; es sólo una opción de
resistencia ante una situación insostenible.
Solían decirnos que en el socialismo un médico ganaría lo
mismo que un barrendero y que estaríamos obligados a vivir hacinados en
barracas. Bueno, en nuestro capitalismo tenemos médicos precarizados trabajando
para el Dr. Simi, mientras toda una generación se ha visto limitada en su
derecho a la vivienda. En efecto, y tal como lo defienden los tontos útiles en
redes sociales, el capitalismo garantiza el derecho a la propiedad… Sólo
que para beneficio de los que más propiedades tienen.
De hecho, filosofías políticas de izquierda como el
socialismo y el anarquismo no están en
contra de la propiedad personal, de que tú poseas tu propia ropa,
computadora, auto, casa, etcétera. Están en contra de la propiedad privada
de los medios de producción, o sea, de que un puñado de personas sea dueña
de una corporación, que es lo mismo que decir que se adueñen de la riqueza
producida por el trabajo de sus empleados. El capitalismo actual favorece a
quienes tienen ya la propiedad privada, hasta el punto en que serán los únicos
que puedan gozar del derecho a la propiedad personal. Y esto sólo se acentúa
cada vez más.
Existió alguna vez un modelo similar. Uno en el que
solamente un señor privilegiado era dueño de todo. Los plebeyos simplemente vivían
en la propiedad del señor y estaban obligados a pagar renta por todo lo que usaban:
la tierra en la que cultivaban, los molinos donde molían los granos, los
puentes por los que cruzaban, los bosques donde recogían leña… Ese sistema se
llamaba feudalismo y hubo que cortar algunas cabezas coronadas
para terminar con él.
1 comentario:
Lo acaba de hacer Cinépolis. Me llegó un mensaje: "Cinépolis klic cierra y tienes un par de meses para ver las veces que quieras las películas que compraste, después ya no estarán disponibles. Gracias por tu preferencia."
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