Como de costumbre, la izquierda está hecha un cagadero,
dividida en multitud de corrientes que se pelean constantemente entre sí. Ya
conocen el viejo chiste de Monty Pyhton sobre las irreconciliables diferencias
entre el Frente Popular de Judea, el Frente Judaico Popular y la Unión Popular
de Judea. O, como dijera el recién fallecido José Mujica: “La izquierda se
pelea por ideas. La derecha se une por intereses”. Y eso que creo que don Pepe
estaba siendo generoso; creo que la izquierda se pelea más por egos y
tribalismo.
Existen muchísimas corrientes de izquierda, ya sean
anarquistas o marxistas, incluso si decidimos dejar fuera a las posturas
socialdemócratas (y no deberíamos). Muchas de ellas están demasiado dispersas
para formar un frente común, se pierden en interminables discusiones teóricas o
no hallan la forma de pasar a la praxis. Por mí parte, quiero creer que es
posible una alianza de izquierdas sin que tengamos que estar de acuerdo en
todo.
Ustedes saben que soy un zurdo empobrecedor. Tampoco será un
secreto que, ante todo, soy un ratón de biblioteca. No quiero caer en la
banalidad de “hacer la revolución desde mi sofá”. Sé muy bien que no tengo mucho
que decir a quienes sí están allá fuera, luchando desde el activismo, la
protesta, la institucionalidad o la clandestinidad. Si alguna utilidad tienen
las siguientes observaciones, será para quienes han crecido en un ambiente
similar al mío, personas más versadas en el discurso de izquierda, en las
ideologías de izquierda, que en la acción directa y concreta, las generaciones
que tienen claras sus simpatías y sus reclamos, pero no tanto los cursos de
acción a seguir.
Con la caída de la Unión Soviética en 1991, las viejas
ideas comunistas parecían haber sido derrotadas. Por un tiempo, quienes
seguían buscando un mapa para el futuro en las revoluciones de Rusia, China o
Cuba parecían nostálgicos trasnochados. Regímenes como el cubano o el
norcoreano se antojaban reliquias de otros tiempos, mientras que China se
transformaba hasta quedar irreconocible de la de Mao. Si era necesaria una
lucha por un mundo mejor, ésta tendría que hacerse dejando atrás discursos
caducos.
Pero las cosas cambiaron. Con la crisis económica de 2008,
la derrota de los movimientos antineoliberales y prodemocráticos de 2011-2015,
y el ascenso imparable de la extrema derecha se hizo evidente que la lucha
dentro de los confines del “fin de la historia” no llevaría a ningún lado.
Entonces las generaciones jóvenes comenzaron a volver la mirada hacia el tío
Marx y sus discípulos. Esto en sí es bueno; no se puede tener una
conversación seria sobre la realidad social sin tener en cuenta lo que dijo el
viejo barbón.
Pero incluso entre los marxistas hay muchos tonos de rojo.
Algunas diferencias se aprecian en su valoración de los regímenes comunistas
que existieron a lo largo del siglo XX. Los hay que quisieran un nuevo tipo de
socialismo que deje atrás esa historia y que incluso consideran que esos
regímenes traicionaron el ideal marxista original. También hay quienes
reivindican a algunos de ellos, pero no a los otros; a Lenin, pero no a Stalin;
a Ho Chi Minh, pero no a Pol Pot, y así y así.
Entonces llegamos a una tendencia que ha estado creciendo en
los últimos años en las redes sociales y entre las nuevas generaciones, la que
parece que goza de una mayor cohesión y homogeneidad de pensamiento:
a) Los neoestalinistas
Son quienes no sólo reivindican, sino que idealizan el
modelo soviético, así como los regímenes comunistas del siglo XX,
especialmente el de Iósiv Stalin. Los liberales y los otros izquierdistas
suelen denominarlos tankies o tanquis de forma despectiva, porque
justifican y defienden la represión que la URSS llevó a cabo, usando tanques,
contra Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968.
Hasta cierto punto esta evolución es comprensible.
Viendo que las crisis producidas por el capitalismo se vuelven más agudas, que
la extrema derecha no para de crecer y que ni el liberalismo centrista ni las
demás izquierdas logran nada al respecto, ¿qué les queda volver mirar hacia un
régimen que creó un modelo alternativo al capitalismo, convirtió a un país
semifeudal en una superpotencia industrial que podía vérselas al tú por tú con
Estados Unidos y además derrotó a los nazis en el campo de batalla?
Claro que, para mantener esa idealización es necesario hacer
algunos ajustes mentales. Se necesita enfatizar lo bueno, negar o minimizar lo
malo, y culpar exclusivamente a la propaganda enemiga de cualquier mala
fama. Cualquier cosa que esos regímenes hayan hecho estuvo bien o, cuando
mucho, fueron errores menores y comprensibles. Todas las personas que murieron
o fueron aprisionadas bajo estos regímenes lo merecían. Si este modelo acabó
derrotado no fue por su propio agotamiento, sino por la perfidia de los
enemigos y la traición de los infieles; dependiendo de a quién se le pregunte,
esa traición vino con Kruschev o con Gorbachov.
Yo pensaría que atribuir los logros o fracasos del comunismo
a individuos concretos no es compatible con el materialismo histórico.
También que, si una transformación de una sociedad entera hacia el comunismo
hubiera llegado lejos, no se habría convertido en una cleptocracia que pregona
los valores cristianos ortodoxos en cosa de una generación. Pero poner esas
dudas sobre la mesa te suele ganar el epíteto de “asqueroso liberal”.
Y es que los tanquis sólo admiten como válida y auténtica un
tipo de izquierda, y un tipo de marxismo: el suyo propio. Todo lo demás,
desde la socialdemocracia hasta el anarquismo, no son más que ideologías
burguesas, trampas del liberalismo, idealismo infantil o “piernas izquierdas
del fascismo”. De hecho, niegan que exista tal cosa como “estalinismo”, es sólo
el marxismo-leninismo correcto y verdadero. Estrictamente hablando, los
trotskistas también son marxistas-leninistas, pero los neoestalinistas los consideran
asquerosas ratas traicioneras, así que no cuentan. Esta actitud es lo que
dificulta la alianza entre grupos que tendrían intereses y objetivos afines.
Miren, yo no creo en la “teoría de la herradura” ni en que “los
extremos se encuentran”, pero no puedo dejar de reconocer los mismos signos
de pensamiento tribal y dogmático, incluso fanático, entre los tanquis que
entre conservadores y reaccionarios de distintos colores. La lógica de sus
argumentos apologéticos recuerda mucho a católicos cuando responden por los
crímenes de su Iglesia, o a los hispanistas defendiendo su imperio de cargos de
genocidio… O, tengo que decirlo, a negacionistas del Holocausto. Tienen, pues, sus
propias teorías conspiratorias, sus propios mitos de la “leyenda negra” y de la
“puñalada por la espalda”. Y sus críticas hacia sus enemigos más odiados, los
anarquistas y los trotskistas, con frecuencia se basan en hombres de paja
comprables a los que hacen los derechistas cuando hablan de socialismo.
No ayuda que, en efecto, en Occidente se haya cultivado una
satanización acrítica del comunismo del siglo XX, con un necesario un
desconocimiento de cualquier cosa al respecto que no sean los crímenes y
errores de sus líderes, y con un abuso convenenciero de conceptos como
“autoritarismo” y “totalitarismo”… Y claro, ocultando los propios crímenes de
los países occidentales; por algo medio mundo sabe qué pasó en la Plaza
Tiananmen, pero muy pocos saben de cuando el FBI bombardeó un
barrio de Filadelfia para destruir una comuna afrocomunista. De ahí no sea
tan difícil (aunque falaz) saltar a la conclusión de que entonces ninguna
crítica hacia esos regímenes sea válida
El pensamiento intrusivo que más atormenta a los
izquierdistas es la probabilidad de que nunca lleguen a ver el advenimiento
de la Revolución. Sin la organización ni los medios para tomar el cielo por
asalto, se ven limitados a denunciar al capitalismo, el imperialismo, a la
derecha en general, y a promover sus propias ideas, en cualquier espacio que
sea posible: los medios, las redes, las aulas… Esto no es inútil; Gramsci nos
habla de la importancia de preparar el terreno cultural. Pero es
insuficiente si no se pasa a la acción. En cuanto a los neoestalinistas, sus
críticas al capitalismo o su discurso sobre la necesidad de la revolución
realmente no aportan nada diferente a lo que dicen las demás izquierdas. Lo que
los distingue es la muchísima energía y tiempo que le ponen a reivindicar
dictaduras pasadas o presentes. Esto también es praxis de la impotencia.
Dichos regímenes en realidad pueden ser muy diferentes los
unos de los otros (y al ideario de Marx), o han cambiado mucho desde tiempos de
la Guerra Fría. No es lo mismo la URSS que China, que la Cuba de Castro o la
Venezuela de Chávez, Corea del Norte o Bielorrusia. A primera vista, es extraño
que seguidores de una corriente tan intransigente con la diversidad de
pensamiento al mismo tiempo quieran convencerse de que un montón de
regímenes que en la práctica fueron muy disímbolos, salvo que de una forma u
otra reclamaban el título, son todos válidas vías hacia la realización del comunismo.
Esto es hasta que uno mira que el rasgo más importante que tenían en común: eran
muy autoritarios. Esto es percibido como fuerza, y es esta fuerza lo
que admiran y en lo que ponen sus esperanzas (y que incluye un desprecio por todo lo que se considera débil), por lo que necesitan
atribuir a esa autoridad toda legitimidad y nobleza. El mejor ejemplo de esto es China…
b) La fe en China
La admiración por China se da de forma casi universal entre
los neoestalinistas, pero también entre muchas izquierdas que no
reivindican a Stalin. No sólo les parece un ejemplo a seguir, sino que ponen en
ella muchas de sus esperanzas para el futuro. Ven en cualquier acción del titán
asiático no un cálculo de realpolitik para defender sus intereses
geoestratégicos, sino heroísmo para llevar la luz a un mundo en caos.
Miren, estoy cada vez más convencido de que el mundo del
futuro se está construyendo en China. El poder económico, tecnológico y
diplomático de la superpotencia es innegable, y ya hasta se está haciendo
sentir su poder cultural (soft power),
mientras que Estados Unidos está colapsando sobre sí mismo por su propia
estupidez. No se pueden negar los espectaculares logros de China en sacar a
millones de seres humanos de la pobreza, o en la transición hacia energías
limpias. El modelo chino es algo en verdad diferente a cualquier cosa que se
esté intentando o se haya intentado en Occidente.
En cambio, que un orden mundial dominado por China
sea preferible a uno dominado por Occidente me parece, por lo menos, debatible.
Y pensar que ese futuro representará la realización de los ideales marxistas,
la dictadura del proletariado, la abolición de las clases sociales y el fin de
la explotación del hombre por el hombre, es una ilusión pueril. China tiene sus
propias élites, sus propios señores tecno-feudales, sus propios grupos
oprimidos y sus propios intereses imperialistas.
Es curioso, justo estos días, en un grupo de
antifascistas de Facebook en el que estoy, se compartió varias veces un
video en el que se aseguran que China se acaba de plantar frente al
imperialismo y el genocidio llevado a cabo por Israel en Gaza, y apoyado por
Estados Unidos y Europa. Asegún, China estaba desafiando el bloqueo aéreo de
Israel y entregando vía aérea la tan necesitada ayuda humanitaria a los
gazatíes. El video mostraba a un funcionario chino hablando en su idioma y,
según los subtítulos, declarando que China consideraría cualquier ataque contra
sus aviones como una declaración de guerra. Todo en el video era falso [aquí,
aquí
y aquí],
y representa la fe que muchos izquierdistas están dispuestos a poner en China.
Ultimadamente, esa fe es necesaria para no desesperar
en un mundo en crisis. Consiste en el reconfortante pensamiento de que allá, en
algún lugar, aunque sea lejano, hay una entidad que no sólo está del lado del
Bien, sino que tiene el poder y la voluntad de venir a hacer justicia y librarnos
de todo mal. Funciona también proyectándola hacia el pasado: necesito creer que
la utopía ya existió para creer que puede regresar. La alternativa sería considerar
que ni China, ni esos regímenes del pasado, han tenido el potencial ni la
voluntad de hacer realidad el sueño marxista-leninista, que no habrá una
segunda venida del mesías y que no hay ningún padre celestial velando por
nosotros. Y sabemos que para muchas personas perder la fe es como mirar al
abismo.
Hay un subconjunto de izquierdistas que ponen esperanzas
similares en la Rusia de Vladimir Putin, pero ni hablar porque son los
que están más perdidos. Incluso si quisiéramos admitir la narrativa de que
Occidente es el único culpable de la guerra en Ucrania y que Rusia sólo se está
defendiendo, ¿cómo puede alguien creer que hay algo en el régimen de Putin que
anuncie el fin del capitalismo o la liberación de los oprimidos? Por algo los
ultraderechistas también admiran al dictador ruso.
En suma, la imaginación de los neoestalinistas está capturada
por la idealización cuasi religiosa del pasado. China sí ofrece un
modelo nuevo y diferente tanto al liberalismo occidental como al comunismo del
siglo XX, y sin embargo muchos de sus apólogos en este hemisferio valoran al
país asiático a través de la lente de esa idealización del pasado, como la revitalización
del mismo y la esperanza de realizarlo en el presente.
Continuará en la Parte IV
No hay comentarios.:
Publicar un comentario