Imaginación y praxis. Parte III: El nuevo viejo marxismo - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

miércoles, 4 de junio de 2025

Imaginación y praxis. Parte III: El nuevo viejo marxismo



Como de costumbre, la izquierda está hecha un cagadero, dividida en multitud de corrientes que se pelean constantemente entre sí. Ya conocen el viejo chiste de Monty Pyhton sobre las irreconciliables diferencias entre el Frente Popular de Judea, el Frente Judaico Popular y la Unión Popular de Judea. O, como dijera el recién fallecido José Mujica: “La izquierda se pelea por ideas. La derecha se une por intereses”. Y eso que creo que don Pepe estaba siendo generoso; creo que la izquierda se pelea más por egos y tribalismo.

 

Existen muchísimas corrientes de izquierda, ya sean anarquistas o marxistas, incluso si decidimos dejar fuera a las posturas socialdemócratas (y no deberíamos). Muchas de ellas están demasiado dispersas para formar un frente común, se pierden en interminables discusiones teóricas o no hallan la forma de pasar a la praxis. Por mí parte, quiero creer que es posible una alianza de izquierdas sin que tengamos que estar de acuerdo en todo.

 

Ustedes saben que soy un zurdo empobrecedor. Tampoco será un secreto que, ante todo, soy un ratón de biblioteca. No quiero caer en la banalidad de “hacer la revolución desde mi sofá”. Sé muy bien que no tengo mucho que decir a quienes sí están allá fuera, luchando desde el activismo, la protesta, la institucionalidad o la clandestinidad. Si alguna utilidad tienen las siguientes observaciones, será para quienes han crecido en un ambiente similar al mío, personas más versadas en el discurso de izquierda, en las ideologías de izquierda, que en la acción directa y concreta, las generaciones que tienen claras sus simpatías y sus reclamos, pero no tanto los cursos de acción a seguir.

 

Con la caída de la Unión Soviética en 1991, las viejas ideas comunistas parecían haber sido derrotadas. Por un tiempo, quienes seguían buscando un mapa para el futuro en las revoluciones de Rusia, China o Cuba parecían nostálgicos trasnochados. Regímenes como el cubano o el norcoreano se antojaban reliquias de otros tiempos, mientras que China se transformaba hasta quedar irreconocible de la de Mao. Si era necesaria una lucha por un mundo mejor, ésta tendría que hacerse dejando atrás discursos caducos.

 

Pero las cosas cambiaron. Con la crisis económica de 2008, la derrota de los movimientos antineoliberales y prodemocráticos de 2011-2015, y el ascenso imparable de la extrema derecha se hizo evidente que la lucha dentro de los confines del “fin de la historia” no llevaría a ningún lado. Entonces las generaciones jóvenes comenzaron a volver la mirada hacia el tío Marx y sus discípulos. Esto en sí es bueno; no se puede tener una conversación seria sobre la realidad social sin tener en cuenta lo que dijo el viejo barbón.

 

Pero incluso entre los marxistas hay muchos tonos de rojo. Algunas diferencias se aprecian en su valoración de los regímenes comunistas que existieron a lo largo del siglo XX. Los hay que quisieran un nuevo tipo de socialismo que deje atrás esa historia y que incluso consideran que esos regímenes traicionaron el ideal marxista original. También hay quienes reivindican a algunos de ellos, pero no a los otros; a Lenin, pero no a Stalin; a Ho Chi Minh, pero no a Pol Pot, y así y así.

 

Entonces llegamos a una tendencia que ha estado creciendo en los últimos años en las redes sociales y entre las nuevas generaciones, la que parece que goza de una mayor cohesión y homogeneidad de pensamiento:

 

a) Los neoestalinistas

 


Son quienes no sólo reivindican, sino que idealizan el modelo soviético, así como los regímenes comunistas del siglo XX, especialmente el de Iósiv Stalin. Los liberales y los otros izquierdistas suelen denominarlos tankies o tanquis de forma despectiva, porque justifican y defienden la represión que la URSS llevó a cabo, usando tanques, contra Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968.

 

Hasta cierto punto esta evolución es comprensible. Viendo que las crisis producidas por el capitalismo se vuelven más agudas, que la extrema derecha no para de crecer y que ni el liberalismo centrista ni las demás izquierdas logran nada al respecto, ¿qué les queda volver mirar hacia un régimen que creó un modelo alternativo al capitalismo, convirtió a un país semifeudal en una superpotencia industrial que podía vérselas al tú por tú con Estados Unidos y además derrotó a los nazis en el campo de batalla?

 

Claro que, para mantener esa idealización es necesario hacer algunos ajustes mentales. Se necesita enfatizar lo bueno, negar o minimizar lo malo, y culpar exclusivamente a la propaganda enemiga de cualquier mala fama. Cualquier cosa que esos regímenes hayan hecho estuvo bien o, cuando mucho, fueron errores menores y comprensibles. Todas las personas que murieron o fueron aprisionadas bajo estos regímenes lo merecían. Si este modelo acabó derrotado no fue por su propio agotamiento, sino por la perfidia de los enemigos y la traición de los infieles; dependiendo de a quién se le pregunte, esa traición vino con Kruschev o con Gorbachov.

 

Yo pensaría que atribuir los logros o fracasos del comunismo a individuos concretos no es compatible con el materialismo histórico. También que, si una transformación de una sociedad entera hacia el comunismo hubiera llegado lejos, no se habría convertido en una cleptocracia que pregona los valores cristianos ortodoxos en cosa de una generación. Pero poner esas dudas sobre la mesa te suele ganar el epíteto de “asqueroso liberal”.

 

Y es que los tanquis sólo admiten como válida y auténtica un tipo de izquierda, y un tipo de marxismo: el suyo propio. Todo lo demás, desde la socialdemocracia hasta el anarquismo, no son más que ideologías burguesas, trampas del liberalismo, idealismo infantil o “piernas izquierdas del fascismo”. De hecho, niegan que exista tal cosa como “estalinismo”, es sólo el marxismo-leninismo correcto y verdadero. Estrictamente hablando, los trotskistas también son marxistas-leninistas, pero los neoestalinistas los consideran asquerosas ratas traicioneras, así que no cuentan. Esta actitud es lo que dificulta la alianza entre grupos que tendrían intereses y objetivos afines.

 

Miren, yo no creo en la “teoría de la herradura” ni en que “los extremos se encuentran”, pero no puedo dejar de reconocer los mismos signos de pensamiento tribal y dogmático, incluso fanático, entre los tanquis que entre conservadores y reaccionarios de distintos colores. La lógica de sus argumentos apologéticos recuerda mucho a católicos cuando responden por los crímenes de su Iglesia, o a los hispanistas defendiendo su imperio de cargos de genocidio… O, tengo que decirlo, a negacionistas del Holocausto. Tienen, pues, sus propias teorías conspiratorias, sus propios mitos de la “leyenda negra” y de la “puñalada por la espalda”. Y sus críticas hacia sus enemigos más odiados, los anarquistas y los trotskistas, con frecuencia se basan en hombres de paja comprables a los que hacen los derechistas cuando hablan de socialismo.

 

No ayuda que, en efecto, en Occidente se haya cultivado una satanización acrítica del comunismo del siglo XX, con un necesario un desconocimiento de cualquier cosa al respecto que no sean los crímenes y errores de sus líderes, y con un abuso convenenciero de conceptos como “autoritarismo” y “totalitarismo”… Y claro, ocultando los propios crímenes de los países occidentales; por algo medio mundo sabe qué pasó en la Plaza Tiananmen, pero muy pocos saben de cuando el FBI bombardeó un barrio de Filadelfia para destruir una comuna afrocomunista. De ahí no sea tan difícil (aunque falaz) saltar a la conclusión de que entonces ninguna crítica hacia esos regímenes sea válida

 

El pensamiento intrusivo que más atormenta a los izquierdistas es la probabilidad de que nunca lleguen a ver el advenimiento de la Revolución. Sin la organización ni los medios para tomar el cielo por asalto, se ven limitados a denunciar al capitalismo, el imperialismo, a la derecha en general, y a promover sus propias ideas, en cualquier espacio que sea posible: los medios, las redes, las aulas… Esto no es inútil; Gramsci nos habla de la importancia de preparar el terreno cultural. Pero es insuficiente si no se pasa a la acción. En cuanto a los neoestalinistas, sus críticas al capitalismo o su discurso sobre la necesidad de la revolución realmente no aportan nada diferente a lo que dicen las demás izquierdas. Lo que los distingue es la muchísima energía y tiempo que le ponen a reivindicar dictaduras pasadas o presentes. Esto también es praxis de la impotencia.

 

Dichos regímenes en realidad pueden ser muy diferentes los unos de los otros (y al ideario de Marx), o han cambiado mucho desde tiempos de la Guerra Fría. No es lo mismo la URSS que China, que la Cuba de Castro o la Venezuela de Chávez, Corea del Norte o Bielorrusia. A primera vista, es extraño que seguidores de una corriente tan intransigente con la diversidad de pensamiento al mismo tiempo quieran convencerse de que un montón de regímenes que en la práctica fueron muy disímbolos, salvo que de una forma u otra reclamaban el título, son todos válidas vías hacia la realización del comunismo. Esto es hasta que uno mira que el rasgo más importante que tenían en común: eran muy autoritarios. Esto es percibido como fuerza, y es esta fuerza lo que admiran y en lo que ponen sus esperanzas (y que incluye un desprecio por todo lo que se considera débil), por lo que necesitan atribuir a esa autoridad toda legitimidad y nobleza. El mejor ejemplo de esto es China…

 

b) La fe en China

 


La admiración por China se da de forma casi universal entre los neoestalinistas, pero también entre muchas izquierdas que no reivindican a Stalin. No sólo les parece un ejemplo a seguir, sino que ponen en ella muchas de sus esperanzas para el futuro. Ven en cualquier acción del titán asiático no un cálculo de realpolitik para defender sus intereses geoestratégicos, sino heroísmo para llevar la luz a un mundo en caos.

 

Miren, estoy cada vez más convencido de que el mundo del futuro se está construyendo en China. El poder económico, tecnológico y diplomático de la superpotencia es innegable, y ya hasta se está haciendo sentir su poder cultural (soft power), mientras que Estados Unidos está colapsando sobre sí mismo por su propia estupidez. No se pueden negar los espectaculares logros de China en sacar a millones de seres humanos de la pobreza, o en la transición hacia energías limpias. El modelo chino es algo en verdad diferente a cualquier cosa que se esté intentando o se haya intentado en Occidente.

 

En cambio, que un orden mundial dominado por China sea preferible a uno dominado por Occidente me parece, por lo menos, debatible. Y pensar que ese futuro representará la realización de los ideales marxistas, la dictadura del proletariado, la abolición de las clases sociales y el fin de la explotación del hombre por el hombre, es una ilusión pueril. China tiene sus propias élites, sus propios señores tecno-feudales, sus propios grupos oprimidos y sus propios intereses imperialistas.

 

Es curioso, justo estos días, en un grupo de antifascistas de Facebook en el que estoy, se compartió varias veces un video en el que se aseguran que China se acaba de plantar frente al imperialismo y el genocidio llevado a cabo por Israel en Gaza, y apoyado por Estados Unidos y Europa. Asegún, China estaba desafiando el bloqueo aéreo de Israel y entregando vía aérea la tan necesitada ayuda humanitaria a los gazatíes. El video mostraba a un funcionario chino hablando en su idioma y, según los subtítulos, declarando que China consideraría cualquier ataque contra sus aviones como una declaración de guerra. Todo en el video era falso [aquí, aquí y aquí], y representa la fe que muchos izquierdistas están dispuestos a poner en China.

 

Ultimadamente, esa fe es necesaria para no desesperar en un mundo en crisis. Consiste en el reconfortante pensamiento de que allá, en algún lugar, aunque sea lejano, hay una entidad que no sólo está del lado del Bien, sino que tiene el poder y la voluntad de venir a hacer justicia y librarnos de todo mal. Funciona también proyectándola hacia el pasado: necesito creer que la utopía ya existió para creer que puede regresar. La alternativa sería considerar que ni China, ni esos regímenes del pasado, han tenido el potencial ni la voluntad de hacer realidad el sueño marxista-leninista, que no habrá una segunda venida del mesías y que no hay ningún padre celestial velando por nosotros. Y sabemos que para muchas personas perder la fe es como mirar al abismo.

 

Hay un subconjunto de izquierdistas que ponen esperanzas similares en la Rusia de Vladimir Putin, pero ni hablar porque son los que están más perdidos. Incluso si quisiéramos admitir la narrativa de que Occidente es el único culpable de la guerra en Ucrania y que Rusia sólo se está defendiendo, ¿cómo puede alguien creer que hay algo en el régimen de Putin que anuncie el fin del capitalismo o la liberación de los oprimidos? Por algo los ultraderechistas también admiran al dictador ruso.

 

En suma, la imaginación de los neoestalinistas está capturada por la idealización cuasi religiosa del pasado. China sí ofrece un modelo nuevo y diferente tanto al liberalismo occidental como al comunismo del siglo XX, y sin embargo muchos de sus apólogos en este hemisferio valoran al país asiático a través de la lente de esa idealización del pasado, como la revitalización del mismo y la esperanza de realizarlo en el presente.

 

Ante la impotencia para llevar a cabo una revolución al estilo soviético o chino en el seno de sus sociedades (simplemente no tienen los números, ni la organización, ni los recursos, ni el entrenamiento, ni las armas, ni nada) la praxis de los neoestalinistas y de los fans de China queda reducida a hacer apología (por no decir propaganda) de los regímenes dictatoriales pasados o presentes.


Continuará en la Parte IV

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