Imaginemos una sociedad en la
que, si una niña nace rubia, se considera que debe llamarse Buffy y ser
porrista. Absurdo, ¿no? Pero síganme el juego. Entonces tenemos a Buffy, una
porrista rubia que odia llamarse Buffy y ser porrista. Harta de ser
obligada a vivir como una Buffy, ella se pinta el cabello de negro, adopta el
nombre de Elvira y decide vivir como gótica. Por supuesto, encuentra mucha
hostilidad y resistencia: le dicen que nunca será una Elvira de verdad porque
nació con cabello rubio, que aunque se lo pinte de negro, sus genes siempre
serán de rubia. ¿O acaso estás negando la ciencia de la genética, Buffy?
Qué tonto, pensamos nosotros
desde el universo paralelo. Sí, es cierto que sus genes le hacen tener el pelo
rubio, eso no lo ponemos en duda. Lo que nos parece que no tiene sentido es que
por tener el pelo rubio tenga que llamarse Buffy y vivir como porrista. Excepto
que, para las personas de esta cultura imaginaria, así es: el ser una Buffy,
una Elvira, una Daria o lo que sea, está determinado por las características
físicas con las que naces. Y, como dichas características se originan de forma
natural, están convencidos de que esa relación entre el cabello, el nombre y
la identidad es igualmente natural, inamovible y eterna.
Bueno, ya saben para dónde
voy, ¿verdad? Y seguramente, algunos de ustedes, los individuos más sensatos y
racionales de la web estarán preparando un argumento para apuntar mi falaz y
falsa analogía.
“Sé lo que estás pensando,
Ego.” me dirán, “Quieres defender a las personas transgénero. Pero no: no
puedes comparar la relación que existe entre ser una Buffy y ser rubia, que es
algo totalmente arbitrario, con la relación que hay entre ser mujer y ser una hembra
de la especie humana, que realmente está determinado por la biología”.
Vale, vale, mi analogía fue algo hiperbólica, pero también: la identidad de género es un asunto mucho más profundo y complejo que la simple preferencia por un estilo de vida. Igual recuerden que las analogías no sirven para probar puntos, sino para explicarlos y comprenderlos mejor. Así que les diré, apelando a su racionalidad y buena fe, que lean lo que tengo que decir hoy, porque creo que lo hallarán interesante.
Hablemos de la personita de génerogibre. Es un juego de palabras en inglés: gingerbread = pan de gengibre / genderbread = pan de género. ¿Entienden? ¿Eh, eh? Lo siento, el chiste no funciona en español y en inglés tampoco es muy bueno. Como sea, aquí está:
Miren, a lo largo de muchos
siglos, en lo que llamamos la “cultura occidental”, la relación entre el
género, el sexo, los roles y la identidad ha sido concebida de una forma
binaria. Es decir, sólo existen dos opciones: hombre y mujer, lo
masculino y lo femenino. Además, también ha sido una concepción rígida y
esencialista. Si eres un macho de la especie humana, entonces eres un
hombre, eres masculino, haces cosas de hombres y te gustan las mujeres. Si eres
una hembra de la especie humana, entonces eres mujer, eres femenina, haces
cosas de mujeres y te gustan los hombres.
La persona de génerogibre
nos sirve para visualizar que las cosas no tienen por qué ser así. Las
combinaciones posibles son muchas. Siempre, siempre, SIEMPRE han existido
personas que intentan escapar de esta visión tan rígida, pero en el último
siglo, y especialmente en las últimas décadas, hemos presenciado cambios
sociales que han ido demoliendo poco a poco esa visión en nuestra sociedad.
Quizá la primera relación en
ser cuestionada fue la que se asumía que existe entre género y expresión.
Descubrimos que lo que se considera “femenino” (propio de mujeres) o
“masculino” (propio de hombres) varía mucho según la época y la cultura.
Venga, alguien dígame cómo explica la biología que el rosa sea considerado un
color femenino y el azul un color masculino; o que las faldas son femeninas y
los pantalones masculinos; o que los aretes y el cabello largo son propios de
las hembras de la especie.
Con el tiempo fuimos
aceptando que una mujer no tiene por qué sólo hacer cosas consideradas
femeninas ni verse o actuar femenina siempre. Desde principios del siglo
XX, poco a poco las mujeres fueron entrando en espacios y actividades que
durante mucho tiempo fueron exclusivas de hombres. De la misma forma, ha
costado mucho trabajo, pero poco a poco se acepta que un hombre puede hacer, o
disfrutar o expresar cosas “femeninas”.
Luego vino la lucha por la
orientación sexual, es decir, “quién te gusta, quién te atrae, de quién te
enamoras”. La lucha ha sido larga, dura y a menudo violenta, pero poco a
poco se ha ido ganando el reconocimiento de que no por ser hombre te tienen que
gustar las mujeres, y de que no por ser mujer te tienen que gustar los hombres.
O que también te pueden gustar ambos. O ninguno. O sólo la gente con la que
tienes una conexión emocional previa. Se sabe que la aceptación de la
diversidad sexual también ha sido distinta en otras épocas y culturas, y que
hasta en el mundo animal existen relaciones homosexuales. Así que tampoco la
heterosexualidad tenía por qué ser la única opción válida.
En fin, digo que ha habido
avances, pero la realidad es que también ha habido una furiosa resistencia
contra estos cambios. Pero, a pesar de todo, poco a poco llega el momento
en que la ley reconoce los derechos de las personas y se vuelve por lo general
mal visto expresar puntos de vista discriminatorios.
Finalmente, desde inicios de
este siglo XXI hemos estado experimentando lo que la revista National
Geographic llamó una Revolución del Género. Así como se logró deconstruir la relación, que se
pensaba natural y eterna, entre ser hombre, hacer cosas de hombre y que te
gusten las mujeres, se empezó a deconstruir la relación, entre la identidad de género y el
sexo biológico. Es decir, no por ser un macho humano tienes que ser hombre; no
por ser una hembra humana tienes que ser mujer. Es más, puedes ser un poco de
ambos. O ninguno.
Digo “se empezó”, no porque
esta conversación no existiera desde antes. Siempre, siempre, SIEMPRE han
existido personas a las que hoy llamaríamos trans. Pero el tema ha saltado
al centro del ojo público en décadas recientes. Estamos en un momento de
nuestra evolución social en el que se está dando el proceso de divorciar al
género (constructo social) del sexo (categoría biológica).
Vamos, es que hasta el sexo biológico resultó que no es binario, que existen muchas más combinaciones que XX y XY, y
que existen las personas intersexuales, que tienen características sexuales
primarias y/o secundarias de ambos sexos en muchas combinaciones.
A lo largo de la historia, a
las personas intersex se les había asignado a un género u a otro, según
tuvieran más rasgos de éste o aquél. Muchas veces, esto incluía mutilarlas para
quitarles las características del otro género. Y todo esto se hacía sin importar la biología ni los cromosomas ni nada eso. Porque lo cierto es que en verdad no
importa. El afán de encasillar a estas personas en un género o en otro, aunque
la biología indicara que no era ninguno de los dos sexos nos demuestra que en
realidad nunca había importado. Y si piensan que la existencia de las personas
intersex no es relevante porque son muy pocas, tengan en cuenta de que existen
tantas de ellas como hay pelirrojos naturales.
Hoy las personas intersex
piden que se les reconozca como tales, se les permita vivir como hombres,
mujeres o ninguna de las dos, según su preferencia.
Miren, con el sexo biológico
ocurre algo parecido al concepto de “especie” en biología. A lo mejor en la
vida cotidiana sabemos a qué nos referimos, pero si tratamos de profundizar y
abordar todas sus complejidades, es tremendamente difícil de definir:
“La definición de especie como un grupo de
individuos capaces de reproducirse entre sí no es fácil de aplicar a organismos
que se reproducen única o principalmente de manera asexual. Además, muchas plantas
y algunos animales forman híbridos en la naturaleza.”
Podemos decir que claramente
un perro es un animal de una especie y que un gato es de otra. Sin embargo, hay
muchísimos casos limítrofes muy complicados. Sucede que en el árbol de la
vida todo es un continuo gradual, no una serie de categorías rígidas e
inamovibles. Eso incluye al
sexo biológico:
“Casi todos en la escuela secundaria aprendieron
que, si tienes cromosomas XX, eres una mujer; si tienes XY, eres un hombre.
Esta simplificación cansina es útil para enseñar la importancia de los
cromosomas, pero traiciona la verdadera naturaleza del sexo biológico. La
creencia popular de que tu sexo se deriva únicamente de tu composición
cromosómica es incorrecta. La verdad es que tu sexo biológico no está grabado
en piedra, sino que es un sistema vivo con potencial de cambio.
¿Por qué? Porque el sexo biológico es mucho más
complicado que XX o XY (o XXY, o simplemente X). Individuos con cromosomas XX
pueden presentar gónadas masculinas. Individuos con cromosomas XY pueden tener
ovarios. ¿Cómo? A través de un conjunto de señales genéticas complejas que, en
el transcurso del desarrollo humano, comienzan con un pequeño grupo de células
llamado primordio bipotencial y un gen llamado SRY.”
Conceptos como “especie” y
“sexo biológico” son útiles la mayoría del tiempo, pero no deben considerarse monolíticos.
Recuerden que la ciencia nos proporciona modelos para entender la realidad;
no es la realidad misma. Y si el concepto de “sexo biológico” no es absoluto,
mucho menos lo es el de género, que la Organización Mundial de la Salud define como:
“El género se refiere a los roles, las características
y oportunidades definidos por la sociedad que se consideran apropiados para los
hombres, las mujeres, los niños, las niñas y las personas con identidades no
binarias. El género es también producto de las relaciones entre las personas y
puede reflejar la distribución de poder entre ellas. No es un concepto estático,
sino que cambia con el tiempo y del lugar. El género interactúa con el sexo
biológico, pero es un concepto distinto.”
Las personas trans no están
enfermas ni locas, su identidad no es una perversión, sino simplemente la
expresión de una realidad: que el género y el sexo no son lo mismo, y
que la relación entre ambos depende de factores sociales, culturales y
personales. El hecho de que diversas culturas a
lo largo de la historia y de la geografía hayan reconocido la existencia de
otros géneros más allá del binario lo demuestra. El binario no es lo natural,
sino una imposición que ha orillado a muchas personas a través de los siglos a ocultarse
y ser infelices o arriesgarse a la marginación y la violencia.
Como ven, las personas
trans y sus aliados no negamos la ciencia, la naturaleza o la biología. De
hecho, comprendemos sus complejidades mucho mejor que las personas
transodiantes. Ya lo dice la revista Science: dejen de usar ciencia chafa para justificar su
transfobia:
“La ciencia es clara y concluyente: el sexo no es
binario, las personas transgénero son reales. Es hora de que reconozcamos esto.
Definir la identidad de género de una persona utilizando ‘hechos’
descontextualizados es anticientífico y deshumanizante. La experiencia trans
proporciona conocimientos esenciales sobre la ciencia del sexo y demuestra
científicamente que los fenómenos poco comunes y atípicos son vitales para un
sistema de vida exitoso. Incluso el propio esfuerzo científico es
cuantificablemente mejor cuando es más inclusivo y diverso. Entonces, sin
importar lo que diga un comentarista, político o troll de Internet, las
personas trans son una parte indispensable de nuestra realidad viviente.”
Ahora bien, para ser
sinceros, por lo que he leído a lo largo de los años, no creo que el sexo
biológico esté por completo deslindado de género, expresión y orientación. Creo
que es lo que explica el hecho de que la mayoría de los seres humanos seamos
cisgénero, nos sintamos atraídos por individuos del otro género y compartamos
ciertos rasgos comunes con otros miembros de nuestro mismo género. Incluso
entre las culturas que reconocían más de dos géneros, la mayoría de las
personas eran hombres o mujeres, y los otros individuos se consideraban seres
especiales. Pero no hay que confundir con que algo sea lo estadísticamente más
común, y que en realidad existe en un espectro, con leyes universales
que no puedan quebrantarse nunca. No porque la mayoría de los humanos seamos
diestros significa que ser diestro está bien y ser zurdo es antinatural y está
mal.
No niego en absoluto la
existencia de una naturaleza humana,
sólo digo que la historia, la experiencia y las ciencias nos demuestran que es
mucho más flexible y maleable de lo que normalmente nos imaginamos. Y creo que
la impresionante diversidad en materia de género, sexualidad e identidad es
parte de esa naturaleza, y no algo que va en contra de ella. Y es una parte de nuestra naturaleza que no podemos negar sin dañar profundamente a nuestra humanidad misma.
El filósofo Karl Popper decía
que una sociedad cerrada cree que sus costumbres, instituciones y leyes son
como el orden natural: universales, eternas y gobernadas por la divinidad.
La sociedad abierta es la que reconoce que todo eso es producto de la
historia y de la cultura, que ha evolucionado con el tiempo y que pueden
ser cuestionado y modificado.
Lo que hoy vivimos no es muy
diferente a cuando empezaron a desafiarse los roles tradicionales y la
heterosexualidad obligatoria, excepto que quizá la relación entre sexo y género
será más difícil de disolver de lo que fue la relación entre género y orientación
sexual. Pero igual se trata de darnos cuenta de que lo que por siglos se ha
considerado natural y eterno, en realidad es resultado de la evolución
histórica de nuestras culturas, y que por lo tanto puede ser diferente.
El pensamiento conservador,
reaccionario, de derechas, tiene el objetivo de regresarnos a la sociedad
cerrada, en la que las jerarquías tradicionales se consideraban parte de un
orden natural inamovible. Las cosas son de una forma y ocupan un lugar y eso no
se cambia. Por eso a los conservadores les altera tanto esta Revolución de
Género que, como las anteriores, ha generado una reacción rabiosa que cada
vez se radicaliza más. Figuras influyentes y poderosas emiten discursos de odio
contra las personas trans, y en Estados Unidos (cuna del pensamiento reaccionario
contemporáneo) se está viviendo una oleada de legislaciones que atentan contra sus derechos y libertades.
Cartón por Rocío Vidal |
Esto era de esperarse de los mochos
de siempre, pero incluso algunas personas que en el pasado habrían rechazado la
homofobia y el machismo tienen un odio tal por las personas trans que no han tenido
empacho en hacer alianzas con reaccionarios e incluso con fascistas (te
estoy viendo a ti, tío Richard,
y a ti, tía Joan, kedecepción).
Yo sé que ni este texto ni
ningún otro cambiará la forma de pensar de un tránsfobo furibundo, pues su
postura no proviene de la simple irreflexión o la ignorancia accidental, sino de
un odio irracional y fanático. Además, de forma típicamente conspiranoica, creen
que las instituciones científicas están capturadas por la “agenda queer”, así
que nada servirá que las esté citando. Sin embargo, quizá pueda hacer que
alguna persona indecisa se replantee sus pensamientos y convicciones. Ultimadamente,
ésta es una cuestión que no puede dirimirse con hechos y lógica; requiere de
empatía, del reconocimiento de la humanidad en la otra persona, y de su derecho
a existir y ser feliz.
Para Alex
2 comentarios:
¿Y si la idea misma de identidad es ilusoria? ¿Si la identidad no es sino un constructo social que no existe y que no es mas que una idea falsa? Quizás incluso hasta el concepto de tener un nombre propio o pertenecer a una linea familiar puede ser contraproducente. Quizás el hombre natural de Russeau carecía de identidad al ser parte de una celula más pequeña y lo dañino es vivir en sociedades constituidas por millones de miembros. Es decir, la idea exacerbada de identidad propia es lo que conduce a extremos nocivos como los nacionalismos.
Fe de Errata: Perdón, escribí "hombre natural", quise decir "humano natural".
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