Retomo el término de “post-fascismo” del historiador
italiano Enzo
Traverso para referirme a los movimientos reaccionarios nacionalistas y
demagógicos que han estado surgiendo por todo el mundo desde 2015 (aunque el
concepto de “conservadurismo radicalizado” de la historiadora Natascha
Strobl también me parece interesante y útil).
Las inequidades y crisis del capitalismo tardío han creado
un terreno fértil para su crecimiento, en especial el visible deterioro de la calidad de vida que se ha podido experimentar de una generación a otra, así
como la pérdida de la cohesión social y comunitaria que ha dejado individuos
atomizados y desorientados. También hay que contar la ansiedad producto de los
acelerados cambios sociales, culturales y tecnológicos de las últimas décadas.
El fin último de todo movimiento reaccionario es reforzar
las jerarquías, sociales, políticas y económicas. Cultivan el miedo
y el odio contra migrantes y grupos étnicos minoritarios, así como contra los
progresistas, liberales e izquierdistas, a los que toman como chivos
expiatorios de los problemas del país y del mundo. Como movimientos reclaman la
libertad de expresión, pero en el poder son autoritarios y represivos.
Concentran la autoridad en la figura de un líder al que se rinde culto. En su
discurso rompen los límites de lo aceptable y lo decente para una figura
pública, y en su actuar rompen las reglas normales de la política. Vienen
apoyados por grupos más o menos abiertamente fascistas; y aunque no los
reivindiquen de forma directa, tampoco los denuncian.
Están en contra de la cooperación internacional y de
la pertenencia a organismos supranacionales como la ONU o la Unión Europea,
aunque favorecen a las corporaciones trasnacionales, y tanto movimientos como
regímenes se apoyan los unos a los otros más allá de sus fronteras. Se
alimentan de la posverdad y las teorías conspiratorias; impulsan
información falsa, y mienten o se contradicen sin pudor. Niegan el consenso
científico y desprecian el conocimiento experto cuando no respalda sus
narrativas.
En el post-fascismo pueden encontrarse dos ejes
que convergen y suelen venir juntos, aunque no son necesariamente idénticos y
en ocasiones pueden tener intereses opuestos:
a) Los archi-tradicionalistas:
Conforman el eje social-cultural. Sus raíces están en un
conservadurismo que se ha radicalizado tanto que es casi indistinguible del
fascismo (no sé si queden ya “conservadores normales” estos días). Están más
preocupados por las jerarquías tradicionales sexogenéricas, étnicas y
religiosas: hombres cisheterosexuales blancos cristianos, sobre mujeres,
personas lgbtq+, personas racializadas y de otras religiones. Sus movimientos
son una reacción violenta al progresismo social y anhelan revertir los cambios
sociales de los últimos 70 años.
Su imaginario se encuentra enraizado en el pasado. ¿Cuál?
Puede ser la década de 1950, el siglo XIX, la Edad Media o de plano el Imperio
Romano (para los más descarados, la Italia fascista o el Tercer Reich). Es lo
de menos, lo importante es proyectar en ese pasado un imaginario ideal
en el que las jerarquías tradicionales eran fuertes y sólidas, y no existía ninguno
de los problemas que nos aquejan en la modernidad.
Aunque su visión del mundo es bastante rancia, han tenido un
gran éxito contagiando sus posturas entre grupos de todas las generaciones,
sobre todo gracias a Internet y las redes sociales, en donde opera todo
un ecosistema de influencers grandes y pequeños. Sus ideas se
normalizan incluso más allá de los círculos radicales, especialmente la
fobia anti-progre. Esto les ha permitido construir una base bastante numerosa y
muy comprometida.
Contamos aquí a los paleoconservadores, reaccionarios,
etnonacionalistas, supremacistas blancos, chauvinistas occidentales,
nacionalistas cristianos, neonazis y demás. Son, en la anglósfera, pseudointelectuales, Ben Shapiro, Mark Walsh y Jordan Peterson, y movimientos
como los Proud Boys y el Patriot Prayer; en la hispanósfera son propagandistas
como Agustín Laje, Eduardo Verástegui y Nicolás Márquez, entre muchos,
muchísimos otros influencers con públicos y áreas de interés
específicos.
b) Los tecno-feudalistas
Conforman el eje económico. Están más que nada preocupados
por reforzar las jerarquías económicas: ricos sobre pobres, patrones
sobre trabajadores, corporaciones sobre consumidores. Por ello buscan eliminar
todas las regulaciones sobre la actividad económica, la que serviría para obstaculizar
el surgimiento de monopolios, salvaguardar los derechos de los trabajadores o
proteger al medio ambiente.
La liberación de la economía que trajo la revolución
neoliberal permitió un crecimiento inédito de las megacorporaciones y la acumulación de
fortunas multimillonarias, a tal punto que su poder ha quedado casi por completo fuera del
alcance de todo control estatal. El proyecto tecno-feudal consiste en
radicalizar ese proceso y llevarlo hasta sus últimas consecuencias.
En efecto, su objetivo final es desmantelar las
instituciones del estado liberal para eliminar el poco control democrático que
todavía queda sobre la economía, y que así los ultrarricos queden como amos
absolutos, verdaderos señores de sus feudos privados. Tal ambición ha sido
expresada por tecnomillonarios como Peter
Thiel y su ideólogo de cabecera Curtis Yarvin, aunque otros exponentes
presentan una fachada menos extremista.
Son entusiastas de las nuevas tecnologías y el futurismo,
las criptomonedas, las blockchains y las inteligencias artificiales; promueven
la digitalización y la vigilancia masiva. Mucho de su imaginario se inspira en obras
clásicas de ciencia ficción, completamente malinterpretadas para ajustarse
a una visión tecno-feudal. Podríamos decir que, si los tradicionalistas quieren
un futuro como el de El cuento de la criada, los tecno-feudalistas
quieren uno como el de una distopía cyberpunk.
Si bien en algún momento los magnates de Silicon Valley
pudieron cultivar una imagen más o menos progresista en lo social, la
abandonaron en cuanto se dieron cuenta que la alianza con los tradicionalistas
es más conveniente para sus intereses económicos, como se ve en su declaración
de fidelidad al régimen de Trump.
Aquí podemos contar las corrientes libertarianas,
anarcopitalistas, randianas y similares. Sus exponentes son David Koch, Elon
Musk, Mark Zuckerberg, Peter Thiel y Jeff Bezos, entre otros multimillonarios;
en la hispanósfera tenemos a Ricardo Salinas Pliego, que mataría por contarse
entre aquéllos.
Los dos ejes han confluido en figuras políticas como el
estadounidense Donald Trump en Estados Unidos; el húngaro Viktor Orbán y la
italiana Giorgia Meloni en Europa; el argentino Javier Milei y el salvadoreño Nayib
Bukele en América Latina. Con estos personajes, toda pretensión de respeto a un
derecho internacional se esfuma, revelando lo que había debajo, pero que ahora
se vuelve mucho peor: un orden global basado en la ley del más fuerte.
Aunque en líneas generales ambos ejes son compatibles y
complementarios, han tenido algunas diferencias. Por ejemplo, la reciente
guerra tarifaria de Donald Trump se ajusta al proyecto nacionalista de los
archi-tradicionalistas, pero afecta los intereses económicos del eje
tecno-feudalista.
Ambos ejes han tenido un éxito tremendo y se han esparcido
como una enfermedad por todo el mundo en los últimos 10 años, precisamente
porque cuentan, de un lado, con una base numerosa y, por otro, con
patrocinadores extremadamente ricos y poderosos. Además, porque llevan
planificando este asalto al poder por décadas.
Piensan a largo plazo y aceptan victorias pequeñas; juegan con las reglas de la
democracia liberal, empujándolas para tantear hasta donde les es permitido
llegar cada vez. Si perciben que recibirían mucha resistencia a su programa,
proceden con cautela, pero en cuanto sienten que pueden salirse con la suya,
son muy audaces.
Su propaganda ha sido aterradoramente eficaz para volver
aceptables entre el público general ideas y posturas que poco antes habrían
sido consideradas extremistas. Y es que para eso nunca dicen “tienes que unirte
a mi bando de una buena vez, o eres un jodido imbécil”, como hacen los progres,
sino que se aproximan a la gente (especialmente hombres jóvenes), apelando a
sus preocupaciones e intereses para luego ir sembrando paulatinamente su propia
narrativa.
¿Te sientes solo en este mundo? Es por culpa del feminismo
que ha hecho a las mujeres engreídas; te iría mejor con una
familia tradicional. ¿Ves que tendrás una peor calidad de vida que la de tus
padres y abuelos? Es porque el estado es socialista, te quita oportunidades
para mantener a parásitos; sería mejor abolirlo y dejar que el capitalismo nos
dé libertad. ¿Ya no disfrutas los videojuegos como antes? Es que el wokismo
está controlando a las productoras y arruinándolo todo; hay que luchar contra
ello. ¿Los problemas del mundo moderno te agobian y abruman? Todo se
solucionará cuando logremos tener una sociedad étnica, religiosa y culturalmente
homogénea enraizada en las jerarquías tradicionales.
Son soluciones delirantes, estúpidas y destructivas para una serie de problemas que tienen sus raíces en el capitalismo. Pero al
menos son propuestas radicales de cambios drásticos que pueden entusiasmar a quienes ya están hartos del sistema. Mientras, el centrismo liberal nomás dice “Hey,
sigamos por el mismo camino y esperamos a que todo mejore poco a poco, ¿eh?”
Como los viejos fascistas, los nuevos combinan un
imaginario anclado en un pasado mítico con estrategias y tecnologías modernas.
Sus métodos han demostrado ser extremadamente efectivos y son, hoy por hoy, quienes
tienen una mejor oportunidad de moldear el futuro, a menos que surja una
coalición de fuerzas lo suficientemente poderosa para ponerles un alto. Su
proyecto político es una amenaza para la seguridad de grupos marginados, la paz
mundial, la economía global y la habitabilidad misma del planeta.
La buena noticia es que el fascismo es autodestructivo. Lo
vemos en los regímenes más radicales y osados: el de Trump y el de Milei. Ambos están destruyendo no sólo la economía de sus respectivos países sino su futuro (¿qué
creen que les espera con una población sobreexplotada, enferma y sin
educación?), y alienando a sus aliados históricos. La mala es que, cuando se
entrega a su impulso natural de quemarlo todo, se lleva a muchas víctimas inocentes
consigo.
Continuará en la Parte III
3 comentarios:
Lo de «impulsan información falsa, y mienten o se contradicen sin pudor. Niegan el consenso científico y desprecian el conocimiento experto cuando no respalda sus narrativas.» No es exclusivo de los neo-fascismos. Sin problema se puede aplicar, por ejemplo, a los feminismos.
Ajá, sí, cualquiera puede mentir. Pero no cualquiera *requiere* de la mentira para sostener toda su narrativa y cosmovisión. Te pediría ejemplos de lo que mencionas, pero apuesto dos garbanzos a que serían precisamente bulos.
Ojalá pudieras, algún día, aplicar lo que pregonas a tus filias.
Dos ejemplos del feminismo académico (que usan como "marco teórico los feminismos actuales).
«The privileging of solid over fluid mechanics, and indeed the inability of science to deal with turbulent flow at all, she attributes to the association of fluidity with femininity. Whereas men have sex organs that protrude and become rigid, women have openings that leak menstrual blood and vaginal fluids.... From this perspective it is no wonder that science has not been able to arrive at a successful model for turbulence. The problem of turbulent flow cannot be solved because the conceptions of fluids (and of women) have been formulated so as necessarily to leave unarticulated remainders».
«Es la ecuación E=MC^2 una ecuación sexuada? Tal vez sí. Supongamos que sí, en la medida en que favorece la velocidad de la luz frente a otras velocidades que necesitamos de manera vital. Lo que me parece una posibilidad de que la ecuación tenga una firma de género no es directamente su uso para las armas nucleares, sino haber privilegiado lo que va más rápido [...]».
Ambas citas son de Luce Irigaray.
Me debes dos garbanzos.
En la izquierda necesitamos autocrítica. No vivir dentro de una caja de resonancia.
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