En un mundo siempre cambiante, incomprensible, las masas habían llegado a un punto en el que, al mismo tiempo, creerían cualquier cosa y ninguna, pensarían que todo es posible y nada es verdad.
Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo
El 4 de diciembre de 2016 Edgar Maddison Welch entró armado con una escopeta a
una célebre pizzería de Nueva York. Su objetivo era liberar a los niños que se
encontraban aprisionados en el sótano del local, víctimas de un círculo de
pederastas que incluía a personas poderosas como los Obama y los Clinton.
Welch espantó a los comensales y empleados, pero no hirió a nadie. Tampoco
rescató a nadie, claro está: el restaurante ni siquiera tenía sótano. Welch se
había “enterado” de la historia a través de Internet y del canal de derechas InfoWars.
El incidente y la teoría de la conspiración que lo inspiró ha sido conocido
como Pizzagate.
El 11 de agosto de 2017, en Charlottesville, Virginia, se llevó a cabo un rally en el que
participaron numerosos grupos de extrema derecha. El motivo de la masiva
reunión era, oficialmente, protestar contra la remoción de una estatua del
general confederado Robert E. Lee. En la noche, cientos de manifestantes
salieron a marchar por las calles de Charlottesville, portando antorchas y
coreando “¡Ustedes no nos reemplazarán! ¡Los judíos no nos reemplazarán!” Al
día siguiente, uno de estos sujetos embistió con su automóvil a un grupo
contramanifestantes antifascistas, hiriendo a varios y matando a una mujer.
Los de las antorchas hacían referencia a
la narrativa del Gran Reemplazo (también llamado Plan de Kalergi),
según la cual los globalistas judíos que gobiernan el mundo están promoviendo
cambios demográficos en Europa y Norteamérica para que la raza blanca se
convierta en una minoría. Para ello, estas élites poderosas (cuyo agente más
conocido es George Soros) fomentan la inmigración de personas no
blancas, el aborto, el feminismo y la homosexualidad. Es una teoría de la
conspiración típicamente nazi, y que comparten algunos gobernantes como el
húngaro Viktor Orban y el italiano Matteo Salvini.
El Gran Reemplazo también estaba en la
mente de Robert Gregory Bowers, quien el 27 de octubre de 2018 atacó una sinagoga en Pittsburg, Pensilvania,
quitando la vida a 11 personas judías. Estaba en la mente de Breton Harrison
Tarrant, quien el 15 de marzo de 2019 abrió fuego en la mezquita de Christchurch, Nueva Zelanda, matando a
51 musulmanes. Fue lo mismo con el joven Patrick Crusius, quien el 3 de agosto de 2019, en El Paso, Texas, abrió fuego contra personas de origen latino,
matando a 23.
El 31 de diciembre de 2020, el farmacéutico Steven Brandenburg fue arrestado por
la destrucción de más de 500 dosis de vacunas contra el coronavirus. Brandenburg
admitió haberlo hecho porque cree que las vacunas están diseñadas para
alterar el ADN de las personas. Con este acto, Branderburg le robó a
cientos de personas la posibilidad de ser inmunizadas.
Durante la pandemia de coronavirus que
inició en 2020 se han difundido decenas de narrativas contradictorias. El virus
no existe, es una estrategia del gobierno para aumentar el control de la
población. El virus sí existe, pero exageran su peligrosidad. El virus fue
creado a propósito para reducir la población mundial. El virus fue creado para
vender vacunas. Las vacunas son para instalarnos chips de rastreo y
controlarnos a través de la red 5G. Los gobiernos y científicos ocultan que la
cura del coronavirus es el dióxido de cloro o algún otro remedio sencillo, para
que las farmacéuticas puedan hacer negocio. Todas estas narrativas las podemos
agrupar como las teorías de la Plandemia, o de la pandemia planificada.
Finalmente, llegamos al 6 de enero de 2021, día en que una turba de fanáticos de Donald Trump irrumpió en el Capitolio,
sede de la Cámara de Representantes y el Senado de los Estados Unidos. La
apariencia chusca de algunos amotinados llevando a cabo actos de vandalismo ha
distraído la atención de los detalles más siniestros del suceso. Como, por
ejemplo, que muchos de ellos iban armados; que otros tantos tenían la intención
de capturar y ejecutar a ciertos políticos; que se les vio con sogas y nudos
corredizos; que un oficial de seguridad fue asesinado a golpes con un extintor…
La mejor narración de lo ocurrido ese día la encontré en este video titulado The Capitol Riots Explained,
de Second Thought.
Entre los amotinados del Capitolio se
encontraban varios que sostenían banderas o alguna otra iconografía (como el tipo con el casco de búfalo), relacionada con QAnon. Según esta narrativa, evolución natural de Pizzagate,
un oficial anónimo del gobierno de los Estados Unidos, con acceso a niveles
máximos de secrecía, ha estado revelando en foros de Internet la verdad oculta
sobre el país: que está gobernado por una cábala de gente rica y poderosa
que trafica con niños para esclavizarlos. Esta cábala está formada por la
totalidad del Partido Demócrata, buena parte del Republicano, Hollywood y los
medios liberales, y, por supuesto, los judíos. De hecho, los judíos no sólo
violan a los niños, sino que los sacrifican y usan su sangre en rituales
satánicos.
Siguiendo este mismo delirio, Donald
Trump llegó a la presidencia gracias a su popularidad y en contra de los deseos
del “estado profundo”, el verdadero gobierno detrás del gobierno. Desde la Casa
Blanca, Trump ha estado luchando contra estos poderes ocultos, y éstos han
entorpecido su actuar como presidente y también le robaron las elecciones. Los
seguidores de QAnon ya tienen una representante en el Congreso: la republicana Marjorie Greene.
En ocasiones anteriores he escrito sobre
las teorías de la conspiración, una vez de cómo no tienen sentido si se les piensa un poco y la otra de cómo fomentan el extremismo de ultraderecha. Hoy quisiera hacer consciencia de lo inundado que
está el mundo en conspiranoias, de lo peligrosas que son y de la necesidad
urgente que hay de combatirlas.
Miren, no hay conspiranoias inofensivas,
porque el problema no es el contenido de sus narrativas, sino la mentalidad
conspiranoica. Independiente de lo que se trate, toda conspiranoia tiene el
siguiente esquema básico:
1. Algo que común y ampliamente es
aceptado como verdad, es en realidad una mentira; en cambio, la verdad auténtica
permanece oculta.
2. Grupos e instituciones poderosas, en
especial los gobiernos, mantienen dicha verdad oculta con fines deshonestos, si
no de plano siniestros. Obtienen algún beneficio a cambio de un daño que le
hacen al resto del mundo.
3. Las personas que no comparten esta
certidumbre están adoctrinadas por la conspiración, o están coludidas con ella.
4. El hecho de que la verdad no termine
de salir a la luz (que no haya suficientes evidencias, o que no sea aceptada
por las mayorías) es prueba de lo poderosos que son quienes la ocultan y de lo
comprometidos que están con ocultarla.
5. Las instituciones sociales en quienes
de ordinario confiamos la tarea de transmitir y legitimar el conocimiento, como
los medios de comunicación, las escuelas y universidades, o los centros de
investigación científica, no son confiables porque perpetúan la mentira y
ocultan la verdad.
6. Así, salvo por un puñado de
individuos señeros, heroicas luminarias que no temen decir la verdad, ningún
gobierno, institución, profesionista experto o figura pública es confiable. El
criterio de confiabilidad es la adhesión a la conspiranoia.
Ya sean narrativas en apariencia inocuas
como la de la Tierra Plana o la del Apolo 11, o las tan obviamente malvadas
como la del Gran Reemplazo, todas se ajustan a este esquema. Por eso es tan
fácil saltar de una a la otra, y ello explica por qué las personas que creen
en una conspiranoia tienden a creer en varias.
Si se dan las circunstancias adecuadas, los
adeptos a una teoría de la conspiración tienden a radicalizarse; por eso
los que hace unos años eran sólo partidarios de la Tierra Plana acabaron apoyando también el movimiento antivacunas y
la teoría de la Plandemia, y se
sabe que las sectas de la Alt-Ritgh y los movimientos
tierraplanistas se retroalimentan
unos a otros. Por eso mismo los hippies, que desconfían del establishment
científico y la medicina occidental, terminaron marchando junto a los nazis en contra de la cuarentena y las medidas de
prevención. Por eso no sorprende que haya una relación bien documentada entre los disturbios del Capitolio y las protestas
anti-cuarentena y anti-mascarillas de
la primavera del 2020.
Hace un par de años la teoría
conspiratoria más en boga en las redes de derecha era la del Gran Reemplazo,
pero desde entonces, QAnon la ha superado en preeminencia. Esta narrativa
funciona mejor y puede alcanzar círculos más allá del neonazismo por no
ser abiertamente supremacista (sin embargo, no son mutuamente excluyentes).
Al final del túnel hay antisemitismo,
por supuesto, pero la ventaja de las narrativas conspiranoicas es que versiones
menos estrafalarias pueden presentarse en un inicio para enganchar a los normies,
la gente común. Es decir, a cualquiera puede inquietar la idea de que los
niños están siendo abducidos para la prostitución forzada. Después de todo,
sabemos que la trata de personas es un fenómeno real, e históricamente gente
rica y poderosa ha estado involucrada en crímenes de este tipo. Dependiendo de
qué tan comprometida se vea la persona iniciada, se le pueden ir revelando los
aspectos más increíbles, hasta llegar a los judíos que beben sangre.
Por ejemplo, la narrativa de que los
demócratas le robaron la presidencia a Trump está vinculada con QAnon, pero
no necesariamente hay que estar enterado de la cábala satánica hematófaga para
creer que el magante anaranjado es el presidente legítimo de los Estados
Unidos. Funcionarios republicanos en puestos de elección popular lo sostuvieron
incluso después del 6 de enero. Por eso, a los creyentes más extremistas les
ayuda que se difundan las versiones más light de sus narrativas.
Teorías en apariencia contradictorias
a veces sirven a un mismo fin. En
algunos círculos de derecha estuvo rondando la narrativa de que los disturbios
del Capitolio fueron instigados por provocadores de extrema izquierda: ¡el pánico por Antifa una vez más! Esto es demostradamente falso, por supuesto, pero
sirve para tranquilizar la conciencia de simpatizantes de Trump que consideran
el asalto al Capitolio como un agravio inaceptable. “Está bien que yo siga
apoyando a Trump, porque ni él ni los nuestros hicieron esta barbaridad.” Al
final, se favorece al movimiento fascistoide que respalda a Trump.
De alguna manera, unas y otras teorías
llevan al mito basal de que existe un plan maligno para instaurar (o
mantener, o empoderar) una forma de tiranía, un Nuevo Orden Mundial, casi
siempre descrito como “globalista” o “comunista”, en el que están involucrados
no sólo George Soros, sino la ONU y la Unión Europea.
Como de costumbre, la mayoría de los
ejemplos aquí mencionados provienen de Estados Unidos, porque es ése el
epicentro de los nuevos movimientos extremistas. Pero sus consecuencias están
llegando a todas partes. En América Latina, Trump se ha convertido en un
símbolo para la ideología reaccionaria. Sus simpatizantes aquí repiten las
teorías conspiratorias sobre el fraude electoral y el globalismo impulsado por
Soros.
Esto pasó incluso en México, donde todo es al revés y cierto sector de los simpatizantes del presidente López Obrador no se cansa de
demostrar que tiene más de facho de que chairo. En marzo de 2020, en medio de
grandes manifestaciones feministas, fieles de la 4T se apropiaron de la narrativa conspiranoica que culpa a George Soros de
todo. Alfredo Jalife, quien se
presenta como izquierdista e incondicional de Amlo, alimenta estas narrativas
desde sus plataformas.
En enero de 2021 la tormenta Filomena
azotó España, provocando nevadas en Madrid por primera vez en décadas. Mientras
algunas personas jugaban con la nieve, otras decidieron tomarla para mostrarle
al mundo que se trataba de un engaño. Era nieve artificial, decían, de plástico, regada sobre la ciudad por el mismo gobierno que
envenena al mundo con los chemtrails. O sea, estamos en punto en el
que hay personas que ya no creen en lo que ven con los ojos y tocan con las
manos.
Recientemente salió a la luz que un tribunal peruano incluyó en una de sus resoluciones
la siguiente declaración: "Ningún
Gobierno mundial, personas naturales y jurídicas, ni la defensa del imputado
puede sostener que esta pandemia tiene la calidad de 'previsible', salvo los
creadores del nuevo orden mundial como Bill Gates, Soros, Rockefeller,
etc". O sea, estamos en un punto en el que las conspiranoias cuentan
con individuos en posiciones de poder que les permiten afectar las vidas de
otras personas.
Anécdota quizá irrelevante: A principios
de septiembre de 2020, el primer día de escuela, subí a Instagram una selfi
posando frente a la computadora desde la cual imparto clases. La leyenda decía:
“Listo para adoctrinar jóvenes en el comunismo homosexual como lo ordena George
Soros”. A las pocas horas de haberla subido, me llegó una llamada de la
escuela. Un padre o madre de familia había encontrado la foto (no sé cómo, mi
Insta es privado) y había telefoneado a la escuela muy preocupado por lo que
acababa de ver. Se le tuvo que explicar que era una broma, y yo tuve que borrar
la leyenda. Entonces me pregunto, ¿estamos ya en punto en que cualquier
vecino puede ser un creyente de las conspiranoias? Y si es así ¿la
respuesta de instituciones y empresas será darles por su lado para no
ofenderlos? Estos prospectos me asustan.
Propaganda actual contra George Soros |
Las teorías conspiratorias surgen en
tiempos de crisis y a su vez alimentan una crisis epistémica; la gente
ya no sabe en qué creer, el consenso social en los criterios de veracidad se
diluye más y más, y en su lugar tenemos pequeños grupos que viven en realidades
alternas y que desconfían de quienes se encuentran fuera de sus burbujas. Como
el pensamiento conspiranoico lleva a las personas a relacionarse sólo con
quienes comparten la conspiranoia, se van creando grupúsculos parecidos a
cultos. Esto destruye la cohesión social e imposibilita la democracia: si
no podemos confiar en nadie, no podemos llevar a cabo acciones colectivas para
solucionar nuestros problemas; si ninguna institución es confiable, ninguna
elección es legítima.
Quizá por su tendencia a desconfiar a de
las autoridades, o por el afán posmo de considerar que todas las creencias son
igualmente válidas, me he topado con algunas personas de izquierdas que
minimizan el peligro de las teorías de la conspiración y las pseudociencias. (Menciono
estas últimas porque la creencia en pseudociencias evoluciona fácilmente en
conspiranoia: ¿Por qué la medicina alternativa que uso o el método adivinatorio
en el que confío no es aceptado por el consenso científico? Ah, pues porque no
le conviene a la élite occidental, capitalista y patriarcal que gobierna sobre
la ciencia.)
Las conspiranoias tienden a fomentar el
extremismo y a desarrollarse hasta incluir la satanización de grupos
vulnerables. Por eso yo esperaría que las personas de ideas progresistas se
dieran cuenta de que luchar contra ellas es también un asunto de justicia
social; que hay que combatir el conspiracionismo como se deben combatir otros
discursos discriminatorios. Porque incluso si la narrativa no es explícitamente
racista o sexista, el problema sigue siendo la mentalidad conspiranoica.
Propaganda nazi contra los Judíos |
Las teorías de la conspiración no son
inocuas; no son opiniones válidas ni respetables; no son excentricidades de
algunos individuos a los que puedes ignorar; no son pintorescas narraciones
cuya creatividad puedes disfrutar como si se trataran de mitologías antiguas sin
consecuencias en el mundo real; son creencias irracionales peligrosas que
conducen al extremismo y que en este momento están impactando en las vidas de
muchísimas personas.
Por eso hay que combatirlas por todos
los frentes posibles, desde la escuela, los medios, el debate público, desde
cualquier plataforma a la que tengamos acceso. No sólo hay que refutar
narrativas conspiranoicas específicas, sino combatir el conspiracionismo.
Fomentar el pensamiento crítico puede ayudar a inmunizar a las personas contra
la mentalidad conspiratoria. Ridiculizar una conspiranoia puede servir para
desprestigiarla y alejar a posibles nuevos adeptos. Pero sacar a una persona de
ahí es mucho más difícil; es un trabajo a largo plazo que requiere empatía y
pedagogía, no burla ni autoritarismo. A corto plazo, podemos relegar al
ostracismo a los más egregios proponentes del pensamiento conspiratorio,
manejando sus ideas como discursos de odio (que a menudo son): no les demos
plataformas, presionemos para que no las tengan, saboteemos sus intentos de
difundirse, no permitamos que se expresen sin respuestas ni consecuencias.
Voltaire escribía en el siglo XVIII,
cuando Europa apenas estaba emergiendo de un ciclo sangriento de violencia
religiosa: guerras civiles, cacería de brujas, Inquisición, persecuciones... Si
te convences de que las plagas son culpa de los judíos que envenenan el agua,
quizá participes en el próximo linchamiento masivo. Si llegas a temer de
corazón que hay brujas en tu comunidad, quizá delates y hagas quemar a tu
vecina. Por eso la advertencia del filósofo debe resonar en nuestros
conflictivos días de extremismos y pérdida de contacto con la realidad:
Quien
puede hacerte creer insensateces puede hacerte cometer atrocidades.
2 comentarios:
"El problema no es el contenido de sus narrativas, sino la mentalidad conspiranoica." El perfecto resumen del artículo y de este problema en general. Gran análisis, profesor.
Gracias, Karla :)
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