Este 2021 se cumplen veinte añotes del
estreno de Atlantis: El imperio perdido, y los internetz ya se están
llenando de articulitos y ensayos celebrando este aniversario. Los tópicos
imperdibles son mencionados: Atlantis fue considerada un fracaso en su
momento, pero con el tiempo se convirtió en un clásico de culto; contó con la
participación de la leyenda del cómic Mike Mignola en el diseño de arte y
personajes; era completamente distinta a cualquier otra cosa que Disney hubiera
hecho antes o después, etcétera…
De lo que quiero hablar más bien es de
cómo Atlantis es en realidad una muestra perfecta de una etapa muy curiosa
en la historia de Disney y del cine de animación en occidente. Lo
es porque tiene la característica distintiva de aquella época: que no hay características
que definan a esa época. Lo que hay es una serie de experimentos muy
interesantes, tendencias que vivieron lo que un suspiro y cosas que nunca se
volvieron a ver, mientras la animación en 2D aceptaba su destino final y la
animación en 3D se coronaba como la norma en una nueva era.
IMPERATOR DISNEY
Corría la década de los 90 y Disney era el
rey indiscutible del cine de animación comercial, en una época que es conocida
como el Renacimiento Disney. La casa del Ratón había encontrado una fórmula exitosa
con La Sirenita (1989): cuentos de hadas y otras narraciones clásicas contadas
en forma de musical al estilo Broadway. Una racha de éxitos rotundos entronizó
a los estudios que apenas una década antes estaban por caer en la bancarrota: La
Bella y la Bestia (1991), Aladín (1992) y El Rey León (1994).
Este éxito fue tan avasallador que todo
el otro cine de animación palidecía en la sombra: ninguna película animada
podía competir contra las inmensas producciones musicales del Ratón Miguelito. Si
en los ochenta el cine animado alcanzó gran diversidad estilística y temática,
con obras tanto familiares como dirigidas a un público adulto, en los noventa
sólo había Disney y gente menos afortunada tratando de imitar sus logros. Don
Bluth, el genio que revolucionó el medio con clásicos como El secreto de
NIMH (1982), Un cuento americano (1986), La tierra antes del
tiempo (1988) y Todos los perros van al cielo (1989), parecía
incapaz de producir una sola obra como las de antaño y en cambio dejó un montón
de cintas mediocres y olvidables.
Tan absoluto era el dominio del modelo Disney que los estudios competidores, especialmente Warner, no tuvieron mejores ideas que tratar de imitar su estilo de cuentos animados con números musicales. Esta racha de imitaciones de Disney produjo cintas realmente patéticas que da pena ajena ver, cosas como: FernGully (1992), La princesa encantada (1994) Pulgarcita (1994), Anastasia (1997), La leyenda de Camelot (1998) o El rey y yo (1999). Joder, hasta el primer largometraje de Tom y Jerry (1992) se convirtió en un musical, así como las secuelas de La tierra antes del tiempo. Pulgarcita y Anastasia, por añadidura, son de Don Bluth, reducido en aquel entonces a hacer fusiles de los musicales de la titánica competencia. Por lo menos aquella última fue un éxito de taquilla, y hasta la fecha hay quien erróneamente cree que era una peli de Disney, de tan fielmente que sigue la fórmula.
Pero este imperio cultural no iba a
durar para siempre. Hacia finales de la década, la fórmula comenzaba a agotarse.
Tenemos algunos antecedentes de lo que estaba por venir. Con Pocahontas (1995)
y El Jorobado de Notre Dame (1996), los creativos de Disney quisieron
explorar terrenos fuera de los cuentos de hadas, con historias más oscuras, temas
adultos y un diseño de arte más naturalista y menos fantástico. Pero sus
ambiciones se vieron frustradas, porque además de que las historias
seleccionadas eran, por decir lo menos, inusuales para productos infantiles, la
intromisión de los ejecutivos y la directriz de apegarse a la fórmula hicieron
de estas dos un par de mezcolanzas irregulares que no deciden qué es lo que
quieren ser.
Ante el relativo fracaso de estos
proyectos, Disney dio marcha atrás con una película mucho más tradicional, Hércules
(1997), una comedia musical muy en el estilo de Aladín. Sin embargo, ya
se anunciaban vientos de cambio. Mulán (1998) dejaba atrás a las
princesas pasivas e ingenuas, y para Tarzán (1999) los números musicales
habrían quedado atrás; en vez de que los personajes cantaran y bailaran,
pusieron de fondo canciones de Phil Collins.
La película del Rey de la Selva se
considera la última del Renacimiento Disney. Sigue una etapa de muchas secuelas
de películas clásicas, la mayoría de las cuales salió directo para video,
mientras que algunas otras se estrenaron en los cines. Ninguna de ellas se
convirtió en clásico. También hubo una breve racha de largometrajes animados de
Winnie Puh y de animaciones en 3D de Campanita (ahora llamada Tinkerbell). Pero,
sobre todo, ésa fue la época en la que Disney no parecía qué quería hacer.
LA EDAD INDECISA
Tomemos las películas animadas que
Disney estrenó en los primeros años del siglo XXI, y veremos que, a diferencia
de las clásicas del Renacimiento, aquí no hay un solo eje que las unifique. Las
locuras del Emperador (2000) fue la primera que prescindió por completo de
los musicales. Es una comedia muy divertida con su estilo del humor absurdo y a
veces ácido, pero estaba muy lejos de ser tan ambiciosa y preciosista como las
pelis de antaño. Tierra de osos (2003) es todo lo contrario, un intento
de historia sentimental y moralizadora (para la que trajeron de regreso a Phil
Collins), que resulta terriblemente aburrida y cursi, que fue una decepción en
críticas y taquilla.
De entre estos años sobresale como una
flor entre el pantano Lilo y Stitch (2002) a mi gusto la mejor de la
Edad indecisa. Es muy diferente a todas las otras que se producían por esos
años. Menos cínica y más emotiva que el extremo de Las locuras del Emperador
pero menos cursi y más honesta que el extremo de Tierra de osos. Es
una cinta que se siente casi como del Renacimiento, pero sin seguir la fórmula.
En efecto, no es un cuento de hadas, no es musical, está ambientada en el
presente, las protagonistas no son caucásicas, no hay un villano en el sentido
tradicional, etcétera. Pero tiene la calidad y el corazón de las mejores
películas del Renacimiento y es por eso que se ha convertido en un clásico por
derecho propio.
El acabose llegó con Vacas vaqueras (2004),
probablemente la peor película animada de Disney, una comedia tan burda que no
parecería haber salido de los mismos estudios que nos dieron Aladín. La
recepción de esta cosa, que incluía una vaca con la voz de Consuelo Duval, fue
tan abismal que Disney decidió que la animación en 2D ya no les funcionaba, como
si fuera ése el problema, y no sus ideas carentes de corazón y originalidad. El
caso es que juraron que ya no harían películas así.
PIXAR REX
Aquí tenemos que regresar un poco en el
tiempo para recordar que durante todos esos años el cine de animación generada
por computadora se había estado desarrollando a pasos agigantados a partir del
estreno y exitazo de Toy Story (1995). El impacto de ver algo así por
primera vez en los cines es algo que no se olvida y entonces no lo sabíamos,
pero ahí estaba el futuro de la animación.
Esto ocurría al mismo tiempo que el
Renacimiento Disney estaba en su apogeo, pero en los noventa producir una
película completamente animada por computadora era costoso y tardado (no como
ahora, que Pixar estrena una al año), así que no significaban todavía una competencia
para la animación más tradicional.
En asociación con Pixar, Disney estrenó Bichos
(1998) Toy Story 2 (1999) y Monsters Inc. (2001). Luego
vendría su mejor racha, una serie de obras maestras que nos volaron el cerebro:
Buscando a Nemo (2003), Los Increíbles (2004), Ratatouille (2007),
Wall-E (2008) y Up (2009). Cars (2006) fue una película
más convencional, más al nivel de Bichos y Monsters, que Pixar
hizo para salir del paso porque supuestamente ésa iba a ser su última
colaboración con Disney. Pero luego el Ratón compró a la Lamparita y el resto
es historia.
Eso sí, por esos años parecía que, de no ser por Pixar, Disney ya no era nada, pues mientras la compañía creada por Lasseter y Jobs estaba haciendo las películas animadas clásicas que estaban marcando culturalmente la década, Disney estaba en lo más indeciso de su etapa indecisa, probando con muy poco éxito en la animación por computadora.
Todo empezó con Dinosaurio (2000),
visualmente espectacular, pero que se fusilaba la trama de la muy superior La
tierra antes del tiempo y de la reciente Tarzán. Luego siguieron,
justamente después del fiasco de Vacas vaqueras, las olvidables y por
momentos penosas Chicken Little (2005), Vida salvaje (2006), La
familia del futuro (2007) y Bolt (2008). Hay bandita que le tiene cariño
a varias de esas películas y a las otras de la Edad Indecisa, pero creo que tal
sentimiento se formó a fuerza de crecer con ellas repetidas por TV Azteca y
Disney Channel una y otra vez.
Todo esto a la sombra no sólo de Pixar,
sino de su principal competidora, Dreamworks. Esta encontraría su propia voz
creativa con pelis como Hormiguitaz (1998) y, sobre todo, Shrek (2001),
que se burlaba con tanta sorna de la fórmula de Disney que durante unos años ya
nadie quiso hacer cuentos de hadas como no fuera para parodiarlos o deconstruirlos.
La primera fórmula Dreamworks se caracteriza por un humor más adulto y ácido
que el de Disney o Pixar, repartos multiestelares, muchas referencias a la
cultura pop contemporánea y que todas, todas, tenían un momento dramático en el
que se revelaba que “¿nos estuviste mintiendo todo este tiempo?”.
Además, en sus primeros años Dreamworks
parecía estar haciendo su agosto de pintarle el dedo a Disney y a Pixar, con
proyectos que prácticamente gritaban “chinga tu madre, Lasseter”: ante Bichos
sacó Hormiguitaz, ante Buscando a Nemo sacó El
espantatiburones (2004) y a Vida salvaje estrenó Madagascar (2005).
Para la segunda mitad de la década, sin embargo, Dreamworks comenzó a hacer
películas con menos roña y más cariño, sobre todo a partir de Kung-Fu Panda
(2006) y cuando se acabaron por fin las secuelas de Shrek y Madagascar.
RESURGIR DE LAS CENIZAS
La promesa de no hacer animación en 2D duró
hasta 2009, cuando Disney estrenó La Princesa y el Sapo, un regreso al
modelo clásico de cuentos musicales que bien podría pasar por cualquier otra
del Renacimiento. La cinta fue un modesto éxito en taquilla, pero no recaudó
tanto como Disney esperaba, y decidió dejar, ahora sí, la animación 2D por la
paz. La casa del Ratón encontraría su nueva voz en la nueva década con Enredados
(2011) y Ralph el Demoledor (2012), y desde entonces intercalaría
adaptaciones musicales de relatos folclóricos (Frozen, Moana, Raya)
con propuestas más originales y arriesgadas (Grandes Héroes, Zootopia). Por otro lado, también nos invade con desabridos refritos de los clásicos de antaño. Hay pa' todo.
A esta etapa se le conoce en inglés como
Disney Revival (en español le podríamos llamar Resurgimiento… a ver si pega). Según
la misma compañía esa etapa inicia con Bolt y La Princesa y el Sapo,
pero ésas son patrañas y nadie les cree, porque se nota a leguas que esas
películas son de la etapa en la que no sabían que hacer consigo mismos…
El caso es que Pixar, Dreamworks y
Disney en su Resurgimiento, más otros estudios como Illumination y la extinta
Blue Sky marcaron la ruta de la animación en 3D en el siglo XXI y ahora vivimos
en un mundo creado por aquellos años formativos. Disney está de vuelta, ahora
dueño de Pixar, Marvel, Star Wars y Fox… Pero hey, ahora Dreamworks e Illumination
le hacen la competencia en cuanto a animación. ¿Yey?
“Oye, Ego, qué demonios, no hablaste
para nada de Atlantis”. Ah, sí, tienes razón, mi interlocutor imaginario. Es
que primero quería ponernos en contexto sociohistórico y cultural de la década
de los dosmiles. Porque resulta que detrás de los fracasos de Disney y de los
éxitos de Pixar y Dreamworks, hubo una racha de películas animadas únicas y
originales, poco apreciadas en su momento, convertidas en clásicos con los años,
y que no se parecen al Renacimiento Disney, pero tampoco pertenecen al auge de la animación en 3D. Pero para conocerlas
debemos retroceder al año de 1998…
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