Por fin he terminado la trilogía de Marte de Kim Stanley
Robinson (estadounidense, nacido en 1952). La había estado leyendo, un volumen cada año, desde
2021. Ahora, como les prometí al principio, viene un ensayo completo sobre esta
magna saga de la ciencia ficción contemporánea, con el propósito de despertar
su interés y de comunicar algunas de las ideas más interesantes
que plantea.
Marte rojo (1992), Marte verde (1993) y Marte
azul (1996) cuentan la historia de la colonización y
terraformación de nuestro mundo vecino a lo largo de casi 200 años. La
trilogía es famosa por su rigor científico al especular, de forma realista e
increíblemente bien documentada, sobre el futuro humano en el Planeta Rojo. Es
una aproximación de cómo probablemente sería nuestra vida en Marte. Ciencia ficción dura, durísima, es un derroche de erudición
científica con largas discusiones sobre planetología, ingeniería, ecología,
psicología social y un amplio y fascinante etcétera. Es para nerds, pues, y lo
digo como algo bueno.
Esta fama fue precisamente lo que me llevó a adquirir los
libros; quería participar de este portentoso ejercicio de imaginación sobre el
probable destino de la humanidad en Marte. Lo que no me esperaba, y que acabó
por enamorarme, es que la saga fuera también poderosamente política. Junto
a la posibilidad científica de convertir a Marte en un mundo habitable, los temas políticos, sociales y económicos están presentes desde el
primer capítulo. Revoluciones, represión, conflicto ideológico y pensamiento
utópico son parte tan fundamental de esta serie como lo son la composición de
la atmósfera marciana o la ingeniería genética de los líquenes. Y es que
resulta que uno de los temas que más apasionan a Robinson es la necesidad de
construir un futuro más allá del capitalismo. ¿Especulación científica +
ideas de izquierda? ¡Éste es mi mero mole!
No es de extrañar que esta serie sea considerada uno de
los primeros antecedentes del solarpunk, un subgénero de la ciencia
ficción que especula sobre cómo la ciencia y la tecnología, sumadas a ideas
anticapitalistas, igualitaristas y ecologistas, pueden ayudarnos a construir un
mundo mejor. Este subgénero se encuentra actualmente en apogeo, sin duda como
respuesta a las crisis ambientales y económicas que hemos estado enfrentando en
los últimos años.
Hoy en día se anuncia la lenta cancelación del futuro. El lamentable escenario creado por el capitalismo salvaje nos impide imaginar las alternativas para construir un mundo mejor. Por eso nuestra imaginación colectiva se ha llenado de distopías deprimentes o de escapismo nostálgico. La trilogía de Marte es precisamente una muy buena fuente de ideas como las que nos hacen falta, y ésa es quizá la principal razón por la que la recomiendo tanto. La obra de Robinson ofrece una visión del mañana en la cual podemos inspirarnos. De hecho, incluiré algunos de los pasajes más interesantes al respecto. Ésta es la clase de ciencia ficción que necesitamos.
Sin embargo, antes de entrar de lleno a lo que trata cada
libro (con spoilers menores), sí les quiero advertir una cosa: la
serie va decayendo en cada entrega. La primera es excelente, la segunda es
muy buena, pero la tercera ya chafea y cansa. La saga echa mano de un recurso
narrativo que después de un rato se vuelve fastidioso: pone a sus personajes a
viajar de un lugar a otro para que los lectores puedan apreciar
cómo van cambiando las cosas a través del tiempo. Durante largos pasajes no hay
conflicto ni mucha acción real; esto se siente sobre todo en el último volumen,
que para colmo es el más largo.
De modo que yo les recomiendo lo siguiente: lean el
primer libro, que es el único imprescindible. Si les gusta lo suficiente,
aviéntense el segundo. Y si todavía les quedan ganas, lléguenle al tercero.
Pero si alguno de ellos no les resulta de su agrado, deténganse, porque el
siguiente con toda probabilidad lo será aún menos. De cualquier forma, aquí
está su profe favorito para guiarles por un rápido recorrido por las ideas más
intrigantes de esta trilogía.
MARTE ROJO
A principios del siglo XXI, una avanzada de 100
científicos (principalmente rusos y americanos, pero también de otras
nacionalidades) es enviada para construir la primera colonia en nuestro mundo
vecino, y ya desde su largo viaje en la gigantesca nave espacial empiezan a
discutir las posibilidades de crear una nueva sociedad que deje atrás las
irracionales e ineficientes formas de organización dominantes en la Tierra.
Conforme los años pasan y más personas van llegando a Marte,
ese sueño parece desvanecerse bajo el poder de corporaciones trasnacionales
que saquean los recursos del planeta, al tiempo que explotan a los
trabajadores locales. Vamos, el sueño de Elon Musk. Las tensiones no dejan de crecer hasta que la revolución
estalla.
Es en este primer volumen donde se nos presentan los que
serán los protagonistas de toda la trilogía. Esto es posible gracias al otro
gran avance tecnológico sobre el que Robinson especula: un “tratamiento
geriátrico” capaz de corregir los defectos de transmisión de información
genética cuando las células del cuerpo humano se reproducen; es decir, la
clave para una vida sorprendentemente longeva. Algunos de los Primeros Cien
vivirán pasados los 220 años de edad.
A través de la mirada de varios personajes de los Primeros
Cien, hombres y mujeres, rusos y americanos, el autor nos narra, en este primer
libro, una historia que se extiende por décadas y que invita a soñar con las
capacidades humanas no sólo para dominar la ciencia y la técnica que permitan
"llevar la consciencia a donde sólo había materia", sino encontrar
formas más justas y armónicas de organizarnos como sociedades.
Uno de los personajes principales es John Boone, el
primer hombre en haber pisado Marte y líder moral no oficial de la expedición.
Es como un Steve Rogers, un héroe americano de completa rectitud,
admirado y respetado por casi todos. Aunque parece más moderado y conciliador
que otros personajes revolucionarios, es él quien cataliza el estallido de la
revolución con su famoso discurso, que encapsula el espíritu de la trilogía.
El contexto es el siguiente: las corporaciones
trasnacionales (y que pronto llegarían a ser metanacionales) son cada vez más
poderosas en la Tierra, hasta el punto de erosionar la autoridad de los
gobiernos nacionales y de la ONU. Su poder ya se está dejando sentir en Marte. Los
Primeros Cien y otros colonos quieren ver preservada la libertad e igualdad de los asentamientos originales. John Boone aprovecha una reunión en el
Monte Olimpo (la montaña más alta de Marte y del sistema solar) para incitar a
la resistencia. Éste es su famoso discurso:
Miren,
¡estamos en Marte! Ése es nuestro regalo y es un gran regalo. La razón por la
que tenemos que seguir entregando nuestras vidas para mantener el ciclo en
marcha, es como en la eco-economía, donde lo que tomas del sistema debe
ser equilibrado con lo que das, equilibrado o superado para crear esa onda
entrópica que caracteriza toda la vida creativa y especialmente este paso hacia
un nuevo mundo, este lugar que no es ni naturaleza ni cultura, la
transformación de un planeta en un mundo y luego en un hogar.
Ahora
todos sabemos que diferentes personas tienen diferentes razones para estar aquí
e, igual de importante, las personas que nos enviaron tenían diferentes razones
para enviarnos, y ahora estamos empezando a ver los conflictos causados por
esas diferencias. ¡Hay tormentas que se avecinan en el horizonte,
meteoritos de problemas volando y algunos de ellos van a caer directamente en
lugar de saltar por encima como esa llamarada de hielo blanco que acaba de
hacerlo!
Puede
ponerse feo a veces, casi seguro que se pondrá feo, por lo que tenemos que
recordar que así como estos meteoritos enriquecen la atmósfera, la espesan y
agregan el elixir del oxígeno a la sopa venenosa que está fuera de estos domos,
los conflictos humanos que se avecinan también pueden hacer lo mismo,
derritiendo el permafrost en nuestra base social, derritiendo todas esas
instituciones congeladas y dejándonos con la necesidad de creación, el
imperativo de inventar un nuevo orden social que sea puramente marciano…
Ahora,
sé que solía decir que teníamos que inventarlo todo desde cero, pero en estos
últimos años viajando y conociéndolos a todos, he visto que estaba equivocado
al decir eso. No es como si no tuviéramos nada y nos estuvieran obligando a
conjurar formas divinas desde el vacío, tenemos los genes, podrías decir, los
memes como dice Vlad, que significan nuestros genes culturales, por lo que es
en la naturaleza de un acto de ingeniería genética lo que hacemos aquí, tenemos
las piezas de ADN de todas las culturas hechas y rotas y mezcladas por la
historia, y podemos elegir y cortar y unir de lo mejor de ese conjunto de
genes, tejer todo junto de la manera en que los suizos hicieron su
constitución, o los sufíes su fe, o la forma en que el grupo de Acheron
hizo su último liquen de crecimiento rápido, un poco de aquí y allá, lo que sea
apropiado, teniendo en cuenta la regla de las siete generaciones, pensando en
siete generaciones hacia atrás y siete hacia adelante, y siete veces siete si
me preguntas, porque ahora estamos hablando de extender nuestras vidas mucho
más allá de los años, no sabemos cómo eso nos afectará aún, pero es cierto que el
altruismo y el interés propio se han fusionado más estrechamente que nunca.
Pero
también son las vidas de nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, y así
sucesivamente para siempre, en las que debemos pensar. Debemos actuar de tal
manera que les demos tantas oportunidades como las que se nos han dado a
nosotros y, con suerte, más aún, canalizando la energía del sol de maneras
cada vez más ingeniosas para revertir el flujo de la entropía en este pequeño
bolsillo del flujo universal. Y sé que esto suena muy general cuando este
tratado que ordena nuestras vidas aquí está por renovarse muy pronto, pero
tenemos que tener eso en mente porque lo que viene no es solo un tratado, sino
más bien una especie de congreso constitucional, porque estamos tratando con el
genoma de nuestra organización social aquí. Puedes hacer esto, no puedes hacer
eso, debes hacer esto, para comer o dar. Y hemos estado viviendo según un
conjunto de reglas establecidas para tierra vacía, el Tratado Antártico, tan
frágil e idealista, que ha mantenido libre de intrusión ese continente frío
durante tanto tiempo, hasta la última década, de hecho, cuando ha sido
socavado, y eso es una señal de lo que está comenzando a suceder aquí también.
La
imposición de ese reglamento ha comenzado en todas partes, como un parásito que
se alimenta de los bordes de su organismo huésped, porque eso es lo que son
estas nuevas reglas, la antigua avaricia parasitaria de los reyes y sus
secuaces, este sistema que llamamos “orden mundial transnacional” es sólo
feudalismo de nuevo, un conjunto de reglas que es anti-ecológico, que no
devuelve sino que enriquece a una élite internacional flotante, mientras
empobrece todo lo demás; y así, por supuesto, la llamada élite rica también
es pobre, desconectada del trabajo humano real y, por lo tanto, del
verdadero logro humano, parasitaria en el sentido más preciso, y sin embargo,
también poderosa, como pueden ser los parásitos que han tomado el control, ¡chupando
los dones del trabajo humano de sus legítimos receptores, que son las siete
generaciones, y alimentándose de ellos mientras aumentan los poderes represivos
que los mantienen en su lugar!
Así
que, en este punto, es democracia contra capitalismo, amigos, y nosotros
en este puesto de avanzada de la frontera del mundo humano estamos quizás en
una mejor posición que nadie más para ver esto y luchar en esta batalla global,
aquí hay tierra vacía, aquí hay recursos escasos y no renovables, y nos veremos
arrastrados a la lucha y no podemos elegir no ser parte de ella, somos uno de
los premios y nuestro destino será decidido por lo que suceda en todo el mundo
humano. Siendo ése el caso, es mejor que nos unamos por el bien común,
por Marte, por nosotros y por todas las personas de la Tierra y por las siete
generaciones, será difícil, tomará años, y cuanto más fuertes seamos, mejores
serán nuestras posibilidades, por eso estoy tan feliz de ver ese meteoro
ardiente en el cielo bombeando la matriz de la vida en nuestro mundo, y por eso
estoy tan feliz de verlos a todos aquí para celebrarlo juntos, un congreso
representativo de todo lo que amo en este mundo, pero miren, creo que la banda
de tambores de acero está lista para tocar, ¿no es así? Así que ¿por qué no
empiezan ustedes y bailamos hasta el amanecer y mañana nos dispersamos por los
vientos y por los lados de esta gran montaña para llevar el regalo a todas
partes?”
El libro me encantó, y hasta me sacó una lagrimita cerca del
final. Me gustaría abundar más en los personajes principales y en otros
aspectos de la novela, pero entonces este texto quedaría demasiado largo y ya
es momento de pasar a la segunda parte…
MARTE VERDE
El segundo libro continúa la historia de
los Primeros Cien, así como de las generaciones de sus hijos, nietos y bisnietos.
Con el tratamiento geriátrico que prolonga sus vidas, nuestros héroes
alcanzan y superan la centuria a lo largo de esta novela. Es curioso tener
como protagonistas a personas no sólo ancianas, sino centenarias.
La narración nos los describe como saludables, pero visiblemente envejecidos,
con canas y arrugas; básicamente, se nos explica, llega un momento en que todas
las personas que reciben el tratamiento se ven como de setenta años. Entre
paréntesis, también fue bastante raro que hubiera tanto sexo entre ancianos en
un solo libro.
La novela transcurre a lo largo de la primera mitad del
siglo XXII. Tras una primera revolución fallida, los sobrevivientes de
los Primeros Cien se unen a la líder Hiroko y construyen un refugio en el
lejano polo sur marciano. Allí crían y educan a nuevas generaciones, los
primeros nacidos en Marte; un nuevo pueblo para un nuevo mundo. Mientras, otros
migrantes comienzan a llegar y se establecen más y más colonias en el planeta,
todas bajo la supervisión de las más poderosas corporaciones metanacionales de
la Tierra.
En su aspecto científico y tecnológico, el libro describe
el continuo proceso de terraformación de Marte. Robinson nos habla de la tecnología
que permite a los seres humanos construir ciudades en el Planeta Rojo, así como
la lenta transformación de su suelo y atmósfera para hacerlos capaces de
sostener vida. También se realizan enormes proyectos que implican la creación
de lagos marcianos y un paulatino calentamiento del planeta.
En cuanto al aspecto político y social, se narran los
esfuerzos de los Primeros Cien y las nuevas generaciones para crear nuevas
formas de organización que vayan más allá del capitalismo. En la novela,
este sistema socioeconómico se ha vuelto tan insostenible que la Tierra está en
crisis constante y bajo la amenaza del colapso ecológico. Nosotros ya llegamos
a ese momento en el mundo real y no tuvimos que esperar a mediados del siglo
XXII. De hecho, aunque esta novela se ubique en el futuro no muy lejano, en
realidad se siente como si hablara de nuestro presente, y no sólo por las
catástrofes del capitalismo tardío sino por la búsqueda de alternativas
mejores.
En efecto, en Marte se fundan diferentes comunidades,
algunas completamente underground, otras semiautónomas, pero cada una con distintas formas de organización social y
económica alternas al capitalismo. Algunas están basadas en ideologías
occidentales clásicas, como el marxismo y el anarquismo, pero otras se
inspiran en culturas y filosofías de múltiples rincones del mundo. Por ejemplo,
algunas sociedades retoman aspectos de la organización de los antiguos
polinesios, mientras que un grupo de mujeres restaura el matriarcado
minoico. También aparecen nuevos sistemas de pensamiento surgidos y
desarrollados en Marte.
Ésta es la parte más interesante del libro. Robinson no
trata de imponer una sola ideología para solucionar todos los males de la
humanidad. En cambio, propone una red de comunidades autónomas en la que cada
una pueda escoger y desarrollar su propio sistema de acuerdo a su cultura y sus
necesidades. Un mundo en el que caben muchos mundos. Hoy en día también
están surgiendo distintas alternativas para el decadente sistema actual, y a
menudo muchos nos hemos preguntado “sí, pero no podemos ponernos de acuerdo, y
además cómo lo vamos a hacer a nivel global”. Bueno, la respuesta podría ser
que no necesariamente tenemos que estar de acuerdo en todo y que
definitivamente sería un error tratar de aplicar un único modelo a toda
la humanidad.
En un aparte curioso: para una serie escrita en los 90, es notorio que Robinson casi no mencionara la existencia de Internet, ni tampoco adivina el enorme impacto cultural, social y económico llegaría a tener. Por otra parte, tampoco se imaginó la profunda revolución en materia de sexualidad e identidad de género que vendría tan sólo dos décadas más tarde: en toda la trilogía, sólo en un pasaje se menciona la existencia de parejas del mismo sexo, y las personas transgénero brillan por su ausencia. Recordemos que la ciencia ficción en realidad trata menos sobre predecir el futuro que sobre analizar el presente, y hay cosas que el autor no alcanzó a ver en su momento.
MARTE AZUL
Nos hemos acostumbrado a que muchas historias de ficción
culminen con revoluciones que derroquen gobiernos tiránicos. Esta trilogía, en
cambio, tiene tal revolución al final del segundo volumen, dejando para el
tercero el cómo se construirá un nuevo mundo después del triunfo revolucionario.
Entonces, lo más interesante de este libro ocurre en la
primera mitad, en especial la discusión sobre crear una sociedad
post-capitalista. Es curioso que Robinson imagine que la tercera generación de
marcianos, los nietos de los Primeros Cien, serían más conservadores que sus
abuelos. Una poderosa facción de nativos marcianos jóvenes desea establecer un
sistema capitalista de libre mercado en el Planeta Rojo, y sus líderes llegan hasta
a tener servidumbre. Los Primeros Cien, en cambio, eran mucho más radicales,
como se puede ver en el siguiente diálogo. De un lado está Vlad Taneev, uno de
los científicos rusos más brillantes de los Primeros Cien, quien junto a sus
compañeras Ursula y Marina (con quienes vive en un ménage à trois) habían
desarrollado no sólo el tratamiento geriátrico, sino el sistema llamado
eco-economía. Del otro lado, Antar, un joven nativo de ideas libertario-capitalistas.
"Lo
que dijiste sobre el gobierno y las empresas es absurdo", afirmó Vlad
fríamente. Era un tono de voz que no se había escuchado mucho en el congreso
hasta el momento, desdeñoso y despectivo. "Los gobiernos siempre regulan
el tipo de negocio que permiten. La economía es un asunto legal, un sistema de
leyes. Hasta ahora, hemos estado diciendo en el underground marciano que,
como cuestión de ley, la democracia y la autonomía son los derechos
innatos de cada persona, y que estos derechos no deben suspenderse cuando
una persona va a trabajar. Tú", hizo un gesto con la mano para indicar que
no conocía el nombre de Antar, "¿crees en la democracia y el
autogobierno?"
"¡Sí!"
dijo Antar defensivamente.
"¿Crees
en la democracia y la autonomía como los valores fundamentales que el
gobierno debería fomentar?"
"¡Sí!"
repitió Antar, luciendo cada vez más molesto.
"Muy
bien. Si la democracia y la autonomía son fundamentales, entonces ¿por qué
deberían las personas renunciar a estos derechos cuando entran a trabajar? En
política luchamos como tigres por la libertad, por el derecho a elegir a
nuestros líderes, por la libertad de movimiento, la elección de residencia, la
elección de qué trabajo seguir: control de nuestras vidas, en resumen. Y luego nos
despertamos por la mañana y vamos a trabajar, y todos esos derechos desaparecen.
Ya no insistimos en ellos. Y así, durante la mayor parte del día, volvemos al
feudalismo. Eso es lo que es el capitalismo: una versión del feudalismo en
la que el capital reemplaza a la tierra, y los líderes empresariales
reemplazan a los reyes. Pero la jerarquía sigue ahí. Y así seguimos entregando
nuestro trabajo vitalicio, bajo coacción, para alimentar a los gobernantes que
no hacen ningún trabajo real".
"Los
líderes empresariales trabajan", dijo Antar con firmeza. "Y asumen
los riesgos financieros".
"El
supuesto riesgo del capitalista no es más que uno de los privilegios del
capital".
"La
administración..."
"Sí,
sí. No me interrumpas. La administración es algo real, un asunto técnico. Pero
puede ser controlada tan bien por el trabajo como por el capital. El capital en
sí mismo es simplemente el residuo útil del trabajo de los trabajadores del
pasado, y podría pertenecer a todos, así como a unos pocos. No hay razón por la
que una pequeña nobleza deba poseer el capital, y todos los demás estar a su
servicio. No hay razón para que no nos den un salario digno y se lleven todo lo
demás que producimos. ¡No! El sistema llamado “democracia capitalista” no
fue realmente democrático en absoluto. Por eso pudo convertirse rápidamente
en el sistema metanacional, en el que la democracia se debilitaba cada vez más
y el capitalismo se fortalecía cada vez más. En el que el uno por ciento de la
población poseía la mitad de la riqueza, y el cinco por ciento de la población
poseía el noventa y cinco por ciento de la riqueza. La historia ha demostrado
cuáles eran los valores reales en ese sistema. Y lo triste es que la injusticia
y el sufrimiento que causó no eran en absoluto necesarios, ya que los medios
técnicos han existido desde el siglo XVIII para proporcionar lo básico de la
vida a todos.
Entonces,
debemos cambiar. Es hora. Si la autonomía es un valor fundamental, si la
justicia simple es un valor, entonces son valores en todas partes, incluyendo
en el lugar de trabajo donde pasamos tanto de nuestras vidas. Eso es lo que se
dijo en el punto cuatro del acuerdo de Dorsa Brevia. Dice que el trabajo de
cada uno es suyo, y que no se puede quitar su valor. Dice que los
diversos modos de producción pertenecen a quienes los crearon y al bien
común de las generaciones futuras. Dice que el mundo es algo que todos cuidamos
juntos. Eso es lo que dice. Y en nuestros años en Marte hemos desarrollado un
sistema económico que puede cumplir todas esas promesas. Ese ha sido nuestro
trabajo en los últimos cincuenta años. En el sistema que hemos desarrollado,
todas las empresas económicas son pequeñas cooperativas, propiedad de sus
trabajadores y de nadie más. Contratan a sus gerentes o se gestionan a sí
mismas. Las asociaciones de gremios industriales y cooperativas formarán las
estructuras más grandes necesarias para regular el comercio y el mercado,
compartir el capital y crear crédito".
Antar
dijo con desprecio: "Éstas son solo ideas. Es utopismo y nada más".
"No
del todo". De nuevo Vlad lo apartó con la mano. "El sistema se basa
en modelos de la historia terrestre, y sus diversas partes han sido probadas en
ambos mundos y han tenido mucho éxito. No sabes nada sobre esto en parte porque
eres ignorante y en parte porque el metanacionalismo mismo ignoró y negó
todas las alternativas. Pero la mayor parte de nuestra microeconomía ha
estado en funcionamiento exitoso durante siglos en la región de Mondragón, en
España. Las diferentes partes de la macroeconomía se han utilizado en la
pseudo-metanat Praxis, en Suiza, en el estado indio de Kerala, en Bután, en
Bolonia, Italia, y en muchos otros lugares, incluyendo el propio underground marciano. Estas organizaciones fueron las precursores de nuestra economía, que
será democrática de una manera que el capitalismo ni siquiera intentó
ser".
Aunque Robinson no termina describiendo una utopía perfecta
en la que todo problema y conflicto se hayan solucionado, sí que la curva de su
historia se dobla hacia el progreso. Al final de la trilogía hay un sentimiento
de gran esperanza, de que la voluntad humana ha sido capaz de mejorar el mundo
y que un mañana todavía más próspero, justo y libre se encuentra muy cerca.
Hacia mediados del libro aparece un poco de filosofía de la historia que
explica este cambio. Aunque la palabra no se menciona, es una concepción
típicamente dialéctica.
En la década de 2170, la historiadora marciana Charlotte de Dorsa Brevia escribió y publicó varios volúmenes de una densa metahistoria analítica, como ella la llamaba, que sostenía que el gran diluvio había servido como catalizador, y los avances técnicos como el mecanismo habilitador, pero que el carácter específico del nuevo renacimiento había sido causado por algo mucho más fundamental, que era el cambio de un tipo de sistema socioeconómico global al siguiente. Describió lo que llamó un "complejo residual/emergente de paradigmas superpuestos", en el que cada gran época socioeconómica estaba compuesta por partes aproximadamente iguales de los sistemas inmediatamente adyacentes a ella en el pasado y el futuro. Sin embargo, los períodos inmediatamente antes y después no fueron los únicos involucrados; formaron la mayor parte de un sistema y comprendieron sus componentes más contradictorios, pero características importantes adicionales provinieron de aspectos particularmente persistentes de sistemas más arcaicos, y también de intuiciones débiles y vacilantes de desarrollos que no florecerían hasta mucho más tarde.
Por
lo tanto, el feudalismo, para tomar un ejemplo, estaba compuesto para Charlotte
de un choque del sistema residual de la monarquía absoluta religiosa y el
sistema emergente del capitalismo, con importantes ecos de castas tribales más
arcaicas y premoniciones débiles del humanismo individualista posterior. El
choque de estas fuerzas se desplazó con el tiempo, hasta que el Renacimiento
del siglo XVI marcó el comienzo de la era del capitalismo. El capitalismo
estaba compuesto por elementos en conflicto del feudalismo residual y un futuro
orden emergente que solo estaba siendo definido en su tiempo, que Charlotte
llamó democracia. Y ahora, afirmaba Charlotte, al menos en Marte, estaban en la
era democrática en sí misma.
El
capitalismo, por lo tanto, como todas las demás eras, había sido la combinación
de dos sistemas en oposición muy aguda entre sí. Esta incompatibilidad de sus
partes constituyentes fue subrayada por la desafortunada experiencia de la
sombra crítica del capitalismo, el socialismo, que había teorizado la verdadera
democracia y la había pedido, pero en el intento de ponerla en práctica había
utilizado los métodos disponibles en su tiempo, los mismos métodos feudales tan
predominantes en el propio capitalismo; de manera que ambas versiones de la
mezcla habían terminado siendo tan destructivas e injustas como su padre
residual común. Las jerarquías feudales en el capitalismo se habían
reflejado en los experimentos socialistas vividos; y así toda la era había
seguido siendo una lucha caótica altamente cargada, exhibiendo varias versiones
diferentes de la lucha dinámica entre el feudalismo y la democracia.
Pero
la era democrática había finalmente emergido de la era capitalista, al menos en
Marte. Y esta era también, siguiendo la lógica del paradigma de Charlotte,
necesariamente era una combinación de elementos residuales y emergentes. Entre
los residuos contenciosos y competitivos del sistema capitalista y algunos
aspectos emergentes de un orden más allá de la democracia, uno que no podía ser
completamente caracterizado aún, ya que nunca había existido, pero que
Charlotte se aventuró a llamar Armonía o Bien General. Este salto especulativo
lo hizo en parte estudiando de cerca cómo la economía cooperativa era
diferente del capitalismo y en parte tomando una perspectiva meta-histórica
aún más amplia, e identificando un amplio movimiento general en la historia que
los comentaristas llamaron su Gran Balancín, un movimiento desde los residuos
profundos de las jerarquías de dominación de nuestros antepasados primates en
la sabana, hacia la lenta, incierta, difícil, no predeterminada, libre
emergencia de una armonía e igualdad puras que caracterizarían la verdadera
democracia.
Ambos
de estos elementos de larga data siempre habían existido, sostenía Charlotte,
creando el gran balancín, con el equilibrio entre ellos cambiando lentamente y
de manera irregular a lo largo de toda la historia humana: las jerarquías de
dominación habían subyacido a todos los sistemas realizados hasta ahora, pero
al mismo tiempo, los valores democráticos habían sido siempre una esperanza y
un objetivo, expresados en el sentido de uno mismo de cada primate y el
resentimiento de las jerarquías que después de todo tenían que ser impuestas
por la fuerza. Y así, a medida que el balancín de esta meta-metahistoria había
cambiado de equilibrio a lo largo de los siglos, los intentos notablemente
imperfectos de instituir la democracia habían ganado lentamente poder.
Así,
un porcentaje muy pequeño de los humanos había contado como verdaderos iguales
en sociedades esclavistas como la antigua Grecia o la América revolucionaria, y
el círculo de verdaderos iguales solo se había ampliado un poco más en las
posteriores "democracias capitalistas". Pero a medida que cada
sistema pasaba al siguiente, el círculo de ciudadanos iguales se había
expandido más, por un pequeño o gran margen, hasta el punto de que ahora todos
los humanos (en teoría, de todos modos) eran iguales y se estaba considerando a
otros animales e incluso a las plantas, los ecosistemas y los propios
elementos. Estas últimas extensiones de la "ciudadanía" Charlotte las
consideraba entre las premoniciones del sistema emergente que podría venir
después de la democracia per se, el período de utopía, de "armonía" postulado por Charlotte.
Estas
destellos eran débiles, y el sistema esperado a distancia de Charlotte era una
hipótesis vaga; cuando Sax Russell leyó los volúmenes posteriores de su obra,
leyendo ávidamente los interminables ejemplos y argumentos (porque esta cuenta
es una severa abreviatura de su obra, sólo un resumen), leyendo en un estado de
excitación al encontrar un paradigma general que podría aclarar la historia
para él finalmente, se preguntó si esta supuesta edad de armonía universal y
buena voluntad alguna vez se materializaría en realidad; le parecía posible o incluso
probable que hubiera algún tipo de curva asintótica en la historia humana, el
lastre del cuerpo, tal vez, que mantendría a la civilización luchando allí en
la era de la democracia, luchando siempre hacia arriba, también lejos de la
recaída, y nunca avanzando mucho más allá; pero también le parecía que este
estado en sí mismo sería suficientemente bueno como para llamarlo una
civilización exitosa. Suficiente era como una fiesta, después de todo.
En
cualquier caso, la metahistoria de Charlotte fue muy influyente, proporcionando
a la diáspora explosivamente acelerada una especie de narrativa maestra, con la
que podían orientarse; y así se unió a la pequeña lista de historiadores cuyos
análisis habían afectado el flujo de su propio tiempo, personas como Platón,
Plutarco, Bacon, Gibbon, Chamfort, Carlyle, Emerson, Marx, Spengler, y en Marte
antes de Charlotte, Michel Duval. Ahora la gente entendía comúnmente que el
capitalismo había sido el choque entre el feudalismo y la democracia, y que
el presente era la época democrática, el choque entre el capitalismo y la
armonía. Y también entendían que su propia era todavía podía convertirse en
cualquier otra cosa también. Charlotte insistía en que no había tal cosa como
el determinismo histórico, sino solo los esfuerzos repetidos de las personas
para promulgar sus esperanzas; luego el reconocimiento retrospectivo del
analista de tales esperanzas que se hicieron realidad creó una ilusión de
determinismo. Cualquier cosa podría haber pasado; podrían haberse desmoronado en
una anarquía general, podrían haberse convertido en un estado policial
universal para "controlar" los años de crisis; pero como las
grandes metanacionales de Terra en realidad se habían mutado en cooperativas similares
a Praxis, propiedad de los trabajadores, con las personas en control de su
propio trabajo, era democracia, por el momento. Habían promulgado esa
esperanza.
Y
ahora su civilización democrática estaba logrando algo que el sistema anterior
nunca podría haber logrado, que era simplemente sobrevivir en el período
hiper-malthusiano. Ahora podían comenzar a ver ese cambio fundamental en los
sistemas, en este siglo veintidós que estaban promulgando; habían cambiado el
equilibrio para sobrevivir a las nuevas condiciones. En la economía democrática
cooperativa, todos veían que las apuestas eran altas; todos se sentían
responsables de su destino colectivo; y todos se beneficiaban del frenético
estallido de construcción coordinada que estaba ocurriendo en todo el sistema
solar.
Lo malo es que eso es casi todo lo que hay de interesante en
el tercer volumen. Robinson pronto regresa al método narrativo que le acomodó
en los dos libros anteriores: hacer que personajes viajen de aquí a allá para
que los lectores podamos conocer cómo va avanzando la situación en Marte (y en
el sistema solar). Sólo que ahora, con una casi total ausencia de conflicto,
estos episodios se vuelven muy aburridos. Para ponerle un poco de emoción,
Robinson hace que los personajes se enfrenten a diversos peligros como
tormentas, accidentes o hasta animales salvajes, pero se nota que está haciéndolo
sólo en un intento de romper la motonía y el resultado es predecible. Este
libro pudo haber tenido, fácilmente, unas 200 páginas menos.
Ya ni hablar de las escenas de sexo entre
ancianos, a las que Robinson parece tan afecto, sólo superadas por una muy
problemática escena de sexo entre una mujer joven y un viejo centenario que fuera coetáneo y amigo su bisabuelo, que porque “verlo desnudo y arrugado como tortuga la
excitó”. WTF?! Completamente gratuita y en absoluto inexplicable.
A pesar de un final menos que satisfactorio y de varios
defectos recurrentes, la trilogía de Marte sigue siendo una gran obra de
ciencia ficción, que merece los muchos elogios que ha recibido y que vale la
pena revisar. En lo personal, disfruté mucho su lectura intermitente durante
estos tres años; estimuló mil reflexiones y un profundo deseo de aprender más;
me encariñé con los personajes, me identifiqué con alguno y quizá lloré un poco
por otros. Mientras tecnomillonarios fraudulentos quieren vendernos un mañana en el que la jerarquías sociales y la explotación continuarán en colonias planetarias, historias como ésta nos impulsan a imaginar alternativas y a trabajar por ellas. Quién sabe, quizá si leen estos libros, cada vez que salgan al cielo nocturno y miren ese astro rojizo tan brillante, les llegue todo un torrente de nuevas ideas y emociones.
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