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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

miércoles, 3 de enero de 2024

Hacia un nuevo amanecer para todo


¡Feliz inicio de año, compas! O feliz momento que sea en el que estén leyendo esto. Decididamente en el 2023 me reenfoqué en el estudio de la historia, pero no tanto en volver a estudiar los hechos históricos, sino en conocer obras que nos invitan a pensar de otra manera sobre nuestro pasado. Para coronar aquella serie de enriquecedoras lecturas, terminé el año con el libro que les quiero recomendar hoy: El amanecer de todo, del antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow.

 

La concepción de la historia en la cultura general, y hasta en buena parte de la academia, tiende a ser lineal, incluso teleológica, como si la humanidad estuviera destinada a atravesar distintos estadios preordenados, momentos obligatorios en la evolución de toda sociedad. Esta mentalidad está presente en el positivismo de Comte, por supuesto, pero también en la dialéctica de Marx, y se encuentra muy arraigada en el pensamiento contemporáneo, como se puede atestiguar por el éxito de libros como Los mejores ángeles en nosotros de Steven Pinker y Sapiens: de animales a dioses de Yuval Noah Harari (ninguno de los cuales, apuntan los autores, es experto en los campos de los que escriben).

 

Más aún, las concepciones sobre la naturaleza humana están marcadas por la dicotomía Rousseau vs Hobbes. El hombre primitivo, en un estado natural, ¿es noble, gentil y pacífico, o es una bestia, un lobo para otros hombres que no tiene más que la fuerza bruta para defenderse de la fuerza bruta del prójimo? Por un lado, la narrativa de que la vida para el hombre primitivo debía ser “sucia, brutal y breve”, y que el camino de la civilización, con todas sus inequidades y despotismo, es lo mejor que nos pudo pasar. Por otro, la idea de que al hacerse más complejas las sociedades surgieron la desigualdad, los gobiernos, la esclavitud y la pobreza de forma inevitable. En cualquier caso, lo único que podemos hacer ahora es seguir por este camino, y a lo mucho ir mejorando poco a poco.

 


Pues quizá no sea ni lo uno ni otro. Quizá sea hora de repensar lo que creemos saber acerca de la historia humana.

 

“Este libro es un intento de comenzar a contar otra historia, más esperanzadora e interesante; una que, al mismo tiempo, tome en cuenta lo que las últimas décadas de investigación nos han enseñado. En parte, es cosa de juntar la evidencia que se ha acumulado en disciplinas como la arqueología, la antropología y otras; evidencia que apunta hacia una nueva narración de cómo las sociedades humanas se han desarrollado en los últimos 30 mil años.”

 

Graeber y Wengrow nos llevan a recorrer miles de años por los cinco continentes. Si algo dejan muy en claro los autores es que la variedad de formas en la que las sociedades humanas se han organizado a lo largo de los milenios es inimaginablemente enorme. Ha habido sistemas de organización política y social para las cuales ni siquiera cabe aplicar los nombres tradicionales: monarquía, democracia, dictadura… Y muchas de ellas han desarrollado instituciones de participación directa en los asuntos de gobierno (al menos para algunos sectores de la población) así como mecanismos para impedir la tiranía o reducir la desigualdad.

 

Pues resulta un error considerar que los pueblos antiguos, incluso prehistóricos, carecían de consciencia o imaginación política, y sólo se dejaban arrastrar por la fuerza de la tradición heredada de sus ancestros. Al contrario, abundan los casos de sociedades en las que se daba un alto valor a la deliberación y al debate racional sobre el rumbo que debía seguir la colectividad. No por nada nuestros ancestros fueron capaces de las más grandes innovaciones tecnológicas y sociales.

 

Esto incluye sociedades de cazadores-recolectores, tanto históricas como recientes. Resulta que ni siquiera hay una sola forma en la que se puede ser cazador-recolector, y que es un error garrafal asumir que las actuales sociedades no agrícolas son “ventanas hacia la prehistoria”, o que siquiera se han mantenido igual durante los últimos siglos, o que mantienen sus formas de vida sólo porque “no conocen nada mejor”. No son pocos los pueblos que rechazaron conscientemente adoptar la agricultura, y la variedad de formas de organización que han llegado a tener es increíble.

 


La lectura de El amanecer de todo nos invita… no, nos obliga a cuestionarnos nociones tales como que las sociedades complejas requieren de gobiernos coercitivos, desigualdad económica, aparatos burocráticos y demás, o que estadios como el esclavismo y el feudalismo eran pasos necesarios antes de alcanzar la actual democracia liberal (lo mejor a lo que podemos aspirar).

 

“Carole Crumbley, antropóloga y experta en la Edad del Hierro, lleva años señalando esto: los sistemas complejos no tienen que organizarse de arriba abajo, ni el mundo natural ni en el social. Que tendamos a sumir lo contrario probablemente nos dice más de nosotros mismos que de las personas y los fenómenos que estudiamos.”

 

Y es que la historia no es lineal, ni siquiera un zigzag. No todas las sociedades evolucionan de la misma manera a lo largo del tiempo, ni pasan por los mismos estadios, ni la misma clase de acontecimientos (digamos, un desarrollo tecnológico) tiene los mismos efectos inevitables. Ni el estado-nación, ni el capitalismo, ni ninguna otra estructura jerárquica y coercitiva era una necedad histórica, ni debemos pensar que seguirán existiendo de la misma manera para siempre.

 

El desarrollo de la agricultura no tenía que llevar a la acumulación desigual de riquezas, ni al poder de unas personas sobre otras. De hecho, los autores nos hacen cómo en algunos casos transcurren miles de años entre una cosa y otra. Las primeras ciudades carecían de estructuras jerárquicas y de gobiernos centralizados. Los reyes tardaron mucho en aparecer, y aun cuando lo hicieron, al principio tuvieron que compartir poder con instituciones de participación colectiva (como asambleas) que les precedían por siglos.

 


La democracia no sería, pues, una innovación excepcional de Occidente. De hecho, Graeber y Wengrow señalan que algunas de las semillas del pensamiento político de la Ilustración (que llevó a las revoluciones burguesas y a la democracia liberal) fueron precisamente ideas provenientes de lugares tan disímbolos como Persia, China y Norteamérica. Sin embargo, la narrativa tradicional presenta la Ilustración y las revoluciones que les siguieron como logros exclusivos del Occidente moderno.

 

Es más, los autores sostienen que fueron las ideas del filósofo nativoamericano Kondiaronk una de las principales fuentes del pensamiento ilustrado. Kondiaronk era famoso por su elocuencia y sus dotes retóricas cuando debatía con eruditos europeos, en especial franceses, quienes después llevarían sus ideas al Viejo Continente en forma de libros. Kondiaronk hacía duras críticas de la cultura europea, de su sumisión a los soberanos, de sus tendencias violentas, de su falta de libertades individuales. En cambio, los intelectuales europeos contemporáneos a Kondiaronk (como los eruditos jesuitas con los que debatía) condenaban de plano las ideas de libertad e igualdad. Todo esto seguramente será a primeras difícil de tragar, en especial para quienes estamos acostumbrados al relato eurocentrista, así que sólo puedo asegurarles que los autores tienen muy buenos argumentos y evidencias para sostener lo que dicen.

 

“En otras palabras, los indígenas de Norteamérica no sólo se las arreglaron para evitar la trampa evolutiva que asumimos que siempre lleva, tarde o temprano, de la agricultura al ascenso de algún estado o imperio todopoderoso; sino que al hacerlo desarrollaron las sensibilidades políticas que ultimadamente tuvieron una profunda influencia en los pensadores de la Ilustración y, a través de ellos, están con nosotros hoy.”

 


Los autores quieren también que consideremos diferentes formas de entender la libertad, el estado y el progreso. Cuando hablan de libertades en sentido social y político, ellos insisten en alejarse de concepciones abstractas y genéricas para enfocarse en tres facultades para actuar muy concretas: la libertad de mudarse y reestablecerse cambiando de ambiente; la libertad de desobedecer o ignorar las órdenes de los demás; la libertad de transformar nuestra realidad social, o de cambiar de ida y vuelta entre diferentes realidades sociales. A lo largo de la historia, distintas comunidades han gozado de alguna o todas estas libertades, mientras que para nosotros, en el mundo moderno, parecen cada vez más difíciles de ejercer.

 

Sobre el estado, los autores nos advierten que ni siquiera existe una definición coherente y comprehensiva en las ciencias sociales, mucho menos una forma de establecer cuándo y cómo emergió. No todas las características de lo que llamamos “estado moderno” estaban presentes en los que consideramos “los primeros estados” (como China o Egipto antiguos). Lo que sí debemos entender es que su surgimiento no era inevitable. En cambio, proponen identificar tres principios de dominación, que no siempre aparecen juntos: el control de la violencia (o soberanía), el control del conocimiento y el liderazgo carismático.

 

“Los estados modernos son simplemente una manera en la sucedió que los tres principios de dominación se juntaron, pero esta vez con la noción de que el poder de los reyes es blandido por una entidad llamada ‘el pueblo’ (o ‘la nación’), de que las burocracias existen para el beneficio de este ‘pueblo’, y en la que una variante de la vieja competencia aristocrática por premios y estatus ha sido reetiquetada como ‘democracia’, más comúnmente en forma de elecciones nacionales.”

 

Denunciar el mito del progreso no significa negar que hayamos mejorado nuestras condiciones en algunos sentidos, ni que sea imposible seguir mejorando. Quiere decir señalar que no siempre todo cambio entre un momento y el que le sigue ha sido para bien, y que esas mejoras no tienen que seguir un camino predeterminado. En cambio, la narrativa del progreso que suele usarse para justificar atrocidades pasadas (sí, existió la esclavitud, pero eso permitió a una parte de la sociedad crear arte, ciencia y filosofía, que ahora todos disfrutamos), o para hacer tolerables las presentes (sí, ahora hay mucha desigualdad, pero gracias a ello se produce más riqueza, y poco a poco esto irá beneficiando a todos).

 


Algún defecto tiene el libro. A veces redunda mucho en sus ejemplos y quizá exageran la importancia de algunos de ellos. Aunque no creo que eso llegue a afectar la validez de sus tesis principales, por momentos se siente que están permitiéndose especular mucho. Con todo, es un libro que tiene sin duda el potencial de sacudir la forma en la que tenemos de pensar acerca de nuestro pasado, presente y futuro, en especial en estos tiempos en los que parece que la imaginación política está tan entumecida que a la mayoría de las personas les resulta imposible concebir un orden cosas distinto.

 

“Hoy en día, la mayoría de nosotros encuentra cada vez más difícil siquiera imaginar cómo sería un orden económico o social alternativo. Nuestros ancestros lejanos, en cambio, parecen haberse movido atrás y adelante con regularidad entre ellos.

 

Si algo salió terriblemente mal en la historia humana -y dado el actual estado del mundo, es difícil negar que así fue- entonces quizá empezó a salir mal precisamente cuando las personas comenzaron a perder esa libertad de imaginar y llevar a cabo otras formas de existencia social, a tal grado que algunos ahora consideran que ese tipo particular de libertad ni siquiera existió, o que fue apenas ejercido, por la mayor parte de la historia humana.”

 

En este sentido El amanecer de todo puede ser parte de una revolución en el pensamiento moderno, tal como las conversaciones de los europeos con Kondiaronk ayudaron a establecer las bases de la Ilustración.



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