Hegel y Marx: Una brevísima introducción - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

viernes, 3 de septiembre de 2021

Hegel y Marx: Una brevísima introducción


¡Saludos, habitantes de la Tierra!  Hoy quiero hacer una brevísima introducción a la filosofía de dos de los más grandes pensadores del siglo XIX y de los últimos doscientos años: Hegel y Marx. Se trata de una presentación súper básica, realmente de nivel bachillerato (de hecho, basada en las notas para las clases que doy en prepa); ideal si saben poco o nada del pensamiento de estos filósofos, pero que se pueden brincar si ya se han familiarizado con ellos (pero compartan antes de irse, porfa).

 

¿Por qué Hegel y Marx? Bueno, porque el segundo ha conocido una renovada popularidad en los últimos años, tanto en forma de fanses como de haters, y especialmente entre las generaciones más jóvenes. Sin embargo, aunque puede ser que todo mundo tenga noticia de que Marx existió y que dijo algunas cosas controvertidas, muchas personas tienen nociones vagas, o de plano incorrectas, sobre lo que este importante pensador aportó. Así como hay una suerte de “renacimiento marxista” hay también un nuevo “pánico rojo” con su respectiva satanización de todo lo que tiene que ver con Marx. Para aclarar dudas, es necesario empezar por lo más básico.

 

¿Y Hegel? Bueno, porque no se puede comprender a Marx sin conocer por lo menos las ideas principales de este otro filósofo, así que aprovechamos para tener una lección doble. Ésta es sólo una introducción, una embarradita, pero les invito a aprender más de este tema, tanto de las ideas de estos filósofos como de las críticas y continuaciones que se han hecho de ellas. Dicho esto, comenzamos. Tomen nota…

 

G.W.F. HEGEL


El primero del que hablaremos es Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), quien dedicó su vida al estudio y tuvo una profunda influencia en la filosofía del siglo XIX. Lo que vamos a exponer hoy se encuentra en libros suyos como Fenomenología del espíritu y Filosofía de la historia. Su obra tiene fama de ser compleja y difícil, y ha sido objeto de múltiples interpretaciones, incluso contradictorias. Se ha dicho que era un reaccionario que defendía el despotismo prusiano; un progresista heredero de la tradición revolucionaria de 1789; un charlatán que ocultaba la vacuidad de su pensamiento en palabrería inimaginadamente inigmante, o un continuador de la Ilustración que llevó a sus últimas consecuencias el pensamiento racionalista y el anhelo libertario.

 

Hegel fue el máximo expositor de una corriente llamada idealismo alemán, la cual proponía la supremacía de la mente (o espíritu) sobre la materia. A diferencia del pensamiento de los philosophes de la Ilustración, que trataban de llegar a un público amplio para influir en la cultura contemporánea (pensemos, por ejemplo, en los enciclopedistas), el idealismo alemán era una corriente académica, que se cultivó en las universidades entre círculos de expertos en filosofía. O sea, eran todos unos ñoñazos. También fue una corriente profundamente nacionalista y, de forma un tanto excéntrica, influida tanto por el Romanticismo como inspirada en la obra de Immanuel Kant.

 

La transición entre los siglos XVIII y XIX estuvo marcada por grandes revoluciones: la Independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas, por mencionar las principales. Para cuando esta oleada se agotó, el mundo ya era un lugar muy diferente. Las monarquías absolutistas habían caído y la democracia liberal se iba imponiendo poco a poco. Existían muchas nuevas naciones, como las de América Latina, y Estados Unidos ascendía como joven potencia.

 


Producto de estos tiempos de grandes cambios, Hegel famosamente sostuvo que la vida, la historia humana, el universo, en fin, todo está en proceso constante de progreso hacia formas cada vez más ricas y complejas. Podemos verlo, por ejemplo, en la evolución del ser humano. En un principio sólo había materia inerte, pero con el tiempo dio lugar a la vida. Primero fue la vida vegetal, que no hacía gran cosa, pero luego llegó la vida animal, capaz de percibir e interactuar con el mundo que la rodea. Por último, estamos los seres humanos; no sólo nos damos cuenta del mundo (percepción), sino que pensamos y nos damos cuenta de que pensamos (consciencia), y así podemos desarrollar formas de pensar mejor y más claro (razón). Y sí, Hegel vivió antes que Darwin, pero la idea de que los seres vivos evolucionan ya circulaba desde tiempo atrás.

 

La tradición filosófica anterior concebía el cambio como un proceso lineal: a una causa X seguía una consecuencia Y. En cambio, Hegel pensó que ese proceso es más complejo, regido por un principio al que llamó dialéctica, el cual consiste en la contradicción constante entre una tesis y su opuesto, una antítesis, lo que da por resultado una síntesis. Esta última no es simplemente una fusión o combinación de la tesis y la antítesis, sino que implica el nacimiento de algo nuevo, influido por ambas, pero que significa un progreso con respecto a las dos. La síntesis con el tiempo se enfrentará a su propia antítesis y el ciclo volverá a comenzar.

 

Poniéndonos las gafas de Hegel, podemos analizar de esta forma una multitud de procesos distintos y muy diversos. Un acantilado rocoso (tesis) recibe el constante golpe de la fuerza de las mareas (antítesis) y con el paso de miles de años se forma una playa de arena (síntesis). Al interior de las estrellas los átomos de hidrógeno (tesis) se fusionan debido a las poderosas fuerzas que allí actúan (antítesis) y dan como resultado nuevos elementos más complejos que salen disparados y se riegan por el universo (síntesis). Una especie animal (tesis) se enfrenta a condiciones ambientales que la retan para su supervivencia y reproducción (antítesis), y con el paso de muchas generaciones se va adquiriendo características distintas hasta que la población se transforma en otra especie (síntesis).

 


Bueno, y esto es lo más importante del asunto, lo mismo aplica a la historia de las sociedades humanas: hemos pasado de la familia o el clan a la tribu, a la sociedad civil y finalmente (o eso creía Hegel) al Estado nacional. Es decir, hemos creado sociedades cada vez más complejas, y si en un principio nos uníamos en grupos por instinto, sentimientos de apego o para resolver nuestras necesidades prácticas, hoy tenemos sociedades que están cada vez más conscientes de sí mismas y que buscan racionalmente las mejores formas de organizarse.

 

Esto implica un progreso hacia una cada vez mayor razón y libertad, que son la esencia de la naturaleza humana. En la lejana Antigüedad sólo los monarcas o emperadores eran libres. Con el advenimiento de la democracia griega, más personas fueron libres. En tiempos de Hegel, tras la Revolución Francesa, se esperaba que todos por fin fueran libres… Bueno, “todos”, pero no las mujeres y las personas de otras razas porque, ya saben, filosofía europea.

 

Dicho progreso se manifiesta en el espíritu del mundo, un concepto que para Hegel engloba la religión, filosofía y arte de una sociedad, y que es lo que verdaderamente importa para explicar el desarrollo histórico. Es decir, para Hegel, qué tan libre y racional es una sociedad se expresa precisamente en dichos aspectos, y a su vez éstos impulsan a una sociedad a volverse más libre y racional. Ejemplo del mismo Hegel es que la Revolución Francesa nació de la filosofía de la Ilustración. De ello dijo:

 

“Nunca sino hasta ahora había el hombre avanzado al reconocimiento del principio de que el pensamiento debe gobernar la realidad. Esto es acorde a un glorioso despertar espiritual.”

 


Un individuo es más libre mientras más consciente esté de sí mismo y del mundo que lo rodea, y pueda pensar con más rigor y mayor claridad. De la misma forma, mientras más consciente y racional sea el espíritu de una sociedad, más libre será ésta. De ahí que la filosofía de Hegel sea llamada idealista: es lo inmaterial, las ideas, el pensamiento, la cultura, lo que impulsa el progreso histórico:

 

“Cuando el mundo de las ideas se ha revolucionado, la realidad misma no se puede resistir.”

 

Hegel creía que el conflicto es el motor del cambio; conflicto entre fuerzas, formas de vida, naciones, culturas, religiones o ideologías, que dan lugar a guerras y revoluciones, las cuales hacen avanzar el curso de la historia. Es decir, dialéctica. Podemos verlo en, por ejemplo, la conquista de México. Una civilización (tesis) fue invadida y conquistada por otra (antítesis) y eso dio como resultado una nueva sociedad con otras características (síntesis). La Revolución Francesa enfrentó al orden de una aristocracia decadente (tesis) con una rebelión popular violenta (antítesis) que dio como resultado un nuevo orden (síntesis).

 

Algunos individuos heroicos (Alejandro Magno, Julio César, Napoleón) y algunas naciones grandiosas (Grecia, Roma, Francia) ven más allá de las convenciones de su época y con sus hazañas impulsan la historia hacia adelante: son los medios por los cuales el espíritu del mundo realiza su evolución dialéctica. Cuando estos personajes o pueblos cumplen su misión, salen de escena y dejan el protagonismo a otros más jóvenes. Naturalmente, Hegel creía que su patria, Alemania, cumpliría ese papel en su época, pero predijo que el futuro estaría en manos de los Estados Unidos.

 

Cada conflicto crea, según Hegel, un orden diferente, más libre y racional del que le antecedió. Cuando el espíritu del mundo sea perfectamente racional y libre, la sociedad humana habrá alcanzada un equilibrio perfecto, y la historia habrá llegado a su fin.

 

KARL MARX


Karl Marx (1818-1883) fue el filósofo más importante del siglo XIX. Alemán de origen judío, en su juventud intentó dedicarse a la poesía (no muy bien, dicen por ahí), pero acabó orientándose hacia la filosofía, influido grandemente por Hegel, de quien dijo lo siguiente:

 

“En su forma racional [la filosofía de Hegel] escandaliza y repele a la burguesía y sus portavoces doctrinarios, porque incluye en su entendimiento positivo de lo que existe un simultáneo reconocimiento de su negación, su inevitable destrucción; porque considera cada forma históricamente desarrollada como un estado fluido, en movimiento, y por lo tanto capta su aspecto transitorio también; y porque no se deja impresionar por nada, siendo en su misma esencia crítica y revolucionaria.”

 

Entre sus principales obras está, por un lado, el influyente panfleto Manifiesto comunista, escrito en conjunto con su colaborador y biefef, Friedrich Engels (1820-1895); es un texto breve que expone de forma sencilla sus ideales y que tuvo una gran influencia en los movimientos obreros y revolucionarios de los tiempos que siguieron. Por otro, tenemos la monumental El Capital, una magna obra en tres volúmenes que constituye la síntesis detallada del pensamiento marxista, y que nadie chingados lee.

 


Marx creía que los filósofos llevaban demasiado tiempo haciéndose chaquetas mentales interpretando la realidad y que ya era momento de que se dedicaran a cambiarla. Él vivió muchos años en Inglaterra, donde pudo observar de primera mano los estragos ocasionados por la Revolución Industrial. Los avances tecnológicos que trajo vinieron con cambios profundos en el transporte, las comunicaciones, la economía y la sociedad. Ésta es la época en que el capitalismo se convirtió en el modelo socioeconómico hegemónico y la burguesía ocupó el lugar de la clase social dominante, desplazando a la vieja aristocracia. La desigualdad resultante de este nuevo orden, y la explotación que sufrían los trabajadores industriales, o sea, el proletariado, llevaron a la aparición de ideologías políticas que querían reformar el sistema o de plano destruirlo por completo, tales como el socialismo y el anarquismo.

 

Marx fue el fundador de lo que él llamó socialismo científico”, es decir, que pretendía estar basado en una comprensión racional y metódica de la realidad social. Éste se oponía a las corrientes socialistas previas, a las que Marx consideraba utópicas, porque se basaban en premisas bienintencionadas pero fantasiosas y nada prácticas.

 

Al igual que Hegel, Marx entendía la historia como un progreso, pero a diferencia de su compatriota, no creía que estuviera impulsada por principios metafísicos abstractos (como eso del “espíritu del mundo”), sino por motivos materiales, concretamente económicos. Eso no quiere decir que no diera crédito al poder de las ideas, pues al cabo escribía esperando influir en el actuar de las personas, sólo que consideraba que lo material tenía mucho mayor peso. Este enfoque es conocido como materialismo histórico. Para comprenderlo hay que entender algunos conceptos básicos.

 


Los medios de producción son todos esos recursos que sirven para producir otros bienes y servicios de valor económico; materias primas, terrenos de cultivo, minas, instalaciones, maquinaria, herramientas, etcétera. Los modos de producción son las diferentes formas en las que las sociedades se organizan para producir los bienes y servicios que utilizan, e implica las relaciones sociales de propiedad y de trabajo: quién es dueño de los medios de producción y quién trabaja con ellos, a través de qué mecanismos se distribuye lo producido, quién se queda con la mayor parte, etcétera.

 

A lo largo de la historia de Occidente ha habido sociedades tribales, esclavistas, feudales y, ahora, industriales. Cada sociedad se caracteriza por sus respectivos modos de producción y, según Marx, éstos determinan todo lo demás: instituciones, cultura, valores, arte, religión, ideología… Todo lo cual siempre favorece a la clase hegemónica, la que está en el poder.

 

Por ejemplo, el esclavismo de la antigua Grecia produjo una filosofía que separaba el cuerpo de la mente y proclamaba la superioridad de esta última (como en Platón), porque eso convenía a una clase dominante que se dedicaba al trabajo intelectual, mientras deshumanizaba a una masa de esclavos que trabajaban con el cuerpo. Bajo el feudalismo convenía la idea de que Dios había dado el poder a reyes y nobles, y que cada quien tiene su lugar en una estructura social que es reflejo de la estructura divina del cosmos mismo.

 


Marx describió y denunció el funcionamiento del sistema capitalista industrial de sus tiempos. En éste, la burguesía, es decir, los capitalistas, es la dueña de los medios de producción, y por lo tanto tiene también el poder político, mientras explota y margina a la clase trabajadora.

 

Pensemos en los artesanos, aquellas personas que elaboraban productos en sus talleres antes del estallido de la Revolución Industrial. La ropa, los zapatos, los muebles, las herramientas y utensilios eran fabricados por estos personajes. Los artesanos eran dueños de su propio trabajo; es decir, ellos mismos se enriquecían por lo que fabricaban. Además, tenían la identidad y el orgullo de su profesión, se protegían unos a otros en gremios y veían su individualidad y su talento reflejado en lo que creaban.

 

En el capitalismo industrial, las cosas han cambiado. Las fábricas pueden producir muchos más zapatos, a mucha mayor velocidad y por un mucho menor coste de lo que pueden hacerlo un zapatero y sus aprendices en un taller. Pero el dueño de la fábrica es un burgués; el obrero o proletario ya no posee nada más que su labor, su mano de obra, que vende al burgués a cambio de un salario.

 


El obrero elabora los zapatos en la fábrica del burgués; este último los vende. Descontando lo que cuestan los materiales, el funcionamiento de la fábrica y el mísero salario del obrero, el empresario se queda con todo lo que viene de la venta del producto, la plusvalía. Así, el burgués se enriquece a costa del trabajo del proletariado.

 

El proletariado industrial produce la riqueza con su trabajo, pero no se beneficia de ella. Trabaja en condiciones inhumanas y recibe pagas miserables. Y la opresión no sólo es económica, sino que tiene un componente psicológico. El obrero queda atrapado en una labor rutinaria y mecánica, convertido en un engrane más de la maquinaria. Su trabajo no significa nada para él, pues en el sistema industrial no llega ni siquiera a ver el producto final; se encuentra alienado, es decir, enajenado, extrañado, de su propio trabajo. El ser humano necesita más que una paga para mantenerse; necesita desarrollar sus talentos, expresar su individualidad y sentir que lo que hace es valioso.

 

Para colmo, el capitalismo destruye la solidaridad entre los obreros, haciéndolos competir entre sí por los puestos laborales. Los burgueses siempre pueden echar mano del excedente de proletarios desempleados y los trabajadores siempre temen caer en el desempleo, lo que les obliga a aceptar condiciones desfavorables. O sea, el desempleo no es una falla del sistema, sino una característica del mismo; por eso es necesario que haya estratos sociales desventajados (como minorías raciales o inmigrantes), para que siempre pueda existir mano de obra barata.

 


La ideología burguesa favorece la creencia de que son los más inteligentes, virtuosos o esforzados quienes triunfan en la sociedad, justificando así la desigualdad económica y la explotación. El sistema socioeconómico utiliza sus instituciones y creencias para mantener enajenado al pueblo; las leyes no sirven para procurar justicia, sino para mantener los privilegios de los poderosos, mientras que la religión distrae al proletariado y lo invita a resignarse ante su situación. Según Marx, “la religión es el opio de los pueblos”, una droga que adormece y proporciona un falso comfort.

 

Al igual que Hegel, Marx creía que el motor del cambio histórico es el conflicto, pero no entre ideas, sino entre clases sociales: las que tienen el poder y la riqueza, contra las que desean tenerlos. A esto se llama materialismo dialéctico, para distinguirlo de la dialéctica idealista de Hegel.

 

Con el ciclo de revoluciones que se dio entre los siglos XVIII y XIX, la clase burguesa derrotó a la aristocracia y suplantó el viejo orden social por uno nuevo. Marx predijo que, cuando las condiciones se hubieran dado, una nueva revolución proletaria derrocaría el orden social burgués, ya que las injusticias y las crisis económicas cíclicas inherentes al capitalismo lo hacen insostenible.

 


El resultado será una sociedad comunista en la que la clase trabajadora será la dueña de los medios de producción. Las clases sociales y la explotación del hombre por el hombre serán abolidas y nadie se enriquecerá a costa de los demás. El gobierno, controlado democráticamente por los trabajadores, se encargará de administrar la economía y proveer al pueblo lo necesario para satisfacer sus necesidades. El trabajo y la riqueza se distribuirán “cada quien según sus capacidades y a cada quien según sus necesidades”. Con el tiempo, el gobierno mismo tenderá a desaparecer.

 

Hay que tener en cuenta que en realidad ninguna sociedad ni gobierno han resultado como Marx predijera. Ciertamente no fue él quien dijo “metan a los granjeros adinerados a campos de concentración”, “dejen morir de hambre a los ucranianos”, ni mucho menos “y si llegan los nazis, entréguenles a esos sucios anarcos seguidores de Bakunin”. De cualquier forma, el Manifiesto comunista es una de las obras de filosofía política más leídas desde su publicación hasta nuestros días. Es particularmente célebre el siguiente fragmento:

 

En suma, los comunistas apoyan en los diferentes países todo movimiento revolucionario contra el estado de cosas social y político existente. En todos estos movimientos ponen por delante la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que revista, como la cuestión fundamental del movimiento. En fin, los comunistas trabajan por la unión y la cordialidad de los partidos democráticos de todos los países.

 

Los comunistas no se cuidan de disimular sus opiniones y sus proyectos. Proclaman abiertamente que sus propósitos no pueden ser alcanzados sino por el derrumbamiento violento de todo el orden social existente. ¡Que las clases dominantes tiemblen ante la idea de una revolución comunista! Los proletarios no pueden perder más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo por ganar.

 

¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAISES, UNÍOS!

 


En tiempos de crisis sociales que parecen encaminadas al colapso, existe un anhelo generalizado de comprender cómo es que hemos llegado a esto, si es posible superar el orden cosas actual y, de ser así, cómo conseguirlo. Cuando las ideas que han dominado en las últimas décadas no parecen estar a la altura, no debe extrañarnos que las generaciones más jóvenes estén empezando a buscar respuestas en el pensamiento de algunos de los grandes referentes del pasado. No es, ni debería ser, la palabra final, pero es un buen punto de partida.


Referencias:

  • Historia de la filosofía de Francisco Montes de Oca
  • Historia de la filosofía occidental de Bertrand Russell
  • Introducción a la historia de la filosofía de Ramón Xirau
  • Manifiesto comunista de Karl Marx y Friedrich Engels

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