Hace no mucho tiempo vi con
mis hijos la película Christopher Robin, ésa en la que Obi-Wan
Kenobi interpreta al niño amigo de Winnie Puh, quien vuelve al Bosque de
los Cien Acres como un adulto acosado por las preocupaciones de la vida
moderna.
Es una bonita película para
ver en familia, en especial comparada con otras versiones live action de
los clásicos de Disney que han invadido nuestras pantallas. Pero no quiero
centrarme en ella, sino en algo que me hizo reflexionar.
El conflicto de Christopher
Robin es que trabaja mucho, y que esa dedicación al trabajo serio
de hombre adulto no le deja tiempo para pasar con su hija, cuya infancia se
está perdiendo. Además, los deberes adultos le han hecho olvidar la inocencia
y la pasión de la niñez, marcada por una imaginación libre y sin
restricciones.
Es el regreso al lugar en el
que fuera un niño alegre lo que le permite dar con la solución a sus problemas.
Al poder pensar como niño, es decir “fuera de la caja”, obtiene una gran
idea que le permitirá no sólo pasar más tiempo con su familia (y sus peluches),
sino aumentar los ingresos de la compañía: otorgar vacaciones a sus empleados.
Era una doble ganancia. Al
tener más tiempo libre, los empleados no sólo estarían más relajados y podrían
trabajar mejor, sino que podrían irse de viaje y comprar maletas, lo que
aumentaría las ventas de la compañía. Todos felices, todos contentos.
Lindo, muy lindo, pero todo
esto me puso a pensar, chairo que soy, incapaz de ver una película sin
relacionarla de alguna manera con los sistemas de opresión en el mundo
contemporáneo. Ajá, ésta es la parte en la que la mitad de los lectores
dicen “qué hueva” y se van a ver Tik Toks. Pero, a ver, aguanten, les prometo
que está interesante y tiene sentido y una moraleja.
Este tropo narrativo de “papá
trabaja mucho”, es algo que ha estado presente a lo largo de los años en la
cultura pop, especialmente la que nos llega de Gringolandia. Por ejemplo, la
película Hook (1991) tiene una premisa similar. Robin Williams
interpreta a un Peter Pan adulto, convertido en un señor panzón de
mediana edad, pegado siempre al teléfono, que nunca tiene tiempo para jugar con
sus hijos. Con un viaje al país de Nunca Jamás, Peter reconecta con su infancia
perdida y con sus hijos.
O recordemos El regalo
prometido (1996), en la que Arnold Schwarzenegger interpreta a un
hombre tan ocupado con el trabajo que descuida a su familia y ha decepcionado a
su pequeño hijo Anakin en distintas ocasiones. Se promete no decepcionarlo más
y hacer lo posible para conseguir el juguete que desea para Navidad. En la
odisea de encontrar este regalo preciado, Arnold se convierte en el padre que
siempre debió haber sido.
O qué tal el señor Banks, de Mary
Poppins (1964) quien aprende que necesita pasar más tiempo con sus
hijos y menos tiempo pensando en el trabajo y el dinero. Y aunque lo despiden
de su empleo en el banco por andar de supercalifragilisticoespialidoso,
al final le devuelven su puesto porque había matado de risa a Dick Van Dyke.
Y así se me ocurren un montón
de ejemplos más, incluyendo, no sé por qué, una peliculilla infantil llamada Prehisteria
2 (1994), en la que un niño rico está muy solito porque su papá
trabaja mucho, y encuentra la amistad de unos dinosaurios en miniatura. Al
final el don se da cuenta de que no debe pasar tanto tiempo con la chamba. Los
90 fueron raros, gente.
En fin, que es un lugar común
en muchas narrativas. No están ustedes para saberlo ni yo para contarlo, pero
había algo en esas historias que siempre me llegaban al kokoro. Resulta que,
por su trabajo, mi papá pasaba mucho tiempo lejos de casa y sí, a menudo
sentí que me hizo falta en momentos cruciales de mi vida. No me malentiendan:
mi papá es un hombre maravilloso, al cual admiro mucho, y todavía hoy quisiera
ser más cómo él, tener más de sus cualidades. Pero estuvo ausente en muchas
ocasiones y, aunque más tarde comprendí los enormes sacrificios que él hacía
para dar a su familia una buena vida, en momentos de mi adolescencia sí lo
resentí.
Cuando yo me volví papá, me
juré a mí mismo no ser uno de esos que casi nunca pasaban tiempo con los
chicos. Yo sería un papá involucrado al 100% en su atención y su
crianza. Jugaría con ellos, pasaría tiempo con ellos, estaría con ellos siempre
que lo necesitaran.
No les voy a poner una foto de mi papá, pero aquí está Pedro Infante para que se hagan una idea |
Bueno, pues fue la
experiencia de la paternidad la que me enseñó una lección muy importante: no
todo es cuestión de elegir. O sea, en el caso de mi padre, de mí, de los
padres de esas ficciones familiares, no había realmente mucha elección, ¿o sí?
Digo, no es como que los papás desatendieran a sus familias por irse al bar con
los amigotes, o por jugar Call of Duty con desconocidos en Internet. Estaban trabajando. Y realmente,
¿quién tiene la opción de trabajar menos?
Volvamos a nuestros papás
ficticios. ¿Qué tanta libertad tienen para elegir su carga de trabajo?
¿Sus jefes les permitirían trabajar menos horas? Y si toman esa decisión, ¿no
ganarían menos dinero? ¿No tendría que bajar el nivel de vida familiar para que
papá pudiera pasar más tiempo con ellos? Bueno, quizá es un sacrificio que toda
la familia estaría dispuesta a hacer. Después de todo, en casi todos esos casos
eran familias de clase media o alta bastante acomodadas. Quizá no les sería tan
difícil vivir de forma más modesta
Pero la realidad para la
mayoría de los padres trabajadores es muy diferente. Vamos, que para empezar no
siempre es fácil escoger cuál es nuestro empleo; nos tenemos que acomodar a las
oportunidades que hay disponibles. Y pocos empleos permiten elegir los horarios
y la carga de trabajo; tienen horarios fijos. En el caso de mi país, México, la semana laboral legal es de 48 horas, y la mayoría de los trabajadores trabajan más que
eso: se quedan horas extras no remuneradas o se llevan trabajo a casa.
Y aún para los que esté
disponible la elección de trabajar menos, eso implicaría ganar menos.
Con salarios tan bajos y precios tan altos, ¿para quién es posible hacer eso?
Encima, tenemos que entender dos
presiones culturales que pesan sobre los papás. Una, la idea patriarcal de
que un hombre debe ser un proveedor, alguien que debe ganar lo
suficiente para tener bien a su familia, y que para ello debe hacer todos los
sacrificios posibles, incluso poniendo en segundo plano su propia salud y
bienestar. Si no está ganando lo suficiente para proveer, está fracasando
como hombre.
La otra presión es más
general, y pesa sobre la mayoría de las personas en el capitalismo tardío: la
idea de que la autoexplotación equivale a la autorrealización. Tus
ingresos dependen totalmente de ti y definen tu valor como persona. Una persona
está fracasando si no invierte cada segundo de su vida en hacer “cosas
productivas”, si pudiera estar trabajando más horas y no lo hace, si no
está probando cómo monetizar todas sus actividades. Su falta de ingresos, su
incapacidad para darse a sí misma y a los suyos una buena vida, es marca de
su fracaso y su poco valor.
Los papás trabajadores se ven
bajo estas presiones. Y luego viene una tercera: “no trabajes demasiado,
disfruta la vida, pasa tiempo con tus hijos”. Y estas dos exigencias
contradictorias generan frustración y culpa: porque ni estás ganando lo
suficiente, ni estás pasando suficiente tiempo con tus hijos, y te estás
perdiendo su infancia.
(Paréntesis: Ok, yo sé
que en este mundo, y más en este país tan machista y misógino, hay
muchísimos pelafustanes que no cumplen con sus deberes de padres, que son
ausentes, deudores, descuidados, irresponsables… Y eso por no hablar de los que
son violentos y criminales. Pero hoy no quiero hablar de ellos, quiero
hablar de los papás que sí ponen todas sus fuerzas para tratar de cumplir con
lo que creen que es su deber.)
Entonces un hombre que trata
de ser un buen padre se ve jalado por dos fuerzas contradictorias: por un lado,
los roles de género tradicionales y la mentalidad de autoexplotación le dicen
que debe trabajar lo más que pueda para proveer; por el otro, el
buenrollismo en la cultura pop le dice que debería trabajar menos para estar
con sus hijos y no perderse sus juegos de béisbol.
Lo que tenemos aquí es la
clásica trampa ideológica del capitalismo tardío: individualizar problemas
sistémicos. ¿No logras ganar lo suficiente? Es sólo tu culpa porque no
trabajas más (o no emprendes, o no inviertes). ¿No pasas suficiente tiempo con
tus hijos? Es sólo tu culpa, por trabajar tanto, el que quiere encuentra el
tiempo.
Lo cierto es que toda persona
debería poder ganar lo suficiente para tener una buena vida haciendo un trabajo
honesto y bien hecho de 8
horas al día y 4 días a la semana, lo que le dejaría tiempo suficiente
para las muchas otras necesidades y deseos por satisfacer. Esto, como
ya argumenté en otra parte, es técnicamente posible, gracias a los avances
tecnológicos y al aumento de la producción. Incluso es algo que se ha
experimentado ya en algunos países. Si no se generaliza es sólo porque la
lógica de la empresa y el patrón consiste en sacarle al trabajador la máxima
ganancia por la mínima inversión posible.
Volviendo a la película de
Christopher Robin, me hizo ruido la forma en que se le dio solución al
conflicto que dividía a nuestro protagonista: tuvo que ser dentro de los límites
del sistema. Es decir, Christopher Robin sólo logró obtener más tiempo libre
para él y los otros trabajadores porque era algo que le convenía también a
la empresa. La misma buena suerte le toca al señor Banks en Mary Poppins:
sus jefes le devuelven su puesto en el banco porque les gustó la idea de
hacerse whitewashing presentándose como una institución con
responsabilidad social.
¿Qué habría pasado si la idea
de Christopher Robin para aumentar las ganancias hubiera implicado jornadas de
trabajo iguales o más largas? Sus jefes habrían quedado contentos, pero
Christopher Robin no habría solucionado su otro problema. ¿Qué habría pasado si
el banco no hubiera recontratado al señor Banks? Habría estado un rato jugando
al papalote con sus hijos, ¿y después?
Estas pelis son fantasía,
claro, y debían tener finales felices sin conflictos. No toman en cuenta todos
los problemas del mundo real, ni tienen por qué hacerlo. Son cuentos de hadas
modernos para toda la familia y no las estoy criticando. Estoy solamente
partiendo de algunas obras como un pretexto para reflexionar sobre nuestras
realidades. Y en nuestras realidades no siempre los intereses de los
trabajadores van a estar alineados con los de la empresa y los patrones; a
veces serán contrarios, y los trabajadores tendrán que luchar por obtener lo
que desean, aunque eso implique el patrón podrá meterse menos monedas al
bolsillo al final de cada mes. Así fue como se ganaron todos los derechos anteriores.
Papá trabaja mucho. Lo que
necesita es que se reconozcan y respeten sus derechos laborales. Necesita
mejores salarios, jornadas más cortas, vacaciones pagadas, licencia por
paternidad y otras prestaciones. Y para conseguirlo, lo que papá necesita es unir
sus fuerzas con sus compañeros, incluso formar alguna organización. O sea, lo
que papá necesita, lo que todos los papás necesitan unos de otros, es conciencia
y solidaridad de clase. Todo para que pueda pasar más tiempo con su familia
y ser un mejor padre y compañero, y una persona más feliz.
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