Creo que nunca les había contado, pero mis hijos y yo
tenemos una tradición informal a la que llamamos “verano de dinosaurios”.
En los meses estivales vemos o revemos películas y series de dinos, visitamos
alguno de los museos o atracciones dinosaurescas de los alrededores, armamos
algún rompecabezas, desempolvamos los juguetes o probamos algún videojuego de
temática prehistórica.
Y ya que estaba en eso, me dio por explorar un poco de
literatura. Conocía ya los clásicos, por supuesto, como Viaje al centro de
la tierra de Julio Verne y El mundo perdido de Arthur Conan Doyle,
además de Parque Jurásico de Michael Crichton. Pero este verano tenía
ganas de descubrir qué habría más allá. Supe de la antología Dinosaurs!
de pura casualidad, mientras buscaba portadas de libros vintage. Según averigüé,
se considera una colección clásica entre los fans de los lagartos terribles,
así que decidí que sería mi punto de entrada hacia las letras saurianas.
La antología corre a cargo de Jack Dann y Gardner Dozois,
quienes también han preparado sendas colecciones de relatos sobre unicornios,
hadas, demonios, sirenas, hechiceros y demás. Se publicó en 1990 y consta de 14
cuentos de diversos autores. Conseguí el epub en inglés, pero después supe que
sí existe una edición en castellano publicada por Grijalbo, y que también anda
en digital por ahí. Déjenme contarles lo que encontré…
Como es de esperarse, la mayor parte de los cuentos pueden
clasificarse como de ciencia ficción, con un par que a lo mejor se
acercan más a la fantasía o hasta el realismo mágico. Esperaba que los relatos
fueran más pulp, de aventuras y acción disparatada; pero nop, en su mayoría se
toman a sí mismos bastante en serio, aunque algunos optan por lo humorístico. Respecto
a la calidad… Bueno, es una mezcolanza de cosas. Los primeros relatos me
parecieron honestamente buenos, hasta excelentes. Pero conforme avanzaba me fui
topando con textos cada vez menos interesantes.
La mayor parte de los cuentos se escribieron en la década de
los 80; tres de ellos vienen desde los 50 y otros dos de los 70. ¿Esto es
relevante? Parecería que en cuestión de tiempo tres décadas no son gran cosa,
pero tratándose de sci-fi y de paleontología estamos hablando de dos épocas
completamente distintas. Los 50 corresponden a la Edad Dorada de la ciencia
ficción, no necesariamente su mejor etapa, pero sí la más clásica y clasicista.
Para los 80 la Nueva Ola ya había pasado y la ciencia ficción se había vuelto
más experimental.
Asimismo, en los 80 estábamos viviendo ya el llamado Renacimiento
Dinosaurio, en que muchas ideas arcaicas sobre los gigantes prehistóricos estaban
siendo reemplazadas por visiones más novedosas. Especialmente la concepción de
los dinos como bestias estúpidas, torpes y lentas, de hábitos anfibios, estaba
en proceso de quedar superadísima.
De todos modos, el libro salió tres años antes de que Jurassic
Park revolucionara el cine y cambiara para siempre la percepción
popular de los dinosaurios. La verdad se nota mucho, y no lo digo como algo
necesariamente malo: encuentro encantador el arte y la ficción basados en
concepciones científicas obsoletas.
Lo que sí resulta un tanto monótono es que la premisa
inicial de la mayoría de los cuentos es muy similar, si bien en su desarrollo
varían bastante. Casi todas son historias sobre viajes en el tiempo.
Eché de menos aventuras en “mundos perdidos” donde los dinosaurios hubieran
sobrevivido a los eones, o de dramas ambientados en su propia época, sin
intervención humana. La posibilidad de resucitar dinosaurios a través de la
ciencia, como en Jurassic Park, está completamente fuera del panorama en
estas páginas.
Dicho lo anterior, vayamos a un repaso rápido de cada uno de
estos relatos…
Un arma para un dinosaurio de L. Sprague de Camp
(1956): Empezamos muy bien; de hecho, creo que fue la mejor opción para
abrir. En una premisa que se repetirá mucho en este tipo de cuentos, tenemos
que una empresa ofrece viajes por el tiempo hacia el Cretácico para llevar
aventureros a cazar dinosaurios. El cuento está muy bien escrito y, en la
tradición típica de la Edad Dorada, se da la tarea de explicar las “reglas” del
viaje en el tiempo y de la cacería de bestias prehistóricas. Divertido,
emocionante y con personajes muy bien caracterizados.
Con
el cañón del arma a seis metros del tiranosaurio, Holtzinger empezó a meter
balas del 375 en el cuerpo de la bestia. Había efectuado tres disparos cuando
el tiranosaurio emitió un gruñido que resonó de un modo tremendo y se giró en
redondo para ver qué era lo que le aguijoneaba. Abrió las fauces y balanceó la
cabeza arriba y abajo otra vez.
Pobre pequeño guerrero de Brian Aldiss (1958):
Es la contraparte perfecta del cuento anterior. El escenario es básicamente el
mismo, con un viajero del tiempo en busca de una presa antediluviana. Pero en
vez de una narración más o menos lineal, nos ofrece un torrente de conciencia
en la mente del personaje principal. La prosa es buenísima. Quizá lo que más me
gustó es cómo el autor desromantiza a los dinosaurios al enfocarse en los
aspectos menos agradables de lo que implicaría encontrarse con estas bestias.
Describe su olor nauseabundo y el horrendo aspecto de su piel infestada por
parásitos, su mirada estúpida y el grotesco espectáculo de su alimentación…
“Pues,
mientras las mandíbulas con sus grandes molares despuntados como postes de
cemento se mueven de un lado para otro, ves el agua del pantano fluir sobre
labios sin bordes, bordes sin labios, salpicándote los pies y empapando la
tierra. Junco y raíz, tallo y tronco, hoja y marga, todo es visible con intermitencia
en ese estómago masticador, luchando, rezagándose o arrojando, entre ellos,
pececillos, diminutos crustáceos, ranas, todos destinados, en ese terrible
movimiento de mandíbula, a girar en el movimiento del vientre. Y mientras tiene
lugar esta deglución, los ojos resistentes al lodo vuelven a examinarte.”
Hermano Verde de Howard Waldrop (1982): Es uno
de dos relatos que vincula al Viejo Oeste americano con los dinosaurios, una
combinación que podría antojarse un tanto extraña, pero que es de hecho tan
atractiva para suficientes creadores como para constituir su propio microgénero.
Es también uno de los mejores y más originales cuentos de la colección. Trata
de una tribu de indios Lakota y su resistencia contra la expansión del hombre
blanco en las Grandes Llanuras. El narrador es un hombre de medicina, cuyo
nieto parte en su viaje de iniciación para encontrar a su animal espiritual.
Por la colección de la que el cuento forma parte, se podrán imaginar cuál será
ese tótem. Curiosamente, leí sobre estas gentes y sus viajes visionarios hace
poco y, aunque obviamente desde mi perspectiva no sé gran cosa, me pareció que
el autor fue muy respetuoso y preciso al retratar de sus creencias y su
cultura.
Yo
era un animal que me movía a través de los juncos. Los animales que
chapoteaban, que me habían parecido grandes, ahora eran pequeños para mí.
Aparté helechos. Perseguí a una de las cosas de cuello largo que intentaba
escapar de mí. Sus ojos estaban llenos de terror. De un salto la atrapé. Mordí
su cabeza y ésta crujió. Noté sangre y hueso. Le arranqué la cabeza y me la
tragué, mientas el resto de la cosa se tambaleaba, con grandes chorros de
sangre. Esperé y luego me puse a comerla cuando la cosa se desplomó pesadamente
en el suelo, aplastándolo con su cola y patas. Echaba la cabeza hacia atrás
para comer y tragaba trozos enteros sin masticar.
Me
encontraba cerca del agua y vi mi reflejo. Era enorme y verde. Me sostenía
sobre dos patas y tenía unas diminutas garras en lo que eran mis brazos. Mis
ojos estaban a los lados de una gran cabeza. Tenía una boca muy grande llena de
afilados dientes, y una cola larga y gruesa que utilizaba para mantener el
equilibrio.
Época de incubación de Harry Tutledove (1985):
Nos presenta otra historia de viajes en el tiempo, pero esta vez es una joven
científica la que se encuentra en el Cretácico para estudiar los hábitos de
anidación de los hadrosaurios. Un muy buen cuento con un poco de todo: suspenso,
aventura y emociones cuando aparecen peligros inesperados, pero también
especulación científica sobre el comportamiento de aquellos animales y hasta
algunos momentos auténticamente enternecedores que involucran crías de
dinosaurios que se comportan como patitos.
Recogió
al pequeño hadrosaurio. Éste se agitó y le golpeó la muñeca con la cola. Con
toda la suavidad que pudo, lo volvió a dejar en el nido. Ella se alejó antes de
volver a molestar a ninguno de los adultos. Oyó el mismo gruñido agudo por
detrás. Se volvió y vio que el polluelo aterrizaba con más torpeza aún que
antes.
-Quédate
donde estás, ¿quieres? -le dijo-. Yo no soy tu mamá… ¿O sí? -añadió mientras él
se ponía sobre las patas traseras y se acercaba a ella.
Paula
abrió los ojos de par en par.
-Pequeño
hijo de lagarto. ¡Creo que he quedado grabada en tu memoria!
Escapar de Steven Utley (1976): Aquí tenemos
una premisa diferente e intrigante. Forma parte de una serie de historias
escritas por Utley en las que algunas personas tienen el don (o la maldición)
de la “cronopatía”; es decir, que sus mentes se proyectan hacia el pasado por
lo que, de pronto y al azar, pueden encontrarse en el cuerpo de un pterosaurio
volando por el cielo mesozoico. Como otros textos de la colección, éste usa a
los dinosaurios más bien como símbolo: pensar en los colosos que “dominaron la
tierra” por 360 millones de años nos recuerda que nuestros días podrían estar
contados. ¿Seguiremos su mismo camino? También me resulta un texto
poderosamente actual, que reflexiona sobre las grandes esperanzas que la
humanidad todavía se atrevía a cultivar a mediados del siglo XX y que con el
tiempo se antojan más difíciles de creer. ¿Qué es nuestra actual obsesión con
la nostalgia sino una especie de cronopatía cultural, una regresión al pasado
como respuesta a la desesperanza en que nos ha dejado el panorama presente?
Y
en estos momentos realmente lamento no ser más hábil con mis palabras. El
mesozoico siempre me produce ese efecto, me hace querer hablar con Carol de
cómo hubiera sido ser joven durante los sesenta y principios de los setenta,
cuando parecía que podía existir alguna esperanza para la humanidad… cuando los
negros de pronto exigían el derecho de ser personas, cuando las mujeres exigían
el derecho de ser seres humanos, cuando… cuando tantas voces diferentes se
alzaban, pidiendo cordura y justicia, cuando existían causas buenas y nobles,
causas que merecían la pena, cuando todavía había tiempo y el futuro, que ha
pasado, todavía era una nube pequeña y gris en el horizonte, cuando… Cuando el
olor de la extinción no se percibía en el aire.”
Los corredores de Bob Buckley (1978): Una vez
más tenemos a viajeros en el tiempo estudiando a los dinosaurios en su medio
ambiente. A estas alturas comenzaba a cansarme tal premisa, pero el relato
tiene todavía algunos planteamientos que despertaron mi interés. Para empezar,
pone en duda si, viéndolos en carne viva, podríamos reconocer a los dinosaurios.
Aunque algunos memes populares exageran para efectos cómicos, lo cierto es que
nuestras reconstrucciones modernas de los animales extintos no pueden ser sino
aproximaciones, y necesariamente habrá detalles que somos incapaces de
imaginar. Quién sabe si hasta un paleontólogo experto podría identificar la
especie de un ejemplar vivo.
Dos, antes de que se llegara al consenso científico sobre el
impacto del asteroide que mató a los dinosaurios (justo en mi tierra, por
cierto) se barajaban distintas hipótesis al respecto. Una de ellas hablaba de
la explosión de una supernova y una consecuente ola radiactiva que bañó la Tierra.
Éste es el primer texto literario que me topo que se basa en esa hipótesis.
Tres, la posibilidad de que algunas especies de dinosaurios
comenzaran a desarrollar verdadera inteligencia. Antes de que Jurassic Park pusiera
de moda a los raptores, sus parientes cercanos los Deinonychus eran la
especie favorita cuando los escritores querían poner a un dinosaurio pequeño,
veloz y astuto. También era uno de los candidatos para evolucionar hacia
“reptiles humanoides”. La premisa no es del todo nueva, y hasta existe toda una
serie de teorías pseudocientíficas sobre saurios sapientes, pero es el único
cuento del compendio que trabaja con ella.
El último caballo del trueno al oeste del Misisipí de
Sharon N. Farber (1988): Es el segundo cuento del tipo “dinosaurios y
vaqueros” y quizá mi favorito de la colección. Mezcla personajes y sucesos históricos
con otros ficticios para traernos una divertida historia ambientada en el
contexto de la Guerra
de los Huesos, la infame rivalidad entre los paleontólogos Edward Drinker
Cope y Othniel Charles Marsh. El odio mutuo de estos hombres era tal que
recurrían al soborno, sabotaje y hasta la destrucción de fósiles en su obsesión
por coronarse como el mayor experto en los monstruos del pasado. En esta
ocasión, los ilustres científicos compiten por apropiarse del que parece ser el
último ejemplar vivo de un saurópodo en un remoto poblado del salvaje Oeste. El
cuento está lleno de disparates, suspenso y personajes de antología, como una
taciturna mercenaria que, según esto, había sido criada por lobos. Una absoluta
chulada, ya sea para quien guste de las novelas de pistoleros o se apasione con
la historia de la paleontología. A propósito, la anécdota de la que se habla en
este diálogo es cien por ciento real no fake:
Buscó
en el bolsillo de la chaqueta y sacó un ejemplar delgado y arrugado de Transactions
of the American Philosopbical Society, vol. XIV. Cope se puso de pie,
boquiabierto y con los ojos de par en par, transfigurado. Marsh avanzó,
blandiendo la publicación ante él como un cazador de vampiros blandiendo un
crucifijo. Cope retrocedió al ver el periódico, deteniéndose sólo cuando tropezó
con la barra. El otro hombre se detuvo ante él, alargando el Transactions, tan
cerca, que pudo leer la fecha.
-Informe
de un Nuevo Eralisauriano, por Edward Drinker Cope - irradió Marsh-. La
descripción de una fascinante criatura que él denominó Elasmosaurus por
su cuello flexible y cola robusta. Tuvo que idear un nuevo orden de creación
para encajarlo. Cuando me enseñó su restauración, instalada en el Museo de la
Academia, observé que las articulaciones del vertebrado estaban al revés.
-Demonio
de hombre -dijo Cope con los dientes apretados.
-Le
sugerí amablemente que lo tenía mal. Pero el profesor Leidy tuvo que
demostrarle que había puesto la cola en el cuello y el cuello en la cola. Para
entonces ya lo había descrito a la Asociación Americana, restaurado en el
American Naturalist (no precisamente la publicación más privada) y en Proceedings,
y acababa de publicar una larga descripción en Transactions.
-Intenté
avisarles para que corrigieran el error.
-Sí,
y yo le devolví uno de mis ejemplares. Pero todavía tengo otros dos.
Casi
le arrojó la revista a la pálida cara del hombre. A un lado, Johnny Doppler
sonreía esperando una pelea
Estratos de Edward Bryant (1980): Éste es el
cuento que más me decepcionó. Construye un escenario interesante y presenta a
unos protagonistas muy bien dibujados, pero la resolución, o falta de ella, me dejó completamente insatisfecho. Cuenta la
historia de un grupo de amigos que crecieron juntos en un pueblito de Wyoming y
cómo cada uno siguió un camino diferente, para al final volver a casa. El tema
del relato es cómo todo en la vida es efímero, pero que al mismo tiempo todo lo
que sucede deja huellas que permanecen como fantasmas. El título se refiere a
los estratos geológicos de diferentes eras que los movimientos tectónicos han
dejado al descubierto en el paisaje de Wyoming. Y de pronto, aparece el fantasma
de un mosasaurio (o algo así) y una explicación pseudocuántica. Bah.
La flecha del tiempo de Arthur C. Clarke (1952): El
último relato de la Edad Dorada, de la pluma de uno de sus mayores exponentes.
Un equipo de paleontólogos desentierra unas huellas fosilizadas; no muy lejos
de la excavación, unos físicos experimentan con viajes en el tiempo. Típico
para Clarke, incluye sesudas discusiones sobre la posibilidad de revertir la
“flecha del tiempo”, el sentido unidireccional de la entropía. Breve, nerdoso y
con un giro argumental escalofriante, vale mucho la pena.
Un cambio de tiempo de Jack Dann y Gardner Dozois
(1981): Un cuento brevísimo de tono humorístico y absurdo, publicado
originalmente en la revista Playboy. Va de que llueven dinosaurios. No
es bueno ni muy gracioso, pero los autores también son los editores de la
antología, así que ya ven…
El saurio que surgió en la noche de James Triptree
Jr. (1970): A estas alturas comenzaba a cansarme. Altee Sheldon, que
firmaba con el pseudónimo de Triptree, es una de las autoras más célebres de la
ciencia ficción, pero no lo adivinaríamos por este relato. Una vez más, tenemos
una expedición científica que viaja por el tiempo y, una vez más, a un ricachón
aburrido con ganas de cazar a un brontosaurio. Nuestros científicos quieren que
el ricachón financie sus investigaciones y entonces hilan un ardid para hacerle
creer que ha matado a un saurópodo. Se supone que es un texto jocoso, pero me
pareció más bien vulgar.
Dinosaurio de Steve Ransic Tem (1987): Es un
texto bastante bueno, que sin embargo parece fuera de lugar en esta antología.
Trata de los mismos temas que Estratos y lo hace mucho mejor. El
protagonista, Freddy, es un leguleyo de un pueblucho del Medio Oeste que ha
cambiado mucho a lo largo de unas pocas décadas. El que fuera un lugar de
ganaderos y jinetes, termina centrando su vida alrededor de los campos
petrolíferos. No hay monstruos antediluvianos en esta historia; los
dinosaurios, obsesión de Freddy desde niño, son una metáfora de lo efímero de
las cosas. El cambio no se detiene, nada permanece por mucho tiempo, todo está
destinado a perecer.
Dinosaurios de Geoffrey A. Landis (1985): Es
otro cuento que sólo tangencialmente se relaciona con los animales epónimos. En
tiempos de la Guerra Fría, una división del gobierno estadounidense experimenta
con poderes psíquicos, como telequinesis, piromancia y teletransportación. ¿Qué
sucede cuando la Unión Soviética lanza un ataque nuclear masivo contra la
potencia enemiga? La extinción de Cretácico, ni más ni menos.
Un dinosaurio en bicicleta de Tim Sullivan (1987):
Después de varios textos que se sienten como relleno, la colección cierra
con broche de oro con un relato divertido e imaginativo. En una línea temporal
alterna en la que los dinosaurios evolucionaron hasta lograr inteligencia
humana, un profesor y su asistente prueban una máquina del tiempo que funciona
a base de bicicleta. Los dinosaurios viven en un equivalente a la Era
Victoriana, lo cual nos da unas imágenes bastante chuscas, en especial cuando
se describe a estos reptiles actuando con los manierismos de ingleses
decimonónicos. El viaje en el tiempo tiene éxito, pero lo que nuestro héroe
encuentra en el Mesozoico destruye la convicción de que su especie ocupa un
lugar privilegiado en la cadena de la vida, y le demuestra que sólo es el
resultado del caprichoso azar. Divertidísimo.
Bueno, con eso tenemos un panorama bastante completo de este
primer contacto con la narrativa de dinosaurios. Como ven, por momentos la
lectura fue mejor de lo que esperaba, y por momentos fue decepcionante; creo
que el libro bien podría haber prescindido de varios de los relatos. Le daré un
descanso al tema, pero creo que después continuaré explorando el mundo de la
literatura dinosáurica; quizá el próximo verano de dinosaurios estaremos
platicando de alguna otra curiosidad.
¿Y qué hay de ustedes? ¿Conocen algo más de los lagartos
terribles en las bellas letras? ¿Tienen recomendaciones o algún favorito? ¡Nos
estamos leyendo!
🐉🐉🐉
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2 comentarios:
Tengo una colección de libros de ciencia-ficción y fantasía en diversos formatos que me facilitó un amigo hace años, y entre ellos se encuentra Un arma para un dinosaurio (con el título de "Cazar un dinosaurio"). Tendré que leerlo.
También tengo El ruido de un trueno, el cual sí me leí, pero solo una vez y en inglés. Lo descubrí leyendo una reseña de la horrenda versión cinematográfica que le hicieron en 2005 (y que se lanzó en vida de Bradbury, por lo que me pregunto si la llegó a ver y si le pareció un truño)
Sí, checa "Cazar un dinosaurio", vale mucho la pena. "El sonido del trueno" es el gran y obvio ausente en esta colección. Se me hace que no le llegaron al precio a Bradbury.
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