¿Qué decía Marx? - Segunda parte - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

jueves, 13 de febrero de 2025

¿Qué decía Marx? - Segunda parte

Leer la primera parte



Saludos, les habla su camarón caramelo camarada. Como les platicaba en nuestra lección anterior, me leí hace poco Llamando a las puertas de la revolución, antología de textos de Karl Marx, preparada por Constantino Bértolo. En este par de entradas he preparado para vuestras mercedes una selección de la selección, con el propósito de dar a conocer un poco qué es lo que en verdad decía el pensador alemán.

 

Hago énfasis en lo de en verdad, porque existe una serie de lugares comunes respecto a la filosofía de Marx que, ya sea por ignorancia o por mala fe, obscurecen el conocimiento de su ideario. Lo vemos cotidianamente en las redes sociales, en forma de clichés oligofrénicos de que “socialismo es cuando el estado hace cosas” y memes sobre que Das Kapital se puede reducir a “dame eso gratis”. Pero lo vemos también en el desdén que expresan algunos liberales con pretensiones racionalistas, que espuriamente declaran a Marx enemigo de la Ilustración y sus ideales de libertad y racionalidad.

 

Resulta que ciertos ambientes ideológicos promueven desconocimiento y prejuicios sobre la obra de Marx, como si bastara leerla para sumir a la humanidad en la tiranía y la miseria. En realidad, una aproximación básica al pensamiento marxiano es necesaria para cualquiera que quiera conocer la historia del pensamiento occidental y comprender mucho de la realidad social, política, económica y cultural del último cuarto de milenio.

 

Como los escritos del prusiano son copiosos, abundantes y en ocasiones muy complejos, acercarse a ellos puede resultar intimidante. En especial a su obra cumbre, El Capital, uno de los textos más nombrados pero menos leídos del mundo. De ahí el valor de la antología de Bértolo, que permite precisamente ese primer acercamiento tan necesario. Conociéndolo de primera mano, podemos ver que todos esos hombres de paja construidos para que tengamos miedo al viejo barbón se caen por sí mismos.

 

Además, este volumen tiene el valor de incluir algunos fragmentos de textos sobre Marx, escritos por contemporáneos suyos que lo conocieron, y que nos permite hacernos una idea de su carácter y personalidad. Es por ello que recomiendo mucho que lo consigan y lo lean; se convirtió en el mejor libro de mi 2024.

 

No se trata de tomar todo lo que dice don Carlos a pies juntillas, ni mucho menos, sino de tratar de comprenderlo honestamente y sostener un diálogo crítico pero abierto con su obra, para tomar de ella lo que puede resultarnos útil, que, descubrirán, es mucho. Ya sea para entender los procesos históricos que dieron lugar a nuestro mundo moderno, presentar un desafío al “sentido común” imperante sobre el funcionamiento de la política y la economía, o inspirarnos para construir un mundo más justo, las palabras de Karl Marx deberían tener un lugar en la gran conversación contemporánea que sostenemos como humanidad.

 

COLUMNA DEL NEW YORK DAILY TRIBUNE (1853)


Para defender la pena de muerte casi siempre se la ha presentado como un medio de corrección o intimidación. Pero, ¿de dónde proviene el derecho de un individuo a castigar a otro para corregirle o intimidarle? La historia y la estadística demuestran, además, que desde Caín el mundo jamás ha sido corregido ni intimidado por el castigo. […]

 

En realidad, la pena de muerte es un medio por el cual la sociedad se defiende contra todo aquello que amenace sus condiciones de existencia. Que es por tanto miserable esta sociedad que no ha encontrado otro medio de defensa que el verdugo y que proclama su brutalidad como si fuera una ley eterna.

 

DISCURSO POR EL ANIVERSARIO DEL PEOPLE’S PAPER (1856)


Nos hallamos en presencia de un gran hecho característico del siglo XIX que ningún partido se atreverá a negar. Por un lado, han despertado a la vida unas fuerzas industriales y científicas de cuya existencia no hubiese podido sospechar siquiera ninguna de las épocas históricas precedentes. Por otro lado, existen unos síntomas de decadencia que superan en mucho a los horrores que registra la historia de los últimos tiempos del Imperio Romano. Hoy en día todo parece llevar en su seno su propia contradicción.

 

Vemos que las máquinas, dotadas de la propiedad maravillosa de acortar y hacer más fructífero el trabajo humano, provocan el hambre y agotamiento del trabajador. Las fuentes de riqueza recién descubiertas se convierten, por arte de un extraño maleficio, en fuentes de privaciones. Los triunfos del arte parecen adquiridos al precio de las cualidades morales. El dominio del hombre sobre la naturaleza es cada vez mayor pero, al mismo tiempo, el hombre se convierte en esclavo de otros hombres o de su propia infamia. Hasta la pura luz de la ciencia parece no poder brillar más que sobre el fondo tenebroso de la ignorancia. Todos nuestros inventos y progresos parecen dotar de vida intelectual a las fuerzas materiales mientras que reducen la vida humana al nivel de una fuerza material bruta. Este antagonismo entre la industria moderna y la ciencia, por un lado, y la miseria y la decadencia, por otro; este antagonismo entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de nuestra época es un hecho palpable, abrumador e incontrovertible. […]

 

Por lo que a nosotros se refiere, no nos engañamos respecto a la naturaleza de ese espíritu maligno que se manifiesta constantemente en todas las contradicciones que acabamos de señalar. Sabemos que para hacer trabajar bien a las nuevas fuerzas de la sociedad se necesita únicamente que éstas pasen a manos de hombres nuevos, y que tales hombres nuevos son los obreros.

 

CARTA A FERDINAND LASALLE (1861)

 

El libro de Darwin es muy importante y me sirve de base para la lucha de clases en la historia. Desde luego que uno tiene que aguantar el crudo método inglés de desarrollo. A pesar de todas las deficiencias, no sólo se da aquí por primera vez el golpe de gracia a la «teleología» en las ciencias naturales, sino que se explica empíricamente su significado racional.

 

LÍNEAS FUNDAMENTALES DE LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA (1857-58)


Cuanto más nos volvamos a las profundidades de la historia, en mayor grado aparecerá el individuo -y, por consiguiente, el individuo productor también- en un estado de dependencia, como un miembro de un conjunto más extenso: al principio forma parte aún de manera completamente natural de la familia y de la gens desarrollada a partir de la familia; más tarde, de la comunidad en sus formas diferentes, producto de la oposición y la fusión de la gens. Sólo en el siglo XVIII, en la «sociedad burguesa», las diferentes formas de la textura social se presentan al individuo meramente como un medio para realizar sus objetivos particulares, como una necesidad exterior. Pero la época que origina este punto de vista -el del individuo aislado- es precisamente la época de las relaciones sociales (que desde el mismo punto de vista tienen carácter general) más desarrolladas.

 

El hombre es, en el sentido más literal, un zoón politikón, no solamente un animal sociable, sino un animal que sólo puede individualizarse en la sociedad. La producción realizada por el individuo solitario fuera de la sociedad -fenómeno raro que, por cierto, puede ocurrir cuando una persona civilizada ha sido trasladada por casualida d aun lugar desierto y posee ya en potencia las fuerzas propias de la sociedad- es una cosa tan absurda como sería el desarrollo del lenguaje sin la presencia de individuos que vivan juntos y hablen unos con otros.

 

ESTATUTOS GENERALES DE LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE TRABAJADORES (1864)


La emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos; la lucha por la emancipación de la clase obrera no es una lucha por privilegios y monopolios de clase, sino por el establecimiento de derechos y deberes iguales y por la abolición de todo privilegio de clase.

 

El sometimiento económico del trabajador a los monopolizadores de los medios de trabajo, es decir, de las fuentes de vida, es la base de la servidumbre en todas sus formas, de toda miseria social, degradación intelectual y dependencia política.

 

La emancipación económica de la calse obrera es, por lo tanto, el gran fin al que todo movimiento político deber subordinado como medio.

 

Todos los esfuerzos dirigidos a este gran fin han fracasado hasta ahora por falta de solidaridad entre los obreros de las diferentes ramas del trabajo en cada país y de una unión fraternal entre las clases obreras de los diversos países.

 

La emancipación del trabajo no es un problema nacional o local, sino un problema social que comprende a todos los países en los que existe la sociedad moderna y necesita para su solución en concurso teórico y práctico de los países más avanzados.

 

El movimiento que acaba de renacer entre los obreros de los países más industriales de Europa, a la vez que despierta nuevas esperanzas, da una solemne advertencia para no recaer en los viejos errores y combinar inmediatamente los movimientos todavía aislados.

 

INSTRUCCIÓN SOBRE DIVERSOS PROBLEMAS A LOS DELEGADOS DEL CONSEJO CENTRAL PROVISIONAL DE LA AIT (1866)


Nosotros estimamos que el movimiento cooperativo es una de las fuerzas transformadoras de la sociedad presente, basada en antagonismo de clases. El gran mérito de este movimiento consiste en mostrar que el sistema actual de subordinación del trabajo al capital, sistema despótico que lleva a la pobreza, puede ser sustituido con un sistema republicano y bienhechor de asociación de productores libres e iguales.

 

Pero el movimiento cooperativo, limitado a formas enanas, las únicas que pueden crear con sus propies esfuerzos los esclavos individuales del trabajo asalariado, jamás podrá transformar la sociedad capitalista. A fin de convertir la producción social en un sistema armónico y vasto de trabajo cooperativo, son indispensables cambios sociales generales, cambios de las condiciones generales de la sociedad que sólo pueden lograrse mediante el paso de las fuerzas organizadas de la sociedad, es decir, del poder político, de manos de los capitalistas y propietarios de tierras a manos de los productores mismos.

 

EL CAPITAL (1867)
Libro I – Capítulo I


La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista aparece como una «gigantesca acumulación de mercancías», y la mercancía, como la forma elemental de la esa riqueza. Por eso nuestro estudio empieza con el análisis de la mercancía.

 

La mercancía es, por de pronto, un objeto exterior, una cosa que, por sus propiedades, satisface necesidades humanas de alguna clase. La naturaleza de estas necesidades -el que procedan, por ejemplo, del estómago o de la fantasía- no hace a la cosa. Tampoco se trata aquí de cómo satisface la cosa necesidad humana, si inmediatamente como medio de subsistencia, esto es, como objeto de goce, o mediante un rodeo, como medio de producción.

 

[…]

 

La utilidad de una cosa la convierte en valor de uso. Pero esa utilidad no es nada que flote en el aire. Condicionada por las propiedades del cuerpo de la mercancía, no existe sin ella. Por lo tanto, el cuerpo mismo de la mercancía, como hierro, trigo, diamante, etcétera, es un valor de uso, un bien. Ese carácter suyo no depende de que la apropiación de sus propiedades útiles le cueste al hombre mucho o poco trabajo. [...]

 

El valor de uso no se realiza más que en el uso o el consumo. Son valores de uso los que constituyen el contenido material de la riqueza, cualquiera que sea la forma social de ésta. En la forma de sociedad que hemos de considerar, constituyen al mismo tiempo los portadores materiales del valor de cambio.

 

El valor de cambio aparece, en primer lugar, como la razón cuantitativa, la proporción en la cual se cambian valores de uso de una clase por valores de uso de otra clase, relación que cambia constantemente con el tiempo y el lugar. Por eso el valor de cambio parece cosa del azar y puramente relativa, y un valor de cambio interior a la mercancía, inmanente, se presenta como una contradictio in adjecto.

 

[…]


Si se prescinde, empero, del valor de uso de los cuerpos de las mercancías, no les queda más que una propiedad: la de ser productos del trabajo. […] Lo único que representan ya esas cosas es que en su producción se ha gastado fuerza de trabajo humano, se ha acumulado trabajo humano. Como cristales de esa sustancia social que les es común, son valores, valores de mercancías.

 

El valor de cambio de las mercancías mismas se nos mostró en su relación de intercambio como algo del todo independiente de sus valores de uso. Si realmente se hace abstracción del valor de uso de los productos de trabajo, se obtiene su valor tal como éste acaba de ser determinado. Así pues, lo común que se presenta en la relación de intercambio o valor de cambio de las mercancías es su valor. […]

 

El valor de uso: un bien no tiene valor sino porque en él se objetiva o materializa trabajo humano abstracto. ¿Cómo medir la magnitud de su valor? Mediante el quantum de «sustancia formadora de valor», el quantum de trabajo contenido en él. Por su parte, la cantidad de trabajo se mide por su duración temporal, y el tiempo de trabajo tiene a su vez su criterio de medida en determinadas partes del tiempo, como la hora, el día, etcétera.

 

Podría parecer que, si el valor de una mercancía se determina por el quantum de trabajo gastado durante su producción entonces cuanto más perezoso o inhábil sea un hombre, tanto más valiosa será su mercancía, porque tanto más tiempo necesita para su elaboración. Pero el trabajo que constituye la sustancia de los valores es trabajo humano igual, gasto de una misma fuerza de trabajo humano. Toda la fuerza de trabajo de la sociedad representada en los valores del mundo de las mercancías figura aquí como una sola fuerza de trabajo humano, aunque consta de innumerables fuerzas de trabajo individuales. Cada una de las fuerzas de trabajo individuales es la misma fuerza de trabajo humano que las demás en la medida en que posee el carácter de fuerza de trabajo media social, esto es, no necesita para la producción de una mercancía más que el tiempo de trabajo necesario por término medio, o socialmente necesario. Tiempo de trabajo socialmente necesario es tiempo de trabajo exigido para representar cualquier valor de uso en las condiciones sociales normales dadas de la producción y con el grado medio social de habilidad e intensidad del trabajo. […]

 

Así pues, lo que determina la magnitud del valor de un valor de uso es sólo quantum de trabajo socialmente necesario para su producción. La mercancía individual no cuenta aquí más que como ejemplo medio de su especie. Por lo tanto, las mercancías que contienen los mismos quanta de trabajo o que se pueden producir en el mismo tiempo de trabajo tienen la misma magnitud de valor. El valor de la mercancía es al valor de cualquier otra mercancía lo que el tiempo de trabajo necesario para la producción de la una es al tiempo de trabajo necesario para la producción de la otra.

 

[…]

 


La fuerza productiva del trabajo está determinada por múltiples circunstancias, entre otras el grado medio de habilidad de los trabajadores, el estadio de evolución de la ciencia de su aplicabilidad tecnológica, la combinación social del proceso de producción, el alcance y la eficacia de los medios de producción, y también por las condiciones naturales. […]

 

Una cosa puede ser un valor de uso sin ser un valor. Asú ocurre cuando su utilidad para el hombre no está medida por el trabajo. Por ejemplo, el aire, la tierra virgen, los prados y los bosques naturales, etcétera. Una cosa puede ser útil y producto del trabajo humano sin ser mercancía. Quien satisface su propia necesidad mediante su producto crea sin duda valor de uso, pero no de mercancía. Para producir mercancía no basta con que produzca valor de uso, sino que tiene que producir valor de uso para otros, valor de uso social. Y no sólo para otros sin más. Para convertirse en mercancía el producto tiene que ser transferido mediante intercambio al otro, que lo utiliza como valor de uso.

 

Por último, ninguna puede ser valor sin ser objeto de uso. Si es inútil, entonces también es inútil el trabajo contenido en ella; éste cuenta como trabajo y, por lo tanto, no constituye valor alguno.

[…]



Todo trabajo es, por una parte, gasto de fuerza de trabajo humano en sentido fisiológico, y en esa condición de trabajo humano igual o trabajo humano abstracto, constituye el valor de la mercancía. Por otra parte, todo trabajo es gasto de fuerza de trabajo humano de una forma particular determinada por los fines, y en esa condición de trabajo útil concreto produce valores de uso. […]

 

Por diferentes que sean los trabajos útiles, las actividades productivas, es una verdad fisiológica que todos ellos son funciones del organismo humano, y que cada una de esas funciones, cualesquiera que sean su contenido y su forma, es esencialmente gasto de cerebro, nervio, músculo, órgano sensible, etcétera. […]


Los hombres equiparan sus diferentes trabajos en cuanto trabajo humano porque equiparan en el intercambio sus heterogéneos productos como valores. No lo saben, pero lo hacen.

[…]


  

Imaginemos, por último y para variar, una asociación de hombres libres que trabajen con medios de producción comunitarios y gasten a sabiendas sus muchas fuerzas de trabajo individuales como una sola fuerza de trabajo social. […] El producto global de la asociación es un producto social. Una parte de ese producto vuelve a servir de medio de producción. No deja nunca de ser social. Pero otra parte se consume por los miembros de la asociación, como alimentos. Por eso hay que distribuirlo entre ellos. El tipo de esa distribución cambiará según el tipo de organismo social de producción y según la correspondiente altura histórica de desarrollo de los productores. 


Sólo por trazar un paralelismo con la producción de mercancías, supongamos que la participación de cada productor en los alimentos se determine por su tiempo de trabajo. El tiempo de trabajo desempeñaría doble papel. Su distribución social según un plan regula la proporción correcta de las diferentes funciones del trabajo respecto de las diferentes necesidades. Por otra parte, el tiempo de trabajo sirve a la vez de medida de la participación individual del productor en el trabajo común y, por lo tanto, también en la parte individualmente consumible del producto común.

 

[…]

 

Capítulo III


La primera función del oro consiste en procurar al mundo de las mercancías el material de su expresión de valor, o sea, en representar los valores de las mercancías como magnitudes homónimas, cualitativamente iguales y cuantitativamente comparables. Así funciona como medida general de los valores, y sólo a través de esa función el oro, la mercancía específica, se convierte por de pronto el dinero.

 

No es el dinero el que hace a todas las mercancías conmensurables. Al revés. Por el hecho de que todas las mercancías son, en cuanto valores, trabajo humano objetivado y, por lo tanto, por sí mismas conmensurables, pueden pedir todas ellas sus valores en una misma mercancía específica y transformar así a ésta en medida de valor común a todas ellas, o sea en dinero. El dinero en cuanto medida de valor es la forma necesaria de manifestación de la medida inmanente de valor de las mercancías, el tiempo de trabajo.

 

[…]

 

Capítulo V


El capitalista se planta tozudamente sobre sus cuartos traseros. ¿Es que el trabajador, sin más que sus brazos, va a producir con su trabajo figuras en el aire, mercancías? ¿No ha sido él quien le ha dado el material con el cual y en el cual únicamente puede el trabajador hacer carne su trabajo? Y puesto que la mayor parte de la sociedad está compuesta por tales pobres de solemnidad, ¿no ha prestado él a la sociedad un servicio inconmensurable con sus medios de producción, su algodón y sus husos, no se lo ha prestado al trabajador mismo al que, por si fuera poco, proveyó además de medios de vida? ¿Y no va a poder meter ese servicio en la cuenta?

 

Pero ¿no le ha prestado el trabajador el servicio recíproco de convertir algodón y husos en hilado? Además, aquí no se trata de servicios. Un servicio no es sino el efecto útil de un valor de uso, ya sea la mercancía, ya sea el trabajo. Pero lo que aquí cuenta es el valor de cambio. El capitalista pagó al trabajador el valor de 3 chelines. EL trabajador le dio a cambio un equivalente exacto en el valor de 3 chelines añadido al algodón. Valor por valor.

 

Y Ahora de repente nuestro amigo, tan engreído hasta hace un momento de su capital, adopta la modesta actitud de su propio trabajador. ¿Acaso no ha trabajado él mismo? ¿No ha hecho él trabajo de vigilancia, de supervisión del hilandero? ¿Y no forma también valor ese trabajo suyo? Su propio supervisor y su gerente se encogen de hombros.

 

Mientras tanto, el capitalista ha vuelto a asumir, con alegre sonrisa, su vieja fisionomía. Toda esa letanía ha sido tomarnos el pelo. El asunto le importa un higo. Nuestro capitalista confía esos y otros subterfugios no menos podridos y semejantes patrañas vacías a los profesores de Economía política, especialmente pagados para eso. Él por su parte es un hombre práctico que, a buen seguro, no medita siempre en lo que dice fuera del negocio, pero sabe siempre lo que hace en el negocio.

 

[…]

 

Capítulo XIII


Con el predominio siempre creciente de la población urbana, a la que acumula en grandes centros, la producción capitalista concentra, por una parte, la fuerza motora histórica de la sociedad, pero por otra parte, dificulta el metabolismo entre el ser humano y la naturaleza, esto es, el regreso a la tierra de los elementos del suelo gastados por el hombre en la forma de medios de alimentación y de vestido; o sea, perturba la eterna condición natural de una fecundidad duradera de la tierra.

 

Y todo el progreso de la agricultura capitalista es un progreso no sólo de depredar al trabajador sino también y el mismo tiempo del arte de depredar el suelo; todo progreso en el aumento de su fecundidad para un plazo determinado es al mismo tiempo un progreso en la ruina de las fuentes duraderas de esa fecundidad. Cuanto más tarde se apoya un país en la gran industria como trasfondo de su evolución -como los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo-, tanto más rápido ese ese proceso de destrucción. Por eso la producción capitalista no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social más que minando al mismo tiempo las fuentes de las que mana toda riqueza: la tierra y el trabajador.

 

[…]

 

Capítulo XIV


La producción capitalista no es sólo producción de mercancía; es esencialmente producción de plusvalía. El trabajador no produce para sí sino para el capital. Por eso no basta ya con que produzca en general. Tiene que producir plusvalía. Sólo es productivo el trabajador que produce plusvalía. Sólo es productivo el trabajador que produce plusvalía para el capitalista sirve a la autovalorización del capital. […]

 

La prolongación de la jornada de trabajo más allá del punto llegado al cual el trabajador no habría producido más que un equivalente de su fuerza de trabajo y la apropiación de esa fuerza de ese plustrabajo por el capital: eso es la producción de la plusvalía absoluta. Ésta constituye el fundamento general del sistema capitalista y el punto de partida de la plusvalía relativa. La jornada de trabajo está ya desde el primer momento divida en dos partes: trabajo necesario y plustrabajo. Para prolongar el plustrabajo se abrevia el trabajo necesario mediante métodos por los cuales el equivalente del salario se produce en menos tiempo. La producción de la plusvalía absoluta gira exclusivamente en torno a la duración de la jornada de trabajo; la producción de la plusvalía relativa revoluciona de arriba abajo los procesos técnicos del trabajo y los grupos sociales. […]


Si el trabajador necesita todo su tiempo para producir los medios de vida necesarios para mantenerse a sí mismo y a su raza, no le queda tiempo para trabajar gratis para terceras personas. Sin un cierto grado de productividad del trabajo, no tienen un tiempo disponible; sin ese tiempo excedente, nada de plustrabajo y, por lo tanto, nada de capitalistas, pero tampoco dueños de esclavos, ni señores feudales; en pocas palabras, ninguna clase de propietarios.

 

Capítulo XXI


El consumo individual de la clase obrera es la reconversión de los medios de vida gastados por el capital a cambio de fuerza de trabajo en fuerza de trabajo explotable por el capital. Es producción y reproducción del medio de producción más imprescindible para el capitalista: el trabajador mismo. El consumo individual del trabajador no deja, pues, de ser un momento de la producción y reproducción del capital., ocurra dentro o fuera del taller fábrica, etcétera, dentro o fuera del proceso de trabajo, exactamente igual que la limpieza de la máquina, ocurra durante el proceso de trabajo, o durante determinadas pausas del mismo. No afecta en nada al asunto el que el trabajador consuma individualmente para sí mismo y no por amor al capitalista. Del mismo modo, el consumo de la bestia de carga no deja de ser un momento necesario del proceso de producción por el hecho de que el animal disfrute de lo que come.

 

Capítulo XXIV


La acumulación del capital presupone, en efecto, la plusvalía; la plusvalía, a su vez, la producción capitalista, más esta presupone la presencia de masas grandes de capital y fuerza de trabajo en las manos de los productores de mercancías.

 

Esta acumulación originaria tiene en la economía política el mismo parel, aproxidamente, que el pecado original en la teología. En tiempos remotos hubo, por un lado, una élite aplicada, inteligente y, ante todo, ahorradora; y por otro, unos golfos haraganes que dilapidaban en juergas todo lo que tenían y más. Así ocurrió que los primeros acumularon riqueza y los últimos, al final, no tuvieron para vender nada más que su propio pellejo. Y de ese pecado original data la pobreza de la gran masa, que pese a todo su trabajo sigue sin tener nada que vender más que a sí misma, y la riqueza de los pocos, que aumenta constantemente, aunque éstos dejaron de trabajar hace mucho tiempo.

 

En la historia real tienen, como es sabido, papel de protagonistas la conquista, el sometimiento, el asesinato, la violencia, dicho brevemente. En la suave economía política, dominó desde siempre el idilio. Derecho y «trabajo» fueron desde siempre los únicos medios de enriquecerse, exceptuando, naturalmente, «el año en curso». En realidad, los métodos de acumulación originaria son cualquier cosa menos idílicos.

 

[…]

 


El prólogo de la transformación que creó el fundamento del modo de producción capitalista ocurre en el último tercio del siglo XV y en los primeros decenios del siglo XVI. Una masa de proletarios se ve proscrita y lanzada al mercado de trabajo a causa de la disolución de los séquitos feudales […]

 

Aunque el poder real -producto él mismo del desarrollo burgués-, en su aspiración a la soberanía absoluta, aceleró violentamente la disolución de esos séquitos, no fue ni mucho menos la única causa de esa disolución. Más bien ocurrió que, en tenacísima oposición a la monarquía y al Parlamento, el gran señor feudal creó un proletariado incomparablemente mayor mediante la expulsión violenta del campesinado de la tierra, sobre la cual los campesinos poseían el mismo título jurídico feudal que él mismo, y mediante la usurpación de la tierra comunal de los campesinos.

 

[…]

 


El capital monetario constituido por la usura y el comercio se vio obstaculizado en su conversión en capital industrial por la constitución feudal en el campo y por la constitución gremial en las ciudades. Esos obstáculos se derrumbaron al disolverse los séquitos feudales con la expropiación y expulsión parcial de la población rural. La nueva manufactura se erigió en puertos exportadores o en lugares del campo sustraídos al control de los antiguos municipios urbanos y su constitución gremial.

 

El descubrimiento en los países americanos del oro y de la plata, el exterminio, la esclavización y la sepultura de la población indígena en las minas, la incipiente conquista y expoliación de las Indias orientales, la conversión de África en coto de caza comercial de negros, caracterizan la aurora de la era de producción capitalista. Estos idílicos procesos son un momento crucial de la acumulación originaria. Los sigue inmediatamente la guerra comercial de las naciones europeas con el globo terráqueo por escenario.

 

Estos métodos se basan parcialmente en la violencia más brutal; por ejemplo, el sistema colonial. Pero todos utilizan el poder del Estado, la violencia concentrada y organizada de la sociedad para promover, como en un invernadero, el proceso de conversión del modo de producción feudal en modo de producción capitalista y abreviar las transiciones. La violencia en la partera de toda vieja sociedad que anda preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica.

 

LA GUERRA CIVIL EN FRANCIA (1871)


En la alborada del 18 de marzo de 1871 París despertó entre un clamor de gritos de Vive la Commune! ¿Qué es la Comuna, esa esfinge que tanto atormenta a los espíritus burgueses?

 

«Los proletarios de París -decía el Comité Central en su manifiesto del 18 de marzo-, en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos. […] Han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder.» Pero la clase obrero no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está y a servirse de ella para sus propios fines.

 

El poder estatal centralizado, con sus órganos omnipresentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura -órganos creados con arreglo a un plan de división sistemática y jerárquica del trabajo-, procede de los tiempos de la monarquía absoluta y sirvió a la naciente sociedad burguesa como un arma poderosa en sus luchas contra el feudalismo. Sin embargo, su desarrollo se veía entorpecido por toda la basura medieval: derechos señoriales, privilegios locales, monopolios municipales y gremiales, códigos provinciales. La escoba gigantesca de la Revolución Francesa del siglo XVIII barrió todas esas reliquias de tiempos pasados, limpiando así al mismo tiempo el suelo de la sociedad de los últimos obstáculos que se alzaban ante la superestructura del edificio del Estado moderno, erigido en tiempos del Primero Imperio, que a su vez era el fruto de las guerras de coalición de la vieja Europa contra la Francia moderna.

 

[…]


La antítesis directa del Imperio era la Comuna. El grito «¡República Social!» con que la Revolución de Febrero fue anunciada por el proletariado de París no expresaba más que el vago anhelo de una república que no acabase sólo con la forma monárquica de la dominación de clase, sino con la propia dominación de clase. La Comuna era la forma positiva de esa república. […]

 

La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento. La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La Comuna no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo ejecutiva y legislativa a la vez. En lugar de continuar siendo un instrumento del gobierno central, la policía fue despojada de sus atributos políticos y convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento. Lo mismo se hizo con los funcionarios de las demás de la administración. Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los servidores públicos debían devengar salarios de obreros. Los intereses creados y los gastos de representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron con los altos dignatarios mismos. Los cargos públicos dejaron de ser propiedad privada de los testaferros del gobierno central. En manos de la Comuna se puso no solamente la administración municipal, sino toda la iniciativa ejercida hasta entonces por el Estado.

 

Una vez suprimidos el ejército permanente y la policía, que eran los elementos de la fuerza física del antiguo gobierno, la Comuna tomó medidas inmediatamente para destruir la fuerza espiritual de represión, el «poder de los curas», decretando la separación entre Iglesia y Estado y la expropiación de todas las iglesias como corporaciones poseedoras. Los curas fueron devueltos al retiro de la vida privada, a vivir de las limosnas de los fieles, como sus antecesores los apóstoles. Todas las instituciones de enseñanza fueron abiertas gratuitamente al pueblo y emancipadas de la intromisión de la Iglesia y el Estado. Así no sólo se ponía la enseñanza al alcance de todos sino que la propia ciencia se redimía de las trabas a que la tenían sujeta los prejuicios de clase y el poder del gobierno.

 

[…]

 


Una vez establecido en París y en los centros secundarios el régimen comunal, el antiguo gobierno centralizado también tendría que dejar paso en las provincias a la autoadministración de los productores. En el breve esbozo de organización nacional que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se dice claramente que la Comuna habría de ser la forma política que adoptase hasta la aldea más pequeña del país y que, en los distritos rurales, el ejército permanente habría de ser reemplazado por una milicia popular con un periodo de servicio extraordinariamente corto. Las comunas rurales de cada distrito administrarían sus asuntos colectivos por medio de una asamblea de delegados en la capital del distrito correspondiente y estas asambleas, a su vez, enviarían diputados a la Asamblea Nacional de delegados de París, entendiéndose que todos los delegados serían revocables en todo momento y se hallarían obligados por el mandat impératif de sus electores. […]

 

Mientras que los órganos puramente represivos del viejo poder estatal habían de ser amputados, sus funciones legítimas serían arrancadas a una autoridad que usurpaba una posición preeminente sobre la sociedad misma, para restituirlas a los servidores responsables de esta sociedad. En vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante habían de «representar» al pueblo en el Parlamento, el sufragio universal tendría que servir al pueblo organizado en comunas, como el sufragio individual sirve a los patronos que buscan obreros y administradores para sus negocios. 


[…]

 

En todas las revoluciones, junto a sus verdaderos representantes, figuran hombres de otra naturaleza. Algunos de ellos, supervivientes y devotos de revoluciones pasadas, sin visión del movimiento actual pero todavía dueños de su influencia sobre el pueblo por su reconocida honradez y valentía, o simplemente por la fuerza de la tradición; otros, simples charlatanes que, a fuerza de repetir año tras año las mismas declaraciones estereotipadas contra el gobierno del día, han robado una reputación de revolucionarios de pura cepa.


FIN



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