Saludos, les habla su camarón caramelo camarada. Como les
platicaba en
nuestra lección anterior, me leí hace poco Llamando a las puertas de la
revolución, antología de textos de Karl Marx, preparada por Constantino
Bértolo. En este par de entradas he preparado para vuestras mercedes una selección
de la selección, con el propósito de dar a conocer un poco qué es lo que en
verdad decía el pensador alemán.
Hago énfasis en lo de en verdad, porque existe una serie de
lugares comunes respecto a la filosofía de Marx que, ya sea por ignorancia o
por mala fe, obscurecen el conocimiento de su ideario. Lo vemos cotidianamente
en las redes sociales, en forma de clichés oligofrénicos de que “socialismo es
cuando el estado hace cosas” y memes sobre que Das Kapital se puede reducir
a “dame eso gratis”. Pero lo vemos también en el desdén que expresan algunos
liberales con pretensiones racionalistas, que espuriamente declaran a Marx
enemigo de la Ilustración y sus ideales de libertad y racionalidad.
Resulta que ciertos ambientes ideológicos promueven
desconocimiento y prejuicios sobre la obra de Marx, como si bastara leerla para
sumir a la humanidad en la tiranía y la miseria. En realidad, una aproximación
básica al pensamiento marxiano es necesaria para cualquiera que quiera conocer
la historia del pensamiento occidental y comprender mucho de la realidad social,
política, económica y cultural del último cuarto de milenio.
Como los escritos del prusiano son copiosos, abundantes y en ocasiones
muy complejos, acercarse a ellos puede resultar intimidante. En especial a su
obra cumbre, El Capital, uno de los textos más nombrados pero menos
leídos del mundo. De ahí el valor de la antología de Bértolo, que permite
precisamente ese primer acercamiento tan necesario. Conociéndolo de primera mano,
podemos ver que todos esos hombres de paja construidos para que tengamos miedo
al viejo barbón se caen por sí mismos.
Además, este volumen tiene el valor de incluir algunos fragmentos
de textos sobre Marx, escritos por contemporáneos suyos que lo
conocieron, y que nos permite hacernos una idea de su carácter y personalidad.
Es por ello que recomiendo mucho que lo consigan y lo lean; se convirtió en el
mejor libro de mi 2024.
No se trata de tomar todo lo que dice don Carlos a pies juntillas,
ni mucho menos, sino de tratar de comprenderlo honestamente y sostener un
diálogo crítico pero abierto con su obra, para tomar de ella lo que puede
resultarnos útil, que, descubrirán, es mucho. Ya sea para entender los procesos
históricos que dieron lugar a nuestro mundo moderno, presentar un desafío al “sentido
común” imperante sobre el funcionamiento de la política y la economía, o
inspirarnos para construir un mundo más justo, las palabras de Karl Marx deberían
tener un lugar en la gran conversación contemporánea que sostenemos como
humanidad.
COLUMNA DEL NEW YORK DAILY TRIBUNE (1853)
Para defender la pena de muerte casi siempre se la ha presentado
como un medio de corrección o intimidación. Pero, ¿de dónde proviene el derecho
de un individuo a castigar a otro para corregirle o intimidarle? La historia y
la estadística demuestran, además, que desde Caín el mundo jamás ha sido
corregido ni intimidado por el castigo. […]
En realidad, la pena de muerte es un medio por el cual la sociedad
se defiende contra todo aquello que amenace sus condiciones de existencia. Que
es por tanto miserable esta sociedad que no ha encontrado otro medio de defensa
que el verdugo y que proclama su brutalidad como si fuera una ley eterna.
DISCURSO POR EL ANIVERSARIO DEL PEOPLE’S PAPER (1856)
Nos hallamos en presencia de un gran hecho característico del
siglo XIX que ningún partido se atreverá a negar. Por un lado, han despertado a
la vida unas fuerzas industriales y científicas de cuya existencia no hubiese
podido sospechar siquiera ninguna de las épocas históricas precedentes. Por
otro lado, existen unos síntomas de decadencia que superan en mucho a los
horrores que registra la historia de los últimos tiempos del Imperio Romano.
Hoy en día todo parece llevar en su seno su propia contradicción.
Vemos que las máquinas, dotadas de la propiedad maravillosa de
acortar y hacer más fructífero el trabajo humano, provocan el hambre y
agotamiento del trabajador. Las fuentes de riqueza recién descubiertas se
convierten, por arte de un extraño maleficio, en fuentes de privaciones. Los
triunfos del arte parecen adquiridos al precio de las cualidades morales. El
dominio del hombre sobre la naturaleza es cada vez mayor pero, al mismo tiempo,
el hombre se convierte en esclavo de otros hombres o de su propia infamia.
Hasta la pura luz de la ciencia parece no poder brillar más que sobre el fondo
tenebroso de la ignorancia. Todos nuestros inventos y progresos parecen dotar
de vida intelectual a las fuerzas materiales mientras que reducen la vida
humana al nivel de una fuerza material bruta. Este antagonismo entre la
industria moderna y la ciencia, por un lado, y la miseria y la decadencia, por
otro; este antagonismo entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales
de nuestra época es un hecho palpable, abrumador e incontrovertible. […]
Por lo que a nosotros se refiere, no nos engañamos respecto a la
naturaleza de ese espíritu maligno que se manifiesta constantemente en todas
las contradicciones que acabamos de señalar. Sabemos que para hacer trabajar
bien a las nuevas fuerzas de la sociedad se necesita únicamente que éstas pasen
a manos de hombres nuevos, y que tales hombres nuevos son los obreros.
CARTA A FERDINAND LASALLE (1861)
El libro de Darwin es muy importante y me sirve de base para la
lucha de clases en la historia. Desde luego que uno tiene que aguantar el crudo
método inglés de desarrollo. A pesar de todas las deficiencias, no sólo se da
aquí por primera vez el golpe de gracia a la «teleología» en las ciencias
naturales, sino que se explica empíricamente su significado racional.
LÍNEAS FUNDAMENTALES DE LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA (1857-58)
Cuanto más nos volvamos a las profundidades de la historia, en
mayor grado aparecerá el individuo -y, por consiguiente, el individuo productor
también- en un estado de dependencia, como un miembro de un conjunto más
extenso: al principio forma parte aún de manera completamente natural de la
familia y de la gens desarrollada a partir de la familia; más tarde, de
la comunidad en sus formas diferentes, producto de la oposición y la fusión de
la gens. Sólo en el siglo XVIII, en la «sociedad burguesa», las diferentes
formas de la textura social se presentan al individuo meramente como un medio
para realizar sus objetivos particulares, como una necesidad exterior. Pero la
época que origina este punto de vista -el del individuo aislado- es
precisamente la época de las relaciones sociales (que desde el mismo punto de
vista tienen carácter general) más desarrolladas.
El hombre es, en el sentido más literal, un zoón politikón,
no solamente un animal sociable, sino un animal que sólo puede individualizarse
en la sociedad. La producción realizada por el individuo solitario fuera de la
sociedad -fenómeno raro que, por cierto, puede ocurrir cuando una persona
civilizada ha sido trasladada por casualida d aun lugar desierto y posee ya en
potencia las fuerzas propias de la sociedad- es una cosa tan absurda como sería
el desarrollo del lenguaje sin la presencia de individuos que vivan juntos y
hablen unos con otros.
ESTATUTOS GENERALES DE LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE TRABAJADORES (1864)
La emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros
mismos; la lucha por la emancipación de la clase obrera no es una lucha por
privilegios y monopolios de clase, sino por el establecimiento de derechos y
deberes iguales y por la abolición de todo privilegio de clase.
El sometimiento económico del trabajador a los monopolizadores de
los medios de trabajo, es decir, de las fuentes de vida, es la base de la
servidumbre en todas sus formas, de toda miseria social, degradación
intelectual y dependencia política.
La emancipación económica de la calse obrera es, por lo tanto, el
gran fin al que todo movimiento político deber subordinado como medio.
Todos los esfuerzos dirigidos a este gran fin han fracasado hasta
ahora por falta de solidaridad entre los obreros de las diferentes ramas del
trabajo en cada país y de una unión fraternal entre las clases obreras de los
diversos países.
La emancipación del trabajo no es un problema nacional o local,
sino un problema social que comprende a todos los países en los que existe la
sociedad moderna y necesita para su solución en concurso teórico y práctico de
los países más avanzados.
El movimiento que acaba de renacer entre los obreros de los países
más industriales de Europa, a la vez que despierta nuevas esperanzas, da una
solemne advertencia para no recaer en los viejos errores y combinar
inmediatamente los movimientos todavía aislados.
INSTRUCCIÓN SOBRE DIVERSOS PROBLEMAS A LOS DELEGADOS DEL CONSEJO CENTRAL PROVISIONAL DE LA AIT (1866)
Nosotros estimamos que el movimiento cooperativo es una de las
fuerzas transformadoras de la sociedad presente, basada en antagonismo de
clases. El gran mérito de este movimiento consiste en mostrar que el sistema
actual de subordinación del trabajo al capital, sistema despótico que lleva a
la pobreza, puede ser sustituido con un sistema republicano y bienhechor de
asociación de productores libres e iguales.
Pero el movimiento cooperativo, limitado a formas enanas, las
únicas que pueden crear con sus propies esfuerzos los esclavos individuales del
trabajo asalariado, jamás podrá transformar la sociedad capitalista. A fin de
convertir la producción social en un sistema armónico y vasto de trabajo
cooperativo, son indispensables cambios sociales generales, cambios de las
condiciones generales de la sociedad que sólo pueden lograrse mediante el paso
de las fuerzas organizadas de la sociedad, es decir, del poder político, de
manos de los capitalistas y propietarios de tierras a manos de los productores
mismos.
EL CAPITAL (1867)
Libro I – Capítulo I
La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción
capitalista aparece como una «gigantesca acumulación de mercancías», y la
mercancía, como la forma elemental de la esa riqueza. Por eso nuestro estudio
empieza con el análisis de la mercancía.
La mercancía es, por de pronto, un objeto exterior, una cosa que,
por sus propiedades, satisface necesidades humanas de alguna clase. La
naturaleza de estas necesidades -el que procedan, por ejemplo, del estómago o
de la fantasía- no hace a la cosa. Tampoco se trata aquí de cómo satisface la
cosa necesidad humana, si inmediatamente como medio de subsistencia, esto es,
como objeto de goce, o mediante un rodeo, como medio de producción.
[…]
La utilidad de una cosa la convierte en valor de uso. Pero esa
utilidad no es nada que flote en el aire. Condicionada por las propiedades del
cuerpo de la mercancía, no existe sin ella. Por lo tanto, el cuerpo mismo de la
mercancía, como hierro, trigo, diamante, etcétera, es un valor de uso, un bien.
Ese carácter suyo no depende de que la apropiación de sus propiedades útiles le
cueste al hombre mucho o poco trabajo. [...]
El valor de uso no se realiza más que en el uso o el consumo. Son
valores de uso los que constituyen el contenido material de la riqueza,
cualquiera que sea la forma social de ésta. En la forma de sociedad que hemos
de considerar, constituyen al mismo tiempo los portadores materiales del valor
de cambio.
El valor de cambio aparece, en primer lugar, como la razón
cuantitativa, la proporción en la cual se cambian valores de uso de una clase
por valores de uso de otra clase, relación que cambia constantemente con el
tiempo y el lugar. Por eso el valor de cambio parece cosa del azar y puramente
relativa, y un valor de cambio interior a la mercancía, inmanente, se presenta
como una contradictio in adjecto.
[…]
Si se prescinde, empero, del valor de uso de los cuerpos de las
mercancías, no les queda más que una propiedad: la de ser productos del
trabajo. […] Lo único que representan ya esas cosas es que en su producción se
ha gastado fuerza de trabajo humano, se ha acumulado trabajo humano. Como
cristales de esa sustancia social que les es común, son valores, valores de
mercancías.
El valor de cambio de las mercancías mismas se nos mostró en su
relación de intercambio como algo del todo independiente de sus valores de uso.
Si realmente se hace abstracción del valor de uso de los productos de trabajo,
se obtiene su valor tal como éste acaba de ser determinado. Así pues, lo común
que se presenta en la relación de intercambio o valor de cambio de las
mercancías es su valor. […]
El valor de uso: un bien no tiene valor sino porque en él se
objetiva o materializa trabajo humano abstracto. ¿Cómo medir la magnitud de su
valor? Mediante el quantum de «sustancia formadora de valor», el quantum
de trabajo contenido en él. Por su parte, la cantidad de trabajo se mide por su
duración temporal, y el tiempo de trabajo tiene a su vez su criterio de medida
en determinadas partes del tiempo, como la hora, el día, etcétera.
Podría parecer que, si el valor de una mercancía se determina por
el quantum de trabajo gastado durante su producción entonces cuanto más
perezoso o inhábil sea un hombre, tanto más valiosa será su mercancía, porque
tanto más tiempo necesita para su elaboración. Pero el trabajo que constituye
la sustancia de los valores es trabajo humano igual, gasto de una misma fuerza
de trabajo humano. Toda la fuerza de trabajo de la sociedad representada en los
valores del mundo de las mercancías figura aquí como una sola fuerza de trabajo
humano, aunque consta de innumerables fuerzas de trabajo individuales. Cada una
de las fuerzas de trabajo individuales es la misma fuerza de trabajo humano que
las demás en la medida en que posee el carácter de fuerza de trabajo media
social, esto es, no necesita para la producción de una mercancía más que el
tiempo de trabajo necesario por término medio, o socialmente necesario. Tiempo
de trabajo socialmente necesario es tiempo de trabajo exigido para representar
cualquier valor de uso en las condiciones sociales normales dadas de la
producción y con el grado medio social de habilidad e intensidad del trabajo.
[…]
Así pues, lo que determina la magnitud del valor de un valor de
uso es sólo quantum de trabajo socialmente necesario para su
producción. La mercancía individual no cuenta aquí más que como ejemplo medio
de su especie. Por lo tanto, las mercancías que contienen los mismos quanta de
trabajo o que se pueden producir en el mismo tiempo de trabajo tienen la misma
magnitud de valor. El valor de la mercancía es al valor de cualquier otra
mercancía lo que el tiempo de trabajo necesario para la producción de la una es
al tiempo de trabajo necesario para la producción de la otra.
[…]
La fuerza productiva del trabajo está determinada por múltiples
circunstancias, entre otras el grado medio de habilidad de los trabajadores, el
estadio de evolución de la ciencia de su aplicabilidad tecnológica, la
combinación social del proceso de producción, el alcance y la eficacia de los
medios de producción, y también por las condiciones naturales. […]
Una cosa puede ser un valor de uso sin ser un valor. Asú ocurre
cuando su utilidad para el hombre no está medida por el trabajo. Por ejemplo,
el aire, la tierra virgen, los prados y los bosques naturales, etcétera. Una
cosa puede ser útil y producto del trabajo humano sin ser mercancía. Quien
satisface su propia necesidad mediante su producto crea sin duda valor de uso,
pero no de mercancía. Para producir mercancía no basta con que produzca valor
de uso, sino que tiene que producir valor de uso para otros, valor de uso
social. Y no sólo para otros sin más. Para convertirse en mercancía el producto
tiene que ser transferido mediante intercambio al otro, que lo utiliza como
valor de uso.
Por último, ninguna puede ser valor sin ser objeto de uso. Si es
inútil, entonces también es inútil el trabajo contenido en ella; éste cuenta
como trabajo y, por lo tanto, no constituye valor alguno.
[…]
Todo trabajo es, por una parte, gasto de fuerza de trabajo humano
en sentido fisiológico, y en esa condición de trabajo humano igual o trabajo
humano abstracto, constituye el valor de la mercancía. Por otra parte, todo
trabajo es gasto de fuerza de trabajo humano de una forma particular
determinada por los fines, y en esa condición de trabajo útil concreto produce
valores de uso.
Por diferentes que sean los trabajos útiles, las actividades productivas, es una verdad fisiológica que todos ellos son funciones del organismo humano, y que cada una de esas funciones, cualesquiera que sean su contenido y su forma, es esencialmente gasto de cerebro, nervio, músculo, órgano sensible, etcétera. […]
Los hombres equiparan sus diferentes trabajos en cuanto trabajo humano porque equiparan en el intercambio sus heterogéneos productos como valores. No lo saben, pero lo hacen.
[…]
Imaginemos, por último y para variar, una asociación de hombres libres que trabajen con medios de producción comunitarios y gasten a sabiendas sus muchas fuerzas de trabajo individuales como una sola fuerza de trabajo social. […] El producto global de la asociación es un producto social. Una parte de ese producto vuelve a servir de medio de producción. No deja nunca de ser social. Pero otra parte se consume por los miembros de la asociación, como alimentos. Por eso hay que distribuirlo entre ellos. El tipo de esa distribución cambiará según el tipo de organismo social de producción y según la correspondiente altura histórica de desarrollo de los productores.
Sólo por
trazar un paralelismo con la producción de mercancías, supongamos que la
participación de cada productor en los alimentos se determine por su tiempo de
trabajo. El tiempo de trabajo desempeñaría doble papel. Su distribución social
según un plan regula la proporción correcta de las diferentes funciones del
trabajo respecto de las diferentes necesidades. Por otra parte, el tiempo de
trabajo sirve a la vez de medida de la participación individual del productor
en el trabajo común y, por lo tanto, también en la parte individualmente
consumible del producto común.
[…]
Capítulo III
La primera función del oro consiste en procurar al mundo de las
mercancías el material de su expresión de valor, o sea, en representar los
valores de las mercancías como magnitudes homónimas, cualitativamente iguales y
cuantitativamente comparables. Así funciona como medida general de los valores,
y sólo a través de esa función el oro, la mercancía específica, se convierte
por de pronto el dinero.
No es el dinero el que hace a todas las mercancías conmensurables.
Al revés. Por el hecho de que todas las mercancías son, en cuanto valores,
trabajo humano objetivado y, por lo tanto, por sí mismas conmensurables, pueden
pedir todas ellas sus valores en una misma mercancía específica y transformar
así a ésta en medida de valor común a todas ellas, o sea en dinero. El dinero
en cuanto medida de valor es la forma necesaria de manifestación de la medida
inmanente de valor de las mercancías, el tiempo de trabajo.
[…]
Capítulo V
El capitalista se planta tozudamente sobre sus cuartos traseros.
¿Es que el trabajador, sin más que sus brazos, va a producir con su trabajo
figuras en el aire, mercancías? ¿No ha sido él quien le ha dado el material con
el cual y en el cual únicamente puede el trabajador hacer carne su trabajo? Y
puesto que la mayor parte de la sociedad está compuesta por tales pobres de
solemnidad, ¿no ha prestado él a la sociedad un servicio inconmensurable con
sus medios de producción, su algodón y sus husos, no se lo ha prestado al
trabajador mismo al que, por si fuera poco, proveyó además de medios de vida?
¿Y no va a poder meter ese servicio en la cuenta?
Pero ¿no le ha prestado el trabajador el servicio recíproco de
convertir algodón y husos en hilado? Además, aquí no se trata de servicios. Un
servicio no es sino el efecto útil de un valor de uso, ya sea la mercancía, ya
sea el trabajo. Pero lo que aquí cuenta es el valor de cambio. El capitalista
pagó al trabajador el valor de 3 chelines. EL trabajador le dio a cambio un
equivalente exacto en el valor de 3 chelines añadido al algodón. Valor por
valor.
Y Ahora de repente nuestro amigo, tan engreído hasta hace un
momento de su capital, adopta la modesta actitud de su propio trabajador.
¿Acaso no ha trabajado él mismo? ¿No ha hecho él trabajo de vigilancia, de
supervisión del hilandero? ¿Y no forma también valor ese trabajo suyo? Su
propio supervisor y su gerente se encogen de hombros.
Mientras tanto, el capitalista ha vuelto a asumir, con alegre
sonrisa, su vieja fisionomía. Toda esa letanía ha sido tomarnos el pelo. El
asunto le importa un higo. Nuestro capitalista confía esos y otros subterfugios
no menos podridos y semejantes patrañas vacías a los profesores de Economía
política, especialmente pagados para eso. Él por su parte es un hombre práctico
que, a buen seguro, no medita siempre en lo que dice fuera del negocio, pero
sabe siempre lo que hace en el negocio.
[…]
Capítulo XIII
Con el predominio siempre creciente de la población urbana, a la
que acumula en grandes centros, la producción capitalista concentra, por una
parte, la fuerza motora histórica de la sociedad, pero por otra parte,
dificulta el metabolismo entre el ser humano y la naturaleza, esto es, el
regreso a la tierra de los elementos del suelo gastados por el hombre en la
forma de medios de alimentación y de vestido; o sea, perturba la eterna
condición natural de una fecundidad duradera de la tierra.
Y todo el progreso de la agricultura capitalista es un progreso no
sólo de depredar al trabajador sino también y el mismo tiempo del arte de
depredar el suelo; todo progreso en el aumento de su fecundidad para un plazo
determinado es al mismo tiempo un progreso en la ruina de las fuentes duraderas
de esa fecundidad. Cuanto más tarde se apoya un país en la gran industria como
trasfondo de su evolución -como los Estados Unidos de Norteamérica, por
ejemplo-, tanto más rápido ese ese proceso de destrucción. Por eso la
producción capitalista no desarrolla la técnica y la combinación del proceso
social más que minando al mismo tiempo las fuentes de las que mana toda
riqueza: la tierra y el trabajador.
[…]
Capítulo XIV
La producción capitalista no es sólo producción de mercancía; es esencialmente producción de plusvalía. El trabajador no produce para sí sino para el capital. Por eso no basta ya con que produzca en general. Tiene que producir plusvalía. Sólo es productivo el trabajador que produce plusvalía. Sólo es productivo el trabajador que produce plusvalía para el capitalista sirve a la autovalorización del capital. […]
La prolongación de la jornada de trabajo más allá del punto llegado al cual el trabajador no habría producido más que un equivalente de su fuerza de trabajo y la apropiación de esa fuerza de ese plustrabajo por el capital: eso es la producción de la plusvalía absoluta. Ésta constituye el fundamento general del sistema capitalista y el punto de partida de la plusvalía relativa. La jornada de trabajo está ya desde el primer momento divida en dos partes: trabajo necesario y plustrabajo. Para prolongar el plustrabajo se abrevia el trabajo necesario mediante métodos por los cuales el equivalente del salario se produce en menos tiempo. La producción de la plusvalía absoluta gira exclusivamente en torno a la duración de la jornada de trabajo; la producción de la plusvalía relativa revoluciona de arriba abajo los procesos técnicos del trabajo y los grupos sociales. […]
Si el trabajador necesita todo su tiempo para producir los medios
de vida necesarios para mantenerse a sí mismo y a su raza, no le queda tiempo
para trabajar gratis para terceras personas. Sin un cierto grado de
productividad del trabajo, no tienen un tiempo disponible; sin ese tiempo
excedente, nada de plustrabajo y, por lo tanto, nada de capitalistas, pero
tampoco dueños de esclavos, ni señores feudales; en pocas palabras, ninguna
clase de propietarios.
Capítulo XXI
El consumo individual de la clase obrera es la reconversión de los
medios de vida gastados por el capital a cambio de fuerza de trabajo en fuerza
de trabajo explotable por el capital. Es producción y reproducción del medio de
producción más imprescindible para el capitalista: el trabajador mismo. El
consumo individual del trabajador no deja, pues, de ser un momento de la
producción y reproducción del capital., ocurra dentro o fuera del taller fábrica,
etcétera, dentro o fuera del proceso de trabajo, exactamente igual que la
limpieza de la máquina, ocurra durante el proceso de trabajo, o durante
determinadas pausas del mismo. No afecta en nada al asunto el que el trabajador
consuma individualmente para sí mismo y no por amor al capitalista. Del mismo
modo, el consumo de la bestia de carga no deja de ser un momento necesario del
proceso de producción por el hecho de que el animal disfrute de lo que come.
Capítulo XXIV
La acumulación del capital presupone, en efecto, la plusvalía; la
plusvalía, a su vez, la producción capitalista, más esta presupone la presencia
de masas grandes de capital y fuerza de trabajo en las manos de los productores
de mercancías.
Esta acumulación originaria tiene en la economía política el mismo
parel, aproxidamente, que el pecado original en la teología. En tiempos remotos
hubo, por un lado, una élite aplicada, inteligente y, ante todo, ahorradora; y
por otro, unos golfos haraganes que dilapidaban en juergas todo lo que tenían y
más. Así ocurrió que los primeros acumularon riqueza y los últimos, al final,
no tuvieron para vender nada más que su propio pellejo. Y de ese pecado
original data la pobreza de la gran masa, que pese a todo su trabajo sigue sin
tener nada que vender más que a sí misma, y la riqueza de los pocos, que
aumenta constantemente, aunque éstos dejaron de trabajar hace mucho tiempo.
En la historia real tienen, como es sabido, papel de protagonistas
la conquista, el sometimiento, el asesinato, la violencia, dicho brevemente. En
la suave economía política, dominó desde siempre el idilio. Derecho y «trabajo»
fueron desde siempre los únicos medios de enriquecerse, exceptuando, naturalmente,
«el año en curso». En realidad, los métodos de acumulación originaria son
cualquier cosa menos idílicos.
[…]
El prólogo de la transformación que creó el fundamento del modo de
producción capitalista ocurre en el último tercio del siglo XV y en los
primeros decenios del siglo XVI. Una masa de proletarios se ve proscrita y
lanzada al mercado de trabajo a causa de la disolución de los séquitos feudales
[…]
Aunque el poder real -producto él mismo del desarrollo burgués-,
en su aspiración a la soberanía absoluta, aceleró violentamente la disolución
de esos séquitos, no fue ni mucho menos la única causa de esa disolución. Más
bien ocurrió que, en tenacísima oposición a la monarquía y al Parlamento, el
gran señor feudal creó un proletariado incomparablemente mayor mediante la
expulsión violenta del campesinado de la tierra, sobre la cual los campesinos
poseían el mismo título jurídico feudal que él mismo, y mediante la usurpación
de la tierra comunal de los campesinos.
[…]
El capital monetario constituido por la usura y el comercio se vio
obstaculizado en su conversión en capital industrial por la constitución feudal
en el campo y por la constitución gremial en las ciudades. Esos obstáculos se
derrumbaron al disolverse los séquitos feudales con la expropiación y expulsión
parcial de la población rural. La nueva manufactura se erigió en puertos
exportadores o en lugares del campo sustraídos al control de los antiguos
municipios urbanos y su constitución gremial.
El descubrimiento en los países americanos del oro y de la plata,
el exterminio, la esclavización y la sepultura de la población indígena en las
minas, la incipiente conquista y expoliación de las Indias orientales, la
conversión de África en coto de caza comercial de negros, caracterizan la
aurora de la era de producción capitalista. Estos idílicos procesos son un
momento crucial de la acumulación originaria. Los sigue inmediatamente la
guerra comercial de las naciones europeas con el globo terráqueo por escenario.
Estos métodos se basan parcialmente en la violencia más brutal;
por ejemplo, el sistema colonial. Pero todos utilizan el poder del Estado, la
violencia concentrada y organizada de la sociedad para promover, como en un
invernadero, el proceso de conversión del modo de producción feudal en modo de
producción capitalista y abreviar las transiciones. La violencia en la partera
de toda vieja sociedad que anda preñada de una nueva. Ella misma es una
potencia económica.
LA GUERRA CIVIL EN FRANCIA (1871)
En la alborada del 18 de marzo de 1871 París despertó entre un
clamor de gritos de Vive la Commune! ¿Qué es la Comuna, esa esfinge que
tanto atormenta a los espíritus burgueses?
«Los proletarios de París -decía el Comité Central en su
manifiesto del 18 de marzo-, en medio de los fracasos y las traiciones de las
clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la
situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos. […] Han
comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños
de sus propios destinos, tomando el poder.» Pero la clase obrero no puede
limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está y
a servirse de ella para sus propios fines.
El poder estatal centralizado, con sus órganos omnipresentes: el ejército
permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura -órganos
creados con arreglo a un plan de división sistemática y jerárquica del
trabajo-, procede de los tiempos de la monarquía absoluta y sirvió a la
naciente sociedad burguesa como un arma poderosa en sus luchas contra el
feudalismo. Sin embargo, su desarrollo se veía entorpecido por toda la basura
medieval: derechos señoriales, privilegios locales, monopolios municipales y
gremiales, códigos provinciales. La escoba gigantesca de la Revolución Francesa
del siglo XVIII barrió todas esas reliquias de tiempos pasados, limpiando así
al mismo tiempo el suelo de la sociedad de los últimos obstáculos que se
alzaban ante la superestructura del edificio del Estado moderno, erigido en
tiempos del Primero Imperio, que a su vez era el fruto de las guerras de
coalición de la vieja Europa contra la Francia moderna.
[…]
La antítesis directa del Imperio era la Comuna. El grito «¡República Social!» con que la Revolución de Febrero fue anunciada por el proletariado de París no expresaba más que el vago anhelo de una república que no acabase sólo con la forma monárquica de la dominación de clase, sino con la propia dominación de clase. La Comuna era la forma positiva de esa república. […]
La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos
por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran
responsables y revocables en todo momento. La mayoría de sus miembros eran, naturalmente,
obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La Comuna no había de
ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo ejecutiva y
legislativa a la vez. En lugar de continuar siendo un instrumento del gobierno
central, la policía fue despojada de sus atributos políticos y convertida en
instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento. Lo
mismo se hizo con los funcionarios de las demás de la administración. Desde los
miembros de la Comuna para abajo, todos los servidores públicos debían devengar
salarios de obreros. Los intereses creados y los gastos de representación de
los altos dignatarios del Estado desaparecieron con los altos dignatarios
mismos. Los cargos públicos dejaron de ser propiedad privada de los testaferros
del gobierno central. En manos de la Comuna se puso no solamente la
administración municipal, sino toda la iniciativa ejercida hasta entonces por
el Estado.
Una vez suprimidos el ejército permanente y la policía, que eran
los elementos de la fuerza física del antiguo gobierno, la Comuna tomó medidas inmediatamente
para destruir la fuerza espiritual de represión, el «poder de los curas»,
decretando la separación entre Iglesia y Estado y la expropiación de todas las
iglesias como corporaciones poseedoras. Los curas fueron devueltos al retiro de
la vida privada, a vivir de las limosnas de los fieles, como sus antecesores
los apóstoles. Todas las instituciones de enseñanza fueron abiertas
gratuitamente al pueblo y emancipadas de la intromisión de la Iglesia y el
Estado. Así no sólo se ponía la enseñanza al alcance de todos sino que la propia
ciencia se redimía de las trabas a que la tenían sujeta los prejuicios de clase
y el poder del gobierno.
[…]
Una vez establecido en París y en los centros secundarios el régimen comunal, el antiguo gobierno centralizado también tendría que dejar paso en las provincias a la autoadministración de los productores. En el breve esbozo de organización nacional que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se dice claramente que la Comuna habría de ser la forma política que adoptase hasta la aldea más pequeña del país y que, en los distritos rurales, el ejército permanente habría de ser reemplazado por una milicia popular con un periodo de servicio extraordinariamente corto. Las comunas rurales de cada distrito administrarían sus asuntos colectivos por medio de una asamblea de delegados en la capital del distrito correspondiente y estas asambleas, a su vez, enviarían diputados a la Asamblea Nacional de delegados de París, entendiéndose que todos los delegados serían revocables en todo momento y se hallarían obligados por el mandat impératif de sus electores. […]
Mientras que los órganos puramente represivos del viejo poder estatal habían de ser amputados, sus funciones legítimas serían arrancadas a una autoridad que usurpaba una posición preeminente sobre la sociedad misma, para restituirlas a los servidores responsables de esta sociedad. En vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante habían de «representar» al pueblo en el Parlamento, el sufragio universal tendría que servir al pueblo organizado en comunas, como el sufragio individual sirve a los patronos que buscan obreros y administradores para sus negocios.
[…]
En todas las revoluciones, junto a sus verdaderos representantes,
figuran hombres de otra naturaleza. Algunos de ellos, supervivientes y devotos
de revoluciones pasadas, sin visión del movimiento actual pero todavía dueños
de su influencia sobre el pueblo por su reconocida honradez y valentía, o
simplemente por la fuerza de la tradición; otros, simples charlatanes que, a fuerza
de repetir año tras año las mismas declaraciones estereotipadas contra el
gobierno del día, han robado una reputación de revolucionarios de pura cepa.
FIN
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