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viernes, 28 de junio de 2024

Spinoza y la verdadera Ilustración radical




Ah, la Ilustración… Ese periodo de la historia de Occidente al que se atribuye la libertad, la democracia, la tolerancia, la ciencia, y casi todo lo bueno del mundo moderno. Los valores y aportaciones de la Ilustración son muy cacareados hoy en día, en especial por parte de gente a la que le gusta pensar en sí misma como racional y librepensadora. Pero lo cierto es que la historia, el desarrollo y las ideas de la Ilustración, son muy poco conocidos y menos comprendidos.

 

Para superar esas apreciaciones superfluas, ya he recomendado el excelente libro La filosofía de la Ilustración de Ernst Cassirer, que expone los temas principales abordados por los pensadores ilustrados. Hoy quiero platicarles de otro libro muy grande (en todo sentido; tiene casi 890 páginas): La Ilustración radical (2001) del filósofo inglés Jonathan Israel.

 

Se trata de una obra monumental. No es una introducción al tema, sino que Israel parte del supuesto de que sus lectores ya conocerán lo básico en cuanto a los filósofos principales, sus ideas y su contexto histórico. Aun así, creo que con una aproximación elemental a la historia de la filosofía (tipo, te acuerdas de tu clase de la prepa), es suficiente para entender. Aunque, por otro lado, quizá no todo en el libro resulte muy atractivo para el lector casual, pues Israel DE VERDAD trata de abarcarlo todo y extensos capítulos son dedicados a diversos autores de la época que decían más o menos lo mismo, o a conocer con detalle la historia editorial completa de algún título relevante.

 

Jonathan Israel

De hecho, ya que estamos señalando esas cosillas, tengo alguna que otra queja del libro. En una reseña en Goodreads un señor contaba que había abandonado el libro tras avanzar 200 páginas y, en vez de encontrar explicaciones sobre las ideas de la Ilustración, Israel nomás se dedicaba a contar qué planfleto se publicó clandestinamente en dónde y cómo se distribuyó de forma que evadiera la censura. Y vaya, tiene razón, aunque sea en parte. El grueso del volumen (que sí que es grueso) trata en efecto de las ideas ilustradas, pero por alguna razón Israel no estructura su obra de la mejor manera para hacerla más accesible (a pesar de que evidentemente domina el contenido como nadie). Digo, la tesis central del autor es que la filosofía de Baruch Spinoza es el punto de partida de la Ilustración radical, pero, como se quejaba aquel señor, se la pasa más de 200 páginas haciendo referencia a obras clandestinas inspiradas en la filosofía de Spinoza antes de dignarse a explicar quién fue Spinoza. Y luego, por alguna razón, tras un capítulo biográfico, se ocupa de otros temas y autores durante casi 70 páginas antes de regresar a Spinoza y, ahora sí, explicar los puntos básicos de su sistema filosófico.

 

Oigan, no soy quién para decirle a un filósofo experto cómo hacer sus libros… pero lo voy a hacer de todos modos, que si en algo tengo experiencia es en planificar cómo debe exponerse un tema para guiar al lector o educando desde lo más sencillo a lo más complejo, de lo general a lo particular y de lo principal a lo secundario. Basándonos en tales principios, intentaré hacer una síntesis de las principales ideas del libro, porque vale mucho la pena que sean conocidas y discutidas, incluso por quienes quizá nunca se animen a leerlo…

 

Hoy en día tendemos a pensar en la Ilustración como un fenómeno propio del siglo XVIII, y suele hacerse énfasis en la importancia de pensadores ingleses, como John Locke, que habrían sido los verdaderos iniciadores del movimiento iluminista, que después se exportaría a otros países. Israel, en cambio, distingue como la Baja Ilustración que, iniciada a mediados del siglo XVIII, sería la época de las figuras más conocidas, como Voltaire, Diderot o Rousseau, y que culminaría con la Revolución Francesa. Pero las ideas que se popularizaron en ese periodo (que no fue tan prolífico en propuestas originales como muchas veces se piensa) en realidad se originaron y tomaron forma durante la Alta Ilustración, una época que va más o menos de 1650 a 1750.

 

Durante aquellos años se desarrollaron cuatro sistemas filosóficos principales: el de René Descartes en Francia, el de Isaac Newton y John Locke en Inglaterra, el de Gottfried Wilhelm Leibniz y Christian Wolff en Alemania, y por último el de Baruch Spinoza en los Países Bajos. Todos son ilustrados, todos amenazaban en mayor o menor medida la tradición filosófica, religiosa y política, todos provocaron el rechazo de los sectores conservadores de la sociedad. Sin embargo, de todos ellos, el verdaderamente radical era el de Spinoza. A los otros tres, Israel denomina Ilustración moderada, y fue el sistema anglosajón el que terminaría imponiéndose, al punto que hoy en día mucha gente reduce toda la filosofía de la Ilustración a éste, y en particular al liberalismo lockeano.

 

Retrato de Spinoza

Baruch Spinoza (1632-1677) fue un filósofo holandés, judío de origen sefardí. Sus ideas radicales le costarían muchos problemas a lo largo de la vida; fue excomulgado de la comunidad judía, sus libros fueron prohibidos, enfrentó diferentes juicios ante autoridades religiosas y civiles, y fue vilipendiado como uno de los peores enemigos de la cristiandad y el orden establecido (con una buena dosis de insultos antisemitas, claro está). Israel dice que en aquella época ser llamado “spinozista” era equivalente a ser llamado “comunista” en tiempos de la Guerra Fría. ¿Qué decía este pensador como para recibir este trato?

 

Bueno, pues resulta que, si bien los otros tres sistemas filosóficos eran un peligro al statu quo, en realidad dejaban espacio para que alguna parte de la tradición pudiera preservarse. Por ejemplo (y éste es uno de los puntos más importantes), tanto Descartes como Locke y Leibniz querían preservar la posibilidad de un Dios providencial y un alma inmortal, por lo que hicieron muchos malabares mentales para conciliar esas creencias con sistemas que en otros aspectos pretendían ser perfectamente racionales y científicos.

 

En cambio, Spinoza presentó una concepción de Dios que acaba negando a Dios. Nuestro filósofo equipara Dios a Naturaleza, a la única sustancia que existe en el universo, y que es todo el universo mismo. Spinoza niega la distinción dual entre lo natural y lo divino, entre creador y creación, y entre lo espiritual y lo corpóreo. Todo es uno mismo; o lo que es lo mismo, todo es materia y las leyes que la gobiernan. El pensamiento no es más que otro aspecto de la materia y no una entidad de naturaleza distinta (como proponía el dualismo cartesiano).

 

Los seres humanos no poseemos libre albedrío tal cual. Somos conscientes de nuestros deseos y emociones, pero no tenemos control sobre lo que deseamos y sentimos. Como todo lo que ocurre en el universo, nuestras ideas y pasiones no son más que el resultado necesario de toda la secuencia de acontecimientos que le precedieron. Lo que sucede es lo único que puede suceder. Pero si este determinismo puede parecernos inquietante o abrumador, para Spinoza es una fuente de tranquilidad. Al comprenderlo, nos damos cuenta de que no tiene caso lamentarnos por lo que sucede, sino que hay que permanecer en calma y ser constantes ante la fortuna, y prepararnos para las experiencias tanto buenas como adversas. 

 


Spinoza niega la posibilidad de una moral absoluta; no existen el bien y el mal en sí mismos ni mandatos éticos ordenados por Dios. Cada ser tiende a buscar la preservación de su propia existencia, y llama “bien” a lo que le favorece y “mal” a lo que la perjudica. Esto no quiere decir que Spinoza adopte un nihilismo moral en el que todo dé igual. Él piensa que la razón nos guía para procurar nuestra preservación y bienestar de la mejor manera, y nos revela que la mejor forma de lograrlo es viviendo en armonía con los demás, cooperando y ayudándonos los unos a los otros, y evitando caer en el odio, la envidia, el desprecio o la burla a nuestro prójimo. Para Spinoza esta ética racional es mucho mejor a una moral supersticiosa basada en la esperanza de recompensas divinas.

 

A menudo se dice que esta concepción de Dios es panteísta, pero Israel dice que no, que es completamente ateísta. Este “dios” de Spinoza, que no se distingue de su creación, que no interfiere en los asuntos humanos, que no hace milagros ni escucha oraciones, que no ha preparado cielos ni infiernos en el más allá, que no tiene inteligencia ni voluntad, en fin, que equivale al universo propio y a sus leyes inquebrantables, no es realmente una divinidad, ni nada a lo que se le pueda llamar Dios. Spinoza usaba ese nombre para decirnos que todo lo que existe es el universo material con sus leyes naturales y ya. Conocer a Dios significa tener una comprensión racional de las leyes de la naturaleza, y someterse a sus mandatos no es más que la aquiescencia ante la inevitabilidad de lo que ocurre. Éste es, por cierto, también el Dios de Albert Einstein.

 

Las publicaciones de Spinoza, en particular su Tratado teológico-político y su Ética, provocaron reacciones en cadena por toda Europa, con muchos pensadores sumándose a la nueva corriente radical de pensamiento. Pronto, se desataron feroces combates intelectuales; aparecieron autores que negaban la validez de la Biblia, la divinidad de Jesús, la posibilidad de los milagros, la existencia del diablo y las apariciones, la realidad de la magia y de la brujería…

 

Se preguntarán qué tiene todo esto de radical. Hoy en día el ateísmo no parecería tan radical, en especial con tanto niño rata y viejo lesbiano en Internet que serán muy ateos y blasfemos, pero en el resto de sus ideas son rancios, en especial en cuanto a temas sociales. Pero estamos hablando del siglo XVII. El sistema filosófico de Spinoza y su aplicación por parte de otros pensadores estaba amenazando los cimientos en los que se sostenía y legitimaba toda autoridad, toda jerarquía, toda tradición, toda convención social y mandato moral. Cada una de estas creencias fue defendida y cada uno de estos cuestionamientos fue atacado por los paladines del statu quo. Muchos textos radicales fueron prohibidos y sus autores sancionados o incluso encarcelados.

 

Me gustaría que ciertas personas del ala jipiosa de la izquierda contemporánea, que hoy juzgan esas creencias supersticiosas como simpáticas, inocuas o hasta “empoderantes”, tuvieran consciencia de lo difícil que fue hacerlas retroceder, de lo ardua que fue la lucha contra los poderes que querían mantenerlas en su lugar. El cuestionamiento de las ideas arcaicas es necesario para disolver el poder de las instituciones que se sostienen de ellas.

 

Una de las principales obras de Spinoza

Pero el radicalismo de Spinoza no se limitaba a esto, sino que concernía directamente a la política. Mientras que la Ilustración moderada proponía reformas parciales al sistema (por ejemplo, cambiar la monarquía absolutista por una constitucional y parlamentaria), la Ilustración radical abogaba por cambios revolucionarios en la estructura social y política. Israel considera a Spinoza el primer pensador moderno en defender el republicanismo democrático y el derecho del ciudadano a resistir contra la tiranía.

 

Más aun, su concepción de la libertad difiere de la de otros autores de la época, que sólo la definen en sentido negativo como la ausencia de coerción externa. Para Spinoza la libertad implica la capacidad para buscar el beneficio propio, un bien positivo e inalienable que depende de que se inculquen exitosamente ciertas actitudes y se desalienten otras, tanto en los individuos como en la sociedad, y que por lo tanto tienen más posibilidades de florecer en la democracia que en la monarquía. El propósito de que los seres humanos hayan creado los estados no es otro que el de facultar la libertad de los individuos.

 

Una diferencia clave entre la Ilustración moderada y la radical puede apreciarse en las concepciones que sobre la tolerancia tenían Locke y Spinoza. El primero entendía tal principalmente en relación a la libertad de cultos, al derecho a no ser perseguidos por las propias creencias religiosas ni a ser coercionados por la Iglesia oficial. Su propósito era evitar la violencia religiosa y fomentar la coexistencia armoniosa de las iglesias. Pero Locke excluía de este derecho a los ateos, por no estar buscando la salvación de su alma.

 

Para Spinoza, la tolerancia religiosa es una cuestión secundaria, más bien una consecuencia que deriva de la libertad de los individuos, y no de las organizaciones religiosas, de las que él recela, cuyo poder quisiera ver reducido, y cuya influencia quiere fuera del estado. La libertad que reclama Spinoza es la de aprender, de razonar, y de expresar públicamente ideas filosóficas que no estén constreñidas ni censuradas por las doctrinas teológicas. Esta libertad emana de la naturaleza del hombre como ser racional y no sólo es beneficiosa para el individuo, sino para la sociedad.

 

También de la misma naturaleza racional humana provenía el derecho a la igualdad. A ojos de Spinoza, no existe ninguna justificación para la desigualdad, sino que es resultado de la corrupción de la sociedad. Para Spinoza, la libertad y la igualdad están estrechamente vinculadas, y esto también tiene que ver con el problema de la propiedad de la tierra, que era considerada la fuente principal de todas las riquezas humanas (esto es, claro, anterior a Adam Smith). Para protección del derecho y la libertad de todos, es necesario evitar la desigualdad en la propiedad, y por ello se debe regular el uso y disponibilidad de la tierra, la cual pertenece en realidad al conjunto de todos los ciudadanos.


Pintura de Samuel Hirszenberg que retrata a Spinoza el marginado

 

Aunque fue la Ilustración moderada anglosajona la que terminó dominando, la corriente radical iniciada por Spinoza no desapareció sin dejar rastro, sino que sus huellas pueden percibirse en el pensamiento revolucionario de los siglos que siguieron. Denis Diderot fue quizá su más notable seguidor en la Francia pre-revolucionaria, mientras que Rousseau hizo una mezcla un tanto extravagante de ideas radicales con moderadas, lo mismo que Robespierre.

 

Para resumir, en palabras de Israel:

 

“La esencia de la tradición intelectual radical, desde Spinoza hasta Diderot, es el rechazo filosófico a la religión revelada, los milagros y la Divina Providencia, reemplazando la idea de la salvación en el más allá por el mayor bien en el aquí y el ahora. En esta tradición, la felicidad humana es visualizada en parte como el individualismo posesivo y en parte como una sociabilidad compartida que pone el mayor bien en las leyes inventadas por la sociedad para permitir la máxima cantidad de ‘libertad’ a cada individuo; en otras palabras, leyes que encarnan el bien común. […]

 

Si se permite la propagación del concepto de ‘bien común' secular intrínseco al pensamiento radical y al spinozismo, entonces la revolución política y social basada en las ideas de la ‘voluntad general' y el llamado a la igualdad se vuelven inevitables. La inestabilidad política que el progreso de esas ideas encierra sólo puede impedirse haciendo retroceder al pensamiento radical como tal.”

 

Aunque Israel considera a Spinoza como la figura más relevante de la Ilustración radical, su libro no se reduce a la síntesis de las ideas del holandés. Los sistemas rivales también son también expuestos y explicados, así como la reacción tradicionalista tanto contra ellos como contra el spinozismo. Israel también hace un recorrido muy comprensivo por la obra de aquellos autores que se vieron inspirados por Spinoza y se abordan muchos otros temas, como el cuestionamiento de los roles de género y la moral sexual religiosa y el papel de las mujeres en el impulso al pensamiento ilustrado.

 

El salón de Madame Geoffrin, una dama ilustrada

Aunque no se centra mucho en ello, Israel no deja de mencionar las raíces no europeas del pensamiento ilustrado. Estos días de chauvinismo occidental se ve a mucho despistado hablar como si la Ilustración hubiera emergido espontáneamente de la grandeza (o superioridad) cultural europea. Lo cierto es que uno de los principales impulsos para las ideas radicales fue el contacto que los europeos pudieron tener con otras filosofías y cosmovisiones, desde los nativos de Norteamérica con sus culturas igualitarias hasta los complejos y ricos sistemas de pensamiento de Oriente (Mahoma y Confucio se repiten como figuras admirables para varios de los ilustrados).

 

Pero sobre todo, y esto es de lo que me pareció más inspirador del libro, Israel demuestra cómo la Ilustración radical se va difundiendo y cómo al hacerlo va provocando sacudidas sociales y culturales por dónde llega. Explica cómo el surgimiento de nuevos espacios conversacionales, fuera de la iglesia, la academia y la corte, permitieron la proliferación de las nuevas ideas: salones, bibliotecas, cafés y casas de té, logias masónicas… Expone el papel de los periódicos y revistas culturales, de diccionarios y enciclopedias, así como de novelas (sobre todo utópicas) para dar a conocer el radicalismo… Narra la valerosa batalla de los pensadores radicales contra la persecución, la creación de imprentas clandestinas y el contrabando de libros prohibidos; explica las estrategias empleadas por los autores para lograr introducir posturas subversivas poco a poco, burlando la censura…

 

Digo que esto es de lo que me pareció más inspirador del libro porque demuestra el poder de las ideas para cambiar el mundo, no porque basten por sí mismas, pues se requiere la acción y las condiciones materiales adecuadas, sino porque antes que nada contribuyen a demoler el edificio de narrativas que legitiman o justifican un orden social, y a apuntalar la infraestructura de uno nuevo y, con suerte, mejor. ¿Que no es de lo que se trata todo esto?


Hola, hola. Estuve un par de semanas sin poder publicar porque el final de semestre ha estado BRUTAL. Pero aquí estoy de nuevo y espero poder retomar el ritmo de una entrada a la semana que había logrado mantener la primera mitad de este año. Agradezco especialmente a mis mecenas en Patreon por tenerme paciencia. Les dejo con otros texos relacionados:

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