Ah, la Ilustración… Ese periodo de la historia de Occidente
al que se atribuye la libertad, la democracia, la tolerancia, la ciencia, y
casi todo lo bueno del mundo moderno. Los valores y aportaciones de la
Ilustración son muy cacareados hoy en día, en especial por parte de gente a la
que le gusta pensar en sí misma como racional y librepensadora. Pero lo
cierto es que la historia, el desarrollo y las ideas de la Ilustración, son muy
poco conocidos y menos comprendidos.
Para superar esas apreciaciones superfluas, ya he
recomendado el excelente libro La
filosofía de la Ilustración de Ernst Cassirer, que expone los temas
principales abordados por los pensadores ilustrados. Hoy quiero platicarles de
otro libro muy grande (en todo sentido; tiene casi 890 páginas): La
Ilustración radical (2001) del filósofo inglés Jonathan Israel.
Se trata de una obra monumental. No es una introducción al
tema, sino que Israel parte del supuesto de que sus lectores ya conocerán lo
básico en cuanto a los filósofos principales, sus ideas y su contexto histórico.
Aun así, creo que con una aproximación elemental a la historia de la filosofía
(tipo, te acuerdas de tu clase de la prepa), es suficiente para entender.
Aunque, por otro lado, quizá no todo en el libro resulte muy atractivo para el
lector casual, pues Israel DE VERDAD trata de abarcarlo todo y extensos
capítulos son dedicados a diversos autores de la época que decían más o menos
lo mismo, o a conocer con detalle la historia editorial completa de algún
título relevante.
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Jonathan Israel |
De hecho, ya que estamos señalando esas cosillas, tengo alguna
que otra queja del libro. En una reseña en Goodreads un señor contaba que
había abandonado el libro tras avanzar 200 páginas y, en vez de encontrar explicaciones
sobre las ideas de la Ilustración, Israel nomás se dedicaba a contar qué
planfleto se publicó clandestinamente en dónde y cómo se distribuyó de forma
que evadiera la censura. Y vaya, tiene razón, aunque sea en parte. El grueso
del volumen (que sí que es grueso) trata en efecto de las ideas ilustradas,
pero por alguna razón Israel no estructura su obra de la mejor manera para
hacerla más accesible (a pesar de que evidentemente domina el contenido como
nadie). Digo, la tesis central del autor es que la filosofía de Baruch
Spinoza es el punto de partida de la Ilustración radical, pero, como se
quejaba aquel señor, se la pasa más de 200 páginas haciendo referencia a obras
clandestinas inspiradas en la filosofía de Spinoza antes de dignarse a explicar
quién fue Spinoza. Y luego, por alguna razón, tras un capítulo biográfico, se
ocupa de otros temas y autores durante casi 70 páginas antes de regresar a
Spinoza y, ahora sí, explicar los puntos básicos de su sistema filosófico.
Oigan, no soy quién para decirle a un filósofo experto cómo
hacer sus libros… pero lo voy a hacer de todos modos, que si en algo tengo
experiencia es en planificar cómo debe exponerse un tema para guiar al
lector o educando desde lo más sencillo a lo más complejo, de lo general a
lo particular y de lo principal a lo secundario. Basándonos en tales
principios, intentaré hacer una síntesis de las principales ideas del libro,
porque vale mucho la pena que sean conocidas y discutidas, incluso por quienes
quizá nunca se animen a leerlo…
Hoy en día tendemos a pensar en la Ilustración como un
fenómeno propio del siglo XVIII, y suele hacerse énfasis en la importancia
de pensadores ingleses, como John Locke, que habrían sido los verdaderos
iniciadores del movimiento iluminista, que después se exportaría a otros países.
Israel, en cambio, distingue como la Baja Ilustración que, iniciada a
mediados del siglo XVIII, sería la época de las figuras más conocidas, como
Voltaire, Diderot o Rousseau, y que culminaría con la Revolución Francesa.
Pero las ideas que se popularizaron en ese periodo (que no fue tan prolífico en
propuestas originales como muchas veces se piensa) en realidad se originaron y
tomaron forma durante la Alta Ilustración, una época que va más o menos
de 1650 a 1750.
Durante aquellos años se desarrollaron cuatro sistemas
filosóficos principales: el de René Descartes en Francia, el de Isaac
Newton y John Locke en Inglaterra, el de Gottfried Wilhelm Leibniz y
Christian Wolff en Alemania, y por último el de Baruch Spinoza en
los Países Bajos. Todos son ilustrados, todos amenazaban en mayor o menor
medida la tradición filosófica, religiosa y política, todos provocaron el
rechazo de los sectores conservadores de la sociedad. Sin embargo, de todos
ellos, el verdaderamente radical era el de Spinoza. A los otros tres, Israel
denomina Ilustración moderada, y fue el sistema anglosajón el que
terminaría imponiéndose, al punto que hoy en día mucha gente reduce toda la
filosofía de la Ilustración a éste, y en particular al liberalismo lockeano.
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Retrato de Spinoza |
Baruch Spinoza (1632-1677) fue un filósofo holandés, judío
de origen sefardí. Sus ideas radicales le costarían muchos problemas a lo largo
de la vida; fue excomulgado de la comunidad judía, sus libros fueron
prohibidos, enfrentó diferentes juicios ante autoridades religiosas y
civiles, y fue vilipendiado como uno de los peores enemigos de la cristiandad y
el orden establecido (con una buena dosis de insultos antisemitas, claro está). Israel dice que en aquella época ser llamado
“spinozista” era equivalente a ser llamado “comunista” en tiempos de la
Guerra Fría. ¿Qué decía este pensador como para recibir este trato?
Bueno, pues resulta que, si bien los otros tres sistemas
filosóficos eran un peligro al statu quo, en realidad dejaban espacio
para que alguna parte de la tradición pudiera preservarse. Por ejemplo (y éste
es uno de los puntos más importantes), tanto Descartes como Locke y Leibniz
querían preservar la posibilidad de un Dios providencial y un alma inmortal,
por lo que hicieron muchos malabares mentales para conciliar esas creencias con
sistemas que en otros aspectos pretendían ser perfectamente racionales y científicos.
En cambio, Spinoza presentó una concepción de Dios que
acaba negando a Dios. Nuestro filósofo equipara Dios a Naturaleza, a la
única sustancia que existe en el universo, y que es todo el universo mismo.
Spinoza niega la distinción dual entre lo natural y lo divino, entre creador y
creación, y entre lo espiritual y lo corpóreo. Todo es uno mismo; o lo que es
lo mismo, todo es materia y las leyes que la gobiernan. El pensamiento no es
más que otro aspecto de la materia y no una entidad de naturaleza distinta (como
proponía el dualismo cartesiano).
Los seres humanos no poseemos libre albedrío tal cual. Somos
conscientes de nuestros deseos y emociones, pero no tenemos control sobre lo
que deseamos y sentimos. Como todo lo que ocurre en el universo, nuestras
ideas y pasiones no son más que el resultado necesario de toda la secuencia de
acontecimientos que le precedieron. Lo que sucede es lo único que puede
suceder. Pero si este determinismo puede parecernos inquietante o
abrumador, para Spinoza es una fuente de tranquilidad. Al comprenderlo, nos
damos cuenta de que no tiene caso lamentarnos por lo que sucede, sino que hay
que permanecer en calma y ser constantes ante la fortuna, y prepararnos para
las experiencias tanto buenas como adversas.
Spinoza niega la posibilidad de una moral absoluta; no
existen el bien y el mal en sí mismos ni mandatos éticos ordenados por
Dios. Cada ser tiende a buscar la preservación de su propia existencia, y llama
“bien” a lo que le favorece y “mal” a lo que la perjudica. Esto no quiere decir
que Spinoza adopte un nihilismo moral en el que todo dé igual. Él piensa que la
razón nos guía para procurar nuestra preservación y bienestar de la mejor
manera, y nos revela que la mejor forma de lograrlo es viviendo en armonía
con los demás, cooperando y ayudándonos los unos a los otros, y evitando
caer en el odio, la envidia, el desprecio o la burla a nuestro prójimo. Para
Spinoza esta ética racional es mucho mejor a una moral supersticiosa basada en
la esperanza de recompensas divinas.
A menudo se dice que esta concepción de Dios es panteísta,
pero Israel dice que no, que es completamente ateísta. Este “dios” de
Spinoza, que no se distingue de su creación, que no interfiere en los asuntos
humanos, que no hace milagros ni escucha oraciones, que no ha preparado cielos
ni infiernos en el más allá, que no tiene inteligencia ni voluntad, en fin, que
equivale al universo propio y a sus leyes inquebrantables, no es realmente una
divinidad, ni nada a lo que se le pueda llamar Dios. Spinoza usaba ese
nombre para decirnos que todo lo que existe es el universo material con sus
leyes naturales y ya. Conocer a Dios significa tener una comprensión racional
de las leyes de la naturaleza, y someterse a sus mandatos no es más que la
aquiescencia ante la inevitabilidad de lo que ocurre. Éste es, por cierto,
también el Dios de Albert Einstein.
Las publicaciones de Spinoza, en particular su Tratado teológico-político y su Ética, provocaron reacciones en cadena
por toda Europa, con muchos pensadores sumándose a la nueva corriente radical
de pensamiento. Pronto, se desataron feroces combates intelectuales;
aparecieron autores que negaban la validez de la Biblia, la divinidad de Jesús,
la posibilidad de los milagros, la existencia del diablo y las apariciones, la
realidad de la magia y de la brujería…
Se preguntarán qué tiene todo esto de radical. Hoy en día el
ateísmo no parecería tan radical, en especial con tanto niño rata y viejo
lesbiano en Internet que serán muy ateos y blasfemos, pero en el resto de sus
ideas son rancios, en especial en cuanto a temas sociales. Pero estamos
hablando del siglo XVII. El sistema filosófico de Spinoza y su aplicación por
parte de otros pensadores estaba amenazando los cimientos en los que se
sostenía y legitimaba toda autoridad, toda jerarquía, toda tradición, toda
convención social y mandato moral. Cada una de estas creencias fue defendida y
cada uno de estos cuestionamientos fue atacado por los paladines del statu
quo. Muchos textos radicales fueron prohibidos y sus autores sancionados o
incluso encarcelados.
Me gustaría que ciertas personas del ala jipiosa de la
izquierda contemporánea, que hoy juzgan esas creencias supersticiosas como
simpáticas, inocuas o hasta “empoderantes”, tuvieran consciencia de lo difícil
que fue hacerlas retroceder, de lo ardua que fue la lucha contra los poderes
que querían mantenerlas en su lugar. El cuestionamiento de las ideas arcaicas
es necesario para disolver el poder de las instituciones que se sostienen de
ellas.
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Una de las principales obras de Spinoza |
Pero el radicalismo de Spinoza no se limitaba a esto, sino
que concernía directamente a la política. Mientras que la Ilustración
moderada proponía reformas parciales al sistema (por ejemplo, cambiar la
monarquía absolutista por una constitucional y parlamentaria), la Ilustración
radical abogaba por cambios revolucionarios en la estructura social y política.
Israel considera a Spinoza el primer pensador moderno en defender el
republicanismo democrático y el derecho del ciudadano a resistir contra la
tiranía.
Más aun, su concepción de la libertad difiere de la de otros
autores de la época, que sólo la definen en sentido negativo como la ausencia
de coerción externa. Para Spinoza la libertad implica la capacidad para
buscar el beneficio propio, un bien positivo e inalienable que depende de
que se inculquen exitosamente ciertas actitudes y se desalienten otras, tanto
en los individuos como en la sociedad, y que por lo tanto tienen más
posibilidades de florecer en la democracia que en la monarquía. El propósito de
que los seres humanos hayan creado los estados no es otro que el de facultar la
libertad de los individuos.
Una diferencia clave entre la Ilustración moderada y
la radical puede apreciarse en las concepciones que sobre la tolerancia
tenían Locke y Spinoza. El primero entendía tal principalmente en relación a la
libertad de cultos, al derecho a no ser perseguidos por las propias creencias
religiosas ni a ser coercionados por la Iglesia oficial. Su propósito era
evitar la violencia religiosa y fomentar la coexistencia armoniosa de las
iglesias. Pero Locke excluía de este derecho a los ateos, por no estar buscando
la salvación de su alma.
Para Spinoza, la tolerancia religiosa es una cuestión
secundaria, más bien una consecuencia que deriva de la libertad de los
individuos, y no de las organizaciones religiosas, de las que él recela, cuyo
poder quisiera ver reducido, y cuya influencia quiere fuera del estado. La
libertad que reclama Spinoza es la de aprender, de razonar, y de expresar
públicamente ideas filosóficas que no estén constreñidas ni censuradas por
las doctrinas teológicas. Esta libertad emana de la naturaleza del hombre como
ser racional y no sólo es beneficiosa para el individuo, sino para la sociedad.
También de la misma naturaleza racional humana provenía el
derecho a la igualdad. A ojos de Spinoza, no existe ninguna justificación
para la desigualdad, sino que es resultado de la corrupción de la sociedad.
Para Spinoza, la libertad y la igualdad están estrechamente vinculadas, y esto
también tiene que ver con el problema de la propiedad de la tierra, que era
considerada la fuente principal de todas las riquezas humanas (esto es, claro,
anterior a Adam Smith). Para protección del derecho y la libertad de todos, es
necesario evitar la desigualdad en la propiedad, y por ello se debe regular el
uso y disponibilidad de la tierra, la cual pertenece en realidad al conjunto de
todos los ciudadanos.
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Pintura de Samuel Hirszenberg que retrata a Spinoza el marginado |
Aunque fue la Ilustración moderada anglosajona la que
terminó dominando, la corriente radical iniciada por Spinoza no desapareció sin
dejar rastro, sino que sus huellas pueden percibirse en el pensamiento
revolucionario de los siglos que siguieron. Denis Diderot fue quizá su más
notable seguidor en la Francia pre-revolucionaria, mientras que Rousseau hizo
una mezcla un tanto extravagante de ideas radicales con moderadas, lo mismo que
Robespierre.
Para resumir, en palabras de Israel:
“La
esencia de la tradición intelectual radical, desde Spinoza hasta Diderot, es el
rechazo filosófico a la religión revelada, los milagros y la Divina Providencia,
reemplazando la idea de la salvación en el más allá por el mayor bien en el
aquí y el ahora. En esta tradición, la felicidad humana es visualizada en parte
como el individualismo posesivo y en parte como una sociabilidad compartida que
pone el mayor bien en las leyes inventadas por la sociedad para permitir la
máxima cantidad de ‘libertad’ a cada individuo; en otras palabras, leyes que
encarnan el bien común. […]
Si
se permite la propagación del concepto de ‘bien común' secular intrínseco al
pensamiento radical y al spinozismo, entonces la revolución política y social
basada en las ideas de la ‘voluntad general' y el llamado a la igualdad se
vuelven inevitables. La inestabilidad política que el progreso de esas ideas
encierra sólo puede impedirse haciendo retroceder al pensamiento radical como
tal.”
Aunque Israel considera a Spinoza como la figura más
relevante de la Ilustración radical, su libro no se reduce a la síntesis de las
ideas del holandés. Los sistemas rivales también son también expuestos y explicados,
así como la reacción tradicionalista tanto contra ellos como contra el
spinozismo. Israel también hace un recorrido muy comprensivo por la obra de
aquellos autores que se vieron inspirados por Spinoza y se abordan muchos otros
temas, como el cuestionamiento de los roles de género y la moral sexual
religiosa y el papel de las mujeres en el impulso al pensamiento ilustrado.
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El salón de Madame Geoffrin, una dama ilustrada |
Aunque no se centra mucho en ello, Israel no deja de
mencionar las raíces no europeas del pensamiento ilustrado. Estos días
de chauvinismo occidental se ve a mucho despistado hablar como si la
Ilustración hubiera emergido espontáneamente de la grandeza (o superioridad)
cultural europea. Lo cierto es que uno de los principales impulsos para las
ideas radicales fue el contacto que los europeos pudieron tener con otras
filosofías y cosmovisiones, desde los nativos de Norteamérica con sus culturas igualitarias
hasta los complejos y ricos sistemas de pensamiento de Oriente (Mahoma y
Confucio se repiten como figuras admirables para varios de los ilustrados).
Pero sobre todo, y esto es de lo que me pareció más inspirador
del libro, Israel demuestra cómo la Ilustración radical se va difundiendo y
cómo al hacerlo va provocando sacudidas sociales y culturales por dónde llega.
Explica cómo el surgimiento de nuevos espacios conversacionales, fuera de la iglesia,
la academia y la corte, permitieron la proliferación de las nuevas ideas:
salones, bibliotecas, cafés y casas de té, logias masónicas… Expone el papel de
los periódicos y revistas culturales, de diccionarios y enciclopedias, así como de novelas (sobre todo utópicas) para dar
a conocer el radicalismo… Narra la valerosa batalla de los pensadores radicales
contra la persecución, la creación de imprentas clandestinas y el contrabando
de libros prohibidos; explica las estrategias empleadas por los autores para
lograr introducir posturas subversivas poco a poco, burlando la censura…
Digo que esto es de lo que me pareció más inspirador del
libro porque demuestra el poder de las ideas para cambiar el mundo, no
porque basten por sí mismas, pues se requiere la acción y las condiciones
materiales adecuadas, sino porque antes que nada contribuyen a demoler el
edificio de narrativas que legitiman o justifican un orden social, y a
apuntalar la infraestructura de uno nuevo y, con suerte, mejor. ¿Que no es de
lo que se trata todo esto?
Hola, hola. Estuve un par de semanas sin poder publicar porque el final de semestre ha estado BRUTAL. Pero aquí estoy de nuevo y espero poder retomar el ritmo de una entrada a la semana que había logrado mantener la primera mitad de este año. Agradezco especialmente a mis mecenas en Patreon por tenerme paciencia. Les dejo con otros texos relacionados:
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