La nueva película de nuestro
querido sensei ñoño mexicano, el enorme Guillermo del Toro, ha recibido toda
clase de preseas y alabanzas, que incluyen un Globo de Oro para el adorado
gordo y múltiples nominaciones a los premios de la Academia. Siendo fan, desde
lo más profundo de mi kokoro, de don Memo, andaba muy emocionado por esta
cinta. Luego empezaron a aparecer comentarios de mis contactos en las redes
sociales, diciendo que la peli está sobrevalorada, que no es la gran cosa, o
que de plano es malosona y cursi. Ante opiniones tan divergentes, lo único que
se puede hacer es verla por uno mismo, que es lo que encarecidamente recomiendo
a los lectores.
Pero como supongo que están aquí
en busca de alguna opinión, reseña o análisis, déjenme decirles lo que yo
pienso de La forma del agua. En pocas
palabras: es buena, muy buena. No, no es la mejor película de Del Toro. No es,
ni de lejos, El laberinto del fauno.
Probablemente nada pueda serlo. Es
mucho menos original y poderosa; es poco sutil y algo condescendiente. Pero definitivamente
está más en el grupo de esa película, de El
espinazo del diablo y de Cronos
que en el de, por ejemplo, Titanes del
Pacífico.
La trama, la sucesión de
acontecimientos, no es novedosa en lo absoluto. Es la ya conocida historia del
humano que traba amistad con una criatura extraña pero de buen corazón, a quien
las fuerzas del establishment
persiguen y privan de su libertad. Un poco como E.T. o incluso Liberen a
Willy. Por lo que he visto en los memes, a muchos nos recordó ese capítulo
de Hey Arnold! en el que nuestro héroe
ayuda a una tortuga gigante a escapar de un acuario.
La diferencia principal con este
tipo de historias radica en que la criatura no es ni más ni menos que el
Monstruo de la Laguna Negra y que la protagonista es una mujer adulta que se
enreda romántica y sexualmente con el bicho en cuestión. Que tampoco es del
todo nuevo: existe una larga tradición de erotismo entre monstruos
sexosos y mujeres hermosas en diversas artes y medios.
Fuera de ello, la fórmula de ese
tipo de historias es la clásica: está el villano autoritario, el momento en el
que monstruo parece una bestia salvaje pero luego se revela como un ser tierno
y entrañable, la escena chistosa del bicho tratando de adaptarse al hogar donde
lo esconden, el suspenso cuando intentan escapar… En fin, lo esperado. De
hecho, como bien dicen, no hay muchas emociones en una trama tan cliché y
predecible.
Entonces, ¿qué tiene que aportar La forma del agua? Mucho. Su fotografía
y su diseño de producción hacen que cada cuadro de esta película sea hermoso a
la vista. La realización y las actuaciones son también de primer nivel. Pero no
por eso hay que creer que sus méritos se quedan en estética superficial. Para
ser una premisa que nació como un fanfic
de la infancia de su creador, es mucho mejor de lo que tiene derecho a ser.
La simpleza misma de la historia
permite enfocarse en todos los otros elementos que integran la película. Para
apreciarlos por completo se necesita una lectura detallada, fijarse en los
múltiples detalles, con los que Del Toro construye su obra y expone sus temas y
significados. La trama sirve para explorar todo ello.
Hagamos un sencillísimo análisis semiótico (se oye más mamalón de lo que es) de esta cinta, no más para rascar la superficie y ver que hay debajo mucho más de lo que aparenta. Spoilers ahead!
Hagamos un sencillísimo análisis semiótico (se oye más mamalón de lo que es) de esta cinta, no más para rascar la superficie y ver que hay debajo mucho más de lo que aparenta. Spoilers ahead!
Estamos en
plena Guerra Fría, el juego de ajedrez geopolítico entre la Unión Soviética y
los Estados Unidos. Por supuesto, cada bando se presentaba a sí mismo como el
bueno y al otro como opresor de los pueblos y enemigo de la libertad.
La ciencia
ficción de aquellos años lo refleja. Los monstruos, experimentos fallidos,
fósiles vivientes e invasores extraterrestres, que irrumpían en los pacíficos
suburbios americanos, eran un reflejo del miedo a una eventual agresión rusa, a
la difusión de la ideología comunista y a la posibilidad de un cataclismo
nuclear.
Guillermo del Toro toma esos
tópicos y personajes característicos del cine de aquella época y los trastoca y
subvierte. En vez del suburbio poblado por familias blancas de clase media, nos
ubica en el interior de la ciudad, en un edificio habitado por extranjeros y
otros personajes marginados. En vez de ubicarse en los años 50, de donde
provienen la mayor parte de esas películas, se encuentra ambientada a
principios de la década de los 60. Sigue siendo la era del American Dream, pero ya mucho más cerca de su final; pronto las
contradicciones de este sueño saldrían a flote con eventos como el asesinato de
Kennedy, la guerra de Vietnam, la irrupción de los movimientos por los derechos
civiles y el surgimiento de la contracultura sesentera.
La forma del agua pone en evidencia dichas contradicciones,
mostrándonos lo que yacía bajo la superficie del sueño americano. Los indicios de que está por derrumbarse se
anuncian en la película, aunque aparezcan escondidos como simples detalles o referencias:
son señales de las inequidades que se asoman por las ventanas del castillo de
naipes que la sociedad estadounidense ha construido. Por ejemplo, el arma
predilecta del Coronel Strickland es una macana, símbolo de la represión
política. Incluso dice que “viene desde Arizona”, dando a entender que había
sido usada contra los negros en ese estado sureño, uno de los más importantes
campos de batalla en el movimiento anti-segregación.
No es gratuito que todos nuestros
héroes sean los excluidos del sueño americano: una mujer que literalmente no
tiene voz, otra mujer afroamericana (y ambas empleadas de limpieza) y un viejo
artista homosexual. Y claro, el monstruo mismo, uno de los más emblemáticos de
la ciencia ficción clásica de la época. ¿Por qué precisamente esa criatura?
Debe ser un favorito Del Toro. Él mismo ha dicho que desde que vio El monstruo de la Laguna Negra (1954),
imaginaba un final feliz para la criatura y la joven interpretada por Julie
Adams. Cuando Universal lo consideró para hacer un refrito, Del Toro les
propuso aquella idea, pero el estudio la rechazó.
De los monstruos de aquella
época, este hombre-pez es el más trágico. En la primera película ve su hogar en
el Amazonas invadido por extraños. La hermosa escena de la “danza acuática”, en la
que la guapa joven interpretada por Adams nada en la superficie, mientras el
monstruo la sigue bajo el agua, exuda erotismo. En la segunda entrega, La venganza del monstruo (1955), es
capturado y llevado a un parque acuático en Florida. La tercera y última, El monstruo camina entre nosotros (1956)
es quizá la mayor inspiración para el film de Del Toro. En ella, la criatura
sufre una intervención quirúrgica que le permite usar pulmones para respirar en
la superficie, pero a cambio pierde la capacidad de volver al agua. El monstruo
trata de adaptarse a vivir entre los humanos, mientras añora melancólicamente
el agua, pero la crueldad de los hombres lo lleva a un final trágico.
Es significativo que éste y otro
personaje, que habrían sido los villanos en una película de monstruos
cincuentera, sean aquí de los buenos. Ese otro personaje es, claro, el
científico-espía ruso. Por otro lado, la milicia estadounidense, que habría
sido retratada con heroísmo en los cincuenta, es una fuerza del mal en esta
cinta. No es que los soviéticos salgan mejor parados; son de hecho aun más
brutales. Pero el caso es que la Guerra Fría queda plasmada como un cruel juego
en el que seres sin poder se ven atrapados y son usados como recursos
desechables por los que mueven las fichas.
De muchas maneras, La forma del agua hace por el sueño
americano lo que El laberinto del fauno
hace por la España franquista. Strickland, nuestro villano, comparte muchas
características con el Capitán Vidal, en cuanto a que ambos son hombres
autoritarios hasta la tiranía y absolutamente carentes de compasión. Sobre
todo, ambos representan un torcido ideal de masculinidad de sus respectivas
sociedades.
Strickland es un hombre que tiene
la vida perfecta según el ideal de su época. Un alto puesto en un trabajo de
prestigio, una buena posición social, una bonita casa, hijos educados, una
esposa a la vez sexi y servicial. Sin embargo, nunca está satisfecho. Tiene la
necesidad de controlar y dominarlo todo, de autoafirmarse como hombre exitoso.
Hasta se compra no sólo un Cadillac nuevo, sino la fantasía que viene con él. Muestra
desdén, incluso crueldad, hacia aquellos que se encuentran bajo él en la
jerarquía. A pesar de tener en casa a una mujer hermosa que lo espera para
darle comida y sexo, se siente con la necesidad de acosar a una mujer subordinada.
Conforme avanza la película, lo
vemos deteriorarse en su masculinidad. La mano con la que empuña el arma
literalmente se le va pudriendo poco a poco; el automóvil que era el símbolo de
su éxito queda destrozado; su posición en la jerarquía pende de un hilo. La
película incluso nos permite tener un momento de compasión por este personaje,
pues sabemos que no es solamente que sea malvado como individuo. Es que forma
parte de un sistema inhumano que usa a las personas y las desecha cuando ya no
le son útiles; su estatus, su poder, su autoestima misma, dependen de su
completa subordinación a ese sistema.
En oposición a la masculinidad
tradicional de Strickland, tenemos a otros dos personajes: Giles, el pintor
gay, y Dimitri, el científico ruso. El primero no sólo es homosexual, sino un
artista, profesión considerada inútil y poco lucrativa. Dimitri es un hombre
tímido y sensible, un nerd desdeñado
constantemente por los militares. Sin embargo, ambos muestran un tipo de
fortaleza, diferente a los despliegues de autoritarismo y violencia física de
Strickland: ellos demuestra valentía moral. Ante la injusticia, prefieren
arriesgarse para hacer lo que consideran moralmente correcto, aunque ello
signifique desafiar a la autoridad y al sistema mismo que los tiene oprimidos.
Strickland nunca es capaz de ello, ni siquiera cuando ese mismo sistema está
por descartarlo como basura.
Todo lo cual nos lleva a hablar
de las verdaderas heroínas de la historia: Elisa[1]
y Zelda, dos personas que se encuentran en uno de los puntos más bajos del
escalafón social estadounidense: mujeres, empleadas de limpieza, una muda, la
otra negra. La posibilidad de que sean ellas quienes estén saboteando los
planes de Strickland le es tan ajena en un principio, como su temor a la
humillación que implica ser derrotado por ellas. Lo expresa él mismo a través
de la historia de Sansón, el relato arquetípico del héroe viril emasculado por
la perfidia femenina.
Al final, Strickland, verdadera
cara del “sueño americano”, se halla vencido por todos los excluidos del mismo:
mujeres, negros, maricas, extranjeros, ñoños… y el monstruo, símbolo definitivo
de la otredad a la que no entiende, pero pretende someter. Las últimas palabras
de Strickland implican no sólo la admisión de su derrota, sino la caída de toda
su cosmovisión. Después de todo, el monstruo en realidad era un dios.
Más monstruos, historias de amor y sueños rotos:
[1]
El
personaje de Elisa está basado en las leyendas de “niños del mar”, que son
encontrados cerca de cuerpos de agua. Estos niños siempre tienen alguna
característica física que los diferencia de los demás y muestran un gusto
inusual por el agua. Al final de la historia, cuando alcanzan la edad adulta,
estos individuos vuelven al mar. Entre las leyendas de “niños del mar” más
famosas están la
italiana de Niccolò y la española del hombre pez
de Liérganes.
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