Fue el amigo de un amigo de quien
escuché por primera vez esa palabra cuando hablábamos de las viejas series
animadas que solíamos ver en nuestra infancia (los 80 y la primera mitad de los
90). Según me explicó, la palabra describía el sentimiento de nostalgia que a
menudo invadía a los jóvenes de nuestra generación (en ese entonces estábamos
en nuestros tempranos veintes), un fenómeno extraño dado que la nostalgia era
más común en los ancianos, para quienes el mundo de su juventud había
desaparecido.
Según el Urban Dictionary, el término significaría una mezcla entre
nostalgia y novedad, una emoción más positiva que la de la simple añoranza, ya
que involucra un redescubrimiento y un disfrute renovado de aquello que formó
parte del pasado.
¿Son los Millennials una generación
particularmente nostálgica? Hoy en día la neostalgia está por todas partes. Hay
blogs, canales de Youtube y sitios de Internet dedicados específicamente a recordar productos de la cultura pop que
parecen muy remotos, pero que en realidad tendrán unas dos décadas de
antigüedad. A su vez Hollywood echa mano de productos culturales de nuestra
infancia para capitalizar con nuestros recuerdos. Yo mismo he escrito
extensamente sobre “cómo era antes” hablando de series animadas,
cómics,
canales
de televisión, computadoras
e Internet, videojuegos,
juguetes
y más.
Nada nuevo hay bajo el sol, se
dice. Siempre ha habido un afán por “recordar los buenos tiempos”. Hay en
nuestra psique una tendencia natural, un sesgo cognitivo llamado “paraíso
perdido” que nos lleva a idealizar el pasado. Después de todo, cuando éramos
niños nuestras vidas eran más sencillas y teníamos menos problemas, por lo que
asumimos que la vida era mejor, a la
vez que filtramos y excluimos cualquier aspecto negativo de esa idealizada edad
de oro. Cada generación se rebela contra la anterior e idealiza no sólo su
propia infancia, sino el pasado que nunca conoció.
Así, la nostalgia Millennial va más allá de la propia niñez. Podemos verlo en una necesidad de regresar hacia décadas que ni nos tocaron vivir. Esto se manifiesta en un descubrimiento de lo retro y lo vintage, una fascinación hacia la estética de las cosas de antaño, pero no precisamente antigüedades valiosas o las obras de arte, sino aparatos de tecnología caduca, ornamentos pasados de moda, afiches publicitarios de productos extintos, parafernalia de cultura pop olvidada, etcétera. Sin embargo, creo que hay algunos factores que hacen de la neostalgia Millennial algo muy particular.
He visto criterios muy poco
consistentes para clasificar a los jóvenes como Millennials. Algunos los
circunscriben a los nacidos entre 1980 y 2000, algo que me parece difícil de tragar,
porque la experiencia de vida de dos personas que se llevan 20 años de diferencia
no puede ser igual. Otros dicen que entre 1985 y 1995, lo cual podría tener más
sentido, pero que nos deja fuera a los nacidos entre el 80 y el 84, que
definitivamente tampoco somos Generación X. A alguien se le ocurrió que estos
últimos nos deben llamar Xennials. Además, ni de lejos todos tenemos las
características que el estereotipo nos atribuye. Como siempre, los intentos de
delimitar fracasan tratándose de la complejidad de los asuntos humanos. Pero for argument’s sake, retomemos la
clasificación más amplia y hagamos de cuenta que todos los Millennials somos hipsters
veganos con tatuajes y tendencias bisexuales.
Parece que hay generaciones que son
vanguardistas y otras que son nostálgicas, y los Millennials somos como una
mezcla rara de ambas. Por un lado somos la generación más progresista y liberal
de la historia frente a temas polémicos como la sexualidad, la diversidad de
identidades, las relaciones de poder y las desigualdades sociales. Por otro,
buscamos en el pasado símbolos y referentes.
Para ninguna generación anterior la
cultura pop había sido tan importante. Los mitos, íconos, arquetipos,
narrativas y referentes provenientes de ella forman parte de nuestro imaginario
colectivo como nunca fue para nuestros mayores. Generaciones anteriores tenían
mitología y clásicos literarios. Nosotros tenemos las caricaturas con las que
crecimos.
Esto tenemos en común con la
Generación Z, la más joven. Pero hay algo fundamental que nos diferencia: el
ritmo al que las cosas han cambiado para nosotros fue mucho más vertiginoso. En
nuestras tres o menos décadas de vida vivimos la evolución de los videojuegos
desde el primer Nintendo hasta las complejas obras de arte que son ahora;
vivimos la transición de los discos de acetato a los CDs, a los mp3 y a las playlists de Youtube y Spotify; vimos
las redes sociales crecer desde el mIRC hasta Tinder y Snapchat; conocimos la
experiencia del cine y los videoclubes, de la tele local, pasamos por la
llegada del cable y ahora estamos viendo películas y series a través de
Internet, ya sea de forma legal o pirata. No creo que a los Z les toque ver
cambios como pasar la infancia antes de Internet y la adolescencia durante el
ascenso de Internet.
Por eso experimentamos la nostalgia
de diferente manera. De haberlo querido, alguien del pasado podría volver a los
cuentos de hadas que leía en su infancia o ver cómo sus hijos se entretenían
más o menos con las mismas diversiones. Generación tras generación, muchos
crecieron leyendo Caperucita Roja y
jugando a las escondidas. Pero sólo nosotros crecimos viendo Patoaventuras y jugando Super Mario Bros.
Cuando estaba en secundaria ya
añoraba los programas de televisión que pasaban cuando era niño y que para
entonces se habían dejado de transmitir. Me sacó de onda cuando, muchos años
después, supe que mis alumnos de secundaria y prepa también recordaban con
nostalgia las caricaturas que ellos veían de niños. Pero también para los más
jóvenes es diferente. Ellos podrán sentir tanta nostalgia como nosotros, pero ya
tienen a su alcance toda la biblioteca universal de Google para volver a ver Clifford el Gran Perro Rojo, escuchar
las canciones que estaban de moda cuando fueron a su primer fiesta de XV años,
o jugar el videojuego que les gustaba en la primaria. Dado que ellos nacieron
con la Web 2.0 a su disposición, y usarla les vino más natural que leer y
escribir, siempre han tenido la oportunidad de volver a visitar aquellos
productos de la cultura pop con los que crecieron.
En cambio, durante toda mi
adolescencia –entre la segunda mitad de los 90 y la primera mitad de los
dosmiles- era prácticamente imposible volver a la cultura pop de mi infancia.
Las series de TV se habían dejado de transmitir, la música ya no estaba en la
radio, los videojuegos y los cómics viejos sólo sobrevivían en manos de quienes
los habían guardado celosamente desde un principio. Sí, ahora podemos volver a
todo ello, pero durante una década más o menos lo creímos perdido. Como se
dice, la nostalgia ya no es lo que era.
Pero vámonos con otro factor de
esencial importancia: los Millennials somos la generación a la que más ha
costado hacer la transición a la vida adulta. A los 25 años mi padre ya era un
adulto capaz de mantenerse a sí mismo, a su esposa y a su primera hija por
venir. En algunos años más podría comprar una casa propia y un par de
automóviles. Para nosotros, la situación económica del mundo ha hecho el
prospecto de la independencia algo intimidante, cuando no del todo imposible.
Los salarios son bajos, los costos de vida son muy altos. Al igual que muchos
de mi generación tuve una educación académica privilegiada que superó por mucho
la de mis viejos, pero el mercado laboral es mucho más difícil. Somos la
primera generación en décadas que no puede aspirar a tener un futuro mejor que
el de sus padres. Irónicamente, a la vez se nos educó para ser menos
conformistas y “seguir nuestros sueños”.
El ritual de paso a la vida adulta,
que podía ser la graduación universitaria, la boda, o el irse de la casa
paterna, que fuera inequívoco y contundente para la generación anterior, es
para nosotros motivo de ansiedad y confusión. Para nuestros mayores el paso a
la adultez podía ser duro, pero estaba claro; la generación siguiente aun está
estudiando y no ha tenido que enfrentarse a ello. Nosotros en cambio tenemos el
estigma de ser un fracaso como adultos, en un mundo hostil y ante un futuro
incierto. ¿Cómo no volcarnos hacia la seguridad del pasado?
La fuerza emotiva de la neostalgia
en los Millennials ha sido notada por los creadores de contenidos. El meme de
Robin Williams en Jumanji (que también
ha sufrido un refrito) gritando “¿Qué año es éste?” lo manifiesta muy bien
cuando vemos películas como La Bella y la
Bestia y Power Rangers en
cartelera. El reciclaje de la nostalgia se convierte en un burdo acto
masturbatorio que proporciona entretenimiento perezoso al público y dinero
fácil a los productores. Nos inundamos de refritos, secuelas y adaptaciones de
la cultura pop de los 80 y 90, y renunciamos a crear o fomentar la creación de
contenidos originales.
Pero la nostalgia no necesariamente
implica decadencia cultural. ¿No era acaso la nostalgia por el pasado
grecolatino una de las principales fuerzas del Renacimiento? ¿Y no era la
nostalgia por una Edad Media idealizada uno de los componentes centrales del
Romanticismo? La reinterpretación y resignificación de la cultura pop
nostálgica puede dar también lugar a productos de alta calidad, desde cómics
como Planetary
hasta series de TV como Stranger
Things.
Para mí la consciencia de mi condición
de chico neostálgico inició en la secundaria cuando me vi con mis primos y
amigos añorando los programas de televisión de mi infancia, sobre todo las
series animadas. No lo sabía, pero a nosotros nos tocó algo que después sería
llamado Animation Reinassance, un
boom de la animación occidental tanto en la pantalla grande como en la chica,
que se manifestó en la cantidad y calidad de sus contenidos. Dicha era dorada
inició a principios de los 80 y terminó a mediados de los 90, justo cuando
pasábamos a la adolescencia.
Disney se aventaba obras maestras
desde La Sirenita hasta El Rey León, para alcanzar los altos
estándares que Don Bluth, en la década anterior, había sentado con obras como La tierra antes del tiempo o Un cuento americano. En la televisión
pudimos ver cómo Thundercats o Los Verdaderos Cazafantasmas sentaban
las bases de una gran calidad en contenidos, que alcanzaría su pináculo con Batman: la Serie Animada. Así que sí, no
es sólo idea nuestra: las series animadas con las que crecimos eran algo
especial y su calidad no sería alcanzada sino hasta esta Nueva Edad Dorada de
la televisión que se dice que vivimos.
Esto es sólo un ejemplo del bagaje
cultural pop tan rico y sui generis con
el que crecimos los Millennials. Qué
haremos con él es otra cuestión. Podemos quedarnos regodeándonos en nuestra
incapacidad de superar el pasado, dejar que nos manipulen con refritos y pastiches de lo
mismo hasta que alguna generación futura empiece a crear los nuevos mitos pop
que serán parte de “los buenos viejos tiempos” de alguien más. O podemos tomar
ese legado que tenemos para analizar y construir cosas nuevas, y entendernos
mejor a nosotros mismos.
Publicado originalmente en Memorias de Nómada
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1 comentario:
Yo solo puedo decir que detesto los vinilos y no entiendo porque tanta gente de mi generación los idealiza. la nostalgia y al neostalgia se acaba cuando miras al pasado y admites: "¡Eso era una basura!" y ahi la dejas que ya la disfrutaste y volver a ella solo te hará consciente de sus fallos.
Lo que me gustaría ver es más nuevas historias y conceptos en lugar de refritos de la guerra de las galaxias que como definía una chica en youtube no son más que peliculas zombie: franquicias revividas que son un espertento que no satisface a los fans de los originales ni capta la atención de nuevos espectadore más allá de la siguiente cosa de moda, que alrito que vivimos ocurre en cuestión de meses. Siempre la atención está puesta en el próximo gran evento.
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