La trama es sencillísima. Hay un
mundo de realidad virtual llamado Oasis, tan popular que casi todas las
personas que se lo pueden permitir tienen una segunda vida en él. El
multimillonario que creó este hipervideojuego murió y dejó un premio escondido
en algún sitio del Oasis; quien lo encuentre se convertirá en el dueño. Hay una
corporación malvada que quiere adueñarse del Oasis y para ello juega sucio; y
hay un chico como cualquier otro que, con su panda de amigos frikis, quiere impedir que
esos villanos se hagan con el premio. Ah, y un titipuchal de referencias a la
cultura pop del último medio siglo, pero sobre todo a la década de los 80.
Advierto que nunca he leído la
novela en la que se basa, pero sí me eché algunas críticas muy poco halagüeñas,
que la consideran una especie de Crepúsculo,
pero para ñoños acomplejados en vez de quinceañeras insulsas. La crítica más
común es que el autor, Ernest Cline, se dedica a echar referencias a cosas geek
y nostálgicas durante páginas enteras, como recurso barato para satisfacer a
sus nerdescos lectores. Fuera de eso se trataría de una fantasía más en la que
un chico blanco mediocre se topa con la misión de salvar al mundo, en la que
personajes mucho más competentes que el protagonista hacen de todo para que él
pueda lucirse y al final ganar fama, fortuna y una chica sexy.
Entonces, ¿qué tal está la
película? Quería verla porque está dirigida ni más ni menos que por Steven
Spielberg, uno de los principales creadores de la cultura pop con la que
crecimos y a la que el film homenajea. No me decepcionó por ese lado; se diga lo que
se diga de la cursilería de S.S. y su filosofía simplista, el señor sabe cómo
hacer una película. Sus dinámicos planos secuencia y su estupenda composición
de cuadro se suman a una excelente animación por computadora y un hermoso
diseño visual.
Pues sí, soy un ñoño nacido en
los ochenta, y sí disfruté la película y sus referencias mientras la estaba
viendo. En particular me gustó la parte de la carrera y la incursión al hotel
de El Resplandor. Pero una vez que me
puse a pensarla me di cuenta de que no resiste mucho a una reflexión crítica.
Después de todo, si le quitamos las referencias a la cultura pop y la magistral
dirección de sensei Spielberg, ¿qué nos queda? Una historia del tipo “tenemos
que encontrar el título de propiedad para que no demuelan la granja del abuelo
y construyan un centro comercial”, de ésas hechas para la tele que pasan tarde
por la noche en los canales para niños.
No quiero ser excesivamente duro
con una película que como aventura palomera para chavitos puede funcionar muy
bien. Algunas de las películas que fueron mis favoritas de quinceañero, como The Matrix y Gladiador, están llenas de lugares comunes, pero como a esas
alturas no sabía nada de la vida, me parecieron alucinantes. Los chavales de
ahora tienen derecho a disfrutar de las emociones que la cultura pop de su
tiempo tenga que ofrecerles, sin que los chavorrucos se lo queramos arruinar
con “meh, en mis tiempos hubo otras iguales que eran mejores”.
Pero es que hay un problema. Esta
peli me indica que su público meta no son sólo los chamacos que la verán ahora
con ojos ingenuos y soñadores. Son los mismos chavorrucos a los que apelarán
todas esas referencias a la cultura pop ochentera. Gente en sus veintes, treintas y hasta cuarentas. Me preocupa que el éxito de Ready
Player One entre Genxers y Millennials sea un signo de nuestra proverbial
incapacidad para madurar y dejar atrás nuestra infancia. No estamos ya para que
nos apantallen con esto.
La cinta es la celebración de una
cultura pop a la que creemos especial porque es aquella con la que crecimos. Es
como una visita al baúl de los recuerdos, pero no intenta deconstruir, analizar
o siquiera crear algo nuevo a partir de lo ya existente (a diferencia de, por
ejemplo, Stranger Things). Sí, es una
película muy divertida y emocionante, y si la hubiera visto hace 15, o incluso
hace 10 años, me habría fascinado. Pero aparece en un momento en el que los
recursos de los que echa mano ya se sienten sobreexplotados. ¡Llevamos tantosaños sumergidos en la nostalgia de nuestra infancia que ya parece que
ésta nunca se fue!
Pero lo que más me causa
resquemor de Ready Player One es que
también es la celebración de una distopía. Al principio (hay mucha exposición
en voz en off en los primeros
minutos) se nos dice que el mundo básicamente se había ido al caño y que por
eso la gente se refugiaba en el Oasis. ¿Acaso no es ése un típico escenario de
distopía? ¡Pero nunca se vuelve a abordar ese tema! Nuestros héroes no tratan de cambiar esa realidad; ni siquiera la lamentan mucho.
La lucha por conseguir el control
del Oasis implica evitar que los villanos se apropien del que es el negocio más
poderoso y lucrativo del mundo. Es decir, la película plantea que el peligro
está en que los malvados tomen el poder y la solución es que los buenos lo
hagan. Nunca se plantea que esa
estructura de poder no debería existir. Que un medio de entretenimiento no debería conferirle
tanto poder a quien lo controle, que el futuro de todos no debería depender de
un estúpido juego y el nivel de erudición en cultura pop de los jugadores.
Al final… ¡ups, spoilers! Al final, nuestro “héroe”,
Wade, obtiene la recompensa, como era de esperarse. ¿Y qué hace él? Se hace
rico, famoso y tiene novia. Pasa de ser un loser
a ser un triunfador. Pero ¿y los demás? Hace por ellos prácticamente nada. Lo
verdaderamente heroico habría sido apagar el Oasis o, en su defecto, entregarlo
a la comunidad para que dejara de ser una propiedad privada que dependiera de
la “bonditud” de su dueño para funcionar.
Los villanos tienen un sistema
esclavitud por deudas, pero nuestros héroes no lo destruyen ni lo prohíben;
Wade sólo hace que deje de ser redituable para que lo cierren. Tampoco hace
nada por su barrio pobre. O por los problemas que afectan al mundo. Nada. Si
nuestro héroe individualista ha logrado el triunfo para él y sus mejores
amigos, que se joda el resto. Lo más que hace es cerrar el Oasis dos días a la
semana para que la gente salga a vivir la realidad un poco. No demasiado.
Ready Player One, después de un rato de diversión, me dejó cansado.
Cansado de la nostalgia, de los mundos virtuales en los que desperdiciamos la
vida y de la cultura geek autorreferencial y masturbatoria. No sé ustedes, pero
si una película nos plantea un futuro en el que viviremos atrapados en nuestra
propia cultura pop sin jamás avanzar ni movernos hacia ningún lado, y el
público dice “wow, qué cool, desearía eso”, en vez de verlo como la distopía
que es… Bueno, me parece distópico.
Publicado originalmente en Voz Abierta
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5 comentarios:
Mo mejor de la película, incluyendo la carrera y la referencia al Resplandor, son cosecha de Spielberg. Todo lo malo de la película, incluyendo el tratamiento y olvido de la distopía, es herencia del libro.
Créeme en el libro el protagonista y el concurso mismo son peores. Mucho peores. Crepúsculo es el Conde Montecristo al lado de eso.
En el libro el concurso es peor, pero al menos el protagonista tiene una especie de desarrollo en el que se da cuenta de que no es mas que alguien que ha perdido muchísimo tiempo valioso de su vida dentro de un videojuego; y lo de el botón para apagar el Oasis al final se queda en incógnita;supongo que el autor quería hacer una historia para fantasear un rato mientras al mismo tiempo dejaba una reflexión sobre lo dañino que puede llegar a ser el escapismo exagerado... pero bueno solo es mi opinión, me gusto tu escrito.
A mi me fastidió de la película ese mensaje al final de:
Deja de jugar, porque el mundo real es mejor porque es "real"
Yo que he gastado bastante tiempo en mundos virtuales, he visto como gente se ha conocido que han termiando en matrimonios, o amigos que aunque vivan en diferentes países han viajado para hacer un asado con los amigos.
Joako
Airos84: ¡Me imaginé lo de 'El Resplandor'! Es una referencia muy cultosa para algo que tiene sólo referencias de cultura mainstream. Qué decepción lo de la carrera, que es realmente de lo chido.
¡Gracias por sus comentarios!
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