Planetary de Warren Ellis
Quienes se dedican al arte de narrar
siempre se han basado en lo hecho por quienes les precedieron, al combinar,
apropiarse y reinterpretar personajes, motivos, tropos y referencias que ya
estaban ahí, en el cajón de recursos de la cultura. Así ha sido por milenios.
Star
Wars debe gran parte de su éxito a
que George Lucas supo identificar los elementos más atractivos de todo relato
mítico, remezclarlos con inspiraciones provenientes del pulp, las películas de samuráis y el cine de vaqueros, y
presentarlo en un envase futurista acorde a las necesidades y deseos de una
nueva generación. Décadas antes, J.R.R. Tolkien hizo lo propio con la
literatura épica medieval y la mitología germanocéltica. Pero vamos muy atrás,
hasta Virgilio, quien con su comprensión profunda sobre qué era lo que había
hecho tan grandiosas a las epopeyas de Homero, creó algo nuevo en La Eneida,
acorde a las necesidades y deseos de un imperio naciente.
Antes de que Marvel se atreviera en
2012, casi parecía inconcebible que personajes que habían protagonizado
diferentes películas pudieran hacer equipo en una nueva, pero Drácula, el
Monstruo de Frankenstein y el Hombre Lobo ya habían compartido créditos en
1944. Nada nuevo, en realidad: quizá la primera versión de los Vengadores hayan
sido los Argonautas, un súper equipo de héroes griegos, que incluía a Jasón,
Pólux, Cástor, Orfeo, Néstor, Atalanta y al mismo Hércules.
A veces no se trata sólo del gusto de
retomar obras y personajes conocidos y apreciados, sino analizarlos a
profundidad, evidenciar sus debilidades y contradicciones, ponerlos a prueba en
diferentes circunstancias, identificar el contexto histórico y social del que
surgen, desromantizar el mundo ficticio que ha sido creado para ellos, y confrontarlos
con otras realidades.
En Don
Quijote de la Mancha, que bien se puede leer como la parodia-homenaje de un
fanboy a un género que evidentemente
le apasionaba, Miguel de Cervantes deconstruye muchos de los elementos de las
novelas de caballería, desde sus ideales más nobles hasta sus clichés más
encantadoramente ridículos, y por supuesto, los somete a prueba colocándolos en
la España real de su tiempo. Y, como lo haría su contraparte William
Shakespeare, Cervantes camina por el fascinante terreno de la
metaficcionalidad, atrayendo la atención de sus lectores hacia la obra de
ficción misma como un ente sumamente extraño, y obligándoles a reflexionar
sobre la forma en que se relacionan lo real y lo imaginario.
Entonces, todo esto de armar obras narrativas
con elementos del pasado y destazar inmisericordemente aquello que más amamos
(porque hacerlo con lo que nos desagrada no tiene mucho mérito) tiene una larga
trayectoria. Lo que es nuevo, o por lo menos era nuevo hace un par de décadas,
es el enfoque de esa deconstrucción: la cultura pop desde la cultura pop misma.
Obras seminales como Watchmen (1986-87)
de Alan Moore y Dave Gibbons lo hicieron en su momento por el género de
superhéroes, pero hoy quiero platicarles de algunos trabajos que ejemplifican a
la perfección cuando la cultura pop se mira a sí misma:
LOS CABALLEROS
EXTRAORDINARIOS
En primer lugar, del mismo Alan Moore,
ahora haciendo mancuerna con Kevin O’Neill, tenemos The League of Extraordinary
Gentlemen, que empezó a publicarse en 1999 y tiene ya cuatro volúmenes,
un tomo especial y varios spin-offs.
Como sabrán, la idea que dio inicio al
proyecto era hacer una Liga de la Justicia de la Era Victoriana, en la que, en
vez de superhéroes, los protagonistas fueran personajes de novelas de aventuras
y fantasía. Así, tenemos un equipo formado por Mina Murray (Drácula de Bram Stocker), Allan
Quatermain (Las minas del rey Salomón
de H. Ridder Haggard), el Capitán Nemo (Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne), el Dr.
Jeckyll y su contraparte el Sr. Hyde (El extraño caso del Dr. Jeckyll y el Sr. Hyde de Robert Louis
Stevenson) y Howley Griffin (El
hombre invisible de H.G. Wells).
En su primera aventura, esta pandilla de
inadaptados es reclutada por Campion Bond (el abuelo de James Bond,
creado por Ian Flemming), para cumplir una misión para el MI5. Sin quererlo, se
ven atrapados en una guerra criminal entre el profesor James Moriarty
(de las historias de Sherlock Holmes, por Arthur Conan Doyle) y el doctor Fu
Manchú (El insidioso Dr. Fu Manchú
de Sax Rohmer). En el segundo volumen, nuestros héroes tienen que enfrentarse a
una invasión extraterrestre (La
guerra de los mundos, H.G. Wells) y cuenta con la aparición de John
Carter de Marte (de las novelas de Edgar Rice Burroughs) y el cirujano Alphonse
Moreau (La isla del Dr. Moreau de H.G. Wells). Otro personaje que se
une al reparto principal es Orlando, el transgénero inmortal de la
novela homónima de Virginia Wolf.
Conforme el proyecto fue creciendo, evolucionó
en algo mucho más ambicioso. Moore pasó de referenciar sólo la literatura
victoriana a llenar cada rincón de su obra con elementos tomados de casi
cualquier obra de ficción imaginable (algunas veces, muy poco conocidas). Los
cómics incluyen desde menciones a la obra de Gabriel García Márquez y Jorge
Luis Borges, a los pulps y los penny dreadfuls, desde Stephen King
hasta Harry Potter, de series clásicas de la TV británica al cine expresionista
alemán. Moore crea un mundo en el que prácticamente toda la ficción coexiste.
Incluso la historia del mundo es
renarrada con los símbolos de la ficción: en vez de Isabel I de Inglaterra,
tenemos a la Reina Gloriana (del poema épico de Edmund Spenser) y en vez
de Adolph Hitler está Adenoid Hynkle (El gran dictador de Charles Chaplin), mientras que, por unos años
después de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña fue gobernada por el Gran
Hermano (1984 de George Orwell).
En cada volumen se expande el reparto, la geografía y la historia de este mundo
extraordinario.
ARQUEÓLOGOS DE LO
IMPOSIBLE
Nuestra segunda parada es Planetary
de Warren Ellis y John Cassaday. Empezó a publicarse como serie
regular en 1999 y culminó diez años más tarde con un total de 27 números.
Nuestros protagonistas son cuatro humanos con súper poderes, Elijah Snow,
Jakita Wagner, Ambrose Chase y The Drummer, los principales miembros de una organización
secreta llamada Planetary, avocada a descubrir la historia secreta del siglo
XX. Ellos son los arqueólogos de lo imposible, pues lo que van descubriendo es
que, bajo las apariencias, el mundo es un lugar muy extraño. Hoy pueden
encontrar el cadáver de Godzilla en una isla japonesa; mañana será
descubrir la base secreta de una liga de superhéroes extinta a
principios de siglo o el laboratorio del doctor Frankenstein.
Cada caso investigado por Planetary
proviene directamente de la cultura pop del siglo XX: los libros pulp de los 30, la ciencia ficción de
los 50, la literatura psicodélica de los 70, los cómics alternativos de los 80
y desde luego, los cómics de superhéroes de todas las épocas.
Dado que la mayoría de los personajes a
los que hace referencia este cómic son propiedad intelectual de alguien más,
aparecen disfrazados bajo otros nombres y con apariencias ligeramente
distintas, que sin embargo dejan ver quiénes se supone que son. Algunos otros son
amalgamas de dos o más personajes (por ejemplo, John Stone es una fusión de James
Bond y Nick Fury). Unos cuantos, como Sherlock Holmes o Drácula,
mantienen su identidad original.
Lo que une estas disímiles aventuras es
una vasta conspiración orquestada por los Cuatro, una versión perversa de los Cuatro
Fantásticos, cuyo objetivo es mantener ocultas las maravillas del mundo
para beneficiarse de ellas. De hecho, cada uno de nuestros héroes es en
apariencia y poderes la antítesis de uno de los Cuatro Fantásticos. Snow puede
congelar todo a su alrededor, y es un viejo cascarrabias, en oposición al joven
entusiasta conocido como la Antorcha Humana. Jakita es súper fuerte, veloz y
casi invulnerable, como la Mole, excepto que ella es joven, hermosa y con poco sentido
del humor. Si el Sr. Fantástico puede estirar y moldear su cuerpo, Chase hace
lo propio con la realidad y el espacio-tiempo. Por último, The Drummer es capaz
de ver lo que resulta invisible a todos los demás: líneas de energía,
información digital, huellas de magia en el ambiente; justo lo opuesto de la
Mujer Invisible.
FÁBULAS EN EL EXILIO
En tercer lugar, tenemos Fables, de Bill Willingham y Lan Medina, que
se publicó entre 2002 y 2015, alcanzando 150 números. La premisa del cómic es
en principio sencilla: los personajes de fábulas, cuentos de hadas, canciones
de cuna y relatos folklóricos han tenido que huir de sus tierras de fantasía
para refugiarse en el mundo real, porque un enemigo, conocido sólo como el
Emperador o el Adversario, las ha ido conquistando una a una.
Estos seres encuentran un escondite en nuestro
mundo por siglos, vagando de un lugar a otro, hasta asentarse en Nueva York.
Los personajes humanos, o que pueden pasar por humanos, viven en un edificio en
la Gran Manzana, mientras que los animales, monstruos, enanos, gigantes y demás
criaturas se ocultan en una Granja en el interior del estado.
Nuestros protagonistas son Blanca Nieves,
Rosa Roja, el Lobo Feroz (quien tiene la habilidad de transformarse en
humano a voluntad), el Príncipe Azul, Pinocho, el Niño Azul, la Bella, la
Bestia, Cenicienta, el Príncipe Sapo y Frau Totenkinder (la bruja de Hansel
y Grettel), pero prácticamente todos los personajes de cuento de hadas aparecen
aquí o son mencionados. El cómic no sólo retoma los de relatos folklóricos como
los recogidos por los hermanos Grimm, sino clásicos de la literatura infantil
como Alicia en el País de las Maravillas
y El libro de la selva, los cuentos
de Las mil y una noches, y mitos y
leyendas de todo el mundo, desde el Rey Arturo y Robin Hood hasta la mitología
eslava.
Además, conforme las conquistas del
Emperador se extienden hacia todo el campo de la ficción, aparecen personajes
que son encarnaciones de recursos narrativos (Deus Ex Machina) o de géneros
enteros (Ciencia Ficción). Por si fuera poco, el mundo real es hogar de criaturas
como el Conde Drácula y el Monstruo de Frankenstein.
LAS ESPADAS DE LA
SORORIDAD
No podemos hablar de estos pastiches
masivos sin mencionar una obra hecha y protagonizada por mujeres, Swords
of Sorrow, de 2015, que reúne a una multitud de heroínas de cómic y
pulp, prácticamente todos los personajes femeninos de los que la editorial
Dynamite tenía la licencia para publicar. Algunas de ellas provienen de la literatura,
como Irene Adler, de las historias de Sherlock Holmes, y Jane Porter,
de las novelas de Tarzán. Otras tantas son heroínas rescatadas de la Edad de
Oro del Cómic, como Miss Fury y Masquerade. Otras son estrellas
nuevas del mundo de las viñetas, como Jennifer Blood.
La triada de heroínas de pulp, Vampirella,
Sonja la Roja y Dejah Thoris, son las líderes y protagonistas. Reunidas por
una misteriosa mujer conocida sólo como la Viajera, quien les proporciona las
mágicas Swords of Sorrow, su misión es detener a un supervillano cósmico
que amenaza la existencia misma del multiverso.
Conforme avanza la narración, se revela
que el villano de la historia es el Príncipe Azul, y la Viajera no es
otra que la Bruja de los cuentos. Blanca Nieves, al darse cuenta
de que su Príncipe era muy violento y cruel, huyó y se refugió con la Bruja,
quien se convirtió en su amiga y mentora. Despechado, el Príncipe empezó a
experimentar con la magia negra hasta poner bajo su mando a un ejército de
muertos vivientes (“todos aquellos hombres que murieron maldiciendo a una mujer”),
y controlar un poder cósmico con el que pretende reconstruir la realidad misma.
El proyecto estuvo a cargo de Gail
Simone, veterana escritora de cómics, una de las voces feministas más
celebradas del medio (y tuitera divertidísima). Simone ha sido crítica de la
representación de los personajes femeninos en las viñetas y es quien acuñó el
concepto de “mujeres en refrigeradores”.
Como la Viajera en su historia, Simone
se encargó de reunir a un súper equipo de escritoras de cómics, apodadas las Shevengers.
El equipo incluyó a Mairghread Scott, Nancy A. Collins, Willow Wilson, Leah
Moore, Marguerite Benner, Emma Beeby y Mikki Kendal. Mientras Simone escribió
la serie principal, las otras Shevengers fueron autoras de los tie-ins y one-shots que complementaban la historia. El resultado es un cómic
épico con una extensión de cerca de 500 páginas.
DECONSTRUCCIÓN Y HOMENAJE
¿De qué nos hablan estos cuatro
cómics? En verdad su objetivo no es simplemente poner a todos esos personajes
juntos por el puro gusto de verlos interactuar, enfrentarse o hacer equipo (que
suele ser la intención de los crossovers). Lo que los autores hacen aquí
es un ejercicio de deconstrucción y metaficción, como los que ejemplificábamos
al principio.
Lo primero que notamos es que los
personajes no son tal cual aparecen en sus respectivas obras originales, sino
que los autores los llenan de las debilidades y defectos más humanos, de
neurosis y manías, de obsesiones y temores; exploran sus aspectos pocos
conocidos, en particular su sexualidad (en The
League of Extraordinary Gentlemen hay
muchísima violencia sexual). Las situaciones a las que se enfrentan son
fantásticas y grandilocuentes, pero los autores procuran que sus reacciones sean realistas. ¿Cómo
respondería un ser humano real a esto? O, por el contrario, los someten a
conflictos por los que pasan las personas en el mundo real. ¿Cómo afectaría un
dilema moral de este tipo a un personaje así?
Alan Moore incluso acentúa lo peor de
sus personajes: la misantropía de Nemo o las inseguridades de Quatermain. Uno
de los puntos que más trata de resaltar en The
League of Extraordinary Gentlemen es que las adaptaciones modernas de los
personajes clásicos siempre los maquillan para ajustarlos a los nuevos gustos,
pues si se presentaran tal cual eran no serían tan populares. Él los transporta
con todo y los prejuicios de su época, enfatizando rasgos como la misoginia y
el racismo decimonónicos. El James Bond de Flemming sería considerado en
nuestros tiempos un sociópata misógino y Moore lo retrata tal cual,
convirtiéndolo en uno de los villanos de la saga.
Salvo por Swords of Sorrow, en
los otros tres cómics nos enfrentamos a versiones más cínicas y oscuras, hasta
deprimentes, de los personajes con los que crecimos. Y aunque en todos está
claro quiénes son los héroes a los que debemos apoyar (con excepción de
eventuales traidores) y los villanos cuya derrota final anhelamos, queda mucho
espacio para la ambigüedad moral, y muy a menudo nuestros héroes pueden ser tan
crueles o tan fríos como los enemigos a los que combaten.
Uno de los aspectos más chocantes de Fables es precisamente ver a los
personajes que poblaron las historias de nuestra infancia retratados a menudo
como dementes, sádicos o depravados. Los que eran héroes en los cuentos de
hadas pueden ser horrendos villanos aquí, o viceversa, dependiendo de las circunstancias.
Son comunes las comparaciones expresas entre las auténticas fábulas, bastante
oscuras en su origen, y sus versiones diluidas y romantizadas, tal como se les
conoce en la actualidad.
En la maxisaga de Simone, el enfoque es
un tanto distinto. La editorial Dynamite se ha esforzado mucho por presentar a
sus personajes femeninos como heroínas empoderadas, dejando atrás el papel de
damisela en peligro y taco de ojo que durante mucho tiempo jugaron. Swords
of Sorrow abraza amorosamente estas modernas interpretaciones, y nos da la historia de hermandad entre mujeres y con clase de personajes femeninos que el mundo de hoy necesita, y que habían sido
ninguneadas e invisibilizadas. Donde los autores masculinos deconstruyen,
las Shevengers rescatan.
LA FICCIÓN Y LA REALIDAD
Todas estas obras exploran la relación
de la ficción con la sociedad que las produce. En Planetary, cada década es contada con ayuda de sus productos pop
más representativos. Ellis nos da una lección de historia real a través de la
historia de la ficción. Los 50, por ejemplo, son una época de paranoia de
Guerra Fría, en la que el verdadero monstruo atómico es un gobierno que actúa
contra sus ciudadanos con el pretexto de la lucha anticomunista. Los 80, por su
parte, son una época oscura y pesimista, del conservadurismo cuasi fascista de
Tatcher y Reagan, todo lo cual se ve reflejado en sombríos personajes como la
Cosa del Pantano, Sandman o Constatine.
Moore hace lo propio con The League of Extraordinary Gentlemen, cuyos dos primeros volúmenes exploran el imperialismo británico y las contradicciones de la sociedad decimonónica. Uno de los temas recurrentes es que Gran Bretaña siempre ha tenido problemas para distinguir a sus héroes de sus monstruos: pensemos en figuras históricas como Winston Churchill o Baden Powell. Hay en el cómic, claro está, monstruos literales como el Hombre Invisible o el Sr. Hyde, peleando del lado de "los buenos". Pero fijémonos en personajes como Allan Quatermain que, mal que bien, es el arquetipo de gran cazador blanco colonialista, protagonista de una literatura que hizo mucho por legitimar la explotación de África y Asia. Esto es elevado exponencialmente con James Bond en los volúmenes siguientes.
El tercer volumen está dedicado al siglo
XX y hace una crítica feroz a lo que, desde el punto de vista de Moore,
representa la decadencia de la cultura a finales del milenio, una era de adultez
infantilizada en la que el pop ya sólo se fagocita a sí mismo, refundiendo una
y otra vez los mismos elementos sin profundizar ni aportar nada nuevo. No por
nada el villano final de este volumen es Harry Potter, nada más y nada menos
que el Anticristo. Hasta el habla de Potter en el cómic, pobre en vocabulario y
llena de muletillas, refleja ese empobrecimiento cultural. Y si creen que los
lamentos de Moore son exagerados, vean la oferta cinematográfica reciente y
próxima, y cuenten los refritos, secuelas, pastiches y adaptaciones de cómics,
videojuegos, caricaturas o hasta cosas como los emojis.
Con Fables,
Willingham hace críticas duras a la sociedad contemporánea, en especial lo
superfluo y banal de la vida moderna. El autor no tiene tapujos a la hora de
expresar abiertamente su ideología de republicano conservador. Frau Totenkinder,
por ejemplo, en el mundo real ya no necesita matar niños, pues obtiene su poder
de las clínicas de abortos; es decir, el cómic equipara el aborto al
infanticidio. El rechazo a los impuestos y a un gobierno demasiado grande es
recurrente a lo largo del cómic, como lo son las comparaciones, veladas o
expresas, entre la situación de las fábulas en el exilio y el derecho del
Estado de Israel a existir y defenderse de sus enemigos por los medios que sean
necesarios.
Swords of Sorrow celebra y reivindica a las mujeres reales y ficticias
en el cómic y la cultura pop, pero ello implica una crítica de la misoginia que
durante décadas intentó borrarlas y las relegó a los márgenes. Y es que hubo un
tiempo en el que la literatura pulp y los cómics de superhéroes estuvieron
llenos de mujeres, y me refiero no sólo a los personajes, sino a las escritoras
y artistas. En la Edad de Oro este entretenimiento no era el exclusivo Club de
Toby en el que se convertiría a partir de los ultraconservadores años de la
posguerra.
El que el villano sea el Príncipe Azul
significa rechazo a un ideal de las relaciones entre géneros que se ha
perpetuado a través de las narraciones por siglos: el de la mujer como pasiva
recompensa de un hombre a quien debe entregarse por completo. El despecho del
Príncipe, que lleva su locura hasta el anhelo de destruir la realidad misma, es
una denuncia de una masculinidad tan frágil que no admite ningún atentado a su
honor, so pena de reaccionar con toda violencia.
Que, en cambio, la Bruja sea una
heroína, figura protectora y dispensadora de sabiduría, se corresponde con la
revaloración que desde el feminismo se ha hecho de este arquetipo, paradigma de
maldad en las narraciones a lo largo de siglos. Las feministas modernas encuentran
en los mitos de las brujas un símbolo de rebeldía, conocimiento y libertad.
A lo largo de los 2010 la cultura pop ha
demostrado un interés en presentar más y mejores personajes femeninos, mujeres fuertes
y diversas, en papeles cada vez más relevantes. Ante ello ha surgido una
reacción de hombrecillos que sienten su territorio natural invadido. Reaccionan
con muy poca ecuanimidad a películas con equipos de mujeres como protagonistas,
o a escenas en las que las heroínas acaparan los reflectores por unos segundos.
Acusan a las compañías de entretenimiento de “hacer las cosas forzadas” o de
“querer imponer ideologías”. Lo que “se sentía natural”, nos dicen, era lo de
antes, cuando las heroínas de acción, si las había, tenían un papel secundario
frente a los hombres o, a lo mucho, protagonizaban dos o tres películas
extraordinarias, las mismas que ellos siempre citan como ejemplos de que la
equidad ya está lograda y que no se necesita más. No sé ustedes, pero me
recuerdan a los zombis del ejército del Príncipe, muertos en su propio
resentimiento, y actuando en masa, sin mente, contra lo que se figuran es la
causa de su descontento: las mujeres empoderadas.
LA REALIDAD DE LA FICCIÓN
No supongo que haya sido el objetivo de
los creadores, pero me parece interesante dibujar un paralelismo entre las
conquistas del Emperador en Fables y lo que ha estado haciendo Disney.
La compañía de Mickey Mouse no sólo se apropió de los cuentos de hadas hasta
que hoy sus propias versiones han llegado a ser más conocidas que las
originales, sino que se ha expandido hasta adquirir Marvel Comics, Star Wars y
Twentieth Century Fox, además de poseer canales de TV, disqueras, parques de
diversiones, hoteles y líneas de cruceros. Es como si Disney quisiera ser el
Emperador de toda la ficción. Caray, de cierta forma hasta se apropió de Fables, al producir la serie Once
Upon a Time, que tiene una premisa muy similar.
Es otra cosa en la que Fables se
parece a Planetary. En su primer
número vemos a un grupo de héroes de pulp (Doc Savage, Tarzán, La Sombra y
Fu Manchú, entre otros) ser masacrados por un remedo de la Liga de la
Justicia; una alegoría cómo el género de superhéroes reemplazó a las
historias clásicas de aventureros a mediados del siglo. De hecho, ése es uno de
los temas principales del cómic: la forma en que los Cuatro han acaparado para sí
mismos todas las extrañas maravillas del mundo es un reflejo de cómo la ficción
superheroica fue expandiéndose década tras década hasta suplantar las muy
variadas y ricas tradiciones de la cultura pop, un fenómeno que podemos ver hoy
en día hasta en el cine y la televisión.
Las producciones de Marvel, una de las
cabezas de la hidra que es Disney, han terminado por reemplazar a aquel cine
palomero que cautivó la imaginación del público por generaciones. Se ha dicho
mucho que hoy en día no podrían producirse cintas tan originales como en su
momento fueron blockbusters revolucionarios, tales como Star
Wars o The Matrix; sólo las franquicias pueden competir en el
mercado, y son las interminables entregas de superhéroes las que llevan la
delantera.
Similar es la actitud de Alan Moore ante
Harry Potter. Además de que el autor ha manifestado desprecio por la
saga de J.K. Rowling, el personaje representa lo que Moore entiende como un
empobrecimiento de la ficción por parte un mercado que sólo está buscando la
próxima franquicia para sobreexplotar. En la batalla final, entre el Anticristo
que es Potter y Mary Poppins, encarnación del amor maternal de Dios (no
es broma), ésta le echa en cara al joven mago que él hace daño a la imaginación
de los niños.
Se me hace un pelín exagerado, y es que
a mí me gustan esos libros y películas (de hecho, soy un Ravenclaw). Pero es cierto que el Potterverse
también se ha convertido en una corporación multimillonaria, aliada con Warner,
otra de las potencias hegemónicas en el actual panorama oligopólico. Además, su
creadora se ha dedicado recientemente a usar su influencia y plataforma para
promover un discurso transfóbico inexcusable.
Mientras el Príncipe Azul y sus zombis
en Swords of Sorrow pueden ser entendidos como una parte de la industria
y el público que se niega a permitir la evolución de la ficción hacia el futuro,
podemos decir que tanto el Emperador en Fables, como los Cuatro en Planetary
y Harry Potter en TLoEG representan un mismo fenómeno: la
homogeneización de nuestra ficción con fines comerciales a manos de unas pocas
entidades superpoderosas.
Aunque nos emocione pensar que los X-Men
y los Vengadores podrían aparecer juntos en la pantalla grande, o nos parezca
cómodo tener todas las películas de Star Wars y Marvel en un solo servicio de streaming,
no podemos ignorar lo peligroso que resulta poner toda nuestra ficción en manos
de un puñado de megacorporaciones. Estamos dejando que Disney y sus casi
indistinguibles competidores sean dueños de nuestra imaginación, de las
historias que nos contamos y en las que buscamos no sólo evasión y
entretenimiento, sino, muy a menudo, consuelo, guía y significado.
Por eso, por más que amemos la saga de
los Skywalker o las aventuras de Indiana Jones, tenemos que seguir creando y
consumiendo las ficciones que estén más allá de los dominios de las
corporaciones, que vengan de voces diversas y traten de temas diversos; en
nuestros tiempos, ello se convierte en un necesario acto de supervivencia y
resistencia.
En fin, mucho más se podría decir, como para armar una tesis de cada uno de estos cómics. Mi favorito es Planetary, eso sí. Lo que hace la revelación de que Ellis es un gilipollas que abusa de su influencia y acosa jovencitas tanto más dolorosa.
En el fondo, lo que importa es que todos tratan sobre cómo nos relacionamos con nuestra ficción, sobre lo importantes que son para nosotros estas historias que sabemos que no son ciertas y que no podrían serlo, de la forma en que los mitos creados por nuestra propia imaginación nos hacen ver en ellos nuestro reflejo. En conjunto nos muestran las inquietudes de nuestro tiempo, uno en el que hemos vuelto la mirada hacia nuestro bagaje cultural, lo que creamos y consumimos en décadas pasadas, para observar quiénes somos.
Como reza el lema de Planetary: "Es un mundo extraño. Conservémoslo así."
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