Quizá se hayan topado alguna vez
con esta imagen, que asegura que no fueron los sindicatos, ni el movimiento
obrero, mucho menos Marx o el socialismo, los que crearon las jornadas
laborales de ocho horas ni los fines de semana libres. Resulta que en realidad
fue el mismísimo Henry Ford, el gran industrial del automóvil, quien
ideó estos magníficos beneficios. Lo hizo en 1926 porque, con la gran visión
empresarial que lo caracterizaba, Ford se dio cuenta de que, al mejorar las
condiciones de sus empleados, éstos trabajarían mejor, y además los mejor
capacitados se sentirían atraídos para ir a trabajar en su compañía.
¿Es cierta esta historia? Una
pequeña parte, sí. En su mayoría, no. La interpretación que se le pretende dar es
completamente falaz. Varios sitios de los que se dedican a combatir la
desinformación han abordado el tema, como PolitiFact
en inglés, y Maldito
Bulo en español. ¿Qué sucedió en
realidad? Bueno, pues resulta que la idea de la jornada máxima de ocho horas
fue planteada por un socialista, el inglés Robert Owen, en tiempos tan
lejanos como 1833. Desde entonces, organizaciones obreras habían estado
pidiendo su realización.
Parece ser que la primera vez que
se implantó la jornada laboral de ocho horas fue por ley, en Melbourne,
Australia, en 1856. En Estados Unidos, el sindicato National Labor Union se
fue a la huelga en 1867 para exigir que la jornada de ocho horas fuera ley,
pero eso no ocurrió. Al año siguiente se aprobó una ley, que aplicaba sólo para
los trabajadores del gobierno y contratistas.
Así, en 1886 la Federación de
Sindicatos y Oficios Organizados de Estados Unidos y Canadá acordó irse a
una huelga mayor si la jornada laboral de ocho horas no se ponía por ley. La
huelga inició el 1 de mayo, y en Chicago culminó el día 4, con enfrentamientos entre anarquistas y la policía; siete
agentes y cuatro obreros murieron. Así de fuerte estaba la lucha, entre una
clase obrera que quería derechos, y una clase empresarial que no quería
dárselos, apoyada por un gobierno que respondía a sus intereses. Es por eso que
el primero de mayo es el Día del Trabajo.
Cuando la compañía de Henry Ford
aplicó esas condiciones laborales para sus empleados en 1914 (y no 1926 como
dice el meme, porque ni siquiera eso pueden tener bien), la lucha por los
derechos de los trabajadores ya llevaba décadas. No es que Ford fuera un
pionero en ocurrírsele, es que fue de los primeros empresarios en ceder ante la
presión de un movimiento obrero organizado. Más aún, la existencia de estas
condiciones favorables dependía de la voluntad de la empresa, pues no estaba
obligada por ley, y Ford no la concedió a todos sus empleados, sino a los que
consideraba que “lo merecían”, y reservándose el derecho a retirarlos en cuanto
quisiera.
No sólo no fue idea de Ford, sino
que tampoco fue que Ford haya puesto el ejemplo y los demás empresarios hayan
dicho “oh, qué buena idea ha tenido mi colega”. Apenas unos años después, en
1919, cuatro millones de trabajadores en todo Estados Unidos se fueron a
huelga para exigir la jornada de ocho horas. Es decir, no se sentaron a esperar la
buena voluntad de sus patrones; tuvieron que seguir luchando.
Si finalmente estos derechos
laborales se extendieron, fue porque el gobierno obligó a las
empresas a hacerlo. Fue en el año de 1938, cuando Franklin D. Roosevelt
(un presidente al que la clase empresarial tachaba de bolchevique y que hasta conspiró para derrocarlo)
firmó la Fair Labor Standards Act, como parte de su New Deal, la serie de
políticas que le pusieron riendas al capitalismo salvaje, crearon un estado de
bienestar, y produjeron la época de mayor prosperidad y menor desigualdad en la
historia de los Estados Unidos.
¿Saben qué sí hizo Henry Ford? Llevó
a cabo negocios con la Alemania Nazi, recibió una condecoración del
gobierno de Adolf Hitler, se dedicó a promover el nazifascismo en
Estados Unidos, revivió el infame libelo Los protocolos de los Sabios de Sión
y publicó uno nuevo titulado El judío internacional. Estos dos
acusaban al pueblo judío de orquestar una conspiración mundial, y fueron
responsables de esparcir el antisemitismo en el mundo. Su gran héroe
capitalista, de la libertad y blablablá, era
un puto nazi.
Eso fue en Gringolandia. Y en
México ¿qué tuvo que pasar para que esos derechos laborales comenzaran a ser una
realidad? Oh, casi nada. Quizá han escuchado de la Revolución Mexicana y
la Constitución de 1917. Ajá, tampoco fueron los acaudalados
industriales porfiristas los que por su buena voluntad decidieron libremente adoptar
estas medidas. Es más, se resistieron cuanto pudieron a aceptarlas. ¿Recuerdan
las masacres de Cananea
y Río Blanco?
Entonces, si nuestros derechos
laborales básicos no fueron creación libre y espontánea de la clase
capitalista, ¿por qué quieren hacernos creer que sí? Recuerden que, de fondo, el
meollo de toda postura conservadora es justificar el statu quo, racionalizar
por qué la élite que tiene el poder lo merece y por qué nos conviene a todos que
esa élite esté allí. Entonces, fábulas como ésta tienen una moraleja muy
clara: si se les deja libres a los poderosos, en su sabiduría ellos
llevarán a cabo lo que es mejor para todos. Por el contrario, si los burócratas
o los movimientos de masas los presionan y coartan su libertad de acción, a
todos nos va a ir mal. Por lo tanto, hay que dejarlos hacer lo que crean
correcto.
La
entrada anterior vimos que los conservadores, si bien no tienen más remedio
que admitir la legitimidad de ciertos movimientos sociales, quieren hacernos
creer que los actuales carecen de esa legitimidad. En la misma línea, quieren
hacernos creer que para lograr el cambio social, el progreso, no hay que
organizarnos, no hay que presionar ni exigir, no hay que tratar de crear nuevas
leyes, sino dejar hacer y dejar pasar. Porque, ultimadamente, lo que
quieren es preservar el statu quo.
“¿Los conservadores? ¡Pero si yo
vi esto en una página de libertarianos! ¡Hasta Gloria Álvarez lo
compartió!” Los libertarianos bien pueden rechazar los aspectos más mojigatos de
la moral tradicionalista conservadora, en temas como las drogas y la sexualidad.
Pero, de fondo, los libertarianos defienden la idea de que, dejándolo a sus
anchas, el capitalismo crea una élite que llega al poder y la riqueza por mérito
propio y que desde allí hace cosas que nos benefician a todos. Por eso el
liberatarianismo no deja de ser una ideología fundamentalmente
conservadora, aunque los mismos libertarianos no se den cuenta.
El mito de Henry Ford otorgando
derechos laborales por su inmensa bonditud tiene paralelos tratándose de otros
movimientos. Quizá te topes con materiales que insistan en que no fueron los
movimientos feministas los que empoderaron a la mujer, sino la invención de
los electrodomésticos y la píldora anticonceptiva. O que no fue la
Revolución Francesa la que introdujo el ideal de los Derechos Humanos, sino
ciertos teólogos católicos. Estas historias suelen tener una pizca de verdad:
sí, la invención de los anticonceptivos hizo las cosas más fáciles, y sí se
pueden encontrar antecedentes importantes en la concepción de los derechos
humanos en filósofos católicos. Pero estos son sólo factores en una historia
compleja, en la que las luchas sociales tuvieron el peso decisivo. Apliquen
este criterio cada vez que se topen con una historia así.
Los
derechos de las personas no pueden depender de la buena o mala voluntad de
los poderosos, pues éstos sólo cederán en lo mínimo necesario, mientras buscan
obtener su máximo beneficio. Por eso debemos luchar por esos derechos,
no esperar a que buenamente nos los cedan, y una vez conquistados, asegurar un
orden que nos permita confiar en que siempre serán respetados.
Ésta fue la segunda de dos introducciones.
Pronto hablaremos de movimientos sociales contemporáneos. ¡Nos leemos!
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3 comentarios:
Recuerdas esta entrada?
https://www.maikciveira.com/2017/11/yo-solo-queria-ser-popular-10-anos-de.html
Pues, la diabla ha vuelto. Solo paso a dejar el chisme.
Dark
Ah, no entendí. :(
Precisamente del buen Henry lo que mas recuerdo es su frase: ir juntos es comenzar mantenerse juntos es progresar trabajar juntos es triunfar
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