Esta temporada
de Halloween, un clásico de la literatura gótica ha cobrado una nueva y muy
merecida fama. Se trata de Carmilla, de Joseph Sheridan Le Fanu. Parece
que se ha vuelto a poner atención sobre esta obra gracias a que Pictoline
rescató un artículo de Atlas
Obscura en el que se habla de ella. Tan es así que, según las estadísticas,
ahora esta novelita es una de las más buscadas en los internetz.
Así, me
pareció una buena idea preparar una entrada al respecto, como especial de Noche
de Brujas de este año. Aunque no fue la primera novela de vampiros (ese honor
es de Varney the Vampire de James Malcolm Rymer, publicada entre 1845 y 1847),
Carmilla (1872) sobresale porque antecedió a Drácula (1897) por
un cuarto de siglo, y porque introdujo un romance lésbico adolescente entre una
joven aristócrata y una bella vampira. Les presentaré una breve sinopsis de la
trama, sólo lo suficiente para despertar su interés, pero sin spoilers
importantes, y luego pasaremos a hablar de su importancia y significado.
Si se animan a
leerla, antes o después de checar este post, pueden descargarla en PDF, aquí en español y aquí en inglés original. Bien,
empecemos.
Joseph Sheridan Le Fanu (1814-1873) fue
un escritor irlandés de ascendencia francesa. Hijo de un clérigo y crecido
entre el riquísimo folklor gaélico, Le Fanu absorbió el espíritu mágico y
misterioso de la atmósfera que le rodeaba y supo aplicarlo para construir
relatos fantásticos y macabros extraordinarios. Uno de ellos es Carmilla, serializada entre diciembre de
1971 y marzo de 1872, y después recogida con otros cuatro relatos en la
colección In a Glass Darkly, del
mismo año (el título hace referencia al versículo bíblico que encabeza esta entrada).
En Carmilla, Le Fanu nos
transporta a la misteriosa Austria, a un castillo solitario, rodeado de bosques
tenebrosos y cuya aldea más cercana yace en ruinas. En este escenario, típica y
encantadoramente gótico, Le Fanu nos narra la historia de Laura, una adolescente
aristócrata, hija del lord del castillo. Ella y su padre son ingleses, y aunque
se han retirado a vivir en los bosques de Estiria, procuran mantener sus
costumbres británicas, tales como la reglamentaria hora del té.
Cierta tarde, Laura y su padre encuentran
relajándose en una terraza, con la vista puesta en la vereda que atraviesa el
bosque frente al castillo. De pronto presencian cómo un lujoso carruaje se
accidenta con gran estrépito. Padre e hija acuden corriendo a ayudar a los
pasajeros, entre los que se encuentran una misteriosa mujer y una hermosa joven
que yace inconsciente. La dama, sin duda de alcurnia, pide que hospeden a la
joven, su hija, pues ella y su séquito deben continuar el viaje con urgencia. Laura
y su padre aceptan.
Cuando Carmilla despierta en casa de los
ingleses, Laura reconoce en ella una figura de sus recuerdos más
fantasmagóricos. Muchos años antes, cuando era niña, Laura tuvo un sueño que se
grabó por siempre en su memoria: a mitad de la noche, mientras yacía tendida en
su cama, una hermosa joven se aparecía en su habitación envuelta en niebla, y
se acercaba a ella, tras lo cual le quedaba la sensación se haber recibido
pinchazos en el pecho. El rostro de Carmilla era el de aquella aparición.
Laura cuenta sus recuerdos a su amiga,
quien en seguida le dice que a ella le había ocurrido exactamente lo mismo de
niña, excepto que la hermosa imagen de su sueño había sido Laura. ¿Estaban
conectadas estas dos jóvenes por algún lazo esotérico? Así inicia la aventura
de Laura con Carmilla. Las jóvenes rápidamente desarrollan un apego muy
intenso, que oscila en entre una tierna amistad adolescente y el erotismo
lésbico. Pero no todo son cariños: Carmilla, bajo su aparente dulzura, es
también caprichosa, manipuladora y dominante.
Pasa el tiempo, y ninguna noticia se
tiene de los acompañantes de Carmilla. Mientras Laura se ve afectada por una
misteriosa enfermedad y horribles pesadillas, en las que una figura felina
acecha su habitación por las noches, varias mujeres jóvenes de las aldeas
vecinas enferman y mueren de una extraña peste. A estas alturas, cualquiera
habrá adivinado que Carmilla es una vampira. No les cuento más para que se
animen a leerla.
En una entrada de hace tiempo les conté el origen y evolución de la figura del
vampiro, desde sus orígenes en el folklor de Europa Oriental, hasta su
irrupción en la literatura gótica de principios del siglo XIX. Recordemos que,
en las leyendas, los vampiros eran cadáveres malolientes sin alma ni mente, que
cada noche salían de sus tumbas, y bebían la sangre de una persona viva, a la
que terminaban matando si las visitas nocturnas se repetían muchas veces.
El cuento que fundó la narrativa
vampírica fue El Vampiro (1819) de John Polidori, cuyo personaje titular
es el perverso Lord Ruthven, encarnación del arquetipo aristocrático que se
desarrollaría hasta dar lugar al celebérrimo Conde en Drácula (1897), de
Bram Stoker. Entre estos dos hitos se encuentra nuestra Carmilla (1872).
Otro trabajo que vale la pena mencionar es el poema inconcluso Christabel (1797-1800)
de Samuel Taylor Coleridge, que también trata de una joven inocente seducida
por una belleza sobrenatural.
Le Fanu recupera la trama de Coleridge y
algunos atributos del mito vampírico original, continúa con otros introducidos
por Polidori y crea otros tantos que serían reivindicados por Stoker. Del folklor
retoma que para destruir a un vampiro es necesario exhumar su cadáver, clavarle
una estaca en el corazón, decapitarle y quemar el cuerpo. De Polidori conserva
la idea de que el vampiro que puede pasar como un ser viviente entre la
sociedad; que posee una mente y voluntad propias y que es un depredador sexual.
Además, posee fuerza sobrehumana y, por supuesto, que se trata de un
aristócrata.
Algo que Lord Ruthven no tenía que
hacer, y en cambio Carmilla, Drácula y los vampiros legendarios sí, es regresar
a su tumba para descansar, siéndoles imposible hacerlo en cualquier otro lugar.
En las viejas leyendas, el vampiro entraba a las casas y regresaba a la sepultura
sin dejar rastro; en Carmilla se explica este fenómeno atribuyéndole al
vampiro la capacidad de materializarse y desvanecerse en una suerte de neblina,
un poder que también tendría el Conde Drácula. Otra habilidad de Carmilla es la
de transformarse en bestia; en su caso, una especie de pantera negra. Bram
Stoker daría a Drácula la facultad de convertirse en lobo o murciélago.
Entre otras contribuciones de Le Fanu al
mito del vampiro, están los esclavos o sirvientes que siguen la voluntad del
tenebroso amo; en el caso de Carmilla, son un cochero, unos pajes y una dama.
En el relato nunca se deja en claro quiénes o qué eran exactamente estos
personajes, si vampiros o seres humanos bajo el control del no-muerto, o alguna
otra cosa insospechada. En Drácula tendríamos personajes similares con
Renfield o los gitanos que servían al Conde.
Si Lord Ruthven dejaba en sus víctimas marcas de dientes, pero no
de colmillos, Carmilla les deja un moretón, que sugiere un beso muy intenso, o
de plano un chupetón (lo que resalta el erotismo del relato), pero tampoco se
hace referencia a caninos afilados, como veríamos después en Drácula.
Los cinco relatos de In a Glass
Darkly se presentan como casos de estudio en el archivo del Dr. Martin Hesselius.
El personaje ni siquiera aparece en todos ellos, que tampoco están relacionados
entre sí. Pero es importante porque resulta uno de los primeros ejemplos de un investigador
paranormal, que estudia los fenómenos ultraterrenos como un naturalista
estudia a las plantas y animales. Es, por lo tanto, un antecedente de Abraham
van Helsing, uno de los personajes más memorables de Drácula.
Finalmente, en la obra de Le Fanu se
dice que la palidez del vampiro es sólo un mito, y que éste puede pasar por un
ser humano a todas luces normal; este rasgo sería desechado en subsecuentes
relatos de otros autores.
Quizá el aspecto más sobresaliente de
esta novelita es su abierto homoerotismo; incluso para estándares modernos, no
es tan velado, y créanme que al leerlo no deja lugar a ambigüedades. Es decir,
miren este extracto:
“A veces, después
de un largo período de indiferencia, mi extraña y bellísima amiga me cogía
súbitamente la mano, estrechándomela con pasión. Se sonrojaba y me miraba con
ojos ora lánguidos, ora de fuego. Su conducta era tan semejante a la de un
enamorado, que me producía un intenso desasosiego. Deseaba evitarla, y al
propio tiempo me dejaba dominar. Carmilla me cogía entre sus brazos, me miraba
intensamente a los ojos, sus labios ardientes recorrían mis mejillas con mil
besos y, con un susurro apenas audible, me decía:
- Serás mía...,
debes ser mía... Tú y yo debemos ser una sola cosa, y para siempre.
Después se echaba
hacia atrás, apoyándose en el respaldo del sillón, cubriéndose los ojos con las
manos; y yo me sentía trastornada en lo más profundo de mi ser.”
Esto bien puede parecer muy sensual y
hasta romántico a los ojos que leen en el siglo XXI. Pero no olvidemos que Le
Fanu escribe para una audiencia victoriana, con todos sus recatos y prejuicios.
Lo más probable es que el autor haya introducido el elemento lésbico, en parte
por sensacionalismo, en parte para que esta forma “ilícita y antinatural” del
amor, se sumara al tema vampírico con el objetivo de que el cuento fuera más
desconcertante y perturbador. La misma Laura, narradora de su relato, se
declara una víctima inocente de Carmilla, aún traumatizada por tan impía
experiencia:
“Han transcurrido
diez años desde que tuvieron lugar aquellos hechos, y la mano me tiembla aún al
escribir acerca de la situación en que inconscientemente me vi envuelta.”
Es algo similar a lo que sucede cuando
se reinterpreta Drácula bajo una luz romántica o erótica: Bram Stoker
más bien pretendía que esa sensualidad pecaminosa fuera un elemento de horror.
De la misma forma, la intención de Le Fanu no era que sus lectores simpatizaran
con el sentimiento amoroso que se desarrolla entre Laura y Carmilla, ni que llegaran
a sentir empatía por las personas que aman diferente a la norma.
Sin embargo, ésa no es razón para que no
podamos darle una muy necesaria lectura moderna a esta fascinante historia.
Siempre podemos reinterpretarla como una trágica historia de amor imposible
entre dos bellas jovencitas; imposible no porque una de ellas sea un vampiro,
sino porque era un romance prohibido. Es más, podemos interpretar ese
vampirismo como la satanización del otro, la forma de mirar a quien es
diferente y pintarlo como un monstruo de ultratumba.
Los personajes creados por Le Fanu
explican que el vampiro es a veces afectado por una extraña pasión, un delirio
que él mismo confunde con el amor, que se manifiesta en un atento cortejo hacia
el objeto de su deseo, al que va consumiendo poco a poco. En otras ocasiones,
puede acabar con su víctima en un solo festín. De cierta forma, es un ser
trágico, pero no deja de ser un feroz depredador que destruye a sus víctimas.
Estas descripciones, ¿no son similares a
los discursos homofóbicos y lesbofóbicos, aún en nuestros días? ¿Acaso no
también quieren hacernos creer que el amor, la atracción y el deseo entre
personas del mismo género son como abominaciones, delirios, enfermedades, como
perversiones de los “verdaderos sentimientos” que sólo pueden existir entre un
hombre y una mujer? ¿Acaso no se trata a las personas de la diversidad sexual
con el doble estigma de enfermos por un lado, y peligrosos depredadores
por otro?
La lesbofobia es muy real y sigue muy
presente en nuestras sociedades contemporáneas. Cada 26 de abril se celebra el
Día de la Visibilidad Lésbica. El portal de la ONU nos dice al respecto:
“En todo el mundo
siguen prevaleciendo estereotipos discriminatorios, normas culturales y
actitudes que normalizan y trivializan la violencia contra las mujeres y las
niñas. Las mujeres lesbianas conforman un grupo que sufre una doble
discriminación, la primera por su género y la segunda por el estigma al que
está asociado su orientación sexual.
El 26 de abril en
diversas partes del mundo se conmemora el Día de la Visibilidad Lésbica, un
llamado hacia la construcción de sociedades más inclusivas en toda la región y
la protección de sus derechos humanos, sin discriminación.”
Muchas lesbianas experimentan
discriminación y prejuicios de diferentes tipos y con diferentes grados de
violencia, que van desde expresiones despectivas como “te falta un macho que te
coja bien”, pasando por las infames y dolorosas “terapias de conversión” que
son ahora consideradas formas de tortura, hasta “violaciones correctivas”. En este enlace
pueden encontrar algunos testimonios de legisladoras, activistas y artistas
mexicanas, compartiendo sus preocupaciones y experiencias. En este otro,
desgarradoras historias de lesbianas tratando de sobrevivir en este país,
dominado por el crimen organizado.
El tropo de “vampira lesbiana” es
bastante más común de lo que se imaginan, pero en las obras más antiguas se les
retrataba con ese doble juicio de “enfermas” y “depredadoras”; un poco para
sentir lástima por ellas, un mucho para temerles. En obras posteriores, en
cambio, se hacía un énfasis en el aspecto sensacionalista del vampirismo
lésbico: “caballero, pásele a ver a dos muchachonas mordisqueándose”. O sea,
como parte de la tradición de usar el erotismo entre mujeres para alimentar las
fantasías de hombres heterosexuales.
Es por eso que revalorar y reinterpretar
obras clásicas como Carmilla se vuelve relevante. Entender lo que sucede
entre Laura y su amiga como un amor perfectamente válido y considerar la imposibilidad de
estar juntas como una tragedia. Esto es algo que por fin se ve en nuestro siglo XXI.
Pero de todo esto hablaremos en la próxima entrada. Hasta entonces, y ¡Feliz
Noche de Brujas!
Continúa en Carmilla: Amor de vampiras. Y aquí están estas otras entradas halloweenescas:
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