Dedicado a mis queridas amigas Karen y Beatriz
En una entrada anterior platicamos de Carmilla,
la seminal novela gótica que introdujo el primer caso de vampirismo lésbico a
la literatura. Entonces decíamos que, en realidad, el tropo de “vampiras
lesbianas” es mucho más común en la ficción de lo que podrían sospechar quienes
no se han adentrado en este submundo. De hecho, el tema es tan amplio que ha
dado lugar a múltiples artículos, ya fuere de Wikipedia o de TvTropes, o
de diferentes medios especializados en terror y cultura pop.
Así pues, me pareció que no tenía mucho
caso hacer otra “historia de las vampiras lesbianas”. En cambio, lo que les
traigo hoy es un análisis de tres adaptaciones cinematográficas de la novela Carmilla
(hay muchas otras), hechas en momentos muy diferentes del último siglo, que
reflejan a su vez cambios culturales y sociales muy interesantes. Vamos a ello…
Primera etapa
LA HIJA DE DRÁCULA
Según Wikipedia, la primera cinta que
tomó algunas influencias de Carmilla fue la temprana Vampyr, del
danés Carl Theodor Dreyer. Estrenada en 1932, es una pionera del cine de terror
sonoro. En realidad, la relación de esta película con la novela de Sheridan Le
Fanu es muy, muy tenue; fuera del hecho de que hay una vampira y una víctima
femenina, no tienen casi nada en común.
Hay que trasladarnos a los Estados Unidos. El ciclo gótico de Universal Studios, empezando con Drácula en 1931, definió el cine de terror por las décadas siguientes. Al clásico de Tod Browning con Bela Lugosi siguió una plétora de adaptaciones de obras literarias y algunas historias originales. En 1935 el éxito de La novia de Frankenstein, de James Whale, animó a los estudios a probar con otra secuela: La hija de Drácula (Dracula’s Daughter), de Lambert Hillyer. Aunque comentaristas posteriores han señalado influencias de Carmilla en esta cinta, lo cierto es que se trata de una historia original y no de una adaptación. Sin embargo, esta obra es tan fundamental en la historia del vampirismo lésbico que es necesariamente nuestro punto de partida.
Menos célebre que otras del ciclo
gótico, La hija de Drácula ha sido revalorada con el tiempo, hasta el
punto de ser considerada como una de las mejores películas de vampiros jamás
realizadas. Cuenta con las excelentes actuaciones de Gloria Holden como Marya
Zaleska (la vampira titular) y de Irving Pichel como Sandor (su siniestro
secuaz, que le sirve por la promesa de vida eterna). Sobresale también por su
hermosa fotografía expresionista, con impresionantes tomas de un Londres
cubierto de niebla.
Marya no es hija de Drácula, sino que
fue transformada en vampira por él. Tras la muerte del Conde, Marya espera
verse libre de la maldición, pero no es así. Ésta es la primera película en la
que el vampiro sufre explícitamente su condición de no-muerto y ansía encontrar
la paz. Sucede que la condesa depreda a jovencitas, las atrae a su morada y,
con el pretexto de usarlas como modelos para sus pinturas, las hace descubrirse
tanto como lo permitía la censura de la época, para luego, pues, “comérselas”.
Y luego se siente muy culpable. Ahí está el muy poco velado subtexto lésbico de
la cinta.
Marya intenta curarse consultando con un
psiquiatra. Si la peli versara sobre vampirismo, esto sería ridículo. No te
puedes curar de una maldición sobrenatural con terapia, todo el mundo lo sabe.
Ah, pero cuando caemos en cuenta de que lo que realmente le pasa a Marya es que
es lesbiana, condición considerada patológica en aquella época, todo cuadra.
Así, La hija de Drácula se
convierte en el ejemplo primordial de la forma en la que la sociedad aproximaba
al lesbianismo: como una enfermedad. La persona enferma podía inspirar cierta
compasión; es víctima de sus compulsiones enfermizas, quizá resultado de trauma
y abuso (en este caso, por parte de su “padre”, Drácula), y no de su
naturaleza. Pero, a fin de cuentas, la paciente es también una especie de
monstruo, un depredador a quien se debe detener y, si es necesario, destruir.
Entra aquí la figura masculina redentora, que libera a la mujer del falso y
torcido amor vampírico y la devuelve a los protectores brazos patriarcales. Esta
perspectiva es la misma con la que Le Fanu aborda el tema en Carmilla.
No obstante, nada impide revalorar la
obra con una óptica adecuada a nuestros días y darle una lectura más empática. Sabemos
que en realidad Marya nunca estuvo enferma; no habría tenido que ocultarse en
las sombras, no habría tenido que sufrir tanto buscando una “cura”, y quizá
habría podido ser feliz aceptando su propia naturaleza. Como sea, aquí
celebramos el detallazo de que se haya escogido “Marya”, el nombre de la
Virgen, para nombrar a una vampira lesbiana. Bien ahí, Universal.
Segunda etapa
LAS AMANTES VAMPIRAS
A finales de la década de los 50, la
productora británica Hammer Films revivió el horror gótico con sendas
adaptaciones de Drácula y Frankenstein. En la década siguiente,
un prolífico ciclo gótico de Hammer nos dejó algunas obras maestras del horror, obras con
un sello característico en actuaciones, narrativa, fotografía y diseño de
producción; todo altamente estilizados para efectos melodramáticos.
Los realizadores de Hammer aprovecharon
que la censura se había relajado mucho desde tiempos de los clásicos de
Universal, y se atrevieron a decorar sus cintas con violencia gráfica y
sensualidad que habrían sido inimaginables en los años 30. Las hermosas
actrices de Hammer lucían amplios escotes en sus excéntricos vestidos “de
época”, para deleite de sus admiradores.
Para finales de los 60, sin embargo, la
creatividad de Hammer comenzaba a decaer; la etapa de sus grandes clásicos
estaba quedando atrás, y en la década de los 70 la casa se apoyaría más y más
en la violencia y el erotismo, y menos en las historias bien narradas y
personajes bien construidos. Gradualmente, los elegantes escotes dieron lugar a
desnudos frontales.
Hay una película que se sitúa justo en
el momento en que Hammer empieza a encaminarse a esa dirección, pero todavía
retiene mucho de lo que hizo su grandeza: The Vampire Lovers, de 1970.
Conocida en español como Las amantes vampiro y Amores vampiros,
se trata de una adaptación de Carmilla dirigida por Roy Ward Baker y,
como tal, es sorprendentemente fiel. No fue la primera; la antecede Et
mourir de plaisir (1960), película francesa de Roger Vadim que, como la
inmensa mayoría de adaptaciones de la novela de Le Fanu, se desvía abismalmente
del texto original. Si a ello le sumamos que Hammer tendía a hacer adaptaciones
muy libres de las obras literarias, esta película resulta una anomalía por
donde se le mire.
La cinta omite, añade y cambia, como en
cualquier adaptación, pero en general sigue fielmente los hechos narrados en la
novela. Por ejemplo, los nombres de los personajes Emma y Laura son
intercambiados por alguna razón. Si acaso, la peli peca de revelar el destino
de Laura y la naturaleza vampírica de Carmilla demasiado pronto, aunque por
otro lado eso ya no debía ser sorpresa para nadie. La mayor diferencia está en
que, donde Le Fanu sugiere, Baker te lo muestra todo. Es una película sumamente
erótica.
Ingrid Pitt sin duda fue una mujer
extraordinaria, que vivió de todo; de origen judío, sobrevivió al campo de
concentración nazi; se casó en la adolescencia con un soldado y se divorció a
los pocos años; vivió entre los indios americanos de quienes conoció sus
rituales mágicos; pasó de ser una humilde camarera en California a una scream
queen del cine de horror, y a una autora de éxito en sus últimas décadas de
vida. Y encima de todo era bellísima.
En The Vampire Lovers, Pitt
da vida a una sensual Carmilla; Madeline Smith interpreta a su amada y víctima,
la inocente Emma. Ambas actrices eran algo mayorcitas para el papel de
adolescentes, así que son presentadas como jóvenes adultas. Aún así, Pitt ya
tenía más de treinta años y la diferencia con la veinteañera Smith se nota
mucho. Tampoco se puede decir que las actuaciones sean excelentes…
En realidad, ésta no es precisamente una
gran película, pero es un producto fascinante. Tiene todo lo que hace
encantadoras a las obras más clásicas de Hammer Films, incluyendo al gran Peter
Cushing, a quien siempre es un placer ver en pantalla. Pero sí es más cutre de
lo usual, incluso para Hammer, y hay no pocos momentos de humor involuntario y
cosas que nomás quedaron bien chafas.
A todo ello viene a compensar el
erotismo de la cinta: es ex-qui-si-to. Lo suficientemente explícito para
estimular la imaginación, pero no tanto que se vuelva vulgar. Los besos y
mordidas que Carmilla le da a sus víctimas en el cuello y el pecho desnudo, son
capaces de hacer sentir escalofríos de sólo verlos. Además, la peli tiene el tino de
introducir a una tercera mujer para armar un triángulo erótico-amoroso, Mademoiselle
Perrodot (Kate O'Mara), la institutriz de Emma, quien también es seducida por Carmilla.
Alguna vez les hablé de la preeminencia
de la girl
on girl action en la cultura pop.
¿Por qué a los hombres heteros nos prende tanto ver o pensar en dos chicas
hermosas dándose cariño? Una respuesta tentativa es que nos permite erotizar al
máximo la figura femenina sin la intrusión de un elemento masculino.
Y he aquí el meollo de esta segunda
etapa nuestra: la explotación. El cachondeo lésbico tan explícito y bien
logrado en The Vampire Lovers existe para llamar la atención y despertar
el morbo, principalmente de hombres heterosexuales. La película no trataba de
fomentar la empatía hacia las mujeres que se enamoran de otras mujeres. No
quería crear consciencia de la dificultad con la que viven las personas LGTBQ+,
ni pretendía fomentar su aceptación en la sociedad. De toda una realidad
sumamente compleja, con todas sus emociones y dificultades, su belleza y sus
tragedias, la película toma sólo el cachondeo. Y eso aplica a prácticamente
todo material que explota el lesbianismo como elemento sensacionalista, desde
el porno a la publicidad.
Carmilla, completamente desnuda, correteando
a Emma por la habitación, era el siguiente paso en un largo recorrido que había
iniciado simplemente con escotes reveladores y que con cada paso se había
vuelto más atrevido. Esto no quiere decir que personas de cualquier género u
orientación no puedan apreciar los méritos estéticos de esas escenas, sino que,
como quiera, el enfoque es eminentemente androcéntrico.
Esto caracteriza a nuestra segunda etapa
en la historia de las vampiras lesbianas en la ficción. Vivimos en una doble
moral que permite que el entretenimiento se apropie de la parte erótica de la
experiencia lésbica y la explote para beneficio de un público principalmente
masculino y heterosexual; mientras al mismo tiempo se sigue discriminando a las
lesbianas reales en el mundo real.
El uso del lesbianismo como elemento
erótico explotable dominó las obras de vampiras lesbianas desde los 70 y a lo
largo de las décadas siguientes, en un espectro que va de lo sensualmente
sugerido a lo abiertamente pornográfico, y desde lo auténticamente artístico a
lo cínicamente sensacionalista. Esto incluye no sólo las múltiples adaptaciones
de Carmilla, sino toda una plétora de materiales. Desde las dos
sucesoras (no realmente secuelas) de The Vampire Lovers producidas por
Hammer, pasando por la horrenda Vampyros Lesbos del horrendo Jesús
Franco, y por Catherine Deneuve seduciendo a Susan Sarandon en The Hunger,
y hasta Monica Bellucci en la escena de las novias en Drácula de Francis
Ford Coppola, las vampiras lesbianas (o, muy a menudo, bisexuales) han estado
ahí para estimular las fantasías de los vatos básicos, yo entre ellos. Era ya
muy necesario un cambio de sensibilidades…
Tercera etapa
CARMILLA
En 2014 se estrenó en YouTube una serie
web creada por Jordan Hall, Steph Oaknine y Jay Bennett. Se tituló
sencillamente Carmilla, y estaba inspirada muy libremente en la novela
de Le Fanu, adaptada a un escenario contemporáneo. En esta serie, Laura y
Carmilla (interpretadas respectivamente por Elise Bauman y Natasha Negovanlis)
son compañeras de cuarto en la universidad, y junto a sus amigas tienen que
enfrentarse a una amenaza sobrenatural muy antigua.
El tono de la serie es cómico, con un
dejo de Buffy la Cazavampiros. Es divertidísima, con diálogos ingeniosos,
buenas actuaciones y muchas referencias a literatura y cine de horror clásico.
Además, se gana puntos de creatividad por estar hecha con bajísimo presupuesto:
gran parte de la serie es el videoblog de Laura y sólo se ve su dormitorio. El
resto es pura imaginación, en una experiencia muy cercana al teatro.
El encanto principal de la serie es la
relación entre la ingenua pero valiente Laura, y Carmilla, un poco el
estereotipo de chica gótica cínica pero que de fondo tiene un gran corazón. Por
supuesto, se hacen novias. Toda la serie es una celebración del amor diverso y cuenta
con un colorido reparto LGBTQ+. Señal de cómo han cambiado las cosas. Pueden verla aquí.
La web serie es una mención obligatoria,
pero quiero centrarme en una película también titulada Carmilla, de 2019,
y dirigida por Emily Harris (es la del póster que encabeza esta sección). Está muy bellamente filmada, con una dirección de
cámara y una fotografía excelentes que compensan el poco presupuesto con el que
trabajó la realizadora (hay pocos actores y menos locaciones). Además, tiene
una intrigante edición de sonido, en la que los ruidos de la naturaleza son
amplificados al máximo, creando una atmósfera casi psicodélica.
Como adaptación es bastante fiel del
libro de Le Fanu, pero con un enfoque completamente distinto. Aquí los
elementos sobrenaturales están sólo sugeridos, y se pone en duda si el supuesto
vampiro no estará simplemente en la imaginación supersticiosa de los
personajes. Uno de los mejores aspectos de la película es la construcción de
Lara (no Laura) como personaje, interpretada por Hannah Rae. A diferencia de la
heroína de Le Fanu, no es sólo una niña inocente que se deja llevar por las
circunstancias, sino una joven con mucha mayor agencia. Antes de la aparición
de Carmilla, Lara ya tiene una obsesión mórbida con libros de anatomía y
fantasea sexualmente con un hombre conocido.
Un detalle que me pareció brillante es
que, en esta adaptación, Lara es zurda, algo que en tiempos pasados era
considerado un defecto a ser corregido. Es más, en la primera escena vemos a la
institutriz amarrando el brazo izquierdo de Lara para obligarla a sólo usar el derecho,
como era la costumbre. Vamos, que no hace falta mucho análisis semiótico para
entender que todo esto se refiere a la sexualidad de Lara y a su represión por
parte de las normas sociales de la época. Hoy en día se compara el ser gay con
ser zurdo: algo que simplemente se es, pero que una sociedad llena de
prejuicios se niega a aceptar y se esfuerza por corregir.
Lo cual nos lleva al meollo de esta
adaptación cinematográfica. Carmilla, interpretada por Devrim Lingnau, es
misteriosa y hay algo de perturbador en su forma de ser. Pero si la cinta tiene
un villano, éste es la institutriz, Miss Fontaine, interpretada por Jessica Raine.
Fontaine es una mujer reprimida y represiva, obsesionada con corregir la
desviación. La cinta hace un paralelismo; tanto el rechazo a la mano izquierda
y el temor a los supuestos monstruos chupasangre, como la homofobia y lesbofobia,
son por igual supersticiones de tiempos oscuros.
El romance entre Lara y Carmilla ya no predatorio
como lo leíamos en la obra de Le Fanu, y no solamente es sexi, como nos lo
planteaba la versión de Hammer. Es hermoso, es tierno, y uno como espectador no
puede sino desear que las chicas logren escapar y amarse por siempre. Es decir,
esta reinterpretación moderna de la historia clásica nos da un mensaje muy
claro: los monstruos nunca han sido las personas que aman diferente, sino los
prejuicios que las oprimen y las violentan.
Es precisamente esta visión la que
caracteriza esta más reciente etapa en la historia de los amores vampíricos y
que es digna de celebrarse: estas historias funcionan ahora para reivindicar a
las mujeres que aman a otras mujeres y para denunciar al horror verdadero que
es la intolerancia. No es casualidad que Carmilla, tanto la serie web como
la película, sean creaciones de mujeres; son ellas reclamando las narrativas
sobre sí mismas, libres de la mirada masculina que había estado sobre ellas.
FIN
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