Cuando se habla de la desigualdad
económica creciente en el mundo contemporáneo, de las
vastas fortunas de los ultrarricos mientras millones viven en la pobreza,
no faltan quienes defienden o minimizan esta situación. Los argumentos
defensivos van desde el viejo mito de la meritocracia (“los multimillonarios
merecen lo que tienen”), del que ya hemos hablado en
otra parte, hasta afirmaciones en el tenor de “el problema no es la
desigualdad, sino la pobreza”, “la economía no es un juego de suma cero”, “la desigualdad
es positiva porque permite la innovación”, etcétera, todos con pretensiones de
ser muy objetivos y racionales.
En una
entrada anterior expuse cómo la acumulación de la riqueza en pocas manos
nos afecta directa e indirectamente en nuestros empleos, provocando que
trabajemos largas jornadas, sin prestaciones, con poco descanso y sueldos
insuficientes. En el siguiente ensayo trataré de echar luz obre algunas razones
por las cuales la desigualdad sí es un problema, basándome principalmente en los
siguientes textos: del analista político Nathan J. Robinson Why
Equality is Indispensable; de Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía,
en El
precio de la desigualdad; del economista Thomas Piketty Capital e ideología,
y
esta entrevista entre el músico Julian Casablancas y el profesor de
economía Richard Wolff.
I
Un argumento común dice que, si todas
las personas tienen la riqueza suficiente para vivir bien, ¿qué más da si
algunas tienen mucho más? El afán por la igualdad, al contrario, podría
terminar destruyendo la riqueza, para que todos quedaran iguales en la
pobreza. Ajá, teóricamente el 90% de la población podría ser millonaria y el
otro 10% podría ser billonaria; habría desigualdad, pero no pobreza. Pero el problema
es que en el mundo real hay gente extremadamente rica y masas pobres o
precarizadas, y una cosa está vinculada con la otra, porque al acaparar ese 1%
la mayor parte de la riqueza, ésta no llega hasta el porcentaje más pobre.
Es aquí donde reviran “la economía no
es un juego se suma cero”. Este concepto se refiere a un juego en el que
cada ganancia para un jugador resulta necesariamente una pérdida para otro. Un
juego que no es de suma cero es uno en el que un jugador puede tener más
ganancia que otro, sin que ello signifique pérdidas para éste.
O sea, Juan puede tener un huerto de
remolachas y producir 20 kilos de remolachas, mientras el huerto de Pedro puede
producir 50 kilos de remolachas. Pedro tiene más que Juan, pero su riqueza nada
le quita, y además Juan bien podría seguir creciendo. Va, eso está muy bien en teoría, pero en la
realidad no funciona así la cosa. No vivimos en un escenario en el que cada
quien gana lo que produce individualmente y es dueño de lo que usa para
producirlo, sino en un mundo en el que Pedro y Juan están interconectados
con miles y millones de personas más a través de relaciones económicas, y
muchas de esas relaciones son de subordinación.
En el mundo real, lo más probable es que
Pedro y Juan no serían dueños de sus propios huertos y que tendrían que pagar
una renta, y que no tuvieran más remedio que pagar lo que sea que el
terrateniente pida. Entonces el hecho de que el terrateniente tenga algo que
Pedro y Juan no tienen, es decir, que exista una desigualdad entre ellos,
provoca directamente que una parte de la riqueza que Pedro y Juan producen
tenga que ir al terrateniente, perpetuando esa desigualdad.
Además, como Pedro y Juan no pueden
comer sólo remolachas, sino que necesitan otras cosas para vivir, tienen que
vender sus remolachas a cambio de dinero para comprarse lo demás. Pero resulta
que el mercader que les compra las remolachas fija los precios, porque ha
creado un monopolio tras comprar o eliminar a los negocios competidores que no
llegaron a ser tan exitosos. Así, el mercader paga a nuestros amigos el mínimo
posible y ellos dos no tienen más remedio que aceptar.
Como Pedro produce un poco más de
remolachas, puede darse el lujo de contratar a un joven mozo, Pepito, que le
ayude a limpiar el huerto y cosechar las remolachas. Después de pagar al
terrateniente con lo poco que recibe del mercader, a Pedro no le queda mucho
para darle un buen sueldo a Pepito, aunque le da tanto como es posible, porque
es bien buena gente. Aún así, la desigualdad entre Pedro, el terrateniente y el
mercader contribuye a limitar la riqueza a la que Pepito podrá acceder.
Ya me prolongué demasiado en esta
metáfora, así que vamos al grano. Sí, la riqueza total que existe en el mundo
puede seguir creciendo, pero en un momento dado, esa riqueza es
limitada, y como es limitada, la que acapara el ultrarrico es la que no tienen
todos los demás. Y encima, de la riqueza que se sigue produciendo a cada
momento, el mayor porcentaje de todos modos va a parar hacia las mismas pocas
manos.
La riqueza excesiva de unos es una
causa directa de la pobreza de los demás,
porque esa pobreza podría ser aliviada en cualquier momento que los ultrarricos
así lo quisieran; porque podrían pagar a sus empleados más, pero si lo hicieran
no podrían comprarse islas en el Pacífico. Porque podrían pagar impuestos para redistribuir
esa riqueza en forma de, digamos, hospitales públicos, para que las personas no
se arruinen si sus familiares enferman de cáncer. Pero prefieren influir en los
gobiernos para que eso no pase.
¿Y por qué habrían de dar ese dinero, es
suyo por derecho? He ahí que de nuevo volvemos al
mito meritocrático. El punto es que, esa riqueza ha llegado hasta los
millonarios por factores que no siempre tienen que ver con el mérito personal,
sino que incluyen la herencia, el azar, las conexiones, y el hecho de que, ultimadamente,
la riqueza es producida por la labor de los trabajadores, pero los
dueños de las empresas se la apropian lo más que pueden y sólo devuelven a los
empleados el mínimo necesario en forma de salarios. Dice Richard Wolff:
“Tienes
literalmente cientos de miles de empleados de Amazon que están creando valor al
trabajar. El valor creado por esos trabajadores es mayor que el valor de lo que
les pagan como sueldo, y ese valor excedente, en un sistema capitalista, es
acumulado por el patrón.”
II
Otra cosa: la desigualdad económica
se traduce en desigualdad política. En teoría vivimos en una democracia, en
la que el voto de cada persona cuenta lo mismo que el de otra, sin importar su
clase social, género, raza, etc. Esta igualdad queda eliminada desde el momento
en que los ricos pueden influir en las decisiones de los políticos, a través
del cabildeo o financiando campañas, pues tienen un poder de negociación que no
cualquier ciudadano posee, y eso sin contar que pueden simplemente sobornar y
comprar funcionarios. Así, los más ricos pueden asegurarse de que la política
siempre esté trabajando a su favor. No es imposible oponerse a este poder, pero
resulta muy difícil, y eso termina haciendo a nuestra sociedad mucho menos
democrática. Robinson apunta:
“Es imposible
tener igualdad política mientras haya desigualdad económica. Cada persona puede
ser ‘igual ante la ley’, pero si una puede contratar un ejército de abogados y
l otra no, entonces las disputas en las cortes nunca serían equitativas. Si una
persona posee una cadena de televisión o es dueño de un sitio web, puede
usarlos para difundir sus opiniones políticas, mientras que una persona que
trabaja 12 horas al día no tiene tiempo siquiera para sostener una pancarta, el
que tengan igual libertad de expresión no significa gran cosa en la práctica.
La forma más obvia
en la que la desigualdad económica impide la igualdad política es en las
contribuciones a las campañas y el cabildeo. Pues incluso si en tu país todos
los candidatos son financiados públicamente, lo cierto es que los Bloomberg, Soros
y Koch del mundo tiene un poder único para hacer que sus voces sean escuchadas.”
Otro problema es que la desigualdad simplemente
es ineficiente. Cuando ésta aumenta disminuyen las oportunidades de movilidad
social, las crisis perjudican a los más pobres mientras dejan indemnes o hasta
benefician a los ricos, entre otros problemas. Stiglitz señala:
“La desigualdad reduce el crecimiento y la eficiencia. La falta de oportunidades implica que el activo más valioso con que cuenta la economía (su gente) no se aproveche del todo. Muchos de los que están en el fondo, o incluso en el medio, no pueden concretar todo su potencial, porque los ricos, que necesitan pocos servicios públicos y temen que un Gobierno fuerte redistribuya los ingresos, usan su influencia política para reducir impuestos y recortar el gasto público. Esto lleva a una subinversión en infraestructura, educación y tecnología, que frena los motores del crecimiento.”
No es menos importante que la
desigualdad provoca problemas sociales como el crimen y la violencia. No es de extrañar que hasta el FMI la reconoce como uno de los mayores retos del mundo contemporáneo. Dice
Wolff:
“Si permites esta
clase de diferencias en ingreso y riquezas, vas a hacer que tu sociedad se
desquebraje. No es un arreglo sostenible, por lo que, tarde o temprano, explota
en revoluciones, crimen, en todas las formas en las que la gente protesta. Individualmente,
colectivamente, porque se ha vuelto intolerable. Creo que vamos por ese camino.”
Un argumento más bien enrevesado a favor
de la desigualdad, y que veo muy repetido en redes sociales, es que gracias a
que hay gente que tiene más dinero que tú, nuevos productos que alguna vez
fueron de lujo ahora son de uso común. O sea, desde el automóvil hasta los
teléfonos celulares, pasando por las computadoras caseras a los hornos de
microondas, todos estos inventos fueron primero carísimos y sólo accesibles a
una élite. Pero fue gracias a que esa élite existía y podía pagarlos, que siguieron
produciéndose y poco a poco se fueron haciendo más baratos y accesibles para
todos los demás.
Digo que es algo bastante enrevesado de
decir, porque en realidad, no es un argumento a favor de la desigualdad, es un
argumento a favor de que haya gente con dinero suficiente para pagar por
productos tecnológicos novedosos (y muchos de los avances tecnológicos más
influyentes de nuestra época estuvieron financiados con dinero público). Nada
de esto sirve para justificar que el 1% más rico
posea el 46% de la riqueza mundial.
“Una marea alta levanta a todos los
barcos, lanchitas y yates por igual”, es un refrán que quiere decir que no
importa si algunos son más ricos que otros, ya que el sistema económico permite
que haya crecimiento, mismo que beneficia a todos de una forma u otra, y hasta
la gente pobre tiene hoy comodidades que hace 50 años no tenía (como celulares,
por ejemplo).
Eso está bien, pero sigue ignorando el
hecho de que el punto no es si la gente está mejor que ayer o si podría estar
mejor en el futuro si tiene paciencia: es que podría tener una mejor calidad
de vida y un montón de problemas menos ahora mismo, pero que eso no
sucede porque la distribución de la riqueza es desigual.
Asimismo, nos dicen que: la condición
natural del ser humano es la pobreza, porque nacemos desnudos y sin nada; que
excepto las tribus prehistóricas de cazadores y recolectores, todas las
sociedades humanas han sido desiguales; que es preferible vivir en una sociedad
desigual, pero en la que haya abundancia, que en una en la que todos sean
totalmente iguales, pero en la pobreza, etcétera. De nuevo, estas cosas pueden
ser verdad, pero no quitan el hecho de que, en este presente, la
sociedad podría ser mucho menos desigual y que eso sería lo mejor para las
mayorías, y que hay grupos oponiéndose a ello porque no les conviene.
III
Piketty no ha sido el primero en señalar algo en la línea del
siguiente párrafo; es un hecho bastante conocido por la historia, la sociología
y la antropología:
“Cada régimen
desigual reposa, en el fondo, sobre una teoría de la justicia. Las
desigualdades deben estar justificadas y apoyarse sobre una visión plausible y
coherente de la organización social y política ideales. Cada sociedad humana
debe justificar sus desigualdades: hay que encontrarles razones sin las cuales
todo el edificio político y social amenaza con derrumbarse. Cada época produce
así un conjunto de discursos e ideologías contradictorias que apuntan a
legitimar la desigualdad.”
Como ya vimos, cuando se habla de la desigualdad, la primera
defensa suele ser invocar a la meritocracia, tan común entre la gente de a pie,
a pesar de que se contradice por todo lo que sabemos en las ciencias sociales.
También les había platicado que el
punto de todo discurso conservador es justificar por qué en una sociedad
ciertos grupos tienen el poder y la riqueza, por qué lo merecen y cómo es
que ello nos beneficia a todos. De ahí que haya tantos videos de YouTube
diciendo que la desigualdad en realidad es buena y que la igualdad sería
injusta. Como no tienen muchas bases reales para construir sus argumentos,
suelen atacar hombres de paja, hacer analogías absurdas o imaginar escenarios
apocalípticos en los que toda la riqueza se reparte en partes iguales a cada
ser humano (o sea, cosas que nadie ha pedido).
La crítica de la desigualdad no dice que no existan situaciones
en las que una desigual recompensa sea justa entre individuos que pusieron
diferentes esfuerzos o que tienen distintas habilidades producto de
entrenamientos desigualmente rigurosos. Nadie está diciendo que se dé la misma
recompensa a dos trabajadores si uno se esforzó al máximo y el otro casi no hizo
nada, o que se le pague lo mismo a un neurocirujano que a alguien que atiende el
mostrador de una papelería.
Pero una y otra vez los defensores de la desigualdad presentan
situaciones en las que una recompensa desigual es obviamente justa, para luego hacer
salto gigante y decir “por eso está bien que Bill Gates tenga tanto dinero y tú
no”. No decimos que no debamos procurar ser meritocráticos en la medida de lo
posible, sino que hoy por hoy vivimos en un mundo que no es meritocrático.
No es cierto que cada quien gane lo que trabaje; Jeff Bezos no trabaja millones
de veces más duro que ningún otro ser humano. Sólo sucede que es reconocido
como el dueño legítimo de la riqueza que produce un esfuerzo colectivo
integrado por cientos de miles de personas. Nada justifica la atroz desigualdad
existente.
Cuando se critica la desigualdad o se aboga por la igualdad, muchas
personas, sobre todo en las que se identifican en las clases medias con vidas
relativamente cómodas, temen que se esté abogando por quitarles a ellas lo que
se han ganado con mucho trabajo, para dárselo a alguien más pobre. Pero
es que la mayoría de la gente no tiene noción de lo inmensa que es la
desigualdad económica hoy en día, ni de lo astronómicamente ricos que son
los ultrarricos, o de las masas que viven en la miseria.
Esta
gráfica interactiva permite darnos una idea. En ella, un pixel es igual a
mil dólares, un cuadradito es lo que gana una familia estadounidense promedio
en un año. Y una barra gigantesca por la que puedes escrolear y escrolear
representa la fortuna de Jeff Bezos: 185 mil millones de dólares. Como recorrer
toda la barra toma muchos minutos, además la gráfica nos va mostrando datos
como qué fracción de esa fortuna podríamos usar para dar casas a todas las
personas sin hogar, dar tratamiento a todos los pacientes de cáncer o acabar
con el hambre en mundo.
Imaginemos a una persona de lo que llamamos “clase media”; tiene una
profesión que requirió estudios universitarios, una casa propia con tres
habitaciones, dos autos en la cochera y dos hijos en escuela de paga. Hasta
puede permitirse pagar a una señora que va a hacer la limpieza dos veces por
semana. El señor o señora de la casa escucha “distribuir la riqueza” y se
imagina que le quitarán la mitad de sus propiedades para dársela a la señora de
la limpieza.
Pero lo cierto es que la cosa no va por allá: usted está más
cerca de tener lo mismo que tiene la empleada doméstica que de tener lo que
tienen Bill Gates o Carlos Slim. Es más, si a cualquiera de ellos (no
digamos a Bezos), les quitáramos dos millones de dólares, sus vidas no
cambiarían en lo más mínimo. En cambio, si a usted y a la señora que limpia le
diéramos un millón a cada uno, sus vidas cambiarían drásticamente, y además
quedarían ambos prácticamente iguales.
Por eso, reproches como “si tanto quieres distribuir la riqueza
regálele tu computadora a un pordiosero” son absurdos. Quieren hacerte sentir
que quitarle a los millonarios una parte de la riqueza que han acumulado sería
tan injusto como exigirte a ti que renuncies a algo tuyo para dárselo a
alguien más pobre, sin tener en cuenta que la acumulación de riquezas de las
élites no sólo es mucho mayor de lo que la gente común puede concebir, sino que
además no tiene razón de ser.
De hecho, se trata de infundir miedo para perpetuar el statu
quo. Quieren que defiendas tu lugar en la jerarquía, que defiendas la
desigualdad entre tú y una persona que está apenas un poco más abajo, porque
con ello estarás defendiendo el lugar de los que están en la punta de la
pirámide y la desigualdad que existe entre ellos y tú. Lo que no quieren que
sepas es que tanto tu vida como la de las personas que están debajo de ti
podría mejorar drásticamente si dejáramos de sostener esta pirámide.
IV
Bueno, y ¿cómo solucionamos este problema? Las respuestas que se
plantean varían mucho. Del lado de la socialdemocracia suele proponerse
que se aumenten los impuestos a los más ricos para financiar con ese dinero servicios
públicos de calidad como salud, vivienda, educación, infraestructura pública,
investigación científica, fomento a las artes, etcétera. Al mismo tiempo, que
se garanticen derechos laborales, tales como seguridad social, vacaciones,
fines de semana, permisos de maternidad y paternidad y buenos salarios. Esto es
lo que permite que países como los del norte de Europa sean tan prósperos con
relativamente poca desigualdad. Piketty propone de plano taxar el 90% de la riqueza de los milmillonarios y dar 120 mil euros a cada persona del mundo al cumplir los 25 años.
Del lado de los socialismos y anarquismos la propuesta va
todavía más lejos. En vez de distribuir la riqueza después de que haya
sido acumulada por la clase capitalista, lo que hay que hacer democratizar
la economía desde sus bases. Hoy tenemos un sistema monárquico y feudal en
las empresas, en que el patrón es amo y señor de sus trabajadores. En cambio,
debería ser que los trabajadores sean colectivamente los dueños de las empresas;
que cada persona que trabaje en una empresa sea dueña de una proporción de la
misma correspondiente a lo que hace ahí. Cómo sería esto es algo que ilustra el
economista Richard Wolff.
Proponer que toda la industria sea propiedad del estado y
todos los trabajadores sus empleados, al estilo del viejo comunismo del siglo
pasado, no es algo que mucha gente se tome en serio hoy en día, pues sabemos
que termina convirtiéndose en un capitalismo de estado. Lo menciono porque sé
que habrá gente que vendrá a decirme “¿preferirías haber vivido en la URSS o en
China o en Corea del Norte o…?”. A lo que respondo: no, a mí no. Yo no estoy
pidiendo eso, ve a pelearte por las virtudes del estalinismo con algún tanki.
Revisemos éstas y otras posturas para aprender a pensar más allá de lo que nos han vendido como el "sentido común". Sí, ninguna de estas soluciones es fácil de llevar a cabo y
presentan sus propios problemas que tendremos que discutir en otro momento: ¿cómo asegurar que
el dinero recabado por el gobierno a través de impuestos sea usado
correctamente para beneficio de la sociedad? ¿Cómo evitar que una élite burocrática termine suplantando a una élite empresarial? ¿Cómo le haremos para sustituir
las actuales corporaciones “feudales” con cooperativas igualitarias?
Pero ésas serán discusiones mucho más productivas que perder el
tiempo tratando de justificar la riqueza de Elon Musk o respondiendo con fábulas
acerca de cómo estaría mal ponerle la misma calificación a dos estudiantes si uno
trabaja mucho y el otro no hace nada, o sintiéndote muy listo al decir “¿pues
por qué no le regalas tu celular a los pobres?”. A estas alturas, hace mucho que
debimos haber dejado eso atrás.
FIN
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1 comentario:
“La economía no es un juego de suma cero”, dicen los mismos que proponen dilemas éticos absurdos como "¿A quién vas a salvar del tren, a los inmigrantes pobres o al multimillonario ultraconservador que es el único que tiene la cura contra el SIDA?".
En fin, la hipoalergénica.
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