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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

domingo, 22 de agosto de 2021

Por qué la desigualdad sí es un problema


Cuando se habla de la desigualdad económica creciente en el mundo contemporáneo, de las vastas fortunas de los ultrarricos mientras millones viven en la pobreza, no faltan quienes defienden o minimizan esta situación. Los argumentos defensivos van desde el viejo mito de la meritocracia (“los multimillonarios merecen lo que tienen”), del que ya hemos hablado en otra parte, hasta afirmaciones en el tenor de “el problema no es la desigualdad, sino la pobreza”, “la economía no es un juego de suma cero”, “la desigualdad es positiva porque permite la innovación”, etcétera, todos con pretensiones de ser muy objetivos y racionales.

 

En una entrada anterior expuse cómo la acumulación de la riqueza en pocas manos nos afecta directa e indirectamente en nuestros empleos, provocando que trabajemos largas jornadas, sin prestaciones, con poco descanso y sueldos insuficientes. En el siguiente ensayo trataré de echar luz obre algunas razones por las cuales la desigualdad sí es un problema, basándome principalmente en los siguientes textos: del analista político Nathan J. Robinson Why Equality is Indispensable; de Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía, en El precio de la desigualdad; del economista Thomas Piketty Capital e ideología, y esta entrevista entre el músico Julian Casablancas y el profesor de economía Richard Wolff.

 

I


Un argumento común dice que, si todas las personas tienen la riqueza suficiente para vivir bien, ¿qué más da si algunas tienen mucho más? El afán por la igualdad, al contrario, podría terminar destruyendo la riqueza, para que todos quedaran iguales en la pobreza. Ajá, teóricamente el 90% de la población podría ser millonaria y el otro 10% podría ser billonaria; habría desigualdad, pero no pobreza. Pero el problema es que en el mundo real hay gente extremadamente rica y masas pobres o precarizadas, y una cosa está vinculada con la otra, porque al acaparar ese 1% la mayor parte de la riqueza, ésta no llega hasta el porcentaje más pobre.

 

Es aquí donde reviran “la economía no es un juego se suma cero”. Este concepto se refiere a un juego en el que cada ganancia para un jugador resulta necesariamente una pérdida para otro. Un juego que no es de suma cero es uno en el que un jugador puede tener más ganancia que otro, sin que ello signifique pérdidas para éste.

 

O sea, Juan puede tener un huerto de remolachas y producir 20 kilos de remolachas, mientras el huerto de Pedro puede producir 50 kilos de remolachas. Pedro tiene más que Juan, pero su riqueza nada le quita, y además Juan bien podría seguir creciendo.  Va, eso está muy bien en teoría, pero en la realidad no funciona así la cosa. No vivimos en un escenario en el que cada quien gana lo que produce individualmente y es dueño de lo que usa para producirlo, sino en un mundo en el que Pedro y Juan están interconectados con miles y millones de personas más a través de relaciones económicas, y muchas de esas relaciones son de subordinación.

 


En el mundo real, lo más probable es que Pedro y Juan no serían dueños de sus propios huertos y que tendrían que pagar una renta, y que no tuvieran más remedio que pagar lo que sea que el terrateniente pida. Entonces el hecho de que el terrateniente tenga algo que Pedro y Juan no tienen, es decir, que exista una desigualdad entre ellos, provoca directamente que una parte de la riqueza que Pedro y Juan producen tenga que ir al terrateniente, perpetuando esa desigualdad.

 

Además, como Pedro y Juan no pueden comer sólo remolachas, sino que necesitan otras cosas para vivir, tienen que vender sus remolachas a cambio de dinero para comprarse lo demás. Pero resulta que el mercader que les compra las remolachas fija los precios, porque ha creado un monopolio tras comprar o eliminar a los negocios competidores que no llegaron a ser tan exitosos. Así, el mercader paga a nuestros amigos el mínimo posible y ellos dos no tienen más remedio que aceptar.

 

Como Pedro produce un poco más de remolachas, puede darse el lujo de contratar a un joven mozo, Pepito, que le ayude a limpiar el huerto y cosechar las remolachas. Después de pagar al terrateniente con lo poco que recibe del mercader, a Pedro no le queda mucho para darle un buen sueldo a Pepito, aunque le da tanto como es posible, porque es bien buena gente. Aún así, la desigualdad entre Pedro, el terrateniente y el mercader contribuye a limitar la riqueza a la que Pepito podrá acceder.

 


Ya me prolongué demasiado en esta metáfora, así que vamos al grano. Sí, la riqueza total que existe en el mundo puede seguir creciendo, pero en un momento dado, esa riqueza es limitada, y como es limitada, la que acapara el ultrarrico es la que no tienen todos los demás. Y encima, de la riqueza que se sigue produciendo a cada momento, el mayor porcentaje de todos modos va a parar hacia las mismas pocas manos.

 

La riqueza excesiva de unos es una causa directa de la pobreza de los demás, porque esa pobreza podría ser aliviada en cualquier momento que los ultrarricos así lo quisieran; porque podrían pagar a sus empleados más, pero si lo hicieran no podrían comprarse islas en el Pacífico. Porque podrían pagar impuestos para redistribuir esa riqueza en forma de, digamos, hospitales públicos, para que las personas no se arruinen si sus familiares enferman de cáncer. Pero prefieren influir en los gobiernos para que eso no pase.

 

¿Y por qué habrían de dar ese dinero, es suyo por derecho? He ahí que de nuevo volvemos al mito meritocrático. El punto es que, esa riqueza ha llegado hasta los millonarios por factores que no siempre tienen que ver con el mérito personal, sino que incluyen la herencia, el azar, las conexiones, y el hecho de que, ultimadamente, la riqueza es producida por la labor de los trabajadores, pero los dueños de las empresas se la apropian lo más que pueden y sólo devuelven a los empleados el mínimo necesario en forma de salarios. Dice Richard Wolff:

 

“Tienes literalmente cientos de miles de empleados de Amazon que están creando valor al trabajar. El valor creado por esos trabajadores es mayor que el valor de lo que les pagan como sueldo, y ese valor excedente, en un sistema capitalista, es acumulado por el patrón.”

 

II 


Otra cosa: la desigualdad económica se traduce en desigualdad política. En teoría vivimos en una democracia, en la que el voto de cada persona cuenta lo mismo que el de otra, sin importar su clase social, género, raza, etc. Esta igualdad queda eliminada desde el momento en que los ricos pueden influir en las decisiones de los políticos, a través del cabildeo o financiando campañas, pues tienen un poder de negociación que no cualquier ciudadano posee, y eso sin contar que pueden simplemente sobornar y comprar funcionarios. Así, los más ricos pueden asegurarse de que la política siempre esté trabajando a su favor. No es imposible oponerse a este poder, pero resulta muy difícil, y eso termina haciendo a nuestra sociedad mucho menos democrática. Robinson apunta:

 

“Es imposible tener igualdad política mientras haya desigualdad económica. Cada persona puede ser ‘igual ante la ley’, pero si una puede contratar un ejército de abogados y l otra no, entonces las disputas en las cortes nunca serían equitativas. Si una persona posee una cadena de televisión o es dueño de un sitio web, puede usarlos para difundir sus opiniones políticas, mientras que una persona que trabaja 12 horas al día no tiene tiempo siquiera para sostener una pancarta, el que tengan igual libertad de expresión no significa gran cosa en la práctica.

 

La forma más obvia en la que la desigualdad económica impide la igualdad política es en las contribuciones a las campañas y el cabildeo. Pues incluso si en tu país todos los candidatos son financiados públicamente, lo cierto es que los Bloomberg, Soros y Koch del mundo tiene un poder único para hacer que sus voces sean escuchadas.”

 


Otro problema es que la desigualdad simplemente es ineficiente. Cuando ésta aumenta disminuyen las oportunidades de movilidad social, las crisis perjudican a los más pobres mientras dejan indemnes o hasta benefician a los ricos, entre otros problemas. Stiglitz señala:

 

“La desigualdad reduce el crecimiento y la eficiencia. La falta de oportunidades implica que el activo más valioso con que cuenta la economía (su gente) no se aproveche del todo. Muchos de los que están en el fondo, o incluso en el medio, no pueden concretar todo su potencial, porque los ricos, que necesitan pocos servicios públicos y temen que un Gobierno fuerte redistribuya los ingresos, usan su influencia política para reducir impuestos y recortar el gasto público. Esto lleva a una subinversión en infraestructura, educación y tecnología, que frena los motores del crecimiento.”

 

No es menos importante que la desigualdad provoca problemas sociales como el crimen y la violencia. No es de extrañar que hasta el FMI la reconoce como uno de los mayores retos del mundo contemporáneo. Dice Wolff:

 

“Si permites esta clase de diferencias en ingreso y riquezas, vas a hacer que tu sociedad se desquebraje. No es un arreglo sostenible, por lo que, tarde o temprano, explota en revoluciones, crimen, en todas las formas en las que la gente protesta. Individualmente, colectivamente, porque se ha vuelto intolerable. Creo que vamos por ese camino.”

 


Un argumento más bien enrevesado a favor de la desigualdad, y que veo muy repetido en redes sociales, es que gracias a que hay gente que tiene más dinero que tú, nuevos productos que alguna vez fueron de lujo ahora son de uso común. O sea, desde el automóvil hasta los teléfonos celulares, pasando por las computadoras caseras a los hornos de microondas, todos estos inventos fueron primero carísimos y sólo accesibles a una élite. Pero fue gracias a que esa élite existía y podía pagarlos, que siguieron produciéndose y poco a poco se fueron haciendo más baratos y accesibles para todos los demás.

 

Digo que es algo bastante enrevesado de decir, porque en realidad, no es un argumento a favor de la desigualdad, es un argumento a favor de que haya gente con dinero suficiente para pagar por productos tecnológicos novedosos (y muchos de los avances tecnológicos más influyentes de nuestra época estuvieron financiados con dinero público). Nada de esto sirve para justificar que el 1% más rico posea el 46% de la riqueza mundial.

 

“Una marea alta levanta a todos los barcos, lanchitas y yates por igual”, es un refrán que quiere decir que no importa si algunos son más ricos que otros, ya que el sistema económico permite que haya crecimiento, mismo que beneficia a todos de una forma u otra, y hasta la gente pobre tiene hoy comodidades que hace 50 años no tenía (como celulares, por ejemplo).

 


Eso está bien, pero sigue ignorando el hecho de que el punto no es si la gente está mejor que ayer o si podría estar mejor en el futuro si tiene paciencia: es que podría tener una mejor calidad de vida y un montón de problemas menos ahora mismo, pero que eso no sucede porque la distribución de la riqueza es desigual.

 

Asimismo, nos dicen que: la condición natural del ser humano es la pobreza, porque nacemos desnudos y sin nada; que excepto las tribus prehistóricas de cazadores y recolectores, todas las sociedades humanas han sido desiguales; que es preferible vivir en una sociedad desigual, pero en la que haya abundancia, que en una en la que todos sean totalmente iguales, pero en la pobreza, etcétera. De nuevo, estas cosas pueden ser verdad, pero no quitan el hecho de que, en este presente, la sociedad podría ser mucho menos desigual y que eso sería lo mejor para las mayorías, y que hay grupos oponiéndose a ello porque no les conviene.

 

III


Piketty no ha sido el primero en señalar algo en la línea del siguiente párrafo; es un hecho bastante conocido por la historia, la sociología y la antropología:

 

“Cada régimen desigual reposa, en el fondo, sobre una teoría de la justicia. Las desigualdades deben estar justificadas y apoyarse sobre una visión plausible y coherente de la organización social y política ideales. Cada sociedad humana debe justificar sus desigualdades: hay que encontrarles razones sin las cuales todo el edificio político y social amenaza con derrumbarse. Cada época produce así un conjunto de discursos e ideologías contradictorias que apuntan a legitimar la desigualdad.”

 

Como ya vimos, cuando se habla de la desigualdad, la primera defensa suele ser invocar a la meritocracia, tan común entre la gente de a pie, a pesar de que se contradice por todo lo que sabemos en las ciencias sociales.

 

También les había platicado que el punto de todo discurso conservador es justificar por qué en una sociedad ciertos grupos tienen el poder y la riqueza, por qué lo merecen y cómo es que ello nos beneficia a todos. De ahí que haya tantos videos de YouTube diciendo que la desigualdad en realidad es buena y que la igualdad sería injusta. Como no tienen muchas bases reales para construir sus argumentos, suelen atacar hombres de paja, hacer analogías absurdas o imaginar escenarios apocalípticos en los que toda la riqueza se reparte en partes iguales a cada ser humano (o sea, cosas que nadie ha pedido).

 


La crítica de la desigualdad no dice que no existan situaciones en las que una desigual recompensa sea justa entre individuos que pusieron diferentes esfuerzos o que tienen distintas habilidades producto de entrenamientos desigualmente rigurosos. Nadie está diciendo que se dé la misma recompensa a dos trabajadores si uno se esforzó al máximo y el otro casi no hizo nada, o que se le pague lo mismo a un neurocirujano que a alguien que atiende el mostrador de una papelería.

 

Pero una y otra vez los defensores de la desigualdad presentan situaciones en las que una recompensa desigual es obviamente justa, para luego hacer salto gigante y decir “por eso está bien que Bill Gates tenga tanto dinero y tú no”. No decimos que no debamos procurar ser meritocráticos en la medida de lo posible, sino que hoy por hoy vivimos en un mundo que no es meritocrático. No es cierto que cada quien gane lo que trabaje; Jeff Bezos no trabaja millones de veces más duro que ningún otro ser humano. Sólo sucede que es reconocido como el dueño legítimo de la riqueza que produce un esfuerzo colectivo integrado por cientos de miles de personas. Nada justifica la atroz desigualdad existente.

 

Cuando se critica la desigualdad o se aboga por la igualdad, muchas personas, sobre todo en las que se identifican en las clases medias con vidas relativamente cómodas, temen que se esté abogando por quitarles a ellas lo que se han ganado con mucho trabajo, para dárselo a alguien más pobre. Pero es que la mayoría de la gente no tiene noción de lo inmensa que es la desigualdad económica hoy en día, ni de lo astronómicamente ricos que son los ultrarricos, o de las masas que viven en la miseria.

 


Esta gráfica interactiva permite darnos una idea. En ella, un pixel es igual a mil dólares, un cuadradito es lo que gana una familia estadounidense promedio en un año. Y una barra gigantesca por la que puedes escrolear y escrolear representa la fortuna de Jeff Bezos: 185 mil millones de dólares. Como recorrer toda la barra toma muchos minutos, además la gráfica nos va mostrando datos como qué fracción de esa fortuna podríamos usar para dar casas a todas las personas sin hogar, dar tratamiento a todos los pacientes de cáncer o acabar con el hambre en mundo.

 

Imaginemos a una persona de lo que llamamos “clase media”; tiene una profesión que requirió estudios universitarios, una casa propia con tres habitaciones, dos autos en la cochera y dos hijos en escuela de paga. Hasta puede permitirse pagar a una señora que va a hacer la limpieza dos veces por semana. El señor o señora de la casa escucha “distribuir la riqueza” y se imagina que le quitarán la mitad de sus propiedades para dársela a la señora de la limpieza.

 

Pero lo cierto es que la cosa no va por allá: usted está más cerca de tener lo mismo que tiene la empleada doméstica que de tener lo que tienen Bill Gates o Carlos Slim. Es más, si a cualquiera de ellos (no digamos a Bezos), les quitáramos dos millones de dólares, sus vidas no cambiarían en lo más mínimo. En cambio, si a usted y a la señora que limpia le diéramos un millón a cada uno, sus vidas cambiarían drásticamente, y además quedarían ambos prácticamente iguales.

 


Por eso, reproches como “si tanto quieres distribuir la riqueza regálele tu computadora a un pordiosero” son absurdos. Quieren hacerte sentir que quitarle a los millonarios una parte de la riqueza que han acumulado sería tan injusto como exigirte a ti que renuncies a algo tuyo para dárselo a alguien más pobre, sin tener en cuenta que la acumulación de riquezas de las élites no sólo es mucho mayor de lo que la gente común puede concebir, sino que además no tiene razón de ser.

 

De hecho, se trata de infundir miedo para perpetuar el statu quo. Quieren que defiendas tu lugar en la jerarquía, que defiendas la desigualdad entre tú y una persona que está apenas un poco más abajo, porque con ello estarás defendiendo el lugar de los que están en la punta de la pirámide y la desigualdad que existe entre ellos y tú. Lo que no quieren que sepas es que tanto tu vida como la de las personas que están debajo de ti podría mejorar drásticamente si dejáramos de sostener esta pirámide.

 

IV


Bueno, y ¿cómo solucionamos este problema? Las respuestas que se plantean varían mucho. Del lado de la socialdemocracia suele proponerse que se aumenten los impuestos a los más ricos para financiar con ese dinero servicios públicos de calidad como salud, vivienda, educación, infraestructura pública, investigación científica, fomento a las artes, etcétera. Al mismo tiempo, que se garanticen derechos laborales, tales como seguridad social, vacaciones, fines de semana, permisos de maternidad y paternidad y buenos salarios. Esto es lo que permite que países como los del norte de Europa sean tan prósperos con relativamente poca desigualdad. Piketty propone de plano taxar el 90% de la riqueza de los milmillonarios y dar 120 mil euros a cada persona del mundo al cumplir los 25 años. 

 

Del lado de los socialismos y anarquismos la propuesta va todavía más lejos. En vez de distribuir la riqueza después de que haya sido acumulada por la clase capitalista, lo que hay que hacer democratizar la economía desde sus bases. Hoy tenemos un sistema monárquico y feudal en las empresas, en que el patrón es amo y señor de sus trabajadores. En cambio, debería ser que los trabajadores sean colectivamente los dueños de las empresas; que cada persona que trabaje en una empresa sea dueña de una proporción de la misma correspondiente a lo que hace ahí. Cómo sería esto es algo que ilustra el economista Richard Wolff.

 

Proponer que toda la industria sea propiedad del estado y todos los trabajadores sus empleados, al estilo del viejo comunismo del siglo pasado, no es algo que mucha gente se tome en serio hoy en día, pues sabemos que termina convirtiéndose en un capitalismo de estado. Lo menciono porque sé que habrá gente que vendrá a decirme “¿preferirías haber vivido en la URSS o en China o en Corea del Norte o…?”. A lo que respondo: no, a mí no. Yo no estoy pidiendo eso, ve a pelearte por las virtudes del estalinismo con algún tanki.

 


Revisemos éstas y otras posturas para aprender a pensar más allá de lo que nos han vendido como el "sentido común". Sí, ninguna de estas soluciones es fácil de llevar a cabo y presentan sus propios problemas que tendremos que discutir en otro momento: ¿cómo asegurar que el dinero recabado por el gobierno a través de impuestos sea usado correctamente para beneficio de la sociedad? ¿Cómo evitar que una élite burocrática termine suplantando a una élite empresarial? ¿Cómo le haremos para sustituir las actuales corporaciones “feudales” con cooperativas igualitarias?

 

Pero ésas serán discusiones mucho más productivas que perder el tiempo tratando de justificar la riqueza de Elon Musk o respondiendo con fábulas acerca de cómo estaría mal ponerle la misma calificación a dos estudiantes si uno trabaja mucho y el otro no hace nada, o sintiéndote muy listo al decir “¿pues por qué no le regalas tu celular a los pobres?”. A estas alturas, hace mucho que debimos haber dejado eso atrás.

FIN

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1 comentario:

Ognimod dijo...

“La economía no es un juego de suma cero”, dicen los mismos que proponen dilemas éticos absurdos como "¿A quién vas a salvar del tren, a los inmigrantes pobres o al multimillonario ultraconservador que es el único que tiene la cura contra el SIDA?".

En fin, la hipoalergénica.

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