Sweet Tooth: Nada volverá a ser normal - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

miércoles, 4 de agosto de 2021

Sweet Tooth: Nada volverá a ser normal

Diarios de la pandemia es una bitácora de la crisis de Covid-19, una crónica de la realidad a través de la ficción. Esta entrada es del 4 de agosto de 2021.


Nada había de normal en esa enfermedad y la vida nunca volvería a ser normal otra vez.

 

Ésa es una de las primeras líneas enunciadas en la serie Sweet Tooth, basada en el cómic del mismo nombre creado por Jeff Lemire. Cuenta con una primera temporada estrenada este 2021, que fue muy bien recibida por la crítica y el público, por lo que una segunda ya se ha anunciado.

 

La serie transcurre en un escenario postapocalíptico, después de que una pandemia letal acabara con gran parte de la población humana. Pero eso no es lo más raro, sino que al mismo tiempo que estallaba esta enfermedad, todos los bebés del mundo empezaron a nacer con una extraña condición: eran híbridos, parte humano, parte animal. El mundo se llenó de niños gato, niños ardilla, niños ave, niños lagarto, etcétera. Algunas personas consideraron a los híbridos como un milagro; otras, una maldición, la causa, o quizá la consecuencia, de la enfermedad.

 

Diez años más tarde, algunos sobrevivientes humanos se las arreglan en grupos pequeños desperdigados, como la comunidad suburbana en donde sobreviven el doctor Aditya Singh (Adeel Akhtar) y su esposa Rani (Aliza Vellani). La mayoría de los niños híbridos se volvieron ferales, abandonados por sus padres, o dejados en la orfandad por la pandemia, y son cazados porque los humanos los culpan por la enfermedad o que quieren experimentar con ellos. Algunos niños han encontrado un refugio con una bondadosa y valiente mujer llamada Aimee Eden (Dania Ramírez).

 


Por su parte, un grupo paramilitar conocido como los Últimos Hombres se ha convertido en la única fuerza organizada, y su líder, el general Abbott (Neil Sandilands), está empeñado en exterminar a los híbridos y obtener el control de la única cura posible a la enfermedad. Estas fuerzas son resistidas por el Ejército Animal, dirigido por la Osa (Stefania LaVie Owen). Se trata de una guerrilla de adolescentes humanos que adoptan avatares animales y se entrenan en una suerte de realidad virtual con ecos de Fortnight.

 

En este mundo tan extraño aparece nuestro protagonista es Gus (Christian Convery), un niño híbrido mitad ciervo. Criado por su padre (Will Forte) en una cabaña en medio del bosque, no conoce el mundo exterior ni los peligros que habitan en él, hasta que esos mismos peligros se acercan a su refugio y entonces se ve obligado a salir. Por suerte, contará con la guía y el cuidado de Tommy (Nonso Anozie), un solitario veterano, endurecido por un pasado trágico, pero con un buen corazón.

 

No he leído el cómic en el que se basa esta serie, pero tengo entendido que su tono es mucho más oscuro y que los acontecimientos son todavía más extraños. Leí que Jeff Lemire, su creador, estaba de acuerdo con el cambio de tono, porque cree que, desde que inició con el cómic en 2009, la cultura pop se ha saturado con historias postapocalípticas demasiado oscuras.

 


En sí, Sweet Tooth no tiene mucho que no hayamos visto un millón de veces. El escenario postapocalíptico, con todo y su milicia de fanáticos cuasi fascistas que ejercen un reino de terror sobre los demás, está muy visto. Lo mismo podemos decir de la dinámica en la que un guerrero aparentemente duro y frío se encariña con un niño al cual protege y adopta como suyo. El uso de seres de fantasía para hacer comentarios sobre el racismo y la intolerancia es ya un lugar común. En fin, desde que empecé a verla me vinieron a la mente series y películas como The Walking Dead, Logan, Children of Men, The Road, Twelve Monkeys, la nueva trilogía de Planet of the Apes o hasta The Mandalorian.

 

Pero Sweet Tooth organiza todos estos elementos de tal forma que, a pesar de su familiaridad, se siente fresca. Tiene buenos personajes interpretados de forma excelente, una producción impecable y algunos escenarios maravillosos. Hay suspenso cuando debe haberlo y es capaz de conmover cuando se lo propone. El villano es uno de los más perversos y odiosos que he visto recientemente.

 

Ahora, si llegaron hasta aquí, quizá sabrán que lo que más me interesa de este tipo de obras es cómo podemos relacionarlas con los tiempos en que vivimos y qué reflexiones podemos extraer de ellas. Pues de eso se trata la serie Diarios de la Pandemia, de la que este breve ensayo forma parte.

 

Precisamente, uno de los aspectos más destacables de Sweet Tooth es que fue producida en su mayor parte cuando la pandemia de Covid-19 ya había iniciado, y se estrenó a principios de 2021, cuando ya estábamos bien metidos en la dinámica de sobrevivir al fin del mundo. De todos los libros y películas pandémicas que he reseñado en este tiempo, ésta es la primera obra que en su realización recibió influencias de la crisis que estamos viviendo y que incluye referencias a ella.

 


Así, veremos imágenes muy familiares, como el uso masivo de cubrebocas (y a quienes se los hacen personalizados o de lujo), letreros que piden guardar la sana distancia, aplicadores de gel antibacterial a la entrada de cada lugar, empleados de salubridad desinfectando áreas con ayuda de drones… Tampoco falta el negacionista conspiranoico que cree que eso de “usar máscaras” es un intento del gobierno para someter a la gente bajo su control o que los desinfectantes son más peligrosos que el virus.

 

Leyendo por ahí me he topado con la opinión de que relacionar esta fantasía a nuestra cruda realidad es insensible y de mal gusto. Muchas personas han muerto o han sufrido terriblemente a causa de esta pandemia y no es para tomársela a la ligera convirtiéndola en parte de algo tan superfluo como una serie de TV. Yo, al contrario, pienso que ése fue un gran acierto. La mejor fantasía no es de evasión, sino que sirve para confrontarnos con nuestra realidad, en este caso, el hecho de que no podremos volver a una normalidad anterior a la pandemia, que ésta se nos presentará en todas partes, incluso en nuestra ficción.


Cuando se habla de la imposibilidad de “volver a la normalidad” se presentan dos posturas básicas. La primera nos dice que no podemos esperar a que el virus desaparezca para regresar a nuestras dinámicas usuales producción, trabajo, consumo, estudio e interacción social, sino que debemos aceptar que a partir de ahora la enfermedad nos acompañará. La propuesta es seguir con aquellas dinámicas de siempre, pero asumiendo sin cobardía que el virus está siempre con nosotros, a lo mucho adoptando medidas preventivas, pero que no disrumpan nuestras actividades, que deben ser lo más parecidas posibles a como eran antes de la pandemia.

 


Otras personas pensamos que, por el contrario, lo que debemos hacer es precisamente cambiar todas esas dinámicas y hacer transformaciones radicales en nuestras formas de organizarnos, de gobernarnos, de planificar nuestras acciones y de distribuir los recursos, de forma que nadie tenga que arriesgar la salud innecesariamente, no sólo por este virus, sino por las futuras posibles pandemias y por la crisis climática que ya está sobre nosotros. Como se ha vuelto lema: no podemos volver a la normalidad porque la normalidad era el problema.

 

A lo largo de la primera temporada de Sweet Tooth, diversos personajes nos lo dicen, el mundo antes de la pandemia estaba enfermo: había violencia, injusticia y desigualdad, y la naturaleza estaba siendo destruida. Algunos grupos se aferran a la idea de esa normalidad, como la comunidad suburbana donde viven los Singh. Pero pronto descubrimos que esa apariencia de vida clasemediera se sostiene en acciones inhumanas y una covigilancia opresiva que erosiona la confianza entre los vecinos. Es una ilusión de normalidad forzada mediante la violencia.

 

Del otro lado, la guerrilla adolescente del Ejército Animal aspira a un futuro distinto. Estos jóvenes están convencidos de que la enfermedad vino a liberar al mundo de un orden fundamentalmente malvado, creación de las generaciones mayores. Los niños híbridos, esperan, heredarán la Tierra para convertirla en un lugar mejor. Entonces, en su papel como luchadores de una generación intermedia, asumen que su misión es defender a los híbridos de los adultos para que esa transición sea posible.

 


Sin perder el tiempo en demarcaciones arbitrarias y esencialistas entre generaciones (boomers, genxers, millennials y zoomers), lo cierto es que hay un sentimiento generalizado entre los más jóvenes de rencor contra los mayores, que les están heredando una naturaleza agonizante, una economía caótica y una sociedad desigual. Las antiguas formas, sienten, ya no tienen lugar en este mundo, pero mientras esas viejas generaciones y su cosmovisión sigan en el poder, nada cambiará. Cuando irrumpió el coronavirus, hasta se le llamó boomer remover, porque los más vulnerables eran entonces los adultos mayores.

 

Los Últimos Hombres del general Abbott también pretenden establecer un nuevo orden, pero su visión es diametralmente opuesta a la del Ejército Animal. Quieren una sociedad rígidamente jerarquizada, a la manera de un ejército, en la que se primen valores como la disciplina, la obediencia y la fuerza, y se destierren a la debilidad y la misericordia. Su visión también incluye una obsesión con la pureza humana, por lo que persiguen el exterminio de los híbridos, a los que no consideran humanos. Tenemos aquí, pues, al viejo fascismo con todas sus características principales.

 

Decíamos que grupos villanescos así son ya un cliché en la ficción postapocalíptica, pero eso no significa que no se trate de un tropo con fundamento en la realidad. En Estados Unidos, las milicias armadas de extrema derecha han formado parte de la vida política desde el final de la Guerra Civil, pero han experimentado un resurgimiento en los últimos años, en especial a partir de la presidencia de Donald Trump y de, adivinaron, el inicio de la pandemia por Covid-19.

 


En 2020 varios de estos grupúsculos se pasearon armados por las calles de las ciudades, protestando contra las medidas de cuarentena o intimidando a los que participaban en las manifestaciones antirracistas de Black Lives Matter. Algunos de sus miembros cometieron varios actos de violencia contra manifestantes y policías. A estas milicias las une ladesconfianza al gobierno federal, la creencia fundamentalista en el derecho a portar armas y el supremacismo racial más o menos abierto. Podrán no ser tan competentes como los Últimos Hombres, pero el parecido salta a la vista.

 

No se necesita ser parte de una milicia cuasi fascista para sentir un odio como el que Abbott profesa contra los niños híbridos. A lo largo de la historia, algunos grupos han deshumanizado a los otros, negándose a reconocerlos como dignos de respeto, derechos o libertad. A quien no es humano, o que por lo menos no es tan humano como yo, es legítimo violentarlo, esclavizarlo o matarlo.

 

Cuando la pandemia estalló, una buena parte del discurso se ha centrado en culpar a China de esta catástrofe, incluso llamando al Covid “el virus chino”. Esto ocasionó en algunos países, pero principalmente en Estados Unidos, una oleada de crímenes de odio contra personas no sólo de origen chino, sino asiático en general. Cualquiera con rasgos orientales era tratado como si por ese mero hecho fuera portador de la enfermedad, o incluso culpable de ella. Una vez más vemos el paralelismo con Sweet Tooth: en situaciones de crisis se deshumaniza a quien es diferente y se le culpa de los males de una sociedad.

 


No seré yo quien cante las alabanzas del régimen chino, a todas luces despótico, ni excuse sus negligencias, pero tampoco se puede negar que la insistencia culpar a China tiene mucho de racista. Si nos fijamos, el discurso se ha centrado en catalogar a este pueblo como sucio y salvaje, comiendo animales que no se deberían comer y además en condiciones insalubres. Este discurso no ha sido exclusivo de marginales de extrema derecha.

 

Con la atención puesta en este chivo expiatorio, no es necesario pensar en otros factores. Por ejemplo, que la destrucción de los ecosistemas que nos pone en contacto con patógenos otrora aislados no es exclusiva de ningún país o pueblo. O que la codicia de los adinerados obligó a los trabajadores a seguir operando en vez de irse a cuarentena con goce de sueldo. O que la insuficiente inversión en sistemas de salud pública en todo el mundo deja vulnerables a millones que no pueden pagar servicios médicos privados. En fin, que es más fácil satanizar a una nacionalidad o grupo racial que darnos cuenta que lo que pasó es que nuestra normalidad no era sostenible.

 

¿Quién creará una nueva normalidad que sí lo sea? En Sweet Tooth el Ejército Animal espera que los híbridos suplanten a la raza humana, y creo que la serie se encamina para allá. Estos niños tienen tanta inteligencia como nosotros, pero su disposición es más noble y además están conectados con la naturaleza de una forma más armónica. Tienen, pues, lo mejor de dos mundos.

 


Sin embargo, la realidad no podemos esperar a que una nueva especie tome nuestro lugar y arregle todo. La urgencia de las crisis que tenemos frente a nosotros nos deja poco tiempo para actuar. No existen los híbridos ni existirán jamás, porque son seres de fantasía. Sin embargo, los seres humanos tenemos la capacidad de aprender y de cambiar. El prodigioso desarrollo de la humanidad en su historia y la casi infinita diversidad de nuestras culturas son muestra de que no tenemos un destino fijo e inamovible.

 

Podemos enseñarnos a nosotros mismos a ser más como esos niños híbridos, más empáticos, más generosos y solidarios. Podemos dar la espalda a las viejas formas que han llevado al mundo a su límite. Creo que las generaciones que se encargarán de eso ya están aquí, para irritación de los Abbott del mundo, que serán derrotados y sustituidos por ellos.

FIN

Este texto forma parte de la serie Diarios de la Pandemia, en el que partimos de obras narrativas para reflexionar sobre la crisis que hemos estado viviendo. Otras obras analizadas incluyen:

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