Nada había de normal en esa
enfermedad y la vida nunca volvería a ser normal otra vez.
Ésa es una de las primeras líneas
enunciadas en la serie Sweet Tooth, basada en el cómic del mismo nombre
creado por Jeff Lemire. Cuenta con una primera temporada estrenada este 2021, que
fue muy bien recibida por la crítica y el público, por lo que una segunda ya se
ha anunciado.
La serie transcurre en un escenario postapocalíptico,
después de que una pandemia letal acabara con gran parte de la población humana.
Pero eso no es lo más raro, sino que al mismo tiempo que estallaba esta
enfermedad, todos los bebés del mundo empezaron a nacer con una extraña
condición: eran híbridos, parte humano, parte animal. El mundo se llenó de
niños gato, niños ardilla, niños ave, niños lagarto, etcétera. Algunas personas
consideraron a los híbridos como un milagro; otras, una maldición, la causa, o
quizá la consecuencia, de la enfermedad.
Diez años más tarde, algunos
sobrevivientes humanos se las arreglan en grupos pequeños desperdigados, como
la comunidad suburbana en donde sobreviven el doctor Aditya Singh (Adeel
Akhtar) y su esposa Rani (Aliza Vellani). La mayoría de los niños híbridos se
volvieron ferales, abandonados por sus padres, o dejados en la orfandad por la
pandemia, y son cazados porque los humanos los culpan por la enfermedad o que quieren
experimentar con ellos. Algunos niños han encontrado un refugio con una
bondadosa y valiente mujer llamada Aimee Eden (Dania Ramírez).
Por su parte, un grupo paramilitar
conocido como los Últimos Hombres se ha convertido en la única fuerza
organizada, y su líder, el general Abbott (Neil Sandilands), está empeñado en
exterminar a los híbridos y obtener el control de la única cura posible a la
enfermedad. Estas fuerzas son resistidas por el Ejército Animal, dirigido por
la Osa (Stefania LaVie Owen). Se trata de una guerrilla de adolescentes humanos
que adoptan avatares animales y se entrenan en una suerte de realidad virtual
con ecos de Fortnight.
En este mundo tan extraño aparece nuestro
protagonista es Gus (Christian Convery), un niño híbrido mitad ciervo. Criado por
su padre (Will Forte) en una cabaña en medio del bosque, no conoce el mundo
exterior ni los peligros que habitan en él, hasta que esos mismos peligros se
acercan a su refugio y entonces se ve obligado a salir. Por suerte, contará con
la guía y el cuidado de Tommy (Nonso Anozie), un solitario veterano, endurecido
por un pasado trágico, pero con un buen corazón.
No he leído el cómic en el que se basa
esta serie, pero tengo entendido que su tono es mucho más oscuro y que los
acontecimientos son todavía más extraños. Leí que Jeff Lemire, su creador,
estaba de acuerdo con el cambio de tono, porque cree que, desde que inició con
el cómic en 2009, la cultura pop se ha saturado con historias postapocalípticas
demasiado oscuras.
En sí, Sweet Tooth no tiene mucho
que no hayamos visto un millón de veces. El escenario postapocalíptico, con todo
y su milicia de fanáticos cuasi fascistas que ejercen un reino de terror sobre
los demás, está muy visto. Lo mismo podemos decir de la dinámica en la que un
guerrero aparentemente duro y frío se encariña con un niño al cual protege y
adopta como suyo. El uso de seres de fantasía para hacer comentarios sobre el
racismo y la intolerancia es ya un lugar común. En fin, desde que empecé a
verla me vinieron a la mente series y películas como The Walking Dead, Logan,
Children of Men, The Road, Twelve Monkeys, la nueva
trilogía de Planet of the Apes o hasta The Mandalorian.
Pero Sweet Tooth organiza todos estos
elementos de tal forma que, a pesar de su familiaridad, se siente fresca. Tiene
buenos personajes interpretados de forma excelente, una producción impecable y
algunos escenarios maravillosos. Hay suspenso cuando debe haberlo y es capaz de
conmover cuando se lo propone. El villano es uno de los más perversos y odiosos
que he visto recientemente.
Ahora, si llegaron hasta aquí, quizá
sabrán que lo que más me interesa de este tipo de obras es cómo podemos relacionarlas
con los tiempos en que vivimos y qué reflexiones podemos extraer de ellas. Pues
de eso se trata la serie Diarios
de la Pandemia, de la que este breve ensayo forma parte.
Precisamente, uno de los aspectos más
destacables de Sweet Tooth es que fue producida en su mayor parte cuando
la pandemia de Covid-19 ya había iniciado, y se estrenó a principios de 2021,
cuando ya estábamos bien metidos en la dinámica de sobrevivir al fin del mundo.
De todos los libros y películas pandémicas que he reseñado en este tiempo, ésta
es la primera obra que en su realización recibió influencias de la crisis que
estamos viviendo y que incluye referencias a ella.
Así, veremos imágenes muy familiares,
como el uso masivo de cubrebocas (y a quienes se los hacen personalizados o de
lujo), letreros que piden guardar la sana distancia, aplicadores de gel
antibacterial a la entrada de cada lugar, empleados de salubridad desinfectando
áreas con ayuda de drones… Tampoco falta el negacionista conspiranoico que cree
que eso de “usar máscaras” es un intento del gobierno para someter a la gente
bajo su control o que los desinfectantes son más peligrosos que el virus.
Leyendo por ahí me he topado con la
opinión de que relacionar esta fantasía a nuestra cruda realidad es insensible
y de mal gusto. Muchas personas han muerto o han sufrido terriblemente a causa
de esta pandemia y no es para tomársela a la ligera convirtiéndola en parte de
algo tan superfluo como una serie de TV. Yo, al contrario, pienso que ése fue
un gran acierto. La mejor fantasía no es de evasión, sino que sirve para confrontarnos
con nuestra realidad, en este caso, el hecho de que no podremos volver a una
normalidad anterior a la pandemia, que ésta se nos presentará en todas partes,
incluso en nuestra ficción.
Cuando se habla de la imposibilidad de “volver
a la normalidad” se presentan dos posturas básicas. La primera nos dice que no
podemos esperar a que el virus desaparezca para regresar a nuestras dinámicas
usuales producción, trabajo, consumo, estudio e interacción social, sino que
debemos aceptar que a partir de ahora la enfermedad nos acompañará. La
propuesta es seguir con aquellas dinámicas de siempre, pero asumiendo sin
cobardía que el virus está siempre con nosotros, a lo mucho adoptando medidas preventivas,
pero que no disrumpan nuestras actividades, que deben ser lo más parecidas
posibles a como eran antes de la pandemia.
Otras personas pensamos que, por el
contrario, lo que debemos hacer es precisamente cambiar todas esas dinámicas y
hacer transformaciones radicales en nuestras formas de organizarnos, de
gobernarnos, de planificar nuestras acciones y de distribuir los recursos, de
forma que nadie tenga que arriesgar la salud innecesariamente, no sólo por este
virus, sino por las futuras posibles pandemias y por la crisis climática que ya
está sobre nosotros. Como se ha vuelto lema: no
podemos volver a la normalidad porque la normalidad era el problema.
A lo largo de la primera temporada de Sweet
Tooth, diversos personajes nos lo dicen, el mundo antes de la pandemia
estaba enfermo: había violencia, injusticia y desigualdad, y la naturaleza
estaba siendo destruida. Algunos grupos se aferran a la idea de esa normalidad,
como la comunidad suburbana donde viven los Singh. Pero pronto descubrimos que esa
apariencia de vida clasemediera se sostiene en acciones inhumanas y una covigilancia
opresiva que erosiona la confianza entre los vecinos. Es una ilusión de
normalidad forzada mediante la violencia.
Del otro lado, la guerrilla adolescente
del Ejército Animal aspira a un futuro distinto. Estos jóvenes están
convencidos de que la enfermedad vino a liberar al mundo de un orden fundamentalmente
malvado, creación de las generaciones mayores. Los niños híbridos, esperan,
heredarán la Tierra para convertirla en un lugar mejor. Entonces, en su papel
como luchadores de una generación intermedia, asumen que su misión es defender
a los híbridos de los adultos para que esa transición sea posible.
Sin perder el tiempo en demarcaciones
arbitrarias y esencialistas entre generaciones (boomers, genxers, millennials y
zoomers), lo cierto es que hay un sentimiento generalizado entre los más
jóvenes de rencor
contra los mayores, que les están heredando una naturaleza agonizante, una
economía caótica y una sociedad desigual. Las antiguas formas, sienten, ya no
tienen lugar en este mundo, pero mientras esas viejas generaciones y su cosmovisión
sigan en el poder, nada cambiará. Cuando irrumpió el coronavirus, hasta se le llamó
boomer remover, porque los más vulnerables eran entonces los adultos
mayores.
Los Últimos Hombres del general Abbott
también pretenden establecer un nuevo orden, pero su visión es diametralmente
opuesta a la del Ejército Animal. Quieren una sociedad rígidamente jerarquizada,
a la manera de un ejército, en la que se primen valores como la disciplina, la
obediencia y la fuerza, y se destierren a la debilidad y la misericordia. Su
visión también incluye una obsesión con la pureza humana, por lo que persiguen
el exterminio de los híbridos, a los que no consideran humanos. Tenemos aquí,
pues, al viejo fascismo con todas sus características principales.
Decíamos que grupos villanescos así son ya
un cliché en la ficción postapocalíptica, pero eso no significa que no se trate
de un tropo con fundamento en la realidad. En Estados Unidos, las milicias
armadas de extrema derecha han formado parte de la vida política desde el final
de la Guerra Civil, pero han experimentado un resurgimiento en los últimos
años, en especial a partir de la presidencia de Donald Trump y de, adivinaron,
el inicio de la pandemia por Covid-19.
En 2020 varios de estos grupúsculos se
pasearon armados por las calles de las ciudades, protestando contra las medidas
de cuarentena o intimidando a los que participaban en las manifestaciones
antirracistas de Black Lives Matter. Algunos de sus miembros cometieron varios
actos de violencia contra manifestantes y policías. A estas milicias las une ladesconfianza
al gobierno federal, la creencia fundamentalista en el derecho a portar armas y
el supremacismo racial más o menos abierto. Podrán no ser tan competentes como los
Últimos Hombres, pero el parecido salta a la vista.
No se necesita ser parte de una milicia
cuasi fascista para sentir un odio como el que Abbott profesa contra los niños
híbridos. A lo largo de la historia, algunos grupos han deshumanizado a los
otros, negándose a reconocerlos como dignos de respeto, derechos o libertad. A
quien no es humano, o que por lo menos no es tan humano como yo, es legítimo
violentarlo, esclavizarlo o matarlo.
Cuando la pandemia estalló, una buena
parte del discurso se ha centrado en culpar a China de esta catástrofe, incluso
llamando al Covid “el virus chino”. Esto ocasionó en algunos países, pero
principalmente en Estados Unidos, una oleada de crímenes
de odio contra personas no sólo de origen chino, sino asiático en general.
Cualquiera con rasgos orientales era tratado como si por ese mero hecho fuera
portador de la enfermedad, o incluso culpable de ella. Una vez más vemos el paralelismo
con Sweet Tooth: en situaciones de crisis se deshumaniza a quien es diferente
y se le culpa de los males de una sociedad.
No seré yo quien cante las alabanzas del
régimen chino, a todas luces despótico, ni excuse sus negligencias, pero
tampoco se puede negar que la insistencia culpar a China tiene mucho de
racista. Si nos fijamos, el discurso se ha centrado en catalogar a este pueblo como
sucio y salvaje, comiendo animales que no se deberían comer y además en
condiciones insalubres. Este discurso no ha sido exclusivo de marginales de
extrema derecha.
Con la atención puesta en este chivo
expiatorio, no es necesario pensar en otros factores. Por ejemplo, que la
destrucción de los ecosistemas que nos pone en contacto con patógenos otrora
aislados no es exclusiva de ningún país o pueblo. O que la codicia de los adinerados
obligó a los trabajadores a seguir operando en vez de irse a cuarentena con
goce de sueldo. O que la insuficiente inversión en sistemas de salud pública en
todo el mundo deja vulnerables a millones que no pueden pagar servicios médicos
privados. En fin, que es más fácil satanizar a una nacionalidad o grupo racial que
darnos cuenta que lo que pasó es que nuestra normalidad no era sostenible.
¿Quién creará una nueva normalidad que sí
lo sea? En Sweet Tooth el Ejército Animal espera que los híbridos suplanten
a la raza humana, y creo que la serie se encamina para allá. Estos niños tienen
tanta inteligencia como nosotros, pero su disposición es más noble y además
están conectados con la naturaleza de una forma más armónica. Tienen, pues, lo
mejor de dos mundos.
Sin embargo, la realidad no podemos esperar
a que una nueva especie tome nuestro lugar y arregle todo. La urgencia de las
crisis que tenemos frente a nosotros nos deja poco tiempo para actuar. No
existen los híbridos ni existirán jamás, porque son seres de fantasía. Sin embargo,
los seres humanos tenemos la capacidad de aprender y de cambiar. El prodigioso desarrollo
de la humanidad en su historia y la casi infinita diversidad de nuestras
culturas son muestra de que no tenemos un destino fijo e inamovible.
Podemos enseñarnos a nosotros mismos a
ser más como esos niños híbridos, más empáticos, más generosos y solidarios.
Podemos dar la espalda a las viejas formas que han llevado al mundo a su límite.
Creo que las generaciones que se encargarán de eso ya están aquí, para
irritación de los Abbott del mundo, que serán derrotados y sustituidos por
ellos.
FIN
Este texto forma parte de la serie Diarios de la Pandemia, en el que partimos de obras narrativas para reflexionar sobre la crisis que hemos estado viviendo. Otras obras analizadas incluyen:
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