Este texto fue publicado con anticipación para mis mecenas en Patreon
“Media
res. Aturdidor. Línea de sacrificio. Baño de aspersión. Esas palabras aparecen
en su cabeza y lo golpean. Lo destrozan. Pero no son sólo palabras. Son la
sangre, el olor denso, la automatización, el no pensar. Irrumpen en la noche,
cuando está desprevenido. Se despierta con una capa de sudor que le cubre el
cuerpo porque sabe que le espera otro día de faenar humanos.”
No llevaba más que unas páginas de lectura de Cadáver
exquisito, cuando exclamé: ¡Alaberga, llamen a Dios!”. Para cuando terminé esta
novela distópica de Agustina Bazterrica, me sentía como el wojak vacío de
esperanzas y nomás me repetía “Dios nos abandonó”.
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| Yo, al terminar el libro |
La obra forma parte de una muy aclamada ola de literatura
por mujeres latinoamericanas, que se enfoca sobre todo en lo siniestro y lo
macabro. Se le ha llamado “el nuevo gótico latinoamericano”, aunque
estrictamente hablando no todos los ejemplos se clasificarían dentro de la
estética gótica. Verbi gratia, este libro.
La premisa es la siguiente: en un futuro cercano el
canibalismo se ha hecho legal y cotidiano. No sólo eso: existe una
lucrativa industria antropófaga, que incluye la cría de humanos para el
matadero, el procesamiento y distribución de la carne, y la manufactura de
productos de la piel, los cabellos y los huesos. Claro, la palabra canibalismo
está prohibida, y los humanos destinados a al matadero no son considerados
tales, sino simple ganado, cabezas, como todo el mundo les llama.
La novela sigue a nuestro protagonista, Marcos, quien
trabaja en un matadero, o como le llaman eufemísticamente, un frigorífico.
Él está consciente de la hipocresía y el horror que subyace bajo la
normalización del canibalismo, pero no dice nada, y en cambio participa a
regañadientes en esta nueva normalidad, porque necesita el dinero para mantener
a su padre en un geriátrico decente. Cuando inicia la novela, Marcos está
sufriendo la muerte espontánea de su pequeño hijo. Su esposa lo ha dejado solo
en casa mientras ambos procesan la pérdida. Además, su anciano padre padece
deterioro cognitivo y la carga de mantenerlo bien cuidado es bastante onerosa. Por
más que quisiera, no podría dejar el bien pagado puesto en el frigorífico.
Marcos va de un lugar a otro en sus actividades laborales y personales,
y así conocemos a detalle el funcionamiento de esta sociedad. Es casi un cliché
en la ficción distópica que el personaje principal se sienta repugnado por el
mundo en el que vive y por la gente que lo acepta. También es frecuente
encontrar un personaje femenino, un interés romántico que representa el deseo
de nuestro héroe por escapar del sistema, o incluso por rebelarse en su contra.
Ella contrasta con otras mujeres bien acomodadas al orden social, que
representan para nuestro héroe masculino la opresión y la conformidad. Sin
hacer espóilers mayores, les diré que la escritora subvierte este tropo de
forma desgarradora.
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| Cadáver de una res, de Chaim Soutine |
El libro en sí es breve y, sin embargo, resulta muy
difícil de digerir, si me perdonan la expresión. Qué digo, no había leído algo
que me dejara tan roto por dentro desde que descubrí Mil novecientos ochenta
y cuatro en mis tempranos veintes. La narración y la descripción son
brutales. Hay mucho gore que revuelve el estómago, pero sobre todo resulta
emocionalmente pesada. Bazterrica no se refrena ni teme chocar a sus lectores
con esta exploración de la crueldad y el sufrimiento. Después de todo, el tema
no merece menos. Chequen estos extractos seleccionados:
“Sergio
la mira a los ojos y le da pequeñas palmadas en la cabeza que casi parecen una
caricia. Le dice algo que ellos no oyen, o le canta. La hembra se queda quieta,
más calmada. Sergio levanta la maza y le pega en la frente. Es un golpe seco.
Tan rápido y silencioso que es demencial. La hembra se desmaya. Su cuerpo se
afloja y, cuando Sergio abre el grillete, el cuerpo cae. Se abre la puerta
basculante y la base del box se inclina para expulsar el cuerpo, que se desliza
al piso.
[…]
La
hembra que Sergio aturdió ya se está desangrando. Hay una más que espera a ser
degollada.
Ven
cómo el cuerpo sin sangre de la hembra se mueve por el riel hasta que un
operario suelta las correas de los pies y el cuerpo cae en un tanque de escalde
junto a otros cadáveres que flotan en agua hirviendo. Otro empleado los hunde
con un palo y los mueve.
[…]
La
hembra que Sergio aturdió ya está desollada e irreconocible. Sin la piel y sin
las extremidades está por convertirse en una res. Ven cómo un operario levanta
la piel que le fue sacada por una máquina y la estira con cuidado en cajones largos.
Los
cuerpos desollados se mueven en los rieles. Los operarios hacen un corte
preciso desde el pubis hasta el plexo solar.
Los
intestinos, estómagos, páncreas caen en una mesa de acero inoxidable y son
llevados a la sala de tripería.
Los
cuerpos abiertos se mueven en los rieles. En otra mesa un operario corta la
cavidad superior. Saca los riñones, el hígado, separa las costillas, corta el
corazón, el esófago y los pulmones.
Hay
mesas de acero inoxidable con tubos por los que sale agua. En las mesas hay
vísceras blancas. Los operarios las mueven y las vísceras se resbalan en el
agua. Parecen un mar en ebullición lenta, que se mueve a un ritmo propio. Los
empleados las revisan, limpian, destapan, desarman, califican, cortan, calibran
y guardan.”
Hey, sé lo que están pensando: Soylent Green.
La clásica distopía en la que la sobrepoblación ha llegado a tal punto que las
ciudades están atestadas y la buena comida es un lujo que sólo los más ricos se
pueden permitir. El resto de la población es alimentado con unas galletas que
(espóiler, ahora sí, de una película que salió hace 50 años), se descubre casi
al final, están hechas de seres humanos.
Cadáver exquisito no niega la cruz de su parroquia. Soylent
Green es mencionada como una obra prohibida en esta nueva sociedad
antropófaga (por cierto, también se menciona de nombre el Necronomicón). La referencia no es gratuita; no es sólo un reconocimiento a una
obra clásica que planteaba temas similares, sino una invitación a
compararlas. En Soylent Green son los muertos (por cualquier causa) los
que se transforman en bocadillos, y la naturaleza del proceso se le oculta al
público, porque se sabe que habría disturbios si la verdad se supiera. En Cadáver
exquisito la gente es criada y sacrificada ex profeso para su
consumo y esto es algo que todo el mundo sabe. El horror no está sólo en el
canibalismo sino, sobre todo, en su normalización.
La lectura más sencilla de la novela nos lleva a entenderla
como un sueño mojado para un intensito de PETA. Hemos visto mil veces
propaganda de organizaciones así, que consiste en colocar a seres humanos en
las situaciones que sufren los animales en nuestra industria cárnica. Un “para
que vean lo que se siente”.
Sí, ésta es una interpretación completamente válida. En
verdad, la producción industrial de alimentos de origen animal es una cosa
atroz. Seres vivos son sometidos a condiciones de vida que les causan
terribles sufrimientos, para luego ser ejecutados en masa. Todo para alimentar
una industria que produce más de lo que necesitamos y que toma de la Tierra más
de lo que podríamos permitirnos.
No extraña que una reacción entre los lectores de esta
novela sea un “¡me voy a volver vegano!”. Es difícil negar la inmoralidad de
la industria cárnica. Incluso si descartamos el veganismo o el
vegetarianismo como “ir demasiado lejos”, la verdad es que muchos de nosotros
en el mundo industrializado consumimos muchos más alimentos de origen animal de
lo que necesitamos para tener una buena salud. Según el “Plato
del Bien Comer”, que presenta la Secretaría de Salud de México (y
respaldado por la OMS), sólo un sexto de nuestros alimentos diarios tendría
que ser de origen animal, y eso incluye lácteos y huevo. O sea, bien podríamos
bajarle al consumo para el bien de nuestra salud, del planeta y de nuestra
conciencia, como ya he dicho antes.
Sin embargo, creo que Cadáver exquisito va más
allá de la parábola animalista; creo que es una novela que trata sobre la
banalidad del mal, la deshumanización del otro, la explotación del sufrimiento
ajeno.
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| Publicidad de PETA |
Fue la filósofa Hannah Arendt quien nos planteó el
concepto de la banalidad del mal, tras reflexionar sobre las atrocidades
cometidas por los nazis. Su tesis principal es que muchos de los crímenes más
horribles fueron llevados a cabo no por fanáticos devotos del nazismo, sino por
gente que nomás seguía órdenes. Burócratas, funcionarios, oficiales, militares que
sólo se dejaron llevar por un sistema cuyas implicaciones nunca se
cuestionaban, sobre el cual no se permitían reflexionar a profundidad.
Según se dice en la novela, un virus letal para los humanos
se extendió por todo el mundo animal, haciendo la carne imposible de consumir.
El mundo podría haberse vuelto vegetariano y santo remedio, pero había que mantener
a la industria y controlar a la población, y además la gente quería carne.
En menos de una generación, el canibalismo humano había quedado normalizado y
muy poca gente opuso una resistencia significativa. El padre de nuestro
protagonista es uno de los que colapsa emocionalmente al no soportar esa
transición. Y eso que él era carnicero de profesión.
Así, la maldad toma la forma de la indiferencia, y sólo
en ocasiones de sadismo abierto. Es una maldad muy banal. Ésta es una historia
sobre lo fácil que normalizamos sistemas monstruosos y seguimos con
nuestras vidas; de lo fácil que aceptamos la deshumanización de los otros y que
procuramos no pensar en ello, escondiendo la realidad tras eufemismos y
abstracciones.
“¿Cuántas
cabezas tienen que matar por mes para que él pague el geriátrico de su padre?
¿Cuántos humanos tienen que sacrificar para olvidar cómo acostó en la cuna a
Leo, lo arropó, le cantó una canción y al día siguiente amaneció muerto?
¿Cuántos corazones tienen que ser guardados en cajas para que el dolor se
transforme en otra cosa? Pero el dolor, intuye, es lo único que lo hace seguir
respirando.”
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| Caín en los Estados Unidos, de David Alfaro Siqueiros |
¿Acaso no vivimos en un mundo en donde unos se alimentan de
los cuerpos de los otros? Pues eso es precisamente vivir del trabajo de millones
de seres humanos explotados en condiciones miserables, cuyos cuerpos se
desgastan encorvados sobre la tierra, la línea de ensamblaje o el escritorio. Y
el desgaste de esos cuerpos produce la riqueza de la cual se beneficia una
minoría que tiene una proporción cada vez más grande y deja menos al resto.
¿Qué diferencia hay entre esto y literalmente comerse a las personas? Sólo es
que hay más pasos intermedios.
Hace unos meses, el CEO de la empresa de vigilancia
tecnológica Palantir fue confrontado por activistas que le reclamaban
enriquecerse a costa del genocidio que Israel, su principal cliente, está
cometiendo en Gaza. El tipo no muestra ni un rastro de culpa o siquiera
reconocimiento de la controversia. “Son terroristas”, responde. Es decir, no
cuentan como humanos, y por tanto está bien hacer dinero con sus muertes. ¿Qué
diferencia hay entre un mundo que mira indiferente mientras se comete un
genocidio y uno que ha normalizado la antropofagia industrial?
Cadáver exquisito nos obliga a abandonar la banalidad
y a pensar reflexivamente sobre lo que hemos normalizado. No es una obra
que deje muchas esperanzas, que es lo que realmente este mundo necesita. Es un
espejo en el que vemos la monstruosidad de nuestra civilización moderna.
Sin embargo, creo que es posible encontrarle su lado esperanzador, si es que lo
tomamos como un reclamo, un grito para hacernos conscientes de nuestra realidad
y empezar a tomar los pasos para transformarla. Me adhiero a las palabras del
escritor ruso Antón Chekhov:
“El
hombre quiere ser mejor cuando se le muestra cómo es”
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