Seguramente no soy el único que, en
marzo de 2020, pensó que la cuarentena duraría unas pocas semanas. Ahora
estamos aquí, un año más tarde, contando nuestras pérdidas y nuestras fortunas.
Al principio de la crisis, muchas
personas se volvieron hacia la narrativa, libros y películas, para tener
referencias sobre lo que estábamos viviendo. Tal es una de las funciones de la
ficción: hacernos más familiares situaciones que nunca hemos experimentado de
primera mano. Las dos obras más visitadas fueron la novela La peste de
Albert Camus y el filme Contagio de Steven Soderbergh.
Había visto Contagio cuando salió
en 2011. Desde entonces no la había vuelto a repasar. Cuando inició la pandemia
fue para mí, como para muchas otras personas, la primera obra que me vino a la
mente. Pero no estaba en Netflix y por equis o ye fui posponiendo la función,
hasta que decidí que el mejor momento para verla sería el aniversario de la
pandemia. Así, el pasado 13 de marzo, a un año del día en que nos mandaron a
casa, celebré que había llegado con vida, salud, familia, empleo y cordura.
Entre las distintas obras que he
analizado para esta serie se pueden encontrar muchas de ciencia ficción y
de horror. Pero pocas han procurado ser realistas y contarnos un relato de lo
que en verdad sucedería si una epidemia de tales o cuales
características nos azotara. La que mejor refleja nuestra realidad es Contagio.
Esta cinta de Soderbergh es una rara
avis en la historia del cine. Se trata de una suerte de “thriller científico”;
no exactamente una obra de ciencia ficción, sino una ficción elaborada a partir
de ciencia real, en la que el suspenso y el conflicto están construidos con los
peligros de los que nos advierte la ciencia contemporánea. Compleja y
ambiciosa, tiene múltiples líneas argumentales que nos cuentan un suceso de
escala global a lo largo de varios meses. Más intelectual que sentimental, y
más social que individualista (ambos rasgos extraordinarios para Hollywood), no
está exenta de muy bien logrados momentos conmovedores o de gran tensión. Su
reparto multiestelar encarna personajes variopintos, cuyas historias personales
permiten al espectador conectar a nivel íntimo.
Visitar esta cinta después de un año de
haber vivido lo que en ella misma se narra resultó desconcertante. No sé si
haberla visto a pocas semanas del inicio de la cuarentena, como hicieron muchas
otras personas, habría tenido igual impacto. ¿Habría notado las mismas
aterradoras similitudes? ¿Al pasar el tiempo me habría dicho “rayos, esto está pasando
igual que en Contagio”? Sobre todo, me pregunto, ¿cómo es posible que,
habiendo tenido esta ficción para prepararnos, hayamos repetido el guion casi
tal cual?
Cuando el coronavirus cayó sobre
nosotros y el mundo se detuvo, parece que empezamos a descubrir las voces que
alertaban sobre la posibilidad de eventos como éste. En efecto, los científicos
llevaban años advirtiéndonos que la próxima gran epidemia estaba a la vuelta de
la esquina, que aunque no podían predecir ni cuándo ni cómo, sabían que el
cambio climático y el deterioro ambiental ponían a los seres humanos en
contacto con patógenos desconocidos y potencialmente letales; sobre todo, que
casi ninguna sociedad estaba lista para enfrentar este escenario.
Una de las personas que atendieron a las
alarmas fue el guionista Scott Z. Burns, colaborador frecuente de Soderbergh,
quien se interesó en el tema tras algunos libros y pláticas de Ted. Burns se
documentó ampliamente y entrevistó a científicos para asegurarse de recrear el
escenario posible de una pandemia. El resultado es irreprochable. A veces la
vida imita al arte, porque el arte ha hecho un gran trabajo observando la
realidad.
Entre las cosas que Contagio predijo
correctamente están:
+La pandemia se originó el Asia
oriental, un escenario propicio dada la densidad de población y la acelerada
industrialización reciente de esta región. La modernidad hiperconectada permite
que el virus se disemine con facilidad por todo el mundo. A pocos días del
contagio original en Hong Kong, ya había brotes en Europa, Estados Unidos y
Japón.
+ El origen del virus está en los
murciélagos. La mayor parte de las especies de mamíferos son quirópteros. Los
murciélagos tienen muchísimos patógenos que, como han evolucionado con ellos,
los enferman poco o nada. Mientras estas poblaciones permanezcan lejos del
contacto humano, no pasa nada. Pero la destrucción de los hábitats naturales pone a los seres humanos en contacto directo con esas
poblaciones silvestres y, por lo tanto, con sus enfermedades.
+ Los animales de granja también tienen
que ver. Al convertir tierras silvestres en terrenos para la agricultura y la
ganadería, las especies domésticas entran en contacto con las salvajes. En la
película, un cerdo come un pedazo de fruta que un murciélago había mordisqueado
antes; se entiende que el virus pasó del quiróptero al porcino y mutó ahí,
dándole las características necesarias para infectar y matar seres humanos con
gran facilidad. Nuestro virus, el SARS-CoV-2, no pasó por los cerdos, pero
otras epidemias sí lo han hecho y podrían hacerlo en el futuro.
+ Serían necesarias medidas de
aislamiento y distanciamiento social como nadie en generaciones había
experimentado. Mitch, el personaje de Matt Damon, nos permite tener el punto de
vista de una persona común de clase media. Desde el dolor y el desconcierto
tras las primeras muertes en su familia (que unos días antes estaban bien),
hasta la adaptación a una nueva realidad, representada en ese momento en que
muchos conocimos: la hija adolescente teniendo su baile de graduación en casa.
+ Imaginería como la de las calles
desiertas, las fosas comunes, el personal de salud en sus trajes de ciencia
ficción, el interminable ciclo de noticias, las conferencias de funcionarios de
gobierno e instituciones científicas, las personas con sus cubrebocas en espacios
públicos, las primeras vacunas por fin siendo producidas en masa…
+ ¡La conspiranoia! Si hay un villano en
la película es el bloguero conspiracionista Alan Krumwiede, interpretado
magistralmente por Jude Law. Krumwiede es el primero en difundir la noticia
sobre la nueva enfermedad. Aunque sin muchas bases para llegar a tales
conclusiones, atina a lo que estaba por suceder, lo que le da una gran
credibilidad y un montón de seguidores. La desinformación, la desconfianza y el
pánico son presentados como una “segunda pandemia” por parte de los creadores.
Justamente, nosotros nos hemos estado enfrentando a una terrible “infodemia”.
+ Krumwiede aprovecha su plataforma para
promocionar un remedio milagroso, la forsitia. Ésta viene a ser lo que el dióxido de cloro ha sido en nuestra realidad: una sustancia que no se ha demostrado
tener ninguna eficacia contra el virus, pero que algunos influencers han
promocionado con vehemencia. Si la OMS y el CDC dicen que la forsitia no
funciona, es que están mintiendo por intereses oscuros; justo la clase de cosas
que los creyentes del dióxido de cloro dicen. El discurso antivacunas es
alimentado por Krumwiede y sus seguidores, tal como sucede ahora. Al final se
descubre que Krumwiede había invertido en forsitia y que la explosión de su
demanda lo había hecho rico durante la pandemia. Tal como el influencer conspiranoico Alex Jones lo hizo vendiendo productos milagrosos al inicio de
esta pandemia.
En palabras que dijera el mismo Burns
dijo hace ya casi un año, en una entrevista para el Washington Post:
“Es triste y es
frustrante. Triste porque tantas personas están muriendo y enfermando.
Frustrante, porque la gente no parece entender todavía la situación en la que
nos encontramos y cómo pudo haber sido evitada si hubiéramos apoyado a la
ciencia con esto. Es surreal para mí que haya gente de todas partes del mundo
preguntándome cómo supe que habría un murciélago involucrado o cómo conocía el
término ‘distanciamiento social’. No tenía una bola de cristal; tuve acceso al
conocimiento de los expertos.”
En algunos aspectos el escenario que
plantea la película es mucho peor que el nuestro. El virus es varias veces más
letal y más contagioso. En menos de un año se cobra más de 20 millones de muertes
alrededor del mundo (una cifra cercana a las víctimas de la gripe española); nosotros
“apenas” hemos pasado la marca de los dos millones y medio. Naturalmente, esto
hace que las repercusiones sociales sean más graves en la cinta. El colapso es
más profundo, con violencia, saqueos, incendios y desabasto; nosotros tuvimos
compras de pánico y escasez de ciertos productos, pero después de algunas
semanas las cosas volvieron a cierta normalidad y aprendimos a seguir viviendo
con el virus.
Claro que todo esto no significa que,
porque nuestra pandemia haya sido menos atroz, ya “la libramos”. Burns quiso
recrear uno de los peores escenarios imaginables porque resulta más atractivo
para el drama y el suspenso, pero eso no hace que tal escenario deje de ser posible.
De hecho, a lo largo de toda esta crisis, los científicos han procurado
recordarnos no sólo que ellos ya la habían predicho, sino que a menos que demos
un giro radical en nuestros estilos de vida y modos de producción, vendrán pandemias peores.
Y entonces sí estaremos contando nuestros muertos por decenas de millones.
Por otra parte, la película no podía
predecir que nuestro primer año de pandemia también estaría marcado por
disturbios sociales, movimientos de protesta, conflictos políticos que
involucran a un cuasifascistas en la Casa Blanca y desastres climáticos que van
desde incendios forestales masivos que destruyeron miles de hectáreas de
bosques, hasta heladas que dejaron a cientos de personas muertas de hipotermia
en sus casas.
Tampoco podemos reclamarle por no haber
augurado cómo el tema se politizaría tanto. En Contagio las autoridades
y científicos trabajan codo a codo para controlar la situación y encontrar una
cura. Hay algunos despliegues de prepotencia e ignorancia por parte de algunos
políticos: el legislador que emplea un avión del gobierno para su propio
beneficio; los militares que esperan tener la vacuna cuanto antes y ponerla en
los suministros de agua. Pero en general las autoridades son presentadas como
personas competentes, honestas y responsables; si cometen alguna acción que
parezca cuestionable o temeraria, el guion se encarga de justificarla y
reivindicarla.
La polarización política y la
desinformación son mucho peores en 2021 que en 2011. El bloguero conspiranoico
en Contagio tiene sus millones de seguidores chiflados, pero no cuenta
entre ellos a jefes de estado. No hay políticos populistas que minimizan o
niegan la amenaza del virus y se rehúsan a poner el ejemplo haciendo lo
necesario para evitar su propagación. No hay movimientos que reivindican el
derecho a no usar máscaras, no hay acusaciones de “comunismo” contra las
medidas de distanciamiento social. Hay pánico y disturbios, pero no las muestras
inverosímiles de irresponsabilidad en las grandes concentraciones de gente en
fiestas o centros vacacionales. O sea, si Soderbergh y Burns sobreestimaron la
letalidad del virus, también subestimaron la estupidez y el egoísmo humanos.
La mayoría de los ensayos y videoensayos
sobre Contagio que revisé en estos días fueron publicados en la
primavera de 2020, cuando la pandemia era nueva. En estos 12 meses, temo que
hayamos acabado por normalizar el virus, por dejar de concebir la crisis como
tal y pasado a aceptarla como nuestra nueva realidad inevitable. Otras noticias
pasan al centro de la discusión pública como si no estuviéramos viviendo una
crisis civilizatoria. Y no digo que debamos vivir en pánico o miedo, pero sí
temo que hayamos perdido nuestra capacidad de asombrarnos ante lo que estamos
viviendo, que hayamos olvidado decirnos todos los días “esto no es normal”.
Eso me asusta, porque los cambios que
necesitamos para evitar que una próxima pandemia nos diezme requieren de acciones drásticas. Pero la inercia es tal que preferimos hacer
adaptaciones mínimas al sistema para que siga funcionando igual. No se ha detenido la deforestación, no se ha hecho lo suficiente contra el cambio
climático; por lo menos en mi país,
México, no se ve aumento significativo en la inversión en la salud pública o la investigación científica. Bussiness as usual con adaptaciones mínimas,
parece ser el enfoque de la mayoría de los gobiernos y sociedades, salvo
algunas brillantes excepciones como Nueva Zelanda
y Vietnam.
Somos una civilización de sonámbulos
caminando sin cesar hacia el cráter de un volcán. Sentimos que el suelo nos
quema los pies, y nos ponemos suelas más gruesas. Sentimos que los humores
tóxicos comienzan a asfixiarnos y nos colocamos caretas. Sentimos que el magma
corre a nuestro alrededor y nos rociamos con agua para refrescarnos. Pero no
cambiamos de dirección, no dejamos de caminar hacia el cráter; las pequeñas
adaptaciones que hacemos son apenas para no sentir demasiada incomodidad antes
de poder arrojarnos de lleno a la lava.
El conocimiento es poder, dicen, pero
¿de qué sirve el conocimiento si no lo usamos? La ciencia, el activismo y
también el arte han estado comunicándonos el conocimiento de lo que estamos
haciendo mal y de lo que necesitamos hacer diferente. Y lo ignoramos, porque
nos parece más sencillo seguir igual que ayer. Porque, desgraciadamente, nos es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin
del capitalismo.
Con estas palabras no pretendo ser
derrotista. Más bien lo que quisiera es tomarnos colectivamente de los hombros
y darnos una zarandeada para despertar. Tenemos la capacidad de cambiar de
rumbo; necesitamos la voluntad y la organización para hacerlo.
En Diarios de la Pandemia, partimos de obras clásicas y contemporáneas del cine y la literatura para reflexionar sobre nuestros tiempos de crisis. Otros ensayos de esta serie incluyen:
2 comentarios:
Hace años que no visitaba este blog. Que grata sorpresa ver qué sigue vivo y con contenido nuevo pero con lo que siempre te caracteriza, la honestidad y el pensamiento crítico
Hola, Sofía. Gracias por pasarte por acá y comentar. Bienvenida de vuelta. :)
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