SPQR: Y tú, ¿cuánto piensas en el Imperio Romano? - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

domingo, 24 de diciembre de 2023

SPQR: Y tú, ¿cuánto piensas en el Imperio Romano?


Salvete omnes! En la segunda mitad de este moribundo 2023 se puso de moda un mame que tenía sus orígenes en Tik Tok. Parece ser que muchas mujeres se dieron cuenta de que los hombres en su vida pensaban en el Imperio Romano, no sólo a diario, sino incluso varias veces al día. Entonces comenzaron las preguntas: ¿por qué los hombres están tan obsesionados con el Imperio Romano? ¿Cuál sería el equivalente de esa obsesión para las mujeres?

 

Por supuesto que a mí también me lo preguntaron en el apogeo del mame. Mis alumnas y mis colegas. Claro que yo difícilmente soy muestra representativa de “los hombres”. Soy profesor de Historia y además de Etimologías Latinas. Pienso en Roma todos los días por lo menos un semestre completo al año (el otro semestre imparto Filosofía y Etimologías Griegas, así que me la paso pensando en los helenos).

 

En cualquier caso, yo me preguntaría, ¿cómo chuchas le hace alguien para no pensar en Roma todo los días? Si estamos por todas partes rodeados de los legados de Roma. Para no ir más lejos, estás leyendo esto en el mismo alfabeto que inventaron los romanos, y en una lengua descendiente del latín. Abre tu app de calendario. Los nombres de los días de la semana y de los meses del año son romanos. El próximo año será bisiesto; agradécele a Julio César. Ya ni hablar de cosas más complicadas como el patriarcado, el derecho o nuestra idea de lo que es una república. Y estoy dispuesto a apostar mis pantuflas de Pikachu que creciste en una cultura influenciada por el cristianismo, una religión que si llegó a ser algo más que una secta minoritaria en un rincón del Medio Oriente fue gracias al Imperio Romano.

 


El caso es que desde un principio se me hizo que el asunto está muy mal planteado. ¿Qué entendemos cuando decimos que alguien “piensa mucho en Roma”? ¿Que se acuerda de pronto de su existencia? ¿Que se pone a reflexionar profundamente sobre su historia y su cultura? ¿Que dedica su tiempo libre a aprender sobre ella? ¿Que fantasea con restaurar la gloria de una Roma idealizada? ¿Que se le hacen chidos los legionarios, los césares, los gladiadores? ¿Que le mola mucho la película Gladiador?

 

Si por “pensar en Roma”, nos referimos a cultivar un interés sincero por aprender de verdad sobre la historia y la cultura de esa civilización, entonces no creo que eso sea una generalidad para los hombres. Che, no lo sé, a lo largo de la vida me he visto obligado a compartir espacios con otros vatos, y he sido sometido a soporíferas conversaciones sobre futbol, autos, bisnes, políticos locales y vulgaridades genéricas, pero muy rara vez sobre historia, y menos aún sobre Roma.

 

Eso, ocurrirá, si acaso, con mis amistades ñoñas, que Jove me las guarde. Así que es algo más bien de frikis, ratones de biblioteca y gente nerdosa. Y no exclusivamente del género masculino. Para más INRI (otra expresión que le debemos a Roma), sepan ustedes que mi interés por la historia de Grecia y Roma me lo inculcó antes que nadie mi hermana mayor, y que mi hija también es muy nerd de los césares.

 


Ahora bien, si por “pensar en Roma” nos referimos a un fanboyismo sustentado en un conocimiento muy superficial, que idolatra una visión idealizada y parcial de Roma, entonces sí les doy toda la razón. Eso es muy propio de cierto tipo de vato básico de Internet, que es el mismo que suele mamar a espartanos, vikingos y caballeros templarios (de los cuales también conoce muy poco y muy mal).

 

En los últimos años se ha estado cultivando en los internetz, como parte de la identidad derechista, una idolatría hacia ciertos fetiches extraídos de lo que se suelde considerar como la “historia de Occidente”, en especial el pasado grecolatino. Personajes o episodios históricos, u obras de arte antiguas, son descontextualizados e idealizados, presentados entre medias verdades (cuando no de plano mitos), como parte de una narrativa sobre una imaginaria civilización homogénea, viril, patriarcal, blanca, marcial, jerárquica, heterosexual y religiosa, a la que se le puede comparar favorablemente con una modernidad que se ha degenerado por culpa del secularismo, la multiculturalidad, la feminización, la hibridación cultural, etc. Es decir, otro elemento más de la moderna mitología de la derecha, cada vez más delirante y desconectada de la realidad.

 

¡Ojo! No estoy diciendo que todo vato medio despistado que crea que los espartanos eran de verdad tan bergas como los retrata 300 sea un reaccionario. Es más, puede que ni siquiera se considere a sí mismo conservador o derechista. Digo que la idealización del pasado grecolatino (o de los vikingos o de los templarios…) es parte de una de tantas narrativas reaccionarias que seducen a mucho atarantado hacia la derecha más oscurantista. Y es que de ésas hay para todos los gustos: la de “la inclusión forzada está arruinando las películas”, la de “la Agenda 2030 es un complot de la ONU para instaurar el comunismo mundial”, la de “la ideología trans tiene como objetivo el borrado de mujeres”, y así y así.

 

De modo que, aunque muchos morros nada más se quedarán con la vaga idea de “ay, qué chingones eran los romanos”, habrá otros papanatas que desciendan hasta el último círculo, pensando que para volver a ser tan buenos como Roma lo que hay que hacer es sojuzgar a las mujeres, expulsar a los morenos y educar a nuestros varoncitos como buenos legionarios. No olvidemos que el mito de la Romanità era una parte fundamental de la ideología de Mussolini.

 


Lo que me preocupa es que, en respuesta al fenómeno anterior, el ala tonta del progresismo (que no es poco numerosa), vaya a entender que, como pensar en Roma es de fachos, entonces lo que hay que hacer es huirle a aprender sobre la historia romana. O, ya lo veo venir, tachar de facho a cualquier ñoño interesado en Roma. Y si creen que exagero, piensen en las otras cosas que han recibido ese tratamiento: que te gusten las películas de Tarantino, que prefieras el rock sobre el reguetón, o que uses la palabra “falacia” (o sea sí, ya me lo estoy tomando personal).

 

Y ésa es justo la confusión gimnasia/magnesia que se propicia con frases equívocas como “los hombres están obsesionados con Roma”, que no ha tardado en entenderse como “pensar en Roma es cosa de hombres”, con un implícito “pensar en Roma es machista y patriarcal”.

 

Por el contrario, no hay mejor herramienta para desarmar la narrativa facha sobre Roma que aprender la verdadera historia de esa civilización. Pues nadie que conozca realmente la historia de Roma podría idealizarla, ni creer que sirve como modelo para nuestra sociedad actual, ni alucinar que vale como legitimación del conservadurismo contemporáneo.

 


Curiosamente, cuando todo este mame estalló en las redes sociales, yo me encontraba leyendo SPQR: Una historia de la antigua Roma de la célebre clasicista inglesa Mary Beard (para que vean que pensar en Roma también es cosa de morras). Es más, todo el despotrique anterior no es sino una introducción para hablar de éste, uno de los mejores libros que leí el año que termina.

La obra resulta un antídoto, tanto contra la mitificación fascistoide de la “grandeza romana” del vato meco promedio, como contra esa molesta veta antiintelectual del progre contemporáneo. Ha de ser por eso que algunas reseñas de señoros rancios en Goodreads la tildan de “woke” y “posmoderna” (palabrejas que en el léxico rancio significan “no lo suficientemente sexista y racista”).

 

A lo largo de sus páginas, Mary Beard nos va guiando desde los orígenes ignotos del pueblo romano hasta cuando el emperador Caracalla otorgó la ciudadanía a todos los habitantes del Imperio. A partir de ese momento, nos dice la autora, empieza una nueva etapa, en la que ya no será la Ciudad Eterna ni sus habitantes los que dominen sobre el resto del mundo Mediterráneo, sino que culmina un proceso en el que una multitud de seres, desde Britania hasta el África, desde Hispania hasta Siria, se habían convertido en “los romanos”.

 


El libro no es tanto una introducción a la historia de Roma como una reflexión sobre la misma y como una muy necesaria desmitificación. Se enfoca en asuntos que no suelen ser el objeto de la mayoría de los libros de divulgación, que tienden a exponer los acontecimientos más relevantes en orden cronológico y a centrarse en las guerras y los gobernantes. Aquí aprendemos sobre la vida familiar y doméstica, la esclavitud y la ciudadanía, el comercio y la religión, las transformaciones culturales y la evolución social.

 

Sobre todo, Beard obliga a replantearnos lo que creemos que sabemos de Roma y a reflexionar sobre la historia misma, como ciencia y profesión, y como parte de la cultura contemporánea. Por ejemplo, mucho de lo que se repite en cualquier curso introductorio de historia romana, como los famosos siete reyes o el nacimiento de la República (ni hablar de su fundación o de sus orígenes troyanos, hoy considerados mitología), en realidad nos ha llegado de fuentes bibliográficas muy posteriores a los hechos. Peor aún, la evidencia arqueológica no lo sustenta, y a veces de plano lo contradice. Sucede que pesa sobre nosotros una tradición de creer a pies juntillas todo lo que nos han dicho los historiadores romanos, a quienes los intelectuales del Renacimiento y la Ilustración tendían a venerar acríticamente.

 

Resulta que no tenemos mucha idea de cuándo ni cómo nació la República. De hecho, el primer romano de cuya existencia tenemos un testimonio contemporáneo por escrito es Escipión Barbato, que habría sido cónsul en el 298, más de dos siglos después del establecimiento de la República, y casi medio milenio después de la fundación de la ciudad. De ningún personaje ni de ningún hecho anterior tenemos fuentes escritas contemporáneas.

 


Una y otra vez, Beard nos hace reconocer que en realidad no sabemos muy bien lo que pasó. De muchos episodios no tenemos más testimonio que las palabras de personajes que claramente tenían sesgos (Cicerón era un aristócrata mañoso) o que no hacían más que repetir tradiciones que tenían menos de historia que de mito. Probablemente Calígula no hizo cónsul a su caballo y el Rubicón no era un río tan relevante.

 

La filosofía de la autora es que lo importante es menos lo que afirman los romanos, sino lo que eso nos dice sobre cómo pensaban ellos: qué consideraban admirable, qué querían condenar, qué querían creer de ellos mismos. Es casi seguro que no existieron los gemelos Rómulo y Remo, pero ¿qué nos dice este mito? ¿Acaso que los romanos creían que estaban condenados a la lucha fratricida, a la guerra civil? La huida de Eneas, el rapto de las sabinas, los reyes etruscos… ¿Por qué atribuirse orígenes heterogéneos? ¿Acaso les gustaba pensar en sí mismos como un pueblo multiétnico?

 

Los romanos, nos dice Beard, no tenían la intención de crear un imperio, ni menos se impusieron alguna “misión civilizatoria”. Todo empezó porque querían lo que otros pueblos del centro de Italia en la Antigüedad: botín, tributos, riquezas. Pero tuvieron la brillante idea de ir incorporando en su ejército a sus vecinos vencidos, con el resultado de que el poder militar romano sólo se hacía más grande con cada conquista. El Imperio nació casi por accidente.

 



Además, aunque solemos dividir la historia de Roma en tres etapas bien definidas (Monarquía, República e Imperio), lo cierto es que en tiempos republicanos Roma ya poseía un imperio, en el sentido de que ya dominaba sobre otros pueblos. Tal expansión militarista debilitó las instituciones republicanas y abrió paso a una nueva forma de monarquía. Fue el Imperio el que creó a los emperadores, y no viceversa, nos dice Beard.

 

Y los romanos no “civilizaron” a nadie; ellos mismos podían ser bastante salvajes. Al tomar una ciudad, la saqueaban y asesinaban o esclavizaban a su población. Al conquistar las Galias, Julio César cometió un auténtico genocidio. 


La política romana era muy poco civil. El asesinato de César es quizá el más famoso de la historia, pero su muerte a cuchilladas en el Senado no fue inaudita; las facciones políticas recurrían a fuerza bruta, a menudo letal, con cierta cotidianeidad.

 

Algunos romanos se escandalizaban por tal brutalidad. Sí existió una crítica al imperialismo en el corazón mismo del Imperio. Para ciertos historiadores, la destrucción de Cartago y de Corinto al final de las Guerras Púnicas, fue un gran crimen que manchó a Roma para siempre. Un historiador puso famosas palabras (seguramente apócrifas) en boca de los bárbaros bretones: “Crean desolación y lo llaman paz”.

 

En fin, no tiene caso contarles el libro, faltaba más. Creo que lo que mejor resume su espíritu son estas palabras de la autora en su Epílogo:

 

“Me he preguntado durante mucho tiempo cuál era la mejor manera de contar la historia de Roma y de explicar por qué creo que es importante. […] Para mí, igual que para cualquier otra persona, los romanos no son sólo tema de historia e investigación sino también de imaginación y fantasía, horror y diversión.

 

Ya no creo, como antes ingenuamente sí lo creía, que tengamos mucho que aprender directamente de los romanos, ni siquiera de los antiguos griegos, ni de ninguna otra civilización antigua. […] Además, ‘los romanos’ estaban tan divididos como lo estamos nosotros sobre cómo pensaban que funcionaba, o debería funcionar, el mundo. No hay un único modelo romano a seguir. Ojalá las cosas fueran tan fáciles.

 

Sin embargo, cada vez estoy más convencida de que tenemos muchísimo que aprender -tanto sobre nosotros mismos como sobre el pasado- interactuando con la historia de los romanos, con su poesía y su prosa, con sus polémicas y sus controversias. La cultura occidental tiene una herencia muy variada. Afortunadamente, no somos herederos sólo del pasado clásico. No obstante, desde el Renacimiento por lo menos, muchos de nuestros supuestos más fundamentales sobre el poder, la ciudadanía, la responsabilidad, la violencia política, el imperio, el lujo y la belleza se han configurado, y puesto a prueba, en diálogo como los romanos y sus textos.

 

[…]

 

Flaco favor hacemos a los romanos tanto si los convertimos en héroes como si los demonizamos. Y flaco servicio nos hacemos a nosotros mismos si no nos los tomamos en serio, y si damos por terminada la larga conversación que mantenemos con ellos.”

 


Ahí lo tienen, buenas razones para comenzar a estudiar. Si se les antoja empezar a aprender sobre Roma de una vez, les dejo algunos videítos introductorios…

 

Para aprender lo más básico, El Imperio Romano de Bully Magnets es un excelente y muy divertido punto de partida. Para continuar del mismo canal, Inútiles datos ociosos sobre el Imperio Romano revela cómo muchas cosas de nuestra cotidianeidad se las debemos a Roma.

 

Si quieren la historia completa de los 1200 de existencia de Roma (aunque muy centrada, como es costumbre, en guerras y gobernantes), pueden aventarse el documental completo de Pero eso es otra historia.

 

Si le saben al inglés sin subtítulos, la misma Mary Beard presentó un documental titulado Rome: Empire Without Limits. En él repite muchos de los puntos importantes de su libro, pero llega hasta el final de la historia de Roma. Además, tiene el atractivo de que la acompañamos a viajar por todo el mundo romano (desde Escocia a Túnez) para ver con nuestros propios ojos las huellas de esta civilización.

 

Por último, igual en inglés, el profesor de historia Bret Deveraux tiene una serie de videos muy eruditos, pero al mismo tiempo amenos, titulada The Queen’s Latin: Who were the Romans?, en la que desmiente varios mitos acerca de la identidad cultural y étnica romana, y sobre los orígenes, evolución y caída del Imperio. Aborda falsedades que la cultura pop nos ha hecho creer y que la derecha conservadora explota para impulsar sus propias narrativas.

 

Con esto terminamos un año más. Les dejo con sus fiestas para recibir el mes de Janus, dios de los inicios y finales, y por ello el primero de un nuevo ciclo. Para que vean que hasta en eso estaremos continuando tradiciones que iniciaron en una lejana ciudad en el centro de una península mediterránea. Valeas beneque ut tibi sit!



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