Salvete omnes! En la segunda mitad de este moribundo 2023 se puso de moda
un mame que tenía sus orígenes en Tik Tok. Parece ser que muchas mujeres se
dieron cuenta de que los hombres en su vida pensaban en el Imperio Romano,
no sólo a diario, sino incluso varias veces al día. Entonces comenzaron las
preguntas: ¿por qué los hombres están tan obsesionados con el Imperio Romano?
¿Cuál sería el equivalente de esa obsesión para las mujeres?
Por supuesto que a mí también me lo preguntaron en el apogeo
del mame. Mis alumnas y mis colegas. Claro que yo difícilmente soy muestra
representativa de “los hombres”. Soy profesor de Historia y además de
Etimologías Latinas. Pienso en Roma todos los días por lo menos un semestre
completo al año (el otro semestre imparto Filosofía y Etimologías Griegas, así
que me la paso pensando en los helenos).
En cualquier caso, yo me preguntaría, ¿cómo chuchas le hace
alguien para no pensar en Roma todo los días? Si estamos por todas
partes rodeados de los legados de Roma. Para no ir más lejos, estás
leyendo esto en el mismo alfabeto que inventaron los romanos, y en una
lengua descendiente del latín. Abre tu app de calendario. Los nombres de
los días de la semana y de los meses del año son romanos. El próximo año será
bisiesto; agradécele a Julio César. Ya ni hablar de cosas más complicadas como el
patriarcado, el derecho o nuestra idea de lo que es una república. Y
estoy dispuesto a apostar mis pantuflas de Pikachu que creciste en una cultura
influenciada por el cristianismo, una religión que si llegó a ser algo
más que una secta minoritaria en un rincón del Medio Oriente fue gracias al
Imperio Romano.
El caso es que desde un principio se me hizo que el
asunto está muy mal planteado. ¿Qué entendemos cuando decimos que alguien “piensa
mucho en Roma”? ¿Que se acuerda de pronto de su existencia? ¿Que se pone a
reflexionar profundamente sobre su historia y su cultura? ¿Que dedica su tiempo
libre a aprender sobre ella? ¿Que fantasea con restaurar la gloria de una Roma
idealizada? ¿Que se le hacen chidos los legionarios, los césares, los
gladiadores? ¿Que le mola mucho la película Gladiador?
Si por “pensar en Roma”, nos referimos a cultivar un interés
sincero por aprender de verdad sobre la historia y la cultura de esa
civilización, entonces no creo que eso sea una generalidad para los hombres.
Che, no lo sé, a lo largo de la vida me he visto obligado a compartir espacios
con otros vatos, y he sido sometido a soporíferas conversaciones sobre futbol,
autos, bisnes, políticos locales y vulgaridades genéricas, pero muy rara vez
sobre historia, y menos aún sobre Roma.
Eso, ocurrirá, si acaso, con mis amistades ñoñas, que Jove
me las guarde. Así que es algo más bien de frikis, ratones de biblioteca y
gente nerdosa. Y no exclusivamente del género masculino. Para más INRI (otra
expresión que le debemos a Roma), sepan ustedes que mi interés por la historia
de Grecia y Roma me lo inculcó antes que nadie mi hermana mayor, y que mi hija
también es muy nerd de los césares.
Ahora bien, si por “pensar en Roma” nos referimos a un
fanboyismo sustentado en un conocimiento muy superficial, que
idolatra una visión idealizada y parcial de Roma, entonces sí les doy toda
la razón. Eso es muy propio de cierto tipo de vato básico de Internet, que es
el mismo que suele mamar a espartanos, vikingos y caballeros templarios (de los
cuales también conoce muy poco y muy mal).
En los últimos años se ha estado cultivando en los
internetz, como parte de la identidad derechista, una idolatría hacia
ciertos fetiches extraídos de lo que se suelde considerar como la “historia de
Occidente”, en especial el pasado grecolatino. Personajes o episodios
históricos, u obras de arte antiguas, son descontextualizados e idealizados,
presentados entre medias verdades (cuando no de plano mitos), como parte de una
narrativa sobre una imaginaria civilización homogénea, viril, patriarcal,
blanca, marcial, jerárquica, heterosexual y religiosa, a la que se le puede
comparar favorablemente con una modernidad que se ha degenerado por culpa del
secularismo, la multiculturalidad, la feminización, la hibridación cultural,
etc. Es decir, otro elemento más de la moderna mitología de la derecha,
cada vez más delirante y desconectada de la realidad.
¡Ojo! No estoy diciendo que todo vato medio despistado que
crea que los espartanos eran de verdad tan bergas como los retrata 300
sea un reaccionario. Es más, puede que ni siquiera se considere a sí mismo
conservador o derechista. Digo que la idealización del pasado grecolatino (o de
los vikingos o de los templarios…) es parte de una de tantas narrativas
reaccionarias que seducen a mucho atarantado hacia la derecha más oscurantista.
Y es que de ésas hay para todos los gustos: la de “la inclusión forzada está
arruinando las películas”, la de “la Agenda 2030 es un complot de la ONU para
instaurar el comunismo mundial”, la de “la ideología trans tiene como objetivo
el borrado de mujeres”, y así y así.
De modo que, aunque muchos morros nada más se quedarán con
la vaga idea de “ay, qué chingones eran los romanos”, habrá otros papanatas que
desciendan hasta el último círculo, pensando que para volver a ser tan buenos
como Roma lo que hay que hacer es sojuzgar a las mujeres, expulsar a los
morenos y educar a nuestros varoncitos como buenos legionarios. No olvidemos
que el mito de la Romanità era una parte fundamental de la
ideología de Mussolini.
Lo que me preocupa es que, en respuesta al fenómeno
anterior, el ala tonta del progresismo (que no es poco numerosa), vaya a
entender que, como pensar en Roma es de fachos, entonces lo que hay que hacer
es huirle a aprender sobre la historia romana. O, ya lo veo venir, tachar de
facho a cualquier ñoño interesado en Roma. Y si creen que exagero, piensen en
las otras cosas que han recibido ese tratamiento: que te gusten las películas
de Tarantino, que prefieras el rock sobre el reguetón, o que uses la palabra
“falacia” (o sea sí, ya me lo estoy tomando personal).
Y ésa es justo la confusión gimnasia/magnesia que se
propicia con frases equívocas como “los hombres están obsesionados con Roma”,
que no ha tardado en entenderse como “pensar en Roma es cosa de hombres”, con
un implícito “pensar en Roma es machista y patriarcal”.
Por el contrario, no hay mejor herramienta para desarmar la
narrativa facha sobre Roma que aprender la verdadera historia de esa
civilización. Pues nadie que conozca realmente la historia de Roma podría
idealizarla, ni creer que sirve como modelo para nuestra sociedad actual, ni
alucinar que vale como legitimación del conservadurismo contemporáneo.
Curiosamente, cuando todo este mame estalló en las redes
sociales, yo me encontraba leyendo SPQR: Una historia de la antigua Roma
de la célebre clasicista inglesa Mary Beard (para que vean que pensar en Roma también es cosa de morras). Es más, todo el
despotrique anterior no es sino una introducción para hablar de éste, uno de
los mejores libros que leí el año que termina.
La obra resulta un antídoto, tanto contra la mitificación
fascistoide de la “grandeza romana” del vato meco promedio, como contra esa
molesta veta antiintelectual del progre contemporáneo. Ha de ser por eso
que algunas reseñas de señoros rancios en Goodreads la tildan de “woke” y
“posmoderna” (palabrejas que en el léxico rancio significan “no lo
suficientemente sexista y racista”).
A lo largo de sus páginas, Mary Beard nos va guiando desde
los orígenes ignotos del pueblo romano hasta cuando el emperador Caracalla
otorgó la ciudadanía a todos los habitantes del Imperio. A partir de ese
momento, nos dice la autora, empieza una nueva etapa, en la que ya no será
la Ciudad Eterna ni sus habitantes los que dominen sobre el resto del mundo
Mediterráneo, sino que culmina un proceso en el que una multitud de seres,
desde Britania hasta el África, desde Hispania hasta Siria, se habían
convertido en “los romanos”.
El libro no es tanto una introducción a la historia de
Roma como una reflexión sobre la misma y como una muy necesaria
desmitificación. Se enfoca en asuntos que no suelen ser el objeto de la mayoría
de los libros de divulgación, que tienden a exponer los acontecimientos más
relevantes en orden cronológico y a centrarse en las guerras y los gobernantes.
Aquí aprendemos sobre la vida familiar y doméstica, la esclavitud y la
ciudadanía, el comercio y la religión, las transformaciones culturales y la
evolución social.
Sobre todo, Beard obliga a replantearnos lo que creemos que
sabemos de Roma y a reflexionar sobre la historia misma, como ciencia y
profesión, y como parte de la cultura contemporánea. Por ejemplo, mucho de lo
que se repite en cualquier curso introductorio de historia romana, como los
famosos siete reyes o el nacimiento de la República (ni hablar de su fundación
o de sus orígenes troyanos, hoy considerados mitología), en realidad nos ha
llegado de fuentes bibliográficas muy posteriores a los hechos. Peor aún, la
evidencia arqueológica no lo sustenta, y a veces de plano lo contradice. Sucede
que pesa sobre nosotros una tradición de creer a pies juntillas todo lo que
nos han dicho los historiadores romanos, a quienes los intelectuales del
Renacimiento y la Ilustración tendían a venerar acríticamente.
Resulta que no tenemos mucha idea de cuándo ni cómo nació
la República. De hecho, el primer romano de cuya existencia tenemos un
testimonio contemporáneo por escrito es Escipión Barbato, que habría sido
cónsul en el 298, más de dos siglos después del establecimiento de la
República, y casi medio milenio después de la fundación de la ciudad. De ningún
personaje ni de ningún hecho anterior tenemos fuentes escritas contemporáneas.
Una y otra vez, Beard nos hace reconocer que en realidad no
sabemos muy bien lo que pasó. De muchos episodios no tenemos más testimonio que
las palabras de personajes que claramente tenían sesgos (Cicerón era un
aristócrata mañoso) o que no hacían más que repetir tradiciones que tenían menos
de historia que de mito. Probablemente Calígula no hizo cónsul a su caballo y el
Rubicón no era un río tan relevante.
La filosofía de la autora es que lo importante es menos lo
que afirman los romanos, sino lo que eso nos dice sobre cómo pensaban ellos:
qué consideraban admirable, qué querían condenar, qué querían creer de ellos
mismos. Es casi seguro que no existieron los gemelos Rómulo y Remo, pero ¿qué
nos dice este mito? ¿Acaso que los romanos creían que estaban condenados a la
lucha fratricida, a la guerra civil? La huida de Eneas, el rapto de las
sabinas, los reyes etruscos… ¿Por qué atribuirse orígenes heterogéneos? ¿Acaso
les gustaba pensar en sí mismos como un pueblo multiétnico?
Los romanos, nos dice Beard, no tenían la intención de
crear un imperio, ni menos se impusieron alguna “misión civilizatoria”.
Todo empezó porque querían lo que otros pueblos del centro de Italia en la
Antigüedad: botín, tributos, riquezas. Pero tuvieron la brillante idea de ir
incorporando en su ejército a sus vecinos vencidos, con el resultado de que el
poder militar romano sólo se hacía más grande con cada conquista. El Imperio
nació casi por accidente.
Además, aunque solemos dividir la historia de Roma en tres
etapas bien definidas (Monarquía, República e Imperio), lo cierto es que en
tiempos republicanos Roma ya poseía un imperio, en el sentido de que ya
dominaba sobre otros pueblos. Tal expansión militarista debilitó las
instituciones republicanas y abrió paso a una nueva forma de monarquía. Fue el
Imperio el que creó a los emperadores, y no viceversa, nos dice Beard.
Y los romanos no “civilizaron” a nadie; ellos mismos podían ser bastante salvajes. Al tomar una ciudad, la saqueaban y asesinaban o esclavizaban a su población. Al conquistar las Galias, Julio César cometió un auténtico genocidio.
La política romana era muy poco civil. El
asesinato de César es quizá el más famoso de la historia, pero su muerte a
cuchilladas en el Senado no fue inaudita; las facciones políticas recurrían a
fuerza bruta, a menudo letal, con cierta cotidianeidad.
Algunos romanos se escandalizaban por tal brutalidad. Sí
existió una crítica al imperialismo en el corazón mismo del Imperio.
Para ciertos historiadores, la destrucción de Cartago y de Corinto al final de
las Guerras Púnicas, fue un gran crimen que manchó a Roma para siempre. Un
historiador puso famosas palabras (seguramente apócrifas) en boca de los
bárbaros bretones: “Crean desolación y lo llaman paz”.
En fin, no tiene caso contarles el libro, faltaba más. Creo
que lo que mejor resume su espíritu son estas palabras de la autora en su
Epílogo:
“Me
he preguntado durante mucho tiempo cuál era la mejor manera de contar la
historia de Roma y de explicar por qué creo que es importante. […] Para mí,
igual que para cualquier otra persona, los romanos no son sólo tema de historia
e investigación sino también de imaginación y fantasía, horror y diversión.
Ya
no creo, como antes ingenuamente sí lo creía, que tengamos mucho que aprender
directamente de los romanos, ni siquiera de los antiguos griegos, ni de ninguna
otra civilización antigua. […] Además, ‘los romanos’ estaban tan divididos como
lo estamos nosotros sobre cómo pensaban que funcionaba, o debería funcionar, el
mundo. No hay un único modelo romano a seguir. Ojalá las cosas fueran tan
fáciles.
Sin
embargo, cada vez estoy más convencida de que tenemos muchísimo que aprender
-tanto sobre nosotros mismos como sobre el pasado- interactuando con la
historia de los romanos, con su poesía y su prosa, con sus polémicas y sus
controversias. La cultura occidental tiene una herencia muy variada.
Afortunadamente, no somos herederos sólo del pasado clásico. No obstante, desde
el Renacimiento por lo menos, muchos de nuestros supuestos más fundamentales
sobre el poder, la ciudadanía, la responsabilidad, la violencia política, el
imperio, el lujo y la belleza se han configurado, y puesto a prueba, en diálogo
con los romanos y sus textos.
[…]
Flaco
favor hacemos a los romanos tanto si los convertimos en héroes como si los
demonizamos. Y flaco servicio nos hacemos a nosotros mismos si no nos los
tomamos en serio, y si damos por terminada la larga conversación que mantenemos
con ellos.”
Ahí lo tienen, buenas razones para comenzar a estudiar. Si se
les antoja empezar a aprender sobre Roma de una vez, les dejo algunos videítos
introductorios…
Para aprender lo más básico, El Imperio Romano
de Bully Magnets es un excelente y muy divertido punto de partida. Para
continuar del mismo canal, Inútiles datos
ociosos sobre el Imperio Romano revela cómo muchas cosas de nuestra
cotidianeidad se las debemos a Roma.
Si quieren la historia completa de los 1200 de existencia de
Roma (aunque muy centrada, como es costumbre, en guerras y gobernantes), pueden
aventarse el documental completo de Pero eso es otra
historia.
Si le saben al inglés sin subtítulos, la misma Mary Beard
presentó un documental titulado Rome: Empire Without
Limits. En él repite muchos de los puntos importantes de su libro, pero
llega hasta el final de la historia de Roma. Además, tiene el atractivo de que
la acompañamos a viajar por todo el mundo romano (desde Escocia a Túnez) para
ver con nuestros propios ojos las huellas de esta civilización.
Por último, igual en inglés, el profesor de historia Bret
Deveraux tiene una serie de videos muy eruditos, pero al mismo tiempo amenos,
titulada The
Queen’s Latin: Who were the Romans?, en la que desmiente varios mitos
acerca de la identidad cultural y étnica romana, y sobre los orígenes,
evolución y caída del Imperio. Aborda falsedades que la cultura pop nos ha
hecho creer y que la derecha conservadora explota para impulsar sus propias
narrativas.
Con esto terminamos un año más. Les dejo con sus fiestas para
recibir el mes de Janus, dios de los inicios y finales, y por ello el primero
de un nuevo ciclo. Para que vean que hasta en eso estaremos continuando
tradiciones que iniciaron en una lejana ciudad en el centro de una península
mediterránea. Valeas beneque ut tibi sit!
- Rechaza la modernidad, abraza una estatua griega
- Diez libros, diez mujeres: Las historiadoras
- Antes de Grecia y Roma
- Ella se infiltró en la cultura del odio
- Hacia un nuevo amanecer para todo
- DadaDan
- Claudia Jiménez Teutli
- M. Antonio R.C.
- Marcos
- J. Emilio Rodríguez
- Karen Cymerman
- Aswang
- Berenice
- Monte S
- Yussef Ríos
- Jolex41
- Carlos Morales
- Rodrigo Cervantes
- Diego Marín Alvarado
- Pamela Cárdenas
2 comentarios:
Progre nauseabundo
Gracias
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