Sobre la resiliencia y la sumisión - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

sábado, 13 de abril de 2024

Sobre la resiliencia y la sumisión



La resiliencia, entendida como la capacidad de afrontar las adversidades con entereza, sin derrumbarnos ni darnos por vencidos, es una virtud deseable, algo a lo que deberíamos aspirar. Después de todo, la vida es azarosa y está llena de dificultades e imprevistos; es casi seguro que tragedias grandes o pequeñas nos van a ocurrir. Incluso si tenemos vidas excepcionalmente afortunadas, tendremos que afrontar la mortalidad, tanto la propia como la de nuestros seres queridos. A veces no habrá de otra que hacer esfuerzos que nos lleven al límite o soportar experiencias dolorosas para alcanzar algo que necesitamos o que deseamos, y queremos ser capaces de pasar por esto sin que nos destruya.

 

Todo muy bien, muy positivo y de crecimiento personal y todo eso. Pero hay un problema. Con mucha frecuencia se confunde la resiliencia con la sumisión. Cierto discurso trata de convencernos de que es virtuoso el aceptar injusticias, despotismo, explotación y abuso; que el quejarnos o rebelarnos contra las inequidades refleja una falta de virtud, un defecto de carácter: flojos, resentidos, generación de cristal, etcétera. Y esto no es casualidad.

 

¿A qué me refiero? Bueno, primero tenemos que entender el pensamiento jerárquico, que es fundamental para las ideologías conservadoras y de derechas (pero no exclusivo de éstas). Este pensamiento implica es natural, inevitable, necesario o correcto que algunas personas queden subordinadas a otras: ciudadanos a gobernantes, trabajadores a patrones, esposas a maridos, hijos a padres, jóvenes a adultos, etcétera… Desde esta perspectiva, la sumisión es la virtud propia del subordinado. Para el superior, el subordinado virtuoso es obediente, servicial; se esfuerza en cumplir lo que su superior necesita o desea, y procura no causarle disgustos. Es decir, la virtud del subordinado se mide en cuanto a que beneficia a su superior.

 

Bueno, ¿y cómo distinguir entre resiliencia y sumisión? Ambas implican llevar a cabo grandes esfuerzos, soportar incomodidades, sobrellevar el sufrimiento, o hacer sacrificios. Para diferenciarlas tenemos que preguntarnos: ¿Es necesario? ¿Para qué?

 

Es decir, toca cuestionar cuál es el punto de pasar por todo esto. Por ejemplo, ¿la experiencia desagradable o dolorosa es producto de causas de fuerza mayor sobre las que nadie tiene control, una vicisitud de la vida? ¿O es la única forma de obtener alguna meta, ya sea necesaria o deseada? ¿O, por el contrario, es algo que podría ser diferente, un dolor que bien me podría ahorrar? ¿Acaso es algo que sólo está beneficiando a alguien más?

 

Para ponerlo en términos más concretos: ¿Por qué tengo que soportar que me insulten, me maltraten o se burlen de mí? ¿Por qué tengo que obedecer reglas absurdas y arbitrarias? ¿Por qué tengo que trabajar hasta desgastarme y aun así permanecer en la precariedad? Toda persona tiene derecho a cuestionar la necesidad o el objetivo de aquello que se ve obligada a soportar; y, si no obtiene respuestas satisfactorias, a rebelarse y exigir un cambio.

 


Por supuesto, esto no quiere decir que esté bien derrumbarnos por completo y quedarnos llorando en el suelo ante cualquier situación desagradable. Pero tampoco tenemos por qué resignarnos. La indignación, expresada en forma de ira, o incluso tristeza, puede ser una emoción que nos impulse a transformar nuestra situación.

 

Por eso también los defensores de la jerarquía deslegitiman los sentimientos de indignación etiquetándolos como “resentimiento”. El resentimiento se considera una emoción indigna, una forma en la que alguien envidia y reclama aquello que no le corresponde.

 

Podemos decir que es deseable tener resiliencia ante la injusticia, si es lo que nos permite aguantar para poder cambiarla, pero que esto no debe llevarnos a la sumisión. Pero ojo, porque el discurso jerárquico tratará de convencernos de algo similar, si bien con un objetivo muy diferente. Dirá que si soportamos la injusticia recibiremos como recompensa la posibilidad de cambiar nuestra situación, pero sólo a nivel personal; nunca cambiar la estructura injusta, sino tan sólo lograr una mejor posición dentro de la misma.

 

También está la promesa de que si se una persona somete a la jerarquía recibirá a su vez de la sumisión de sus propios subordinados. En fin, esas promesas (que rara vez se cumplen, si acaso), sirven para legitimar el sistema jerárquico opresivo. Muchas veces se argumentará que existe cierta reciprocidad entre el subordinado y el superior; que ambos reciben un beneficio de la relación, aunque no se necesita un análisis muy profundo para revelar quién realmente se lleva la rebanada más grande del pastel.

 

Además, cada persona es diferente y no sería justo exigir a todas que sobrelleven la adversidad con la misma entereza o ecuanimidad; es importante tener en cuenta factores como la edad, condición de salud, discapacidades, neurodivergencias o experiencia de vida. A veces el ser resiliente sólo es posible gracias a ciertas ventajas preexistentes.

 

Todo lo anterior ayuda a entender las actitudes de las generaciones más viejas cuando ven que las jóvenes comienzan a insubordinarse y a cuestionar la jerarquía. Al demostrar que hay injusticias que no tienen que tolerarse, sufrimientos por los que no tienen que pasar, sacrificios que no tienen ningún propósito, no sólo le están negando a los mayores el gusto de ejercer dominio sobre alguien más, sino que le están revelando que aquello que tuvieron que soportar no era necesario; el mensaje es que su supuesta fortaleza, su pretendida virtud, no era más que sumisión.


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