Nuestra era de genocidios - Ego Sum Qui Sum

Breaking

PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

jueves, 4 de septiembre de 2025

Nuestra era de genocidios

Esta entrada se publicó con una semana de anticipación para mis mecenas en Patreon.


Desde 2017, más de 40 mil miembros de la etnia rohinyá han sido asesinados por el ejército de Myanmar. Los rohinyá son una minoría musulmana en ese país del sudeste asiático, de mayoría budista. Su exterminio sistemático ha sido llamado “el primer genocidio de Facebook”. Las noticias falsas que satanizaban a los miembros de la etnia y que los deshumanizaban, contribuyeron a que la población aceptara o tolerara la masacre.

En 2023 estalló una guerra civil en Sudán, entre dos facciones del gobierno militar del país africano: las Fuerzas Armadas de Sudán (FAS) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR). Ha cobrado cientos de miles de vidas y provocado el desplazamiento de millones de personas. La hambruna ha sido una de las armas usadas en el conflicto, exacerbada por tropas que saquean recursos y destruyen cosechas, mientras el gobierno restringe la ayuda humanitaria. Una de las pocas fuentes de alivio para las víctimas eran los programas de USAID, la agencia de ayuda humanitaria del gobierno de los Estados Unidos, pero ésta fue desmantelada por Elon Musk este mismo año, agravando la situación.  Se calcula que, para enero de 2025, al menos 500 mil niños han muerto sólo por la hambruna. Además, las FAS se han ensañado particularmente con la etnia Masalit, y asesinado a unos 100 mil de sus miembros, en lo que se considera ya un genocidio. Tanto las FAS como las FAR han recurrido a la desinformación en redes sociales, incluyendo a las IA generativas, para manipular la percepción pública, desacreditar a sus oponentes e influir en la opinión internacional.

En estos momentos Israel está perpetrando un genocidio en Gaza. Que los bombardeos y las matanzas van mucho más allá del objetivo de destruir a Hamás o recuperar a los rehenes es más que obvio. Las evidencias y testimonios de asesinatos masivos de civiles, de personal médico y de periodistas son incuestionables. Que la verdadera meta es la limpieza étnica del territorio para repoblarlo con colonos israelíes ya ni siquiera se oculta. A finales de agosto de 2025 los muertos se cuentan, según estimaciones modestas, sobre los 60 mil; la mayoría han sido civiles.

A estas alturas ya no me interesa tratar de convencer a nadie que niegue que lo que está sucediendo en Palestina es un genocidio. ¿La opinión, el testimonio, la explicación de quién les hace falta? ¿De expertos en el tema? ¿De la Corte Penal Internacional? ¿De la ONU? ¿De las instituciones israelíes? ¿De los mismos sobrevivientes del Holocausto? Ante la multitud de personas e instituciones que han denunciado lo que sucede, ¿qué puedo añadir yo? Quien lo niega, por fanatismo, ignorancia o mala fe, está tan lejos de poder ser persuadido por los argumentos y las evidencias como lo está un negacionista del Holocausto.


Como en los casos de Myanmar y Sudán, las grandes empresas de tecnología también están vinculadas con estos crímenes. Almacenamiento de datos, vigilancia digital, control de drones, inteligencia artificial… Hace poco The Guardian reveló que Microsoft proporciona a Israel espacio para almacenar los datos de la vigilancia constante a que han sometido a los palestinos. Y Gaza es sólo el terreno de pruebas; las tecnologías que se ensayan ahí luego son adoptadas por gobiernos del mundo para mantener vigilados a sus propios pueblos. Incluso en México, las empresas israelíes ofrecen al gobierno los servicios que perfeccionan contra los palestinos.

En Estados Unidos el gobierno de Donald Trump ha iniciado una cacería de migrantes, sobre todo hispanos. No importa si cometieron un delito o no, no importa si están ahí legalmente o no, o si están tramitando su residencia por los canales legítimos o no. La meta no es la seguridad nacional ni la lucha contra la delincuencia, sino la limpieza étnica. Personas comunes y corrientes están siendo abducidas de las calles a plena luz del día por hombres enmascarados con equipo militar y, sin juicio ni proceso legal alguno, están siendo deportadas no a sus lugares de origen, sino a prisiones en el extranjero o campos de concentración en el pantano. La crueldad no es una consecuencia colateral; es el objetivo mismo. Por lo menos 200 mil personas han sido detenidas o deportadas a la fecha. ¿Creen que se va a detener ahí? ¿Que sólo atacará a los migrantes? ¿Que de la detención o la deportación no se pasará al confinamiento, a la privación de derechos, al exterminio?

¿Quién hará pagar a estos políticos, a estos empresarios? ¿Quién se atreverá a romper relaciones con ellos? Si ninguna atrocidad es lo suficientemente grande, ni aun transmitida a ojos de todo el mundo en tiempo real, para que un gobierno diga otra cosa más que “es que no puedo dejar que esto afecte a los negocios” mientras se encoge de hombros, ¿qué clase de comunidad internacional hemos construido?

Ya es casi un cliché, pero como aficionado a la historia no puedo evitar hacer el paralelo entre nuestra época y los años que antecedieron a la Segunda Guerra Mundial. Gobiernos autoritarios que concentran más poder, invasiones a naciones vecinas o amenazas de ello, persecución de grupos “indeseables”, limpieza étnica… Y, como entonces, a pesar de las voces que claman y alertan, muy pocos líderes mundiales se atreven siquiera a denunciar estos hechos, menos aún a tomar medidas al respecto, y las instituciones de arbitraje internacional se ven impotentes, mientras empresas sin escrúpulos hacen negocio con la muerte de millones. ¿Es necesario recordar, una vez más, que los nazis hicieron tratos con la empresa de tecnología IBM para organizar la logística del Holocausto?


Éste es un fracaso de la civilización moderna, del orden internacional de posguerra, de la ONU, del liberalismo. Nos gobiernan o monstruos o pusilánimes, y como sea han dejado en claro que no representan a la gente. Mientras que las mayorías repudian el genocidio en Gaza, los jefes de los estados proceden con excesiva timidez, cuando no un total respaldo a los crímenes. Han demostrado (para quien hiciera falta entenderlo) que sus políticas siempre van a priorizar otros intereses que no son los de las personas comunes.

Esto ha desnudado la barbarie que se esconde tras el ropaje de la civilización moderna. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Es el resultado natural del capitalismo desenfrenado? ¿Es la disrupción causada por las redes sociales? ¿Es por la descomposición del tejido social? No lo sé. Tengo algunas ideas, pero temo que todo pecará de simplista.

Hemos empoderado un sistema basado en la competencia, en el juego de suma cero, en la búsqueda de más y más. Hemos cultivado una visión del mundo que nos hace creer que la única responsabilidad de cada quien es la búsqueda del beneficio propio, y que en la persecución del mismo no importa lo que le suceda a los demás. Si la industria en la que trabajo, si mis hábitos, si mi búsqueda de placeres, dañan a alguien más, no es mi problema. Y eso se ha llevado a la escala de una civilización global, que enfrenta la destrucción de los ecosistemas, al grado de estar causando una extinción masiva y dejando el legado de un planeta inhabitable para las generaciones futuras.

Se engaña quien piensa que está a salvo, quien cree que “mientras a mí no me pase nada, no me importa”. Vivimos en un mundo demasiado interconectado para pensar así. Conforme el cambio climático hace estragos y los estados u otros grupos capaces de ejercer violencia quieran apropiarse de recursos y territorios estratégicos, podríamos ver cómo se repite el experimento que Israel lleva a cabo en Gaza. Si nadie hace nada por estas atrocidades, ¿crees que harán algo cuando se cometan en tus tierras?


En México tenemos una crisis de desapariciones forzadas, y evidencias de campos de exterminio del crimen organizado. Desde que inició la infame “guerra contra el narco” en 2006, tenemos más de 125 mil desaparecidos. Los matones de los cárteles no sólo asesinan, sino que esclavizan, torturan, violan, mutilan, descuartizan, incineran… Arrasan poblaciones enteras. Con datos de 2025, más de 20 mil personas han sido desplazadas por el narco en Chiapas. Algunos grupos criminales incluyen el canibalismo como parte de sus ritos de iniciación. No sé si se pueda hablar de genocidio todavía, en especial porque no parece que grupos humanos específicos sean el objetivo, pero estas atrocidades no le piden nada a las otras que hemos mencionado.

El fenómeno del narco y la violencia a su alrededor es distinto, porque no está dirigido por un estado, pero los ejemplos de brutalidad y deshumanización son comparables. Además, ¿qué es el narco sino un negocio capitalista sólo que fuera de la ley, y cuya violencia es menos sutil? ¿No opera en el narco la misma lógica de que todo es aceptable con tal de hacer crecer el negocio?

Vemos también el enorme abismo que hay entre lo que se atreven a decir los políticos desde sus podios y lo que gritan los testimonios a nivel de la calle. El gobierno de Morena minimiza o niega la crisis, tal como lo hicieron los anteriores, mientras sus más fieles fanáticos se burlan de la desgracia ajena: “jajaja, lloras por unos zapatos abandonados”. Esas actitudes también son comparables a cómo políticos y acólitos tratan los crímenes contra la humanidad que se cometen en todo el mundo.

Ya ahora la retórica del gobierno de Trump se enfila a justificar un ataque militar a México, con el pretexto de combatir a los cárteles. Si esto sucede, ¿quién nos apoyará? ¿Los países de Europa que no hicieron nada por Gaza? ¿Las igualmente impotentes naciones de Latinoamérica? ¿Canadá, que nos desprecia? Los mexicanos privilegiados que ven buenos ojos esta posibilidad… ¿Son miserables, estúpidos o ambas cosas? ¿Piensan acaso que una invasión estadounidense, en especial una encabezada por el gobierno de Trump, sería quirúrgicamente perfecta? ¿Que sólo afectaría al narco (y a Morena) y dejaría intactas sus casas, comercios y centros vacacionales? ¿Olvidan o ignoran lo que el imperialismo yanqui ha hecho en otros lugares del mundo?


Estamos ante una crisis de muchas dimensiones: política, social, económica, legal, ecológica… Pero quiero subrayar que es también una crisis moral. Incluso en un contexto de guerra y violencia, un ser humano normal debería poder encontrar límites a lo que es capaz de hacer. En Palestina, en Myanmar, en México, y pronto en Estados Unidos, esos límites han quedado completamente destruidos por la brutalidad de la situación.

Los monstruos hablan de negocios mientras los niños mueren. No conocen llenadera; nunca existirá un límite para la acumulación de sus riquezas, nunca dirán “ya tengo suficiente, puedo compartirlo con alguien más”, y nunca existirán límites para lo que consideran válido hacer en la búsqueda de esos excesos. Hemos vuelto a la ley del más fuerte. Ahora tenemos ejércitos enteros de individuos que no conocen límites morales ni legales para sus acciones.

La experiencia de la Primera Guerra Mundial también embruteció y envileció a una generación, que después pasaría a formar las filas del fascismo y el nazismo. Siempre han existido atrocidades, pero de vez en cuando se ha llegado a niveles que escandalizaron hasta a generaciones acostumbradas a épocas más violentas. Y es que debería haber cierto límite que para cada ser humano es inimaginable cruzar. En nuestro presente, en un mundo globalizado en el que debería ser fácil conocer y reconocer la humanidad de la persona más lejana; en un mundo de abundancia, en el que no debería haber necesidad de luchar con uñas y dientes por la supervivencia, esto es una aberración.

Si alguna vez existió un “conservadurismo decente”, que se basaba simplemente en la preservación de los valores de antaño y la resistencia al cambio radical, hoy en día está muerto. La derecha contemporánea ha cultivado la crueldad como su valor más importante. Ha enseñado a sus masas que el desprecio y la deshumanización de grupos humanos completos es una virtud, que la risa y el regodeo ante el sufrimiento ajeno es una forma de triunfo. De ahí que cada publicación sobre el sufrimiento de los gazatíes, o sobre la persecución de los migrantes, o sobre la opresión de las personas trans, se llene de reacciones burlonas.


En 1981 el filósofo estadounidense Peter Singer publicó The Expanding Circle, un libro cuya tesis principal es que, conforme la sociedad humana ha evolucionado, el círculo en el que incluimos a las personas que merecen nuestra empatía se ha ampliado. La derecha contemporánea se ha ocupado de echar para atrás todo ese avance. El lenguaje que deshumaniza a las personas, que las llama “animales” está en boca de Netanyahu cuando habla de los palestinos y de Trump cuando habla de los migrantes. Si son animales, no merecen la misma consideración que los seres humanos. La derecha incluso está impulsando una versión de la cristiandad que excluye la misericordia como valor, y restringe la lealtad sólo a la propia familia y la patria.

No exculpo del todo a la izquierda, en especial ésa que pone la lealtad a cualquier ídolo que se vista rojo por encima de todo lo demás, y la que se dejó enganchar estúpidamente por las dinámicas tóxicas de las redes sociales; también han cultivado la crueldad. Pero no hay comparación: la derecha ha convertido a la crueldad en el núcleo mismo de todo su actuar.

Esto es maldad. No es una opinión diferente, no es una ideología como cualquier otra. Es maldad. Y si no somos capaces de señalar esa maldad, si la seguimos relativizando, si seguimos teniendo miedo a ofender al malvado, seguiremos cayendo hacia el abismo.


Estos días me siento lleno de angustia. Temo mirar las noticias, temo abrir mis redes sociales. Pero tampoco puedo dejar de hacerlo. Puedo descansar un rato, claro, divertirme un momento, pero nunca logro por completo apartar de mi mente lo que está pasando. Quizá eso es bueno. Quizá nadie debería poder apartar de su mente que un genocidio está ocurriendo.

Creo que debe sobrevivir nuestra capacidad de horrorizarnos. A pesar de la impotencia, el acto de expresar el dolor, la rabia, la indignación, es muestra de que queda algo de humanidad en nosotros; que nuestra conciencia no está del todo muerta, ni domesticada, que no hemos normalizado estas atrocidades. En nuestra desesperación más absoluta no debemos dejar de decir “esto no es normal, esto es malvado, esto es inaceptable”, porque lo contrario es lo que los criminales desearían. En estos tiempos gritar es la forma de negarnos a dejar morir nuestra humanidad.

El futuro no está decidido. No tenemos por qué dejar que las peores personas que tiene este mundo lo moldeen. No tenemos por qué repetir los errores del pasado ni somos incapaces de corregir las malas direcciones que llevamos en el presente. Los asesinos nos quieren sumisos, resignados, y por eso la esperanza es un enemigo, porque quien no tiene esperanza no hace nada. Si es demasiado tarde para detener este crimen, que no sea demasiado tarde para castigar a los culpables, para asegurarnos que no tengan una buena vida, ni paz ni prosperidad, ni olvido.

No somos pocos quienes repudiamos los crímenes, aunque no tengamos el respaldo de nuestros gobiernos, y la gente más rica y poderosa del mundo esté directamente en contra nuestra. Ahora mismo otra flotilla civil sedirige hacia Gaza con el objetivo de romper el cerco. Creo todavía que la mayoría de las personas son fundamentalmente buenas. Creo que tenemos un poder que aún nos falta por descubrir, y que para ello primero tenemos que encontrarnos los unos a los otros y unir nuestros esfuerzos.

No tengo respuestas hoy. Casi ni sé qué decir. Este texto es más bien un grito. Es mi forma de exclamar el dolor que siento. Es mi manera de rehusarme a dejar que muera mi humanidad.


Gracias por leer. Quiero creer que todavía podemos echar para atrás el Invierno Fascista. Si crees que mi blog aporta ideas de valor, por favor considera ayudarme a seguir creando con una suscripción a mi Patreon, o puedes hacer una sola donación en Paypal. En cualquier caso, aquí tienes algunos otros textos relacionados:

No hay comentarios.:

Apóyame en Patreon

Apóyame en Patreon
Si te gusta mi contenido, pudes ayudarme a seguir creando