Desde 2017, más de 40 mil miembros de la etnia rohinyá
han sido asesinados por el ejército de Myanmar. Los rohinyá son una minoría
musulmana en ese país del sudeste asiático, de mayoría budista. Su exterminio
sistemático ha sido llamado “el
primer genocidio de Facebook”. Las noticias falsas que satanizaban a
los miembros de la etnia y que los deshumanizaban, contribuyeron a que
la población aceptara o tolerara la masacre.
En 2023 estalló una guerra
civil en Sudán, entre dos facciones del gobierno militar del país africano:
las Fuerzas Armadas de Sudán (FAS) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR). Ha
cobrado cientos de miles de vidas y provocado el desplazamiento de millones de
personas. La hambruna ha sido una de las armas usadas en el conflicto,
exacerbada por tropas que saquean recursos y destruyen cosechas, mientras el
gobierno restringe la ayuda humanitaria. Una de las pocas fuentes de alivio
para las víctimas eran los
programas de USAID, la agencia de ayuda humanitaria del gobierno de los
Estados Unidos, pero ésta fue desmantelada por Elon Musk este mismo año,
agravando la situación. Se calcula que,
para enero de 2025, al menos 500 mil niños han muerto sólo por la hambruna.
Además, las FAS se han ensañado particularmente con la etnia Masalit, y
asesinado a unos 100 mil de sus miembros, en lo que se
considera ya un genocidio. Tanto las FAS como las FAR han recurrido a la
desinformación en redes sociales, incluyendo a las IA generativas, para
manipular la percepción pública, desacreditar a sus oponentes e influir en la
opinión internacional.
En estos momentos Israel está perpetrando un genocidio en
Gaza. Que los bombardeos y las matanzas van mucho más allá del objetivo de
destruir a Hamás o recuperar a los rehenes es más que obvio. Las evidencias y
testimonios de asesinatos masivos de civiles, de personal médico y de
periodistas son incuestionables. Que la verdadera meta es la limpieza étnica
del territorio para repoblarlo con colonos israelíes ya ni siquiera se oculta.
A finales de agosto de 2025 los muertos se cuentan, según estimaciones modestas,
sobre los 60 mil; la mayoría han sido civiles.
A estas alturas ya no me interesa tratar de convencer a
nadie que niegue que lo que está sucediendo en Palestina es un genocidio.
¿La opinión, el testimonio, la explicación de quién les hace falta? ¿De expertos en el tema?
¿De la Corte Penal
Internacional? ¿De la
ONU? ¿De las
instituciones israelíes? ¿De los
mismos sobrevivientes del Holocausto? Ante la multitud de personas e
instituciones que han denunciado lo que sucede, ¿qué puedo añadir yo? Quien lo
niega, por fanatismo, ignorancia o mala fe, está tan lejos de poder ser
persuadido por los argumentos y las evidencias como lo está un negacionista del
Holocausto.
Como en los casos de Myanmar y Sudán, las grandes
empresas de tecnología también están
vinculadas con estos crímenes. Almacenamiento de datos, vigilancia digital,
control de drones, inteligencia artificial… Hace poco The Guardian
reveló que Microsoft
proporciona a Israel espacio para almacenar los datos de la vigilancia
constante a que han sometido a los palestinos. Y Gaza es sólo el terreno de
pruebas; las tecnologías que se ensayan ahí luego son adoptadas por
gobiernos del mundo para mantener vigilados a sus propios pueblos.
Incluso en México, las
empresas israelíes ofrecen al gobierno los servicios que perfeccionan contra
los palestinos.
En Estados Unidos el gobierno de Donald Trump ha iniciado una
cacería de migrantes, sobre todo hispanos. No importa si cometieron un
delito o no, no importa si están ahí legalmente o no, o si están tramitando su
residencia por los canales legítimos o no. La meta no es la seguridad nacional
ni la lucha contra la delincuencia, sino la limpieza étnica. Personas
comunes y corrientes están siendo abducidas de las calles a plena luz del día
por hombres enmascarados con equipo militar y, sin juicio ni proceso legal
alguno, están siendo deportadas no a sus lugares de origen, sino a prisiones en
el extranjero o campos de concentración en el pantano. La crueldad no es
una consecuencia colateral; es el objetivo mismo. Por lo menos 200 mil personas han sido detenidas o deportadas a la fecha. ¿Creen que se va a detener ahí?
¿Que sólo atacará a los migrantes? ¿Que de la detención o la deportación no se pasará
al confinamiento, a la privación de derechos, al exterminio?
¿Quién hará pagar a estos políticos, a estos empresarios?
¿Quién se atreverá a romper relaciones con ellos? Si ninguna atrocidad es lo
suficientemente grande, ni aun transmitida a ojos de todo el mundo en
tiempo real, para que un gobierno diga otra cosa más que “es que no puedo dejar
que esto afecte a los negocios” mientras se encoge de hombros, ¿qué clase de
comunidad internacional hemos construido?
Ya es casi un cliché, pero como aficionado a la historia no
puedo evitar hacer el paralelo entre nuestra época y los años que antecedieron
a la Segunda Guerra Mundial. Gobiernos autoritarios que concentran más
poder, invasiones a naciones vecinas o amenazas de ello, persecución de grupos
“indeseables”, limpieza étnica… Y, como entonces, a pesar de las voces que
claman y alertan, muy pocos líderes mundiales se atreven siquiera a denunciar
estos hechos, menos aún a tomar medidas al respecto, y las instituciones de
arbitraje internacional se ven impotentes, mientras empresas sin escrúpulos
hacen negocio con la muerte de millones. ¿Es necesario recordar, una vez más,
que los nazis
hicieron tratos con la empresa de tecnología IBM para organizar la
logística del Holocausto?
Éste es un fracaso de la civilización moderna, del
orden internacional de posguerra, de la ONU, del liberalismo. Nos gobiernan o
monstruos o pusilánimes, y como sea han dejado en claro que no representan a
la gente. Mientras que las mayorías repudian el genocidio en Gaza, los
jefes de los estados proceden con excesiva timidez, cuando no un total respaldo
a los crímenes. Han demostrado (para quien hiciera falta entenderlo) que sus
políticas siempre van a priorizar otros intereses que no son los de las personas
comunes.
Esto ha desnudado la barbarie que se esconde tras el ropaje
de la civilización moderna. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Es el resultado natural del
capitalismo desenfrenado? ¿Es la disrupción causada por las redes sociales? ¿Es
por la descomposición del tejido social? No lo sé. Tengo algunas ideas, pero
temo que todo pecará de simplista.
Hemos empoderado un sistema basado en la competencia, en el
juego de suma cero, en la búsqueda de más y más. Hemos cultivado una visión del
mundo que nos hace creer que la única responsabilidad de cada quien es la
búsqueda del beneficio propio, y que en la persecución del mismo no importa
lo que le suceda a los demás. Si la industria en la que trabajo, si mis
hábitos, si mi búsqueda de placeres, dañan a alguien más, no es mi problema. Y
eso se ha llevado a la escala de una civilización global, que enfrenta la
destrucción de los ecosistemas, al grado de estar causando una extinción
masiva y dejando el legado de un planeta inhabitable para las generaciones
futuras.
Se engaña quien piensa que está a salvo, quien cree que
“mientras a mí no me pase nada, no me importa”. Vivimos en un mundo
demasiado interconectado para pensar así. Conforme el cambio climático hace
estragos y los estados u otros grupos capaces de ejercer violencia quieran apropiarse
de recursos y territorios estratégicos, podríamos ver cómo se repite el
experimento que Israel lleva a cabo en Gaza. Si nadie hace nada por estas
atrocidades, ¿crees que harán algo cuando se cometan en tus tierras?
En México tenemos una crisis de desapariciones forzadas,
y evidencias
de campos de exterminio del crimen organizado. Desde que inició la infame
“guerra contra el narco” en 2006, tenemos más
de 125 mil desaparecidos. Los matones de los cárteles no sólo asesinan,
sino que esclavizan, torturan, violan, mutilan, descuartizan, incineran… Arrasan
poblaciones enteras. Con datos de 2025, más
de 20 mil personas han sido desplazadas por el narco en Chiapas. Algunos
grupos criminales incluyen
el canibalismo como parte de sus ritos de iniciación. No sé si se pueda
hablar de genocidio todavía, en especial porque no parece que grupos humanos
específicos sean el objetivo, pero estas atrocidades no le piden nada a las
otras que hemos mencionado.
El fenómeno del narco y la violencia a su alrededor es
distinto, porque no está dirigido por un estado, pero los ejemplos de
brutalidad y deshumanización son comparables. Además, ¿qué es el narco sino un
negocio capitalista sólo que fuera de la ley, y cuya violencia es menos
sutil? ¿No opera en el narco la misma lógica de que todo es aceptable con tal
de hacer crecer el negocio?
Vemos también el enorme abismo que hay entre lo que se
atreven a decir los políticos desde sus podios y lo que gritan los testimonios
a nivel de la calle. El gobierno de Morena minimiza o niega la crisis, tal como
lo hicieron los anteriores, mientras sus más fieles fanáticos se burlan de la
desgracia ajena: “jajaja, lloras por unos zapatos abandonados”. Esas actitudes
también son comparables a cómo políticos y acólitos tratan los crímenes contra
la humanidad que se cometen en todo el mundo.
Ya ahora la retórica del gobierno de Trump se enfila a justificar
un ataque militar a México, con el pretexto de combatir a los cárteles. Si
esto sucede, ¿quién nos apoyará? ¿Los países de Europa que no hicieron nada por
Gaza? ¿Las igualmente impotentes naciones de Latinoamérica? ¿Canadá, que nos
desprecia? Los mexicanos privilegiados que ven buenos ojos esta posibilidad…
¿Son miserables, estúpidos o ambas cosas? ¿Piensan acaso que una invasión
estadounidense, en especial una encabezada por el gobierno de Trump, sería
quirúrgicamente perfecta? ¿Que sólo afectaría al narco (y a Morena) y dejaría
intactas sus casas, comercios y centros vacacionales? ¿Olvidan o ignoran lo que
el imperialismo yanqui ha hecho en otros lugares del mundo?
Estamos ante una crisis de muchas dimensiones: política,
social, económica, legal, ecológica… Pero quiero subrayar que es también una
crisis moral. Incluso en un contexto de guerra y violencia, un ser humano
normal debería poder encontrar límites a lo que es capaz de hacer. En
Palestina, en Myanmar, en México, y pronto en Estados Unidos, esos límites han
quedado completamente destruidos por la brutalidad de la situación.
Los monstruos hablan de negocios mientras los niños mueren.
No conocen llenadera; nunca existirá un límite para la acumulación de
sus riquezas, nunca dirán “ya tengo suficiente, puedo compartirlo con alguien
más”, y nunca existirán límites para lo que consideran válido hacer en la
búsqueda de esos excesos. Hemos vuelto a la ley del más fuerte. Ahora tenemos ejércitos
enteros de individuos que no conocen límites morales ni legales para sus
acciones.
La experiencia de la Primera Guerra Mundial también embruteció
y envileció a una generación, que después pasaría a formar las filas del
fascismo y el nazismo. Siempre han existido atrocidades, pero de vez en cuando
se ha llegado a niveles que escandalizaron hasta a generaciones acostumbradas a
épocas más violentas. Y es que debería haber cierto límite que para cada ser
humano es inimaginable cruzar. En nuestro presente, en un mundo globalizado en
el que debería ser fácil conocer y reconocer la humanidad de la persona más
lejana; en un mundo de abundancia, en el que no debería haber necesidad
de luchar con uñas y dientes por la supervivencia, esto es una aberración.
Si alguna vez existió un “conservadurismo decente”, que se
basaba simplemente en la preservación de los valores de antaño y la
resistencia al cambio radical, hoy en día está muerto. La derecha contemporánea
ha cultivado la
crueldad como su valor más importante. Ha enseñado a sus masas que el
desprecio y la deshumanización de grupos humanos completos es una virtud, que
la risa y el regodeo ante el sufrimiento ajeno es una forma de triunfo. De ahí
que cada publicación sobre el sufrimiento de los gazatíes, o sobre la
persecución de los migrantes, o sobre la opresión de las personas trans, se
llene de reacciones burlonas.
En 1981 el filósofo estadounidense Peter Singer publicó The
Expanding Circle, un libro cuya tesis principal es que, conforme la
sociedad humana ha evolucionado, el círculo en el que incluimos a las
personas que merecen nuestra empatía se ha ampliado. La derecha
contemporánea se ha ocupado de echar para atrás todo ese avance. El lenguaje
que deshumaniza a las personas, que las llama “animales” está en boca de
Netanyahu cuando habla de los palestinos y de Trump cuando habla de los migrantes.
Si son animales, no merecen la misma consideración que los seres humanos. La
derecha incluso está impulsando una versión de la cristiandad que excluye la
misericordia como valor, y restringe la lealtad sólo a la propia familia y la
patria.
No exculpo del todo a la izquierda, en especial ésa que pone
la lealtad a cualquier ídolo que se vista rojo por encima de todo lo demás, y
la que se dejó enganchar estúpidamente por las dinámicas tóxicas de las redes
sociales; también han cultivado la crueldad. Pero no hay comparación: la derecha ha convertido a la crueldad en el núcleo mismo de todo su actuar.
Esto es maldad. No es una opinión diferente, no es una
ideología como cualquier otra. Es maldad. Y si no somos capaces de
señalar esa maldad, si la seguimos relativizando, si seguimos teniendo miedo a
ofender al malvado, seguiremos cayendo hacia el abismo.
Estos días me siento lleno de angustia. Temo mirar
las noticias, temo abrir mis redes sociales. Pero tampoco puedo dejar de
hacerlo. Puedo descansar un rato, claro, divertirme un momento, pero nunca
logro por completo apartar de mi mente lo que está pasando. Quizá eso es bueno.
Quizá nadie debería poder apartar de su mente que un genocidio está ocurriendo.
Creo que debe sobrevivir nuestra capacidad de
horrorizarnos. A pesar de la impotencia, el acto de expresar el dolor, la
rabia, la indignación, es muestra de que queda algo de humanidad en nosotros;
que nuestra conciencia no está del todo muerta, ni domesticada, que no hemos
normalizado estas atrocidades. En nuestra desesperación más absoluta no debemos
dejar de decir “esto no es normal, esto es malvado, esto es inaceptable”,
porque lo contrario es lo que los criminales desearían. En estos tiempos gritar
es la forma de negarnos a dejar morir nuestra humanidad.
El futuro no está decidido. No tenemos por qué dejar que las
peores personas que tiene este mundo lo moldeen. No tenemos por qué repetir
los errores del pasado ni somos incapaces de corregir las malas direcciones que
llevamos en el presente. Los asesinos nos quieren sumisos, resignados, y
por eso la esperanza es un enemigo, porque quien no tiene esperanza no hace
nada. Si es demasiado tarde para detener este crimen, que no sea demasiado
tarde para castigar a los culpables, para asegurarnos que no tengan una buena
vida, ni paz ni prosperidad, ni olvido.
No somos pocos quienes repudiamos los crímenes, aunque no
tengamos el respaldo de nuestros gobiernos, y la gente más rica y poderosa del
mundo esté directamente en contra nuestra. Ahora mismo otra flotilla civil sedirige hacia Gaza con el objetivo de romper el cerco. Creo todavía que la
mayoría de las personas son fundamentalmente buenas. Creo que tenemos un
poder que aún nos falta por descubrir, y que para ello primero tenemos que
encontrarnos los unos a los otros y unir nuestros esfuerzos.
No tengo respuestas hoy. Casi ni sé qué decir. Este texto es
más bien un grito. Es mi forma de exclamar el dolor que siento. Es mi manera de
rehusarme a dejar que muera mi humanidad.
Gracias por leer. Quiero creer que todavía podemos echar para atrás el Invierno Fascista. Si crees que mi blog aporta ideas de valor, por favor considera ayudarme a seguir creando con una suscripción a mi Patreon, o puedes hacer una sola donación en Paypal. En cualquier caso, aquí tienes algunos otros textos relacionados:







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