PRÓLOGO
El género de superhéroes lleva más de 20
años siendo uno de los más exitosos en las salas de cine. Casi el mismo tiempo
se ha ido posicionando como una presencia constante en las pantallas chicas. Por
parte de DC, la bobalicona pero entrañable Smallville, entre 2001 y 2011,
fue un antecedente de lo que llegaría a ser el Arrowverse, iniciado en
2012 con Arrow y que hoy ya cuenta con todo un universo de series
interconectadas, incluyendo las populares The Flash y Supergirl
(igual de bobaliconas y entrañables).
No podemos olvidarnos de algunas series
más experimentales, como Heroes (2006-2010), quizá la primera que trató
de tomarse a los superhéroes “en serio” y que tenía un estilo aprendido de las
series de ciencia ficción que estaban marcando la década, como Lost.
También estuvo la británica Misfits (2009-2014) que mezclaba el concepto
de superhumanos con comedia y drama adolescente al estilo de Skins.
Estas producciones ayudaron a abrir el camino para lo que vendría en el futuro.
El Universo Cinemático de Marvel inició
en 2008 con Iron Man y se consolidó como la franquicia más exitosa de
nuestros tiempos a partir de 2012 con The Avengers. Al año siguiente,
Marvel decidió expandir su universo hacia la TV, con series producidas para la ABC,
empezando con Agents of S.H.I.E.L.D. Ésta a su vez generó su propio
sub-universo con otras series como Agent Carter e Inhumans
(también estaba ahí Runnaways, transmitida en Hulu).
Todas estas series seguían un formato narrativo bastante clásico de “monstruo de la semana”, episodios casuales insertados en un arco argumental más amplio, con un tono por lo general desenfadado que en ocasiones mezclaba melodrama telenovelesco. Es decir, era televisión muy tradicional. No es que eso sea malo, a mí varias de ésas me parecieron muy divertidas; pero ya para la década de los 2010 la televisión estaba evolucionando y presentando propuestas muy ambiciosas en cuanto a estética y contenido, sobre todo a través de las plataformas de streaming.
Entonces llegó Daredevil en 2015
para volarnos los sesos. Esta coproducción de Marvel y Netflix mostró desde el
primer momento que era algo completamente diferente a lo que se había visto en
las series de superhéroes, con una calidad cinematográfica de alto nivel. En
vez de un montón de episodios semanales, tenía un puñado de capítulos de
manufactura impecable, y una narrativa propia de miniserie de prestigio,
ejemplo dignísimo de la Nueva Edad Dorada de la TV. A su vez, esta serie
engendró otras como Jessica Jones, Luke Cage y The Punisher,
casi siempre muy bien recibidas.
Conforme se acercaba el final de la década, las plataformas de streaming comenzaron a experimentar con el género de superhéroes, adaptando cómics y novelas gráficas que propusieran algo diferente a las de Marvel o DC. Fue así cómo en 2019 vieron la luz The Umbrella Academy, The Boys y Watchmen, todas aclamadas críticamente. Es claro que el estándar ahora está muy alto.
Con la Saga del Infinito concluida ese
mismo año, Marvel estaba dispuesta a probar nuevos caminos a través de su
propia plataforma, Disney+, pero había algunos problemas. Las series que giran
alrededor de Agents of S.H.I.E.L.D. en la ABC son de un estilo y calidad
propios de otra época (además de que en sus últimas temporadas ya había saltado
al tiburón muchas veces), mientras que las de Netflix, que tienen como eje a Daredevil,
están en manos de un competidor directo.
La buena noticia es que, aunque las
series de ABC y Netflix supuestamente se insertaban en la continuidad más amplia
del MCU, y los eventos de las películas impactan el mundo de las series, esto
no sucede al revés (y tampoco tienen nada que ver las de una cadena con las de la
otra). Esto permitiría a Disney iniciar en limpio, con estrenos que involucren
a los personajes de las películas en papeles protagónicos, que impacten
directamente el desarrollo de los eventos en las cintas y que no tengan que
preocuparse por respetar la continuidad de series anteriores. Así, parece que todas
las de la ABC ya quedaron fuera de la continuidad principal del MCU; han sido
descanonizadas, pues. Hay rumores de que Disney quiere rescatar a los
personajes de las series de Netflix, pero no se sabe cómo haría esto.
Todo lo cual nos lleva a las dos
primeras series de Marvel para Disney+, las dos primeras entregas de lo que
augura ser una nueva era para la Casa de las Ideas en la pantalla chica: WandaVision
y Falcon and the Winter Soldier. ¿Y qué tal han estado? Pues, sorprendentemente
buenas, de hecho. Hablemos de este par de exitosos experimentos y de lo que
significan para el futuro de los encapotados en la televisión. Spoilers ahead!
EL DUELO ES AMOR QUE
PERMANECE
La Saga del Infinito acababa de
concluir. Marvel tenía delante dos problemas. El primero es la crítica
constante de que la mayoría de sus películas son muy iguales entre sí. Si
quería mantenerse en la cima, no se podía dar el lujo de seguir haciendo
entregas rutinarias y formulaicas. Pero el segundo problema es que superar las
notas altas con las que terminaron Infinity War y Endgame era muy
difícil. Ese nivel de grandiosidad no puede alcanzarlo cualquiera, ni creo que
lo podríamos ver repetirse sin que empezara a perder impacto.
Desde 2019 los fans especulaban sobre el
posible futuro de Marvel. La mayoría apuntaba al multiverso, es decir, hacerlo todavía
más grande, metiendo más y más personajes en crossovers masivos in crescendo
como lo habíamos visto suceder desde Avengers hasta Endgame. Pero
eso parecía muy difícil, apuntaban otras voces, y entonces al MCU sólo le
quedaría irse para abajo.
En realidad, tenía otro camino, y es
justo el que escogió: probar lo nuevo, experimentar. No repetir de las mismas
fórmulas de antes, pero tampoco depender de la grandilocuencia hipoerbólica.
Que lo épico volverá, volverá, pero antes hay que preparar el terreno
reconstruyendo un mundo y unos personajes que nos importen con historias que
nos cautiven. Y, rayos, lo consiguieron.
WandaVision es lo más original y osado que Marvel había hecho en
mucho tiempo. Tras 12 años de películas, buenas o malas, que siguen una
narrativa muy tradicional, Marvel se atrevió por primera vez a experimentar con
la estructura y el formato, contándonos una historia diferente de una manera
distinta. Aunque el capítulo final tiene la reglamentaria pelea entre
superseres (que, además, son personajes que tienen los mismos poderes, pero uno
es bueno y el otro malo, algo típicamente marvelita), desde el principio y a lo
largo de su desarrollo, las serie nos dio algo nunca antes de visto.
Esta idea de que cada capítulo de Wanda
fuera como una sitcom gringa de cada década a partir de los 50 llamó nuestra
atención desde un inicio. Era un misterio por partida doble: ¿Qué estaba
provocando, dentro del universo de la serie, que la situación fuera tan
extraña? ¿Era acaso Mephisto? ¿Y por qué los creadores de la serie habían
tomado esta decisión creativa, qué querían decirnos con esto?
Las especulaciones sobre el misterio
hicieron que una primera vista de WandaVision fuera intrigante, pero
también distrajeron a muchos fans con elucubraciones fantasiosas sobre
multiversos. Al final no era nada de eso y la elección de Evan Peters como
Ralph Bohner fue el troleo del año. Marvel nos ha maleducado para esperar que
cada entrega sea un comercial de entregas futuras y eso fue lo que llevó a las
especulaciones alucinadas sobre los X-Men, el multiverso y Mephisto, cuando lo
importante estaba frente a nuestros ojos.
Quitando la misteriología de en medio y
volviendo a ver la serie, se puede apreciar mejor lo que estaba tratando de
decirnos. En dos aspectos se distingue WandaVision del resto del MCU. En
primer lugar, crea una obra metaficcional que utiliza los tropos de la
televisión para contar una nueva historia. En segundo lugar, la historia misma,
una más íntima de lo que se había visto, en la que el arco de la protagonista
ocurre a un nivel psicológico y emocional. Es decir, la serie trata de cómo
Wanda tiene que enfrentar sus traumas y hacerse fuerte para superarlos, no de
su pelea con el villano en turno.
Pero, ¿por qué las sitcoms? La serie nos
explica que, en un arranque depresivo, Wanda había perdido el control de sus
poderes y, sin querer, metido a ella y a toda la población de Westview en un
mundo ficticio creado por su magia caótica. Mas nunca se dice explícitamente por
qué las sitcoms.
La interpretación de Becka Salas, que a mí me
gustó mucho, es que las comedias familiares de la TV representan un ideal de
vida hogareña feliz que a Wanda le había sido arrebatadao una y otra vez con la
pérdida de sus padres, su hermano y su amado. Wanda toma de su mente las únicas
referencias que ha conocido, y con ellas recrea un refugio donde pueda evadirse
de su dolor y soledad.
Mas sucede también que esos programas
idealizaban la vida suburbana clasemediera y blanca estadounidense de una forma
en la que, en realidad, nunca ha existido (sólo Malcolm in the Middle es
honesta al respecto). Cuando Wanda llega por primera vez a Westview, éste se
presenta como un pueblo empobrecido, gris y triste. No hay tal sueño americano
que las series de TV nos vendieron a los habitantes de todo el mundo por
décadas.
A fin de cuentas, creo WandaVision nos
pone a pensar en cómo tomamos referencias de la ficción para entender o
imaginar nuestra realidad, un ejercicio que a veces puede ser útil para darse
significado a nuestras experiencias, pero que también puede ser peligros si nos
sirve para evadir y no enfrentar el mundo que nos rodea.
En fin, lo que quiero decir es que WandaVision
me gustó mucho y me pareció muy buena, en especial después de verla por una
segunda vez. Mis capítulos favoritos fueron los dos primeros, porque no sólo
recrearon las comedias de mediados del siglo pasado, sino que lo hicieron bien.
Honestamente me reí mucho. En general, el recorrido nostálgico por la historia
de la TV con la que muchos de nosotros crecimos fue una experiencia
encantadora.
Las actuaciones de Elisabeth Olsen, Paul
Bettany y Kathryn Han fueron espectaculares. Y me encantó ver de vuelta a Katt
Dennings y Randall Park, además de la introducción de Teyohnna Parris como una
Monica Rambeau adulta. WandaVision no dependió de huevos de pascua ni
anuncios de proyectos futuros, pero al final cumplió con avisarnos de que hay
más por venir.
No todo me encantó de WandaVision;
este cliché de “mujer extremadamente poderosa, pero es un peligro PORQUE NO
PUEDE CONTROLAR SUS EMOCIONES” se me hace bastante sexista y ya lo habíamos
visto en los últimos años muy mal manejado con Dark Phoenix (dos veces). Por
otro lado, entiendo que el asunto viene del material de origen, y que además
aquí lo manejaron mucho mejor, con una protagonista que no es está nada más que
que digamos “bitches be crazy”, sino un personaje con el que puede
identificarse cualquier persona que ha enfrentado el duelo y sentido la
necesidad de escapar hacia la fantasía. La despedida final de Wanda y su
familia es genuinamente conmovedora.
EL ESCUDO DEL HOMBRE
BLANCO
No me esperaba casi nada de Falcon
and the Winter Soldier. Cuando salieron los primeros avances se veía súper
ordinaria, una serie de acción/comedia en estilo pareja dispareja. Pero luego
empecé a leer por ahí que estaba buena y decidí darle una oportunidad. Y, oh
vaya, sí que fue excelente la maldita serie, alcanzando cimas insospechadas en
los episodios cuarto y quinto.
El primer episodio está lleno de acción,
con Falcon y el ejército gringo haciendo de policía global en el Tercer Mundo,
y en general la serie tiene la estructura narrativa y los tropos de un thriller
de espionaje e intriga internacional. Pero detrás de eso es mucho más, y así
como WandaVision nos trajo una historia íntima, The Falcon and the
Winter Solder hace un zoom out para mostrarnos la dimensión social.
El racismo sistémico al que enfrentan
los afroamericanos todos los días; el efecto psicológico de la guerra y el
entrenamiento militar en la psique de los soldados; el abandono en que el mundo
tiene a los indeseables, los apátridas… Estos son algunos de los temas sociales
que toca la serie, y lo hace sin dejar de lado el desarrollo personal de sus
protagonistas, dos personajes que, como Wanda, también están en busca de alivio
para su dolor: el Sam Wilson de Anthony Mackie y el Bucky Barnes de Sebastian
Stan.
The Falcon… es la primera pieza de Marvel en explorar las
consecuencias de los hechos acontecidos entre Infinity War y Endgame.
La mitad de la población había sido borrada de la faz de la Tierra, un evento
traumático que generaría incontables problemas. Mal que bien, la humanidad
comenzó a adaptarse a esta situación a lo largo de cinco años, cuando de pronto
los desaparecidos volvieron a la existencia. Esto a su vez provoca sus propias
crisis, incluyendo, pero no limitándose, a grandes masas de seres humanos que
durante cinco años se habían movido libremente entre las fronteras de
diferentes naciones, y que ya no eran bienvenidas.
Aunque los hechos que crearon esta
situación son fantásticos, las crisis de refugiados y desplazados en el mundo
son muy reales. Las personas sin hogar y sin patria no tienen ni siquiera un
gobierno que los reconozca como sus ciudadanos, instituciones que garanticen
sus derechos, o siquiera una identidad. En grandes números, son tratados como
ganado humano y hacinados en campamentos en los que apenas tienen lo suficiente
para vivir. Según un conteo de 2019, casi ochenta millones de seres humanos viven en esta situación.
Ante este panorama, no es de extrañar
que surjan los Flag-Smashers, un grupo anarquistoide encabezado por Karli
Morgenthau, con dejos de Antifa y Anonymous, cuyo objetivo es ayudar a los
refugiados. Para ello llevan a cabo acciones como robar y redistribuir
suministros de alimentos y medicinas; conforme avanza la serie, sin embargo,
sus actos se van volviendo más y más violentos, llegando a atacar a militares y
funcionarios. Pero eso sí: la serie deja en claro que Karli y sus seguidores
sólo están respondiendo ante un mundo injusto y hostil que victimiza a personas
que no han hecho nada malo.
El tema del racismo se aborda de forma
más bien sutil en los primeros capítulos; vemos, por ejemplo, que la familia de
Sam Wilson está precarizada y que el banco no le daría un préstamo. El mismo
Sam, con todo y ser un Vengador, no puede encontrar la forma de sacar a su
hermana y sobrinos del apuro. También atestiguamos como un policía lo trata con
prejuicio y amenaza con violentarlo, una escena que no podía dejar de suceder
en una obra hecha en la época de Black Lives Matter.
Pero el tema pasa a un primer plano
cuando conocemos a Isaiah Bradley, un supersoldado afroamericano a quien el
gobierno estadounidense encerró por décadas para experimentar con él sin
misericordia. Estos hechos remiten a un suceso histórico real: el infame experimento de Tuskegee, en el que el gobierno experimentó brutalmente y sin
su consentimiento, en una comunidad afroamericana de Alabama.
Bradley cumplió con sus deberes tan bien
como Steve Rogers, pero mientras que éste fue recordado con honores, aquél fue
encarcelado, torturado y después borrado de la historia. Tal como los millones
de afroamericanos que, con su trabajo, primero esclavo y después precarizado,
levantaron la nación americana sin que los monumentos y los libros de historia
les rindieran homenaje. Como dice el mismo Bradley: “borraron mi historia, como
lo han hecho por 500 años”.
Mi personaje favorito de la serie no fue
Karli (Erin Kellyman), con cuyo ideario simpatizo, ni Zemo (Daniel Brühl),
ciertamente el antivillano más carismático desde Loki. No, contra lo que me
habría imaginado, fue John Walker, el nuevo Capitán América, interpretado por
Wyatt Russell. El tipo está escrito para que te caiga mal desde un principio;
sin conocerlo, ya nos parece una especie de sacrilegio que se ponga en las
botas de Steve Rogers, la mejor persona del mundo. Y sí, cae mal con su cara de
idiota y su actitud de gringo, pero también me dio mucha lástima, porque desde
el principio se vio que nadie lo quería a pesar de que sólo trataba de hacer lo
correcto y seguir instrucciones.
Que a Walker se le iban a ir las cabras
al monte y se convertiría en el antagonista parecía claro desde el inicio, pero
fue su paulatina transformación lo que merece mil aplausos a los escritores y a
Russell. Poco a poco el nuevo Cap va perdiendo los estribos hasta que termina
cometiendo un asesinato. La imagen de Walker con los ojos desorbitados y el
icónico escudo chorreando sangre es poderosísima al final del cuarto episodio.
Si Steve Rogers representaba ese ideal de lo que Estados Unidos debería ser,
John Walker, en ese momento, era la encarnación de lo que en realidad es y
siempre ha sido.
Al episodio siguiente, cuando Walker se
enfrenta a sus autoridades, dice una gran verdad: ellos lo construyeron, ellos
lo entrenaron y lo hicieron ser quien es, nunca ha hecho otra cosa más que
seguir sus órdenes y lo hizo mejor que nadie más. Y ése es el problema: el
entrenamiento militar y la experiencia en combate en el imperialismo yanqui
produce criminales de guerra, individuos dañados por la violencia que sólo saben
reproducirla. Mientras esas acciones sean hechas bajo las órdenes directas de
los mandos y lejos de la mirada del público, están bien. En cuanto manchan la
imagen pulcra del Ejército, se quiere hacer de cuenta que el problema ha sido
un solo individuo y no el sistema que lo creó.
Los capítulos cuatro y cinco me impresionaron por la osadía con la que la serie estaba tratando todos estos temas: la historia de Bradley, el escudo cubierto de sangre, los reclamos de Walker, la perorata de Zemo sobre cómo el ideal del superhumano, ya sea en la forma de la Alemania Nazi o los Vengadores, siempre será supremacista… En esos dos capítulos The Falcon and the Winter Soldier estaba llegando a un nivel de discurso político casi a la par con la reciente serie de Watchmen. Y entonces… entonces… entonces… ¡En el último episodio lo echan todo para atrás! ¡Argh!
Ok, sé que es tonta la queja de “pardiez, este producto de consumo masivo creado por un monopolio capitalista no es tan radical como a mí me gustaría”. El simple hecho de ver que se aborden estos asuntos en una obra tan comercial es muestra de progreso. Además, aunque la obra en sí se quede corta, constituye un buen punto de partida para iniciar discusiones que nos lleven todavía más lejos. Y los fachos se están desgañitando por esto, lo cual es de celebrarse. Así que no voy a despotricar… demasiado.
Es que sí me decepciona un poquillo que,
después de haberse atrevido a tanto, la serie termine en un punto tan timorato,
típico del liberalismo centrista que caracteriza a Marvel. Karli y los
Flag-Smashers terminan convertidos en supervillanos clásicos, mientras que
Walker se redime peleando contra ellos.
Falcon da un discurso muy bueno a los
líderes del mundo sobre la necesidad de hacer las cosas mejor y tomar en cuenta
a la gente cuyas visas afectan con sus decisiones, pero con ello obvia que un
problema sistémico no se puede resolver con una apelación al sentido moral de
los poderosos. Al mismo tiempo, su mensaje para los seguidores de los
Flag-Smashers termina siendo que entiende sus razones pero “ésas no son las
formas”. Chale.
Sé que no podía esperar otra cosa que un
final optimista y conciliador, que el mensaje final no podría ser “el ideal
americano siempre será racista y no hay en él lugar para las personas racializadas”,
y que Sam Wilson, el nuevo Capitán América, tenía que demostrar que “sí se
puede”, que también los marginados pueden expandir ese ideal para hacerse parte
él. Pero los capítulos cuatro y cinco habían sido tan críticos y contundentes,
que este optimismo en el sexto se siente forzado, inmerecido. Ya, ya sé, el
tonto soy yo por pedir tanto a una serie sobre los patiños de un señor que se
viste de bandera. Al final se le disfruta por lo que es, y estuvo muy, muy
buena.
CONCLUSIÓN
Da gusto ver que Marvel está
experimentando en la TV, con nuevas formas de narrar en el caso de WandaVision
y con nuevos temas por explorar, en el The Falcon and the Winter Solider.
Si esta calidad es lo que podemos esperar de futuros proyectos como Loki
y Hawkeye, creo que se viene una buena época para la televisión de
superhéroes. ¡Qué momento para estar vivos!
Por otro lado, mi chairo interior me
obliga a repetir: el problema sigue siendo que estamos dejando que todas nuestras
narrativas fantásticas queden en manos de unas cuantas megacorporaciones
malvadas, entes malignos que producen cosas hermosas. Es un yugo del que tarde
o temprano nos tendremos que sacudir, y para empezar hay que volver la atención
hacia otras ficciones contadas por otras voces. No puedo negar mi amor por los
encapotados de Marvel y DC, pero procuraré explorar nuevos caminos en los
tiempos por venir.
¡Hasta pronto y que tengan un feliz Día
del Niño!
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